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Eder. Óleo de Irene Gracia

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SABINA, EL REGRESO

 

"Huir hacia una región conquistada, y pronto descubrir que es intolerable, porque uno no puede huir a ninguna otra parte"                        

                                                                "Diarios", Franz Kafka

Sabina, con su aspecto de "casual kafkiano", nos recibe en su casa de Tirso con vistas a Lavapiés. Un conocido territorio de quinientas noches que nos sorprende con una otoñal luz del mediodía. El amigo está acicalado de la cabeza a los pies como un reconstruido y pulcro cantamañanas en promoción.

Se despereza como uno de esos gatos suyos que saben canciones de Brassens. Desayuna cerveza como un chusvisor cualquiera que no quiere perder su toque heterodoxo. Tiene más libros que Menéndez Pelayo. Habla con pocas pausas, con prisas roncas, con muchas risas y sin dejar de velar por su salud con sus cigarrillos de verita y sus boquillas de mentiré.

Se está bien en la casa/museo de Joaquín Sabina. Entre adornos de traje de Luces- con sangre derramada en las Ventas- entre sombras como sombreros de Joyce y letras de primera edición del Ulises. Rodeados por libros que  nos hacen caer en la tentación de todo lo que nos queda por robar, desde Góngora a Cernuda. Nos sentimos cómodos entre vírgenes cachondas, angelotes salidos, fotos, cuadros de vida y amables, despiertas, jimenas. Algunas de las hermosas compañías que ordenan su laberinto.

El canalla bondadoso Sabina habla, grita, se mueve como un noble sin ruinas, sin títulos y conservando una viva inteligencia unida a un peculiar estilo de ser cariñoso. Algo situado entre una puta que no cobra y un burgués con una bomba en el bolsillo. Chico de barrio que con los años, y las letras, ha sabido depurar su aspecto de terrorista domesticando por las maneras del letraherido. Tierno duro, andaluz en un andén de Atocha, uno de Úbeda, madrileño hasta la muerte, pero ni un paso más.

Joaquín el versificador y Sabina, el roquero cantautor, llevan días de paseo por los ruedos ibéricos. Sin rosas, sin vinos ni vinagres, con los nervios de un nuevo disco y pleno viaje de músicas por montera.

La gira empezó en 20 de noviembre en Salamanca y sin franquistas. Con Sabinistas de varias generaciones, montones volando que ya tienen bula para recorrer cien caminos que no llevan a Roma. Dispuestos a fugarse por un cul de sac y amanecer en algún pueblo de tierra adentro y mar de fondo.

Sabina, como Kafka, es capaz de irse a nadar mientras la tercera guerra mundial estalla en su barrio...

Y seguimos bebiendo, riendo y contando algunas mentiras. Sabina miente con estilo. Miente hasta en su epitafio: "Aquí yace Joaquín Sabina: jamás dio la cara"

(Introducción y cierre de una entrevista que realicé a Sabina y que aparece completa en el suplemento "Dominical" del 29/ 11/ 09. Y que reproduzco pensando el sabinista gallego Ramón Rozas. Y sin olvidar a alguna filóloga de Vigo a la que no le importaría hacer noche en un lugar llamado Sabina.

Los del Atlético estamos preparados para derrotas. Y para alguna vez, para sorpresa de casi todos meter algún gol)   

                  



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30 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De puño y letra

Conversaba el otro día con Ernesto Pérez Zúñiga, Juan Carlos Méndez Guédez y el chamo Chirinos -buenos amigos además de estupendos escritores- acerca de un hecho que no por evidente deja de ser admirable: el cambio radical que ha supuesto para quienes escribimos la irrupción en nuestras vidas del ordenador, de la eficaz precisión que otorga a nuestro trabajo cortar, pegar, elegir tipografía, cambiar y corregir textos como se decía antes, "hasta la suciedad", frase que aquí deviene en mero ejercicio retórico pues no hay nada más impoluto que una página en la pantalla. No es baladí: Contaba Méndez Guédez que la Universidad de Poitiers le ha pedido guardar sus manuscritos y mecanoscritos, es decir, crear un fondo con todos aquellos textos donde se vean sus correcciones hechas a mano. Porque Juan Carlos, como todo escritor cuidadoso, imprime y corrige luego a mano. Menos un servidor, que así es de insensato. Porque yo corrijo en la pantalla y sólo imprimo la versión final, ganado por un prurito de ahorro que tiene tanto de ecológico como de  suicida, claro está. Si la Universidad de Poitiers o la de Samarcanda me pidieran mis mecanoscritos les entregaría un pen drive de 250 megas y no sé si tendrían algún interés en conservarlo...

