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La sustancia de los sueños

Lévi-Strauss dijo una vez en una famosa entrevista en Cahiers du Cinéma que "el cine es la sustancia de los sueños", y durante muchos años yo creí entender la frase. Ahora no estoy seguro. Es cierto que el cine, por su naturaleza deslizante, y a ratos (siempre que no lo haga Marguerite Duras) vertiginosa, parece destinado a condensar lo soñado de un modo que nuestra cabeza, en cada despertar, añora o envidia. Y es un misterio que, así como la pintura onírica decidida, es decir, auto-consciente (Fuseli, Magritte, Chirico, Dalí), muchas veces resulta no sólo empalagosa sino ilustrativa, por el contrario, las secuencias de sueños en ciertas grandes películas (Hitchcock, Bergman, Buñuel, Busby Berkeley) sean tan convincentes, casi verídicas.

     La frase del antropólogo francés me ha venido a la cabeza en las últimas semanas por un hecho que expongo. Mientras rodaba ‘El dios de madera' no soñaba (y ya saben los lectores asiduos de este blog lo soñador que yo soy, si se me permite la frase pomposa). Al principio pensé que era un simple problema físico. Tomaba casi todas las noches un inductor hipnótico de baja potencia media, y se dice que esas pastillas, además de conciliarte con el sueño, entorpecen los mecanismos de liberación del subconsciente. Pero había noches en que no tomaba ningún preparado somnífero, y días, uno y medio cada semana para ser exacto, en que tampoco rodaba, y seguía sin tener sueños, sin recordar siquiera al despertarme haber soñado. ¿Llenaba el cine de modo suficiente mi cabeza de esa sustancia dicha por el autor de ‘Tristes trópicos'?

  Anteanoche volví a soñar, y puedo contarlo, no sin vergüenza. El sueño era de cine, y la acción sucedía en un festival cinematográfico al que acudía de invitado. Una vez sentado en el patio de butacas de la sala grande, en lo que parece una sesión de gala, advierto que no me han dado el resguardo por las maletas que he dejado a la entrada. Me levanto de golpe y salgo a buscarlo en los retretes; imprudentemente, dejo mi chaqueta en el respaldo de la butaca. Al volver de la búsqueda infructuosa me encuentro rodeado de grandes damas del cine y el teatro español que, capitaneadas por Gemma Cuervo, abandonan en estampida la proyección. Veo que mi chaqueta sigue donde la dejé, pero yo no me siento en ese sitio, sino en una butaca próxima a la que ocupa Sara Montiel, que lleva un perrito en un canastillo. Arturo Fernández nos saluda efusivamente desde su palco. En la sala, mucha gente fuma mientras la película continúa.

   Mañana he de buscar la entrevista completa de Lévi-Strauss.

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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La banalización de la violencia

La violencia en el cine y en la televisión es un objeto de debate desde que existen cine y televisión pero también un enorme tema para el cine y la televisión. En ?El hombre del traje gris? (1956), de Nunnally Johnson, película inspiradora del serial televisivo ?Mad men?, contrasta el flash back de los penosos recuerdos de guerra del protagonista con el entusiasmo de sus hijos pequeños ante las primeras imágenes violentas de la televisión que acaban de instalarse en las casas. En ?Inglorious Basterds? de Quentin Tarantino, contemplamos el goce infantil de los nazis ante la violencia mientras nosotros como espectadores nos vemos inducidos perversamente a gozar con la violencia ejercida sobre los propios nazis. En ?Katyn? de Andrzej Wajda, en cambio, la austera y rigurosa reproducción de cómo se hacían las ejecuciones mediante un tiro en la nuca desarma al espectador de cualquier veleidad retórica y consigue un efecto documental de un dramatismo insoportable.

