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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que nos prometieron

Llevaba yo un uniforme blanco y rojo, tenía diez años y el tema del?bloqueo? apenas era mencionado en los ideologizados libros que me entregaban en la escuela. Eran los tiempos del optimismo y creíamos que  las vacas F1 darían suficiente leche para inundar todas las calles del país. El futuro tenía esos tintes dorados que no acababan de mostrarse en nuestra despintada realidad, pero éramos un tanto daltónicos como para notarlo. Creíamos haber encontrado la fórmula para estar entre los pueblos más prósperos del planeta, de manera que nuestros hijos habitarían un país con oportunidades para todos. Desde la tribuna, un barbado líder levantaba su dedo desafiante hacia el Norte, pues contaba con la pértiga del subsidio del Kremlin para saltar cualquier obstáculo en la construcción del comunismo. ?A pesar del bloqueo?? nos decía, con la misma convicción que años antes nos había hablado de diez millones de toneladas de azúcar, sembrados de café alrededor de las ciudades y una supuesta industrialización del país que nunca llegó. Tuvimos que recortar los sueños cuando la tubería de petróleo y rublos se secó abruptamente. Llegaron los años de comenzar a explicar el descalabro y de compararnos con las naciones más pobres de la zona, para sentirnos ?sino felices- al menos conformes. Al comenzar mi adolescencia, el tema de las limitaciones comerciales estaba en casi todas las vallas del país. En las marchas políticas ya no se gritaba ?Cuba sí, yanquis no? sino una nueva consigna de difícil rima ?Abajo el bloqueo?. Yo miraba el plato casi vacío y no podía concebir cómo habían logrado sitiarnos las malangas, el jugo de naranja, los plátanos y los limones. Me formé repudiando el bloqueo, no porque me tragara aquello del país que pudimos ser y nos lo habían impedido, sino porque todo lo que no funcionaba intentaban explicarlo señalando hacia él. Si mis amigos se iban en masa del país, era por la política de hostigamiento de Estados Unidos; si en el hospital de maternidad las cucarachas caminaban por la pared la culpa partía de los norteamericanos; incluso si en una reunión expulsaban de la universidad a un colega crítico, nos explicaban que éste se había dejado influir ideológicamente por el enemigo. Hoy todo comienza y termina en el bloqueo. Nadie parece recordar aquellos tiempos en que nos prometieron el paraíso, en que nos dijeron que nada ?ni siquiera las sanciones económicas- iba a impedir que dejáramos atrás el subdesarrollo.



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28 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El ángel del barrio

 

 

                

 

            Escribo estas líneas rodeada de escombros en mi piso de Madrid. El fontanero ha abierto ya cinco enormes boquetes en techo y paredes buscando la fuga de agua. Mete la cabeza por los agujeros y luego la saca y se la rasca. Esto es un misterio, dice, es lo más raro que he visto en mi vida. Yo trago saliva. Otro que no tiene ni idea de lo que está haciendo. Uno de sus ayudantes evita mirarme, no quiere que lea en sus ojos que piensa lo mismo que yo. Me dan ganas de preguntarle al fontanero jefe dónde ha aprendido el oficio, si tiene alguna preparación que lo autorice a  meterse en mi casa y empezar a hablar de lo raro que es todo mientras no arregla nada. ¿No tendrían que tener los fontaneros un carné de fontanero que los avale, y los panaderos, los electricistas, los albañiles...? ¿No tendría que exigírsele al que monta una empresa de fontanería que garantice que tiene la FP u estudios parecidos?, del mismo modo que se le exige al que monta una academia de idiomas o una clínica o una peluquería. Yo, mañana mismo, puedo ponerme un mono blanco, comprarme unos rodillos, unos cubos de pintura y tratar de pintarte tu casa y cuando me encontrase con algún problema decir que qué cosa tan rara. Desde luego como la experiencia y la habilidad innata no hay nada, todos desearíamos tener algún manitas en nuestra vida, aquel ángel del barrio que podía arreglarte desde el horno hasta el parquet, que se ganaba la vida dejando satisfecha a la gente, pero lamentablemente ese ángel se ha ido al cielo. Ahora hay mucho especializado en la nada, en marearte y sacarte el dinero. Sobre el asunto de la experiencia me viene a la mente la contradicción que siente un amigo mío hacia su cardiólogo que por un lado le salvó la vida y por otro le dejó de piedra al enterarse por los periódicos de que había sido detenido por ejercer sin titulación. Mi amigo dice que es justo que el cardiólogo vaya a la cárcel, pero que le llevará bocadillos.

