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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Exordio a lo que no se ve

Reproduzco el discurso pronunciado en Formentor con la intención de dar a los no asistentes algunas pistas sobre lo que allí sucedió, por poco visible que pareciera a los sí asistentes.

"Antes de inaugurar estas conversaciones literarias -y no podía elegirse título más modesto para una reunión como la nuestra- dediquemos un breve recuerdo a los episodios anteriores.

Primero al visionario Adan Diel, que levantó este hotel con tantos ladrillos como ideas.

Luego, al Conde de Keyserling, que presidió un cónclave para convocar a la sabiduría.

Luego, Tomeu Buadas, Carlos Barral y Camilo José Cela, responsables del encuentro celebrado en este lugar hace cincuenta años.

Y ahora, con nuestro anfitrión Simón Pedro Barceló, los aquí presentes, dando continuidad a esta historia de fragmentos, esbozos más bien, pero enlazada por un curioso cordón umbilical.

Supongo que será inevitable conmemorar estos cincuenta años con ciertos aires de nostalgia. Pero hay que decir que de este ejercicio de melancolía no siempre se sale bien parado. La confrontación con el tiempo que no vivimos o con el hombre que fuimos puede resultar una pesada carga. A veces, porque el contraste nos somete a los espejismos propios del tiempo. ¿Quién podrá compararse con los monstruos del pasado, con su majestuosa ausencia, amplificada por la envergadura de una obra sacramentada ya por sus lectores? ¿Y quién podrá siquiera compararse consigo mismo, con el que fue entonces, esa extraña invención bautizada con nuestro mismo nombre?

Celebramos los cincuenta años de aquella reunión de escritores y editores en Formentor y para hacerlo, como decíamos, sin excesos nostálgicos, hagamos una última pregunta:

¿Se creía entonces en el presente tanto como hoy se cree en el pasado?

Consideremos

La memoria cultural, que todo lo embellece.

La evocación épica, que todo lo corrige.

La ausencia de los que quisimos, que todo lo magnifica.

Las Conversaciones de Formentor serán hoy mucho más modestas de lo que fueron entonces. Y no porque hayamos perdido algo de ese atrevimiento, sino por el principio de relatividad e incertidumbre que desde la física ha impregnado todos los ámbitos de la actividad humana. ¿A quién se le ocurriría hoy usar el prestigio la Sabiduría para convocarse junto a sus colegas? ¿A quién se le ocurriría anunciar el juicio final de la literatura o su definitiva redención?

No, no podemos imitar la autoridad de nuestros antepasados.

Por lo tanto, y aceptando las tendencias que impone el paso del tiempo a la cultura, avisados de la corriente que confunde al mundo con su incertidumbre, sabedores de cómo son precisamente nuestros conocimientos los que nos impiden creer en nosotros con la misma ingenuidad de nuestros antecesores, nos conformamos. Nos conformamos con unas conversaciones literarias que no quieren ir más allá de lo que constata su propio enunciado. Hombres y mujeres hablando de lo que les interesa.

Y lo que nos interesa es la literatura.

Pero antes de iniciar una conversación que adivinamos tan prolífica como presumida, hace falta admitir que si bien carecemos de las presunciones del pasado, no por ello hemos renunciado a nuestras propias pretensiones.

Las conversaciones mantienen un tenso vínculo con las perturbaciones culturales de nuestra época.

La educación, en su doble acepción, el de la enseñanza de los jóvenes y la de los buenos modales, con su progresivo deterioro, nos tiene alarmados.

La responsabilidad moral de los intelectuales, a veces complacidos, a veces anestesiados. Eso también nos alarma.

La débil influencia del pensamiento crítico, la tradición de los librepensadores europeos, de tan difícil ubicación en el mapa geoestratégico de las doctrinas ibéricas. Eso también nos preocupa.

Por lo tanto, las conversaciones literarias de Formentor se convocan con una conciencia modesta pero no tanto. En realidad, establece un estado de la cuestión y se propone contribuir a las exigencias de la alta cultura. Divulgar la pasión de la lectura, como recurso de urgencia contra la satisfecha banalidad de nuestra época. Subrayar la responsabilidad de los intelectuales en la reflexión moral que da forma al mundo. Y ensayar estos ejercicios regionales de pensamiento crítico (que no tiene porque ser mordaz o sarcástico).

En este paisaje, en esta geografía, alterada por nuestra conciencia y por nuestra modesta ambición, tendrán lugar unas conversaciones dedicadas a moldear interrogaciones de muy diverso signo.

