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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos miradas lúcidas

Magris y Vargas Llosa en Lima. Fuente: La RepúblicaMientras trato de ordenar los papeles, las notas en el Moleskine, y dejar mis impresiones sobre lo que se habló ayer en el auditorio de la Biblioteca Nacional-destacando los aspectos literarios, que fueron mucho- entre Claudio Magris y Mario Vargas Llosa (presentados estupendamente por un atinado e incluso divertido Enrique Planas) les dejo algunas notas de prensa. En el diario "La República" Pedro Escribano resume así la conversación:El primer invitado a tomar la palabra fue Claudio Magris. El autor de El Danubio abogó por el oficio de escritor y señaló cuán poderosa y útil es la literatura en una sociedad, sobre todo en aquellas en las que impera la coerción. ?La literatura es una revolución contra el orden y el control?, sostuvo el escritor italiano. Y que la literatura enfrenta a todos los poderes y que, por ejemplo, a veces significa la derrota de las utopías, ya sean religiosas o políticas. ?Ante la derrota de las utopías, la literatura nos ayuda mucho a imaginar nuevos caminos?, subrayó. En su turno, Mario Vargas Llosa afirmó que ?un escritor no solo tiene que ser un escritor nomás?, sino debe asumir sus deberes cívicos como ciudadano.?Nada más instructivo para entender la relación entre literatura y sociedad que leer la obras de Claudio Magris?, señaló el escritor peruano para aludir la obra ficcional y ensayística del escritor italiano. Coincidiendo con Magris, sostuvo que la literatura nos entrega instrumentos para entender mejor nuestra sociedad. Señaló que las obras literarias nos entretienen, nos producen placer, pero también ?nos educan para enfrentar y criticar el mundo?. Por eso, los regímenes tienen una desconfianza de la lietratura, sobre todo la novela?, agregó. [...] Otro tema fue el de la migración. Y que Europa no sabe qué hacer. El autor de La casa verde refirió que ?grandes conquistas de la democracia se resquebrajan en nombre de la identidad?. Puso como ejemplo las comunidades islámicas que están imponiendo valores antidemocráticos en nombre de la identidad.Por otra parte, una nota en EFE comenta así el encuentro:Dos eternos candidatos al Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa y el italiano Claudio Magris, coincidieron hoy en Lima en que la mejor literatura de ficción no nace de la razón, sino del lado oscuro e irracional del ser humano. En esta reivindicación de lo irracional como germen de la mejor literatura, Magris lo comparó a "escribir con la mano o escribir con la cabeza" y, según él, los mejores escritores son los primeros, pues en ellos habita el genio, mientras los otros son los que se rigen por la inteligencia. Para Vargas Llosa, la novela se escribe "con la totalidad humana", pero reconoció que "de la parte oscura y escondida" de su personalidad, que también llamó demonios y fantasmas, que "brota muchas veces una vivencia que da una riqueza mayor" a la literatura. [...] También reflexionaron sobre la construcción del tiempo en la literatura, mucho más compleja de lo que parece, y Magris comparó la labor del escritor, cuando trata de recomponer el fragmentario tiempo contemporáneo, con el hilo de Ariadna, el que servía para conducir a Teseo a la puerta del laberinto tejido por el Minotauro. Vargas Llosa recordó que el tiempo literario, incluso en las obras clásicas, es siempre un artificio, pero "nunca arbitrario, sino necesario para la construcción del relato", y se mostró convencido de que muchas obras de ficción triunfan o fracasan por el buen o mal manejo de las sutilezas de la construcción temporal. [...] Pero no solo de literatura versó el debate, ya que ambos fueron requeridos por el moderador, el escritor peruano Enrique Planas, para que se pronunciaran sobre problemas sociales contemporáneos, y concretamente el conflicto creciente entre la identidad occidental y la oriental que suponen las comunidades de emigrantes en Europa. Magris recordó que para resolver el "miedo al otro" es fundamental una apertura y un diálogo, un permanente cuestionamiento de las ideas propias, pero trazando límites sobre los principios que consideró innegociables, como la igualdad de las personas. Vargas Llosa se mostró de acuerdo, pero fue escéptico al "no ver una solución pronta y rápida" a los conflictos que crea el apego a las identidades colectivas, particularmente de las comunidades musulmanes en Europa, cuando colisionan con los derechos humanos. Así, consideró que "grandes conquistas de la democracia se resquebrajan en nombre de la identidad", y puso como ejemplo el que existan reclamos abiertos para practicar cosas como los matrimonios negociados o la ablación del clítoris en nombre del respeto a la identidad y las tradiciones.