            En este país a la titulación se la llama titulitis, el prestigio de la universidad está por los suelos y todos hemos estudiado la carrera renegando de los apuntes y de un sistema caduco, pero por poco que garanticen unos estudios universitarios o de cualquier otro tipo, el no hacerlos garantiza aún menos. Desde luego es más cómodo no pasar por ello, emplear esos cinco años en vivir la vida y luego falsear el currículo. Qué más da, como decía Jorge Manrique "si juzgamos sabiamente/ daremos lo no venido por pasado". No vamos a perder tan precioso tiempo en hincar codos para luego llenar una línea en la biografía y encima no encontrar trabajo. Roldán cuánto nos enseñaste con tu falso título y tu vida de fantasma. Nos enseñaste que este no es sólo el país de la titulitis sino de los pillos, los espontáneos y los delincuentes de guante blanco. De hecho no salimos de un caso Malaya y nos metemos en un caso Gürtel, con otros más en medio trincando de aquí y de allá en una maraña de avaricia y falta de la más mínima ética que revuelve las tripas. En este país se roba y se despilfarra sin que nadie se despeine, como si fuera lo más normal del mundo, mientras tanto ¿cuántas son las familias que no llegan a final de mes?  La figura de Correa cuadra perfectamente con una sociedad en que gusta mucho el espabilado, el que se mete con el coche en la distancia de seguridad que deja otro y a ser posible en el coche del otro, el que sabe atajar. Correa sabía lo que le gustaba a los señoritos, y los señoritos se creen que tienen derecho a todo. Y con todo ese panorama ¿nos atreveremos a darles un sermón a nuestros hijos sobre el esfuerzo y el trabajo?

Y pensar que tendría que estar viendo la exposición erótica del Thyssen para poder hablar de algo realmente importante, pero tengo que vigilar al fontanero. Le pregunto si está seguro de lo que está haciendo y vuelve la cabeza hacia mí dolido. Bajo la mía hacia el teclado intentado escribir, no puedo. Los martillazos, los ladrillos rotos por el suelo. Le grito "¿Ya?". "Aún no", dice. Me acerco prudentemente sin querer pasarme de lista y ante el destrozo le pregunto si no sería mejor pensar con calma dónde está el origen del problema antes de seguir destruyendo mi hogar. ¿Se cree que a mí me gusta hacer esto?, dice, tenga en cuenta que estoy haciendo lo imposible por no pedirle que quite todos los libros de esa pared. Ya sabía yo que era mejor callarse.

 

 

                       

 



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28 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Pacto de no agresión?

