Skip to main content
Blogs de autor

El peine

Por 27 de noviembre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Vicente Verdú

Más que la misma la cuchillería o que la escobilla del water o el cepillo de dientes, el peine constituye el elemento característicamente agresivo del ajuar doméstico. En apariencia, el peine viene sólo a acicalarnos pero en su simbología trata de deshacernos. El rastrillo es su par en intenciones, como también aquellas amenazadoras piezas de arrastre que siguen a los tractores arando el campo.

El peine obedece, sin duda,  a la voluntad de la mano humana,  no hiere por su cuenta, descontroladamente, y su incidencia en el contacto  con la piel puede regularse e incluso adormecerse, pero el hecho mismo de que su quehacer eminente discurra  siempre sobre el cuero cabelludo hace temer, de antemano, que su tarea suave y deseable pueda convertirse de súbito en un desgajamiento de la piel y, a continuación, adentrarse sin remedio en los entresijos del cerebro. De hecho sus púas no han recibido otro nombre más amable, hasta nuestros días, porque su instinto es punzar, pocear  y en su usual movimiento, de uno a otro lado, rastrear, intervenir por su cuenta o su metáfora en el interior de nuestro cerebro y con ello revolver el enlace de los pensamientos, su consistencia, y su constitución.

El peine se detiene, por lo común, en el roce con el cuero cabelludo. Cuando las cosas marchan bien o consuetudinariamente, cumple su oficio de colaboración maestra en el peinado. Todo ello cuando la cotidianidad impone a su conventual condición intrínseca pero ¿quién duda que su identidad particular, su personalidad iniciática, queda frustrada  cuando su viaje es sólo por la superficie?

Un peine no ha sido el objeto de crimen en la mayoría de los asesinatos pero tanto fabricado en plástico, como en concha o en aluminio su morfología se emparenta con los artilugios propios de la tortura, el desgarramiento de la piel y la dolorosa elongación el martirio. No es, por esto, fácil tomar al peine entre las manos, dirigirlo a la cabeza y sentirse seguro de que su voluntad morfológica no acabará por profundizar en la superficie que se le ofrece y crear, con su oficio, surcos de mayor o menor profundidad. Todo menos la artificial virtud que admite de deslizamiento o conducta trazada por el efecto de su dominación.

 Se le ofrece, sin duda, la confianza general que se otorga a los adminículos que que compone el hogar pero, simultáneamente, con muchos de ellos el recelo que inspira la herramienta la provee de un aura maldita. Nada se dice de ello pero, como es el caso del peine, su diseño evoca, más allá del reglamento, la convención o la estabilidad burguesa, un plus imaginario que la revela como una pieza unívoca para crear daño o heridas.

 El peine en sí mismo es una representación de la  herida anticipadamente abierta o por cicatrizar, la creación o el recuerdo de la  cicatriz que impera en muchas tribus africanas que marcan sus rostros o sus  cabezas con fuertes señales identificativas de su adscripción  a una comunidad en donde un instrumento punzante, de una incisión o varias, semejante al peine ha cumplido la función de marcar la carne llegar hasta el límite del hueso. Y, en efecto, el peine de hueso, tan apreciado en la historia, completa el bucle de esta tentativa y su efecto. El resultado de la auténtica espina del pez que con tanto patetismo esquelético, simplicidad y eficacia muestra la muerte del cuerpo y  plasma en su  diseño al peine que, de otra parte, nunca será de un caprichoso formato sino  que como la daga o la escopeta se erigen como objetos imperfectibles para matar. El cepillo del pelo que las mujeres emplean con más asiduidad que los hombres  es como un a versión pacificadora del peine a secas, una suerte de conversión del hueso duro en roce blando, puesto que el peine en su puridad hace siempre algún daño mientras anuncia su posibilidad de hacer más daño, todavía más inherencia y finalmente la muerte que llega en su máxima profundidad.  ¿Qué clase muerte? Una muerte, efectivamente inspirada en un crimen sádico que lejos de conformarse con disparar directamente  un tiro en el corazón  o en la cabeza, arrastra tras de sí el órgano cerebral, toda la historia dela víctima arrastrada hasta la confusión fatal por una batería de púas o uñas homicidas capaces de convertir el pensamiento en restos, el orden mental en vertedero, las luces y los contraluces  de la reflexión en un pila de azar, de bazar o de escombrera. La superioridad humana convertida en almoneda, el surtido de la personalidad trasformado en detritus,  la lisura del cerebro más  barroco en una accidentada orografía sin paz ni orden. Ojo al peine. Al peine lo temíamos, a menudo, siendo niños porque tiraba de nuestros cabellos enredados pero, a la vez, en las manos de las madres,  ordenar el peinado procuraba del reino de la compostura. A la culminación de la obediencia y la rectitud del hijo peinado con  raya perfecta correspondía el cabello húmedo y domado por el peine. El peine, precisamente, había llevado a este resultado trascendental: la conversión del desaliño rebelde en reglamento, el pase de lo salvaje a la civilizado, el viaje desde el salvajismo de lo despeinado hasta la convención dominante  que procuraba el peine superando el caos. Un peine, por tanto, civilizatorio en sí que actuaba y actúa aún como una herramienta de socialización poniendo primero en términos de moda enumerable los cabellos desgreñados y orientando después incluso la cabeza en la dirección de una u otra institución o su reverso, siempre cabal.

[ADELANTO EN PDF]

profile avatar

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

Obras asociadas
Close Menu