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10 de diciembre de 2009
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La novela que abre mil puertas (2)

Otra pista sobre la construcción de su novela nos la brinda Negroni en el ensayo de Galería fantástica sobre Vicente Huidobro. Allí, al hablar del relato Cagliostro que Huidobro concibió como “su diatriba contra el ‘realismo’ en la ficción”, Negroni lo define como “una novela imposible. Quiero decir una novela escrita por un poeta”. “La provocación –continúa- es el rasgo más claro de este tipo de obras”. (“Qué ganas de hacer algo insolente”, dice alguien en algún tramo de La Anunciación.) Y culmina enumerando características de Cagliostro que bien pueden ser predicadas de su propio libro: “Su desinterés por la anécdota y la interioridad psicológica de los personajes, su apuro por desenmascarar las convenciones literarias, su anacronismo militante, no desprovisto de humor, hacen de él un libro ‘raro’”. No menos que La Anunciación, en todo caso.

         Y sin embargo no se trata de una lectura abstrusa, difícil, expulsiva. Por el contrario, es de una seducción exquisita. Uno se va dejando leer por la novela del mismo modo en que las copias de La Anunciación se van dejando pintar (todos los lectores somos iguales en cierto sentido, aunque algunos vestimos mejores azules que otros), porque la estrategia que adopta la escritura es precisamente la de la analogía “Pintar es pensar” que Emma dice en algún momento a la manera del oráculo: pintar es pensar tanto como escribir es pensar y La Anunciación se lee así, como quien piensa en voz alta y lo va mezclando todo, pasado y presente, lo sublime y lo chabacano, lo alto y lo bajo. (“¡Qué delicia escribir trivialidades!”, se dice por allí.)

         Es por eso que uno no puede leer La Anunciación como lee la mayoría de las novelas: en diagonal, adelantándose a los acontecimientos, porque basta con que uno salte por encima del cerco de una línea para que se pierda una formulación deliciosa. Yo, por ejemplo, me quedé un rato colgado de la frase que sugiere que la novela es “un cementerio de palabras”. Porque más allá de los sentidos inmediatos –todas esas palabras precisas están enterradas allí en efecto, cada libro es un Pere Lachaise de calles concéntricas-, también están los sentidos ocultos o paradójicos. (“La duplicidad del sentido es, quizá, nuestro paraíso más alto”, dice Athanasius, cuyo nombre viene de athanatos, inmortal –o sea, no muerto.) Porque así como los cadáveres se desmenuzan en la tierra para proporcionarle nutrientes, las palabras enterradas en una novela se amalgaman en uno de esos barros de los que crecen cosas. No hay mucha diferencia entre abrir un libro y levantar una piedra o una lápida, ahí debajo suele haber cosas húmedas e insectos que inspiran escalofríos, uno siente asco al tiempo que recibe una revelación (¿una anunciación?): ¿dónde más se puede asistir en primera fila al espectáculo de la vida insospechada, de esa porfía que nos precedió y nos sucederá?

         ¿Ven? Esto es lo que La Anunciación hace con el lector.

         Lo pone a sonar. Lo tañe.

 

(Continuará.)

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10 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El timbre

En la casa desde donde probablemente se escribió Toda la noche se oyeron pasar pájaros,  se escuchaba también, según Cabllero Bonald, el quejido, la tos, el canturreo o los suspiros de la casa.

En el auténtico organismo que componen los diferentes materiales de la construcción, en sus ensamblajes y en sus enfermedades de nacimiento o de vejez, se forma un coro de sonidos que conferían a aquella "vivienda" el carácter de ser vivo.

Poner oído a las vicisitudes del edificio, atender a sus dolorosas peticiones y procurar, en general, no soslayar sus requerimientos son las funciones de un buen casero, amo de un particular animal, que obliga a su asistencia. Puesto que la casa, en efecto, vive, la vivienda nos vive y, encima, nos da o nos quita vida. Nos acoge o sonríe con nuestros desatinos o bosteza al tenernos dentro.