El siempre complicado, y nunca bien entendido, pacto entre caballeros de la actual literatura latinoamericana. Fuente: juajomolinaPasando por el blog The Art of Fiction del mexicano Mauricio Salvador leo la frase: "En lo personal creo que la gente debe relajarse respecto de Bolaño". ¿A qué se refiere? Al parecer, considera que existe una suerte de pasión chauvinista (chilena o latinoamericana, quién sabe) con respecto a Roberto Bolaño. Salvador menciona como punto de partida un artículo de Alejandro Zambra en La Tercera de Chile, en el que refuta bajo el título Historia Universal de la Envida un comentario de Richard Ford contra Los detectives salvajes. El desdén de Ford para Alejandro Zambra es una prueba más del "provincialismo" de los escritores norteamericanos a favor de su literatura y en contra de la literatura de cualquier otro escritor no gringo (hace poco comenté en un post que Philip Roth declaraba que sí, en efecto, la literatura en EEUU es la mejor del mundo). Mauricio Salvador recoge al respecto un post de Gonzalo Baeza titulado "Alejandro Zambra y las defensas corporativas" donde dice:Según Zambra, la herejía de Ford se explica en parte con el manido argumento que la literatura estadounidense es ?pagada de sí misma? o, en otras palabras, autorreferente y tal vez provincial. Una generalización tal sólo puede venir de alguien no familiarizado con dicha literatura o de personas cuyo acceso a ella proviene de lo que se traduce al español, sin reparar en los autores que año a año el mercado hispano ignora. (...) El problema es que, producto de este mismo provincialismo del que solemos acusar a los norteamericanos, sumado al hecho que en nuestros colegios no nos enseñen un segundo o tercer idioma (igual que a los gringos) y que no haya espacio en el mercado para traducir un mayor número de títulos estadounidenses, nos perdemos a una legión de buenos autores. Mirando mi biblioteca, que dista mucho de ser una colección de ?imprescindibles?, veo a un sinnúmero de nombres que probablemente jamás lleguen a un público hispanoparlante. A vuelo de pájaro, están los divertidísimos cuentos de Sam Lypsite, los relatos negros de Scott Wolven (quien, por cierto, sí ha sido aplaudido por Ford), Leonard Gardner (autor de un único y desgarrador libro, Fat City, que por sí sólo pesa más que la obra de muchos autores chilenos), Stephen Wright (autor de Meditations in Green, una novela clave sobre Vietnam), o el libro debut de Josh Weil, The New Valley, tres excelentes novelas cortas ambientadas en los bosques y valles de Virginia y West Virginia. Hace poco el blog de Amazon.com publicó una serie de entradas acerca de los libros más representativos de los 50 estados de EE.UU. El número de buenos autores ignorados por las editoriales españolas molesta más cualquier falta de reverencia que Ford pueda manifestar hacia Bolaño. La literatura de EE.UU tiene muy poco de provincial. Un buen ejemplo es Virginia, un estado particularmente retrógrado en lo cultural y cuya universidad pública sin embargo edita una de las mejores revistas literarias del país, el Virginia Quarterly Review. En sus páginas apareció recientemente la traducción al inglés de Bonsái de Zambra. Por lo demás, si bien se estima que apenas el 3% de los libros que se publican anualmente en inglés son traducciones, numéricamente es bastante más de lo que cualquier persona va a leer en su vida. Si vamos a hablar de literatura provincial, qué mejor ejemplo que las letras chilenas, cuya envergadura le permite a duras penas proyectarse regionalmente (basta comparar nuestra anémica producción con lo que ha pasado en la última década en Perú o bien con la tradicional vitalidad de la literatura argentina). ¿O acaso alguien ha leído la traducción al inglés de Palomita Blanca? Después de todo, si alguien inventó el ninguneo a Bolaño fueron autores como Jorge Edwards, quienes miran con condescendencia la adoración que le guardan escritores más jóvenes y sólo a regañadientes lo aceptan en el club, más por el peso de la evidencia que por un deseo de cederle un lugar en el pedestal que ellos mismos se erigieron. Todo ello sin mencionar el ninguneo a nivel regional, partiendo por un Carlos Fuentes que hace poco comentara cómo ni siquiera ha leído a Bolaño.Mauricio Salvador, orgulloso fan de la literatura norteamericana como lo prueba The Art Of Fiction y la revista Hermano Cerdo, está de acuerdo con Baeza y agrega:Si Zambra conociera un poco a Ford habría dudado dos veces antes de escribir eso. Sus opiniones, dice, son mezquinas y atarantadas. Yo creo que Ford está en todo su derecho de opinar lo que quiera sobre Bolaño. Lo que sucede es que Zambra vive en una especie de nuevo Mundo feliz en el que la crítica y las posiciones personales existen de verdad muy poco. Esta nueva edad dorada ha sido ensalzada por la marea de encuentros literarios y festivales, de antologías, etc., que han llevado a varios grupos de escritores a renunciar por completo a cualquier clase de crítica en nombre de la preciosa y conveniente amistad. Los escritores latinoamericanos se alaban a sí mismos y a sus amigos escritores con una facilidad que no cabe en alguien como Ford o Bolaño. A Zambra parece incomodarle que alguien ponga en entredicho la recepción de Bolaño como producto del vil marketing. No es tan raro, si lo piensan. Piensen en Bellatin, por ejemplo. Entre Ford y Zambra, veo más pagado de sí mismo a Zambra que al mismo Ford, cuya obra es grandiosa y que no ha lanzado frases envidiosas a su contemporáneo y amigo (y sin duda más famoso) Raymond Carver. Zambra escribe la defensa de Bolaño (él cree que necesita una defensa) en pago a la figura paterna de Bolaño, que abrió las puertas de muchos escritores latinoamericanos en Estados Unidos. Pero se olvida que en la literatura, como en todas las cosas, la gente puede pensar diferente sin por ello ser mezquino o envidioso. Pero los jóvenes escritores que se la viven en festivales, encuentros y antologías no comprenden esto o lo comprenden sintiéndose profundamente ofendidos si alguien opina negativamente de sus obras o de las de sus amigosLa última frase del post de Mauricio Salvador compete a este blog. Como prueba de la amistad y el supuesto pacto de no-agresión de la literatura latinoamericana, Salvador coloca este blog:Chéquense el Moleskine Literario, por ejemplo, donde todo es feliz y hermoso. ¡Ay, amigo Salvador! Si realmente todo fuera tan feliz y hermoso como en este blog, el mundo no sería lo que es ahora. Nadie quiere un mundo sin conflicto. Sin conflicto, sin mentiras, sin mala onda, sin envidia, sin traición, sin agresión, sin dolor, no habría literatura. No habría Richard Ford, no habría Zambra. No habría The Art of Fiction. No habría Moleskine. Y sobre todo, no habría un escritor que escribe novelas "demasiado largas" como el extraordinario Roberto Bolaño. Felizmente, entonces, el mundo no es hermoso. Y felizmente hay tantos blogs dedicados a insultar agresiva, instintivamente, a todo escritor que pasa por el frente que Moleskine puede covertirse en un refugio donde las ideas disímiles -como lo comprueba este post- pero no groseras encuentran un lugar. Peace and Love. Todo OK. (P.D. Yo también amo a Pip y quiero que le den el Nóbel).



