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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nomadismo en el ciberespacio

Cómo me gustaría que Generación Y tuviera uno de esos dominios ?.cu? que indican su origen en territorio nacional. Daría mi mouse y la mitad de otro por ir a una oficina y decir ?Señorita, por favor, vengo a hospedar mi blog en un servidor dentro de esta isla?. Pero esa posibilidad nos está vedada a los cubanos, pues el Estado aquí no es sólo dueño de todas las fábricas, las escuelas, las tiendas y los latones de basura, sino también patrón absoluto de la parcela de ciberespacio que nos corresponde. Sólo las instituciones oficiales pueden tener una de esas direcciones web que señalan hacia esta ?isla de los desconectados?. El mismo filtro político que condiciona si una persona puede viajar, comprar un auto o graduarse en la universidad, funciona a la hora de lograr una URL nacional. De ahí que poseer un sitio doméstico sea más una señal de sumisión que de criollismo, una clara pista de la anuencia estatal que está detrás de ciertas publicaciones. Por eso prefiero contarme entre el grupo de ?indocumentados en la red? que hemos logrado hacer un palenque lejos de esos rígidos capataces. Hubiera querido desarrollar esta tesis de nuestra indigencia como internautas en el Palacio de las Convenciones, la semana pasada, durante el evento de FELAFACS*. La cita tuvo esos aires de debate que corren cuando hay invitados extranjeros. Sin embargo, excluyó a los que ?en el propio patio? tienen criterios diferentes. Se presentó una ponencia ?procedente de Brasil? titulada ?Generación Y e Nomadismo Ciberespacial: reflexões sobre formas de pensar na era digital? de los académicos Angela Schaun y Leonel Aguiar, que fue leída por el colega José Mauricio Conrado Moreira da Silva. Una exaltada profesora universitaria arremetió contra el ponente, recordándole que GY está ubicado fuera de Cuba. Lo que no le dijo ?porque la omisión es el embalaje en que se envuelve la mentira? es que sólo así ha podido existir, que únicamente lejos un ciudadano puede tener su propio espacio de opinión. Cual cimarrón que ha probado el gusto del monte virtual, ya no puedo regresar al cepo, el látigo y los grilletes. Mi blog algún día encontrará espacio en un servidor de esta Isla y ?créanme? no tendrá para ello que pasar por el aro de la pirueta ideológica. *XIII Encuentro latinoamericano de facultades de comunicación social.



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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Próximo Congreso de la Lengua

 

Estoy releyendo La Araucana de Ercilla para estar en forma y remontar el Congreso de la Lengua Española que se reunirá en Santiago de Chile.

Recuerdo que para el primer Congreso  me quedé con la sesión puesta: el congreso tuvo que ser cancelado debido a la insurrección Zapatista, que fue la primera guerrilla posmoderna, porque empuñó las armas para reclamar un lugar en la mesa. Habíamos pasado, en las izquierdas relevadas, del modelo de la resistencia (forjado por el fervor de los años 60) al modelo de la negociación (debido a la noción de que la vida pública demanda consensos). El debate sobre el congreso que no se produjo reveló el vasto substrato linguístico del español americano. Imaginar un Congreso de todas las lenguas, esa Utopía plural bien valía las penas.

Del segundo Congreso, en Zacatecas, leí que Gabriel Garcia Marquez había pedido la abolición de la ortografía a nombre del habla oral, y que un delegado catalán se declaró silenciado por el español. Las voces de los márgenes, que prologan el presente, se hacían escuchar. El tercer Congreso, en Valladolid, fue interrumpido por el ataque a las Torres Gemelas. Una sesión a mi cargo, sobre la literatura latina en EEUU, fue diezmada por el miedo al terrorismo, que es peor que el terrorismo. El tema fue luego recuperado, gracias a Víctor García de la Concha, en un número de la revista Insula.  

