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En defensa de Naciones Unidas

Bush declaró que era una organización irrelevante. Mandó a un embajador, John Bolton, con el explícito propósito de cortarle las alas: sobran diez pisos del edificio de Nueva York, dijo. Boicoteó a conciencia la reforma de sus instituciones, no fuera caso de que consiguiera adaptarse a las necesidades de la nueva distribución de poder en el mundo. Manipuló inútilmente a su Consejo de Seguridad para demostrar lo que tenía imposible demostración: que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva preparadas para utilizar inmediatamente contra sus enemigos. Desprestigió luego cuanto pudo a Kofi Anan y promovió al candidato que menos susceptibilidades despertara entre esos círculos de sus amigos neocons temerosos del gobierno mundial opresor y antiamericano. A pesar de todo ello, a pesar de la severidad de los golpes que el terrorismo iraquí y el terremoto caribeño han propinado a la organización, ahí están las pobres y voluntariosas Naciones Unidas, en pie de paz, con sus cascos azules y su retórica humanitaria, preparadas para recibir de nuevo y como siempre las críticas y el desprecio de unos y otros, hasta convertirse en culpables de todo y de cualquier cosa: de que no haya autoridad en Haití y de que la que haya sea la norteamericana. A quien hace lo que puede no se le puede pedir más. Pero esto no parece contar en este caso. Y, sin embargo, Naciones Unidas son un buen reflejo de cómo está el mundo, de cómo están los países y de cómo estamos los humanos. Si criticar su acción más que insuficiente y más que precaria e incluso inútil es criticarnos, critiquémonos todos. Pero por favor, que no sirva esto para cantar las excelencias de un mundo sin timón y por tanto sin rumbo; ni para dar más voz a los chantres del unilateralismo, de la ley del más fuerte y de una correlación de fuerzas que siempre da la razón a los mismos. Esas Naciones Unidas imperfectas, siempre de luto por la gran cantidad de excelentes servidores que ha ido dejando bajo las ruinas de sus cuarteles generales derruidos, son lo único que tenemos, quizás lo mejor que tenemos, aunque sea tan poco. Cuando contemplamos esos espectáculos de desbordamiento que reclaman un mundo gobernado, con una autoridad consensuada por todos que haga respetar las reglas, pensemos que lo que hay que defender y salvar es Naciones Unidas. Sus fracasos, el de Copenhague y el de Haití sin ir más lejos, no son más que un clamor para que el mundo multipolar sea también un mundo donde rijan acuerdos y reglas multilatetarales, un mundo gobernado. Por las instituciones de Naciones Unidas. Reformémoslas ya. Reforzémoslas. No hay otras. No tenemos otras.

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20 de enero de 2010
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Censuran a Roncagliolo en RD