Los dilemas que nos hemos acostumbrado a manejar sin inclinarnos nunca por una respuesta definitiva.

La literatura como enfermedad o la literatura como medicina.

La literatura como realidad o como universal de la imaginación.

La literatura como experiencia o la literatura como invención.

La literatura como tradición o como vanguardia.

La literatura como entretenimiento o como conocimiento.

Literatura hermética o literatura didáctica.

Literatura como estética o como apresurado aliento brutal.

La literatura como derecho del espíritu, de la razón o del estómago.

Literatura de élite o literatura popular.

La literatura del autor o la literatura del redactor.

¿Serán verdaderos o falsos estos dilemas?

Ya lo veremos.

Nos reúne en Formentor una doble condición: la pretensión de atrapar el pasado que se fue, que se fue más allá de todo límite, y la voluntad de ser, de ser lo que se debe ser, en este momento y en este lugar, sin reticencia alguna.

Escritores, profesores, editores y lectores:

Sed bienvenidos a Formentor".

 

Viernes, 25 de septiembre de 2009

 



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escarmiento soviético

Lo esencial es durar. El pensamiento crítico aprovecha los aniversarios para el cuestionamiento. El pensamiento dogmático, en cambio, para afirmarse en la duración. Con frecuencia no son las nostalgias del pasado sino las dudas respecto al futuro las que conducen a celebrarla.

La Unión Soviética cumplió 60 años en 1977. Cuando alcanzó los 70, en 1987, sólo faltaban dos para que el estruendo de la caída del muro berlinés condujera a su liquidación dos años después: no llegó a cumplir los 72, la duración de una vida humana. Nada de esto sucederá con la República Popular China. Llega a este 60 aniversario que hoy celebra mucho más fuerte y lozana que la URSS, el modelo sobre el que se fundó, cuando tenía la misma edad. Las celebraciones que ha preparado el régimen se encargarán de demostrarlo. El régimen de Moscú se hallaba en 1977 en fase de decrepitud creciente, en estagnación económica y dirigido por un enfermo de 71 años que era Leónidas Breznev; mientras que la China actual es el motor del crecimiento económico mundial y está dirigido con mano de hierro por una cúpula comunista, presidida por Hu Jintao, un gris ingeniero de 67 años, con el que se ha conseguido organizar ordenadamente el cuarto relevo generacional en el poder supremo de la República e incluso preparar el quinto para 2012. Los dirigentes chinos siempre han estudiado con detenimiento los pasos realizados por quienes fueron sus inspiradores e incluso compañeros dentro del movimiento comunista mundial. Y lo han hecho incluso después de la ruptura de relaciones entre Moscú y Pekín en 1963, en cuyo hueco anidó la genial idea de la apertura americana a China, obra personal del por tantos otros conceptos denostado presidente Nixon. Pero en cada ocasión las lecciones tomadas de la experiencia les ha conducido a optar por el camino contrario al que eligieron los dirigentes de Moscú. Los levantamientos de Budapest en 1956 y la primavera de Praga en 1968 fueron analizados con gran atención en Zhongnanhai, el recinto cerrado donde viven y trabajan los líderes comunistas chinos. De las dudas y torpezas soviéticas ante los levantamientos contra los regímenes comunistas salió el implacable aplastamiento militar de la revuelta estudiantil en la plaza de Tiananmen. La disgregación de la URSS y su conversión sin orden ni concierto al capitalismo también han sido objeto de profunda reflexión china. No puede entenderse la reacción de la cúpula comunista ante los sucesos del Tíbet o de Xin Jiang sin las lecciones aprendidas en 1991 de las independencias de las repúblicas bálticas y de la implosión soviética que generó un buen puñado de nuevas repúblicas independientes. Pero no basta con aprender de los errores del otro. La fundación de la República Popular en 1949, nada tiene que ver con la toma del poder por el partido bolchevique. Mientras que estos últimos se habían propuesto implantar un régimen socialista y liquidar las clases sociales por la fuerza, lo que querían los dirigentes chinos era terminar con cien años de divisiones internas y dependencia externa, crear una república e imponer una reforma agraria en un país donde el 87% de la población vivía y dependía del campo. Los primeros eran internacionalistas y en sus orígenes al menos pensaban en exportar la revolución; los chinos en cambio ni ahora ni hace 60 años eran internacionalistas, aunque se acogieran nominalmente al rótulo. Mao Zedong, el fundador, como todos los progresistas chinos, creía en las ventajas de la modernidad y deseaba que su país se beneficiara de ellas. Como todos los nacionalistas, pensaba que su país salía de un siglo de humillaciones a cargo de las potencias europeas. A estas ideas había que añadir su peculiar comprensión del marxismo soviético y su adhesión dogmática y feroz al estalinismo y a sus propias formas, trasladadas mecánicamente a todos los aspectos de la vida pública, desde la estética y la arquitectura hasta la economía y la estructura del partido. La moda soviética, que compró entera en 1949, era a sus ojos lo más avanzado del momento; como lo era la de Estados Unidos en 1972, cuando recibió a Nixon, abriendo las puertas a la simbiosis económica actual. Los sucesores de Mao, que hoy aplaudirán la exhibición de poderío militar en Tiananmen, son también unos nacionalistas chinos, adictos al progreso, que saben incompatible la unidad y la estabilidad que quieren para su país con la libertad que se les debe a sus ciudadanos y a esos pueblos tan felices, 27 etnias, que dicen vivir en celestial armonía en el imperio de la etnia han que les engulle.