El timbre, como parte del artefacto donde habitamos, trata en especial de recordarnos el mundo exterior y el entorno que crece alrededor del refugio que cerramos.  El timbre del teléfono también tiene este encargo, pero especialmente íntimo es el timbre de la puerta cuyo relámpago acústico pone en directa e inmediata comunicación el exterior y el interior después de un primer instante equívoco.

Pulsar el timbre de una casa, sea desde la calle o ante el mismo dintel, supone emplear un poder invasivo que, en principio, impresiona al sujeto mismo que realiza la osadía. Impresiona pulsar un timbre desde afuera pero adentro asusta el preludio que media entre el disparo del mecanismo hasta que se revela la visita. No hace falta sino referirse a los encuestadores y los vendedores de puerta a puerta, los carteros que portan denuncias y los mensajeros que entregan paquetes, para admitir que esas llamadas comportan un oficio que requiere templanza y hasta cierto punto un valiente desapego tanto narrativo como afectivo.

El timbre altera la vida privada con un leve movimiento de la mano, desencadena una energía emocional a partir de un gesto ínfimo. Este es su desmedido poder: tras su acción se transforma la circunstancia que se desarrollaba en el espacio interior, tras su voz irrevocable se desata una escena nueva e imprevisible procediendo, como es el caso, de la intemperie. La intemperie o solar del que no se conoce nada antes y nunca se alcanza la seguridad del tiempo.

 Desde esa intemperie o tiempo irregular el timbre opera y a manos, provisionales, de un extraño. Efectivamente el timbre traza el  equivalente a una interrogación y su dibujo sonoro la representa. El buen timbre nos avisa con vigor y aunque, efectivamente, su música es conocida no por ello resulta, en algún grado, sosegante. Por el contrario, el diseño del timbre, el timbre del timbre es, en la mayoría parte de las veces -y antes de la aparición del politono en el móvil- composiciones dirigidas a despertar inquietud. El timbre del teléfono fijo poseía la misma intención. la intención de acuciar, reclamar, urgir, de modo que cualquiera deja todo cuanto está haciendo para llegar a satisfacer la llamada.

Tras el teléfono que suena llega la buena o la mala noticia, La noticia alborozante y la más trágica noticia. No se trata, en consecuencia, de restar o añadir nada a la importancia que supone  una llamada. El mismo hecho de que a menudo muestre exclusivamente una motivación banal, un argumento intrascendente,  no disminuye sino que aumenta el temor de que bajo el mismo soniquete se halle algo grave o muy grave.

De entre los rumores o zumbidos de la casa el timbre se repite con una frecuencia  familiar pero, a diferencia de los murmullos que registra el propietario auscultando la respiración del hogar, la intensidad que logra esa estridencia viene a significar,  literalmente, una "ad-vertencia" sin importar el ser que la provoca.

La voz del timbre no es bien conocida, pero que alguien ignominado pueda recurrir a  él nos pone en guardia. La estabilidad interior depende de la inestabilidad de la llamada que concebida como estrépito o señal de cambio, deliberadamente llega para  alterarnos.

Amamos que suene el teléfono, nos estimulamos con que en la puerta alguien pulse esa voz, nos embalsamaríamos en el silencio si estos fenómenos no contribuyeran a colorearnos la vida pero, a la vez, la inquietud nos apresa hacia un  más allá del territorio donde el timbre suena. A falta de otras aventuras cotidianas, el timbre cumple con el papel de introducir en la horizontal sonora una pequeña fuga. Para bien o para mal, para el asisuo ejercicio de vida conjunta con el alma de la casa

 

 

 



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10 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El nido del populismo

El primer lance de las justas electorales francesas de 2010, unas elecciones regionales en las que mucho se juegan tanto la mayoría como la oposición, corre a cuenta de la identidad nacional. Peligrosa elección, cuyo responsable es, por supuesto, quien lleva constantemente la iniciativa política en Francia: el presidente de la República, ese hiperactivo Nicolas Sarkozy, al que espolean los pésimos sondeos que le sitúan en lo más bajo de su presidencia (desaprobado por el 61% de los franceses en el sondeo de IFOP que se publica hoy). En caso de duda y de impopularidad, Sarkozy ha sabido siempre qué hacer: buscar un buen charco, que salpique a todos, en el que naufraguen sus adversarios y que le permita sobresalir como el más gallardo. La poza elegida para su exhibición de bravura y buena fortuna es el debate sobre la identidad francesa, lanzado hace apenas un mes y reavivado ahora por el referéndum suizo que ha prohibido la construcción de alminares en territorio de la Confederación.