Al Congreso de la Lengua en Rosario, Argentina, le nació un contra-congreso, dedicado a las lenguas indígenas. Precisamente, me había tocado organizar una mesa de escritores y críticos sobre el español como lengua de contacto, para demostrar que lo que tienen en común el catalán, el quechua, el zapoteco, y el aymara, es el español, que promedia entre ellas y nos hace, con suerte, bilngues. Le sugerí a César Antonio Molina que desde el Instituto Cervantes iniciara una Escuela de Verano donde todos aprendiéramos quechua y catalán gracias al español. Me respondió que ya empezaba una para las lenguas de la península.

Y en el último congreso, en Cartagena de Indias,  en una mesa propiciada por el Fondo de Cultura Económica en torno a las comunicaciones y el libro, Juan Luis Cebrián y Carlos Monsiváis dieron las primeras voces de alarma sobre la disparidad de la tecnología digital y la lectura en español. Estos congresos han estado recargados de futuro, y no es casual que sea así;  el español es la lengua con más horizonte y, por ello, un debate permanente.

En todo caso, aunque no conviene fundar otra superstición, parecería que estos congresos del español universal coinciden con la urgencia de ocupar su plaza para interrogar su lugar en un tiempo contrario y muchas veces contrariado. Es claro que se precisa ampliar la mesa y compartir las otras voces. 

El congreso en Chile ha empezado más temprano. Arrancó con la polémica entre Pablo Neruda y Gabriela Mistral como figuras tutelares. Los últimos congresos le han dedicado un libro clásico al país huésped (el Quijote en Valladolid, Cien años de soledad en Cartagena), pero en el caso de Chile se han exigido dos, porque Neruda y la Mistral ya no son sólo escritores sino alegorías nacionales, y es mejor un empate que una derrota.  Si alguna vez le toca a mi país, tendrán que ser cuatro libros: el Inca Garcilaso, César Vallejo, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa, porque la agonía de los empates nos sabe a triunfo.

La buena noticia es que la literatura Mapuche es de muy alta calidad. Y en Chile, uno de los países más modernos de América Latina, será cabalmente moderno tener a ese pueblo pleno de identidad como interlocutor del mundo a través del español.

Por lo demás, éste será el primer congreso de la lengua en la era posglobal. Ahora que caen las ilusiones economicistas de la globalización, el español puede ser también una lengua de las regiones y las particularidades, que la globalidad no pudo acallar.

No está nada mal que dejemos de polemizar sobre el Mercado, que exageró las validaciones y confundió los valores, y volvamos a la literatura y la conversación.

 


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24 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalypse Love (4)

El segundo pecado de Fresán es haber obtenido con naturalidad aquello que el común de los escritores no suele lograr, ni siquiera trabajando a destajo: una voz propia. Ignacio Echevarría también subraya aquello que intenté decir al principio: que con el libro Historia argentina, y en particular con el cuento El aprendiz de brujo, Fresán debuta "ya acuñado, resuelto".

         Para colmo Fresán llega a escena con otras marcas imperdonables. Empezando por la impronta biográfica. La mayoría de los grandes escritores viene, o se ha forjado (Borges es el ejemplo típico) una experiencia y/o prosapia que informan su prosa casi a la manera de un preámbulo. Y Fresán ya viene de fábrica con ingredientes dignos de nota. Un secuestro a tierna edad, el exilio al que lo arrastraron, contacto con los grandes escritores de su tiempo (Rodolfo Walsh, García Márquez) a una altura de la vida en que los demás no bebíamos nada más fuerte que el Nesquik o el Colacao, y last but not least, una doble herencia por vía sanguínea que forma un combo que te la voglio dire: el arte y el (dolor que conlleva el) divorcio.