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo lento y lo otro

Entre las malas condiciones que se atribuyen a esta época, una es la de la velocidad. La velocidad en forma de fast-food o de felicidad express, de amores fugaces o servicios inmediatos, dibuja una esfera en la que nos decimos atrapados y contra ella aparecen movimientos considerados de salvación con nombres como slow-food o slow-cities en cuyo prontuario siempre reina el elogio de la lentitud.

Lo lento es bueno y lo veloz es malo. No siempre fue así y mucho menos hace exactamente un siglo cuando la velocidad llegaba para redimir el atraso de la sociedad, la ciencia, el pensamiento y los aburridos estilos de la vida. Ahora, sin embargo, la lentitud, devuelta a los altares de lo humano aparece como la manera de regenerarnos Y, sin embargo, qué decir de la celebración de los trenes de alta velocidad, el apremio para la máxima  instantaneidad de las comunicaciones, los veloces progresos en la biotecnología o las aportaciones de cualquier tecnología.

Entre lo lento y lo veloz no parece haber un sistema intermedio. Cuando la lentitud es un paradigma del tiempo histórico todo, más lo menos, desde la vida laboral a la doméstica, desde el paso de los días, al ritmo de los libros responde a la misma pauta. Ahora, ni las novelas o las películas, las relaciones o los videojuegos son lentos. La aceleración se inscribe en el sistema de vida no como un mal del sistema sino como su sustancia.

 De la materia prima de la morosidad pasamos hace más de medio siglo a la materia prima de la velocidad. Quien quiera entender que entienda. Su no aceptación es sólo mandanga.



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La oreja de Murdock

Castle Freeman Jr. Fuente: burlingtonRodrigo Fresán regresa a las reseñas literarias en el ABCD las letras y lo hace con el libro de Castle Freeman Jr, La oreja de Murdock, editado por Mondadori. Aquí una frase típica Fresán para contagiarte la lectura: "Una manera veloz y eficaz de definir a esta pequeña gran novela sería la de imaginar a los hermanos Coen rescribiendo a Cormac McCarthy." Dice la reseña: (...) en este engañoso action-thriller protagonizado por un selecto puñado de heroicos idiotas se invocan -con envidiable prosa descriptiva y un admirable manejo del diálogo y del absurdo- buena parte de la mística de los cuentos de hadas (con damisela en problemas, malo malísimo y un par de paladines un tanto torpes yendo y viniendo por las espesuras de los bosques de Vermont) y, según confesó, el propio Freeman, el aliento inmortal de la gesta arturiana en versión de Sir Thomas Mallory. Lester Speed (un anciano rengo) y el «simple» Nate (pocas luces pero de luminoso espíritu) aceptan la hercúlea tarea de proteger y custodiar a la bella caperucita del asunto: la joven, no del todo inocente, es Lillian, quien es perseguida y atormentada por esa gran bestia que es Blackway. Por encima de ellos, el paralítico Wheezer funciona como una suerte de coro griego y testigo impasible de una historia donde la caballerosidad es, a menudo, sinónimo de regocijante estupidez. Así, una road novel y un country-noir discurriendo a lo largo de un día de verano senderos de tierra y ramas caídas, que se lee de una sentada con asombro y regocijo (inolvidable esa descripción de Nate como alguien «más listo que un caballo pero no más listo que un tractor») y que, de alguna perversa y bizarra manera, conecta con esa saludable tradición norteamericana de los narradores de espacios abiertos. Nombres y paisajes que arrancan con Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, James Fenimore Cooper y Mark Twain, entronca con Ernest Hemingway, Norman Maclean y Wallace Stegner, y llega hasta nuestros días de la mano de Rick Bass, David James Duncan, David Guterson, Jim Harrison y Peter Matthissen. Ya saben: seres duros e iluminados jugando en el bosque a juegos muy peligrosos en los que siempre, el hombre es el lobo del hombre. Y, claro está, es un lobo feroz. Siempre.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ecuador no queda en la Antártida Literaria

