Lluís Bassets
Sí, el rito de todos los años. La convocatoria de los peores humores de la derecha militarista para que se desahoguen contra el presidente del Gobierno y contra el Rey si se tercia. Las manifestaciones de la ultraderecha franquista y de la extrema izquierda independentista en Barcelona. La ceremonia militar sin emoción cívica de ningún tipo. Los anacronismos: coches de época, uniformes de época, rituales militares y marchas de época. De otra época, de un tiempo pasado pero que no termina de pasar, como sucede con todos los fardos históricos. Siempre cuelgan y siguen colgando.
El fallo, no hay duda alguna, está en la base. En la sustancia y en el carácter de esta fiesta. Que no celebra lo único que pueden celebrar estas festividades: la capacidad de los ciudadanos para gobernarse libre y decentemente a sí mismos, que eso es una buena democracia. En el día escogido, evocador vergonzante de pasados imperiales. En los protagonismos: el Ejército y quien luce del título de su jefe máximo. No son coincidencias, no es gratis: está en el fraseo de la constitución donde había que agradar a la derecha. Todo esto es pasado y antigualla, y lo será cada vez más.
Aunque será difícil que alguien se atreva a enmendarlo, porque quien lo intente será acogido como sacrílego, una fuerza enorme pugna por abrirse paso en esta festividad, pero para celebrar otra cosa, para olvidarse de pasados imperiales y conmemorar el futuro. El Festival y desfile VivAmérica, que recorrió el centro de Madrid el sábado durante cuatro horas de música, bailes y vestidos de todos los países latinoamericanos, dice más sobre cómo es este país y sobre todo cómo será que el envarado y ya sin remedio Día de la Hispanidad.