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El pijama

Será difícil encontrar una prenda más grotesca, patética y anacrónica que el pijama. No sólo el pijama es flagelante e ignominioso, no sólo es inapropiado y feo, sino que además simula una suerte de injustificado  disfraz y en n un momento tan crítico, que demuestra la ínfima sensibilidad estética en  la mayoría de la población masculina y sus diseñadores.

El camisón de la mujer que fue desde el siglo XVI la misma prenda holgada que empleaba el hombre, atiende a la condición elemental de procurarse un abrigo protector y cómodo para la hora de dormir.

 Que el hombre, sin embargo, abandonara esta tradición natural y se enfundara en el pijama es una consecuencia enrevesada de las influencias orientales y de la popularidad que adquirieron unos pantalones importados de Persia en el siglo XVIII bellamente rayados.

 Hasta ahí, aún escindiéndose el vestuario, la confortabilidad y la funcionalidad estética seguían garantizadas. Las mujeres inauguraron, no obstante, el negligée como expresión de desenvoltura y ligereza muy dieciochesca y, paralelamente, el  pijama masculino se componía de una camisa amplia que a menudo se vestía dentro de casa y de los pantalones  persas confeccionados con toda holgura. La palabra pijama procede, según alguna enciclopedia, de "pae" ("prenda")y "jama" ("pierna") que en persa indicarían "Prenda para la pierna" aludiendo a la atención que se prestaba a su confort, ahora extinguido.

La explicación del pijama venido de oriente puede parece demasiado sencilla  pero el pijama de la contemporaneidad, sea cual fuera su causa, no merece la menor condescendencia histórica. No sólo es incómodo sino ridículo, no sólo es un  sucedáneo burlesco del traje social del varón sino que, además, el sujeto se inviste de él como si,  a la manera del mono de trabajo,  fuera a realizar alguna función de operario. Las rayas, por su parte, que debieron hallar su encanto de rasos y sedas al ser importadas de oriente han  venido a disecarse sobre la ropa como una convención terminante y manifiesta.  ¿Por qué ha de acostarse ese señor con un atuendo tan marcadamente rayado? La tradición pocas veces demostró su dominio con mayor asiduidad y contundencia.

Ciertamente hay pijamas lisos o amenizados con otros motivos que soslayan el rayado  carcelario pero incluso Calvin Klein,  o Hugo Boss en modelos del siglo XXI siguen manteniendo el respeto o la reverencia por el pijama a rayas.

Los skijamas, en cambio, nunca fueron rayados. Fueron y en verdad tan desafortunados en su diseño, tan desfavorecedores en su aplicación y, al cabo, tan absurdos en sus marcados elásticos en tobillos y muñecas que su expediente los sepulta sin necesidad de comparaciones.

El pijama a rayas es, por antonomasia,  el rey. Ha perseverado por más de dos siglos y ha mantenido desde más de 150 años la traza de la chaqueta y el pantalón. Es decir, para meterse en la cama el hombre reproducía conceptualmente la etiqueta con la que se presentaba en público. la chaqueta del pijama tan incómoda como  resulta esta prenda y el pantalón  con o sin vuelta que se anuda a la cintura como la única concesión a su pasado, aunque también hay pijamas con cinturón y hebilla e incluso pijamas que han  importado el elástico de skijama.

Todos los hombres con  skijama son figuras de oprobio ante cualquiera y es inútil creer que agradan a sus mujeres. En realidad las mujeres no da muestras de importarles estos modos de vestir de su pareja puesto que suelen hallarse entonces demasiado atareadas o ensimismadas. Por añadidura, debe también considerarse, que las mujeres suelen ser muy  indulgentes. O maternales. Porque ¿qué estampa sino el estrafalario proceso de infantilización es el que ofrece el hombre con skijama ?

Y ¿qué decir, de otro lado, del aspecto siniestro  y hasta temible que presenta el caballero locamente ataviado con el pijama a rayas?

En todos los casos, la soltería,  la viudez o el afán de soledad podrían justificar presentarse de esta forma, tan imposible de querer como fácil de repeler. ¿Dormir con un tipo en skijama? ¿Hablar seriamente  con un señor que se presenta cómicamente, delirantemente, como con un pijama a rayas?

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11 de enero de 2010
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¿Un naufragio en puertas?