Pero en fin, que de esto pasamos a hablar acerca de lo difícil que nos resulta imaginarnos escribiendo a máquina: la vieja, obsoleta y ruidosa máquina de escribir que apenas ha cambiado desde los tiempos en que Cristóbal Natham Sholes la inventó en 1868. Peor aún, dijo el chamo Chirinos, imagínense a tantos escritores escribiendo a mano, sopando la pluma chirriante en un tintero cada dos por tres, a toda velocidad para evitar que las ideas se esfumen de sus cabezas en aquel dilatado proceso físico. "Un bolígrafo Bic tendría que ser para ellos un salto tecnológico de primera magnitud", observó Pérez Zúñiga. Y los tres hicimos el fascinante recorrido por aquellos novelones prodigiosos del siglo XIX, escritos de cabo rabo con una frágil pluma, corregidos luego hasta que las páginas quedaban llenas de tachones y manchas que el tipógrafo luego tendría que convertir en palabras legibles en moldes de plomo.

Fantaseo ahora con la idea de crear un concurso de novela cuyo único requisito sea que estén redactadas a pluma; o una especie de reality show que muestre a los escritores de hoy en día escribiendo sus novelas como en el siglo XIX. No sé, no creo que pudiéramos, no sé si escribiríamos lo mismo, si abandonaríamos el trabajo con las manos llenas de ampollas, luego de invertir el triple de tiempo que ahora. Y es que hay en esa forma antigua de escribir un pozo de laboriosidad ruda y honesta, casi Amish, que maravilla que de aquel áspero proceso hayan brotado novelas y ensayos delicados, intensos, sofisticadamente complejos y que han llegado a nuestras manos con indesmayable vigor desde los confines del tiempo.  Escritos a mano...



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30 de noviembre de 2009
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Reflexiones de un naturalista confuso

Confieso que soy un devoto de los programas meteorológicos. Lo primero que hago cuando llego a una ciudad es buscar el canal local para catar el programa del Tiempo. Los hay suntuosos y los hay miserables. Estos últimos indican un talante fatuo y un seso de corcho. Algunos programas del Tiempo añaden apostillas sobre rocío escarchero, nieves rosadas y crías de oso panda. Son emisiones (como manda la cadena) de Yo-amo-la-Naturaleza. Bien es verdad que la Naturaleza es una señora que se murió en el siglo XVIII y cualquiera que haya cursado estudios sabe que ese concepto es un placebo para no quedarnos solos en el cosmos. La Madre Naturaleza suplanta a la Virgen María.

    En estos programas, sin embargo, se insiste una y otra vez en el tópico de que los humanos estamos destruyendo la Naturaleza, como si se tratara de dos órdenes distintos, de un lado los humanos y de otro la naturaleza. Así, por ejemplo, se dice que los humanos estamos calentando el planeta o malogrando seriamente el ecosistema. Bueno, es cierto que el clima cambia (siempre ha cambiado), que el entorno es cada vez más asqueroso (sobre todo donde yo vivo), es cierto que de repente en un río catalán aparece un cangrejo belga que se come a las vacas (también se murieron los dinosaurios), todo esto es cierto, y más todavía: los glaciares se escoñan, los ríos se pudren, el mar es una cloaca y el ayuntamiento de Barcelona ha colgado unos adornos de Navidad que parecen traídos de Somalia por esos vascos tan agradecidos. Es cierto. Pero estas catástrofes las causa la Naturaleza, si es que entiendo yo lo que denota ese nombre, y no el humano, que no pasa de ser otro invento de la evolución, como las monas. Y si las abejitas hacen panales, pues nosotros hacemos campos de fútbol y centrales nucleares. Tan "natural" es lo uno como lo otro, a menos de que Dios creara el cosmos y luego, en otro pronto, al humano entero, según sostiene Roma desde hace unos siglos.

Si la Naturaleza se está suicidando (lo que es muy posible) que no nos culpen a nosotros, pobres de nosotros.

Artículo publicado el 28 de noviembre de 2009.

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30 de noviembre de 2009
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Amparitxu

Gracias a una semblanza del escritor Pedro Ugarte publicada en El País he tenido noticia de la muerte de Amparo Gastón, la viuda de Gabriel Celaya, a la aprovechada edad de 89 años. Las esposas de los escritores son figura proverbial de la historia literaria, cada vez más, en razón de la lógica de los tiempos, compensada por la del marido de la escritora famosa, que tuvo seguramente su primer paradigma en Leonard Woolf, esposo y viudo longevo de Virginia. De otras grandes, como George Sand o Karen Blixen, prevalecen sobre todo sus amantes volcánicos o nebulosos, por mucho que ambas tuvieran también maridos pegados a la tierra.

   Yo conocí a Amparo, con Gabriel (que la llamaba Amparitxu), en los últimos años de la década de 1960, cuando los Novísimos estaban en ebullición, sin hervor. A ella le parecíamos todos guapos, aunque guapos de verdad sólo lo eran tres, teniendo el resto de nosotros únicamente la gratificación de los veinte años. Amparitxu y Gabriel eran dos seres acogedores y simpáticos, él bonachonamente, con su amplia cara de profeta báquico, y ella a la vasca, es decir, con la sequedad de fondo tierno de una ‘amatxo' vasca. Creo que siempre tuvieron (hasta que alguna diputación le compró a Gabriel su biblioteca) problemas de dinero, pero aun así nos invitaban de vez en cuando a tomar unas botellas de vino de poca marca en su casa.