Santiago Roncagliolo dispuesto a dar pelea (pero sácate los lentes para entrenar, no seas fintero). Fuente: blog del filbaLa novela Memorias de una dama (Alfaguara) de Santiago Roncagliolo acaba de recibir su primer premio literario. No se trata de un premio pecunario, aunque podría redundar en eso, sino de un premio de ética literaria. La novela acaba de ser prohibida en República Dominicana, despertando el rechazo de los intelectuales de ese país. Como se sabe, el personaje central de esa novela es una señora de la alta sociedad dominicana que le dicta sus memorias a un joven escritor lleno de ambición literaria. Se pisan muchos callos en la novela, al parecer, y algunos personajes son fácilmente reconocibles (esete artículo en 7 días descubre a todos) para los implicados. Dice la nota en El Nacional:Los literatos dominicanos Andrés L. Mateo, Diógenes Valdez y Pablo Mackinney calificaron este lunes como ?un absurdo?, propio de la época de las cavernas, prohibir la venta en el país de la novela ?Memorias de una Dama?, escrita por el peruano Santiago Roncagliolo. Mateo y Valdez, ganadores del Premio Nacional de Literatura que auspicia la Secretaría de Estado de Cultura y la Fundación Corripio, en los años 2004 y 2005, respectivamente, afirmaron que esa prohibición constituye una violación a la libertad de información de la población dominicana. ?Es absurdo, negador de los derechos del autor y de los lectores impedir la circulación de esa novela?, afirmó Andrés L. Mateo. ?Es un absurdo porque la novela atraviesa el territorio de la ficción y como tal debe ser vista?, precisó el escritor y catedrático universitario, ganador de varios premios de ensayo y literatura, Dijo que, incluso, la referencia a hechos y personas vinculadas con la historia de la República dominicana se hacen sobre la base de personajes ficticios, cuya vinculación con los hechos únicamente se realiza a partir de un conocimiento muy especializado de la historia.Indicó que ?el caso de la familia a la que se refiere el rumor público se puede establecer por ciertos hechos que rodearon al ?pater? familiar, cuya vinculación con el tirano Rafael Leonidas Trujillo fue traumática y cuya relación con el fascismo de mussolini es un hecho histórico que todos conocemos?. ?Por lo tanto, de lo que estamos hablando es de ficción y no entiendo por qué se puede impedir la circulación de un texto literario que es una mezcla de muchos acontecimientos historicos epocales?, precisa.De lado, Valdez señala que, como un intelectual de avanzada, considera que prohibir la circulación de ese texto de interés literario e histórico es regresar a la epoca de las cavernas. ? Es un intento burdo de querer ocultar la realidad y tratar de borrar la historia?. No obstante, advirtió que ?todos los intentos por limitar la libertad de información siempre han fracasado?. ?Más tarde o más temprano el pueblo dominicano se enterará de lo que dice esa magnifica novela?, dijo Valdez. Atribuyó la prohibición a un falso concepto de que la historia la escriben los vencedores y que ?en este caso parece que los vencedores tienen mucho dinero y se creen con derecho a ocultar la verdad?. Mackinney afirmó que ?es tan inaceptable como criticable? la prohibición de Memorias de una Dama. Criticó que esa situación se produzca en una nación supuestamente democrática y donde existen instituciones para garantizar los derechos de los ciudadanos. ?Es inaceptable que alguien tenga el omnímodo poder de sacar de circulación en el país y en gran parte del continente americano, una novela que como ?Memorias de una dama?, desde la primera página advierte ser una obra de ficción?, insistió. Para este ?está inmejorablemente escrita?. El intelectual Diógenes Valedez indica que Memorias de una Dama, aunque utiliza nombres supuestos, éstos son fácilmente vinculables con familias que tuvieron alto nivel económicos durante la tiranía de trujillista y posteriormente entraron en conflicto con el tirano.En el diario Clave Digital de República Dominicana Fausto Rosario Adames también comenta sobre el veto en una columna de opinión.

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19 de enero de 2010
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Los locos y los pícaros

Los locos son presa fácil de los pícaros, que les gritan en las esquinas frases dolorosas para aumentar su delirio. Con dos barquitos de papel, teníamos uno en mi cuadra que pasaba horas en una rara regata que no llegaba a ninguna parte. Su madre lo mantenía calmado a base de benadrilina y diazepam; todo, antes que mandarlo al almacén de la demencia que es Mazorra, el hospital psiquiátrico habanero. En la mente de aquella señora estaban las imágenes de lo que había sido la clínica mental de la calle Boyeros, con su terror acumulado y su depauperación material. Los pacientes casi desnudos, las paredes llenas de excrecencias humanas y la falta de supervisión, eran el escenario para las peores atrocidades. Las fotos habían salido publicadas en las revistas de aquel lejano 1959. Después, llegaron reportajes en la televisión, sábanas limpias, terapia ocupacional y hasta vallas políticas que cambiaron la faz de lo que había sido el horror. Sólo que, como ya les dije, los locos son presa fácil de los pícaros. A partir de los años noventa, con la llegada del período especial, el desvío de recursos se ensañó con Mazorra. Los vecinos de las calles aledañas estaban bien surtidos por un mercado negro de frazadas, leche, comida, ropa, toallas y medicamentos que salían del hospital. Los allí ingresados creían que era parte de su padecimiento el que cada día ?como en el filme ?La luz que agoniza?? faltaran más bombillos en las salas. Les fueron sustrayendo todo lo indispensable y nadie reparó en las ventanas rotas, las tazas de baño tupidas y las camas de patas abiertas. Esta vez, no había un periodista autorizado para retratar la miseria. La prensa oficial no pudo esconder, sin embargo, la muerte de 26 pacientes ?algunos afirman que la cifra se acerca a los 40? por hipotermia y padecimientos asociados al abandono. Se largaron de esta vida en unos días fríos de enero, mientras se apretujaban cuerpo sobre cuerpo sin poder con ello evitar el final. Los pícaros, por su parte, se edificaban casas con los dividendos del robo y creyeron que nunca nadie detectaría sus desfalcos. Hoy, en el hospital se investiga a los responsables en medio de un despliegue policial para que no se acerquen los curiosos. No han salido imágenes, pero me atormenta la idea de cuánto llegaron a parecerse esos pacientes, en su desvalimiento, a aquellos rostros de las fotografías del pasado. Imagenes tomadas de: http://cubalagrannacion.wordpress.com/2010/01/17/el-hospital-de-dementes-de-mazorra/

