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Eder. Óleo de Irene Gracia

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McCrum sobre premios

Herta Muller, un poco confundida en medio de tanto escándalo. Fuente: expansion Luego de leer varios artículos -la mayoría de ellos a favor- del Premio Nobel a Herta Muller, encuentro en los blogs de The Guardian un post muy interesante del prestigioso Robert McCrum que intenta unir el premio Booker a Hilary Mantel con el Nobel a Muller. Y lo hace siguiendo una regla fundamental: " it's the work, not the life, that matters". McCrum es más que convincente. Celebremos, entonces, ya sin reparos, mientras esperamos que aparezcan por Lima los libros de doña Herta. Dice:Müller suffered horribly under Ceaucescu, and her work has been shaped by political repression. Mantel's early adult life was blighted by a debilitating, undiagnosed illness. Müller committed herself to her writing in great privation and obscurity. Mantel laboured for years on a book (A Place of Greater Safety) that was repeatedly rejected, and finally shoved into a drawer before its belated publication in 1992. Now, after years of quiet dedication, both women have been fully recognised. This underlines a fundamental truism I have always believed about the book world: it's the work, not the life, that matters. This sounds banal, no doubt, but consider the environment in which books and writers exist today. It's a world of publicity and pre-publicity; whispers, gossip, buzz; in-house meetings and book-trade conferences; interviews and lunches; puffs and quotes; a cat's cradle of hype and expectation, almost all of it to do with the life and character of the author, not his or her book. Then, once the book is published, it goes on: literary festivals, broadcasts on TV and radio, dinners, lunches, breakfasts, drinks, translators' conference calls, platform appearances ? on and on, a 24/7 cycle of activity, none of it to do with putting words on the page in the tranquillity of an empty room. The life, in other words, takes over from the work. For prizewinners, all this is especially true, a blessing followed by a curse. So I celebrate Hilary Mantel and Herta Müller. They've both got a hell of a year ahead of them. With a bit of luck, their work will emerge at the other end, stronger and triumphant. Let's hope so.



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fráncfort digital

Fráncfort digital. Fuente: abc La Feria del Libro de Fráncfort se inauguró hoy oficialmente, con la entrega del Premio a la Mejor Novela Alemana, y con China como polémico país invitado de honor. Pero no es lo único polémico de esta Fráncfort. El papel de los e-book, el monopolio Google y el futuro del libros es central en los pasillos de la feria.Al margen del reto político que representa la presencia de China como invitado de honor hay otro tema que concentra la atención de los editores, el de la revolución digital y la reacción del sector ante la misma. «La pregunta que nos acompaña ahora es cómo es posible ganar dinero con contenidos digitales», dijo Boos durante la conferencia de prensa inaugural en la que estuvo como invitado especial el director general del grupo Planeta, Jesús Badenes. La principal preocupación del sector es el proyecto del consorcio Google de digitalizar los fondos de las bibliotecas estadounidenses y ponerlos a disposición de los internautas en la red, algo que sigue provocando dolor de cabeza en los editores. Sin embargo, ahora parece haber un moderado optimismo después de que se haya paralizado el proyecto original de Google y se haya abierto así el camino para nuevas negociaciones. «Es cierto que la digitalización emprendida por Google al principio era un gran acto de piratería -algunos de mis colegas se refieren a él como un ataque con Napalm- pero hoy se ve todo con más sentido común y las leyes vigentes se respetan un poco más», dijo Badenes. Al respecto destacó que se han dado pasos para garantizar el respeto a la propiedad intelectual y que Google, «que desde su fundación hace 11 once años es un auténtico consorcio global, tiene que tener más en cuenta las sensibilidades locales». Badenes acusó a Google de «populismo» al tratar de justificar su proyecto de «atropello a los derechos de autor» con la idea de que se trata de ofrecer un acceso libre a la cultura para todos. Por su parte, el presidente de Asociación de los Libreros Alemanes, Gottfried Honnefelder, afirmó: «Decimos sí a la digitalización pero rechazamos el monopolio de una sola empresa».