    No nos gustaba mucho la poesía de Celaya, aunque Antonio Martínez Sarrión, que era un ‘senior' de los Novísimos jóvenes y tampoco un adonis, me recitaba poemas de la segunda parte musical del libro de Celaya que prefería, ‘Lo que faltaba', ritmando a veces los versos con sus propias extensiones vocales. Conservo ese libro, regalo de mi amigo Antonio, con una dedicatoria suya en rima indescifrable.  

   Ugarte dice que Amparo fue la "ruidosa detonación" que cambió la vida de Rafael Múgica, nombre real del poeta de Hernani. Debe estar en lo cierto, aunque a mí no me consta, pues mi trato con ellos, que se hizo más esporádico en los años 70, era ya con la pareja asentada y el poeta instituido. Lo cierto es que Amaritxu era la habladora del dúo, y Gabriel el ensoñado.

      Ni Celaya ni Blas de Otero eran entonces modelos afines, prefiriendo yo (y así evito caer en la injusticia de las generalidades generacionales) entre los mayores post-27 y pre-50 a Luis Rosales, Hierro o Ricardo Molina. Hay sin embargo un libro de Celaya que me causó gran impresión. Se trata de ‘Cantos y mitos', publicado por Visor en 1984 y asociado en la nota del editor a la "poesía órfica" del escritor guipuzcoano. Es una obra inesperada y original, de largos poemas narrativos que desembocan en uno final, de clara filiación ‘shakesperiana', titulado ‘Tras la tempestad. Fin de fiesta'. El libro está dedicado a ‘Amparitxu, mi Syzegia', que no sé lo que quiere decir pero me sugiere un nombre de musa tal vez indo-europea o sólo griega.

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30 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El espejo

El espejo es la equivalencia de la extrema limpidez. El lúcido fragmento de toda una casa donde su mera superficie indica por su lustre innato que algo en medio de la penuria, la bardoma, la mugre o el detritus puede mostrar todavía una apariencia sin desidia puesto que el espejo reclama el brillo para ser. De lo contrario, cubierto de polvo o roña, claudica en cuanto espejo.

Desaparece el espejo tanto más cuanto menos refleja a lo otro, lo que viene a ser su excelente e interminable paradoja: su entidad resulta tanto más tonante cuanto más fielmente acapara la identidad exterior y, en consecuencia, muere lozanamente en el reflejo.

El suicidio de Narciso viene a ratificar este don puesto que su experiencia especular en las aguas del arroyo no es otra que la experiencia de vivir en la cárcel de sí mismo reflejándose en sí mismo eternamente, sin posibilidad de fuga y  condenado a la imagen que el espejo fija para él, siendo el espejo, a la vez su retrato, su rostro, su personaje y su persona, tres designaciones para las cuales los antiguos griegos empleaban un único término. Pero ¿eternamente?

Lo peor del espejo viene a ser que mientras él permanece, posiblemente en  posición invariada a lo largo de los años del mismo hogar, el habitante va desfilando ante él en una secuencia gradualmente desfavorecida, al punto de que hay hombres, especialmente, que llegados a una edad no se miran durante los minutos que emplean en afeitarse.

Enemigo de la fealdad y amante de la belleza, el espejo forma parte del orden del lujo, por pobre que se sea puesto que el espejo está concebido para la exaltación personal. De hecho, no cabe imaginar objeto tan relacionado con nuestro porte como el espejo porque él mismo al accionar se convierte en efecto de nuestro físico, se hace retrato antes de que llegara la fotografía y juez severo antes de que intervenga la lenidad del amor.

En general, el tipo con quien vamos y venimos, nos despertamos y nos acicalamos, nos revisamos y nos dormimos es el tipo del espejo, máquina  que actúa como la máxima verdad fisonómica.

Algunos días bien, en su mayoría mal o muy mal, el espejo nos califica sin trampas ni pretextos a pesar de los visajes que le presentamos, los perfiles que escogemos y las muecas que le hacemos para obtener su aprobación, aún escasa y superficial, en la mayoría de las ocasiones.

De hecho él representa, en otro sentido, la superficie por antonomasia. Toma a su cargo nuestra piel y sus menudos accidentes, las anfractuosidades y los regueros del rostro pero también del cuerpo en general si se le solicita. Diferentes psicólogos, interesados en los problemas de autoestima, recomiendan mostrarse desnudo ante un espejo de cuerpo entero y una vez ubicados en esa tremenda tesitura aceptarse tal y como se es. Es decir, en la imperfección, la fealdad, la desarmonía, la birria.