         Desde el comienzo mismo, además, Fresán hace suyo ese desplazamiento que es característico de los grandes escritores argentinos, y que también es lícito entender como excentricidad, en tanto supone correrse de lo que se considera el centro -lo axial, lo canónico. "Ser argentino es una fatalidad", dice Borges en El escritor argentino y la tradición. Y por eso nuestras figuras insignes no se preocuparon ni un segundo por su argentinidad: eso era lo ya dado, lo inevitable. Lo no dado, la libre elección, pasaba en todo caso por lo que querían ser y todavía no eran, o bien (aquí radica buena parte de la gracia) no podrían ser nunca. Sarmiento quería ser francés. Arlt quería ser Dostoievski. Borges se sentía más cerca de las sagas nórdicas que de Los Cinco Grandes del Buen Humor. Cortázar estaba llamado a perderse en París desde que empezó a hablar con esa erre para nosotros defectuosa, pero tan bien cortada para los veinte arrondissements.

         Empujado a la excentricidad por el preámbulo de su historia, Fresán esquivó sin esfuerzo las tentaciones que acechan al grueso de los escritores locales (querer ser Arlt, Borges, Cortázar o bien conformarse con la categoría de discípulos aplicados) y en vez de emular su prosa, emuló sus procedimientos. Eligió los epígonos que más le gustaban (del mar de influencias citables, quedémonos ahora con aquellas que horadan El fondo del cielo: John Cheever y Kurt Vonnegut, que además aparecen en La vocación literaria, el cuento de Historia argentina donde, ja, narra aquel secuestro que sufrió cuando niño) y se re-imaginó a sí mismo a su imagen y semejanza, sin importarle un pito que ni Cheever y Vonnegut figurasen en la lista de Epígonos Recomendables para El Joven Escritor Argentino Políticamente Correcto y Funcional a la Tradición.

         En todo caso Fresán entiende la tradición en un sentido distinto a la estrecha que predica y practica el establishment local. Lo suyo es más bien la tradición a la manera del citado ensayo, donde Borges sostenía que nuestro campo de juego debía ser "toda la cultura occidental" (ahí se quedó corto, en estos tiempos también abrimos ventanas a otras culturas) y llamaba a "ensayar todos los temas".

         Pero hay otra frase del mismo ensayo por donde pasa, creo, el quid de la cuestión. "Todo lo que hagamos con felicidad los escritores argentinos pertenecerá a la tradición argentina", dice Borges. (Las cursivas son mías.) Y si hay algo que resulta indudable en Fresán es que hace lo que hace con felicidad. Lo cual, si hay que creerle a Borges, bastaría para colocarlo en el corazón de la tradición argentina, por más que haya tantos que trabajen para mantenerlo en el ostracismo.

 

(Continuará.)  

 

 



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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El nuevo cartismo

Los buzones de correo se parecen a las urnas electorales, tienen una rendija para introducir el papel y su contenido ?ya sea una carta o una boleta? recibe en esta Isla similar irrespeto. A pesar de las limitaciones con la correspondencia, resulta más fácil hacer llegar un sobre a su destino que incidir con nuestro voto en el curso del país. De ahí que uno de los deportes más practicados por mis conciudadanos sea el de escribir sus quejas a las instancias superiores, dirigidas justamente a los causantes de la mayor parte de nuestros problemas. Una señora redacta un largo lamento sobre la fosa albañal que brota en el patio de la escuela cercana; el vendedor de pizzas denuncia por escrito al inspector que le exige un porcentaje de las ventas a cambio de no cerrarle el kiosco; aquel paciente necesitado de una cirugía deposita su misiva contando que lleva un año a la espera de entrar al salón de operaciones. Los reclamos son tantos que en muchos ministerios la recepción de cartas corresponde a un departamento con varios empleados. Una verdadera inundación de hojas que repiten ?una y otra vez? el conocido encabezamiento ?Por este medio, me dirijo a usted?? De un tiempo a esta parte ha aparecido la modalidad de la carta digital que se echa a circular por la intranet de varias instituciones. De forma similar, se inició la polémica intelectual de 2007 y ahora vemos asomar los criterios inconformes de varias personalidades de la cultura. Por mi pantalla han desfilado la carta del actor Armando Tomey, otra del crítico literario Desiderio Navarro y una muy buena de Luis Alberto García, quien interpreta el personaje de Nicanor en los cortos de Eduardo del Llano. El cartismo ha venido a sustituir al necesario referéndum a través del cual expresar nuestros reclamos de cambio. Nuestra tendencia epistolar tiene similitudes con aquel movimiento de la Inglaterra decimonónica que logró más de un millón de firmas para presentar La Carta del pueblo ante la Cámara de los Comunes. Los cartistas de entonces lograron presionar para que se introdujeran ciertas reformas, pero tengo la impresión de que nuestras esquelas son papel mojado, broma de boleta, tinta que se diluye ante la inercia estatal.



