Rafael Argullol: Es muy difícil convencer al hombre que renuncie al corto plazo.
Delfín Agudelo: Tengo la impresión de que en el anhelo de eliminar la incertidumbre y salirse del corto plazo existe una buena voluntad que, sin embargo, estará siempre vinculada al castigo. Prometeo siendo un titán roba para los humanos, pero Zeus luego inflinge un castigo sobre él y sobre éstos; Edipo carga con su buena voluntad y espera encontrar la verdad, pero su desvelamiento vendrá acompañada de un castigo. La buena voluntad, a la vez, del Doctor Frankenstein: sí tiene su momento egocéntrico de asumir al postura de un dios, pero también detrás se presenta el ímpetu medicinal de ayudar, que será crudamente castigado por su misma creación. La esperanza sobre la buena voluntad, aparentemente viene acompañado de un castigo.
R.A.: Creo que sí, viene acompañado de un castigo siempre que no entendamos el castigo desde el punto de vista de la culpabilidad propia de la religión cristiana y propia en nuestro caso del catolicismo. Del castigo en el sentido de que nuestra aspiración a la armonía y al cosmos siempre va acomañada de la presencia del caos y del desorden, de la disonancia. Y eso muchas veces es reconocible cuando tratamos de contrastar lo llamado objetivo y lo llamado subjetivo. Un ejemplo: cuando alguien mayor, un ser querido nuestro, entra en un proceso de deterioro físico, la mirada objetiva sobre ese deterioro físico nos llevaría a desear su muerte. Pero la mirada subjetiva nos hace desear de una manera muy entrañable y muy egoísta en el buen sentido de la palabra su supervivencia. Ahí encontramos ya un choque típico de nuestra condición humana entre la mirada objetiva que es capaz de mirar desde la distancia y la mirada atrapada en el corto plazo, en el amor, en la pasión, en la familiaridad, en la hermandad: generalmente nos hace mover en un corto plazo y corta distancia, mientras que en cambio desde alguna distancia mucho más amplia se puede ser más objetivo. Incluso podemos llegar a conclusiones muy crudas: entre los cuidados sanitarios que se necesitarían para que unos niños hambrientos de un país pobre fueran tratados médicamente y lo que estos mismos recursos empleados en nuestro propio padre ya muy viejo harían es evidente que desde un punto de vista humano y objetivo optaríamos por lo primero, pero es del todo seguro que la mayoría de la gente, frente a la abstracción que significa lo primero, opta por lo segundo. Es como el tema del placer y del dolor en el cual solo podemos ser subjetivos. Por tanto la cuestión del castigo o el otro lado de lo prometeico no es sólo que sea una especie de moralina o de juicio o castigo moral, sino que forma parte de nuestra propia condición porque tenemos que ver siempre las cosas desde varios frentes, y nos inclinamos por uno y otro dependiendo de nuestra propia situación.
La verdad no está siempre en el mismo platillo, tal como comentábamos antes: cuando a Aristóteles le preguntaron el por qué había abandonado la escuela de su maestro Platón, él dijo: "Amo mucho a Platón pero amo muco más a la verdad". Ante un dilema semejante, cuando a Camus le preguntaron entre la verdad y su madre, él escogió su madre. La respuesta de Aristóteles tiende a lo objetivo, mientras la de Camus a lo subjetivo. ¿Cuál de las dos es cierta? Las dos. Entonces en toda la lógica prometeica del pasado y del presente nos movemos continuamente en este vaivén, que es una de las tradiciones de ciegas esperanzas: a veces enfocamos la vida desde el punto de vista de la ilusión esperanzada y a veces el hecho de que esa espera estaba equivocada, estaba ciega, y era un autofraude. ¿Cuándo es una cosa o la otra? Es imposible discernir: incluso en una sola hora podemos cambiar varias veces de posición, y a mi modo de ver eso da esa profundidad inigualable a esa rara sentencia, "Insuflar en los hombres ciegas esperanzas", para que superaran el absurdo. No se sabe si estas ciegas esperanzas son para bien o para mal, pero en cualquier caso nos alejan del abismo, aunque sea provisionalmente. Y esta es nuestra situación: cuando tenemos algún dolor de algún tipo, físico, amoroso, moral, por enfermedad o muerte de alguien cercano, nos aferramos a esas ciegas esperanzas de manera mucho más pura que en la rutina de la vida cotidiana. En la rutina de la vida cotidiana también, pero como más descoloridas, esas ciegas esperanzas se presentan con toda su brillantez en los acontecimientos que cortan la rutina en nuestra vida personal. Y sospecho que lo mismo ocurre en la vida colectiva, que se presentan con mucha más nitidez no tanto en los días rutinarios, sino cuando hay guerras, revoluciones, grandes rupturas en el interior de esa rutina. Entonces aparece con todo su esplendor ese claroscuro de las ciegas esperanzas a las que aludió Esquilo en su Promete
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