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28 de octubre de 2009
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Resurrección y metáfora (II)

El grano de trigo que al caer en tierra no muere,  perdura estérilmente, mas si muere será portador de fruto" (San Juan, XII, 22)

La verdadera vida, la vida al fin descubierta e iluminada, la única vida plenamente vivida es la literatura. ( À la Recherche du temps perdu ...IV, 474)

Ha de crecer la hierba y han de morir los niños  (Victor Hugo)

Indicaba que la utilización por Proust de la palabra  metáfora va más allá de lo que ésta designa estrictamente en lingüística. Metáfora en la Recherche es en cierto modo todo aquello que engloba el término tropo, es decir, toda modalidad que permita vincular una palabra (o conjunto de palabras) expresiva  de una vivencia a una palabra expresiva de una vivencia diferente pero que guarda alguna relación con la primera. De ahí que  sinécdoque o metonimia (en las múltiples acepciones de ambos ) sean también términos útiles a la hora de designar los procedimientos mediante los que cabría explicar las singulares vivencias del Narrador. Lo importante es en efecto  que Marcel Proust atribuye a su metáfora ese poder de hacer que los productos de la imaginación aun no siendo actuales tengan la acuidad de lo que sí lo es, aun siendo ideales escapen a la astenia propia de la abstracción (IV, 451), ello ocurre simplemente por el hecho, ya descrito de que el lazo que constituye la metáfora trasplanta a lo imaginario la densidad e inevitabilidad de lo que sí está presente. Para entender que este poder permita escapar al tiempo basta con que demos a este término el sentido ordinario en el que la vivencia pasada es incompatible con la vivencia presente:    

 «La verdad sólo emergerá cuando el escritor, tomando dos objetos diferentes, establecerá su relación, análoga en el mundo del arte a lo que la relación única de la ley causal es el mundo de la ciencia, y los encerrará en los anillos  de un bello estilo; asimismo cuando, al igual hace la vida, vinculando una cualidad común a dos sensaciones, extraerá su esencia común, reuniéndolas y sustrayéndolas a las contingencias del tiempo, en una metáfora" (IV, 468).

Una precisión: La concepción de la imaginación que sustenta estos párrafos, a saber, su intrínsica vinculación con lo ausente, deja abierta la puerta tanto a que su contenido sea el pasado como simplemente lo alejado en el espacio o lo que pueda advenir. Sin embargo hay razones para privilegiar el pasado en la medida en que sólo con fragmentos de lo ya vivido (o de lo que aun presente está de hecho convirtiéndose en pasado) se forjan las imágenes de aquello a lo que cabe acceder, es decir de lo designado por la palabra futuro.

El mecanismo de hacer que tenga acuidad lo que es sólo producto de la imaginación está en el texto citado explícitamente vinculado a la tarea de la  escritura.  Me atrevería sin embargo a precisar que se trata e la dimensión inevitablemente poética de toda obra literaria en el sentido cabal del término, dimensión omnipresente a lo largo de la Recherche  y que con un poco de trabajo cabe incluso extraer del conjunto de la obra, independizarla de la tarea narrativa.

Me atrevo a decir que esta modalidad del lenguaje ajena toda instrumentalización del mismo y generadora de profunda dicha es para todo hombre la originaria y aquello que está operando cabe vez que tenemos la fortuna de sentir que la presencia efectiva es en efecto ocasión de que la imaginación se libere de la astenia, cada vez por ejemplo que el ser en nuestros brazos es efectivamente amado. Me atrevo a decir que no hay amor sin metáfora, no hay amor sin retorno al origen, sin reencuentro con la plena acuidad de la palabra.

La inevitabilidad para todo humano de insertarse en el juego de lo que Proust denomina metáfora, y el hecho de que hacer fructificar las posibilidades de la metáfora sea la esencia de la literatura explica está radical afirmación de la Recherche según  la cual la verdadera vida  es la literatura. Nuestra vida cabalmente humana se inició mediante inmersión en el juego de las metáforas y habiendo sacrificado tal origen en un mundo de representaciones dónde fructifican las malas hierbas de la costumbre, el amor propio, las pasiones condicionadas por la imitación y la inteligencia abstracta, la buena suerte de retornar a la literatura es efectivamente una resurrección.