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El hombre que amaba a los perros

 

El hombre que amaba  a los perros

La historia es de por sí compleja, pues abarca los últimos años de la trayectoria política y vital de  Liev Davídovich Bronstein, más conocido como Trotski, y las circunstancias biográficas de un supuesto sicario de origen belga y llamado Jacques Mornard, aunque luego se sabría que se trataba de un joven barcelonés de nombre Ramón Mercader. Por lo tanto, y con sólo leer la sinopsis argumental, el lector ya sabe que se va a enfrentarse a una gran parte de la historia del siglo XX, contada además desde la perspectiva del comunismo soviético y, más concretamente, de la siniestra figura de Stalin. Las luchas por el control de la gran maquinaria estatal soviética y del movimiento obrero internacional. La pérdida progresiva de la batalla por parte de la opción trotskista y la progresiva insania de un Stalin que va atravesando todas las etapas de la más vil perversión del movimiento revolucionario. Desde la eliminación de los contendientes políticos mediante el destierro (primera etapa de la derrota de Ttrotski) a la eliminación física de dichos contendientes mediante asesinos a sueldo (etapa final de la derrota de Trotski) todo ello acompañado de unos métodos cada vez más sutiles en la aplicación masiva del terror: esta estupendamente descrito en la novela cómo descubre Stalin que la manera de quebrar a la mitad de sus oponentes consiste en forzarles a reconocer públicamente los peores crímenes y conspiraciones, aunque no tardará en descubrir que la forma más inmediata y eficaz de eliminar a la otra mitad de sus oponentes consiste en forzarlos a ser acusadores y verdugos de la primera mitad en trance de ser eliminada.  Y qué decir de la  figura del presidente de una de las repúblicas soviéticas cuya esposa es enviada a un gulag acusada de ser una judía conspiradora...

            O sea: no es una tapa fácil de contar y encima Leonardo Padura ha elegido una técnica narrativa no menos compleja. De entrada hay un narrador en primera persona al que no hay que confundir con el firmante del libro pues se llama Iván Cárdenas y es un veterinario al cargo de una clínica de ínfima categoría. Este Iván ha escuchado de labios de un exilado español oculto tras un nombre falso el relato de los últimos días de Trotski y las circunstancias de su muerte. Obsesionado por esa historia, y  aunque le aterran las consecuencias de lo que hace, opta por reflejar en un manuscrito las confesiones del exilado en el que no cuesta mucho reconocer  a un Ramón Mercader liberado de la URSS por estar enfermo de un cáncer terminal y al que le ha sido permitido instalarse en Cuba para que pase en paz sus últimos días.

            Sin embargo, este libro titulado El hombre que amaba a los perros no es la transcripción de los últimos días de Trotski  realizada por el tal Iván Cárdenas, pues éste le cede el manuscrito a su amigo Daniel Fonseca Ledesma, que lo lee y luego lo destruye como queriéndose desvincular de una historia siniestra, plagada de traiciones, debilidades y miserias pero que se resiste a morir porque ella (la historia) va pasando de unos a otros en un decidido empeño por sobrevivir y salir a la luz para ser conocida por todos.  Como si ella tuviese voluntad propia y se impusiese a la voluntad de quienes la escuchan y les obligase a contarla, aunque sea lo último que hagan en su vida.

            Pero debe quedar muy claro si este intento mío de exponer la técnica narrativa utilizada por Leonardo Padura invita a pensar que se trata de una novela confusa, farragosa o, lo que sería peor, difícil  de leer, la responsabilidad es sólo mía. Padura es un narrador de largo aliento y sabe situar al lector en el tiempo, el espacio y la perspectiva de quien habla en cada momento, y la historia que narra es de por sí lo bastante apasionante como para que no decaiga el interés. Y eso que son quinientas y pico páginas de prosa apretada y sin apenas diálogos. 