Una bandera ecuatoriana en la Antártida. Fuente: antárticosSi no fuera por Marcelo Chiriboga, la literatura ecuatoriana no tendría un autor dentro del Boom. Y si no fuera por Marcelo Chiriboga- una broma de José Donoso- no nos daríamos cuenta de lo realmente raro que fue que el Boom Literario careciera de una presencia ecuatoriana. Más allá de Huasipungo (y de Pablo Palacio para los amantes de rarezas), la literatura ecuatoriana es la hermana menor de América Latina. ¿Es bueno o malo eso? ¿Qué parricidio debe cometer un escritor ecuatoriano si Chiriboga no existe? Leonardo Valencia, escritor ecuatoriano de última generación y de gran éxito radicado en España, escribió un artículo al respecto en el último "Babelia":Lo cierto es que el gran padre literario a enfrentar en Ecuador es la política. Las tres maneras de no dejarse afectar por ella en la escritura han sido el delirio, el exilio o la proximidad de la muerte. No menciono una fuerte consciencia estética o el humor, porque ambos tienen su parte delirante y exiliada. Las novelas que han recurrido a esas tres vías son de lo mejor que se ha escrito en Ecuador y, al mismo tiempo, son novelas imposibles. El caso de Humberto Salvador (1907-1982) es sintomático de la injerencia política que tuvo la novela ecuatoriana a lo largo del siglo veinte, injerencia que condiciona la expresión literaria si el autor no sabe resistirla, esquivarla o reinventarla desde adentro. Salvador escribió En la ciudad he perdido una novela... y un par de libros de cuentos cuando tenía veintidós años. Pero luego cedió a la presión de los camaradas de su tiempo y publicó novelas comprometidas, sometiéndolas al condicionante mimético de lo inequívoco, con las que cosechó algunas traducciones y el aplauso internacional, ahora fantasma. Hacia la segunda parte de su vida quiso volver a sus comienzos pero no recuperó el fulgor de esa primera novela escrita en el puro trance de una novela imposible. Con Salvador ni siquiera puede uno dejarse seducir por su título de 1942, La novela interrumpida, porque no hay novela ni discontinuidad, sólo los pasajes inverosímiles de una escritura allanada. El halo de imposibilidad de varias novelas ecuatorianas, una especie de inmolación en el inacabamiento, la parodia y la extrañeza, que se dio en las novelas de Montalvo, Palacio o Salvador, ocurrió también con la última novela de Alfredo Pareja Diezcanseco, La Manticora, que arrasaba con su propia trayectoria de autor realista, o en novelas como El espejo y la ventana, de Adalberto Ortiz; Siete lunas y siete serpientes, de Aguilera Malta; Entre Marx y una mujer desnuda, de Jorge Enrique Adoum; Pájara la memoria, de Iván Égüez; El viajero de Praga, de Javier Vásconez; Las tertulias de San Li Tun, de Juan Andrade Heymann, o una que es mi preferida, Carta larga sin final, de Lupe Rumazo, por su combinación de géneros, entre el diario, la carta y el ensayo, en una progresión que se abisma ante la muerte de un familiar. Todas estas novelas han permitido una trasgresión frente a la imagen de un Ecuador restrictivamente andino, de un realismo chato y testimonial. Acercarse a ellas sorprenderá a un lector sin prisa y sin referentes mediáticos, porque esos autores, saboteando las nociones convencionales de la novela, han buscado la escritura, esa patria de la que Blanchot decía que no permite profetas.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Isabel Fonseca publica