Pocas cosas hay peores en política que las esperanzas excesivas. Suelen verse truncadas muy pronto por la facilidad con que se ensancha el abismo entre la realidad y el deseo. Hay ocasiones, incluso, en que nada o muy poco hay en el camino entre las expectativas y los resultados. Por ahí apuntan las cosas, todavía sin decantar del todo, en el nuevo gobierno de centro derecha que se instaló en Berlín el 3 de noviembre y que sin llegar a cumplir todavía los cien días se ha metido ya en un pantano de divisiones, cacofonías y desacuerdos de los que hacen naufragar rápidamente los mejores proyectos políticos. Ha hecho muy poco y lo poco que ha hecho ha servido para fomentar la discordia. El problema que definía a Angela Merkel persiste y agravado: fue una excelente canciller de la gran coalición, fuertemente impregnada de un cierto espíritu socialdemócrata, pero no se sabía ni se sabe muy bien todavía cuál es su identidad política y su capacidad de liderazgo en la nueva coalición con los liberales.

Una parte de los problemas vienen de su nuevo socio, esos liberales del FDP dirigidos por el ministro de Exteriores Guido Westervelle. La ausencia del poder durante 11 años y la bisoñez política de la nueva generación y de su líder están pesando más de la cuenta. En muy poco tiempo los liberales han conseguido pelearse con la CSU bávara, el partido federado a la CDU de Merkel, ni más ni menos que en tres capítulos. Dos de política internacional: Westervelle quisiera mejorar las relaciones con Turquía y con Polonia, algo que a los ultraconservadores bávaros les parece muy mal; no quieren ver a los turcos en la Unión Europea y no desean gestos excesivamente conciliadores con los polacos a propósito de los Vertriebene (los alemanes expulsados de los antiguos territorios alemanes). El otro punto de fricción es más serio todavía: los impuestos; Westervelle, en cumplimiento de las promesas electorales quisiera recortar los impuestos en tres años a partir de 2011 en 24.000 millones de euros; los socialconservadores bávaros están horrorizados con el crecimiento descomunal de la deuda y del déficit que acarrearía, en contra de la más clásica cultural de austeridad y rigor monetarios alemanes. Pero otra parte de los problemas vienen del propio partido de Merkel. La canciller ha tenido siempre un déficit de carisma interno en su partido, que ha sabido compensar con su imagen tranquila, su perfil político bajo y su capacidad para sintonizar con la ciudadanía. Consiguió su primera victoria en 2005 a duras penas, de forma que lo que todos esperaban de la segunda es que sirviera para lanzarla definitivamente a la más alta órbita de la política alemana. De momento no es esto lo que está sucediendo y las dudas han empezado a asaltar a unos a otros, sin que falten Casandras que anuncien la imposibilidad de que la actual coalición llegue a fraguar y el obligatorio regreso a la gran coalición con los derrotados socialdemócratas. Esto sin contar con las peleas a cuenta de la intervención militar alemana en Afganistán, agravadas por los efectos del bombardeo y las numerosas muertes de civiles afganos producidos en Kunduz, todavía con el gobierno de gran coalición durante la campaña electoral. El actual gobierno ha tenido ya una primera y prematura crisis, a cuenta de Afganistán, con la dimisión a los veinte días de su toma de posesión del ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Franz-Josef Jung, responsable como ministro de defensa del anterior gabinete del ocultamiento y de la pésima gestión de aquel horrible incidente militar. Además, varios jefes de fila parlamentarios de tres estados federados (Hesse, Turingia y Sajonia) han denunciado este domingo, en un artículo publicado por el Frankfurter Allgemeine Sontagzeitung, la falta de liderazgo de Merkel, su fijación más en la popularidad propia que en la identidad del partido y la ausencia de estrategia en la formación de la coalición de Gobierno, fruto más de la suerte que de una visión política. Las mejores lecciones sobre las expectativas excesivas las solemos tomar en estos tiempos de la política norteamericana. Pero, a la vista del desolado paisaje que ofrece Europa, Angela Merkel no anda muy a la zaga en cuanto a ilusiones levantadas y decepcionadas. Muchos eran en toda Europa los que esperaban que la segunda victoria de la canciller, su asentamiento como dirigente europea y la renovación que significaba la incorporación de un partido purgado por su paso a la oposición dieran un nuevo impulso a Alemania y detrás suyo al resto de Europa. Por lejana que pueda parecer la política alemana no hay que olvidar nunca el peso económico de su economía y el papel central que suele tener en las recuperaciones y salidas de las crisis. Estos días se habla y escribe mucho sobre la presidencia española y la difícil credibilidad del Gobierno para dirigir ordenadamente el regreso al crecimiento. Pero tan preocupante o más me parece a mí para Europa esta mala salida del gobierno de coalición conservador-liberal que lleva apenas dos meses instalado en Berlín.