 

 

 

El hombre que amaba  a los perros

Leonardo Padura

Tusquets

 



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El olvidado arte de la dimisión

Tampoco. Tampoco en esta ocasión, con motivo del escándalo del Palau de la Música de Barcelona, se ha producido, al menos hasta el momento, dimisión alguna. Me refiero, claro está, a dimisión entre los responsables políticos y no de la inevitable retirada de quienes, aunque con años de retraso, han sido pillados con las manos en la masa.

Todo el mundo espera que Fèlix Millet y compañía vayan a la cárcel y, a juzgar por sus declaraciones, los primeros que lo esperan son aquellos políticos que, con sueldos pagados por el erario público, tenían como misión vigilar que el dinero de los ciudadanos no fuera robado por desaprensivos. En el asunto Millet los corresponsables del expolio pertenecen a tres administraciones -Ayuntamientto, Generalitat, Estado-, a diversos partidos, a varias legislaturas. Sin embargo, por lo que advertimos, ninguno se siente eso: co-responsable del expolio. Los que ostentan cargos en la actualidad señalan hacia el pasado; los que ostentaron en el pasado se escudan en el presente. Unos y otros aguardan el olvido que deparará el futuro.

Tienen razones sobradas para adoptar esta estrategia puesto que viven en un escenario en el que esta actitud siempre acaba por dar buenos dividendos. Si observamos la larga cadena de corrupciones que se ha enroscado en nuestra historia reciente comprobaremos que el número de divisiones entre los políticos que debían velar para que no se produjeran aquéllas ha sido ínfimo.

¿Cuántas dimisiones de ministros, de subsecretarios, de alcaldes ha provocado la especulación urbanística o financiera? ¿Alguien se ha sentido obligado a dimitir por la génesis de una Crisis, así en mayúsculas, que, ha sido considerada como un monstruo impersonal del cual nadie era individualmente responsable? No tenemos noticias de que ningún cargo público se considerase demasiado inepto, demasiado avergonzado, demasiado escrupuloso para dar un paso al frente y anunciar su dimisión.

Una democracia en la que nadie, jamás, dimite -a no ser que tenga la pistola en el cuello- es un sistema monolítico y sin porvenir. Parece, según cuentan algunos historiadores, que este problema fue ya entrevisto con claridad en la joven democracia de Pericles de manera que se exigía a los elegidos por los votantes una suerte de permanente disponibilidad a dejar el cargo si cometían irregularidades y errores antes de finalizar el plazo de su mandato, y otro tanto sucedía en los menores momentos de la república romana.

Si lográramos trasladar esta precaución a nuestra época, el responsable político, además de jurar o prometer el cargo debería comprometerse al abandono anticipado del mismo en caso de faltar a sus obligaciones. En la carte

-ra ministerial, por ejemplo, siempre se llevaría la carta de dimisión bien redactada, dejando un espacio para indicar el motivo. El arte de la dimisión, que no debería implicar necesariamente hechos vergonzosos, e incluso podría representar una protesta contra ellos, otorgaría permeabilidad a la democracia y confianza a los ciudadanos.

Pero no es el caso, al menos aquí. El anquilosamiento de las instituciones y la desconfianza ciudadana tienen mucho que ver con la sensación de enclaustramiento de la llamada clase política. Ante muchos ciudadanos los partidos aparecen como opacas estructuras en cuyo interior se ayudan mutuamente a ganar, mantener o recuperar el poder. Quedan restos ideológicos, sí, adheridos a los programas que se proclaman en las citas electorales, pero el peso del poder de las ideas es percibido como infinitamente menor al ansia de poder de los integrantes del grupo.

Puede que esta percepción sea en parte injusta pero es la que prevalece en el momento de acusar que, en la actualidad, la "carrera política" es un buen medio -de igual eficacia que el que ofrecen determinadas sectas religiosas-, para hacerse con una posición económica, un trabajo estable y hasta una profesión. Sin apenas debates internos de envergadura, los partidos políticos exigen crecientemente a sus miembros secreto y silencio. O, tal vez, esta exigencia ni siquiera es necesaria, puesto que los afiliados tienden a una sumisión voluntaria a la que, desde luego, tratarán de sacar partido.

