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Cambios

Nuevo cambio en mi partida de nacimiento. Tras la fecha http://www.elboomeran.com/blog-post/2454/16705/francisco-ferrer-lerin/partida-de-nacimiento/ se suma ahora el nombre de pila; Francisco de Sales es el que consta en el documento pero, después de la experiencia vivida este mediodía, he decidido sustituirlo por Francisco de Asís. 

 

Avanzaba por un barbecho, con una gran bolsa de plástico repleta de despojos cárnicos, alimento para aves necrófagas, cuando un grupo de ellas, catorce buitres leonados, se ha posado en el punto exacto en el que acostumbro a dejar la carne y, mirándome con rostro en extremo afable, han ayudado a reventar la bolsa, anudada de forma excesiva y, tirando de las piltrafas que aparecían, han resuelto la dura labor en pocos segundos, mientras otros congéneres llegaban formando una nerviosa y ruidosa rueda en torno a mi persona. Vacía la bolsa, doblada para llevarla al coche, terminada la pitanza, los buitres se han apartado para facilitarme el paso, al tiempo que esbozaban una sonrisa de agradecimmiento y ensayaban un respetuoso saludo de despedida. 

 

Además, pienso que el cambio de nombre evitará los chascos que se llevan amigos y acreedores cuando todos los años me felicitan el 4 de octubre, día del santo umbro.

 

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10 de octubre de 2020
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La Academia Sueca le concede el Premio Nobel de Literatura a Homero

Mi madre y yo nunca olvidaremos 

el día en que la Academia Sueca 

tuvo finalmente la dignidad y el acierto 

de darle el Premio Nobel 

de Literatura a Homero.

(Fue hace tantos años...,

muchos más de los que tengo,

aunque os resulte extraño).

 

Los griegos se lo agradecen 

y se lo agradecemos todos 

los habitantes de la Tierra.

Mi madre vio la primera luz en Quíos 

donde es sabido que nació 

el poeta más grande de todos los tiempos.

 

Siempre recordaré las lagrimas de mi madre,

y mis propias lágrimas cuando Homero, 

indescriptiblemente viejo,

mas viejo que los troyanos y los aqueos,

más viejo que el invierno

y casi más viejo que Dios,

recibió el galardón de manos del rey sueco.

El poeta derramó las lágrimas

más gratas de su vida

y con voz temblorosa dijo:

He dejado en la memoria

de los hombres un clamor

que no cesa con los siglos.

Hablé de odio y del amor

y he sido a mi manera

amable, cálido y profundo.

He buscado una patria

pero nunca pude hallarla

porque mi patria es el Mundo.

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8 de octubre de 2020
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Moneda y cara

Fui en septiembre a la Casa de la Moneda antes de que fuera demasiado tarde. Se trata de un edificio algo mesopotámico que ocupa una gran manzana del madrileño barrio de Salamanca y se visita, excepto la parte donde se fabrica el dinero. Yo no iba a por él. Iba a ver sus orígenes, su variedad universal, las artes que realzan su valor real, y también para comprobar su caducidad. No quiero despilfarrar adjetivos, pero tampoco ser avaro: el museo es uno de los más extraordinarios que hay en Europa. Tan bien presentado, tan poco ostentoso siendo tan rico; el más didáctico y el menos apodíctico. Al final de sus salas, jalonadas de hermosas máquinas monetarias de todos los siglos, está el XX, y, entre raras monedas de países remotos, el devenir de la peseta y sus transformaciones locales durante la guerra civil; el llamado "dinero de emergencia". Hasta que, en un lateral cuyo encantador artilugio de paneles móviles que suben y bajan quizá sea metafórico, las muestras de los euros del siglo XXI.

Al salir tomé el bus, y al pagar me fijé, por contaminación iconográfica, en las caras. Euros griegos de diosas mitológicas, euros franceses con las tres palabras republicanas, el rey de los belgas en la moneda de un euro; la de 50 céntimos tenía en el reverso a nuestro Cervantes, con menos poder adquisitivo del que los italianos le dan al Dante (dos euros). Y los discutidos borbones: en la de 2 Juan Carlos, Felipe, más filial, en la de 1. Es de imaginar que el fin de la monarquía preconizado por algunos también las afectaría; el borrado de rostros, como el derribo de estatuas, el cambio de los nombres de hospitales, escuelas y museos. Lo del dinero será menos traumático si la tendencia a no usarlo en papel o metal se impone a la larga; ¿llegaremos a ver tarjetas de crédito con efigies de banqueros? Todo eso si el día de ira anti-monárquica aún nos queda dinero contante para gastar. Si no será el momento de volver a esa Casa donde la historia cabe entera y sin odios.

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8 de octubre de 2020
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Retorno a Ferrara I

En mis años de estudiante en París, leí El jardín de los Finzi-Contini de Giorgio Bassani, que es mucho más que una esplendida novela. Sintetizo el núcleo del relato:
En esos años 38-39 en los que la guerra se intuía, y las leyes raciales iban mermando los derechos de los ciudadanos italianos de origen hebreo (muchos de ellos no obstante afiliados desde el origen al partido fascista), Giorgio, un joven estudiante de letras hijo de la pequeña burguesía, al ser excluido de la biblioteca pública encuentra refugio en la biblioteca privada de una privilegiada familia, los Finzi-Contini, que parece no ser afectada por la segregación. El joven comparte también las partidas de tenis en el jardín con los hijos del profesor Ermanno (el propietario), Alberto y Micòl por la que experimenta una gran atracción. Mas adelante, las leyes raciales se radicalizan y acaban por arrastrar también a la familia Finzi- Contini al abismo, siendo deportada a los campos de concentración.  
 

Bassani declaró en cierta ocasión que él no había inventado la temática ni los personajes, sino que estos le habían interpelado, como exigiendo que se les contemplara y escuchara. De ahí que, efectivamente, más que una ficción, el relato parezca constituir una crónica sobre acontecimientos sucedidos en la Ferrara de los años de infancia y primera juventud de Bassani, lo cual lógicamente no excluye cambios en los nombres y recurso a los procedimientos literarios consistentes en sintetizar rasgos de personas diferentes en una sola, en especial en lo que concierne a una de ellas:
Poco antes de morir, Bassani reconoció explícitamente que los personajes eran auténticos, excepto ...Micòl, una creación de su mente "Riassume un certo numero di donne che Bassani ha amato e frequentato" declaró al diario La República (13 de junio 2008), la escritora ferrarense Roseda Tumiati.