La tarea que Marcel Proust se impone es la exploración del  mecanismo que posibilita ese singular  retorno de lo que, en el tiempo físico, está irreversiblemente perdido. Se trata sin duda de describir, mas no  de describir lo preexistente al lenguaje (de tal forma que el lenguaje sería extrínseco a la naturaleza de lo descrito) sino aquello que nunca fue, de hecho, indisociable de los mecanismos del propio lenguaje. De hecho la metáfora no efectúa milagro alguno, porque el milagro consistiría en hacer revivir con el espíritu lo que tiene realidad empírica, y la metáfora  no da vida sino a lo que desde siempre se plegó a sus propias leyes. Sólo aquello que hemos vivido  desde el origen como trabado en un juego de metáforas, como reducido a material de las mismas, aquello que nos afectó ya entonces en lo que nos marca como humanos, puede ser recuperado en toda su acuidad mediante un expediente lingüístico.

Los paisajes y los seres humanos que dan cuerpo a la obra,  nada valen por si mismos fuera del papel que en ella juegan. En realidad todo ello  es  a la obra tan sólo lo que el contenido esquemático presente en el óvulo es al grano llamado a desplegarse y madurar.

"esta vida, los recuerdos de sus tristezas, de sus alegrías, constituían una reserva análoga a este álbum recogido en el óvulo de las plantas, y en el cual éste extrae su alimento para transformarse en grano, en ese tiempo en el que se sabe todavía que el embrión de la planta se desarrolla, siendo como es lugar de fenómenos químicos y respiratorios secretos y muy activos" (IV, 478)

Y no sólo pueden morir los intérpretes, sino que también ha de hacerlo el yo convencional (con todos los recuerdos conscientes que lo alimentan) del Narrador,  al igual-nos dice- que la muerte del grano es el precio del desarrollado de la planta, recordando así la tremenda verdad de los versículos de San Juan:  "El grano de trigo que al caer en tierra no muere,  perdura estérilmente, mas si muere será portador de fruto"

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28 de octubre de 2009
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Cuéntamelo otra vez, y luego otra

El misterio del cuento, novela, serial o folletín, sigue dando trabajo a los filósofos. Nada nuevo. Desde Aristóteles mareamos el asunto, aunque él hablara del drama. A pesar de la abismal diferencia entre su sociedad y la nuestra, la afición ya le parecía chocante. ¿Por qué nos gustan las historias? ¿Por qué nos sumergimos en relatos absurdos hasta olvidarlo todo? Quizás en tiempos de Aristóteles pudiera ser un mero recreo señorial, pero en sociedades agobiadas por la guerra, el hambre, el trabajo o la represión política, las historias tienen igual éxito. No, no es cosa de divertirse, es una necesidad más honda.

    Los filósofos cognitivos, híbridos de neurólogo, biólogo y sociólogo, tratan de dar una justificación a fenómenos tan pasmosos como la trilogía de Larsson. A veces las explicaciones son someras y decepcionan. Por ejemplo, lo definen como un instrumento de ayuda para la supervivencia y la reproducción. Las novelas, las fábulas, nos harían resistentes y nos enseñarían técnicas para superar accidentes que afectan a nuestro equilibrio o a nuestra sexualidad. Es la posición del evolucionista Brian Boyd en su reciente "On the origin of stories". Otros lo consideran parte de la relación ontológica del humano con el juego y lo comparan con las burbujas de fantasía que los delfines expulsan sin función ninguna, por capricho. Lo que iguala literatura, macramé y bailar la jota.  

Es más tentadora la opción de Boyd. ¿Un acceso al mundo de la dificultad, vencida por el ingenio? El joven Harry Potter se enfrenta al universo de los ogros, los unicornios, los demonios y los brujos, con la estimable arma de la tecnología. Porque la varita mágica y los conjuros no son sino disfraces del ordenador, el móvil y otros aparatos que actúan a distancia, con ellos el niño puede controlar el agobiante mundo que le rodea, o así se lo parece durante un rato. "Madame Bovary" sería un manual de instrucciones para adúlteras: si eres tonta te saldrá mal, aprende a ser lista. A lo mejor Kafka nos enseña a sobrevivir a RENFE y la Telefónica.

Artículo publicado el sábado 24 de octubre de 2009.

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28 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El rojo

En diversas ocasiones he deseado pintar un cuadro rojo. Siempre he sentido que acertando con este color lograría -supuestamente- la obra maestra. Efectivamente el rojo es capital y, en consecuencia, captarlo en su punto justo sería como cortarle la cabeza.

Es comprensible, por tanto, que se resista una y otra vez a las operaciones que pretendan su necesario degüello.