No deja de ser elocuente a este respecto que en las últimas semanas se haya aludido en la prensa repetidamente al mutismo que rodea las reuniones de los dos grandes partidos españoles. En apariencia, tanto el Partido Socialista como el Partido Popular tienen sobradas razones como para discutir encarnizadamente acerca de las estrategias seguidas. ¿Cómo puede ser que estos partidos no tengan en su interior distintas tendencias que se expresen en libertad y luchen entre sí en relación a asuntos de tanta envergadura como la crisis económica, la corrupción o el desplome educativo? ¿Cómo puede ser que los miles de cargos públicos que suman entre ambos partidos comporten tanta unanimidad en el momento de defenderse contra tanta tentación de dimitir? Es verdad que vociferan unos y otros, pero la credibilidad de los gritos es escasa, pues los ciudadanos han oído tantas veces esas sonadas acusaciones sin apenas consecuencias que ya no creen en la sinceridad del exabrupto.

Tras perpetrarse esta actitud la escena democrática ha quedado profundamente quebrantada: a unos partidos ensimismados, transformados en aparatos de poder autosuficiente, les corresponde una ciudadanía apática y desconfiada, alejada de cualquier pasión política, que desprecia las instituciones públicas, como repetidamente se pone de relieve en las encuestas que publican los medios de comunicación. A un paisaje así lo llamamos democracia porque no se nos ocurre otra cosa o porque siempre tenemos miedo de que vuelva algo peor. Una democracia, sin embargo, con alarmante síntoma de inanición. Reinstaurar -o instaurar, porque aquí lo cierto es que poca tradición hay- el arte de la dimisión podría reanimar al enfermo.

Ahora, a raíz del caso Millet, tenemos una nueva oportunidad, una más de las muchas que hemos gozado en estos últimos años. Como se ha escrito reiteradamente en los periódicos el señor Fèlix Millet, astuto camaleón, ha sido pujolista, aznarista con Aznar y tripartidista con el tripartito. Su trayectoria supuestamente delictiva ha atravesado cuatro lustros, como mínimo, arrastrando a decenas de responsables políticos que tenían la obligación de impedir aquella trayectoria. Los hay de todos los colores y todos tienen cara, nombre y apellidos.

Es el momento de que algunos tengan la grandeza de sacrificarse por la democracia y exclamar ¡soy responsable! o ¡fui responsable! Es el momento de dimitir de los cargos actuales o de los puestos propiciados por antiguos cargos. Ya sabemos que el señor Millet es un presunto ladrón. Lo que queremos saber es quién dejó que lo fuera. Bastaría que alguien, no necesariamente presionado por los medios de comunicación, se presentara voluntario para asumir su rol en el escenario. Un acto semejante daría aire a la democracia.

Pero soy el primero que dudo que algo así pueda producirse, ni en éste ni en los demás casos. Pedir grandeza cuando se ha instalado la mediocridad es pedir peras al olmo. Y aún más cuando se trata de una mediocridad satisfecha. Escuchen, si no, esta anécdota. Este verano me encontré por la calle a un compañero de la universidad al que no había vuelto a ver en todos estos años. No se le tenía, entonces, por una lumbrera. Le pregunté cómo estaba y, sin transición y sin matices, me contestó que le había ido extraordinariamente bien en la vida. Para resumirme esta satisfacción vital me contó que era segundo en las filas de determinado partido. "Yo que, como sabes, no era ninguna lumbrera", argumentó, medio bonachón, medio malicioso. Estuve a punto de decirle que también Calígula nombró senador a su caballo. Pero me callé puesto que, al fin y al cabo, no conozco a nadie más con una opinión tan elevada acerca de lo que ha sido su vida.

 

El País, 04/10/2009



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13 de octubre de 2009
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Vaya ganado y qué caro sale el zoo

Como seguramente les sucede a mis estimados lectores, hace ya tiempo que atiendo a las noticias políticas como otros ciudadanos siguen los dramas sexuales de las televisiones. Un interés severamente antropológico me lleva a continuar informado sobre la política española, como quien lee noticias sobre los desconcertantes hábitos de los Inuit.