Tarantino y Wajda buscan cosas distintas, pero en una misma dirección. Con el primero, el espectador ve retratado en el rostro baboso de Hitler y Goebbels los más bajos instintos que le animan a disfrutar en los filmes bélicos. Con el segundo, por el contrario, consigue hacerse una idea de cómo es en la vida real esa violencia trivializada en la imagen. Entre la Segunda Guerra mundial y la instalación de los televisores en los hogares se desata el mecanismo de la trivialización mediática de la violencia y de la muerte, casi como una respuesta de aceptación cultural de las mayores matanzas de la historia y por tanto de la trivialización efectiva y real de la muerte. Eso ya lo capta muy tempranamente ?El hombre del traje gris?, pero queda en evidencia en la visión paralela de los filmes de Tarantino y Wajda. Es reciente el cierre del bucle, el momento en que la violencia mediática, en sus orígenes vivida vicariamente, se convierte en violencia directamente ejercida, vivida también mediáticamente. Estamos en Abu Ghraib y podemos ver las imágenes producidas y protagonizadas por los soldados norteamericanos Lynndie England y Charles Graner, su novio, que actúan sobre los cuerpos torturados y humillados de sus víctimas iraquíes. También hay película en este caso, aunque non fiction: de Errol Morris, ?Standard Operating Procedure? (2008), y libro del mismo título de Philippe Gurevitch. Quienes se han venido preguntando con escepticismo acerca de los efectos de la violencia en los medios de comunicación tienen en esta filmografía abundante material para la reflexión.



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23 de octubre de 2009
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II. La eterna juventud a la mano

No halló Ponce de León la fuente de la eterna juventud, dice el cronista Fernández de Oviedo, y "fue muy gran burla decirlo los indios y mayor desvarío creerlo los cristianos"; y aunque anduvieron perdidos más de seis meses por pantanos desconocidos, descubrieron en cambio la península de la Florida.

Hoy en día, el mito recurrente del remedio para nunca envejecer  parece tomar cuerpo de nuevo. En los centros de investigación y en los laboratorios, se trabaja de manera incansable en hallar la nueva piedra filosofal que dará vida sana y robusta por un término de mil años, según los alquimistas modernos más entusiastas.

            Esta es la tarea de la fundación Strategies for Engineered Negligible Senescence (SENS), que busca articular una ingeniería genética que vuelva insignificante el envejecimiento, y sea capaz de prolongar radicalmente la longevidad. Fundada por el doctor Aubrey de Grey, un genetista británico que antes había presidido la fundación Matusalén, la SENS acaba de concluir en el Queen's  College de la Universidad de Cambridge una conferencia en la que participaron doscientos especialistas de todo el mundo en ingeniería de los tejidos, regeneración celular, biomedicina, y biogeriatría.

            No se trata de buscar en algún paraje lejano una fuente de aguas providenciales, sino de un problema de ingeniería, afirma el doctor de Grey: las claves de la juventud están en identificar y catalogar los cambios moleculares y celulares que traen como consecuencias la degeneración  del cuerpo y por tanto la muerte, y una vez debidamente identificados esos cambios, revertirlos. ¿Cuánto tomará llegar a alcanzar una cota de longevidad de mil años? Para algunos de los científicos ésta es una meta exagerada, y hasta fantasiosa.

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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La elegancia

Podría parecer una simplificación pero la elegancia es la cualidad que denota la obra perfecta, la obra eficiente, la auténtica verdad y no sólo estética de la invención. No pocos físicos o matemáticos, arquitectos o alquimistas desecharon el resultado de sus investigaciones y experimentos porque los consideraron feos. La belleza y la verdad se han presentado unidas en los ideales helénicos pero todo el cristianismo ha presentado siempre la fe como una luz encantadora hacia la máxima verdad. Igualmente podría decirse de las personas, incluso en la conversación. Podría decirse de Maradona en sus declaraciones tras el partido con Uruguay, de Berlusconi con el asunto de las velinas o de Zapatero cuando habla de que España "se va a mojar" en la búsqueda de la paz en Oriente medio. La falta de elegancia en el hacer o en el decir denota falta de tino. O, al revés, la incuestionable elegancia que despide Obama anticipa su acierto aquí y allá. El Nobel de la Paz este año es un premio al estilo. Ni a la realización ni a la próxima intención. Simplemente a la prestancia de un porte que hace creer en la unidad entre aquello indistinto que se haga y su ya elegante distinción.



