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Rebuscando en el fondo del tiempo

A veces te quedas sin libro y es un momento delicado. Tocan las doce, se acabó lo que tenías entre manos ¿y ahora qué lees hasta que venza el sueño? Reptas por las estanterías. Te topas con un monstruo de dos mil páginas que compraste muy animoso hace exactamente veintiún años y te dices, "ea, a ver qué era esto". Y "esto" es la "Historia de la Revolución Francesa" que Michelet escribió en 1846. Y "esto" sucedió hace dos semanas y ya voy por la página setecientas. Casi no he hecho otra cosa en los últimos quince días: ha sido como encontrar a un viejo amigo y no poder salir de la taberna mientras te cuenta su vida.

Michelet, con Burckhardt y Hegel, es un fundador de la historia tal y como la concebimos ahora, digamos que con humos científicos. Una historia causal y material. Pero está tan cerca de la historia antigua, de las crónicas, que conserva el talento literario para la escena y el retrato. En la historia moderna no cuenta el personaje, lo relevante son los movimientos sociales, las presiones técnicas y la maquinaria económica. En las crónicas, en cambio, contaba si el rey era idiota o si el general cogía la escarlatina en plena la batalla. En estos primeros historiadores (¡qué pedazo de novela es la historia del renacimiento de Burckhardt!) aún vive intacta la potencia narrativa. Y del mismo modo que la música de Mahler anuncia la necesaria invención del cine, así también la historia de Michelet está escrita con técnicas fílmicas.

Hay una escena estremecedora, cuando se han reunidos los miembros de la asamblea y aún no saben que van a asaltar la Bastilla e ignoran que van a provocar una hecatombe. Michelet nos muestra a los abogados, notarios, comerciantes en maderas, inmobiliarios, que empujarán al mundo a su edad republicana. Sin embargo, la cámara se desvía un grado y en un instante tangencial muestra a un joven atildado y de baja estatura que con la cabeza erguida trata de ver por encima de sus colegas. Esa cabeza produce escalofríos: es la de Robespierre mucho antes de convertirse en el ángel del apocalipsis.

Artículo publicado el sábado 5 de diciembre de 2009.

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9 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El pañuelo de Herta Müller

¿Cuántas madres preguntaban por el pañuelo cuando el niño salía de casa? Esa vieja y minúscula prenda, en creciente desuso, encierra todo un mundo. A los pequeños se nos enseñaba a salir de casa por la mañana con el pañuelo limpio en el bolsillo, minúscula ayuda ante una herida, la suciedad, el resfriado, el sudor o el dolor y sus lágrimas; y también prevención educada y signo de la digna prestancia con que íbamos a enfrentarnos con los avatares de una jornada agitada y de un mundo feroz. Apenas nadie lo usa ahora, y quien lo hace recibe la recomendación de que lo abandone por parte de las autoridades sanitarias, en prevención de la gripe A, y se sume así a la cultura común del pedazo de celulosa, al parecer más higiénico que aquel pequeño trozo de lienzo de nuestra infancia. Herta Müller, la premio Nobel de este año, ha recurrido al viejo y querido pañuelo para evocar en su discurso previo a la entrega del galardón el valor de las palabras y la dignidad de las personas que defienden su libertad ante la dictadura.