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11 de enero de 2010
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Teoría y práctica del Kindle

El pasado diciembre viajé a Bolivia y decidí no cargar con quince libros en mi maleta y me llevé un Kindle. Por el tipo de cubierta, este lector electrónico parece una agenda personal; por sus dimensiones, un libro de esos de tapa negra de Tusquets. No es difícil aprender a usarlo; la primera vez, lo enchufé hasta que cargó la batería, y luego entré a Amazon y, para probar, pedí un libro de cuentos de Tobias Wolff. El libro tardó menos de un minuto en ser descargado al Kindle; la técnica se llama whispersync e impresiona porque no es necesario tener una conexión a internet para que funcione (era como si el artefacto que tenía entre mis manos tuviera su propio satélite). La facilidad hizo que me tentara: en menos de cinco minutos ya tenía disponibles las novelas más recientes de Lethem y Hornby. Cada libro nuevo cuesta alrededor de 10 dólares, pero entre los clásicos se encuentran verdaderos regalos: me llevé toda la obra de Jane Austen por menos de tres dólares.

Es fácil acostumbrarse al Kindle. El tipo de letra es cómodo y se pasa rápidamente de una página a otra (aunque, claro, si uno está muy avanzado en su lectura y quiere retroceder en busca de una escena, ayudaría más una pantalla táctil que apretar un botón varias veces). Hay cambios sutiles y otros no tanto en la experiencia de la lectura: en la parte inferior izquierda, por ejemplo, lo que se cuenta es el porcentaje; no sé cuántas páginas he leído de la novela de Lethem, sí que es el 23%. Se pueden subrayar frases y hacer anotaciones; el teclado no es de los mejores, pero sirve, y además todas las frases subrayadas y los comentarios escritos se van reuniendo en un archivo. Otra ventaja: descubrí que podía transferir al Kindle mis propios archivos en Word y PDF. Suelo recibir libros en Word y PDF, pero me cuesta leerlos en mi laptop; con el Kindle todo eso se hizo más fácil.

La batería del Kindle dura alrededor de doce horas. El libro electrónico no tiene luz propia, con lo que, por las noches, hay que buscar la luz de una lámpara, replicando así lo que hacemos con los libros impresos. Cuando uno lo cierra y lo vuelve a abrir, aparece en la pantalla la imagen de un escritores (Virginia Woolf, Emily Dickinson, Julio Verne). Este invento de Amazon nos está diciendo constantemente que no tenemos que temerle, que es un aliado de los escritores y los lectores (aunque no tanto de los libreros y de las editoriales).   

Me había llevado un par de libros impresos a Bolivia (los cuentos de Fogwill y Ballard). Al principio, fui alternando el Kindle con estos libros. Reconozco que leí más rápidamente a Fogwill y Ballard que lo que tenía en el Kindle. Y que, con el paso de las semanas, pudo más mi compulsión fetichista y volví a librerías y a hacerme de esos objetos que luego pesan tanto en la maleta. El Kindle me ayuda, pero a la vez no puedo ni quiero prescindir de los libros impresos. Quizás generaciones futuras decidan que el libro electrónico es el único camino, pero, por lo pronto, me parece que ambos formatos pueden convivir sin incomodarse.

(La Tercera, 10 de enero 2010)

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10 de enero de 2010
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Reggaetón