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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalypse Love (3)

Desde Historia argentina en adelante han ocurrido dos cosas. Por una parte, Fresán siguió construyendo una de las obras más singulares de la narrativa hispanoamericana. (No le pongo fecho a esa obra para no cometer el error de anclarla en el siglo XX. A veces pienso que la insistente señalización de Fresán hacia el desvío de la ciencia ficción es su forma de sugerir que, en realidad, deberíamos considerarlo un escritor del siglo XXI.)

Y al mismo tiempo la corporación literaria de la Argentina, a la que le resulta tan natural comportarse como un Gulag, decidió someterlo a un tratamiento de silencio. La mayor parte de los ensayos y trabajos críticos sobre la obra de Fresán provienen de sitios que no son la Argentina. Y esto no puede atribuirse al hecho de que Fresán viva en Barcelona desde hace años. Ya ocurría cuando Fresán vivía aún en Buenos Aires, y sólo se potenció en su (aparente) ausencia. De no ser por la labor de tantos críticos formalmente extranjeros (no se pierdan el ensayo de Ignacio Echevarría, en la reedición de Historia argentina que Anagrama lanzó al cumplir 40 años), las señales que el satélite Fresán emite desde 1991 le habrían pasado por completo desapercibidas a miles de lectores de todas partes.

         Pero (bip) por fortuna (bip bip), eso no ocurrió.

         ¿Cuál sería el pecado por el que estaría pagando semejante precio? Se me ocurren dos. El primero es, precisamente, el de haber hurtado el cuerpo al pecado que Borges definió, en un poema tristemente célebre, como el peor  de todos: Fresán es feliz. Pocas escrituras trasuntan más goce, en la narrativa contemporánea, que la de este dichoso hombre. En Fresán, la literatura es lo más parecido al orgasmatrón de Woody Allen que el ser humano ha podido concebir desde que lanzó un hueso al aire: una fuente de placer que no falla jamás -siempre y cuando, claro, el cilindro en el que uno elige entrar sea el adecuado y funcione como debe.

         En un medio donde tantos escritores pretenden encontrar un nicho dentro del canon literario local aun antes de haber escrito una sola línea; donde se concibe la escritura como un mecanismo de sobrecompensación ante inseguridades y carencias variopintas (de las cuales, imagino, las sexuales no deben ser las peores); y donde terminan produciéndose, de manera inevitable, más operativos intelectuales y de marketing que verdaderas novelas, lo de Fresán no puede resultar sino una afrenta.

 

(Continuará.)

 

 



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22 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Caín de Saramago

  Querido José:

He leído la larga entrevista que te hacen en La Vanguardia de Barcelona publicada junto a una crónica de la polémica "desatada" en Portugal por tu nueva novela. El periodista, como no podría ser de otro modo, utiliza la palabra "escándalo" para contar las reacciones políticas y eclesiásticas a la publicación de Caín. Supongo que habrá lectores inclinados a lamentar esta nueva manifestación de intolerancia pero yo querría detenerme a celebrar las airadas controversias que excita tu libro. ¿Acaso no es una prueba del poder que todavía tiene la literatura? La susceptibilidad de los custodios de La Biblia -los mismos que durante siglos prohibieron su lectura- nos demuestra que jamás la han leído. Si la hubieran leído, meditado y comprendido, se habrían visto sorprendidos por una creciente y desconcertante sospecha: los redactores de la Biblia no estuvieron tan ajenos como parece al espíritu de José Saramago. Tu Caín, José, contribuye a descubrir el valor de un texto milenario: el autor bíblico que nos relata el comportamiento de la divinidad es un hombre escandalizado. Lo que cuentas de Abraham y Sodoma, por ejemplo. ¿Acaso no es la Biblia la que nos permite conocer un episodio que conmueve nuestra Humanidad y asienta el alcance moral de nuestras dudas? La Biblia es el resultado de una impresionante paradoja: testifica cómo brota, crece y se expande la conciencia del hombre ante un Dios incomprensible. Y sin embargo, esta voz del hombre consternado -intrigado, seducido, convencido y repudiado- se convierte en un libro sagrado. Un libro venerado por una iglesia tan ignorante como mojigata. De hecho, su preocupación ha sido siempre la misma: impedir que el hombre comprenda la Biblia, impedir que el hombre se comprenda a sí mismo. De ahí su enfado con tu libro.