Tras esta dura experiencia, el trauma preparará para un desdén de la propia catadura y, como efecto, para presentarse en sociedad liberado del miedo al desdén  exterior. Otras funciones del espejo en el terreno psicológico son igualmente importantes, tanto en lo positivo como en lo negativo también, simplemente porque el espejo es un yo limpio de trampantojos. El espejo no miente, es pulido, dice la verdad y toda la verdad al punto de que a lo largo de los años, la casa ha ido desprendiéndose de tanto espejo en el salón, en los armarios, en el vestíbulo o en el fondo del corredor para reducir su ubicación al cuarto de baño. Un elemento, por tanto, de la intimidad en cuyo ámbito él nos ve y nosotros nos vemos en él, lo vemos y nos ve tal como si su naturaleza se realizara en la fatídica misión de designarnos. Y de  concluirnos en un diagnóstico privado de apelación.

Esta sería la parte terrible del espejo pero humanamente -puesto que los espíritus y los vampiros o cuerpos sin alma no se reflejan en él- también cuentan sus raras aportaciones de vida o muerte, tanto o más decisivas que las afines a la estética, la belleza o la fealdad exterior.

En el espejo, por ejemplo, se comprueba a través del pequeño empañamiento que el moribundo aún respira y que en los delitos no conduce tras nosotros el asesino o la fuerza policial. Pero, de otro lado, ¿qué decir de la desvelada asistencia que a las mujeres procura su espejo del bolso o el espejo de mano, sea para el maquillaje, la coquetería o la depilación. El espejo siempre nos juzga pero, en ocasiones, sometido a nuestro dominio, agarrado por el mango o encerrado en la polvera y ahora también en algunos móviles, es coaccionado para operar como un colaborador. Espejo o cómplice son dos aspectos tan inherentes como extrañamente compatibles de este objeto que a ningún otro se parece y donde la apariencia y sus máscaras halla su habitat regular. Un habitat especular fácilmente pecaminoso al punto de que durante la alta Edad Media se eliminó de la sociedad. Por el contrario, el Renacimiento introdujo el gran espejo como mueble de habitación, ampuloso  en el dormitorio o en el salón. En la alcoba, donde escenas voluptuosas quedan reflejadas en su plano o en el salón donde, como en las películas, vaya recibiendo y recreando el movimiento de escenas mundanas.

Una ristra de lentejuelas, un racimo de espéculos, una sarta de espejuelos se asocian con la lujuria y el engaño.. Allí donde hay grandes espejos, sean palacios o burdeles, el gran angular de su haz remite a transgresiones de gran talla. La grandiosidad es casi inconcebible sin la asistencia multiplicadora del grandioso espejo pero incluso el espejo menudo, de bolsillo, incluye una particular inclinación al mal. Una complicidad con el mal a través de la autocontemplación que en sí conduce a un egotismo, una egolatría o un ensimismamiento que prevalece sobre el amor a los demás y el olvido de sí mismo.

 Más allá del espejo se encuentra el mundo de Alicia, el mundo inverso que deshace las ataduras del más acá. Pero más acá, ante el espejo, discurre la escena del mundo real, nuestro rostro en primer lugar que ya, dentro del cuarto de baño se une al  acicalamiento pero también, ¿quién puede dudarlo?, a la frustración y al suicidio. El espejo que corta las venas, clínico y forense, bruñido y marca de la máxima limpidez, la extrema limpidez igual a la nada, igual al fulgente pulimento de la abdicación o la última condena.



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30 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sísifo vuelve a casa

Javier Solana, el español que más ha pugnado por dar a la UE una política exterior y de defensa, termina hoy su mandato como 'ministro' de Exteriores del conjunto continental.