Llevan razón quienes no ven novedad alguna en este debate, inscrito ya en la campaña presidencial de Sarkozy. Hasta tal punto que no es ocioso recordar los títulos que exhibe su ministro Éric Besson, un tránsfuga socialista de profundas convicciones jacobinas al que enroló como titular "de la inmigración, la integración, la identidad nacional y el desarrollo solidario", endiablado tutti fruti del que nada bueno puede salir. La novedad está en la recrudescencia del debate, en el ímpetu renovado que ha llevado al presidente francés a definirse con vehemencia sobre el referéndum suizo en un artículo publicado en Le Monde, y en el pavor al desbordamiento que ha prendido en las filas de la mayoría presidencial, donde se observa cómo la cuestión ya no es la identidad sino directamente el islam, los inmigrantes y aquel mito de una Eurabia musulmana con el que la desaparecida Oriana Fallaci asustaba a los italianos. A Sarkozy le preocupa más y le suscita más animadversión el rechazo al referéndum suizo que la iniciativa xenófoba e islamófoba que ha llevado al rechazo a los alminares. Al igual que en la campaña presidencial, en la que fustigó a la generación de mayo de 1968 como culpable de todos los males de la modernidad, ahora se trata de atizar al progre antes de que píe para culpabilizarle de la ola de islamofobia que nos invade. Su pecado es "la desconfianza visceral a todo lo que viene del pueblo". Con esta actitud, Sarkozy defiende lo suyo, no en vano es el único presidente europeo elegido por sufragio universal directo. Para el presidente francés, "este desprecio del pueblo siempre termina mal", dando así la culpa de lo que pueda suceder no a quienes promuevan esos males sino a las Casandras que los profeticen y condenen de antemano. Va más lejos así que los propios responsables suizos, como la ministra de Exteriores, Micheline Calmy-Rey, abrumada por los resultados, que ha reconocido el error de cálculo que llevó a subestimar "las preocupaciones legítimas de los ciudadanos" pero no duda en señalar que la iniciativa de la consulta corresponde a "una amalgama sistemática entre islam y violencia, sumisión femenina y discriminación". El hueco en el que Sarkozy viene poniendo los huevos de su peculiar populismo es la fosa cada vez más profunda que se ha abierto en los últimos 20 años entre las élites políticas europeas y los ciudadanos. La Confederación Helvética, sin estar en la Unión Europea como Italia, rivaliza con su vecina en cuanto a los avances corrosivos de la antipolítica. En 1992, apenas tres años después de la caída del Muro, el consejo federal suizo quería pedir el ingreso en la UE, pero en diciembre del mismo año los suizos rechazaron en referéndum el ingreso en su antesala económica, el EEE (Espacio Económico Europeo). Ocho años más tarde aprobaron en referéndum siete acuerdos bilaterales con la UE equivalentes al EEE, pero en 2001, un año después, rechazaron por abrumadora mayoría de un 77,5% el ingreso en la Unión. La UE jamás hubiera llegado a su desarrollo actual si todos y cada uno de los miembros se hubieran visto obligados como Suiza a celebrar consultas populares para cada paso (Francia, Irlanda y Holanda lo han demostrado con la Constitución y con Lisboa). Pero no importa, porque justo en el momento en que la Unión Europea más se parece a Suiza por su irrelevancia y su falta de vocación internacionales, Suiza es quien marca la pauta para el comportamiento de la UE frente a la inmigración, por encima de lo que diga el Tratado de Lisboa y su Carta de Derechos Fundamentales en vigencia desde este 1 de diciembre. Lo que Reino Unido ha hecho con la UE -deshilacharla políticamente a base de ampliarla como espacio comercial-, lo está haciendo ahora Suiza respecto a la identidad y a la religión, que empujan por sustituir a la ciudadanía y al derecho como bases de la vida política en común.