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19 de enero de 2010
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¿Niños frágiles o Superboys?

En una entrevista concedida a The A.V. Club (www.avclub.com), el cineasta y ex (¿ex?) Monty Python Terry Gilliam habló de algo sobre lo que me ha gustado especular aquí más de una vez: el hecho de que la corrección política pasteurice y por ende banalice los relatos dirigidos al público infantil –la mayor parte de esas historias son víctimas, hoy, de la más flagrante autocensura.

         El periodista Sam Adams le dice al director de Brazil y Twelve Monkeys que “hemos desarrollado una visión super limitada sobre la vida interior de los niños. Antes se les leía los cuentos de hadas de los Grimm y aún así crecían de manera saludable”, aunque concede que The Red Shoes es “más bien horrible en más de un sentido”.

         A lo que Gilliam responde: “Es por eso que semejantes historias son importantes. Sirven para desarrollar los músculos de los niños, para despertarlos a las situaciones que la vida suele ofrecer. Los niños no le temen a la muerte. Eso es lo otro que la gente no comprende. La muerte, creo, simplemente es una idea extraña para ellos… ¿Por qué los adultos se asustan tanto ante esta cuestión? …Dicen que lo hacen para proteger a los niños. Pero no se puede protegerlos. Hay que darles oportunidad de que tengan oportunidades. Dejar que su imaginación fluya. …De otro modo es igual a calzarles un traje como el que Bruce Willis vestía en Doce monos: un condón que cubre el cuerpo entero, para así lanzarlos al mundo”.

         Yo tiendo a estar de acuerdo con Gilliam. Siento que la imaginación de los niños es infinitamente más anárquica y salvaje de lo que los relatos de este tiempo quieren asumir. De ahí el encanto perenne de, por ejemplo, la saga de Alicia según Lewis Carroll, tan pasteurizada por Disney en su viejo dibujo animado. (Ya veremos que hizo Tim Burton al respecto…) Y pensar que hay gente que cuando se dice La sirenita piensa también en su disneyficación… ¡Pocos relatos han sido más banalizados que el original del eterno patito feo Hans Christian Andersen!

         Los relatos clásicos (Grimm, Andersen) siguen encontrando eco en las mentes infantiles porque les resultan más perturbadores, menos predecibles que la papilla intelectual que están acostumbrados a recibir. Cuando los leen en su versión original, comprenden que allí hay algo misterioso que aunque no decodifiquen de inmediato deben investigar. (¡Como me ocurrió a mí con la versión trágica de Robin Hood!) Y eso no es malo, como no lo es tampoco que los niños pregunten porqué el viejito de Up no pudo tener hijos. Es bueno precisamente porque les lleva a hacerse preguntas sobre los aspectos de la vida que no podemos controlar –o sea, a diferencia de lo que nuestras sociedades temerosas quieren comunicar: casi todos.

         ¿Qué piensan ustedes?

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19 de enero de 2010
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¿Un lifting?

 

De tanto en tanto escucho con cierta perplejidad que a tal o cual novela le sobran páginas y que, no obstante, se trata de una buena novela. Algo así como que requeriría un lifting para quedar mejor de lo que está. La perplejidad viene a cuento respecto a que si la novela que hemos leído nos ha gustado resulta un poco contradictorio explicar a continuación que le sobran páginas. Es cierto, claro está, que a muchas novelas les sobran páginas: siguiendo esa argumentación, a las malas, aunque tengan 125, puede que le sobren 125. O más...

