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Lennon, hace setenta años

 

"El noventa por ciento de la gente de mi generación nació gracias a una botella de whisky un sábado por la noche y sin la menor intención de tener un hijo...La verdad es que nunca fui un hijo deseado" Eso lo dijo John Lennon.

Un día cómo hoy, nueve de Enero de 1940, más o menos a éstas horas tempranas de la noche, un sábado como hoy, en un barrio de Liverpool, en una casa de trabajadores en la calle Newcastle Road, 9. Eran los últimos días de unas vacaciones navideñas de su padre, Alf Lennon: camarero auxiliar en el trasatlántico, "Duchess of York", buen bailarín, dotado para el cante, para los bares, las diversiones y con ingenio punzante que heredaría su hijo, John. Ya estaba casado con la que había sido su amiga, novia y muy parecida en carácter, la graciosa pelirroja Julia Stanley, buena bailarina, bebedora y la más animada de todas las fiestas. Eran de parecidos entornos, de similares barrios y de gustos muy parecidos. Una simpática pareja de veinteañeros, con trabajo incierto, con futuro dudoso y con presente lleno de problemas. El navegando muchos meses al año, ella intentando no aburrirse en la espera. No tenían casa propia y tenían que soportar una convivencia problemática en casa del  padre de Julia, su marido, Alf, les parecía uno de las peores elecciones que podía haber hecho su hija Julia.

Después de meses en el mar, en esas vacaciones de los primeros días del duro año cuarenta, la joven pareja tuvo unas horas de tranquilidad en la casa de los Stanley. Habían bebido e hicieron el amor en el suelo de la cocina. Fue su único hijo. Alf se embarcó, ella se quedó embarazada de John. Pocos años después, después de que Alf siguiera navegando meses fuera de Liverpool, Julia tuvo otro embarazo. No podía ser de su marido. Se terminó la convivencia de los padres de un niño llamado John.

Hoy, setenta años después de su gestación, brindo por uno de los tipos que más me han interesado en mi vida de mitómano. Y también en las otras vidas. Todo esto lo sabemos por esa biografía que alguna vez ya he citado, ese minucioso trabajo de ingleses. Concretamente del inglés Philip Norman.

¿Nos interesa saber cómo, dónde y por qué nos gestaron? Seamos deseados o no. Seamos buscados, esperados, protegidos, mimados y muy queridos, todos somos producto de un azar. No todos, creo, necesariamente de una noche de sábado, whisky y guerra. Algunos llegamos en la paz ominosa del franquismo. A cada uno nuestra guerra interior.

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9 de enero de 2010
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Colérica pelea entre dos escritoras

 

La pérdida de la inocencia hace inevitable la pérdida del pudor. Una vez extraviada la ciega confianza del espíritu en sí mismo se desencadena una interminable sucesión de actos vergonzosos. De ahí que tanto lo ingenuo como lo púdico no pueden seguir siendo, a lo largo de la vida, virtudes instintivas. Sólo elaborándolas como impostura, como consciente restricción del ser, se recupera la elegancia metafísica que, asociada a la belleza, tanto nos deslumbra.

En su ausencia, el espectáculo social sólo es previsible. Ahora, en Paris, dos escritoras se intercambian amargas acusaciones de plagio y presunción. Camille Laurens lamenta furiosamente haber sido víctima de un "plagio psíquico" y exige al editor de las dos autoras, Paul Otchakovsky-Laurens, que elija de una vez: o ella o yo.

Marie Darrieussecq, que también ha escrito sobre las angustias de ver morir a un bebé, reclama su derecho a escribir sobre cuánto le plazca y publica un ensayo (Rapport de police) acusando a Laurens de padecer un viejo síndrome: el deseo de ser plagiada.

La trifulca saca a flote las viejas polémicas sobre el derecho del escritor a utilizar su propia vida como hilo argumental de la novela: ¿hay invención o sólo transcripción de anécdotas? ¿Es la literatura un mero oficio narrativo o una rara creación de construcciones singulares?

La disputa mundana, sin embargo, sólo se fija en lo esencial: un hombre entre dos mujeres celosas.

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8 de enero de 2010
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De lo enigmático a lo filosófico: Hesíodo y Homero

Rafael Argullol: Por tanto Edipo sería por un lado un problema de distancia, por otro lado el del paso de un tipo de sabiduría mistérica y enigmática a otra sabiduría que es la filosófica. 