Isabel Fonseca y Martin Amis en Barcelona. Fuente: revista ñ Ser la esposa de Martin Amis es una sombra demasiado pesada para Isabel Fonseca, también escritora. Pero ella ha sabido, o cree poder, sobreponerse. En el Hay Festival de Segovia no solo ha sido la acompañante del esposo célebre sino que también ha anunciado una propia novela: Vínculo editada por Anagrama, de la que habló en Barcelona luego del tour segoviano de su esposo. Dice la nota:Dijo estar emocionada con la crema inglesa - refiriéndose al color insignia de Anagrama-puesto que hasta ayer sólo había asistido a cenas de la editorial en calidad de esposa de. El editor Jorge Herralde definió su libro como "excelente, en el centro de la apoteosis mediática de la pareja Amis-Fonseca. Con una mirada de la narradora que me gusta, como una cámara perversa" y recordó la opinión de Richard Ford sobre el libro: "Percibe todo lo que los hombres no quisieran que las mujeres detectaran". La disección sin excusas de un matrimonio con veinte años de convivencia a cuestas. Eso es lo que aporta Isabel Fonseca en Vínculo montar una bronca a la italiana-elige otro camino: ella misma contesta haciéndose pasar por su esposo. Con el tiempo descubrirá en su rival, Giovanna, rasgos de ella misma. Pero nada es lo que parece. Tampoco en el libro - de final abierto-cuya protagonista afronta otras luchas: un padre a punto de morir, un posible cáncer y una hija que abandona el nido. "Cuando escribes estás sola y debes soltarte. De lo contrario acabas en posición fetal bajo la mesa". (...) "Un crítico me dijo que yo escribía sobre la nostalgia. Es cierto", asume Fonseca, de estricto traje chaqueta y broche brillante en la solapa. Reconoce que fue "una pesadilla buscar esas similitudes innecesarias. Pero sólo son hechos saqueados, no un informe de mi vida porque, como dijo Philip Roth, no escribimos sobre lo que sucedió sino sobre lo que no sucedió". Ese es el papel del escritor, "preguntarte ¿y si?".Y sobre la convicencia con su famoso esposo, declaró simplemente:Es magnífico compartir la vida con él, pero a menudo está absolutamente absorto en sus personajes. Sólo otro escritor puede convivir con eso.



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30 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje. 6. Secundarios

Nunca me ha gustado la palabra, que tan cercana suena a ‘segundones'. Han sido, sin embargo, quizá la mayor gloria del cine español, o al menos la menos discutida en un país que parece tener como segunda afición acendrada, después del fútbol, la de meterse con su cine. Nadie, desde que tengo memoria, ha dejado de reconocer que la galería de actores de carácter españoles es absolutamente deslumbrante, en nada envidiable a la que ofrece Hollywood o el cine italiano. Los británicos, los franceses, los argentinos, son, en mi opinión, y dentro de lo injusto que es generalizar, más brillantes en el registro protagonístico.

‘El dios de madera' tiene un cuadrilátero de intérpretes que sostienen, en dobles parejas, la trama de la película. Pero no están solos, como lo estaban -por equipararme temerariamente a uno de los más grandes- los cuatro actores principales de ‘Saraband', la obra maestra final de Bergman. Mi historia trata de componer un mosaico de pequeñas escenas y situaciones y personajes que intervienen a modo de ecos, fondos o ‘replicantes' de los protagonistas, y de ahí que, teniendo la suerte de haber encontrado cuatro ases para los roles principales de la madre, el hijo y los dos ‘intrusos' africanos, el proceso de elección del numeroso coro de secundarios hubiese de ser largo y minucioso.

Hoy quiero retratar aquí con su imagen y unas pocas pinceladas a tres de los característicos (la palabra es la adecuada, y la que preferiblemente se usa en otras lenguas) de ‘El dios de madera'. Son tres mujeres de distinta edad que, como sucede a menudo, también tienen capacidad y experiencia de protagonistas. Lo es Vicenta Ndongo de la muy reciente y muy interesante película de Cesc Gay ‘V.O.S.', y lo han sido en teatro y televisión dos actrices valencianas más veteranas, Empar Ferrer y Lola Moltó. Vicenta tiene sólo una escena en la película, dos Empar y alguna más Lola (que sería de hecho el personaje de más entidad tras los cuatro protagonistas). La mulata que quiere reivindicar su ‘parte clara', la dueña de una pensión o cubil de emigrantes, la zapatera puntillosa. Las tres han creado concisamente un personaje, y las tres lo han potenciado por encima de lo que el director tenía en la cabeza. Las tres tendrán sin duda muchos "cinco minutos" más de ese brillo estelar al que se refería, en su citada frase, Warhol.

                                                 

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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre la invención y el sentimiento

 

MUÑOZ ROJAS, CIUDADANO DE CAMPO

 

Lo conocí tarde, quiero decir que no lo había leído hasta hace unos años. Quizá ya hayan pasado veinte años, pero es que Muñoz Rojas ya escribía, ya publicaba en los años treinta. Recordé haber leído algún poema suyo en "Cruz y Raya", pero para mí estaba perdido en el tiempo, entre sus campos andaluces éste poeta que ahora está tan vivo. Ahora, que acaba de morir- seguramente para no soportar los agasajos que se preparan con motivo de su centenario- el poeta se encuentra muy vivo en mis lecturas, en mi vida. Gracias sean dadas, sobre todo a Manuel Borrás, que desde Pre-Textos nos acercó a éste ciudadano de campo. No hace mucho, con motivo de la publicación de su obra completa en verso, hablaba aquí de ese poeta que perteneció a la imposible "tercera España". Un país que no pudo ser, que ya nunca será.