Todo lo que contó la escritora el martes en Estocolmo, en su discurso previo a la entrega del Premio de 2009, sale de su experiencia biográfica, de mujer que nació y creció en la región germanófona del Banato, en la Rumania dictatorial de Ceaucescu. Fue la necesidad de expresarse libremente y de reivindicar el derecho a hacerlo lo que la llevó a militar contra el régimen en el grupo de intelectuales de habla alemana Aktionsgruppe Banat. En su discurso narra las visitas a su despacho de un policía secreta, que pretende convertirla en confidente del régimen: ??y entonces llegó la horrible palabra: colabore. (?) Me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria. En la calle de la gloria había un gato trepado en la morera desnuda. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja desgarrada. Encima de él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo. Dije: 'N-am caracterul'. No tengo este carácter. Se lo dije a la calle, fuera. La palabra ?carácter? puso histérico al hombre del Servicio Secreto.? Antes de echarla de la fábrica donde trabajaba de traductora, fue objeto de un feroz acoso laboral. La echaron de su despacho y se vio obligada a trabajar sentada en un peldaño de la escalera. Con sus diccionarios a cuestas, así lo hizo: sobre su pañuelo, de nuevo una ínfima referencia blanca en aquel mundo oscuro. El pañuelo regresa una y otra vez, en detalles insignificantes. La foto de los restos de su tío, un nazi muerto en la guerra, es también la de un pañuelo con unos restos humanos: ?En el pañuelo blanco había un nazi muerto, en su memoria, un hijo vivo?. Regresa también en el recuerdo del acordeón que heredó del difunto, con los tirantes demasiado grandes, pues era un pañuelo lo que utilizaba el maestro para atarle el instrumento a a la espalda. En la nariz sangrante de su amigo disidente, deportado a Rusia, donde una madre le da un pañuelo para la hemorragia. El día en que detienen a su madre, y ésta se vuelve y le pregunta a su hija como en los días de la infancia: ¿Tienes un pañuelo? Ese pedazo de tela de la escritora rumana deviene así la pequeña e íntima bandera de las víctimas de las dictaduras y de los totalitarismos del siglo XX. El símbolo de su dolor y de sus sufrimientos. Así termina el discurso de Estocolmo de Herta Müller: ?Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿Tenéis un pañuelo? Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser humano?. El siglo XXI es la época del 'kleenex', del pedazo de papel desechable. No hay duda de que la dignidad de los seres humanos está más defendida que en la época en que dos totalitarismos pusieron la máquina de matar en marcha e intentaron apoderarse del mundo. Pero hay una futilidad en nuestra época, que lleva a añorar aquellos blancos pañuelos, planchados y doblados en cuatro, en los que se ordenaba el amor y el cuidado de la madre por su hija, de unos por otros. (Enlaces: con el discurso de Herta Müller, con la traducción castellana.)



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9 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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John Lennon

 

La biografía es un género anglosajón. Aquí, salvo rarezas contadas, hemos pasado de las vidas de santos a los inciensos civiles de algunos de nuestra galería de famosos. Los que quieran trabajar el género tienen todo el campo abierto, el terreno abonado y a los protagonistas deseantes. Hay en nuestra historia reciente y lejana toda clase de ilustres que siguen esperando un biógrafo paciente. No necesariamente complaciente.

 Estoy leyendo estos días una biografía ejemplar. Lo digo con esperanza y con envidia. Es la vida de poca santidad de John Lennon. Escrita por Philip Norman y publicada por Anagrama. No es nuevo en estos pagos el biógrafo Norman. Pertenece a  la generación del pop y autor de un libro imprescindible sobre los Beatles, "¡Gritad!", además de otras sobre los Rolling, Elton John o Buddy Holly. Solo conozco su trabajo sobre los de Liverpool que es, sencillamente, imprescindible. Mucho más si te gustan los Beatles.

Ahora ochocientas páginas sobre Lennon, el más fascinante del grupo. El más genial y uno de los personajes que cambiaron los gustos del pasado siglo. Sin duda me importó mucho más que el Che, que Cristo- o sus seguidores- o que Kennedy. Lennon fue el ídolo, el héroe que necesitábamos una generación que ya estábamos muy dispuestos para seguir a los descreídos,  los contradictorios y los arbitrarios. Después de la alegre inocencia juvenil, nos llegaron sus pacifismos, su vida entre camas blancas, la exótica Yoko- ¡la mala!- los caprichos de un famoso que parecía indomesticable. Después llegó esa muerte, tan injusta, tan cruel pero con la edad de hacer un presentable cadáver. Lennon siempre fue uno de esos creadores que salvaríamos de los infiernos, o purgatorios, y que nos llevaríamos como acompañante de músicas, y algunas letras, para construirnos paraísos falsos, sí, pero más apetecibles que la habitual oferta del menú de las falsas religiones.

La primera parte de la biografía de Norman me recuerda a la vida posible de un nieto sacado del mundo de Dikens, pasado por la música rock, la televisión y las chicas de la rebelión sexual. Un chico de barrio, una familia complicada, unas vidas de perdedores que se salvan por el talento, la música y las ganas de salir de las viejas moralidades. Una biografía que nos hace entender con sus músicas, sus letras, sus caprichos, sus manías, cinismos, amores, disparates y arbitrariedades a un ser fascinante. Y también al otro, al mismo, al que tantas veces resultó un tipo insoportable. Lennon fue el hermano mayor que muchos hubiéramos deseado. Sobre todo después de haber triunfado en compañía de unos chicos como él, como nosotros. Todos quisimos ser los Beatles. Ninguno lo consiguió.