Los estudiosos que han tenido acceso al archivo nazi de Bad Arolsen nos indican que (catalogado como protocolo número 598504) consta el nombre de Silvio Finzi- Magrini hijo de Mosé y Fausta Artom (en la novela Mosé y Josette Artom) nacido en Ferrara el 8/1 1881, quien sería sin lugar a dudas el profesor Ermanno, mientras que bajo los nombres Alberto y Micòl, se encubrirían, parcialmente al menos Giuliana y Uberto, hijos de Finzi- Magrini.

Pero el nombre Magrini no es arbitrariamente sustituido por el de Contini. En el cementerio hebraico de Via delle Vigne en Ferrara se encuentra hoy la tumba del propio Giorgio Bassani, no lejos de la cámara mortuoria dedicada a la memoria de los conducidos a los campos de exterminio. Antiguamente llamado Orto-degli Ebrei, el terreno fue adquirido por la comunidad hebrea en el siglo XVI, y el portal de la entrada fue restaurado en 1911 por el arquitecto Ciro Contini. Cabe pues conjeturar que los nombres mismos de los protagonistas son (parcialmente al menos) intersección de nombres de personas de la comunidad hebraica, habitantes de la ciudad o que la visitan periódicamente, concretamente desde Venecia. 

Alterados quizás también los nombres de la esposa del profesor Ermanno y de la madre de esta, en la novela respectivamente Olga y Regina, de la familia de los Herrera venecianos, que incluye también a otros dos personajes del relato, los tíos de Micòl y Alberto, Giulio y Federico Herrera, que a intervalos visitan Ferrara. 

" Da Giovanni, Ristorante Italia", que Giampi Malnate (el otro protagonista ajeno a la familia) frecuenta en la novela, existía ya en las inmediaciones del Castello de Ferrara, De hecho el local, acogedor en su clasicismo y severidad, aun seguía activo cuando visité la ciudad en un gélido diciembre de 1973, con Ferrara semiparalizada en razón de la crisis petrolífera de ese invierno, que había llevado a las autoridades a restringir la circulación y los hoteles economizaban al máximo la calefacción.

Y en esta segunda lectura de este entrelazamiento emblemático de emoción subjetiva y tragedia colectiva que es "El jardín de los Finzi- Contini", percibí con mayor acuidad la importancia de que los protagonistas arrastren el destino de españoles sefarditas, arraigados en Ferrara y en Venecia, como resultado en última instancia de un episodio trágico, una llaga nunca suturada, que ha marcado profundamente nuestra historia (ya fuera como obsesiva denegación de pertenencia), consistente en haber repudiado una de las comunidades constitutivas, me atrevo a decir, de nuestra alma. 

Este vínculo, operando de manera más o menos inconsciente es quizás una de las claves del singular impacto que en los lectores de nuestro país tuvo El jardín de los Finzi-Contini. Recuerdo una evocación casi emocionada del poeta Narcís Comadira (creo recordar que de visita en París) en conversación con el filósofo y biólogo Ferrán Lobo.

Hablaban de esa Ferrara provinciana y cargada de historia como si fuera un lugar connatural, y de esa familia hebrea cerrada sobre sí misma que eran los Finzi- Contini, como si de un origen propio cargado de especular prestigio se tratara.

Judíos, políticamente au dessus de la mêlée, y sin embargo víctimas del fascismo, distanciados de la Italia cotidiana, pero participando de su cultura profunda, entremezclada con la cultura universal. Micòl Finzi Contini proyectando un doctorado sobre Emily Dickinson en Ca Foscari, la universidad de Venecia, ciudad dónde sus tíos, los hermanos Herrera (respectivamente ingeniero y médico tisiólogo) guardaban la memoria de su origen y en la sinagoga el uno hacía advertencias al otro "mezzo in véneto mezzo in spagnolo (Giulio alevantate, ajde! E procura de far star in pie anca il chico...Edición Feltrinelli Universali Economica, Milano 2012 p. 31).

Pero a fin de captar hasta qué punto nuestra lengua es uno de los trasfondos del relato, hasta qué punto se halla presente una España perdida para los protagonistas y para nosotros, he de hacer referencia a una variante respecto al final de la novela:
El lector recordará que el protagonista Giorgio, tras vagabundear de noche sin meta por la ciudad, llega hasta la casa de los Finzi- Contini, salta el muro y se acerca a la cabaña dónde sospecha que su amada Micòl puede estar en compañía de su amigo común, el comunista Giampi Malnate. Sin embargo este encuentro amatorio no pasa de ser una conjetura pues "estimando que ya era hora de serenar mi alma (...) dando la espalda a la Hütte me alejé entre las plantas del lado opuesto" (traducción de Juan Antonio Méndez, Acantilado 2017 página 292).

En el film de Vittorio de Sica en el que Micòl, interpretada por Dominique Sanda, al percibirse de la presencia de Giorgio en la ventana, enciende la luz, mostrando su cuerpo desnudo, con una expresión de dureza en el rostro, a fin de que Giorgio asumiera las palabras que meses atrás le había dirigido, a saber que Giorgio estaba ‘a su lado', ¿entendía?, no ‘frente a ella', mientras que el amor (...) era cosa de gente decidida a superarse mutuamente. Un deporte cruel, feroz, mucho más cruel y feroz que el tenis" (idem pgs.24-25).

En esta divergencia respecto al texto reside quizás una de las claves de que Bassani afirmara no reconocer su novela en la película, sentimiento que habrán experimentado muchos lectores, que preferirán el "quien sabe" con el que el narrador responde en el epílogo a la pregunta "¿qué hubo en fin entre ellos dos?" Pues bien:

El profesor Sergio Parussa, del Wellesley College de Boston, que ha investigado en los archivos de la fundación Giorgio Bassani de Ferrara, fue autorizado a hacer público en el Corriere della Sera del 18 de junio de 2018, fragmentos de un cuaderno en el que el final es diferente. El narrador se acerca efectivamente a la cabaña, acerca su oído a la pared y puede oír la conversación entre los dos amantes, de hecho (como indica el profesor Parussa) Micòl imparte a Malnate "una breve lezione di lessico amoroso" que como veremos no es necesario traducir:
" I capelli sono los ‘caveos' " diceva Micòl (...) gli occhi, ‘los ojos', le orecchie, ‘las orejas' (...) questo qui e ‘la nariz", rispondeva Micòl accentuando il suono fricativo de la zeta (...) i denti sono ‘los dientes', il petto ‘el pecho', la pancia ‘la tripa'(...)se dice ‘tengo dolor de tripa'. In casa diciamo esattamente così" .