La sangre que emite el rojo y el rojo que emite la sangre forman un bucle que, -¿cómo decirlo de otro modo?- asustan. El rojo impone. Tanto como impresiona la visión de una hemorragia que proclama la tremenda  herida. En consecuencia un mal cuadro en rojo será insoportable. E insoportablemente tonante a través de casi cualquiera de los tonos que rondan al rojo o "colorado". Siendo el colorado, por antonomasia, el temible amo que rige en la locura del color.



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28 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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País de un solo juez

¡Qué misterioso país! Un solo juez lo hace todo. Perseguir terroristas, procesar piratas somalíes, rebuscar en las fosas del franquismo, desmontar las tramas de corrupción de los partidos, y todo eso después de procesar a Pinochet, revolver en los crímenes de Estado o golpear al narco. ¿Y qué hacen los otros jueces? A veces se diría que rabiar por lo mucho que trabaja el juez único e incluso dedicarse a buscarle las cosquillas para ver si se le puede pillar en fragrante prevaricación.

Pero no generalicemos. Seguro que hay muchos jueces trabajadores y diligentes que son alérgicos a los focos y a la prensa, pero hacen su trabajo con enorme profesionalidad y pundonor. Aunque sea todo un misterio que casi ninguno de los grandes casos caiga en sus manos, no vamos ahora a convertir las hiperactividad de uno en motivo de humillación de todos los otros. En todo caso, un país de juez único es doblemente preocupante. Por la inactividad de unos y por el enorme poder del otro. Aunque peor sería el país, sin duda, si quedara en manos de los jueces de la siesta. De manera que viva el juez y viva el país que puede permitirse el lujo de confiar sólo en una toga para el mantenimiento de una cierta decencia pública.



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28 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fresán comenta su novela

Rodrigo Fresán. Fuente: laperiódicarevisióndominical Y así como a veces está de un lado, a Rodrigo Fresán le toca este año también estar del otro. Acaba de publicar con Mondadori la novela El fondo del cielo y en la Revista Ñ lo entrevistan brevemente y califican su novela de "inclasificable" Lo que queda claro es que es la novela de un lector apasionado y voraz. Es decir, lo que ya sabíamos de Fresán. Habrá que leerla, como he leído todo lo anterior suyo. Pero el barco con novedades ya zarpó de España, así que esperaré el siguiente envío.El autor argentino, de 55 años, que vive en Barcelona desde 1999, ensaya una visión del fin del mundo en El fondo del cielo (Mondadori) una de esas novelas inclasificables que contiene tantos juegos, guiños literarios, trampas, citas y combinatorias que, una vez cerrado el libro, invita a volver a abrirlo para reemprender el viaje por sus páginas, ahora con sus secretos ya sabidos. "Las citas del índice inicial son su guión", dice el autor: Bioy Casares, Nabokov, Proust, Vonnegut, Philip K. Dick, Banville y Cheever. "No es un libro de ciencia ficción, sino un libro con ciencia ficción", repite Fresán. "Y sobre todo, es una historia de amor, una historia de amor con traje espacial, donde lo importante son el pasado y la memoria". "Recordar es encontrar sin dejar de buscar", repite a lo largo del libro un narrador, cuya identidad es una de las sorpresas. Fresán, en su obra más próxima a Bioy Casares (La invención de Morel y El sueño de los héroes), se declara admirador de la nostalgia de Bradbury y de Odisea 2001, de Dick y Ballard, porque recela - él no llevó móvil hasta el embarazo de su mujer-de la dependencia de las máquinas. "El fondo del cielo - dice-es la posibilidad de una historia privada del fin del mundo o la historia universal del amor, contada con sentimientos intensos y emoción"."Hay en la novela - añade-una zona crepuscular donde no existe la perspectiva de ser invadidos por seres superiores, sino donde vemos cómo nos estamos convirtiendo en nuestros propios extraterrestres, nuestros propios aliens". También tiene la novela una poderosa reflexión sobre la memoria y el tiempo, la invención de un nuevo planeta literario, un repaso desde la lejanía de miles y miles de años a acontecimientos históricos (11-S, Kennedy...), mucha poesía y un homenaje a Vonnegut que en una entrevista dijo que todo escritor tenía la obligación, al menos una vez en su carrera, de destruir un mundo. "Yo destruyo dos. Varias veces", dice Fresán.



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27 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalypse Love (6)

Todos los elementos reconocibles de la narrativa de Rodrigo Fresán están presentes en El fondo del cielo. (Aquí va otro que no mencioné antes, y que también puede ser predicado de esta nueva novela: cada relato de Fresán representa, a su manera, una puesta al día de las clásicas preguntas sobre por qué escribimos, y por qué leemos.)