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22 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El muro de Berlín

 Berlín deja una huella profunda en el viajero, de modo íntimo y a veces insólito. Walter Benjamin y Alfred Doblin trazaron esos pasos como el eco que otros caminantes retoman. Aquí el viajero sueña más que en ninguna otra ciudad. Quizá porque Berlin es, en verdad, un mausoleo. Y uno, de paso, se sueña soñado. En este aniversario de la caída del Muro, y para que caigan muchos otros, a algunos amigos les he propuesto este enigma alemán. He aquí sus respuestas, libremente transcritas.

Juan Goytisolo: La arena del desierto

Es cierto que uno sueña mucho en Berlin. Pienso que se debe a que Berlín está construida sobre un lecho de arena. De noche, dormidos, percibimos que la ciudad oscila, se desliza y mece. La arena es una materia similar a la del sueño, hecho a su vez del horror de lo vivo.

Carlos Fuentes: Los lagos de la imagen

Yo creo que soñamos más en Berlin no porque sea un cementerio, como dices, sino porque la ciudad está rodeada de grandes lagos. Son lagos que, de noche, reproducen el cielo como espejos fieles. La noche se hace clara gracias a esos tramos de luz que nos multiplican. En el sueño, vemos esas imágenes entre la luz nocturna. Aunque yo no escribo los sueños que recuerdo sino los que olvido.

Julián Ríos: La leche nocturna

Los meses que pasé en Berlín soñé muchísimo, pero yo no creo que los sueños sean lecturas, creo que deben escucharse. En Berlin, las voces que nos hablan en el sueño hablan turco. En las terrazas del Kreuzberg yo saboreaba la crepitación del lenguaje más terrestre. Y en mis sueños mamaba de esa fuente propicia.


Alfredo Bryce Echenique: Los ojos de Nefertiti

Vine a Berlín porque me dijeron que aquí estaba la Nerfertiti. Tomé un taxi, que resultó conducía un peruano, y le dije: Lléveme a ver a Nefertiti. Me llevó a una casa de ventanas ciegas, más allá del barrio árabe. Le aclaré que ella estaba en un museo, que era una reina egipcia. Por fin la vi, pero fue un encuentro antidramático. Ella no está acabada de hacer: el escultor que la perpetuó, seguramente un esclavo enamorado de la Reina, no le dibujó los ojos para no ser descubierto. Por eso soñamos, para que por fin Nefertiti nos vea.

 

Eugenio Montejo: Dos poetas en la cafetería

Fui en compañía de Antonio Gamoneda, y convinimos en que, después de estar frente a ese busto maravilloso, ya no se podía ver nada más ese día. Bajamos a la cafetería del Museo. Aparte de la belleza, de la estilización fascinante de la figura, me impresionó su cercanía humana, la concepción terrestre del arte egipcio. El egipcio ve a la sagrada mujer de un Faraón con la misma humanidad de una mujer que vende en una tienda del desierto. Sólo la distinguen los atuendos y la dignidad de la pose, pero es también la muchacha que Pound vio en el metro como el súbito temblor de unos pétalos

Héctor Abad: El aprendizaje de la filosofía

Sobre los sueños te digo algo muy triste para mí: casi nunca los recuerdo. Sé que sueño, pero no sé qué sueño. Y Machado decía que sólo el arte de evocar los sueños es el que hace al poeta, o algo así. Por eso escribo prosa, tal vez. Sin embargo, al poco tiempo de llegar a Berlín, tuve un sueño bellísimo, que recuerdo muy bien: un niño muy pequeño, de unos seis o siete años, se pasó toda la noche dándome clases de filosofía. Supongo que será uno de tus niños muertos; el idioma alemán es filosófico. ¿Sabes cómo dicen aquí "cámara lenta"? Zeitluppe, lupa del tiempo.