El poeta, enamorado y enamoradizo, muchas veces nos acercó, en sonetos, divertimientos, en cantos libres a sus lugares del corazón. A los seres humanos y a las cosas del campo. Buena idea de editor la de incluir un glosario para hacernos entender las perdidas palabras del campo. Hoy se le recuerda en esa condición casi extravagante de "cosmopolita de pueblo", viajero por el mundo y cercano a sus campos, rico y poeta y otras de las cualidades que llevó sin afectación. Un hombre extraordinario que, por suerte para nosotros, nos dejó escritas algunas de las cosas mejores que nos pudo regalar, sus escritos. Aquí tengo la edición de su poesía completa, esperando la llegada de su prosa. Hoy le despiden sus gentes en compañía de los habitantes del campo. Mañana estará bajo la sombra de una encina, allí dónde tantas veces se figuró querer estar.

Vuelvo a esos poemas finales, pasear con ellos es una forma de acercarnos al poeta que no quiso estar en su centenario.

"Amarrado a qué estoy sino a mi mismo.

A veces , dulce amarra, me sostiene

el beso o la caricia y es mi vida

aunque se llame amarra y lo parezca.

 

Jugando con palabras siempre estoy

sin saber dónde terminan por llevarme,

sabiendo que son nada y en nada quedan

salvo que la verdad, que es suya, las pronuncie...

 

Y así, entre la invención y el sentimiento

sin saber dónde el uno acaba y empieza el otro,

que no todo es puro juego, sino algo

que te duele o consuela,

y así, entre inventar y sentir

se va la vida, sin sentirla..."

 

Me llevo su libro al tren, quiero seguir entre la invención y el sentimiento.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Polémica animada

Chema Lobo me preguntó qué pensaba sobre la controversia desatada por Molina Foix con su artículo Dibujos animados. Para los que nada saben del asunto (como no lo sabía yo hasta entonces): Molina Foix disputa el hecho de que la historieta sea un arte en serio; critica la atención que se le dedica en los medios, festivales, museos y salones de exposición y ve mal que el Ministerio de Cultura otorgue premios a sus creadores; califica al historietista como “dibujante de monigotes”; pone a la disciplina más cerca del parchís y los juegos de mesa que de las obras imperecederas del arte; y dice, por último, que las viñetas satíricas y la caricatura política (George Cruikshank, sostiene, sí era un gran artista) pueden “reformar el mundo con su trazos” a diferencia de la historieta –“un entretenimiento muy menor”.

         Yo tengo la sensación de que se trata de una humorada de Molina Foix. (A quien no conozco más que de nombre: como ven mi ignorancia es oceánica, una de las consecuencias, mucho me temo, de mi pasión por las historietas.) Para empezar, creo que no tiene sentido tomarse en serio ningún artículo que sostenga que el Arte Equis es mejor que el Zeta. Esta es una discusión tan seria como la que pretende dirimir si uno ama más a su mamá que a su papá. Yo me siento más cerca de algunas disciplinas (el cine, la literatura) que de otras, pero nunca me atrevería a decir que Saul Bellow es mejor, o más importante, que Rembrandt. Los dos son esenciales en lo suyo, aunque yo esté en condiciones de apreciar a uno más que al otro.

         Cuando se entiende que parte de la crítica pasa por el hecho de que un Ministerio conceda no sólo la misma dignidad, sino además el mismo dinero al “dibujante de monigotes” que al novelista, poeta o ensayista, queda revelado que la objeción ya no es estética. Lo que hace Molina Foix es indignarse (de manera muy graciosa, insisto) porque alguien de los que juega en el otro patio se está quedando con los laureles y el dinero que debían, a su juicio, quedar en casa.

         Lo que está claro es que no tiene sentido hablarle de las glorias que la historieta produjo a lo largo de su historia. Sería un ejercicio tan inútil como pretender que a un daltónico vea los colores que no puede ver por culpa de su condición. Si Molina Foix no se ha dado por enterado en todo este tiempo de que el género está lleno de obras de arte imperecederas, ya no lo verá nunca. Defender un arte que se defiende por sí solo a través de sus obras es un ejercicio tan vano como intentar convencer a alguien, a esta altura del partido, que el cine puede ser un arte y no una monigotada. Hay gente que todavía discute el Big Bang y la evolución de las especies, y antes que polemizar con ellos prefiero dedicar mi energía a otros menesteres.