Es bien conocido el mito de Sísifo, condenado a subir un enorme pedrusco hasta la cima de un monte, que cae una y otra vez hasta el pie en cuanto ha coronado su esfuerzo. Como en todo mito, esa figura trágica y circular ha sido utilizada para expresar numerosos problemas de la vida y de la naturaleza humana. A la vista de lo que ha ocurrido desde 1989, año de partida de la recomposición de nuestro mundo, se diría que también se acomoda muy bien a la pugna de nunca acabar de esa Europa que intenta construirse a sí misma como protagonista de la escena internacional y justo cuando parece conseguirlo se divide y hunde en la depresión. Si alguien ha estado ahí todo este tiempo, en pleno campo de brega europeo, acarreando una y otra vez el pedrusco, ese es Javier Solana. Un Sísifo dialogante y componedor, capaz de tejer consensos y conseguir imposibles acuerdos, pero Sísifo al fin, enfrascado en la tarea y angustiado por la precariedad de su esfuerzo. Era ministro de Educación de Felipe González cuando cayó el muro de Berlín, pero no pasaron ni tres años cuando entró, como ministro de Exteriores, en la arena de la diplomacia internacional que no ha abandonado hasta hoy mismo. No hay, por tanto, crisis europea y mundial de los últimos 20 años en la que no haya estado implicado de una u otra forma desde entonces, algo ciertamente extraño en la historia de España. Solana no es un caso aislado. Bastan los ejemplos de Federico Mayor al frente de la Unesco, Marcelino Oreja del Consejo de Europa o Rodrigo Rato del FMI. Desde el ingreso español en la UE en 1986, ha sido creciente el compromiso con las instituciones internacionales. Pero pocos políticos encarnan de forma tan duradera e intensa el cambio que se ha producido en las relaciones entre los españoles y el mundo desde que España ha regresado a los asuntos internacionales tras varios siglos de inhibición o aislamiento. Lo mismo sucede con el éxito de la transición o la apoteosis europea del nuevo socialismo español, que ha podido ofrecer una continua presencia en sus instituciones desde el protagonismo de Felipe González en Maastricht, hasta la actual comisaría de la Competencia obtenida por Joaquín Almunia, pasando por la presidencia del Parlamento de Josep Borrell. Los 17 años de Solana son la expresión de un éxito socialista y español. Pero las reacciones que suscita en España son también la manifestación de un fracaso y el regreso de un viejo y tradicional vicio nacional. No es seguro que los sucesivos gobiernos del PP y del PSOE hayan sabido aprovechar su presencia primero en la OTAN y después en la UE para mejorar la presencia española en el mundo, afinar la política exterior e incluso resolver convenientemente los contenciosos en curso. Más bien cabe pensar lo contrario, que desde los despachos gubernamentales se ha evitado solicitar sus consejos. Se diría, incluso, que la sociedad civil, el mundo económico y universitario, 'think tanks' y medios de comunicación, han tenido en mayor consideración y estima su trabajo que sus compañeros de profesión política e incluso de partido. Un reciente artículo del ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, sobre los 10 años de PESC y la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, publicado por este periódico el pasado 13 de noviembre, evitaba toda mención a la presencia y a la labor al frente de la institución europea del español que mayor protagonismo ha tenido en la escena internacional en la historia contemporánea. Esta irrupción española en la escena internacional ha encontrado una fuerte resonancia generacional en el resto del mundo. Los jóvenes que en los años sesenta, y especialmente en 1968, se rebelaron contra las sociedades conservadoras de la época son los mismos que en los años noventa y primera década del siglo XXI se han encontrado con responsabilidades internacionales. Pocos episodios explican mejor esta sintonía que la guerra de Kosovo en abril de 1999, uno de los momentos más polémicos de la trayectoria de Solana, el secretario general de la OTAN que tuvo que ordenar los bombardeos sobre la Serbia de Milósevic para frenar un genocidio. La derrota serbia y la independencia de Kosovo no hubieran sido posibles sin Joschka Fischer en el Ministerio de Exteriores alemán, Tony Blair en Downing Street, Bill Clinton en la Casa Blanca, Bernard Kouchner ?actual ministro de Exteriores de Sarkozy? como primer administrador de Naciones Unidas para Kosovo y Solana al frente de la OTAN: todos ellos jóvenes manifestantes contra la guerra de Vietnam en los años sesenta. En aquellos combates se forjó un nuevo americanismo. Los antiguos izquierdistas, aleccionados por la historia, transformaron su viejo antiimperialismo en antitotalitarismo, su militancia en acción humanitaria y su pacifismo en disposición para la intervención internacional armada para derrocar tiranos e impedir nuevos genocidios. La presidencia de Bush dividió luego el campo y convirtió a un buen puñado de ellos, encabezados por Tony Blair, en auténticos neocons. No fue el caso de Solana, que acomodó como pudo, en calidad de Alto Representante, la nueva estrategia de seguridad europea después del 11-S sin caer en las doctrinas de la guerra preventiva y del unilateralismo imperial. De su etapa de la OTAN cabe destacar los acuerdos de cooperación con Rusia, firmados en 1997, que marcan el fin de la guerra fría y de la Europa dividida por la Conferencia de Yalta (1945). Sin ellos la Alianza no podía abordar su primera ampliación a Polonia, Chequia y Hungría (1999). La tarea más espinosa fue la gestión de las guerras balcánicas y las sucesivas misiones europeas, y en ella actuó primero en su calidad de jefe civil de una alianza militar y después de jefe político de una institución civil y militar en construcción como es el 'ministerio' de Exteriores y Defensa europea del que ahora se hará cargo la británica Catherine Ashton. Respecto a los diez años de política europea exterior y de seguridad, un estrecho colaborador suyo, Robert Cooper, ha señalado que la UE ?en su conjunto ha funcionado mucho mejor que antes, especialmente comparado con la década de los noventa?. Entonces Europa tuvo que tratar con la crisis bélica y el genocidio en su propio territorio y no consiguió avanzar hasta que Estados Unidos se decidió a hacerlo. Las 22 misiones internacionales emprendidas no han dado todavía como resultado ?una política coherente?, pero al menos se han hecho pequeños pasos en vez del retroceso que supuso la década de guerra y genocidio anterior. Lo más importante es que 'míster Europa' se ha convertido en una persona de confianza de los países aliados, empezando por EEUU, y siguiendo por los socios europeos. Según Bill Clinton es mérito de Solana haber colocado y mantenido a Europa en el mapa. El Alto Representante ha tenido un papel primordial en varios de los lances más complejos de la reciente política internacional, como el proceso de paz entre israelíes y palestinos o la negociación con Irán sobre su programa nuclear. Solana no tiene dudas sobre lo mejor de su larga etapa: la ampliación de la UE hasta 27 socios, el mayor proyecto europeo de fabricación de paz, estabilidad y prosperidad de su historia. Tampoco las tiene sobre la tarea pendiente: la paz en Oriente Próximo. Donde mejor se refleja el carácter circular de la imposible tarea europea es en la elección de la sucesora. Los 15 eligieron en 1999 a un experimentado secretario general de la OTAN y ex ministro de uno de los países grandes como su primer ministro de Exteriores, todavía con la denominación de Alto Representante. La UE se imaginaba a sí misma como una superpotencia, tal como ha señalado el director del Centre for European Reform, Charles Grant, mientras que ahora, cuando nombra a la británica Ashton, aparece ?orgullosa de su poder blando? y totalmente exhausta de ambiciones y horizontes. Solana tomó a su cargo un invento de nueva creación, sin estructura ni personal, y lo deja convertido en lo que será la diplomacia más numerosa y, cabe esperar, potente del mundo. Diseñado a partir de su experiencia, él mismo estaba destinado a ocuparlo si la Constitución hubiera llegado a buen puerto. Pero Francia dijo no y luego todo se retrasó cinco años. Ahora, cuando se inaugura el servicio exterior europeo, los 27 han colocado en su lugar a una persona sin su calibre, por tanto incapaz de volar por sí misma dentro de una UE en la que Durão Barroso ha conseguido convertirse en la figura preeminente. Hoy será su último día de trabajo en esta tarea circular pero necesaria. El debate y la reflexión sobre el futuro de Europa y de su política exterior son parte del acarreo que nunca termina de esa mole de piedra. Pero Solana no piensa jubilarse ni dejará de ser Sísifo, con la ilusión y la angustia de la piedra europea sobre sus espaldas. Sísifo sólo vuelve a casa.