    A veces uno se conmueve. Que un político valenciano hable de unas "niñas rusas elegantes y educadas" o de orgías en el chaletito del alcalde, de verdad, emociona. Supera incluso el grado de realismo socialista de la televisión de Pajares. Que los políticos catalanes envíen información escolar en catalán y árabe, me conduce al éxtasis. Que el ayuntamiento de Sevilla rechace un acto literario sobre Agustín de Foixá porque era fascista, me lleva a las lágrimas. ¡Qué no harán con Azorín, con J.V Foix, con Sacristán, con Cela, con Ridruejo, todos ellos fascistas en algún momento de su vida! ¡Y con qué alegría acogen a estalinistas como Alberti, mucho menos interesante que los antes citados! ¡Qué bien se mantiene el genotipo inquisitorial sevillano, ahora ataviado con la sotana de la corrección política!

    En su admirable ensayo "Ejemplaridad pública", editado por Taurus, Javier Gomá habla de algo que debería ser imperioso para los políticos españoles, la intransigencia sobre un modelo honrado de conducta por parte de los poderes públicos, en un país que (casi) sólo propone modelos de abyección moral en su historia. Pero la casta política se empeña en hacer de sí misma una caricatura. Patriotas de barretina dorada como Millet, convertidos en carteristas más patéticos que Roldán. Diputados católicos que dilapidan una fortuna (la nuestra) en una casa de putos. Jefes de la policía que alertan a un etarra para que se ponga a salvo. ¡Qué corrala!

En una ocasión dije que nos aproximábamos al modelo italiano. Error: lo estamos superando. Si alguien vota en las próximas elecciones, por favor, que lo haga por el más grotesco, el que da más risa. El consuelo del esclavo es hacer chistes sobre el amo.

Artículo publicado el sábado 10 de octubre de 2009.

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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Antigualla

Sí, el rito de todos los años. La convocatoria de los peores humores de la derecha militarista para que se desahoguen contra el presidente del Gobierno y contra el Rey si se tercia. Las manifestaciones de la ultraderecha franquista y de la extrema izquierda independentista en Barcelona. La ceremonia militar sin emoción cívica de ningún tipo. Los anacronismos: coches de época, uniformes de época, rituales militares y marchas de época. De otra época, de un tiempo pasado pero que no termina de pasar, como sucede con todos los fardos históricos. Siempre cuelgan y siguen colgando.

El fallo, no hay duda alguna, está en la base. En la sustancia y en el carácter de esta fiesta. Que no celebra lo único que pueden celebrar estas festividades: la capacidad de los ciudadanos para gobernarse libre y decentemente a sí mismos, que eso es una buena democracia. En el día escogido, evocador vergonzante de pasados imperiales. En los protagonismos: el Ejército y quien luce del título de su jefe máximo. No son coincidencias, no es gratis: está en el fraseo de la constitución donde había que agradar a la derecha. Todo esto es pasado y antigualla, y lo será cada vez más. Aunque será difícil que alguien se atreva a enmendarlo, porque quien lo intente será acogido como sacrílego, una fuerza enorme pugna por abrirse paso en esta festividad, pero para celebrar otra cosa, para olvidarse de pasados imperiales y conmemorar el futuro. El Festival y desfile VivAmérica, que recorrió el centro de Madrid el sábado durante cuatro horas de música, bailes y vestidos de todos los países latinoamericanos, dice más sobre cómo es este país y sobre todo cómo será que el envarado y ya sin remedio Día de la Hispanidad.