         Lo que termina demostrando que se trata de una humorada es la reivindicación que pretende hacer de las viñetas satíricas y la caricatura política. Puede que Cruikshank (a quien admiro, siendo como era uno de los ilustradores de mi amado Dickens) haya “reformado” al mundo, pero si uno acepta esta noción se vuelve improcedente negarle entidad a las historietas popularísimas que sin duda revolucionaron la cultura: tan evidentes, tan definitorias del paisaje mental que la imaginación humana desarrolló en su andar, que ni siquiera hace falta mencionarlas por su nombre.

Lo de Cruikshank y Daumier es, según entiendo, el punchline de la broma. Tengo la sensación de que se lo ha leido mal: lo que busca el artículo no es lanzar una polémica necesaria y mucho menos provocar indignación, sino producir una sonrisa. Pero en fin, así es como lo veo yo, que no dejo de ser un sudaca que no ha ganado premio alguno ni ha figurado jamás en las listas de best sellers.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hundimiento y metamorfosis

Lo nunca visto. La abstención, la caída del voto socialdemócrata y -aunque parezca extraño- también del conservador, el incremento del voto liberal, la dispersión de voto y muchas otras cosas han convertido estas elecciones generales alemanas en un caso insólito, una excepción que esta vez no confirma ninguna regla sino que la rompe e indica que Alemania está cambiando y reinventándose. "Nunca en los 60 años de la República Federal..." es la expresión repetida una y otra vez desde la noche del domingo para referirse a las cifras que arrojaron las urnas.