Delfín Agudelo: En esta medida, ¿cómo funciona el paso de la sabiduría enigmática a la filosófica?  ¿A través de qué géneros o manifestaciones?

R.A.: Pienso que uno de los grandes atractivos de la cultura griega, y que quizás es lo que ha producido el impacto enorme que ha tenido con posterioridad, es que dibuja con notable claridad este paso. Diría que al menos desde nuestra perspectiva histórica actual con mayor claridad que en otras culturas. Por ejemplo, incluso la otra gran cultura escrita de la humanidad, que es la cultura de la India,  no plantea con tanta claridad ese dibujo. En el caso de Grecia me da la impresión de que el mecanismo que preparó el traslado de la sabiduría enigmática a la filosófica fue la escritura porque la escritura, que fue la conjunción del alfabeto fenicio, la lengua griega y el papiro egipcio como sostén para realizar esta escritura, facilitó un progresivo rigor y una progresiva fijación de aquello que en la memoria oral circulaba a través de distintos afluentes.  La escritura fue, pues, recoger en un río lo que antes eran una multiplicidad enorme de afluentes.

Dentro de ese contexto es evidente que lo que he llamado sabiduría enigmática tiene sobre todo su terreno abonado en la épica, que es la consecuencia inmediata de toda la tradición oral. Cuando nosotros leemos a Hesíodo y a Homero estamos leyendo una fijación escrita de un enorme territorio oral que procedía de siglos y milenios anteriores, en el cual el mito era la piedra angular de esa sabiduría enigmática. Entonces el mundo de Hesíodo y de Homero es claramente la cabeza del iceberg de toda esa inmensa montaña sumergida que es la memoria oral y plural de los distintos pueblos que luego convergieron en Grecia, y probablemente también de los pueblos adyacentes de medio  y extremo oriente o del norte de la África actual. Lo que ocurre es que la épica, al recoger esa gran e irregular y múltiple tradición oral, esa sabiduría enigmática que se presenta como un rompecabezas en fragmento, empieza también a sintetizarla, como es el caso muy claro de Hesíodo. Un libro como la Teogonía es la depuración, la destilación de ese mundo desbordado e irregular de los mitos a través del cual se manifestaba la sabiduría enigmática. Por tanto Hesíodo y Homero serían el punto de inflexión donde la sabiduría enigmática llega  a su formulación más pura y donde se está preparando ya el camino para la sabiduría y escritura filosófica.  

 

 

 

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8 de enero de 2010
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Breviario del año que acaba: el caso de la Cumbre de Copenhague (6)

 

Se supone que los gobernantes reunidos en Copenhague conocen el informe de sus asesores científicos: un análisis de la gravedad del cambio climático. Y que si aceptan discutir las propuestas de la agenda es porque desean evitar las consecuencias del emponzoñamiento ambiental. Que la Cumbre se haya cerrado sin acuerdos ejecutivos deja en evidencia la alternativa que han resuelto en esta ridícula reunión: en lugar de exigir a sus votantes de hoy una vida menos grata, prefieren dejar a los gobernantes de mañana la tarea de administrar lo que vaya a venir. No es que los mandatarios quieran evitar la presión negacionista de lobby's petroleros y fabricantes de coches; ni que les preocupe alterar la renqueante recuperación económica; ni que teman la competencia de los países insurgentes (libres de la agitación ambientalista); en realidad su omisión es el resultado de su impotencia.  No pueden modificar el rumbo de una economía fundada en el despilfarro. Y ninguno de ellos quiere ser el primero en proclamar el fin de la fiesta que nos ha hipnotizado durante cincuenta años. Se conforman imaginando que la fuerza de los acontecimientos futuros -más imperiosa que las campañas de Greenpeace- será más convincente que una decisión "precipitada".

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8 de enero de 2010
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IV. Invitados que se colaron

Los controles del Servicio Secreto, férreamente tejidos alrededor del presidente de Estados Unidos,  resultaron quebrantados de tal manera por la aventurada pareja de buscadores de fama, que el hecho sumió en el bochorno a los responsables de la seguridad personal de Obama y de su entorno. Los Salahi, muy campantes y airosos, hicieron fila para saludar al presidente, se fotografiaron con él, alternaron con los demás invitados a su gusto, y cenaron y bailaron toda la noche.