"E questa?", domandó Malnate "Avra pure un nome, no?" (...) "la ‘delantera' si chiama (...) e il tuo coso, li, sai come si chiama? ‘La huàia'".

En el evocado film de Vittorio Da Sica (a mi juicio bellísimo, no hay por qué compartir todos sentimientos de un escritor admirado), Los Finzi-Contini son reunidos por la policía fascista junto a los otros miembros de la comunidad hebraica, a cuyos ojos parecían tan altivos, en una escuela desde la que se divisa la ciudad, y una canción sefardita acompaña a la cámara que se desliza sobre los techos de Ferrara. La escena parecía dirigirse a los españoles de mi generación que, leyendo la novela de Bassani, también nos sentíamos parte del grupo que "frecuentavano la casa di corso Ercole I d' Este a Ferrara".

 

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8 de octubre de 2020
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La esperanza como mandato

Susan Sontag y Walter Benjamin compartieron la pasión por coleccionar libros y ruinas, además de habitar una personalidad torturada y vivir bajo el yugo de su hiperexigencia. Ambos estuvieron marcados por el infortunio, que los atornilló a los límites, pero a la vez los empujó hacia arriba: Sontag, huérfana de padre, enferma de cáncer; Benjamin, un hijo de la burguesía acomodada que acabó viviendo en la miseria económica, atraído por el hachís y la pulsión de la muerte. Los dos abrazaban un ideal de alta cultura que les ofrecía la llave de la independencia intelectual, aunque les exigiera dejar atrás orígenes e ideología -el sionismo y judaísmo de Benjamin, el comunismo de Sontag-.
 

Las frases de una y otro que ahora hallo en sendas bio­grafías recién aparecidas, Sontag. Vida y obra, de Benjamin Moser (Anagrama), y Walter Benjamin. Una biografía (Gedisa), de Bernd Witte, podrían hilvanar un diálogo oportuno en nuestra época. Benjamin consideraba que el único placer del melancólico era la alegoría, a su vez una forma de leer el mundo. Y en su ensayo, Bajo el signo de Saturno , ­Sontag que tenía en un altar a Benjamin admitía: "Puesto que el temperamento saturnino es lento, propenso a la indecisión, a veces hay que abrirse paso a través de él con un cuchillo". Hay algo terrorífico en esta ex­presión, una especie de autovio­lencia que se infligen quienes ven el ­mundo con distancia y acaban decidiendo que no forman parte de él, aun sin perder la ambición de influenciar en su rumbo.

En la primavera de 1940, Benjamin, que ya ha acusado al capitalismo y al socialismo de la explotación salvaje de la naturaleza, mira la imagen de un cuadro de Klee - Angelus Novus - y se da cuenta del fracaso de la historia y del suyo propio. El ángel de ojos ­desorbitados quiere irse mientras las ruinas alcanzan el cielo. "Esa tem­pestad es lo que llamamos progreso". Pero la desesperación ya no anidaba en su alma. Witte escribe: "Y sin embargo, Benjamin conservaba la esperanza"; a la manera de Kafka, quien dijo: "Hay infinita esperanza, pero no para nosotros". Este año se conmemora el 80 aniversario de su muerte.

Entre el materialismo dialéctico y su profundo sentido espiritual, se muestra un hombre que teme la suerte que puedan correr sus manuscritos, obsesionado por el coleccionismo, pero que acaricia al tiempo la esperanza de que la humanidad se salve. Bien conocido es su final, su suicidio con morfina en un pequeño hotel de Portbou, pocos días después de que la ocupación alemana llegase a París. Nunca se encontró la maleta con sus originales. Por su parte, Sontag luchó con todos los cuchillos a su disposición contra el cáncer. Cuando ya no soportaba la medicación y se la retiraban, cuenta Moser, exclamaba: "No quiero rendirme, dadme otra medicación". En sus últimas noches de agonía, soñaba que Hitler la perseguía.

Sontag y Benjamin perseguían un humanismo no idealista sino real, y formularon unas nuevas perspectivas para la estética. Sin embargo, vivieron sus luchas interiores con obstinación y melancolía. Sontag se apartó del comunismo a partir de su relación sentimental con Joseph Brodsky. El poeta había sido condenado a un campo de trabajo en el Ártico ruso, donde pasó 18 meses, y fue liberado gracias a una presión internacional en la que incluso llegó a intervenir Sartre, entonces proestalinista. Una vez en EE.UU., se entregó a "cultivar la tradición literaria universal". Me encuentro con el poeta ruso en otro libro de un contemporáneo, traductor de Grossman: Jorge Ferrer. En sus adictivas crónicas Días de coronavirus (Hypermedia), escribe sobre él y detalla el tiempo en que estuvo confinado en una media habitación, en la Liteini Prospekt de Leningrado. También cuenta el correo que recibe en plena pandemia de una periodista neoyorquina que fue amiga de Brodsky y charlaba con él en su planta baja de Morton Street. Y una vez narrada la epifanía, añade: "El virus te da y el virus te quita".

La resistencia es uno de los valores que ensalza una sociedad cada vez más abatida. Y los melancólicos estamos obligados a mirar la realidad de frente, sin paliativos. Pero debemos regresar a la vez a las raras avis de la historia, como Benjamin y Sontag, dos magníficos ejemplos del pedalear contra los propios demonios, y del hambre de revertir un orden tembloroso que negaba la condición esencial de la humanidad, por ello acabaron desvistiendo los pesados ropajes de la ideología radical.