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30 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bastión y distracción

Alguien metió un papel por debajo de mi puerta. Una hoja cortada a la mitad con indicaciones para evacuarse en caso de un huracán o de una invasión. Una de sus frases se me quedó pegada como el estribillo de una mala canción: ?Coser una tela a la ropa de los niños menores, con los datos de identidad de los padres (tiempo de guerra)?. Me imaginé dando puntadas sobre la camisa de mi hijo, para que en medio del caos alguien pueda saber que su madre se llamaba Yoani y su padre Reinaldo. La ?guerra de todo el pueblo? ?que en estos días se practica en el ejercicio militar Bastión 2009? nos tiene asignado un lugar a cada uno. No importa si nos dan miedos las armas, si jamás hemos creído en la confrontación como vía de solución y si no tenemos ninguna confianza en los líderes que guiarán al pelotón. Quienes juegan a la conflagración sobre una mesa llena de diminutos tanques y aviones de plástico, quieren ocultar que la más honda trinchera la hemos cavado los ciudadanos para protegernos de ellos mismos. Los noticiarios están llenos de uniformados con sus armas, pero las maniobras marciales no logran esconder que nuestros verdaderos ?enemigos? son las restricciones y los controles impuestos desde el poder. La guerra como distracción ya no funciona. La amenaza de paracaídas que caen y bombas que resuenan, como antídoto contra los deseos de cambio, ha dejado de ser efectiva. Creo que cada vez más personas dirigen su índice hacia el real origen de nuestros problemas y ?sorpresa para los adalides de la batalla? no se ve como un dedo que señale hacia afuera.



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28 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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América Latina: De inmigrantes a emigrantes

A casi "doscientos años del arranque de las independencias", Babelia, el suplemento cultural de El País, está dedicado esta semana a "mostrar la realidad" de América Latina y ayudar a "pensarl[a] de nuevo". El artículo central es de Soledad Gallego-Díaz. Más de quince escritores reflexionan sobre diversos temas. Aquí va el mío, "De inmigrantes a emigrantes":

Carlos Fuentes dijo alguna vez que los argentinos descendían de los barcos. Se refería a cómo la inmigración de fines del XIX y principios del XX transformó por completo al país austral. Argentina fue un extremo, pero en los otros países latinoamericanos la inmigración también fue fundamental. Hay comunidades italianas en Venezuela, croatas en Bolivia, japonesas en el Perú. El aporte de los inmigrantes puede encontrarse tanto en el sector político como en el empresarial, artístico, deportivo o gastronómico.