            Ahora, famosos gracias a su osadía, están dispuestos a dejarse entrevistar por los más reputados programas de televisión, siempre que las paguen las gruesas sumas que ellos piden, claro está; han contratado una jefa de relaciones públicas, cobran aún por dejarse fotografiar, y no sería extraño ver pronto en el mercado sus productos personales, un sarí que haga moda, por ejemplo, camisetas, aretes, osos de peluche y tazas para el café, y, por supuesto, el consabido libro en el que cuenten cómo prepararon el golpe de su entrada triunfal a la Casa Blanca, burlando a todo el mundo.

            El fugaz momento que la fama depara a los mortales, del que hablaba Andy Warhol, para disfrutarlo mientras dure.

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8 de enero de 2010
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El polvo

De una forma natural, las casas producen, reciben o enferman para cubrirse más o menos tenuemente, más o menos tardíamente, de polvo. No se trata de cargar con el peso de un detritus propiamente dicho, asqueroso o infame o signo de menesterosidad.  Incluso las familias mejor establecidas, más acaudaladas y famosas sufren también está especie de superficial eccema propio del habitat en cuanto tal, en cuanto por sí mismo, al estar, el  habitar atrajera una segura y variable cantidad de polvo.

 De hecho, sin hacer nada en su contra cualquier piso o residencia acabarían cubiertas de polvo y al transcurrir el tiempo, acaso secular, aparecerían enterradas por el polvo. Consecuentemente, la idea del polvo no puede despacharse remitiendo su circunstancia al expediente de la suciedad.  Más que a la suciedad propiamente dicha el polvo forma parte de la temporalidad.

El polvo se extiende como una lámina de fina temporalidad que navega  a lo largo y ancho del espacio. Su destino es seguir flotando sin final preciso pero, a la vez, posee en su seno una extremada ansiedad  por aparearse con  los objetos.  De una parte el polvo encarnaría la gigantesca soledad a granel y de otra los objetos, una  soledad al detalla de cuya semejanza conceptual se deriva que el polvo presente tan una fuerte y asidua querencia por envolver las cosas, sean grandes o pequeñas, objetos todas ellas de una vida doméstica en donde el polvo vive y, acaso crece, en combinación amorosa y sexual.

 Los objetos parecen estables mientras el polvo es nómada. Si embargo, es tan vasta la manada polvorosa, tan audaz y copiosa a la vez que el reposo del polvo se halla siempre incluido en el desarrollo  de sus itinerarios, en alguna etapa de sus infinitos viajes de un confín a otro del mundo y en virtud de una misión que no conoce destino fijo. De este modo el polvo mezclado al devenir de la especie humana, se manifiesta, a través de unos u otros objetos, como una masa sustantiva. En ella se hallarán huellas del pasado y del presente, pero incluso incipientes formaciones de polvo que por su querencia comportan algún atisbo, probablemente esotérico, del porvenir.

 Al polvo lo odiamos como a los seres extraños o denigrantes. Las amas de casa en cuanto símbolos vivientes de la limpieza sienten al polvo como un obstinado enemigo, un accidente mortal que es preciso combatir sin tregua, día tras día, para lograr un escenario puro, libre de una presencia cuyo contenido es tan multívoco como imposible de anticipar.

 El brillo se evoca como la prueba más fehaciente de falsación, popperiana sentencia de que el polvo no está. La violenta elocuencia del brillo desbanca la presencia del polvo o también sus armas letales convierten las superficies en espejos y logran, en su reluctancia,  que el polvo, huidizo en sí, haya salido huyendo.

El brillo cuando viene a ser la consecuencia de una extremada limpieza conlleva el exterminio del polvo y es indicador en adelante de las primeras huellas de una primera y tímida aproximación.  En las copas, la plata, los espejos, la mesa, las repisas barnizadas, el polvo está presente o no en función de la eficiente vigilancia que el quehacer doméstico empeña en el combate

De hecho ¿cómo ignorar tras la experiencia en este mundo que el polvo emigra, nos envuelve, nos adora, vuela incluso de uno a otro continente y lleva consigo de un extremo a otro las micropartículas del desierto o los intáctiles gránulos del hielo. Día tras día, minuto a minuto, el polvo expresa su necesidad de aterrizar sobre el objeto, sea por la larga fatiga que arrastra en su continua suspensión como, porque ya exhausto de sus incesantes desplazamientos, se deja caer. Polvos unos que todavía jóvenes, pueden seguir su prolongada nube en el cosmos y polvos moribundos que al precipitarse  sobre los objetos llegan a apegarse con tal desesperación a su materia que los objetos mismos mueren bajo su copulación.