Un ritmo sensual y extrovertido inundó ?hace más de cinco años- todas las discotecas y lugares bailables del país. Llegó asociado a una gestualidad desenfadada que expresa abiertamente los deseos de diversión, sexo y buena vida. Numerosas orquestas de salsa adaptaron su música y comenzaron a escribir nuevas letras al compás del reggaetón. Las canciones aluden claramente a situaciones eróticas a la par que describen una zona de la realidad cubana, sin afeites ni triunfalismo. En la zona oriental del país, se propagó a partir de esta cadencia musical una modalidad más dura y directa conocida entre sus seguidores como el /perreo/. Es raro encontrar en toda la Isla un bicitaxi o un viejo auto de alquiler que no exhiba, a todo volumen, las pegajosas expresiones de un género que no da señales de extinguirse. Uno de los elementos más interesantes de la permanencia del reggaetón entre nosotros, es lo poco que él se parece a la música de contenido social que tanto se escuchaba en los años sesenta y setenta. Si la nueva trova aludía constantemente a un ser abnegado y deseoso de contribuir con el proceso social, las actuales melodías exhiben un individuo atraído por lo material y concentrado en satisfacer sus deseos inmediatos. La creación musical ha terminado por evidenciar un proceso de cambios sociales, mucho más complejo que un par de acordes o que algunos novedosos pasos de baile. Si en el escenario un grupo de muchachos repite hasta el paroxismo ?¡Mami, goza!?, el público se contonea y suda bajo las luces de colores. No falta quienes han criticado públicamente la propagación de estos nuevos ritmos, vinculándolos con corrientes extranjerizantes o con tendencias consumistas. Poco le importa eso a los seguidores del reggaetón, pues para ellos un sonoro estribillo que llame al disfrute es ?nos guste o no nos guste- el nuevo himno de estos tiempos.

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10 de enero de 2010
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Taller Vallejo

 

 

El primer día de clases les había yo advertido a los alumnos que la experiencia de estudiar la poesía de César Vallejo es peculiar: al terminar el curso uno sabe menos que al comenzarlo.
 

Ahora que el seminario concluye, los siete estudiantes saben menos del poeta pero algo más de sí mismos.  Han aprendido, por su cuenta, que su capacidad de leer requiere ser puesta a prueba.
 

Reconocer la distinta legibilidad de un objeto de arte es parte de la experiencia crítica, de su aprendizaje sin rédito.
 

He hecho varias veces este seminario, que llamo Taller Vallejo, postulando no sin optimismo que el ejercicio de leer a este poeta dificilísimo es imprevisible para uno.  La verdad, uno no se conoce bien hasta atravesar la ciudad de Trilce. Hay que meter las manos en el poema, diagramarlo, dibujarlo, para finalmente concluir que su descripción confirma que lo conocemos un poco menos.  Los siete terminaban las dos horas exahustos y exaltados.
 

“Un buen alumno –le dice el poeta a un tilo del Marne- leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca…” Y le llama:”¡Oh profesor, de haber tanto ignorado!”  En ese poema, “El libro de la Naturaleza,” las hojas del árbol son las del libro, pero son también las cartas de una baraja. La lectura las reparte, verso a verso, para aprender a leer de nuevo. El poema es todo lo que nos queda de la Naturaleza.
 

Como buen poema hermético, el de Vallejo invita a la interpretación, a la sobreinterpretación, pero también al disparate. Por algo Trilce es un aparato cuyo nombre no está en el Diccionario. Algunas buenas gentes han propuesto que esa palabra está hecha de otras dos: triste y dulce. ¡Qué vida tan fácil la de esos lectores que apagan el libro!
 

Pero debemos estar pasando por un nuevo ciclo de la lectura, menos predeterminado por teorías autorizadas y métodos positivistas; una de esas eras imaginarias que, cada tanto, reordenan la biblioteca.  Porque en el  pequeño Taller la conversación, de pronto, hizo rizoma. Un estudiante observó el pasar de unos zapatos entre algunos poemas.  Otro, la producción residual de una poesía de los escombros. Alguien más, las tachaduras que en un manuscrito son necesarias al poema…
 

Ese desplegado material que va de la letra a la tachadura, esa escena de trazas y huellas, prometía en la lectura un trayecto de retorno.
 

Es verdad que el “Guernica” de Picasso es lo que más se parece a un poema de España, aparta de mí este cáliz.  Ninguno de los dos cabe en el campo de la mirada.  Es lo que Vallejo llama una mirada “despupilada,” y también, “un día doble.” Había visto el cuadro al volver a París en el Pabellón de la República Española, en la Exposición que se acababa de inaugurar.  Seguramente Vallejo escribía entonces España, aparta de mí este cáliz. Todos somos, en alguna medida, el “Guernica” que vimos. A mí me tocó verlo en mayo de 1969 en mi primera visita a Nueva York. Fue lo primero que vi apenas entrar al MOMA. Después, el que vi protegido en el Prado y, más tarde, el que descansa en el Reina Sofía, no son el mismo.
 