Pero hablamos de las buenas novelas, de aquellas después de cuya lectura emergemos a la realidad transfigurados, ligeramente distintos a lo que éramos, al menos durante el breve tiempo que dura su poder hipnótico. Y cuando una novela cruza el ecuador de las quinientas páginas, muchos lectores tienden a confundir los repentinos páramos y sequedades de la novela como pifias o fallas, detalles innobles que afean o perturban su belleza. Bueno, puede que lo sean, pero es que una novela, a diferencia de un cuento, obra por acumulación. Y todo aquello que en un relato abunda, aquí es combustible, paisaje, detalle, atmósfera, e incluso contradicción y si me apuran, hasta aburrimiento.

Leer "En busca del tiempo perdido" o "La montaña mágica" es una clarísima abducción por la cual el lector que ha caído en su trampa sale distinto e incapaz de pensar que a cualquiera de ellas le sobren páginas... pese a que haya momentos en que parecería que sí.

Terminar de leer una novela -una buena novela- es culminar un estupendo viaje en el que, a la luz de su recuerdo, entendemos que nos ha ocurrido de todo: desde ínfimas contrariedades hasta experiencias valiosas, frívolas, graciosas y hasta desagradables, y que todo eso constituye el viaje. La última novela de Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, es una novela audaz a la que cuesta -al menos a mí me sucedió así- hincarle el diente. Diríase que el narrador no ha querido desperdiciar un solo ángulo desde dónde contar su historia, y que esta se va levantando ante nuestra vista con toda su poderosa complejidad, es decir: incluso con lo que a simple vista son desfallecimientos y distracciones, pequeños sobresaltos, páginas que a veces parecen no conducir a nada o "sobrar"... pero seguir avanzando con perseverancia por sus páginas es avanzar también a contrapelo de nuestra propia renuencia y si -como en el caso- la novela es buena, terminará por persuadirnos de que nada, absolutamente nada de lo contado, ha sido inútil. Porque la condición natural de la novela es la imperfección. Entendámonos: No es que el lector le perdone la imperfección, no: es que sabe o al menos admite que sin ella la novela que acaba de atraparlo entre sus redes no sería tal. Como dijo Tennessee Williams "Mata mis demonios y mis ángeles morirán también." 

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19 de enero de 2010
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Los pequeños detalles

Jude Law, el actor que me conquistó definitivamente en Enemigo a las puertas,  ha declarado que su vida algunos días le entusiasma y que otros le deprime. Por fin una estrella de talento y bellos ojos verdes dice la verdad y no le importa que se sepa que no vive encaramado en la euforia, en lo positivo, en el optimismo. Y que alguien de éxito no tiene por qué sentirse exitoso todo el tiempo. Y que alguien con la autoestima por las nubes de vez en cuando tendrá que bajar a tierra para aprender desde abajo. Quizá por eso se ha empezado a reivindicar el pesimismo y a equilibrar los equipos directivos con personajes, hasta ahora arrinconados en el sótano de la sociedad, que ven y comprenden el lado negativo de la realidad.

Aunque por mucho que nos equilibremos, ya sabemos que la vida nos propina una de cal y otra de arena y es imposible mantenerse inalterable. Nos entristece el terremoto de Haiti y no sabemos cómo encajar las terribles imágenes que nos llegan con las de nuestra vida real, y la muerte y la pobreza con la vida y la comodidad. Aquello lo sentimos pero no lo padecemos,  y nos culpabilizamos por tener sensaciones agradables, impensables para quienes están en aquel país rodeados de tragedia y dolor. Paradojas de la vida.

Hoy me siento mal y bien, creo que encajo en el esquema de Jude Law. Me siento mal porque está pasando algo terrible agrandado por el caos y la desorganización, como si jamás aprendiésemos de las sucesivas catástrofes en países pobres como Haití para saber hacerles frente. Y no puedo evitar sentirme bien mientras callejeo por Madrid en esta tarde fría y gris. Me encanta andar por esta ciudad, donde todavía hay sensaciones a las que agarrarse, cápsulas del tiempo que están ahí para quienes quieran volver atrás un rato, porque volver atrás siempre serena. Frente a los acontecimientos y al revoltijo en serie de todo a un euro, aún nos quedan en el viejo Madrid tiendas dedicadas, por ejemplo, sólo a mantelerías. Me quedo embobada escuchando a la dependienta, que lo sabe todo sobre mantelerías. O tiendas donde sólo se encuentran tejidos. Me paseo entre rollos enormes de telas pensando qué podría hacer con ellas. Unos cojines, una colcha, cortinas. Ya no se cose, todo se vende cosido muy lejos, en China. Pero es muy agradable la idea de hacer algo con las manos y apartarlas un rato del teclado del ordenador. Coger aguja, hilo y concentrarse en hacer un dobladillo. No quiero decir con esto que las mujeres nos volvamos a encerrar a bordar, pero el costurero a rebosar de hilos de colores, dedales, alfileres, imperdibles formaron parte de mi infancia y siempre procuro tener uno en mi casa bien a la vista, aunque no lo toque. Me da sensación de paz y de paciencia.