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10 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sobre Maria João Pires

Maria João Pires não teve muita sorte com o país em que nasceu. Sessenta anos de carreira (e que extraordinária carreira a sua) justificariam uma homenagem de âmbito nacional capaz de expressar a nossa gratidão por pisarmos o mesmo chão e respirarmos o mesmo ar. Não será assim, pelos vistos, ainda que não lhe venham a faltar na terra portuguesa outras manifestações de admiração e respeito. Foi em casa de uns amigos que a ouvi pela primeira vez, quando ela não passava de uma adolescente que, com o seu frágil corpo, mal parecia haver saído da infância, e que me fez temer se os braços e as mãos lhe chegariam para enfrentar-se ao gigantesco teclado. O piano familiar, vertical, talvez não estivesse em perfeito estado de afinação, mas as primeiras notas saltaram límpidas, cristalinas, dando-me a sensação, não de serem a mera consequência do choque dos martelos com as cordas, mas de haverem brotado directamente dos dedos da própria pianista. Foi o meu baptismo na arte de Maria João Pires. Depois, ao longo dos anos, sempre que ela, já viajante emérita, aparecia por Lisboa a dar os seus recitais, eu lá estava, rogando às potestades celestes que a protegessem do mau-olhado, de um simples sopro de ar que a perturbasse. Talvez por efeito das minhas petições e do crédito que tenho no céu, todos os concertos e recitais de Maria João Pires a que assisti chegaram felizmente ao seu termo. Desta vez, por razões de distância e também de saúde, não poderei estar presente, dar palmas e beijar as suas mãos tão cheias de música, de humanidade, de beleza. Por tudo o que me fez ouvir e sentir, Maria João, obrigado. Eunice Muñoz lê o texto “Sobre Maria João Pires”



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9 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Yeniva Fernández: Presentación hoy

carátula del libro. Fuente: revueltaeditores Hoy, en el marco de la Feria del Libro Ricardo Palma, se presentará el libro de cuentos TRAMPAS PARA INCAUTOS, de la narradora Yeniva Fernández. La edición está a cargo de Revuelta Editores.Los encargados de comentar esta publicación, serán los escritores Jorge Harten, Sebastián Pimentel e Iván Thays.La cita es a las 5 y 30 de la tarde en la sala Los geniecillos dominicales.



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9 de diciembre de 2009
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La novela que abre mil puertas

Pocos días atrás terminé lo que para mí es una de las mejores novelas en español que he leído en mucho tiempo. Se llama La Anunciación, fue editada en 2007 y su autora es la también poeta María Negroni.

         Había oído hablar de Negroni aquí y allá. Le debo su descubrimiento a Elsa Drucaroff, que la convocó al ciclo La voz propia del Malba que brinda a los escritores la oportunidad de interpretar sus textos. Allí oí el comienzo de La Anunciación de sus labios y quedé prendado.

         ¿Qué cuenta La Anunciación? Algo difícil de definir. (De hecho la novela misma arranca asumiendo la dificultad de la tarea por acometer: “No sé cómo se cuenta una muerte, Humboldt. Y, menos, una muerte como la mía, que terminó volviéndose vida”.)

         Se podría decir que La Anunciación habla de la experiencia de los años 70 en la Argentina. Pero nunca que se trata de una novela sobre los años 70. En todo caso, se refiere a aquellas experiencias traumáticas del mismo modo en que Oliver Twist habla sobre la Inglaterra del industrialismo desatado o Lorrie Moore habla del 11 de septiembre en A Gate at the Stairs: como la particular circunstancia a trascender, la horca caudina de la Historia bajo la que hay que pasar para arribar a la hache minúscula –a la historia propia, de la que uno desearía adueñarse aunque más no sea por un rato para después perderla a conciencia.

         En cualquier caso diré que es una novela donde una voz femenina evoca al fantasma de Humboldt (¡otra hache mayúscula!), el amado muerto, ido, desaparecido. Pero también es una novela donde de tanto en tanto asoma Athanasius, el monje del siglo diecisiete a quien se le atribuye la creación de un Museo “que contiene o duplica el mundo” y que dialoga con la narradora y con el poeta Vicente Huidobro. (Aquel que pretendía que el verso fuese “como una llave que abra mil puertas”.) Donde una mujer llamada Emma pinta infinitas copias de La Anunciación de Filippo Lippi, en busca del Santo Grial de un color azul que se insinúa irrepetible. Y donde asimismo las palabras (por ejemplo, casa) debaten el proceso revolucionario y por supuesto, el sentido de todo.