Y al mismo tiempo El fondo del cielo es otra cosa. Algo distinto, lo cual que no necesariamente significa opuesto, ni mucho menos contradictorio. Lo clásico y lo novedoso en Fresán se amalgaman aquí con naturalidad, del mismo modo en que, desde hace ya décadas, palabras en apariencia opuestas como ciencia -con su predilección por lo comprobable- y ficción -con su predilección por lo inefable- se combinaron para crear un género nuevo y abrir puertas en la mente donde antes había sólo muros.

El fondo del cielo es una novela que responde no a una lógica cartesiana, sino cuántica. (No es casual que entre los agradecimientos exista uno dedicado a una de las figuras de la física moderna: el científico Hugh Everett.) Así como la física cuántica sostiene que una llave de luz puede estar encendida y apagada en simultáneo, El fondo del cielo sugiere a la vez un Fresán puro y un nuevo Fresán.

         Sin embargo Fresán no recurre a la física cuántica para explicar esta paradoja, sino a una de las maneras más primitivas concebidas por el hombre para explicar el universo y su rol en ese océano: el misticismo. Dado que dos de los tres protagonistas se apellidan Goldman y Leventhal, la nociones cabalísticas se tornan inescapables.

         Una de esas nociones se denomina Tzimtzum, y es definida como una constricción de sí mismo que Dios produce voluntariamente. Una libre renuncia a la infinitud divina, que el Todopoderoso pone en práctica por una razón tan simple como inapelable: para hacer posible la existencia del Otro. En todos los años que llevo abocado a estos asuntos, he encontrado pocas definiciones que sirvan mejor de norte a cualquier narrador: se trata de saber restringirse, de renunciar a querer llenar todos los espacios, para hacer posible la existencia de ese Otro que es el Lector.

         El segundo concepto se llama Tikkun Ra, o "la reparación del mundo", según el cabalista español Abraham Abulafia. La Luz Divina de Dios habría estado contenida originalmente en una o más vasijas que terminaron rajándose por obra del mal, y derramando su tesoro. Al caer sobre el mundo, esas astillas divinas invirtieron su carga y se transformaron "en todo lo terrible y monstruoso que ha sucedido desde entonces". "Los místicos -prosigue Fresán a través de Isaac Goldman- sostienen entonces que la tarea de los hombres consiste en reunir esos malignos fragmentos mediante buenas acciones. Reconvertirlos en materia benéfica e ir ensamblándolos como si se tratara de una estatua rota hasta recuperar el todo original. El bien perfecto".

         En El fondo del cielo Fresán encontró algo que le permitió reunir todas las piezas de su narrativa y ensamblarlos en una novela sin fisuras.

         Es que El fondo del cielo es, más allá de la parafernalia, una historia de amor.

         Por supuesto, no esperen encontrarse con un amor de características convencionales. ¡Estamos hablando de Fresán! Lo más parecido al romance que encontramos en la novela es puro Jules et Jim, un triángulo entre dos muchachos y una mujer innominada -menage a trois que, en este caso, permanece inconsumado. (Por lo menos en los universos de los que la novela habla...)

         Más bien se trata del otro amor: el amor místico, esa fuerza capaz de reunir los fragmentos malignos y restaurar el bien original. Las religiones del mundo fracasaron de la manera más estrepitosa a la hora de defender su existencia y predicar su necesidad; a esta altura de la Historia, lo más probable es que la ciencia termine saliendo en su rescate. Después de todo el mal es digital, binario: sólo puede romper lo que está sano y corromper lo que es puro. Pero el amor, esta clase de amor, es cuántico, porque puede hacer que aquellos que están rotos y se saben impuros accedan a otro estado del alma, aun cuando sus pies sigan hundidos en el barro.

         Además de la ciencia, de Abulafia y demás cabalistas, el amor místico no ha tenido mejor aliado a lo largo de la Historia que el arte en general y la narrativa en particular. ¿Cuántas novelas maravillosas han sido concebidas en este estado de exaltación? Pienso en David Copperfield, en The Adventures of Augie March, en A Prayer for Owen Meany, en The English Patient. Y a partir de ahora, claro, pensaré además en El fondo del cielo. Al poner en el centro de su historia un instante tan fugaz como íntimo (dos muchachos jugando en la nieve, una chica que los mira desde la ventana), y pretender que ese instante alcanza para contrarrestar todos los apocalipsis, Fresán nada a contracorriente del pesimismo imperante y responde en simultáneo a la pregunta del por qué escribimos, por qué leemos -y quizás por primera vez, por qué vivimos.

         Hacemos todo eso para crear momentos de belleza que, como las estrellas, seguirán brillando cuando ya no estemos. 