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo (4)

Hasta donde sabemos, el universo en su expresión más minúscula está regido por las leyes de la física cuántica. Lo que los científicos dicen al respecto es que, en el dominio de los fotones y de los electrones, lo único cierto es la incertidumbre. Está claro que podemos prever ciertos comportamientos aun cuando no podamos explicar sus porqués, del mismo modo en que muchos de nosotros conducimos automóviles y utilizamos iPhones sin tener la más mínima noción de la tecnología que hace posible su funcionamiento. Pero en lo que respecta a la exótica familia cuántica, ni siquiera los mejores científicos son capaces de transmitir mucho. En 1929 el científico Arthur Eddington trató de sintetizar el dilema en su libro The Nature of the Physical World, diciendo lo siguiente: "Algo que desconocemos está haciendo una cosa que no sabemos qué es". Y como todavía no estaba convencido de haber explicado esta incertidumbre con la elocuencia necesaria, recurrió a unos versos de Jabberwocky de Lewis Carroll ("The slithy toves / Did gyre and gymbal in the wabe") que resultan virtualmente intraducibles, pero que alguien se atrevió a españolizar diciendo, por ejemplo, que agiliscosos giroscaban los limazones.

         Y esto, entiéndanlo, es lo más parecido a una definición precisa con que contamos en materia de física cuántica.

         Lo que quiero decir es lo siguiente. Durante siglos la religión fue una de las invenciones que, a su manera, explicaba la incertidumbre que es lo único cierto en nuestras vidas. Pero con el correr del tiempo sus interpretaciones archivaron el misterio que estaba en el corazón de su mística para apegarse a la peor, la más torpe de sus herramientas: los dogmas. Hoy en día las religiones suelen limitarse a la prédica de visiones reduccionistas, que no están a la altura imaginativa del universo que nos contiene. Dado lo cual nos quedan tan sólo dos disciplinas que permanecen en contacto con la naturaleza de la existencia, tal como se nos ha ido revelando a lo largo de la Historia: en primer lugar la ciencia (que más allá de su apego a los datos comprobables, ha hecho un uso prodigioso de la imaginación para explicarnos la esencia del tiempo, la multiplicidad de lo real y muchas otras cosas que muy pero muy lentamente van modificando nuestra percepción de lo que es) y en último término -como ya lo habrán conjeturado, quiero creer- el arte.

         Dentro del arte mismo, la literatura sigue desempeñando un rol central en el altar del conocimiento humano, por su capacidad de expresar pensamientos y sentimientos tan complejos como (en apariencia, al menos) contradictorios. Para volver a una analogía científica: las computadoras u ordenadores convencionales almacenan y manipulan información codificada en dígitos binarios, o sea múltiples combinaciones de tan sólo dos cifras: 0 y 1. O para ponerlo de otro modo: cuando no es 0 es 1 y viceversa sin otra variante posible, de la misma manera en que un switch sólo puede estar o encendido o apagado. Pero las computadoras u ordenadores cuánticos que sin duda redefinirán nuestro futuro dependen de combinatorias que desafían no sólo la física newtoniana, sino nuestra noción de la lógica. En una máquina cuántica de esta naturaleza -¡al igual que en una novela!- algo puede ser y no ser al mismo tiempo, y además ser pasado y futuro a la vez, y por cierto también ocurrir arriba y abajo en simultáneo.

         La ciencia ha debido andar siglos, reinventándose a sí misma una y otra vez, para llegar a sugerir algo -empezando por la característica ilusoria de lo real, siguiendo por la necesidad de desafiar a la lógica cartesiana y llegando, al fin, a la prueba de la existencia de infinitos universos en paralelo- que el arte venía insinuando desde el principio. Y pensar que todavía hay gente que sigue sostienendo que la novela está acabada... En todo caso habría que decir que el mundo estaría llegando, ¡por fin!, a ponerse a tiro de comprender la búsqueda en que la literatura está empeñada desde El cantar de Gilgamesh en adelante.

 

(Continuará.)