         Quizás habría que preguntarse, mejor: ¿cómo cuenta La Anunciación? Pero la respuesta sería igualmente esquiva. La Anunciación cuenta como puede, al igual que todas las novelas, pero ante todo: como quiere. En un ensayo recogido en el libro Galería fantástica, Negroni dice lo siguiente de La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik: “Ninguna humillación de narrar. Ninguna sumisión a ‘las partes serviles del relato’. Sólo el recuento obsesivo de algunas ceremonias para someter el acto de escribir a un escrutinio brutal”. La misma preceptiva que Negroni adoptó para La Anunciación. Aquí no hay trama, no hay búsqueda del verosímil, no hay construcción de una temporalidad –esas servidumbres que la mayoría de los narradores solemos aceptar, con tal de que se nos permita entrar en el templo de la novela.

 

(Continuará.)

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9 de diciembre de 2009
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I. Los socialistas se apartan

Una resolución aprobada en el Parlamento Europeo acerca de la situación de ruptura del orden constitucional en Nicaragua no contó con el respaldo de los diputados socialistas, que se abstuvieron bajo el alegato de que no era oportuno, y solamente fue votada por los grupos parlamentarios liberal y conservador. Es decir, se abstuvo la izquierda, y la condena a los perturbadores hechos de violencia contra la democracia que han venido ocurriendo en Nicaragua, sólo correspondió a la derecha.

            Grave error de apreciación de los socialistas. La batalla a favor del restablecimiento de la democracia que se está librando en Nicaragua, no es un asunto de banderas partidarias dentro del país, ni debería serlo fuera de él. Se trata de si la democracia se salva o no se salva, y quedamos de nuevo, a lo mejor por décadas como en el pasado, en manos de un gobierno dictatorial, de rasgos familiares, bajo cuya égida la constitución y las leyes, y por tanto las instituciones, pierden importancia y pierden vigencia frente a una voluntad omnímoda.

            En noviembre del año pasado unas elecciones fraudulentas arrebataron a los legítimos ganadores decenas de gobiernos municipales. Este año, una reforma a la Constitución Política ejecutada por magistrados de la Corte Suprema fieles a Daniel Ortega, abrió a éste, de manera también fraudulenta, las puertas de una incesante reelección presidencial, mientras tanto todas las instituciones civiles del estado se encuentran avasalladas. Ortega trata de doblegar también la voluntad de los mandos de la Policía Nacional para que se alineen a su voluntad personal, y la fuerza pública se convierta en un instrumento de represión en contra de los ciudadanos que protestan.

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9 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El papel higiénico

Prácticamente todos los objetos existentes son amables gracias al sortilegio por el que emiten alguna suerte de positiva evocación. Son queridos por ser autónomos pero de ahí procede una especial forma de decir que nos seduce, reclama nuestra escucha y, al cabo, nuestra particular interpretación. Sólo un objeto de la casa queda excluido de esta condición vitalista o de la misma habla preformativa y se trata del papel higiénico. Objeto cuya obviedad desborda los límites de lo asumible y cuya significación rebasa cualquier propósito de reelaborar una interpretación personal. De hecho su insuperable  obviedad lo vuelve mudo y su abusiva significación sustituye la posibilidad generativa del habla.

De una parte, su clamante ignominia saturada de sentido anula cualquier evocación de segundo grado, de otra siendo inexcusable en el hogar la categoría de su elocuencia se impondría tanto y sin necesidad de palabras que una complicidad inscrita naturalmente en los habitantes obra como una conjura para evitar mencionarlo. De modo que si de una parte nadie desea hablar de él, de otra su propia naturaleza de extrema categoría se ahorra el mundo de las evocaciones o las vagas referencias.

 Mudo y quieto en su ubicación, discurre sin fomentar ningún imaginario y todo a su alrededor es un silencio amasado con el pudor y el miedo. No hay pues un recurso  referirse a él como objeto simbólico, no hay manera de aludirlo como inocente elemento afectivo porque no existe peroración que lo perdone.

