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De puño y letra

Por 30 de noviembre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Eduardo Benavides

Conversaba el otro día con Ernesto Pérez Zúñiga, Juan Carlos Méndez Guédez y el chamo Chirinos -buenos amigos además de estupendos escritores- acerca de un hecho que no por evidente deja de ser admirable: el cambio radical que ha supuesto para quienes escribimos la irrupción en nuestras vidas del ordenador, de la eficaz precisión que otorga a nuestro trabajo cortar, pegar, elegir tipografía, cambiar y corregir textos como se decía antes, "hasta la suciedad", frase que aquí deviene en mero ejercicio retórico pues no hay nada más impoluto que una página en la pantalla. No es baladí: Contaba Méndez Guédez que la Universidad de Poitiers le ha pedido guardar sus manuscritos y mecanoscritos, es decir, crear un fondo con todos aquellos textos donde se vean sus correcciones hechas a mano. Porque Juan Carlos, como todo escritor cuidadoso, imprime y corrige luego a mano. Menos un servidor, que así es de insensato. Porque yo corrijo en la pantalla y sólo imprimo la versión final, ganado por un prurito de ahorro que tiene tanto de ecológico como de  suicida, claro está. Si la Universidad de Poitiers o la de Samarcanda me pidieran mis mecanoscritos les entregaría un pen drive de 250 megas y no sé si tendrían algún interés en conservarlo…

Pero en fin, que de esto pasamos a hablar acerca de lo difícil que nos resulta imaginarnos escribiendo a máquina: la vieja, obsoleta y ruidosa máquina de escribir que apenas ha cambiado desde los tiempos en que Cristóbal Natham Sholes la inventó en 1868. Peor aún, dijo el chamo Chirinos, imagínense a tantos escritores escribiendo a mano, sopando la pluma chirriante en un tintero cada dos por tres, a toda velocidad para evitar que las ideas se esfumen de sus cabezas en aquel dilatado proceso físico. "Un bolígrafo Bic tendría que ser para ellos un salto tecnológico de primera magnitud", observó Pérez Zúñiga. Y los tres hicimos el fascinante recorrido por aquellos novelones prodigiosos del siglo XIX, escritos de cabo rabo con una frágil pluma, corregidos luego hasta que las páginas quedaban llenas de tachones y manchas que el tipógrafo luego tendría que convertir en palabras legibles en moldes de plomo.

Fantaseo ahora con la idea de crear un concurso de novela cuyo único requisito sea que estén redactadas a pluma; o una especie de reality show que muestre a los escritores de hoy en día escribiendo sus novelas como en el siglo XIX. No sé, no creo que pudiéramos, no sé si escribiríamos lo mismo, si abandonaríamos el trabajo con las manos llenas de ampollas, luego de invertir el triple de tiempo que ahora. Y es que hay en esa forma antigua de escribir un pozo de laboriosidad ruda y honesta, casi Amish, que maravilla que de aquel áspero proceso hayan brotado novelas y ensayos delicados, intensos, sofisticadamente complejos y que han llegado a nuestras manos con indesmayable vigor desde los confines del tiempo.  Escritos a mano…

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Jorge Eduardo Benavides

Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú, 1964), estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Garcilaso de la Vega, en Lima. Trabajó como periodista radiofónico en la capital y en 1987 fue finalista en la bienal de relatos COPE (Lima); un año más tarde ganó el Premio de Cuentos José María Arguedas de la Federación Peruana de Escritores. En 1991 se trasladó a Tenerife, donde puso en marcha talleres literarios para diversas instituciones. Ha sido finalista del concurso de cuentos NH Hoteles del año 2000. Desde 2002 vive en Madrid donde continúa impartiendo sus talleres literarios. Su más reciente novela es La paz de los vencidos, galardonada con el XII Premio Novela Corta "Julio Ramón Ribeyro". Cursos presenciales en MadridJorge Eduardo Benavides imparte cursos presenciales en Madrid y ofrece un servicio de lectura y asesoría literaria y editorial. Más información en www.jorgeeduardobenavides.com http://www.cfnovelistas.com/ 

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