Hoy el paisaje no es ruinoso a pesar de haberse fracturado la flecha del tiempo, porque la pandemia ha empezado a tejer un nuevo sentido de comunidad en plena crisis del capitalismo tardío. El consumo desaforado, la hiperproductividad, los peces muertos en el mar Menor, los bosques ardiendo en la Amazonia y las abejas en peligro de extinción informan acerca de la desastrosa normalidad en la que vivíamos. En el vértice de la pirámide, los dirigentes se atropellan unos a otros, extendiendo la desconfianza entre los ciudadanos. Apenas se escucha a los intelectuales. ¿O no tienen nada que decir? Pero nosotros, los melancólicos optimistas, estamos obligados a man­tener la esperanza, aunque sea la de los demás.

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7 de octubre de 2020
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Pensar el caos

Cifras y promedios, estadísticas y previsiones, funciones exponenciales, comparativas por regiones y países... Líneas que representan flujos de movimiento, mapas de colores con manchas mutantes a medida que pasan los días y que dividen el mundo entre enfermedad y salud, miedo y seguridad, emergencia y normalidad. Donde me encuentro, en una Cracovia también sujeta a las medidas de distanciamiento social y de reducción de movilidad, empiezo la mañana con una nueva tentativa de penetrar en el lenguaje matemático de la pandemia. Mediante gráficos y números, se hace visible un universo microscópico al que hasta hace poco hacíamos caso omiso, como si seres humanos y murciélagos, pangolines o gorilas fueran islas inconexas entre sí, cuando, como subraya el divulgador científico David Quammen, estamos unidos por la historia evolutiva y por tener que coexistir en un pequeño planeta. El modelo imperante de crecimiento económico, devorador de ecosistemas, ha propiciado los brotes de epidemias y su expansión. En estos tiempos denominados Antropoceno, en los que ante la avalancha de desastres mirar para otro lado se convirtió en la norma, este virus debería activar nuestra conciencia global.
 
Todo aquello de lo que hoy nos alertan epidemiólogos y médicos no difiere mucho de lo que venían advirtiendo científicos de otras disciplinas: el cambio climático y sus riesgos eran ya una realidad, y el punto de no retorno se acercaba, inexorable. No hace tanto que se ridiculizaba a una activista medioambiental que dio rostro a las protestas contra el calentamiento global. La economía mundial, al parecer, no podía redefinirse, y mucho menos pisar el freno. Resulta que ahora aquellos que desoían, burlones, a la joven sueca, después de que una gran parte de la población mundial fuera confinada, tuvieron que replantearse su engreimiento ante el cierre de comercios y aeropuertos, la parálisis de la industria o la pérdida de empleos. La atmósfera por fin respiró aliviada. Despertemos y veamos lo que esta crisis sanitaria nos ha revelado: el sistema que se creía inmune a las catástrofes, tijereteado por los recortes, era un equilibrista sobre el abismo.

Los "héroes", según Platón, se definían por ser capaces de preguntar. En la actual era pandémica deberíamos mostrarnos "heroicos", en el sentido de saber formular las preguntas correctas, a salvo de ese otro virus que emponzoña nuestra vida pública. Me refiero al de la polarización y el enfrentamiento que, si por un breve instante pareció eclipsarse, no tardó en aflorar de nuevo. El nombre "héroe", añadía el filósofo griego, no se aleja demasiado del de "amor" (eros). Semidioses, los héroes nacieron del amor entre un dios o diosa por un o una mortal. A médicos, enfermeras, limpiadores y demás servicios públicos los hemos elogiado llamándolos héroes por su predisposición a "amar" mediante el cuidado. Y ellos, aun agradeciendo aquellos aplausos, nos recordaron que también son mortales y que trabajaban sin el equipamiento necesario para hacer de dioses.

El descrédito de las humanidades discurrió en paralelo a la merma de recursos para la ciencia. Son los dos saberes que guían la buena toma de decisiones. Tanto el primero como el segundo coinciden en subrayar la importancia de lo concreto. Y así lo expresaron médicos escritores como William Carlos Williams -"no hay ideas sino en las cosas"-, Mijaíl Bulgákov -"un hecho es la cosa más obstinada del mundo"- o Antón Chéjov, que exhortaba a los lectores a "no generalizar, a prestar atención a los detalles, a centrarse en lo particular". Hoy, lo concreto son las mascarillas y los respiradores -estos últimos en manos de un oligopolio-, pero también las buenas preguntas.

Debemos pensar.

 

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5 de octubre de 2020
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El hombre que murió en una estación

El encuentro al que me voy a referir tuvo lugar a finales de 1981, cuando Paul y yo éramos estudiantes. Él en la Sorbona y yo en la EHESS. Paul estaba redactando una tesina sobre las pasiones en Tolstoi y conocía a algunos rusos que habían llegado a París en 1917. Eran seres extraños y trágicos, que agotaban los últimos años de su vida en habitaciones miserables y totalmente olvidados. Uno de ellos era especialista en Tolstoi, se llamaba Sergey Ulanov y fuimos a verlo. Sergey nos recibió en su cuarto, gélido y austero como una celda monástica. Tres paredes se hallaban repletas de curvados anaqueles llenos de libros en ruso, que creaban en el recién llegado una paradójica sensación a medio camino entre la solidez y la oscilación. Daba la impresión de que, más que en una habitación, te hallabas en un barco a la deriva pero de algún modo habitado por la razón. En alfabeto cirílico, podían leerse nombres como Platón, Aristóteles, Montaigne, Spinoza, Descartes...

Sergey calentó agua en un hornillo de gas, la vertió después en una palangana, se sentó en una silla de madera, y metió sus pies desnudos en la jofaina. Al detectar el asombro que nos producían sus movimientos, Sergey sonrió levemente y nos dijo:

-Hijos míos, supongo que ya sabéis que la muerte empieza en los pies. Yo la combato con agua caliente. ¿Queréis hacer lo mismo? Tengo una jofaina más y una cacerola...