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23 de octubre de 2009
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Sodoma y Sión

"Hay que compadecer al poeta, no guiado por Virgilio alguno, que ha de atravesar los círculos de azufre y lava, y arrojarse al fuego que cae del cielo, para llevar consigo  habitantes de Sodoma". ( À la Recherche du Temps Perdu, La Pléiade, Paris 1987, vol III , p. 711)

 "Un pequeño cambio en la letra que acarrea un cambio inmenso en la vida de miles de compatriotas". Así se expresó el presidente del gobierno español el 30 de junio de 2005, tras ser aprobada por el Parlamento la ley que reconocía la unión civil de personas homosexuales. España se unía así a una lista minoritaria de países (en aquel momento cuatro en todo el mundo) que daban ese salto fundamental. Recuerdo que entonces una diputada de PP (Celia Villalobos) tuvo la decencia de romper la disciplina de voto para mostrar su disconformidad con una segregación atroz. Sea cual sea el credo político de cada uno, hay que agradecer la valentía política del gobierno de Zapatero,  pero una cosa es la normalización jurídica y otra muy diferente la normalización en el lenguaje y las costumbres. Los textos literarios que sustentan esta reflexión datan de un siglo atrás, pero estoy seguro que al lector les seguirán pareciendo de punzante actualidad.

  El libro del que se extraen, À la Recherche du Temps Perdu  produce en ocasiones en el lector el sentimiento de tener exclusivamente como objeto la exploración de un mundo de ocio y de vacuidad (que sin duda sirven paradigmáticamente para mostrar que el mundo social y natural sólo es para el lenguaje ocasión del propio despliegue). Sin embargo en  este libro se encuentran algunas de la páginas más lúcidas- y en ocasiones  más terribles- respecto a las confrontaciones del hombre con el mal, el mal inevitable, del que el amor da tantas veces testimonio, y el mal quizás contingente, generado por la ceguera, la cobardía y a veces las más atroces pulsiones contra el otro; pulsiones  no precisamente animales, sino cabalmente humanas pues con matriz en el lenguaje y el espíritu. Páginas tremendas sobre la guerra, la servidumbre, el dinero, el racismo o la fobia contra  la homosexualidad...quizás sobre todo esta última.  Transcribo pues una serie de párrafos, antes de lo cual una precisión: en el conjunto de las páginas de Proust sobre el tema (no tanto en los párrafos aquí transcritos) la terminología misma utilizada (vicio, inversión, normalidad, etcétera) es susceptible de ser juzgada hiriente y desde luego anacrónica; piénsese sin embargo en que constituye la única usual y que resultaba inteligible entonces...y no sólo entonces. La ley del gobierno Zapatero ahorra parte pero no suprime ese "sufrimiento inútil de seres humanos" a la que el jefe de gobierno se refería.  En cualquier caso , un siglo atrás, por su condición de homosexual y judío (en la Francia del affaire Dreyfus) Marcel Proust  sabe perfectamente lo que es anidar el sentimiento profundo de un doble estigma.  