Así que un impulso me lleva a Pontejos. Este comercio es un clásico, una catedral de las pequeñas cosas. La hogareña madera de la fachada anuncia que se entra en lo íntimo, en un mundo saturado de millones de detalles, que tapizan las paredes, con los que hacer algo con las manos, con los que armar cualquier cosa. El problema es que hay tanto de todo que, como no se vaya con una idea clara de lo que se quiere, te vuelves loco. Los dependientes están especializados en todo tipo de abalorios y te envuelven tres botones y medio metro de cinta como si hubieses comprado una pulsera de brillantes.

De Pontejos, pasando por las joyerías de la calle Zaragoza, con sus escaparates llenos de plata, me topo con el gran hallazgo de esta tarde en la calle Toledo, un establecimiento sin adornos, a la antigua, llamado Casa Hernanz. Se anuncia como alpargatería y cordelería, y no puede ser ya más cápsula del tiempo. Es un sueño para el que necesite cualquier material con el que hacer cualquier cosa. Desde rafia, a mallas de todo tipo a yo qué sé qué, todo, pero sin salirse de su especialidad. Quizá esta crisis podría ser una oportunidad para volver a los oficios y al trabajo cercano. Pego el oído: también este dependiente envuelto en un guardapolvo azul sabe de lo que habla. Le dice a una señora que el tapizado que se lleva debe tenerlo en remojo toda la noche. Sabe tanto que me quedaría oyéndole toda la tarde. De pronto me pregunto cómo he podido sobrevivir sin conocer esta tienda, sin hacer algo con las mallas y la rafia. Siento la tentación de llevarme unos metros de cada, pero la resisto, comprendo que están mejor aquí, que en mi casa metidas en algún armario, y me marcho contenta y deprimida.

 

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19 de enero de 2010
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Un mal progre

 

Peor que un comunista: un mal español. Siempre recuerdo eso que Franco dijo sobre Berlanga después de ver en privada proyección "El verdugo". Yo me siento un mal español a la manera berlanguiana. Y un mal progre a mi manera. Si quieren insultarme llamándome progre no aciertan el tiro. Ni me insultan, ni lo soy, ni lo fui ni se me espera. Al menos que los progres sean traidores de sí mismos. Soy más bien conservador, por eso voto a los socialdemócratas. Nunca he sido comunista. Cercano al marxismo de los hermanos. Y al de Paul Lafargue que reivindicó la derecha. Admirador escritores como Junger, Mircea Eliade o Celine. Con todas mis simpatías por el descreído Cifran. Interesado por las religiones. Capaz de hacer kilómetros para encontrarme con una derruida vieja iglesia. Visitante de monasterios. Seguidor de Juan Sebastián Bach. Amante de la ópera. Jugador de golf. La película que prefiero del desaparecido Rohmer es "La Inglesa y el Duque" una ácida mirada contra el pueblo revolucionario en la Francia de la guillotina. Todas mis simpatías tiene el conservador De Maestre. Y me gustan los cínicos desde los griegos hasta Lech.

Firmo aquello que dijo una vez el maestro Joseph Pla a un joven anarquista: " Oiga, la naturaleza está llena de terremotos, de tempestades, de inundaciones y encima de tanto cataclismo ¿además quiere usted hacer la revolución?

Me emocioné en los lugares del Viejo Testamento en Palestina. He dormido en la iglesia de la Bocca de la Veritá en Roma, me llevé muy bien con los monjes ortodoxos. También he dormido, gracias a un familiar religioso, en el convento de la Estación de la Verónica en Jerusalén.