No es casual que Picasso pintara al menos un cuadro para cada museo, previendo al señor que ladea la cabeza para recomponer una figura legible. Vallejo hizo otro tanto, cortando las amarras referenciales del lenguaje.
 

Al final, nos entusiasmamos con ese fervor de lo indecible. Su rebeldía está arraigada, “hasta hacer sangre,” en la materia que se hace lugar en el discurso.
 

Esta vez, fui al museo de Harvard para buscar esos trayectos en la colección de constructivistas rusos. Me sentí como el señor que busca hacer una escena con un cuadro de Picasso. Pero dadas las sintonías que a veces nos salen al paso, me encontré con el cuadro constructivista que equivale, quiero creer, a la forma interna de la geometría vallejiana: los triángulos, círculos y cuerdas están suspendidos en el espacio del cuadro más allá de la ley de la gravedad, contradiciéndola con asombro.
 

Ese esquema conceptual es lo que organiza al lenguaje del poeta peruano, entre tensiones que no se suman y saltos en el abismo que nos restan.
 

Pero ahora que termino de leer los  trabajos finales del Taller, me encuentro con una nota de Enrique Bruce que dice mejor lo que yo intentaba decir. En el no. 54 de la revista limeña Hueso húmero (el título es coincidencia), que acaba de salir, Bruce se pregunta por qué la película “Canciones del segundo piso” (2000) del director sueco Roy Anderson lleva una cita de Vallejo (“Amadas las personas que se sientan,” del poema “Traspié entre dos estrellas”). La conclusion de Bruce es que el director al convertir las palabras en imágenes transforma el poema en una representación conceptual. El poema, que proviene del modelo evangélico, incluye el verso: (Amado sea) “el que se coje el dedo en una puerta.” Anderson escenifica el acto en el andén de un tren donde un pasajero se ha pillado los dedos y los demás lo miran, discuten el hecho, pero no reparan en su dolor.
 

Sobre la representación de las emociones habíamos hablado en el Taller a partir del ejemplo de los formidables videos de Bill Viola que pude ver en el Thyssen.  Mientras que Deleuze había teorizado que el “corte” en el cine es un lenguaje en sí mismo, y la “imagen-tiempo” una unidad del montaje; Viola fue más allá al fotografiar en su video-arte instantes de la emoción que el ojo del espectador no capta y sólo arma como proceso, como relato. De modo que la emoción (si entendí bien, esto es demasiado complicado, lo siento, ¡ya teníamos bastante con Vallejo!) es producida por el espectador, por la mecánica fragmentaria que se resuelve en la percepción y, así, en la interpretación.  Quien haya estado en el Thyssen (“Las lágrimas de Eros”) habrá visto a esos espectadores, yo entre ellos, demudados ante la danza de los afectos de esas parejas, arrebatadas por la ola de agua y luz que Viola ha construido, en la misma lógica de Picasso y Vallejo: en contra de la representación literal, poniendo en cuestión la economía del lenguaje, y cautivándonos con el enigma que somos.
 

Al final, se trata de eso, de navegar el arrebato de la forma vallejiana (o para el caso las rupturas de Picasso, Joyce, Kafka, Pound, Borges, Lezama Lima, Tàpies, Fuentes, Goytisolo, Eltit…); y habiendo sido parte de ese vértigo, saber, al volver al habla diaria, que su uso nos pertenece como herramienta arrebatada a las sociedades que no reconocen  valores sin precio.
 

Esa lectura es la que nos deja Vallejo entre las manos.  Una lectura que no se resigna a su conversión en objeto de consumo, descifrado y desactivado. 
 

En la primera imagen de la película de Anderson alguien lustra su zapato.  Una cita vallejiana, como la cuchara, los huesos húmeros, los caminos.  Siéntate, decía Vallejo en un poema de España…, en tu trono,  ¡tu zapato!.

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10 de enero de 2010
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Lennon, hace setenta años

 

"El noventa por ciento de la gente de mi generación nació gracias a una botella de whisky un sábado por la noche y sin la menor intención de tener un hijo...La verdad es que nunca fui un hijo deseado" Eso lo dijo John Lennon.