 
Diamela Eltit: El muro de Berlín

Soñé, en Berlín, con el muro de Berlín. En mis sueños todavía está, pero al despertar sé que ha sido derribado hace tiempo. Fui, como todos, a comprar mi pedazo de muro. Me vendieron en un sobre una estría del supuesto muro, con un sello de autentificación: "Éste es un fragmento verdadero del muro de Berlin". Berlin hace indistinta la verdad del muro y la falsificación turística del muro. La primera es del orden del sueño: la verdad es soñada. La otra, del simulacro: el precio de lo residual.

Antonio Cisneros: Monólogo del insomne

Me convertí en Berlín, al caer de la noche, en un insomne radioescucha de onda corta. Y terminaba, aburrido y errático, recorriendo sin cesar el dial del aparato en pos de alguna palabra reconocible. La BBC de Londres, Radio France y las emisiones en lengua española de Viena, Tirana o Budapest fueron voces de arrullo en esos siniestros duermevelas donde maldije, más de una vez, el siempre bien ponderado ocio creador de los helenos.

Antonio José Ponte: El hilo del habla

En el Museo de Arte de Berlin me encuentro con una magnífica serie de estelas aztecas.

Un sacerdote vestido de tigre sujeta a su victima mientras le corta, de un tajo, el hilo de habla que ondea bajo su boca, circula sin peso y se apaga. El sacrificio humano no es aquí estrellarle la cabeza ni sacarle el corazón: es cortarle el habla. En mis sueños soy el sacerdote, soy la víctima, soy la frase cortada. Y escucho que alguien sentencia: "Ha dejado de hablar." Despierto, salvado por una sílaba.

 

Agustín Fernández Mallo: Informe a la Academia

Fui a Berlín a estudiar la lengua alemana pero me asaltaban unas pesadillas en las que hablaba sin pausa en alemán. Entendí que uno no aprende alemán, vuelve a nacer en ese idioma. El alemán se apodera de tí y te obliga a traducirlo todo, como si todo fuese transparente menos el alemán mismo, que es intraducible. Sospecho que por eso hay tantas malas novelas en español que ocurren en alemán. Y tuve miedo de hablarlo porque todos los otros idiomas, incluso el mío, me hubiesen abandonado. Ya casi no lo sueño, pronto lo habré olvidado.

Imma Turbau: Las puertas del infierno

Pensé que el Grito de Munch no se debía al horror de Europa sino al de la ciudad: ocurre exactamente en una calle como ésta, ante un puente vacío. Un autobús pasó a mi lado y se detuvo en la esquina. No iba nadie en él y tampoco nadie lo esperaba. Pero el chofer abrió las puertas. Quedé inmóvil, temiendo que se abrían para mi. Pero él sólo cumplía su deber: se detenía en cada paradero, donde nadie lo esperaba, y abría sus puertas. Pronto las cerró, y pleno de nada, siguió su ruta vacía. El Grito viaja en bus.

 
Matilde Sánchez: Einbahnstrasse

Libro A-Z. Durante la noche siguiente sueño con Anzorena, el amigo de mi padre. Lleva túnica y birrete de juez...está de pie, en medio de la corte, extiende algo, un paquete. Es un libro. Cuando lo abro compruebo que es el viejo libro de fotografías de la guerra que he comprado esa misma tarde. (La ingratitud)

 

Libro-ciudad. En mi versión la lectura se aproximaría al estilo de un paseo fortuito de un inmigrante que descubre su ambiente...Un relato como una ciudad en laberinto, donde se pasara una y otra vez ante las mismas fachadas sin reconocerlas ni dar con la salida, al principio azarosamente y después de acuerdo a un método establecido, una ruta interna como sólo podía ofrecer Berlín, con un principio y un final. (La canción de las ciudades)

Juan Francisco Ferré: Ver Berlin

Fui a la Ópera a ver las ubérrimas valquirias wagnerianas pero no quedaba un asiento libre y me ofrecieron una entrada para ciegos. Todo está irreversiblemente ordenado, como en una pesadilla: yo pagaría la mitad por sentarme al lado de un ciego, que se sentaría frente a una de las columnas casi al final de la platea. No necesitaba, claro, ver a Wagner. Pero yo tendria que llevarlo a su casa esa noche. Me tocó en suerte una ciega, de anteojos de pedrería brillante y peluca violeta. Es la condena de Fausto, me dije, resignado.