Una vez dijo que "no creía que hubiera alguna causa que merezca que te peguen un tiro por ella". Yo tampoco. Un día como hoy de hace veintinueve años un cretino, y mal lector de "El guardián entre el centeno", quitó la vida de un tiro de John Lennon, acababa de cumplir los cuarenta años y ya era un hombre para la eternidad.  



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8 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Trasval

La tienda se alza en la aurícula izquierda de la calle Galiano esquina a San Rafael, donde antes hubo un Ten Cent carcomido por los años y la mugre. Verdadera nave espacial caída en un barrio que ha visto como muchos de sus comercios se convierten en albergues para damnificados, oficinas intrascendentes o locales cerrados por tupiciones albañales. Pero Trasval es diferente. El gran almacén, administrado ?según se dice? por el propio Ministerio del Interior, fue bautizado por la población como ?el museo?, pues más bien se iba a mirar que a comprar, debido a los altos precios ?en pesos convertibles? de cada mercancía. Trasval era jugar al capitalismo, con música indirecta, empleados con trajes y audífonos, cámaras por todas partes y productos que nuestros ojos nunca habían visto. Nos sentíamos como pollitos arropados por la luz de las lámparas y el tintinear de la melodía, que terminarían en el matadero de la caja contadora pagando por un abridor de latas el salario de tres meses de trabajo. En su interior, aún se exhibe una zona con implementos para piscinas, aunque desde hace varios meses las vendedoras no sonríen a los clientes ni les responden amablemente las preguntas. La última vez que estuve en ese bunker forrado de lozas negras, ya el desplome era inminente. El aire acondicionado no funcionaba, los empleados habían prescindido de la calurosa indumentaria con corbata incluida y en los anaqueles, metros y metros de un mismo producto anunciaban el declive. Todos los abridores de latas habían desaparecido y un rumor de escándalo por corrupción se extendía en sus pasillos. Su esplendor fue breve, su ganancia pudo haber sido enorme. Porque Trasval fue la más reciente trampa mercantil que nos tendieron a los cubanos, el último cebo elaborado por esa mezcla de comerciantes y policías secretos que tanto pululan en nuestros días. Individuos que lo mismo trafican con mercancías que con informes, venden una lámpara o vigilan en una esquina, cuentan las monedas o se soban la pistola que llevan en el costado.



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8 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Viva Aminetu Haidar

En esta batalla a muerte entre una mujer sola y la monarquía alauita ya hay un perdedor. Puede haber más, pero ya hay uno y bien claro. Marruecos ha cometido un terrible error de cálculo, de consecuencias que todavía no alcanzan a calibrar los máximos responsables del callejón sin salida en el que se han metido. Pase lo que pase, haga lo que haga Aminetu Haidar, Rabat ya ha perdido esta batalla desigual, en la que confiaba transferir el entero problema y la entera responsabilidad a Madrid. Incluso si Haidar abandona la huelga de hambre sin conseguir su objetivo, no será ella, ni mucho menos, la perdedora, sino el monarca marroquí.

Mohamed VI ha querido comportarse como hubiera hecho su padre, con la frialdad de corazón que le hizo temible y famoso; pero lo único que ha conseguido ha sido ponerse una trampa a sí mismo y regalar así a la causa saharaui la mejor bandera que podía soñar. Aminetu Haidar, una madre de familia sencilla y obstinada, ha borrado en tres semanas la imagen negativa que tenían los saharauis, como militantes de una causa perdedora y maldita, señalada por su entrega al autoritarismo izquierdista y a una lucha armada sin perspectiva alguna. Los saharauis han conseguido con Haidar lo que los palestinos, mucho más visibles, todavía no tienen: ese símbolo puro e inocente de la resistencia individual, pacífica y digna, con fuerza moral y valentía física para levantarse ante la opresión y la ausencia de respeto y reconocimiento. La única respuesta de Rabat a una ciudadana indemne que se niega a reconocerse individualmente como marroquí ha sido la expulsión y la desposesión de la ciudadanía, a menos que se reconozca como súbdita y se someta al monarca. No se dan cuenta el monarca y sus amigos pretendidamente modernizadores que no es sólo la causa saharaui la que están reforzando sino que fragilizan también a la propia institución monárquica. Marruecos había conseguido consolidar sus posiciones en España, donde el pragmatismo político ha ido conduciendo a muchos a apartarse del inviable proyecto saharaui. Ahora esta decisión esta revertiendo las cosas y Marruecos está perdiendo el capital de simpatía y de comprensión acumulados durante años. Y sólo falta que su gobierno y sus representantes exhiban impúdicamente las armas de la inmigración, el tráfico de droga y el terrorismo, como chantaje para que sea Madrid quien le resuelva el problema creado exclusivamente por su actitud despreciativa hacia sus ciudadanos. Visto lo visto, sería de desear que Haidar dejara inmediatamente su huelga de hambre. No ha conseguido el objetivo individual que se había propuesto: que le devuelvan su pasaporte marroquí sin obligarla a reconocerse como lo que no es. Pero ha conseguido algo mucho mejor para su causa: el pueblo saharaui está vivo, vuelve a estar en el mapa, se halla otra vez en marcha, pero esta vez no por absurdas amenazas de guerra, sino precisamente por lo contrario, por la fuerza descomunal de la lucha pacífica. Por eso, ahora que su pueblo vuelve a estar vivo, Haidar debe seguir viviendo.



