Basilio Baltasar
La deportación de la líder saharaui Aminatu Haidar, su huelga de hambre en Lanzarote, la reacción de la opinión pública, los esfuerzos fallidos del gobierno para hacerse escuchar en Marruecos y, finalmente, la mediación de la diplomacia norteamericana y francesa, nos han ilustrado sobre la astucia que hace falta para manejar la verdad y la mentira en la escena internacional.
La reconstrucción de los hechos permite ver en nuestro cuerpo diplomático una falta de pericia que quizá diga mucho sobre su sinceridad pero muy poco sobre el maquiavelismo que distingue a los grandes zorros de nuestro tiempo.
El gobierno consintió parecer un cómplice de Marruecos. Aceptando que deportara a una ciudadana castigada por su militancia saharaui, el gobierno se prestaba a ser un colaborador de la policía política alauita. La reacción de Haidar, iniciando una huelga de hambre, y recibiendo en el mismo aeropuerto a sus numerosos simpatizantes, transformó un gesto de buena vecindad en objeto de befa: España hacía de nuevo el ridículo.
En la "imagen" del gobierno -forjada por los medios y los activistas de los Derechos Humanos- cuenta sobre todo el titubeo ministerial. Podría haberse presentado como el gobierno que acoge a una exiliada y hacer del territorio nacional una tierra de asilo. Pero en lugar de ofrecer una justificación plausible prefirió dejar a flote lo evidente. En lugar de enmascarar su complicidad con una mentira moderna, se precipitó a omitir la verdad que al final se supo: recibiendo a Haidar sólo quería hacer un favor al levantisco y listísimo Reino de Marruecos.