El partido de los que no votan ha sido el que más adhesiones ha recibido en esta ocasión. Un 28% de los electores prefirieron quedarse en casa, superando al número de votantes de la CDU (27,3%), aunque no a la adición de CDU y CSU (33,8%). El momento álgido de la participación se dio en 1972, cuando alcanzó el 91,1% y el momento más bajo, con las primeras elecciones después de la unificación, en 1990, con el 77'8%, cinco puntos más que ahora. La mayor parte de los abstencionistas fueron votantes en las anteriores elecciones de los dos grandes partidos. Nada menos que 2,1 millones de votantes socialdemócratas se quedaron en casa, pero también lo hicieron 1,1 millones de democristianos. La abstención suele ser la estación intermedia antes de cambiar de voto, una acción a veces difícil cuando la migración es entre partidos muy diferenciados o incluso polarizados. El desgaste de la Gran Coalición ha conducido a muchos votantes descontentos a quedarse en casa. Lo más probable es que la próxima vez voten a otro partido, quizás a alguno de los tres pequeños -FDP, Verdes y Die Linke-, consolidando todavía más el cambio que ahora ha empezado de forma estruendosa. Pero el fenómeno de la jornada no fue la victoria de Merkel, ni siquiera la irrupción la nueva estrella del firmamento político que es el liberal Guido Westerwelle. El acontecimiento histórico que va más allá incluso de los 60 años de la muletilla es el hundimiento del SPD, el partido de Helmut Schmidt y Willy Brandt, cuya historia se confunde con las del movimiento obrero y del socialismo democrático. Su resultado, ese 23% de votos, está cinco puntos por debajo del peor resultado en la historia electoral de la República Federal, que fue el de 1953. Además de desterrarle a la oposición y de abrir una crisis que le obligará a cambiar de dirección, de programa y de alianzas, estas cifras han disparado todas las alarmas en Alemania y en toda Europa. ¿Por dónde pierde votos el SPD? Por todos los lados y edades y en todas las direcciones. Es algo así como la implosión de un partido. El grueso de las fugas se dirige a la abstención. La transferencia más importante a otra fuerza es la que lleva 1.110.000 votos a Die Linke. También hay transferencia hacia los Verdes, 860.000 votos, la fuerza más beneficiada de las caídas anteriores de los socialdemócratas. Un número muy importante de votos, casi 1.400.000, van a las fuerzas del nuevo gobierno liberal-conservador, repartidos así: 870.000 para la CDU y 520.000 para el FDP. El SPD sale de estas elecciones como el mayor de unos pequeños que se han convertido en medianos y no como el igual del otro grande que era hasta ahora. La pérdida total ha sido de 6,2 millones de votos, lo que le sitúa, con su porcentaje del 23%, muy lejos del volumen que se considera característico de los partidos de masa o Volkspartei. Hace sólo 11 años, el SPD obtuvo un 41% y 20 millones de votos, el doble que ahora. Desde entonces ha entrado en una pendiente, con pérdidas en cada elección sucesiva. La erosión del voto popular socialdemócrata afecta directamente a los trabajadores industriales, que han dado el 28% de sus votos a la CDU-CSU, por encima del 24% al SPD y el 18% a La Izquierda. La deserción de los jóvenes es otro de los datos preocupantes para el futuro del partido. Entre 18 y 24 años el SPD ha perdido un 20% de votos, muy por encima del 11% de su caída. La única franja de edad en la que el voto desciende más suavemente es la de mayores de 60 años, donde sólo baja un 7%. La CDU-CSU también ha sufrido lo suyo, pero el premio de la cancillería y del Gobierno basta para compensar todos los disgustos. Su 33'8% es la segunda caída consecutiva y también el peor resultado de la historia (siempre haciendo abstracción de las primeras elecciones de 1949, todavía entre las ruinas de la guerra y en medio de la mayor precariedad e inseguridad políticas). Un caso peculiar es el de la CSU, el partido bávaro hermano acostumbrado a votaciones plebiscitarias. El domingo arrasó en todas las circunscripciones bávaras, obteniendo todos sus correspondientes mandatos directos, y obtuvo una cifra del 42% regional (6,5% a nivel nacional), que para sí querrían muchos partidos en todo el mundo. Pero ha perdido un 6,7% en esta elección, después de una caída del 9% en las generales de 2005; y, lo que es más deprimente para el risueño conservadurismo bávaro, tras perder hace ahora un año la mayoría absoluta en el Parlamento regional que venían manteniendo desde 1958. El dato central sobre el cambio de sistema lo proporciona la dispersión del voto que viene registrándose desde las elecciones de 2005, cuando la suma de los votos obtenidos por los dos grandes partidos fue ya la menor de la historia, un 69,4%, que quedaba muy lejos del pico del 91,2% de 1976 y del habitual comportamiento por encima del 80%. Este domingo, entre los dos sumaron sólo el 56,8%, cifra que consagra el final del bipartidismo. El aumento de la desafección hacia los dos grandes partidos y el traslado de voto hacia los tres pequeños tiene una fuerte componente generacional. Los mayores de 60 años siguen votando según las reglas del bipartidismo que han vivido toda su vida, mientras que las dos franjas generacionales de votantes más jóvenes desertan en masa y se pasan a los nuevos partidos. Buceando en el mapa electoral puede observarse como el FDP casi iguala al SPD en un Estado tan poblado como Baden-Würtemberg. Die Linke empata con los socialdemócratas en Berlín, les supera en cuatro de los seis länder del Este (Sajonia, Turingia, Sajona-Anhalt y Brandeburgo) y anda a su zaga en Mecklengurbo-Prepomerania y Sarre, este último en el Oeste. Die Linke supera la barra del 5% en todos los Estados, lo que le sitúa en una posición excelente para seguir avanzando y entrando en gobiernos regionales y locales. Un partido cargado de historia se está hundiendo, pero con él se hunde también el sistema bipartidista que ha dado estabilidad a Alemania durante los 60 años de fundación de la república que ahora se celebran. Gran parte de las novedades de este domingo de deben a los cambios sociales y económicos que ha experimentado Alemania y el mundo en las últimas décadas, como la globalización o la desaparición de las clases sociales tal como se configuraron en el siglo XX y su sustitución por otras formas de estratificación social. Pero otra parte de estas novedades son el fruto tardío de la unificación alemana, que abrió las puertas primero a un cuarto partido, los Verdes, y luego a un quinto, Die Linke. Ahora, justo 20 años después de la caída del Muro regresan al poder los liberales con la fórmula llamada de pequeña coalición que más tiempo ha dirigido el Gobierno en estas seis décadas. En asociación con los conservadores han estado en el poder 21 años, y con los socialdemócratas 13; un total de 34 sobre 60. Pero ahora ya no será lo mismo: el partido de Guido Westerwelle no es la tercera fuerza entre dos grandes, sino el tercero de cinco, en un panorama en el que ya se atisba una sexta fuerza que empuja, aunque por el momento se vista de pirata y pida sólo la máxima libertad en la comunicación digital. El SPD se hunde, pero es el entero sistema político el que se encuentra en plena transformación. Será un sistema menos estable y más plural. Y no tiene por qué ser peor, como temen muchos alemanes con el recuerdo siempre vivo de la República de Weimar que precedió a la subida al poder de Adolf Hitler.



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30 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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