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8 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Festivaleando

Diciembre ha sido siempre un mes para estar poco tiempo en casa. En la calle no hay tanto calor y el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano ofrece una amplia cartelera que nos tienta a salir. Es el momento de sacar los abrigos y de no molestarse cuando el ómnibus va demasiado lleno o cuando tenemos que caminar por la acera del sol. Al final de cada año, la gente se vuelve más amable porque le queda muy poco tiempo para angustiarse por los proyectos no concluidos. Son semanas en las que gravitamos en el conformismo, como si dijéramos ?Bueno, parece que tampoco fue el 2009, quizás será el 2010 ese año que estamos esperando?. Tradicionalmente, las colas se alargaban frente al Acapulco o al Chaplin, abundaban también las enguatadas con cuello de tortuga y las puertas de cristal rotas ante el empuje de los cinéfilos. Más que recrearnos con las imágenes proyectadas sobre la pantalla, por estos días disfrutábamos sumergirnos en una atmósfera festivalera. A veces, lo más interesante nos ocurría mientras esperábamos ?expuestos al viento frío? por una nueva tanda o cuando un amigo nos narraba la opera prima de algún joven director. Precisamente, esa burbuja de ilusión que se repetía cada diciembre,es la que no logro rehacer en esta 31 edición. Ni las temperaturas han bajado, ni mis amigos de entonces están sentados en las butacas, sino dispersos y alejados en varios continentes. Sigo viendo, eso sí, la asistencia masiva a cada película, determinada por la amplia cultura fílmica de los cubanos y también por la ausencia de otras opciones recreativas a precios accesibles. No hay mucho que hacer en esta ciudad donde los que no tienen pesos convertibles deben conformarse con el gratuito muro del malecón, de ahí que el Festival sea tan esperado y concurrido. Intentando salir de ese letargo cultural, he decidido que no me importe tanto si el invierno no ha llegado o si en la multitud hay muchos rostros ausentes. He optado por tomar la cartelera, decidir un título e ir corriendo a meterme en la irrealidad de una sala de proyecciones, mientras afuera sigue el calor y el éxodo.



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7 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Literatura literaria