 

Repudiar a su Dios

"Raza sobre la que pesa una maldición, y que debe vivir en la mentira y el perjuro, puesto que sabe que  se considera punible y vergonzoso, inconfesable, ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida; raza que debe renegar de su Dios, puesto que de ser cristianos, cuando ante el tribunal comparecen como acusados  necesitan, ante el Cristo y en su nombre, defenderse como de una calumnia de lo que es su misma vida. Hijos sin madre, a la cual han de mentir incluso llegada la hora de cerrarle los ojos"  (Edición citada, III,  p.16)

 

La piedra del molino

"Sólo un honor precario, sólo una libertad provisional en espera del descubrimiento del crimen; posición social siempre inestable, al igual que ese poeta, la víspera  agasajado  en los salones, aplaudido en los teatros de Londres, es expulsado al día siguiente de todo cobijo, sin encontrar almohada en la que  repose su cabeza, haciendo como Sansón girar la piedra del molino y exclamando como él:

                    ‘Los dos sexos morirán separados'    

excluidos incluso, excepto en los días de gran infortunio en los que la mayoría se agrupan en torno a la víctima, como los judíos en torno a Dreyfus, de la simpatía- a veces de la sociedad- de sus semejantes en los que generan  fobia al ver su propio ser reflejado en un espejo" (III, 17)

 

 Coartada

"Y buscando, como un médico busca el apéndice, la inversión hasta en la historia, se complacen en recordar que Sócrates era uno de ellos, como los Israelitas dicen que Jesús era judío" (III,18)

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23 de octubre de 2009
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La sustancia de los sueños

Lévi-Strauss dijo una vez en una famosa entrevista en Cahiers du Cinéma que "el cine es la sustancia de los sueños", y durante muchos años yo creí entender la frase. Ahora no estoy seguro. Es cierto que el cine, por su naturaleza deslizante, y a ratos (siempre que no lo haga Marguerite Duras) vertiginosa, parece destinado a condensar lo soñado de un modo que nuestra cabeza, en cada despertar, añora o envidia. Y es un misterio que, así como la pintura onírica decidida, es decir, auto-consciente (Fuseli, Magritte, Chirico, Dalí), muchas veces resulta no sólo empalagosa sino ilustrativa, por el contrario, las secuencias de sueños en ciertas grandes películas (Hitchcock, Bergman, Buñuel, Busby Berkeley) sean tan convincentes, casi verídicas.

     La frase del antropólogo francés me ha venido a la cabeza en las últimas semanas por un hecho que expongo. Mientras rodaba ‘El dios de madera' no soñaba (y ya saben los lectores asiduos de este blog lo soñador que yo soy, si se me permite la frase pomposa). Al principio pensé que era un simple problema físico. Tomaba casi todas las noches un inductor hipnótico de baja potencia media, y se dice que esas pastillas, además de conciliarte con el sueño, entorpecen los mecanismos de liberación del subconsciente. Pero había noches en que no tomaba ningún preparado somnífero, y días, uno y medio cada semana para ser exacto, en que tampoco rodaba, y seguía sin tener sueños, sin recordar siquiera al despertarme haber soñado. ¿Llenaba el cine de modo suficiente mi cabeza de esa sustancia dicha por el autor de ‘Tristes trópicos'?

  Anteanoche volví a soñar, y puedo contarlo, no sin vergüenza. El sueño era de cine, y la acción sucedía en un festival cinematográfico al que acudía de invitado. Una vez sentado en el patio de butacas de la sala grande, en lo que parece una sesión de gala, advierto que no me han dado el resguardo por las maletas que he dejado a la entrada. Me levanto de golpe y salgo a buscarlo en los retretes; imprudentemente, dejo mi chaqueta en el respaldo de la butaca. Al volver de la búsqueda infructuosa me encuentro rodeado de grandes damas del cine y el teatro español que, capitaneadas por Gemma Cuervo, abandonan en estampida la proyección. Veo que mi chaqueta sigue donde la dejé, pero yo no me siento en ese sitio, sino en una butaca próxima a la que ocupa Sara Montiel, que lleva un perrito en un canastillo. Arturo Fernández nos saluda efusivamente desde su palco. En la sala, mucha gente fuma mientras la película continúa.

   Mañana he de buscar la entrevista completa de Lévi-Strauss.