Le dijimos que no. Sergey ya sabía que mi amigo venía dispuesto a hablar con él de Tolstoi, de modo que, sin más preámbulos, nuestro decrépito y sabio anfitrión comentó:

-La culpa puede parecernos un problema moral, pero es más interesante tratarla como un tema filosófico. ¿Qué es la culpa? Para nuestros antepasados la culpa era simplemente una falta, sin embargo  con el correr del tiempo ha pasado a convertirse en un fenómeno de la conciencia, y así para nosotros la culpa no designa una falta, un error o una carencia, ya que ha alargado considerablemente su esfera semántica y tiende a hacer referencia a la conciencia, más bien dolorosa, que sentimos al examinar nuestras faltas, nuestros errores y muestras carencias. De la falta sin más, pasamos a la conciencia mortificante de esa falta, y del error en su más pura simpleza, pasamos al dolor psíquico que sentimos por haberlo cometido. También podemos experimentar una culpa general que se apodera de todas las dimensiones de la vida, una culpa in abstracto, sumamente demoledora.

-Si ahora mismo Nietzsche estuviese con nosotros, nos diría que la culpa es una emoción inútil. ¿Lo es? -me atreví a preguntar.

Sergey me miró casi con lástima, pidió a Paul que vertiese más agua caliente en la jofaina, y apuntándome con su ojos azules y penetrantes, musitó:

-Deja que te diga una cosa, hijo, si todos esos nazis que procedían del catolicismo como Heydrich y Hitler (que hicieron la primera comunión y que asistían a la misa dominical hasta bien entrada la adolescencia) hubiesen padecido fuertes ataques del culpa, sí, de culpa católica, apostólica y romana, seguramente no hubiesen llegado tan lejos en su empeño de convertir la tierra en un infierno, pero resulta que la culpa se evaporó de sus almas, milagrosamente, y abrieron de par en par las puertas de horror. Hablo desde el agnosticismo, claro está. A pesar de mi origen ruso, soy devoto del racionalismo francés, circunstancia que no me impide plantearme el problema de la culpa desde el punto de vista de la economía emocional y moral. ¿Y todo esto para qué?, os preguntaréis

-Sí, nos lo preguntamos, y adivinamos que su reflexión va siguiendo un sendero más o menos definido -musitó Paul

-Sí, el sendero definido por Tolstoi. Su existencia es la prueba de lo mucho que puede cambiar una vida en el transcurso del tiempo. Hay en nuestro ser ámbitos inmodificables, y ámbitos que pueden alterarse más de lo que creemos, y que dependen mucho de nuestra experiencia social y personal. Si dividimos la vida de Tolstoi en tres períodos, el primero fue arrogante, estúpido, narcisista. Tenía sed de gloria... Qué sed más patética, ¿no es verdad? Primero de gloria militar y después, por derivación, de gloria literaria. La espada dejó paso a la pluma. Tolstoi nunca llegó a encajar del todo esa metamorfosis, que se le antojana poco viril. Normal... Aunque Tolstoi nunca fue un escritor genuinamente romántico, o digamos mejor casi nunca, vivía envuelto en la atmósfera densa y tóxica del romanticismo... Golpeaba a los siervos, se sentía feo, sucio, ignorante y lleno de lagunas... Por cierto, hallándose en París, fue a visitar a su amigo Turguénev (el que le había abierto las puertas de San Petersburgo), y tras una discusión con él lo retó a un duelo... La discusión tuvo lugar en el hotel Marigny, que más tarde se convertiría en un burdel financiado por Proust... Afortunadamente, el duelo no tuvo lugar. Imaginad que se lleva a cabo y mueren los dos... Tolstoi tenía entonces veintinueve años y era una celebridad, pues ya había escrito Infancia, Adolescencia y Juventud, además de la trilogía de Sebastopol... Doce años después, en 1869, tiene una revelación...

Paul miró a Sergey con atención mientras sacaba de su bolsillo un paquete de hebra holandesa. Nuestro anfitrión le pidió a mi amigo tabaco y lió un cigarrillo con una sola mano y a gran velocidad.

-¿A qué revelación se refiere? -preguntó Paul.

-Pues a la revelación de la finitud de la vida -respondió Sergey-. De pronto Tolstoi se percató, a los cuarenta y un años, de que era un ser mortal. En general, solemos llegar a esa conclusión mucho antes, pero es bueno advertir que en algunos asuntos nuestro escritor no era precisamente un lince. Ahí reside el encanto de algunos escritores excelentes, en sus asombrosas limitaciones. ¿Sabéis que Proust no sabía que Dostoyevski había escrito Los hermanos Karamazov? Es casi imposible no saberlo, pero siempre hay excepciones admirables, que nos dejan boquiabiertos. Nos hallamos ya en el segundo período de la vida de Tolstoi, el del descubrimiento de la muerte...

-Supongo que fue el año en que buscó el amparo filosófico de Schopenhauer... -comentó Paul.

 -Exactamente. Cuando te asusta la muerte resulta conveniente el consejo de un gran demoledor. Te vuelves más nihilista, pero también más valiente. Cuatro años después comienza a escribir Ana Karenina. Tras publicarla, empieza a detestar toda su obra anterior, con ese desprecio inconmensurable, aterrador, que solo sienten a veces los grandes autores. ¿Y si toda su vida hubiese sido una equivocación? Estoy hablando del momento en el que la culpa adquiere en él dimensiones absolutas, y absolutamente abstractas, que lo abarcan todo, su vida y la del universo. Un proceso de conversión y demolición que lo conducirá hasta Resurrección, que como bien sabéis vio la luz en 1899. Diez años después, el gran León morirá, como su heroína fundamental, en una estación. El padre de Tolstoi, había muerto también fuera de casa, en plena calle, y fuera de casa había muerto Anna Karenina, la misma que pensaba que “todos hemos sido creados para sufrir; que todos solemos inventamos medios para engañarnos a nosotros mismos. Y cuando vemos la verdad no sabemos qué hacer”. ¿Recordáis dónde tuvo Ana esos pensamientos? -preguntó Sergey.

-En el último tren al que se subió en su vida -respondió enseguida Paul-, en el tren que la llevaba a la estación de la muerte.

-Efectivamente. Y ahora viene la gran primicia, muchachos... Mi padre, Dimitri Ulanov, era el jefe de la remota estación en la que acabaron los días de Tolstoi. Él lo vio sentado en un banco de un gélido andén de la estación de Astapovo. Mi padre me contaba que Tolstoi hablaba con el fantasma de Ana Karenina. Tolstoi comprendía la desesperación de Ana, su último viaje, la decisión final cuando ve a lo lejos el tren mercancías que acabará con su vida. Mi padre temió que Tolstoi pudiese hacer lo mismo que su heroína, y corrió hasta su despacho en busca de ayuda. Entre dos hombres lo trasportaron hasta un cuarto de la estación, donde murió no mucho después. Mi padre llegó a casa llorando y nos contó lo ocurrido. Yo acababa de cumplir diez años, y desde entonces soy un devoto de Tolstoi, ese gran explorador de la vida y de la muerte, ese gran explorador de la culpa: la primera y la última dimensión del alma partida.