Jorge Carrión: Último hombre en Berlín

Vi parado en una esquina con las manos en los bolsillos a un hombre soñoliento. Parecía un trabajador temporero, seguramente agrícola. Tú eres español, le dije, adivinando. Se sobresaltó. ¿Y se puede saber qué haces?, le pregunté. Nadar, respondió. ¿Cómo que nadar? Es el intransitivo de nada, dijo, sin ironía. Desperté, en una esquina de Berlín, conjurado.



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22 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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EN DEFENSA DE LOS OCIOSOS

 

 

Casi nunca estoy ocioso. Estoy leyendo. Escribiendo. A veces pensando, bebiendo, hablando. Incluso haciendo otras cosas. Pero no me recuerdo ocioso. Y me encantaría. No hacer nada. Preferir no hacerlo. Pero no estoy preparado.

 

He recibido cinco pequeñas joyas de una de esas pequeñas grandes editoriales. De esos editores que hacen los libros a mano. Que cuidan cada uno como si fueran únicos. La editorial se llama Gadir. Y ha comenzado con el muy querido Robert Louis Stevenson, el hijo del farero, el añorado Tusitala de Samoa. Son libros para llevar en el bolsillo, para lectura corta y placer largo. El de Stevenson se llama "En defensa de los ociosos". Los otros son de Pessoa, Carlo Dossi, Emerson, Gasquet.

 

La lección ética y vital, el pequeño ensayo de Stevenson recoge el diálogo de dos ingleses conocidos:

"Boswell: Estar ocioso resulta aburrido.

Johnson: Eso sucede, señor, porque como los demás están ocupados, nos falta compañía; más si todos estuviéramos ociosos, no resultaría aburrido; nos entrtendríamos los unos a los otros"

 

Y el mismo Stevenson escribe: "Estar extremadamente ocupado, ya sea en la escuela o en la universidad, ya en la iglesia o el mercado, es un síntoma de deficiencia de vitalidad; una facilidad para mantenerse ocioso implica un apetito católico y un fuerte sentido de la identidad personal"

 

Me gusta pensar en mis ratos de ocio. Ahora me tengo que escapar al sur. Vuelvo en un rato.



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22 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La moda

No crean nada que relacione directa o indirectamente la moda con la situación económica o social. Las faldas no suben cuando la bolsa sube ni bajan cuando la bolsa baja. Estas señales no sirven sino para forzar una interpretación racional de un fenómeno tan arbitrario como es la moda. Toda moda es retro y toda moda se inspira en lo que antes fue fealdad. Convertir el pasado en presente y lo feo en hermoso es el desafío interior del mundo de la moda, su pugna intestina y continua en la que intervienen todos los factores propios de la sastrería que, como bien ha demostrado su  historia, constituye lo más libre y estrafalario que se pueda imaginar.

En la vida del vestido, las ropas llegan al principio para abrigar pero a continuación cada prenda establece sus principios. ¿Vuelven las hombreras? ¿Se llevan las botas? ¿Prima el color berenjena? Todo intento de asociar los factores de la moda con otros fenómenos de su entorno históricos suelen ser tan cursis como idiotas.  Si hay moda es precisamente gracias a que nadie es capaz de relacionarla ni predecirla y, por tanto,  puede mantener el alma de su temporada infinita: la novedad.



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22 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Katyn sin Auschwitz

Uno a uno, con un tiro en la nuca. Así hasta 21.857. La flor y nata de la oficialidad polaca, pero también millares de profesionales de toda condición. La élite de un país que no quería conformarse a su desaparición y al reparto de sus despojos entre Alemania y la Unión Soviética, las dos grandes potencias que lo habían ocupado en septiembre de 1939. Sucedió en la primavera de 1940, en los mismos días en que las cárceles y cuarteles de la España franquista se habían convertido también en un matadero de hombres, ejecutados también por razones políticas aunque de significado contrario.