Una de las objeciones más enigmáticas que suele poner un editor o un agente a una novela es que esta resulta muy «literaria». Digo que tal objeción es enigmática porque siempre pensé que una novela, fundamentalmente, tenía que ser literaria. Pero parece que no, que lejos incluso de ser una cualidad esencial e indiscutible de la ficción narrativa es que resulta una pega, una tara o defecto que hace chasquear la lengua al editor o agente, como si tuviesen un poco de lástima por esa minusvalía que presente la novela. «Es que es muy literaria», dicen afligidos antes de rechazarla o de aceptarla a regañadientes, y uno piensa en su pobre novela como en un hijo pequeño con una deficiencia que lo hace potencial blanco de burlas y crueldades.
Me viene a la cabeza todo esto por una charla reciente con un amigo escritor que acaba de pasar por ese trance difícil y que me lo comentaba con perplejidad. «Es como si el médico me hubiera dicho que mi hijo tiene un síndrome raro, Jorge», protestó mi amigo, tristísimo y desorientado. Y yo me quedé especulando sobre el asunto. Incluso imaginé un reportaje en alguna revista dominical: «Cuando me dijeron que mi novela era muy literaria se me vino el mundo abajo», diría mi colega ante un hipotético periodista que escribiera un artículo sobre estas malformaciones del mundo editorial. «Mi pareja y yo hemos aprendido a vivir con mi novela literaria y la queremos así como es», sería otra reflexión. «La sociedad no está sensibilizada con las novelas literarias y es muy cruel con ellas», sería otra más.
Porque a los escritores a quienes les dicen eso de sus novelas sienten impotencia y perplejidad e incluso dudan, mirando de reojo sus páginas, si no serán ellos los equivocados. Peor aún cuando otros escritores se jactan con chulería de que sus novelas van directo al grano, que cuentan historias y se dejan de rollos patateros...y hay algo de gangsteril y prepotente en estas declaraciones, casi como si en realidad dijeran: «Sí. No leo nada y tardo quince minutos en deletrar "gato". Y qué cojones pasa?»
Supongo que editores y agentes prefieren usar esa frase de la literatura literaria para evitar ser muy duros con alguna (a su juicio) mala novela que no saben cómo rechazar sin ser descorteses. Pero creo que es un error. Creo que es preferible escuchar que nuestra novela es mala, pesada, indigesta, más difícil de vadear que un rio de pegamento, pretenciosa, impostada... y hasta que leer en voz alta dos de sus páginas puede provocar halitosis. Pero si nos dicen que su defecto es ser «literaria» han dinamitado el centro mismo de lo que es nuestro oficio, lo han convertido en una actividad menor en la que la banalidad es una virtud y su parte prescindible o execrable es la que para cualquier escritor que se respete resulta la principal: ser literaria. Pues no señor, le dije a mi amigo tratando de consolarlo, dile a ese editor «oiga usted, yo, además de escribir literatura literaria hago novelas novelísticas.» Y a mucha honra, ¿no? Pero no sé si se ha ido muy convencido. No sé si dejará de ser un novelista literario para pasar a ser un novelista enrrollado.



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7 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La esperanza objetiva

Rafael Argullol: Es muy difícil convencer al hombre que renuncie al corto plazo. 

Delfín Agudelo: Tengo la impresión de que en el anhelo de eliminar la incertidumbre y salirse del corto plazo existe una buena voluntad que, sin embargo, estará siempre vinculada al castigo. Prometeo siendo un titán roba para los humanos, pero Zeus luego inflinge un castigo sobre él y sobre éstos; Edipo carga con su buena voluntad y espera encontrar la verdad, pero su desvelamiento vendrá acompañada de un castigo. La buena voluntad, a la vez, del Doctor Frankenstein: sí tiene su momento egocéntrico de asumir al postura de un dios, pero también detrás se presenta el ímpetu medicinal de ayudar, que será crudamente castigado por su misma creación. La esperanza sobre la buena voluntad, aparentemente viene acompañado de un castigo.

R.A.: Creo que sí, viene acompañado de un castigo siempre que no entendamos el castigo desde el punto de vista de la culpabilidad propia de la religión cristiana y propia en nuestro caso del catolicismo. Del castigo en el sentido de que nuestra aspiración a la armonía y al cosmos siempre va acomañada de la presencia del caos y del desorden, de la disonancia. Y eso muchas veces es reconocible cuando tratamos de contrastar lo llamado objetivo y lo llamado subjetivo. Un ejemplo: cuando alguien mayor, un ser querido nuestro, entra en un proceso de deterioro físico, la mirada objetiva sobre ese deterioro físico nos llevaría a desear su muerte. Pero la mirada subjetiva nos hace desear de una manera muy entrañable y muy egoísta en el buen sentido de la palabra su supervivencia. Ahí encontramos ya un choque típico de nuestra condición humana entre la mirada objetiva que es capaz de mirar desde la distancia y la mirada atrapada en el corto plazo, en el amor, en la pasión, en la familiaridad, en la hermandad: generalmente nos hace mover en un corto plazo y corta distancia, mientras que en cambio desde alguna distancia mucho más amplia se puede ser más objetivo. Incluso podemos llegar a conclusiones muy crudas: entre los cuidados sanitarios que se necesitarían para que unos niños hambrientos de un país pobre fueran tratados médicamente y lo que estos mismos recursos empleados en nuestro propio padre ya muy viejo harían es evidente que desde un punto de vista humano y objetivo optaríamos por lo primero, pero es del todo seguro que la mayoría de la gente, frente a la abstracción que significa lo primero,  opta por lo segundo. Es como el tema del placer y del dolor en el cual solo podemos ser subjetivos. Por tanto la cuestión del castigo o el otro lado de lo prometeico no es sólo que sea una especie de moralina o de juicio o castigo moral, sino que forma parte de nuestra propia condición porque tenemos que ver siempre las cosas desde varios frentes, y nos inclinamos por uno y otro dependiendo de nuestra propia situación.