Tras el torrente de palabras, Sergey se calló y nos miró con sus ojos dolientes y vivos. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que nos hallábamos ante un hombre absolutamente emocionante y conmovedor, y agradecí a Paul que me hubiese llevado hasta su casa. Tan solo un año después, Sergei moría en la estación de Saint-Lazare. Al parecer lo habían echado de su querida buhardilla en pleno invierno y anduvo varios días perdido por París, falto de razón y de abrigo. Murió sin dolor, como dicen que les ocurre a los que mueren de frío.

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4 de octubre de 2020
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Periodismo pandémico: ¿Qué hacer en confinamiento?

Por más de 30 años he estado enseñando y practicando el arte de contar historias reales.

“Gástense las suelas de sus zapatos, sientan el viento y la lluvia y los rayos del sol”. En redacciones y aulas de América Latina y más allá, esto era lo que profesores y editores les decíamos a nuestros reporteros y alumnos: que salieran de la “zona de confort” para encontrar las historias que los sorprendieran a ellos tanto como a sus lectores. 

¿Y ahora qué? ¿Qué es lo que debemos pedirles que hagan, cuando salir a la calle es peligroso y poco recomendable?

Este semestre estoy enseñando “Crónica,” la palabra que usamos en Latinoamérica para referirnos a una pieza larga que se adentra en una cuestión noticiosa contando una historia, en el pre y posgrado. Por primera vez, no puedo enviar a los alumnos a los lugares donde suceden las cosas que tienen que contar, sino que debo pedirles que se queden en casa. ¿Cómo ayudarlos a que cuenten el mundo si no pueden entrar a las casas, las fábricas, los templos de oración y las escuelas? ¿Cómo pedirles que describan cómo huelen los lugares donde la gente vive si no pueden ir?


Ya es suficientemente difícil reinventar el aula y enseñar y aprender desde las pantallas frías. Ya es duro evitar la sala de redacción y trabajar en conjunto con colegas que están en sus dormitorios o comedores transformados en oficinas. Pero esto…

En América Latina el no ir siempre supuso el peligro de no entender. Encontrar lo que realmente pasa o pasó requería ir a las villas miseria, poblaciones, cantegriles, favelas o como en cada país se llaman los sitios donde sobreviven y luchan los pobres, y entrar en los hospitales, las fábricas, los mercados. Quedarse adentro, reporteando desde Internet y el teléfono fue siempre la receta para quedarse con la “versión oficial”.

Y sin embargo, hay mucho que se puede hacer y algunas lecciones he aprendido para practicar y enseñar en estas circunstancias leyendo a estupendos colegas latinoamericanos. De ellas y ellos saqué la conclusión de que la pandemia no solo trajo problemas, sino también nuevas posibilidades para estos reporteros y editores.

Estas cinco herramientas, que aquí presento con ejemplos actuales, existen desde hace mucho antes de que escucháramos por primera vez el término “coronavirus”. Pero para mí, estos medios y colegas les dieron nuevo significado y valor. Espero que al compartir estos ejemplos y cómo se han transformado en estos tiempos duros, nos ayude a todos a construir en el futuro un periodismo más humano, relevante y consecuente.  

1.      Encontrar, entender y usar datos: Alejandra Matus (periodista independiente, Chile)

Después de décadas de contar su país desde las poblaciones, los palacios de gobierno y de justicia, las bibliotecas, los regimientos y los cementerios, la reportera y escritora chilena Alejandra Matus (quien fue Nieman Fellow en Harvard en 2010) finalmente se lanzó a cursar una maestría en Nueva York. Y entonces cayó el coronavirus y Alejandra está enclaustrada en un departamento alquilado en la Gran Manzana.

Pero desde esa distancia, cuando empezó la pandemia sintió que había algo que los medios tradicionales de su país no estaban haciendo. Muy humildemente, desde su cuenta personal en Twitter (@alejandramatus), Matus desafió al gobierno chileno y marcó el rumbo que después siguieron los grandes medios del país. Comenzó instalando en la agenda pública una simple pregunta: ¿Por qué el gobierno decía que había pocos muertos por COVID pero el número de fallecidos por deficiencias respiratorias había subido enormemente comparado con los mismos meses de años anteriores?  

Los datos que el gobierno entregaba y que la mayoría de los medios repetía jornada tras jornada no estaban contando la realidad. Matus demostró que parte de este incremento en muertes eran personas que no habían sido testeadas: murieron antes de que pudiera hacérseles el examen. Ella ya era una periodista muy respetada en el país, había escrito libros sobre falencias y corrupción en la justicia, sobre la poderosa Doña Lucía, esposa del dictador Augusto Pinochet, sobre crímenes y robos en dictadura y en democracia. Pero sus tweets, breves como estocadas, la hicieron indispensable en el Chile de hoy.

Mientras escribo estas líneas, Alejandra Matus es convocada por medios escritos, radiofónicos y televisivos; todos quieren su voz. El 22 de agosto comenzó, junto con sus afamadas colegas Mónica González y Mirna Schindler, el programa dominical de análisis y entrevistas políticas  Pauta Libre en el canal La Red.

Una combinación de independencia, sentido común, búsqueda creativa e incansable y buen uso de técnicas investigativas la ayudó a encontrar qué estaba pasando más allá de la repetición acrítica de propaganda gubernamental.

Y todo lo está haciendo con una laptop y un teléfono en un departamento alquilado a 5.000 millas de casa.

2.      Leer: Hinde Pomeraniec (Infobae, Argentina)

Pocos periodistas latinoamericanos han cultivado las artes plásticas, la literatura, la música y la historia de su propio país con la profundidad y creatividad de la reportera cultural y editora argentina Hinde Pomeraniec. Sus libros, que van desde cuentos infantiles hasta un ensayo narrativo sobre el poder de Vladimir Putin en Rusia, así como su carisma en programas culturales en radio y televisión muestran su abarcadora calidad.