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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La banalización de la violencia

La violencia en el cine y en la televisión es un objeto de debate desde que existen cine y televisión pero también un enorme tema para el cine y la televisión. En ?El hombre del traje gris? (1956), de Nunnally Johnson, película inspiradora del serial televisivo ?Mad men?, contrasta el flash back de los penosos recuerdos de guerra del protagonista con el entusiasmo de sus hijos pequeños ante las primeras imágenes violentas de la televisión que acaban de instalarse en las casas. En ?Inglorious Basterds? de Quentin Tarantino, contemplamos el goce infantil de los nazis ante la violencia mientras nosotros como espectadores nos vemos inducidos perversamente a gozar con la violencia ejercida sobre los propios nazis. En ?Katyn? de Andrzej Wajda, en cambio, la austera y rigurosa reproducción de cómo se hacían las ejecuciones mediante un tiro en la nuca desarma al espectador de cualquier veleidad retórica y consigue un efecto documental de un dramatismo insoportable.

Tarantino y Wajda buscan cosas distintas, pero en una misma dirección. Con el primero, el espectador ve retratado en el rostro baboso de Hitler y Goebbels los más bajos instintos que le animan a disfrutar en los filmes bélicos. Con el segundo, por el contrario, consigue hacerse una idea de cómo es en la vida real esa violencia trivializada en la imagen. Entre la Segunda Guerra mundial y la instalación de los televisores en los hogares se desata el mecanismo de la trivialización mediática de la violencia y de la muerte, casi como una respuesta de aceptación cultural de las mayores matanzas de la historia y por tanto de la trivialización efectiva y real de la muerte. Eso ya lo capta muy tempranamente ?El hombre del traje gris?, pero queda en evidencia en la visión paralela de los filmes de Tarantino y Wajda. Es reciente el cierre del bucle, el momento en que la violencia mediática, en sus orígenes vivida vicariamente, se convierte en violencia directamente ejercida, vivida también mediáticamente. Estamos en Abu Ghraib y podemos ver las imágenes producidas y protagonizadas por los soldados norteamericanos Lynndie England y Charles Graner, su novio, que actúan sobre los cuerpos torturados y humillados de sus víctimas iraquíes. También hay película en este caso, aunque non fiction: de Errol Morris, ?Standard Operating Procedure? (2008), y libro del mismo título de Philippe Gurevitch. Quienes se han venido preguntando con escepticismo acerca de los efectos de la violencia en los medios de comunicación tienen en esta filmografía abundante material para la reflexión.



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23 de octubre de 2009
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II. La eterna juventud a la mano

No halló Ponce de León la fuente de la eterna juventud, dice el cronista Fernández de Oviedo, y "fue muy gran burla decirlo los indios y mayor desvarío creerlo los cristianos"; y aunque anduvieron perdidos más de seis meses por pantanos desconocidos, descubrieron en cambio la península de la Florida.

Hoy en día, el mito recurrente del remedio para nunca envejecer  parece tomar cuerpo de nuevo. En los centros de investigación y en los laboratorios, se trabaja de manera incansable en hallar la nueva piedra filosofal que dará vida sana y robusta por un término de mil años, según los alquimistas modernos más entusiastas.

            Esta es la tarea de la fundación Strategies for Engineered Negligible Senescence (SENS), que busca articular una ingeniería genética que vuelva insignificante el envejecimiento, y sea capaz de prolongar radicalmente la longevidad. Fundada por el doctor Aubrey de Grey, un genetista británico que antes había presidido la fundación Matusalén, la SENS acaba de concluir en el Queen's  College de la Universidad de Cambridge una conferencia en la que participaron doscientos especialistas de todo el mundo en ingeniería de los tejidos, regeneración celular, biomedicina, y biogeriatría.

            No se trata de buscar en algún paraje lejano una fuente de aguas providenciales, sino de un problema de ingeniería, afirma el doctor de Grey: las claves de la juventud están en identificar y catalogar los cambios moleculares y celulares que traen como consecuencias la degeneración  del cuerpo y por tanto la muerte, y una vez debidamente identificados esos cambios, revertirlos. ¿Cuánto tomará llegar a alcanzar una cota de longevidad de mil años? Para algunos de los científicos ésta es una meta exagerada, y hasta fantasiosa.