Gracias a Dios soy ateo desde que cumplí catorce años y me enamoré de Melibea. Crecí leyendo en ABC, y sigo frecuentando ese periódico liberal, monárquico y de derechas. También "La Vanguardia" y "El País". Soy del Atlético de Madrid. También me enamoré de Grace Slick, Catherine Deneuve y Patti Smith. Me encanta Santa Teresa, su vida y la imagen vaticana de Bernini, tan erótica. El poeta que mas me emociona sigue siendo San Juan de la Cruz. Desprecio a la mayoría de los que se suben a los púlpitos. A los que se cierran con su fe. Y a la mala gente. Recomiendo que se vea "La cinta blanca" para entender mejor con quiénes no quiero estar, crecer, hablar ni discutir.

Si que me emocionen algunas canciones de Víctor Manuel. Adore a Ana Belén. O sea amigo de poetas rojos o de cantantes tan disparatados como Sisa o Albert Pla. Si haber seguido y cantado a Bassens o Paco Ibáñez es ser progre. Pues sí. Lo seré. Pero al menos concederme que soy un mal progre. Intentaré ser peor.

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19 de enero de 2010
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Los tarros y cremas

El signo más rotundo del progreso social y material se manifiesta en la mayor o menor batería de tarros y productos cosméticos que se alinean y exponen en el cuarto de baño.

 No se exhiben como una directa exposición de estatus o poder sino que son, poco a poco, consuetudinariamente, un registro de la respuesta a las solicitudes estéticas de la contemporaneidad junto a un síntoma de las muchas preocupaciones importantes que ha despertado la apariencia.

 La gran ventaja de esos recipientes que compiten en diseño y esplendor, a la manera de joyas, es que no se refieren en absoluto a la medicina en sentido estricto sino que toman a la salud, en todos los casos, como un apoyo para su finalidad estética.

La acumulación de colonias, lociones, antiarrugas, crece pelos, hidratantes, limpiadoras, antiojeras, modeladores, revitalizantes, etcétera, poseen en común su propósito de mejorar la visión del cuerpo no necesariamente sus funciones. Enfrente, debajo o a los lados del espejo se extiende el desfile de productos químicos, aromatizados, refinados, coloreados, que el sujeto destinará a potenciare su mejor aspecto físico, primero ante la  probatoria imagen del espejo casero y, después, frente a la mirada de los demás, transmutada en un capital espejo cosmético puesto que lo decisivo de este conjunto de pomadas, tubos y ampollas viene a ser el logro de una imagen  que reciba el refrendo positivo de los otros.

En  ese lugar del cuarto de baño, santa santorum de nuestro rostro, se hacinan no ya una relación de fármacos que atienden su salud -que también- sino una fila de compuestos que procuran presentarnos de la mejor manera, radiante, optimista y saludable.

Que haya desaparecido el pudor ante la superabundancia de potingues y afeites, todos ellos supuestamente íntimos, se debe a haberse convertido este interior en un tópico repetido en unos hogares y otros, siempre más caros y complejos entre los ricos, más comunes y escasos en la casa del obrero, pero asombrosamente crecientes en cualquier hogar occidental, el medio rural y la periferia urbana incluidos.

 Aquel cuidado personal que, al comienzo del urbanismo, consistía principalmente en mirar a derecha e izquierda antes de cruzar la calle, ha evolucionado hasta mirarse detenidamente uno mismo, a derecha e izquierda, antes de salir de casa.

La casa, donde el reposo, al sosiego y la higiene,  formaban parte de su oferta interior ha añadido a sus funciones el tratamiento estético del cuerpo, sea del cutis, el cuero cabelludo, los michelines, las bolsas o las pistoleras. Todo ello no en cualquier sitio indiferenciado  de la casa sino precisamente en el cuarto de baño que pronto fue, con la urbanización, el remedo de la clínica, punto donde se hallaban las tiritas y las tijeras, el alcohol, los hipnóticos,  los analgésicos y, progresivamente, las drogas más fuertes. Lugar idóneo pues para el suicidio  y cámara básica para introducir sobre el cuerpo variables dosis, más o menos simbólicas, de vida o muerte.

 Dentro del cuarto de baño estamos solos y su alicatado de morgue, el bruñido de sus grifos y la aséptica impenetrabilidad de su loza, hacen sentirlo como una antesala del radiante mausoleo, entre extremadamente frío y aseadamente dulce.