Actualmente combina la conducción de programas en la TV y radio pública con la edición de la sección de Cultura del vibrante diario digital Infobae. Es allí donde cada viernes Pomeraniec obsequia a sus seguidores con una invalorable columna.

La última que leí, sobre la “política de la cancelación” y las memorias de Woody Allen, defienden la idea, para muchos incómoda, de que los males y falencias de un artista no deben llevar a la prohibición o desprecio de su obra, es un mesurado y bello ejemplo de su mente alerta y su brújula moral.

En esta y las docenas de “cartas a los lectores” publicadas desde el inicio de la pandemia (todas empiezan con un “Hola, ahí”), Pomeraniec ha ido creando una comunidad de lectores, oyentes y videntes: nos lleva al corazón de la pintura impresionista, a las viejas películas argentinas en blanco y negro, a la última novela que leyó. A la vez nos ayuda a escapar de las noticias del día y nos da nuevas herramientas para entender el el presente.

La carta abierta del comentarista cultural no es un género nuevo, pero hasta leer sus preciosos textos no había caído en la cuenta cuánto necesitaba en estos tiempos a un amigo distante. Pocos escritores son capaces de hacernos ver el mundo de las páginas y las pantallas como esta corresponsal del confinamiento con los ojos abiertos.

3.      Escuchar: Hacemos Memoria (UdeA, Colombia)

Hacemos memoria, un proyecto conjunto de una de las más antiguas y prestigiosas universidades de Colombia, la Universidad de Antioquia, y el instituto de enseñanza y formación en periodismo de la red alemana de radiodifusión, Deutsche Welle Akademie, organiza talleres y posgrados y mantiene una revista digital sobre las historias que se animan a mantener viva la memoria de uno de los países más trágicos de Sudamérica.  

Una de las secciones más impactantes de este proyecto periodístico es la de “voces,” una colección de entrevistas, debates y monólogos de aquellos que los medios hegemónicos suelen dejar fuera: líderes indígenas, víctimas del crimen organizado y la brutalidad del estado, familiares de desaparecidos, académicos expertos en historia, sociología, antropología y, sí, también filosofía, necesarias para comprender e intentar poner fin al ciclo de violencia en Colombia.

Estas voces valientes cuentan historias de crímenes y dolor, pero también maneras de enfrentar el duelo, levantar la cabeza y negarse a olvidar. Hay colecciones de tejidos, ensayos fotográficos, muestras de comida tradicional, maneras creativas de “hacer memoria”.

Estamos de acuerdo en que hablar a la distancia, por teléfonos y computadoras, no será nunca igual a encontrarnos. Pero un equipo empático liderado por la aguerrida periodista y profesora Patricia Nieto ha logrado mantener en contacto a investigadores, líderes, testigos y víctimas de viejos y nuevos crímenes (las matanzas no han parado en el campo colombiano).

No poder viajar no les impide entrevistar, y muchas veces esas voces están más abiertas y deseosas de contar que antes. Y escuchar es algo que Podemos hacer ahora; este Proyecto nos recuerda cuán lejos puede viajar el oído incluso si no podemos ensuciarnos los zapatos en el barro de la realidad.

4.      Hacer alianzas: Distintas Latitudes (México)

Una de las características más tremendas y periodísticamente relevantes de la actual situación es que la misma situación, las mismas muertes y miedos y dramas se están viviendo de forma similar en tantos sitios a la vez.

América Latina es una región en la que el mismo idioma cruza vidas tan distintas, de Río Grande a Tierra del Fuego. Durante la última década, decenas de proyectos transnacionales han echado luz sobre crímenes del pasado, como la Operación Cóndor en la que las dictaduras del Cono Sur intercambiaron prisioneros ilegales, o del presente, como los llamados Papeles de Panamá, que muestra la extensa red de evasión fiscal de los ricos de la zona.

En el último lustro, un grupo de editores liderados por el mexicano Jordy Meléndez Júdico formaron la Red LATAM de Jóvenes Periodistas. Invitaron a prometedores reporteros a trabajar juntos para revelar los males comunes de la región. Para ellos la unión y el uso de herramientas modernas para mostrar la globalidad de problemas y soluciones hacen la fuerza.  

Actualmente, llevan a cabo dos proyectos transfronterizos relacionados con la pandemia y cómo afecta más duramente a las mujeres: uno sobre el aumento de violencia doméstica en confinamiento, y el otro sobre la terrible situación de las vulnerables inmigrantes venezolanas embarazadas.  

5.      Llevar un diario personal (o mejor aún: colectivo): Ojo Público (Perú)

La última década también ha visto un estallido de medios digitales independientes a lo largo del continente. Algunos son emprendimientos conjuntos de sus mismos editores y reporteros; otros tienen donantes, socios o son aportes de universidades, fundaciones y ONGs. Ojo Público de Perú ha crecido en prestigio y variedad de contenido por su enfoque en la salud pública y el llamar a dar cuenta a los sucesivos gobiernos, el talent de su joven redacción y el hambre de los lectores peruanos, cansados de la corrupción y el tradicionalismo de los medios hegemónicos.


Entre otros proyectos, durante la pandemia, Ojo Público empezó a recolectar testimonios en primera persona de ciudadanos comunes, cuyos dramas médicos, económicos, sociales y psicológicos reflejaban el sentir de la sociedad.

En su Diario de la Cuarentena: Las historias de todos,  enfermeras, vendedores ambulantes, padres y madres, estudiantes, trabajadores sobre-explotados o despedidos, hombres y mujeres viviendo en soledad o en hacinamiento comparten sus relatos en primera persona, y el medio los publica día tras día. Los une el tono cercano y los dibujos emotivos y juguetones de Claudia Calderón.

Forman el recuento de lo que sucede en nuestras vidas hoy emparentadas. Este proyecto creativo es inusual en tono y contenido a lo habitual en Ojo Público, pero adquiere total sentido en la forma en que aporta historias humanas de salud, de lucha por el ambiente y los derechos humanos, de formas de sobrevivir a la pobreza y el abuso. Otro proyecto, más trágico, pinta perfiles de los muertos de la pandemia: Hasta que la vida nos separe.