El rollo de papel higiénico existe así en la máxima soledad y junto al sonar abovedado de la taza. O aún más, habita en una suerte de vacío doméstico donde trata de desvanecerse no por desaparición puesto que su evanescencia es imposible de acuerdo a sus tareas pero sí en cuanto orden  nemotécnico. Su presencia forma parte de un convenido olvido y siempre, cuanta indicación lo nombre  para anotarlo en la lista de la compra o para comentar acaso su precio o su escasez, será a través de una cita lacónica, artificialmente abreviada  por el oprobio que en sí conlleva, su vulgaridad o su permanente vileza.

Porque de hecho, a pesar de las infinitas invenciones históricas, el papel higiénico ha defendido su carácter, su morfología y su inequívoco baldón. No un gran baldón en términos absolutos pero absolutamente un baldón en el universo psicológico del sistema doméstico. Como no es fácil apartar de la mente la fuerza de su significado, no es posible eludir el oprobio de su nombre cuando se junta, en la enumeración de artículos, al de los  alimentos, la colonia o el suavizante. Su intrusismo en la atmósfera sabrosa o bienoliente destruye los deseables  encantamientos de la vida hogareña y hasta reclama un llamado "ambientador" para juntarse en sus procedimientos.

¿O no? ¿No será por otro lado el tabú de lo que más vivamente nos importa? Porque, desde otro punto de vista, una vez que del hogar han sido descartados los espejos de luna, los cuadros de los antepasados y los rizos como reliquias del muerto, el sendero más directo que enlaza con la muerte es, sin duda,  el papel higiénico. Blanco, rosado, celeste, perfumado o no, estampado o liso, el papel higiénico carga con una dirección única y fehaciente que, en cuanto animales irredentos, nos impulsa a la descomposición, la sepultura y el excremento.

De los excrementos  del cuerpo vivo a los desechos del cadáver. La fosa que muestra la taza (¿el sanitario?) transporta a un  más allá fosco, tan relucientemente negro que, como un charol llega a formar, a lo largo del tiempo, el esmalte de la muerte. El papel higiénico es tan sólo el primer paso de ese viaje hacia la penumbra eterna y, en este sentido, no significa más que las vísperas ligeras y todavía diurnas de una excursión que nos hundirá sin metáforas, ni rollos blancos.

Su aspecto, unas veces sano o pleno y otras mermado hasta la patética visión del tubo de cartón representa el primer punto de un fatal itinerario cuya meta será la nada. De este modo la primera negación (¿oral?) del papel higiénico lo convierte en el eslabón inaugural de una escalinata invertida y en cuyo colofón se cumplirá la definitiva pestilencia del sumidero.

En la casa ese sumidero final no se ve nunca en su entera  realidad, es confuso en el lavabo o el fregadero y compulsivamente se trata de perder de vista en la taza del ¿sanitario?. No se ve, por lo tanto,  plenamente ni en su consecuencia profunda. En aquella profundidad  donde las aguas se mezclan y la mescolanza forma una melaza opuesta a la compota, un puchero opuesto al estofado, un mundo inmundo, antagonista de éste mundo.

Es, por tanto, así como la fuerte carga humana  del papel higiénico ha hecho imposible,  desde que lo inventaron los chinos hace muchos siglos,  expulsarlo del hogar. En sustitución del rechazo efectivo la forclusión lacaniana. El olvido extremo del papel higiénico que en la medida de su presencia impoluta preludia el contraste de su polución.  Suciedad no de esto o de aquello, no de un día u otro aisladamente, sino suciedad personal regular y asidua, suciedad tan adherida al sujeto que bastará una reflexión superficial, un roce apenas, para adquirir de sí mismo una cierta consideración de bardoma. Hogareños productores de materia fecal, irremediables secretores de excremento,  preludios de desintegración, hediondas señales de la muerte que todavía sinuosamente, intestinalmente, sigue avanzando desde adentro.  



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9 de diciembre de 2009
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El visor de Chus

En un momento dado de la historia de España aparecieron, enclavados en un piso de la calle Leganitos de Madrid, los que con el tiempo serían llamados "los Visores", antes de que cada miembro del clan adquiriese consistencia propia, aunque la tenían ya como conjunto, sobre todo en razón del material altamente inflamable que manejaban en la trastienda de un local que era fundamentalmente librería pero también hacía, creo, las veces de rincón de tertulias, editorial y distribuidora de libros. En los cuatro apartados bordeaban la legalidad franquista entonces vigente.