De hecho son así, como presagios de una última metáfora, todos los envases, a menudo formalmente sofisticados o diabolizados, con secretas sustancias para combatir la edad o la fealdad. Así en el mismo recinto donde la muerte se representa en su mobiliario duro u óseo, las cremas son la evocación de los ungüentos para el embalsamiento. Nos lavamos, nos enjugamos, nos empastamos el rostro, la cabeza y las manos. Nos hidratamos para aplazar la sequedad o la decadencia, la aspereza o el agostamiento. O exactamente nos impregnamos el rostro con cremas de pepino, de aloe vera o de zanahoria, pero incluso de oro o de caviar que como antioxidantes reproducen la práctica faraónica que inyectaba elixir eterno en la carne y aplicaba máscaras de metales y piedras preciosas en el rostro o contra el rastrero quehacer que trae la muerte.   

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19 de enero de 2010
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Ahorrémonos el bochorno

Lo primero es restablecer el orden. Evitar el saqueo y el crimen, proteger a los más desvalidos de los 3.000 delincuentes que el terremoto liberó de la cárcel y de los muchos hambrientos y sedientos que los instintos de supervivencia pueden convertir en lobos. La vida debe regresar a la mínima normalidad que permita repartir alimentos y agua, organizar los campamentos para quienes se han quedado sin casa, asistir a los enfermos y heridos y terminar de enterrar a los muertos. La jerarquía de tareas es tan evidente que da vergüenza pensar en quienes la invierten por pruritos nacionales, celos, protagonismo, o lo que es peor, por antiamericanismo espontáneo. Haití necesita urgentemente que se imponga el orden y esto sólo puede hacerlo un ejército de una superpotencia vecina y con estrechos lazos con su población como es Estados Unidos.

Las catástrofes suelen proporcionar una buena medida de la calidad política y moral de los dirigentes y de los países donde se producen, así como de sus vecinos. Así sucedió con George W. Bush respecto al Katrina. El terremoto de Haití ha demostrado que la fibra de los políticos norteamericanos está mucho más tensa y viva en esta ocasión, incluyendo al propio antecesor de Obama. No hemos tenido nada de una gravedad equivalente en España que nos permita realizar la simulación en nuestra imaginación, pero casi por definición es imposible pensar que Felipe González y José María Aznar acudan a La Moncloa para hacerse una foto con José Luis Rodríguez Zapatero, para hacer un llamamiento a recoger fondos, y que luego firmen un artículo conjunto en el principal periódico y abran un site de Internet, gonzalezaznar.org debería llamarse, como lo han hecho Bill Clinton y George W. Bush con Obama, en el New York Times y en la red bajo el nombre clintonbushhaitifund.org. Pero regresemos a la cuestión inicial. La Unión Europea, primera potencia mundial en cooperación y ayuda humanitaria, no debe gastar ni un segundo de tiempo ni un gramo de sus energías en criticar o recelar del papel que está jugando el ejército norteamericano en la recuperación del orden en Haití. Debería considerarse una vergüenza y una indignidad cualquier acto de protagonismo personal o de reivindicación de un papel nacional en esta materia. España, que tiene la presidencia de turno de la UE, lo ha hecho muy bien hasta ahora, sin codazos fuera de lugar pero tampoco inhibiciones. El ministro de Exteriores francés, Bernard Kouchner, ha demostrado la mayor sensatez sobre todo esto, aunque la verdad es que no sé yo muy bien si Sarkozy sabrá refrenarse. Ahorrémonos, por favor, el bochorno de esas protestas diplomáticas y declaraciones que denuncian la ocupación y la contraponen con la ayuda humanitaria. La primera ayuda humanitaria es proporcionar tranquilidad y orden a los damnificados y esto es lo que está haciendo ejemplarmente la América de Obama. (Enlaces con el artículo de Bush y Clinton y con su site en internet para recoger fondos).

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19 de enero de 2010
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La excelencia universitaria

 

La pregunta por la calidad de nuestras universidades fue durante mucho tiempo otra pregunta retórica: presuponía, de antemano, su respuesta. Por hábitos adquiridos de aislamiento anacrónico, se respondía que esa era una pregunta no pertinente; y en el peor de los casos, impertinente. Se solía acusar a la competencia de extranjera; a la evaluación, de atentado contra la autonomía universitaria.  El hispanismo castizo fue un reducto juriásico de autoridades incólumes y autoritarismo entrañable.
 