Así como Matus persigue, obtiene y coteja bases de datos, Pomeraniec recuerda la magia de leer y aviva el fuego del pensamiento, Hacemos memoria da voz a las víctimas y Distintas latitudes junta talentos para hacernos ver que ninguno de nuestros países está aislado, Ojo público teje el relato común de lo que estamos pasando, que hermana en su sufrimiento a nuestros pueblos.

Debe haber muchos ejemplos más ahí afuera. Este puñado me da fuerza y esperanza en estos tiempos de angustia.

 

Este artículo fue publicado en septiembre en inglés y castellano en la ReVista Harvard Review of Latin America:

https://revista.drclas.harvard.edu/book/periodismo-pand%C3%A9mico%C2%A0?admin_panel=1

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3 de octubre de 2020
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En el sueño… la contradicción del fariseo

Todo el mundo tiene sus convicciones, aunque algunos sean más cautos que otros a la hora de exteriorizarlas. Algunas convicciones están fundadas en sólidos principios, sean de orden cognoscitivo o ético. Otras no han pasado por filtro alguno, son meros prejuicios. ¿Por qué se adoptan?
 
Obviamente no por esa inclinación inherente a los seres de razón que pone de manifiesto un niño cuando formula preguntas que le parecen urgentes, no cesando hasta que haya una respuesta, eventualmente fantasiosa. Pues, con independencia de que la respuesta sea o no correcta, lo importante en el caso de la interrogación infantil es que, momentáneamente al menos, satisface al deseo inherente a las mentes de razón y lenguaje. Nada que ver con el que dispone su vida teniendo escrupuloso cuidado de no oponerse a prejuicios en los que el orden social se sustenta.
 

Las convicciones sin base sólida, las adoptamos simplemente por conveniencia, ni siquiera forzosamente coincidente con el oportunismo, pues puede que ni siquiera se haya reflexionado sobre la misma. Se trata de una suerte de instinto que mueve a plegarse al entorno; efectivamente algo muy similar a lo que la vida misma constituye, aunque simplemente en lugar del entorno natural se trata ahora del entorno social. Cuenta sobre todo el argumento de autoridad, se cobija uno bajo aquello que da más seguridad.

Pero la cosa no queda ahí, pues la naturaleza de ser de razón no desaparece, y acaba mostrándose, aunque bajo una forma degradada. Y así, tras la sumisión, se buscan legitimaciones racionales a la misma. Ello es muy frecuente en el caso de las adscripciones ideológicas o directamente políticas. Supongamos que el entorno invita a abrazar tal o tal posición so pena de quedar excluido. Una vez sumisos tenderemos a encontrar argumentos que nos ratifiquen en lo noble, justo y racional de nuestro posicionamiento, es decir que nos protejan de todo desgarro interior, que nos permitan decir a la naturaleza, a Dios o a nuestro principal educador " gracias te doy señor por no ser como ese".

Sentirse del buen lado, sentirse así protegido y además sentirse en armonía con uno mismo: tal es el profundo motor subjetivo de todo posicionamiento que no venga determinado por la dura prueba que Platón establecía como condición de la legitimidad de una opinión, es decir la opinión fundada, enfrentada a la perezosa opinión meramente heredada.

A veces la aceptación pasiva de opiniones sin soporte racional es resultado de la mera estulticia, pero siempre se acompaña de pusilanimidad, cuando no de llana cobardía. Nunca en todo caso es acorde con la decencia.

Precisaré que la evocada armonía interior del reconciliado a este precio no dura siempre de hecho no dura ni un solo día, a menos que la persona en cuestión no duerma. Pues en los sueños no hay manera de evitar aquello de lo que en la vigilia se huye, y casi me atrevo a decir que en sueños no hay manera de ser estúpido. Por ello tantas personas tienen fundados motivos para temer la hora de dormir.

Este último aspecto es lo que yo llamaría la contradicción del fariseo. Pero como hemos visto hay contradicciones más radicales, o por mejor decir: la contradicción verdaderamente dura es aquella a la que se enfrenta el personaje en principio antitético, el que ha apostado a la opinión fundada, el que tras sumergirse en el campo eidético platónico, ve que tampoco los conceptos son estables, que también la ciudad de las ideas está sometida al cambio.

 

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2 de octubre de 2020
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Arte de amar

Obsesos como estamos por lo trágico de la situación es lógico no reparar en lo cómico, que también se da: en Barcelona, sin ir más lejos. Nadie nunca ha dicho que el acto erótico sea cosa sencilla, por mucho que se desee: las voluntades difieren, y la mecánica falla. Aunque es verdad que el idioma amoroso puede hablarse por señas, o en un generalizado "esperanto a Godot", figura inspiradora que a veces no llega para consumar. En las presentes circunstancias amar fuera del núcleo familiar es muy osado, y no estoy llamando al incesto, no me vaya a pasar como a la Agencia de Salud Pública barcelonesa, que en su guía anti-covid19 fue sospechada de preconizar el exhibicionismo, hablando del menor riesgo de contagio si las relaciones se llevan a cabo en espacios abiertos; la agencia pensaba en la ventilación, no en la fornicación al aire libre.

La limpieza, antes, durante y después del acto, es de cajón, y ahí los expertos del ayuntamiento, honrando al organismo que representan, cumplen con la higiene, aunque hay minorías de amantes que podrían objetar a tanta profilaxis. Menos credibilidad inspira el apartado práctico del folleto: no tengo al onanismo como un humanismo, por mucho alivio que dé, así que desconfío de la guía cuando recomienda, junto al visionado de vídeos eróticos y el sexo virtual, "la masturbació personal", eso que los franceses, siempre tan finos, llaman "madame la Cinq" en homenaje lírico a la mano pura y dura. Por mi parte, desconocía el término sexting, que es por lo visto un chat con mostración de partes pudendas.

La guía pregunta y da respuestas. La más enigmática habla de "barreres dentals" en el sexo oral; ¿mascarillas intrabucales? En lo que a mí concierne, me apena el aviso de que amar a mayores de 65 tiene más riesgos; ¿jóvenes imprudentes, ancianos incautos? Nos une la desgracia de ser todos mortales. Como la carne.

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1 de octubre de 2020
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El Boomeran(g)
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