El exterminio se realizó a propuesta de Beria, en carta dirigida a Stalin, fechada el 5 de marzo de 1940, y clasificada como ultrasecreta. El escrito ordena a la NKVD (la policía de Estado soviética) que juzgue en tribunales especiales, sin comparecencia de los detenidos y sin acta de acusación, mediante la mera producción de certificados de culpabilidad y que "se les aplique el castigo supremo: la pena de muerte por fusilamiento".Meses más tarde, el 22 de junio de 1941, Hitler invadió la Unión Soviética. De los más de 22.000 polacos detenidos por los soviéticos 448 se salvaron del exterminio, fueron amnistiados y se integraron en el ejército polaco en el exilio al mando del general Anders. Los soviéticos y el propio Stalin se hicieron los locos respecto al ejército polaco aparentemente esfumado, hasta que los alemanes dieron la primera noticia del crimen cuando llegaron a Smolensko y descubrieron unas fosas comunes en el bosque de Katyn.Tres fueron los campos de ejecución, pero sólo en Katyn, donde se asesinó al aire libre al pie de las fosas, quedaron evidencias suficientes de la matanza. Goebbels convirtió el descubrimiento en un arma propagandística, que le permitió neutralizar las noticias que empezaban a llegar sobre los campos de exterminio nazis. La reacción soviética fue salvaje: reconocer Katyn como el crimen soviético que era se convirtió en signo de colaboración con el nazismo. Los aliados actuaron sumisamente ante el dictador soviético: tanto el Roosevelt admirado por Obama y los progresistas como el Churchill adorado por Aznar y los neocons se sumaron al negacionismo de Katyn para complacer a su aliado.En España, en cambio, se supo la verdad en seguida; verdad de un lado sin la verdad todavía más terrible del otro: a los españoles de los años 50 y 60 se les contaba una historia de Europa en la que estaba Katyn pero no Auschwitz. Lo contrario de lo que les sucedía a los otros europeos y americanos, que sabían de Auschwitz sin Katyn. En la historia soviética era peor: ni Auschwitz ni Katyn, todo confundido en la Gran Guerra Patria contra el nazismo con un solo héroe llamado Stalin; ni eran judías las víctimas de los campos, ni eran soviéticos los verdugos de Katyn.La documentación probatoria, con la carta de Beria incluida, fue guardada celosamente en los archivos del PCUS, sin que tuvieran noticia de ella más que los máximos responsables soviéticos. Gorbachov eludió todas las peticiones para su publicación, incluidas la del general Jaruzelski, pero no pudo impedir que la perestroika lanzada por él mismo terminara haciendo luz sobre la matanza. En 1988, finalmente, Moscú admitió la responsabilidad de su policía de Estado en el crimen, aunque la presentación de las disculpas no se produjo hasta octubre de 1990. El día en que cedió el poder a Borís Yeltsin, en diciembre de 1991, le entregó personalmente la carpeta que contenía la carta de Beria a Stalin, con una indicación: "Temo que puedan surgir complicaciones internacionales. Pero eres tú quien tiene que decidir". En 1992, Yeltsin entregó la documentación al tribunal supremo de la Federación Rusa para que la adjuntara al proceso contra el PCUS como organización criminal, así como al presidente polaco Lech Walesa.Se conoce casi todo de Katyn. Los nombres de los ejecutores y los responsables, los móviles del crimen y los documentos probatorios. Nadie ha sido acusado y ni siquiera interrogado en Rusia acerca de todo ello. Andrzej Wajda hizo hace dos años un filme estremecedor, que ahora se ha estrenado en España. Pero en la Rusia de Putin, la niebla cubre de nuevo la memoria del estalinismo. No es extraña la inquietud actual de los polacos.Katyn tiene la misma edad que los hechos de similar crueldad cometidos por unos españoles contra otros españoles. Pero nuestro Tribunal Supremo ha querido procesar a Baltasar Garzón, el juez que quiere saberlo todo sobre aquellos crímenes. Es Katyn sin Buchenwald, Mauthausen y Auschwitz, todavía.(Fuentes: La matanza de Katyn, de Victor Zaslavsky y A puerta cerrada. Historia oculta de la Segunda Guerra Mundial, de Laurence Rees, también resumido en el artículo Katyn de la revista Claves de Razón Práctica, nº 191).



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22 de octubre de 2009
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