Un día cómo hoy, nueve de Enero de 1940, más o menos a éstas horas tempranas de la noche, un sábado como hoy, en un barrio de Liverpool, en una casa de trabajadores en la calle Newcastle Road, 9. Eran los últimos días de unas vacaciones navideñas de su padre, Alf Lennon: camarero auxiliar en el trasatlántico, "Duchess of York", buen bailarín, dotado para el cante, para los bares, las diversiones y con ingenio punzante que heredaría su hijo, John. Ya estaba casado con la que había sido su amiga, novia y muy parecida en carácter, la graciosa pelirroja Julia Stanley, buena bailarina, bebedora y la más animada de todas las fiestas. Eran de parecidos entornos, de similares barrios y de gustos muy parecidos. Una simpática pareja de veinteañeros, con trabajo incierto, con futuro dudoso y con presente lleno de problemas. El navegando muchos meses al año, ella intentando no aburrirse en la espera. No tenían casa propia y tenían que soportar una convivencia problemática en casa del  padre de Julia, su marido, Alf, les parecía uno de las peores elecciones que podía haber hecho su hija Julia.

Después de meses en el mar, en esas vacaciones de los primeros días del duro año cuarenta, la joven pareja tuvo unas horas de tranquilidad en la casa de los Stanley. Habían bebido e hicieron el amor en el suelo de la cocina. Fue su único hijo. Alf se embarcó, ella se quedó embarazada de John. Pocos años después, después de que Alf siguiera navegando meses fuera de Liverpool, Julia tuvo otro embarazo. No podía ser de su marido. Se terminó la convivencia de los padres de un niño llamado John.

Hoy, setenta años después de su gestación, brindo por uno de los tipos que más me han interesado en mi vida de mitómano. Y también en las otras vidas. Todo esto lo sabemos por esa biografía que alguna vez ya he citado, ese minucioso trabajo de ingleses. Concretamente del inglés Philip Norman.

¿Nos interesa saber cómo, dónde y por qué nos gestaron? Seamos deseados o no. Seamos buscados, esperados, protegidos, mimados y muy queridos, todos somos producto de un azar. No todos, creo, necesariamente de una noche de sábado, whisky y guerra. Algunos llegamos en la paz ominosa del franquismo. A cada uno nuestra guerra interior.

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9 de enero de 2010
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Colérica pelea entre dos escritoras

 

La pérdida de la inocencia hace inevitable la pérdida del pudor. Una vez extraviada la ciega confianza del espíritu en sí mismo se desencadena una interminable sucesión de actos vergonzosos. De ahí que tanto lo ingenuo como lo púdico no pueden seguir siendo, a lo largo de la vida, virtudes instintivas. Sólo elaborándolas como impostura, como consciente restricción del ser, se recupera la elegancia metafísica que, asociada a la belleza, tanto nos deslumbra.

En su ausencia, el espectáculo social sólo es previsible. Ahora, en Paris, dos escritoras se intercambian amargas acusaciones de plagio y presunción. Camille Laurens lamenta furiosamente haber sido víctima de un "plagio psíquico" y exige al editor de las dos autoras, Paul Otchakovsky-Laurens, que elija de una vez: o ella o yo.

Marie Darrieussecq, que también ha escrito sobre las angustias de ver morir a un bebé, reclama su derecho a escribir sobre cuánto le plazca y publica un ensayo (Rapport de police) acusando a Laurens de padecer un viejo síndrome: el deseo de ser plagiada.

La trifulca saca a flote las viejas polémicas sobre el derecho del escritor a utilizar su propia vida como hilo argumental de la novela: ¿hay invención o sólo transcripción de anécdotas? ¿Es la literatura un mero oficio narrativo o una rara creación de construcciones singulares?

La disputa mundana, sin embargo, sólo se fija en lo esencial: un hombre entre dos mujeres celosas.

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8 de enero de 2010
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De lo enigmático a lo filosófico: Hesíodo y Homero

Rafael Argullol: Por tanto Edipo sería por un lado un problema de distancia, por otro lado el del paso de un tipo de sabiduría mistérica y enigmática a otra sabiduría que es la filosófica. 

Delfín Agudelo: En esta medida, ¿cómo funciona el paso de la sabiduría enigmática a la filosófica?  ¿A través de qué géneros o manifestaciones?