 

 



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27 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paraísos perdidos

No conozco bien el proceso, pero lo imagino así: fue alguien, posiblemente un documentalista, quien puso sobre aviso a la editorial - en este caso Saga editorial - acerca de la existencia de un magnífico archivo fotográfico. Se trataba de una colección de fotografías en blanco y negro tomadas en su mayoría en las décadas de 1950 y 1960 y que daban cuenta del estado de todas las costas españolas por aquellas fechas. Y cuando digo todas es literal, pues incluyen imágenes de todos los golfos, cabos, bahías, calas, playas, mangas y albuferas comprendidos entre Port de la Selva, muy cerca de la frontera francesa con Cataluña, y Hondarribia, en la frontera  cantábrica con Francia, abarcando al completo el perímetro mediterráneo y atlántico de la Península Ibérica con la excepción de Portugal. También se incluyen unas pocas pero muy expresivas imágenes para demostrar que tampoco  las islas Baleares y Canarias se libraron del tsunami del ladrillo que se abatió sobre las costas españolas a raíz del llamado "desarrollismo".  

Imagino que a la vista de tan extraordinario material, la editorial tomó la única decisión que cabía ante una posibilidad tan fascinante: reproducir en fotografías de hoy el estado des aquellas localidades y paisajes reflejados en las originales, pero tomándolas desde el lugar exacto donde en su día fueron tomadas aquellas. Cabe decir que no siempre ha sido posible hacerlo, muchas veces porque aquél lugar está ocupado hoy por un gigantesco bloque de apartamentos,  o porque un disparatado hotel tapa por completo la perspectiva.  Aun así,  es muy alto el número de casos en que el ángulo de visión es exactamente el mismo y puede perfectamente establecerse una comparación visual entre el entonces y el ahora. Y el resultado es abrumador.

                El libro ha sido piadosamente titulado Paraísos perdidos, pero también podría haberse llamado Historia nacional de la infamiaMuseo general de los horrores o cualquier otro título capaz de sugerir la inimaginable obra de destrucción perpetrada contra el litoral español. Debido a la magnitud del desatino, y ante el peligro evidente de caer en un tono a mitad de camino entre lo jeremíaco y lo apocalíptico, el autor del texto  ha optado  por una ironía contenida que alcanza toda su expresividad, y su máxima capacidad de censura, a la vista de las clamorosas imágenes que lo acompañan. Al final, y quizás para conceder un respiro al acongojado lector, se han incluido una sección de espacios naturales y una nostálgica colección de imágenes que reflejan el estado de la cuestión justo antes de la hecatombe. O cómo éramos antes de la llegada de los primeros bikinis y lo que éstos trajeron consigo.

Está claro que nada de lo ocurrido en España en el sector de la construcción desde el estallido del boom turístico de finales de la década de 1960 hubiera sido posible sin la connivencia (por no llamarlo asociación para delinquir) de  políticos, autoridades nacionales/autonómicas/ municipales, banqueros, inversores y demás industriales relacionados con la construcción, todos ellos extrañamente comprensivos con la codicia y la rapacidad de los constructores. ¿Por qué? Porque, de una forma u otra, todos ellos se han beneficiado de esa obra de destrucción masiva irónicamente llamada "construcción". Y basta mirar la crónica de sucesos, o recordar casos tan clamorosos como el de Marbella bajo el mandato de Jesús Gil , para comprender el alcance de la corrupción que impera en ese sector.

Pero si está clara la culpabilidad de todos ellos, no debería olvidarse el papel jugado por los compradores de los apartamentos, parcelas y viviendas tan inescrupulosamente puestas en el mercado. Al fin y al cabo han sido ellos, los compradores, quienes han retroalimentado con sus dineros la prosperidad del gigantesco  tinglado.  Y conste que también aquí se da una circunstancia tragicómica, pues si en cierto modo los compradores no dejan de ser cómplices del desaguisado, al mismo tiempo son víctimas del mismo, pues la mayoría está echando la vida para pagar las hipotecas de unas casas construidas de cualquier manera y en las que puedes estar al tanto del estado de la vejiga del vecino (puesto que se le oye actuar en el cuarto de baño) o llevar  un cómputo bastante completo de la calidad y cantidad de sus ayuntamientos carnales porque también eso se oye a través de unas paredes finas como el papel de fumar y encima llenas de grietas.

Todo propietario de "un apartamento en la costa" tiene ahora ocasión de comprobar cómo era el paisaje antes de la llegada de los bárbaros.  Con un poco de imaginación, y teniendo el modelo original en la mano, incluso puede mirar por la ventana y aventurar  cómo serían el mar y la tierra de no tener delante un muro de ladrillo cuidadosamente encalado de blanco, eso sí, pues los constructores no reparan en gastos de cal con tal de integrar ese muro en el paisaje. 

 

 

Paraísos perdidos

Juan Pedro Bator

Saga / editorial



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27 de octubre de 2009
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El Boomeran(g)
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