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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La elegancia

Podría parecer una simplificación pero la elegancia es la cualidad que denota la obra perfecta, la obra eficiente, la auténtica verdad y no sólo estética de la invención. No pocos físicos o matemáticos, arquitectos o alquimistas desecharon el resultado de sus investigaciones y experimentos porque los consideraron feos. La belleza y la verdad se han presentado unidas en los ideales helénicos pero todo el cristianismo ha presentado siempre la fe como una luz encantadora hacia la máxima verdad. Igualmente podría decirse de las personas, incluso en la conversación. Podría decirse de Maradona en sus declaraciones tras el partido con Uruguay, de Berlusconi con el asunto de las velinas o de Zapatero cuando habla de que España "se va a mojar" en la búsqueda de la paz en Oriente medio. La falta de elegancia en el hacer o en el decir denota falta de tino. O, al revés, la incuestionable elegancia que despide Obama anticipa su acierto aquí y allá. El Nobel de la Paz este año es un premio al estilo. Ni a la realización ni a la próxima intención. Simplemente a la prestancia de un porte que hace creer en la unidad entre aquello indistinto que se haga y su ya elegante distinción.



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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalypse Love (3)

Desde Historia argentina en adelante han ocurrido dos cosas. Por una parte, Fresán siguió construyendo una de las obras más singulares de la narrativa hispanoamericana. (No le pongo fecho a esa obra para no cometer el error de anclarla en el siglo XX. A veces pienso que la insistente señalización de Fresán hacia el desvío de la ciencia ficción es su forma de sugerir que, en realidad, deberíamos considerarlo un escritor del siglo XXI.)

Y al mismo tiempo la corporación literaria de la Argentina, a la que le resulta tan natural comportarse como un Gulag, decidió someterlo a un tratamiento de silencio. La mayor parte de los ensayos y trabajos críticos sobre la obra de Fresán provienen de sitios que no son la Argentina. Y esto no puede atribuirse al hecho de que Fresán viva en Barcelona desde hace años. Ya ocurría cuando Fresán vivía aún en Buenos Aires, y sólo se potenció en su (aparente) ausencia. De no ser por la labor de tantos críticos formalmente extranjeros (no se pierdan el ensayo de Ignacio Echevarría, en la reedición de Historia argentina que Anagrama lanzó al cumplir 40 años), las señales que el satélite Fresán emite desde 1991 le habrían pasado por completo desapercibidas a miles de lectores de todas partes.

         Pero (bip) por fortuna (bip bip), eso no ocurrió.

         ¿Cuál sería el pecado por el que estaría pagando semejante precio? Se me ocurren dos. El primero es, precisamente, el de haber hurtado el cuerpo al pecado que Borges definió, en un poema tristemente célebre, como el peor  de todos: Fresán es feliz. Pocas escrituras trasuntan más goce, en la narrativa contemporánea, que la de este dichoso hombre. En Fresán, la literatura es lo más parecido al orgasmatrón de Woody Allen que el ser humano ha podido concebir desde que lanzó un hueso al aire: una fuente de placer que no falla jamás -siempre y cuando, claro, el cilindro en el que uno elige entrar sea el adecuado y funcione como debe.

         En un medio donde tantos escritores pretenden encontrar un nicho dentro del canon literario local aun antes de haber escrito una sola línea; donde se concibe la escritura como un mecanismo de sobrecompensación ante inseguridades y carencias variopintas (de las cuales, imagino, las sexuales no deben ser las peores); y donde terminan produciéndose, de manera inevitable, más operativos intelectuales y de marketing que verdaderas novelas, lo de Fresán no puede resultar sino una afrenta.

 

(Continuará.)

 

 



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22 de octubre de 2009
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El Boomeran(g)
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