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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China en Fráncfort

cartel. Fuente: fbfHace una semana, varios post atrás, dije erróneamente que este año Argentina era el País Invitado de Honor de la Feria del Libro de Fráncfort que se inicia el 14 de octubre. No lo es. Es China. Argentina lo será recién en el 2010. Aunque da lo mismo, los agentes, escritores y editores argentinos desde ya están moviendo traducciones, ventas de libros y exposiciones porque un año no es nada. Por lo pronto, en Alemania andan preocupados por la presencia China a 20 años de la matanza de de Tiananmen y en medio de ataques contra la falta de libertades civiles que aún se sufren en el país asiático. Dice la nota en Ñ: Ya en las semanas anteriores, surgieron muchas voces críticas que se preguntaban si no había sido un error la elección de China como invitado de honor, en vista de la situación de los Derechos Humanos en el país y las evidentes carencias que existen en lo que a la libertad de expresión se refiere. El director de la Feria, Jürgen Boos, sin embargo, ha insistido permanentemente en que la presencia de China en Fráncfort precisamente obligará a ese país a entrar en una discusión abierta sobre temas relacionados con los Derechos Humanos y la censura. El argumento esgrimido habitualmente por Boos es que más de la mitad de los actos relacionados con China que tendrán lugar durante la Feria serán independientes de la representación oficial y estarán organizados por ONGs, editoriales independientes e instituciones privadas. La presencia de algunos autores como Mo Yan o el Premio Nobel de Literatura Gao Xingjian, que vive exiliado en Francia y adquirió la nacionalidad francesa, hacen esperar que la visión que se dé de China no vaya a ser sólo la oficial, sino que las periféricas darán lugar a discusiones que pueden tornarse álgidas. (...) El paso de los días mostrará si los chinos se confrontan con las críticas -que las habrá como puede verse con sólo echar una mirada al programa de actividades de la Feria- si las rechazan con indignación o si sencillamente las ignoran y, en lugar de un diálogo crítico, lo que termina habiendo son monólogos aislados. La estructura de la Feria da pie para esto último ya que su gigantismo hace posible que en un pabellón nadie se entere de lo que está pasando en los otros. En todo caso, rara vez -ni siquiera en el caso también polémico del mundo árabe- se había discutido tanto sobre el invitado de honor antes de una edición de la Feria.



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12 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dracula 2.0