 Sin polvo, puede creerse, viviríamos mucho mejor pero exactamente la idea de que "polvo somos y en polvo nos convertiremos" ata nuestro final  al suyo. Somos polvo y vamos pulverizándonos. Somos cuerpos de polvo compactado que va disgregándose. Somos nosotros cuando sacudimos el polvo o lo retira un año quienes nos vamos demediando.

El punto final tiene lugar cuando nuestras cenizas convertidas en polvo puro, sin paliativos, son lanzadas al aire y en ese espacio sin apoyo nos reunimos con las cenizas y polvos de los otros, personas y objetos, que realizan fatalmente el eterno viaje de las grandes polvaredas, entre su extravío y su extenuación.

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8 de enero de 2010
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¿Quieren dejarnos a oscuras?

Los conflictos sobre la libertad de expresión pueden enfrentarse de dos formas elementales. La de los regímenes autoritarios, que consiste en partir de la idea de que todo está prohibido a excepción de lo que está explícitamente autorizado. Y las de los partidarios de la libertad, que parten de que todo está autorizado aunque en circunstancias muy concretas y muy bien fundamentadas pueda llegar a producirse de forma muy excepcional alguna restricción ocasional. Simplificando, hay quienes eligen siempre la censura cuando se trata de escoger entre permitir la publicación de algo o restringirla; y quienes eligen siempre la libertad cuando se les plantea el dilema. Estados Unidos de América, con su magnífica Primera Enmienda, versus Europa y el resto del planeta, si se me permite hacer todavía más plástica la simplificación.

Desde las estructuras funcionariales de los Estados europeos se suele cultivar con mayor pasión la cultura de la censura que la de la libertad. También les sucede a gobiernos y parlamentos, a los irlandeses sin ir muy lejos, que han convertido la blasfemia en delito. A los británicos, con su jurisprudencia antilibelo, que puede permitir a delincuentes protegerse o indemnizarse a costa de los periódicos que hacen su trabajo. A los italianos, detrás de su último Duce, con su monopolio televisivo y su acoso a los escasos medios escritos que no controla. Les sucede también a veces a gente aparentemente liberal, como los que consideraron una pasada la publicación de las caricaturas de Mahoma o andan siempre con su vara de medir desde sus distintas correcciones políticas para exigir una prudencia y una contención que son autocensura e inhibición automática ante los peligros de la libertad. Y en general a quienes desconfían de todo lo que sean medios, y sobre todo Internet, y consideran que debe someterse a una regulación superior. Estar en contra de la censura, la restricción, el control y la regulación es una cuestión, ante todo, de filosofía política. Pero también lo es de actitud profesional: es difícil de concebir que periodistas, escritores y artistas estén a favor de que sus producciones sean sometidos a cualquier tipo de control o de sanción de una autoridad superior. Para mi gusto también es cuestión de ciudadanos libres, que desean tener acceso también libre a las informaciones relevantes. Y de confianza en el debate y la confrontación democráticas. Por eso es alarmante y extraña la reciente sentencia del juez de Madrid, Ricardo Rodríguez Fernández, que condena a un año y nueve meses de prisión, inhabilitación para ejercer el periodismo, multa de 18.000 euros e indemnización de 130.000 a los periodistas de la Cadena Ser, Daniel Anido y Rodolfo Irago, por un supuesto delito de revelación de secretos, consistente en haber dado a conocer a través de Internet una lista de los 78 militantes del PP de Villaviciosa de Odón irregularmente inscritos en este partido. La inversión de valores y la tergiversación de la justicia no puede ser más escandalosa en este caso, en el que la información era veraz, se hizo correctamente, era relevante y en cambio se ha buscado los más intrincados recovecos jurídicos para proteger el secreto de las listas de militantes de los partidos y poder así condenar a quienes habían hecho decentemente su trabajo y cumplido con su obligación profesional y ciudadana. No difiere mucho del juez la actitud de la fiscalía general del Estado, que para congraciarse con los periodistas ha pedido que se rebaje la condena a cinco meses de prisión; es decir, que considera probada la existencia de un delito, en vez de pedir la libre absolución de cualquier cargo. ¿Delito revelar la lista de los afiliados a un partido? Debiera ser una obligación de todos los partidos poner a disposición del público la lista de todos sus miembros y cargos. ¿Qué tendrá de malo pertenecer a un partido que pueda formar parte de los datos privados a los que no puede tener acceso el periodista? Lo que hubiera sido una falta profesional imperdonable hubiera sido no publicar la información teniéndola, o esconder la prueba definitiva de su veracidad, que era la lista, pudiendo ponerla a disposición de los lectores. La sentencia es de una extrema gravedad para la libertad de información. De prosperar esta extraña teoría que convierte la afiliación a un partido en un dato tan reservado como padecer una enfermedad nos encontraríamos con una nueva barrera que protegería unos datos perfectamente relevantes e interesantes para el conjunto de los ciudadanos. Y más, como era el caso, cuando la afiliación en cuestión fue irregular y estaba vinculada a un escándalo político como fue el llamado ?tamayazo?. Pero, además, si avanzara la distinción que propone el juez, que excluye a Internet de la plena protección constitucional que tienen los otros medios, nos encontraríamos con la aparición de una aberrante jurisprudencia que nos devolvería directamente a los tiempos de la censura. El derecho a expresarse se convertiría meramente en un eximente en el caso de que entrara en colisión con otro derecho que hasta ahora no era prevalerte, como es el de la intimidad o la propia imagen. La lucha contra el secreto, el derecho a la denigración e incluso a la blasfemia, el acceso a las informaciones relevantes para el público, la libertad de prensa o el simple derecho a disentir y discrepar forman parte del mejor legado cultural y jurídico de la Europa de las luces. Pero a la vista de determinadas sentencias y actitudes, se diría que empieza a ser preocupante la insistencia de algunos en ir apagándolas una detrás de otra. ¿Quieren dejarnos a oscuras? (Enlace con la información publicada en El País).