Algo cambió en las últimas décadas. Latinoamérica dejó de ser un importante centro de atracción de inmigrantes y se convirtió, más bien, en una región de gente muy dispuesta a emigrar a otras latitudes. Las razones son estructurales y tienen que ver, sobre todo, con las dificultades de muchos países del continente para crear fuentes de trabajo capaces de brindar oportunidades de desarrollo y crecimiento. En esto han fracasado en general tanto los proyectos políticos neoliberales como los de la izquierda. En algunos casos ha habido notables mejorías, pero estas son más las excepciones que la regla.
El latinoamericano de las últimas décadas ya nace con una vocación emigrante. Está la emigración al interior de una nación, que ha producido países centralistas, con capitales acromegálicas que devoran fácilmente al resto (Santiago, en Chile; Buenos Aires, en Argentina; el Distrito Federal, en México). Está la de un país a otro del continente: los centroamericanos que se trasladan a México; los peruanos que buscan mejores horizontes en Chile; los bolivianos que se instalan en la Argentina. Y está, por supuesto, la emigración a España y a los Estados Unidos.

Durante mucho tiempo los analistas vieron esta emigración como algo negativo para el continente. Se habló de la "fuga de cerebros": ingenieros, intelectuales, académicos. Pero también emigra la mano de obra calificada (plomeros, albañiles, electricistas) y gente sin trabajo dispuesta, simplemente, a buscarse la vida en otra parte. En los últimos años, los políticos y economistas comenzaron a encontrarle algo positivo a esta emigración: las remesas enviadas de España y los Estados Unidos al continente son la principal fuente de divisas en algunos países, sostienen economías familiares y apoyan la estabilidad macroeconómica.

Lo positivo va más allá de la cuestión económica. Hay que entender a los latinoamericanos de hoy como seres que han hecho de la incertidumbre ante el mañana una parte esencial de su ser. Los que se han ido nunca se han ido del todo: a través de las remesas, de la forma en que han logrado que su cultura eche raíces en territorios extraños, de un aporte artístico, intelectual y científico que no cesa, han seguido construyendo la grandeza del continente. Que el lenguaje español haya logrado establecerse en el gran imperio de los Estados Unidos debe verse como un triunfo. Que haya grandes deportistas, escritores y científicos viviendo fuera del continente contribuye a la autoimagen de una América Latina acostumbrada a frustraciones y derrotismos.

Muchos latinoamericanos que viven lejos se han establecido en otros países y defienden otras banderas; otros continúan con un pie en su nuevo país y otro en el que dejaron, incapaces de afincarse definitivamente o de regresar de una vez por todas al lugar que añoran. Lo suyo es una utopía: vivir dos vidas a la vez, estar allá y aquí al mismo tiempo. Esa inestabilidad quizás no sea buena para el día a día, pero lo es para la creatividad: se necesita rapidez mental e imaginación para sobrevivir los desafíos de la distancia sin abandonar los sueños del regreso. Algunos logran separar lo que hacen en compartimientos estancos: el nuevo país es el lugar donde se trabaja, el de origen es el territorio de los afectos. Otros encuentran la argamasa mágica que les permite conciliar esas varias vidas.

Es larga la lista de los que han nacido en América Latina y han triunfado en otra parte: Alma Guillermoprieto, Alejandro Amenábar, Diego Maradona, Junot Díaz, Salma Hayek, Daniel Barenboim... A los que se les mete el gusano de la culpa por haber partido, hay que decirles que al hacerlo han ayudado a reinventar al continente; han enseñado que la adscripción geográfica es sólo una manera de ser latinoamericano. La emigración es dolor, soledad, nostalgia y mucho trabajo; también es júbilo, reinvención, deseo de futuro y flexibilidad. Así llegamos a los doscientos años: añorando nuestra tierra pero sin dejar de celebrarla en cada gesto.

Babelia, El País, 28 de noviembre 2009



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28 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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John Lennon, la biografía total