Drácula caramelo. Fuente: emiliomarquez Ian Holt "experto draculino" y el sobrino-bisnieto de Bram Stocker, Dacre Stoker, han sido los llamados para hacer una nueva versión de Drácula (Dracula, el no muerto). Los resultados, solo Rodrigo Fresán puede saberlo. Solo él se atrevería a leer -con curiosidad y maldad- un despropósito como aquel. Y encima, reseñarlo. Dice:(...) lo cierto es que, en principio, la cosa tiene la gracia de la mejor fanfiction y recuerda un tanto a aquellos pastiches sherlockholmesianos de Nicholas Meyer donde el detective de Baker St. unía fuerzas con Freud. Con prosa funcional y sin adornos -el primer Stoker tampoco era lo que se dice un estilista, aunque sí un brillante administrador del tempo dramático y de la omnipresente ausencia del monstruo-, el descendiente y su cómplice nos devuelven a las vidas de Mina Harker & Co. veinticinco años después de aquel final en los Cárpatos. Y Stoker y Holt no se andan con demasiadas vueltas: descartan casi de entrada el trabajado y admirable formato docu-epistolar de muchas voces y firmas del original, y nos zambullen, linealmente, en una trama un tanto alocada. Allí, destacan los toques metaficcionales (todo sucede mientras se monta una versión teatral de Drácula, a cargo del mismísimo Bram Stoker), aparecen figuras ya invocadas en otras ocasiones (la «vampira invitada» Elizabeth Bathory y la siempre funcional y multiuso sombra de Jack el Destripador), se hacen guiños y gracias un tanto torpes (ese Doctor Langella, ese Sargento Lee al que, afortunadamente, no se les suma ningún periodista de nombre Lugosi), se espolvorea todo con prestigiosos nombres reales (Charles Chaplin, John Barrymore?), se cruza varias veces el Canal de La Mancha y, last but not least, se proponen varias innovaciones y enmiendas a un mito que no las necesitó nunca y sigue sin necesitarlas. De las tres «sorpresas» que propone Drácula, el no muerto, dos son perfectamente predecibles para un lector medianamente curtido en estas lides. La tercera de ellas resulta, en cambio, imposible de anticipar por todas las razones incorrectas. Es decir: es ridícula, injustificable y del todo inverosímil. Por motivos obvios no la comentaré aquí. Sólo diré que es el equivalente a que la pastoral vida de Heidi se continuara con la niña asesinando a Pedro y al abuelito para enseguida ponerse al servicio de Hitler como asesina en serie de noche y actriz favorita de Leni Riefenstahl de día. Un prescindible último chiste con Titanic incluido remata la empresa y -paradójicamente o no- lo mejor de todo llega con las páginas de notas finales (varias de ellas, las más «divertidas», por algún motivo ausentes en la edición española) y agradecimientos a cargo de los dos verdaderos monstruos de este libro. Allí, Ian Holt y Dacre Stoker -amparados y bendecidos por Elizabeth Miller, catedrática especializada en las idas y vueltas del inmortal transilvano- explican, o más bien confiesan, con todo detalle, cómo se gestó esta empresa y cómo resolvieron «con sentido del deber y responsabilidad familiar» reclamar los derechos legales del vampiro en cuestión y hacer realidad «un sueño de años». Allí, Stoker y Holt se presentan como justicieros; pero suenan demasiado parecidos a los personajes de Los productores de Mel Brooks y, por pudor, omiten el detalle de que esta labour of love les ha significado un millón de libras esterlinas y una adaptación cinematográfica en curso. No hay problema. Todos los mercaderes tienen derecho a reclamar su litro de sangre; pero se desearía que lo hicieran con un poco más de gracia y no mostrando tanto los colmillos. Leyendo estos apéndices de Drácula, el no muerto uno no puede evitar pensar que es aquí donde está la auténtica continuación, la posibilidad de una gran novela. Saul Bellow o Robertson Davies podrían haber escrito algo magistral con las vidas y la obra de estos dos pícaros chupasangre. Mientras tanto, desde hace tanto tiempo, el conde Drácula sigue sin descansar en paz. Pero después de todo esto, seguro, duerme mucho peor. No hay que olvidarlo: no tomarás el nombre de D. en vano.



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12 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fin de Curso

Como ya anuncié en el post anterior, esta es la última entrada correspondiente al curso que iniciamos hace ya casi dos años atrás y que ha servido sobre todo para que muchos de ustedes se conozcan y conozcan además que escribir es un oficio apasionante que requiere mucha dedicación.  Decía Julio Ramón Ribeyro que había escritores que hablaban mucho, escribían poco y publicaban menos: son aquellos que gustan del relumbrón de la literatura más que de la literatura misma. Son quienes sólo ven en este oficio la parte supuestamente más dulce y hasta cierto punto vana, los que sueñan con un éxito, modesto o superlativo, que compense todas las fatigas que no han sufrido pero que han imaginado. Y en este curso, por fortuna, hemos encontrado a la gente que se entusiasma de verdad con el hecho de escribir y tiene la ilusión de hacerlo cada día mejor, para lo cual escribe mucho, pero sobre todo corrige mucho. ¡Cómo se nota el trabajo! Hemos visto las mejoras en los ejercicios quincena a quincena, y algunos de ustedes nos han dado la alegría de hacernos conocedores de los premios que han recibido en todo este tiempo. De manera que aunque el curso se haya acabado, confiamos en que sigan escribiendo y proponiéndose ejercicios, pues no sólo se dedica el tiempo a escribir los cuentos y novelas que quieran escribir: también es necesario un poco de "gimnasio literario" para tonificar los músculos creativos: descripciones, personajes, diálogos, tramas... todo sirve para escribir mejor.

A partir de ahora procuraré colgar post relacionados fundamentalmente con libros, pero también pequeñas observaciones cotidianas, en lo posible relacionadas con la literatura. Y espero que nos sigamos viendo por aquí. 



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12 de octubre de 2009
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El Boomeran(g)
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