La verdad no está siempre en el mismo platillo, tal como comentábamos antes: cuando a Aristóteles le preguntaron el por qué había abandonado la escuela de su maestro Platón, él dijo: "Amo mucho a Platón pero amo muco más a la verdad". Ante un dilema semejante, cuando a Camus le preguntaron entre la verdad y su madre, él escogió su madre. La respuesta de Aristóteles tiende a lo objetivo, mientras la de Camus a lo subjetivo. ¿Cuál de las dos es cierta? Las dos. Entonces en toda la lógica prometeica del pasado y del presente nos movemos continuamente en este vaivén, que es una de las tradiciones de ciegas esperanzas: a veces enfocamos la vida desde el punto de vista de la ilusión esperanzada y a veces el hecho de que esa espera estaba equivocada, estaba ciega, y era un autofraude. ¿Cuándo es una cosa o la otra? Es imposible discernir: incluso en una sola hora podemos cambiar varias veces de posición, y a mi modo de ver eso da esa profundidad inigualable a esa rara sentencia, "Insuflar en los hombres ciegas esperanzas", para que superaran el absurdo. No se sabe si estas ciegas esperanzas son para bien o para mal, pero en cualquier caso nos alejan del abismo, aunque sea provisionalmente. Y esta es nuestra situación: cuando tenemos algún dolor de algún tipo, físico, amoroso, moral, por enfermedad o muerte de alguien cercano, nos aferramos a esas ciegas esperanzas de manera mucho más pura que en la rutina de la vida cotidiana. En la rutina de la vida cotidiana también, pero como más descoloridas, esas ciegas esperanzas se presentan con toda su brillantez en los acontecimientos que cortan la rutina en nuestra vida personal. Y sospecho que lo mismo ocurre en la vida colectiva, que se presentan con mucha más nitidez no tanto en los días rutinarios, sino cuando hay guerras, revoluciones, grandes rupturas en el interior de esa rutina. Entonces aparece con todo su esplendor ese claroscuro de las ciegas esperanzas a las que aludió Esquilo en su Promete


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7 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Política digital

Berlusconi ya está definitivamente en la pendiente. Y no le ha empujado la auténtica oposición doméstica, la única que se demostró eficaz en algún momento, quiero decir la de la señora Veronica Lario, su esposa despechada. Tampoco la oposición oficial, el Partido Democrático, dividido y disminuido por las viejas ambiciones y miopías. Es una nueva oposición la que le está empujando hacia las cuerdas, ayudada, es verdad, por la lenta pero inexorable emergencia de sus auténticos pecados, los que le relacionan desde los orígenes de su fortuna con la Mafia. Esta oposición, al margen de los partidos, incluso de los medios de comunicación, está en la calle y en la vida de los italianos de todo el mundo, y ha funcionado gracias al ordenador y al telefonino.

Las redes sociales, los sms, la cantidad de cosas interesantes que pueden hacerse con un ordenador se dice que explican la victoria de Obama. Pero en un futuro quizás podrán explicar también la derrota de Berlusconi. El No Berlusconi Day, celebrado este pasado sábado en todo el mundo, ha demostrado la capacidad de movilización negativa que suscita este presidente corrupto y senil que mantiene secuestradas las instituciones democráticas italianas. Pero también la eficacia de la comunicación viral, que difunde las convocatorias para las protestas a una velocidad vertiginosa que desborda las organizaciones y partidos tradicionales. Una nueva forma de hacer política se está instalando en nuestras sociedades de la mano de la tecnología. En España hemos tenido una buena muestra esta misma semana, con la redacción y la difusión del 'Manifiesto en defensa de los derechos fundamentales' en internet y la reacción defensiva de Zapatero. La tecnología ha jugado un papel central en todo momento, desde la redacción hasta la negociación con la ministra de Cultura, transmitida por twitter. Los políticos de siempre deben hacer un esfuerzo para que no se los lleve por delante, Berlusconi incluido, la nueva cultura digital que todo lo invade. A ellos hay que decirles lo que Gorbachev al viejo dictador Erich Honecker poco antes de que se cayera el Muro: ?la historia castiga a quienes llegan demasiado tarde?. Y que tomen nota los hermanos Castro: Yoani Sánchez será quien liquidará la dictadura cubana.



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7 de diciembre de 2009
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