
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
En diversas ocasiones he deseado pintar un cuadro rojo. Siempre he sentido que acertando con este color lograría -supuestamente- la obra maestra. Efectivamente el rojo es capital y, en consecuencia, captarlo en su punto justo sería como cortarle la cabeza.
Es comprensible, por tanto, que se resista una y otra vez a las operaciones que pretendan su necesario degüello.
La sangre que emite el rojo y el rojo que emite la sangre forman un bucle que, -¿cómo decirlo de otro modo?- asustan. El rojo impone. Tanto como impresiona la visión de una hemorragia que proclama la tremenda herida. En consecuencia un mal cuadro en rojo será insoportable. E insoportablemente tonante a través de casi cualquiera de los tonos que rondan al rojo o "colorado". Siendo el colorado, por antonomasia, el temible amo que rige en la locura del color.