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8 de enero de 2010
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Isla con exceso de equipaje

Desprovistos de cualquier protección, entran los cubanos por la Aduana General de la República donde les hacen pagar el precio del retorno. Una marca de tiza en la maleta señala a quienes deben pasar por el patíbulo de la tasación y por el asalto institucional del impuesto sobre ciertas mercancías. Curiosamente, los empleados del aeropuerto tienen el olfato fino para detectar a los nacionales que regresan, pues saben que estos llegan cargados de objetos variados e increíbles. Afuera, en la sala de espera, las familias sueñan con abrazar a sus emigrados y fantasean con los posibles regalos, mientras al viajero le pesan su equipaje y le muestran una elevada factura que está obligado a liquidar. Se podría llegar a pensar que en un país donde faltan tantos productos y recursos, la flexibilidad para importarlos ?de manera personal? debe caracterizar al proceso aduanal; pero no es así. Más bien vivimos el otro extremo, con un estricto ?Listado de valoración interno? que obliga a repagar el contenido de las valijas, ya incluyan estas un jabón, una lata de sardinas o una laptop. Todo se complica cuando al ilusionado visitante se le ocurre traer un electrodoméstico o una cámara digital para sus parientes. Si quiere entrar estos implementos de la modernidad deberá sacar de su bolsillo una cantidad que va desde los 10 a los 80 pesos convertibles. Lo cual viene a ser como un rescate que se les da a los ?secuestradores? de lo ajeno, para que el equipo pueda llegar a manos de sus destinatarios. Como una industria del desvalijo, las aduanas cubanas engrosan cada día el número de lo confiscado, a la par que agregan a la caja contadora miles de dólares por concepto de impuestos. Sus grandes almacenes se han llenado de secadores de pelo, Play Station, hornillas eléctricas y computadoras que transportaban los viajeros. El destino de esas mercancías nunca se explica, pero todos sabemos que toman el camino verdeolivo de muchas tantas otras. La Isla parecería, si nos guiamos por las restricciones de entrada, a punto de hundirse por los kilogramos de la abundancia y la prosperidad. Pero todos sabemos que en realidad sus ciento once mil kilómetros cuadrados están a punto de irse a bolina, ante la levedad que le imponen la improductividad y las carencias.