R.A.: Pienso que uno de los grandes atractivos de la cultura griega, y que quizás es lo que ha producido el impacto enorme que ha tenido con posterioridad, es que dibuja con notable claridad este paso. Diría que al menos desde nuestra perspectiva histórica actual con mayor claridad que en otras culturas. Por ejemplo, incluso la otra gran cultura escrita de la humanidad, que es la cultura de la India,  no plantea con tanta claridad ese dibujo. En el caso de Grecia me da la impresión de que el mecanismo que preparó el traslado de la sabiduría enigmática a la filosófica fue la escritura porque la escritura, que fue la conjunción del alfabeto fenicio, la lengua griega y el papiro egipcio como sostén para realizar esta escritura, facilitó un progresivo rigor y una progresiva fijación de aquello que en la memoria oral circulaba a través de distintos afluentes.  La escritura fue, pues, recoger en un río lo que antes eran una multiplicidad enorme de afluentes.

Dentro de ese contexto es evidente que lo que he llamado sabiduría enigmática tiene sobre todo su terreno abonado en la épica, que es la consecuencia inmediata de toda la tradición oral. Cuando nosotros leemos a Hesíodo y a Homero estamos leyendo una fijación escrita de un enorme territorio oral que procedía de siglos y milenios anteriores, en el cual el mito era la piedra angular de esa sabiduría enigmática. Entonces el mundo de Hesíodo y de Homero es claramente la cabeza del iceberg de toda esa inmensa montaña sumergida que es la memoria oral y plural de los distintos pueblos que luego convergieron en Grecia, y probablemente también de los pueblos adyacentes de medio  y extremo oriente o del norte de la África actual. Lo que ocurre es que la épica, al recoger esa gran e irregular y múltiple tradición oral, esa sabiduría enigmática que se presenta como un rompecabezas en fragmento, empieza también a sintetizarla, como es el caso muy claro de Hesíodo. Un libro como la Teogonía es la depuración, la destilación de ese mundo desbordado e irregular de los mitos a través del cual se manifestaba la sabiduría enigmática. Por tanto Hesíodo y Homero serían el punto de inflexión donde la sabiduría enigmática llega  a su formulación más pura y donde se está preparando ya el camino para la sabiduría y escritura filosófica.  

 

 

 

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8 de enero de 2010
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Breviario del año que acaba: el caso de la Cumbre de Copenhague (6)

 

Se supone que los gobernantes reunidos en Copenhague conocen el informe de sus asesores científicos: un análisis de la gravedad del cambio climático. Y que si aceptan discutir las propuestas de la agenda es porque desean evitar las consecuencias del emponzoñamiento ambiental. Que la Cumbre se haya cerrado sin acuerdos ejecutivos deja en evidencia la alternativa que han resuelto en esta ridícula reunión: en lugar de exigir a sus votantes de hoy una vida menos grata, prefieren dejar a los gobernantes de mañana la tarea de administrar lo que vaya a venir. No es que los mandatarios quieran evitar la presión negacionista de lobby's petroleros y fabricantes de coches; ni que les preocupe alterar la renqueante recuperación económica; ni que teman la competencia de los países insurgentes (libres de la agitación ambientalista); en realidad su omisión es el resultado de su impotencia.  No pueden modificar el rumbo de una economía fundada en el despilfarro. Y ninguno de ellos quiere ser el primero en proclamar el fin de la fiesta que nos ha hipnotizado durante cincuenta años. Se conforman imaginando que la fuerza de los acontecimientos futuros -más imperiosa que las campañas de Greenpeace- será más convincente que una decisión "precipitada".

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8 de enero de 2010
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IV. Invitados que se colaron

Los controles del Servicio Secreto, férreamente tejidos alrededor del presidente de Estados Unidos,  resultaron quebrantados de tal manera por la aventurada pareja de buscadores de fama, que el hecho sumió en el bochorno a los responsables de la seguridad personal de Obama y de su entorno. Los Salahi, muy campantes y airosos, hicieron fila para saludar al presidente, se fotografiaron con él, alternaron con los demás invitados a su gusto, y cenaron y bailaron toda la noche.

            Ahora, famosos gracias a su osadía, están dispuestos a dejarse entrevistar por los más reputados programas de televisión, siempre que las paguen las gruesas sumas que ellos piden, claro está; han contratado una jefa de relaciones públicas, cobran aún por dejarse fotografiar, y no sería extraño ver pronto en el mercado sus productos personales, un sarí que haga moda, por ejemplo, camisetas, aretes, osos de peluche y tazas para el café, y, por supuesto, el consabido libro en el que cuenten cómo prepararon el golpe de su entrada triunfal a la Casa Blanca, burlando a todo el mundo.

            El fugaz momento que la fama depara a los mortales, del que hablaba Andy Warhol, para disfrutarlo mientras dure.

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8 de enero de 2010
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