Family Room: John, Sean, Yoko. 1977 Fuente: keno.orgAnagrama ha tenido la maravillosa idea de publicar la biografía de Philipp Norman sobre John Lennon, uno de los espíritus más delicados y necesarios del siglo XX. Son 840 páginas documentadas sobre el complejo mundo de un genio musical. Basta escuchar "Beautiful boy", por ejemplo, dedicada a Sean, para saber que Lennon es de otra madera, de otro mundo. Una reseña en El Cultural de hoy nos recuerda que ahorremos 34 euros este mes. Es un libro imprescindible sobre un artista imprescindible. Dice la reseña:Norman es un escritor preciso, metódico, minucioso. Un artesano del género biográfico. Justo lo que estaba pidiendo la vida anárquica, estrambótica, desordenada y disipada de Lennon. Juntos han puesto en las librerías la información más amplia, veraz y detallada posible sobre el hombre que escribió ?Imagine?. Un libro ambicioso que nos permite aproximarnos como nunca a la mente de Lennon, puesto que desvela no sólo detalles familiares y personales habituales, la mayoría ya conocidos, sino fascinantes pormenores del complejo proceso creativo, la génesis y el desarrollo de sus ideas, de sus sentimientos, de sus canciones [...] Es una larga historia. Philip Norman la cuenta de manera cronológica, con todo lujo de detalles pero de manera sorprendentemente amena. Es capaz de narrar, por poner un ejemplo, el mal beber que tenía Lennon después de describir cada uno de los tragos que tomaba (excelentes vinos, bebidas exóticas, coñacs añejos, whiskies de malta o vodkas rusos): ?uno o dos pelotazos convertían al simpático, amable y generalmente razonable John en un John belicoso, malhumorado y cruel, sin percatarse del mucho ruido que hacía, ni de a quién insultaba ni de lo inocente o indefensa que pudiera ser la víctima de su lengua hiriente como un gato de nueve colas?. Lennon era consciente de su irascibilidad, pero culpaba de ella tanto a los otros miembros de los Beatles como a la presión de la fama. Y a los medios. ?Unos hijoputas bien jodidos, eso eran los Beatles?, recuerda, ?porque tienes que ser un cabrón para triunfar, eso es un hecho. Y los Beatles eran los hijoputas más grandes del mundo. éramos los césares. ¿Quién va a meterse contigo cuando hay un millón de libras a ganar, todos los regalos, los sobornos, la policía y los enrollados??. [...] La buena noticia para los numerosos seguidores de Lennon que odian a Yoko Ono es que el nombre de la japonesa no aparece hasta la página 451. La mala, que tras leer el libro queda confirmado que John la amó sobre todas las cosas, hasta el punto de sacrificar por ella la estabilidad de los Beatles. Su aparición en la vida de Lennon, en el ecuador de esta biografía, acabó con la magia de la banda más importante de todos los tiempos: definitivamente, Ono sustituyó a Paul Mc Cartney en el puesto de la otra mitad creativa de la banda. ?Yo junté a la banda. Y yo la deshice. Es así de simple?, sentencia Lennon. Era el final de los Beatles, la banda que la noche del domingo 9 de febrero de 1964 enfiló la carretera del éxito reuniendo delante de la televisión a 73 millones de personas, ?la audiencia televisiva más grande que había habido en Estados Unidos?, para disfrutar de su actuación en el Ed Sullivan Show. Después llegaron los números 1 en las listas, la popularidad desbordada, las excentricidades y las cifras millonarias: sólo en los años 70 vendieron 400 millones de discos, que en los 80 se convirtieron en más de mil millones. Mucho más que cualquier otro grupo de la historia. Tras 786 inolvidables páginas es Sean, el hijo de John y Yoko, quién recuerda los cinco años que vivió junto a su padre en un emocionante capítulo final: ?se sentía muy inseguro en todo. La gramática y la escritura, sus conocimientos para escribir y leer música, en todos los modos establecidos del conocimiento de las cosas. Y eso que fue un inconveniente que convirtió en una ventaja. Inventó un modo de escribir canciones desde la inseguridad. Para un hombre, sentirse inseguro y cuestionarse a sí mismo del modo en que lo hizo mi padre en sus canciones es un fenómeno postmoderno. Artistas como Mozart o Picasso nunca lo hicieron?. El cierre perfecto para una biografía grandiosa que, pese a ser necesariamente unidireccional, ilumina toda una época, varios géneros musicales y una forma de vida tan creativa como salvaje. Nunca imaginamos las colosales contradicciones y sombras de un artista cuya asombrosa originalidad musical, y un apasionado compromiso social, coexistían con sombríos desequilibrios emocionales. Y nunca lo hicimos porque jamás estuvimos tan cerca de Lennon como después de leer este libro.



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27 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mantenidos

Nos hace feliz curarnos de ese estadio vital que se llama adolescencia, especialmente para independizarnos. Haber encontrado una respuesta a la pregunta que nos hacíamos tan a menudo: ?¿Qué vas a hacer cuando seas grande??. Poder salir de casa sin dar explicaciones, ser responsables de nuestro propio destino y sobre todo, no tener que escuchar aquella advertencia paterna: ?mientras yo te mantenga, tendrás que hacer lo que te diga?. Las naciones que se desenvuelven bajo la tutela de un estado paternalista, corren el riesgo de dejar a su población en una especie de adolescencia estancada. El caso de Cuba es uno de los ejemplos paradigmáticos. Vivimos bajo la patria potestad de un gobierno caracterizado por la continuidad de las personas en el poder, que ha pretendido subvencionar parte de nuestras necesidades básicas. Con mucho orgullo los medios oficiales insisten en mostrar la gratuidad de todos los servicios médicos y de la educación en todos los niveles de enseñanza, así como la existencia de un mercado racionado que ?supuestamente- garantiza la canasta básica. Resulta elemental que los fondos públicos son los que sufragan la manutención y se nutren de esos intangibles valores que los trabajadores producen y no cobran. Obviamente trabajar no es estimulante y lo que se gana apenas alcanza para disfrutar de lo subvencionado. Papá estado no permite que se expresen opiniones divergentes, mucho menos que las personas se organicen en torno a esas ideas, que alcancen la independencia económica y para colmo les reclama una infinita gratitud. Afortunadamente, tal y como nos ha enseñado el modelo familiar paternalista, todo tiende a cambiar con el paso de los años. Los hijos crecen, terminan siendo adultos y nada pueden impedir que los más jóvenes se hagan con las llaves de la casa.



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27 de noviembre de 2009
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El Boomeran(g)
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