Felizmente, esas supersticiones han cedido y las universidades nuestras creen hoy que la calidad debe ser documentada, como en las más exigentes universidades estadounidenses; y que la evaluación periódica, hecha con rigor en las universidades inglesas, decide el estatus de los mejores programas.  Debe haber terminado la larga hora del catedrático dueño de la verdad, del tribunal y del juicio.
 
El hecho es que nuestras universidades reposaban en su mitología, más allá del bien y del mal. El autoritarismo, las prácticas endogámicas, el caciquismo, el horror a las nuevas ideas, a la teoría y al cambio, pusieron en entredicho su misión humanista y científica. Algunas se conviertieron en aldeas misantrópicas.
 
La competencia, el estímulo, la cooperación internacional y la evaluación animan hoy la renovación académica; democratizan los hábitos y sostienen una cultura de consensos en torno  a las competencias, los proyectos interdisciplinarios y la rendición de cuentas.  Hoy sabemos que buena parte de la calidad del futuro de nuestros países se decide en ello. Por eso, las mejores universidades son aquellas que ofrecen mayor atención a sus estudiantes y  más estímulo a sus profesores jóvenes.
 
La vieja sentencia “Lo que Natura no da, Salamanca tampoco” (o "no presta," en otra versión) tendría que ser actualizada: Natura siempre da; Salamanca, para tener sentido, debe ayudar a descubrirlo.
 
Todas las grandes universidades han empezado programas de internacionalización, que incluyen equipos de trabajo multidisciplario, cursos inter-campus,  becas de capacitación, intercambios y proyectos de largo aliento. Y, para los estudiantes, períodos de estudios e investigación en el extranjero, requisitos de lenguas para graduarse, y programas internacionales que integran ciencias sociales y políticas, humanidades y ciencias naturales.
 
La educación ha adquirido hoy una definición, por un lado, del todo moderna: reconoce los límites de un campo disciplinario, ensaya métodos de investigación aleatoria, se beneficia de las tecnologías de la comunicación, afinca en la práctica y la productividad, se debe al diálogo y al relevo; por otro lado, se ha hecho más humanista y retoma como su tarea formar mejores ciudadanos.  De allí que grandes sistemas universitarios como el Tecnológico de Monterrey introdujera las humanidades para sus profesiones técnicas, y que la Universidad de Texas haya propuesto la ética como su eje curricular. 
 
Por todo ello, resulta estimulante el proyecto “Campus de excelencia” promovido por el Ministerio de Educación, que convocó a las universidades españolas a un concurso de proyectos de desarrollo capaces de potenciar sus recursos y mejorar su nivel de competencia. Ciento cincuenta millones de euros serán destinados a apoyar proyectos que tengan como objetivo una mayor visibilidad internacional. O sea, mayor impacto y validez gracias a los trabajos de investigación que sean capaces de producir. Cincuenta universidades se presentaron al concurso y han sido elegidas quince, a saber:
 
De Madrid: Complutense, Autónoma, Politécnica y Carlos III. De Cataluña: Barcelona, Autónoma, Pompeu Fabra y Rovira y Virgili. De Andalucía: Granada, Sevilla y Córdoba, que lidera un proyecto conjunto con las de Jaén,  Almería, Huelva y Cádiz. Y las de Cantabria, Santiago de Compostela,  Oviedo y Valencia. Tengo una larga relación con algunas de ellas, y soy testigo de sus varias calidades y esperanzas.
 

Este proyecto es uno de lo más  creativos y prácticos apoyos a la calidad universitaria española de los últimos años,  y merece ser tomado puntualmente en serio.  

 

Aunque todos tenemos reparos a cualquier forma de categorizar las mejores universidades, el hecho es que entre las cien citadas como tales el año pasado no había ninguna universidad hispánica. Entre las doscientas mejores del mundo, una suma piadosa del Times Higher Education Supplement, que nombra más de las que vale la pena recordar, aparece en el lugar 171 la Universidad de Barcelona.

 

No deja de ser irónico que la única universidad española en asomar cabeza en esa lista de consolaciones, sea una de las pocas de cierta categoría que sigue careciendo de una cátedra de Literatura Latinoamericana. ¡En Barcelona, la capital del libro, donde empezó el mejor período literario moderno, el de innovaciones, de la novela cervantina! 

 

Será difícil que una universidad reclame hoy excelencia sin asumir la creatividad del español internacional, esta lengua que nos habla desde el futuro.

 

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18 de enero de 2010
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El Boomeran(g)
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