      Se sabía que eran varios hermanos, pero era difícil saber cuántos exactamente, pues, envuelta en la rutina de los apellidos García Sánchez, se escondía una facción de activistas de alcance largo y diverso. Yo he llegado a conocer en mi vida a tres de ellos: Miguel, Jesús y, de modo más fortuito, a  Aristónico, competente notario de profesión pese a su nombre de filósofo cínico de la Antigüedad. Miguel y la familia que empezó a formar poco después han sido siempre presencias cercanas y muy queridas, asociadas infaliblemente a los libros que ellos han editado, distribuido y vendido en la excelente tienda que lleva el nombre de Antonio Machado en la calle Fernando VI de Madrid. A Jesús, que en el siglo prefiere ser llamado Chus, le he tratado con una gran asiduidad en los últimos cuarenta años, solo o en compañía de otros, y no pocas veces junto a Conchita, que a su estado civil de esposa unía las condiciones de librera y antóloga, ésta última una categoría que imprime carácter.

    Contar los avatares de los hermanos García Sánchez requeriría las dotes de un novelista-río de la escuela Biedermeier, que no es mi caso. Por eso quiero centrarme, hablando sólo del ‘visor' Chus, en dos aspectos (el futbolístico, por ejemplo, como irredento seguidor del Atlético de Madrid, no lo toco en profundidad). Lo que yo físicamente más le he visto hacer a lo largo de varias décadas en su amplio local de la calle Donoso Cortés es vender libros, aunque ahora que lo escribo me doy cuenta de que no; más que venderlos le he visto manejarlos, dominarlos, ‘saberlos'. Chus es el ISBN más confiable que existe, con la ventaja, frente al sistema de archivo informático, de que cuando él te da el dato de un libro de hoy o de hace treinta años casi seguramente lo ha leído y acompaña la información con un comentario. No en todos los títulos me dejo guiar por él, pues es un lector drástico en su inmensa cultura, pero siempre le escucho. Es muy vigorizante escuchar a Chus despotricar contra cierto poeta o cierta novelista para él indebidamente entronizados, tanto como lo es oír la cálida expresión de sus grandes amores literarios, llamativa por ser este hombre más bien austero en el registro sentimental.

    Que un librero conozca y ame los libros debería ser habitual, y lo es, o lo era. En Chus García Sánchez se superponen además la producción y la defensa del libro en varios frentes, lo que le convierte, allí donde esté, en un todoterreno de la lucha cuerpo a cuerpo contra la ignorancia. Su colección Visor de poesía no necesita aquí más comentario; en el territorio de lo mejor que se ha publicado en las últimas décadas en castellano es un bastión, palabra que le va mejor que pilar a un hombre contundente como él. Y hay algo suyo que me apetece sacar a la luz, pues no es enteramente del dominio público: en la intimidad a Chus le gusta hablar el idioma abstracto de la poesía concreta, que ha estudiado a fondo y  -también él-  ha difundido como antólogo. En todo caso, el muy amplio catálogo que ese sello de Visor ofrece demuestra la versatilidad, la ambición y el buen ojo del editor.

     Acabo por el lado oculista del asunto. Doña María Moliner da en su diccionario esta definición, y es la única que da, del vocablo ‘visor': "Dispositivo de las máquinas fotográficas que sirve para enfocar". La palabra me gusta mucho, y no sólo por mis veleidades cinematográficas. Hay algo ‘voyeurista' en esa familia semántica que incluye expresiones como "de viso" y términos como "visera", un aditamento que nunca he comprobado si Chus García Sánchez lleva al estadio Vicente Calderón cuando va a ver jugar a su equipo. Entre todas las acepciones posibles de ‘visor' en los diccionarios me quedo con la de Moliner. Porque si algo llevo viéndole hacer a Chus desde que éramos jóvenes todos, los vivos y los que nos faltan, es enfocar. Ajustar la prodigiosa lente de su máquina poética para darnos la imagen más certera y profunda del campo de la palabra escrita.

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9 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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