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7 de enero de 2010
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Todo un premio

 

Rompo mi rutina semanal, en esta noche de agua nieve que deja su rastro tenue sobre la techumbre gris del Madrid de los Austrias, para escribir unas líneas sobre una escritora y vecina de blog, Clara Sánchez, que además de buena amiga es una estupenda novelista que acaba de ganar un premio prestigioso, el Nadal, ni más ni menos. Un premio honrado, un premio que se hace prestigioso con sus aciertos, como en este caso.

Lo último que he leído de ella, de Clara, fue "Presentimientos", novela hermosa y singular, de prosa limpia y sin excesos, que cuenta una historia anclada en los linderos de lo fantástico. ¿Qué ocurre con una persona cuando está en coma? Es un tema fascinante que Clara abordó con mucha originalidad y mucho, mucho oficio. Lástima, como se lo comenté en alguna ocasión, que durante la promoción de la novela no tuvieran cuidado de no descubrir el pequeño muelle que hace funcionar la historia, por otro lado, tan bien contada. Leí una novela suya, anterior, "Un millón de luces", y descubrí una escritora que sin alardes técnicos ni pases de magia para la galería, con el simple y primordial barro de las palabras, era capaz de hilvanar una trama que bajo su capa de cotidianidad mostraba la profunda complejidad de las relaciones humanas. Me gusta Clara como escritora, pero además, junto con Rosa Montero -tan amigas, las dos- es de esas personas sensatas y francas, amistosas y sin un ápice de soberbia o vanidad -pese a sus admirables trayectorias narrativas-, tan llenas de perspicacia y buena onda, que hacen  de su compañía un disfrute y un aprendizaje. Nos vemos poco, muy poco en realidad o como le he dicho alguna vez: "de trescientas páginas en trescientas páginas", pero siempre hay con ella esa sensación de retomar la conversación donde la habíamos dejado. Y de estar frente a alguien que ama el oficio. Por eso, que haya ganado este premio es una gran alegría.

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7 de enero de 2010
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Siglo nuevo, nueva década, alma nueva

Invento ejemplar, la medida de los siglos es digna de atención. Los cambios de centuria, por no hablar del cambio de milenio, como aquel que puso patas arriba a Europa en el año 1000, traen mucha agitación. El cerebro de quienes habitan el calendario cristiano gira dos grados y rehace sus ideas en cada inicio de centuria. Son cambios que tardan en llegar al espectáculo mediático siempre ocupado con menudencias frenéticas. Digámoslo claro: el cambio de siglo tarda una década en producirse. Obsérvense los dos últimos.

    En 1800 acaba el siglo XVIII y comienza el XIX, pero eso no es cierto hasta que en 1814 las potencias absolutistas derrotan a Napoleón y lo mandan a Elba. Sólo entonces podemos admitir que el siglo XVIII se ha agotado. Una vez descartado el tirano, Europa se rehízo de arriba abajo y decapitó lo que quedaba de nobleza. Comenzaba la democracia de masas.

    En 1900 acababa el siglo XIX, pero su final verdadero no llegó hasta 1914 cuando estalla la Primera Guerra Mundial, que no era sino la función de apertura del siglo XX cuyo signo heráldico es la hecatombe nuclear. Esa Primera guerra, mero prólogo de la Segunda, señala el punto de llegada del nuevo siglo a la conciencia universal. Luego, revolución en Rusia, disolución de los imperios centrales, cataclismos coloniales, fascismo nipón, revolución en China, barbarie nazi, en fin, las grandes matanzas que han dado al siglo XX su tétrico escudo de armas.

    También nosotros hemos estrenado milenio y vamos camino de celebrarlo. La mutación de las mentalidades es tan lenta como en anteriores ocasiones, pero eso que se denomina "crisis económica" no parece sino un aviso de que la inauguración oficial, con sus juegos de artificio y la pulverización de las momias, tendrá lugar en esta década que ahora comienza.

    Razón por la cual creo llegado el momento de ir tirando a la basura todo lo que ha sido popular, heroico, masivo, tópico o distinguido durante el infame siglo XX. Que nada quede entre nosotros de esos cien años que hieden a carne podrida. Año nuevo, cerebro limpio. 

Artículo publicado el sábado 2 de enero de 2009.

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7 de enero de 2010
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