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El monopolio de la libertad

Pocas banderas tienen tanto prestigio como la de la libertad, que unida a la idea de gratuidad, se convierte en imbatible. Poder blandirla en régimen de casi monopolio puede parecer una contradicción, pero es posible, y es lo que ha hecho Google, el mayor buscador de Internet del mundo. No sólo parece una contradicción; es una contradicción, pero funciona: para aspirar a dominar el mercado mundial, Google tuvo que avenirse a la censura, cosa que hizo desde 2006, cuando abrió la dirección china.cn, reconocida por el régimen de Pekín. Desde entonces, la empresa norteamericana ha expandido sus actividades en China hasta conseguir un 36% de la cuota de mercado en las búsquedas de Internet.

Google ha practicado durante cuatro años la autocensura de forma ejemplarizante para todas las otras empresas tecnológicas instaladas en China. Pero no es difícil aventurar que una buena colaboración con el régimen habrá facilitado también la denuncia y represión sobre los disidentes. Google cuenta con un antecedente de suficiente entidad como para que nadie se rasgue las vestiduras: Rupert Murdoch, el magnate australiano-norteamericano amigo de Bush, Blair y Aznar, y principal propagandista de las ideas neocons con sus guerras preventivas, jamás tuvo rebozo alguno a la hora de dejar todas sus ideas liberales y sus exigencias democráticas en la frontera de la China comunista, para limitarse a defender sus intereses. La decisión de abandonar el portal censurado y redireccionarlo a otro abierto en Hong Kong forma parte de la gesticulación libertaria de Google, pero está guiada, fundamentalmente, por los intereses comerciales, tal como subrayan enfáticamente las autoridades comunistas. El problema es que en el nuevo mundo multipolar en el que hemos entrado, nada hay comercial que no sea a la vez político. Desde Mountain View, la sede de la empresa, se ha tomado una decisión comercial, en respuesta a las decisiones de control político de Zhongnanhai, el compound del gobierno chino. No se trata de una guerra caliente, que vaya a producir una escalada cada vez más virulenta de represalias mutuas, sino de una guerra fría, en la que contará el equilibrio de las amenazas y la disuasión, mientras las respectivas diplomacias informales mantienen abiertos los canales de negociación. Google tiene tanta capacidad de atracción como de conflicto. Mientras se expande a toda velocidad, sus actividades chocan con la propiedad intelectual, la privacidad, los límites morales e ideológicos de algunas sociedades o incluso la libertad de mercado. Convertida en el mayor soporte publicitario del mundo, de donde salen sus principales beneficios, se ha convertido en una trituradora de periódicos y medios de comunicación. Las compañías telefónicas se consideran parasitadas, porque utiliza unas redes cuyos costes no sufraga. China no ha escogido mal a su nuevo enemigo global, porque intentará esconder la censura derivada de sus peores y más bajos intereses de poder detrás de demandas, muchas razonables, respecto a la posición dominante de Google en el mercado. China ha dado una lección totalitaria, de aplicación a todas las compañías que se instalan dentro de sus fronteras: las reglas de juego no se imponen desde fuera, y mucho menos una regla que dicta la libertad de los individuos en un país donde precisamente de lo que se trata es de evitar que los individuos sean libres. Google también saca tajada: nadie enarbola mejor y más alto la bandera de la libertad en el momento en que se están formando variopintas coaliciones en su contra. Pero ambas superpotencias también recogen los heridos de este combate: China no va a contar a partir de ahora con esta marca legitimadora; Google va a perder uno de los mercados de mayor crecimiento y expansión en el mundo. Estamos ante el enfrentamiento entre dos superpotencias por una cuestión de soberanía. Google es un ejemplo de libro de los nuevos agentes no estatales que cuentan en el mundo multipolar y global de fronteras evanescentes. China pertenece al mundo más clásico de las soberanías territoriales conservadas por la fuerza. No hay forma de que cuadren los intereses y los valores de dos universos tan distintos, el de las soberanías individuales globales y móviles, y el de la soberanía territorial con sus fronteras guardadas y sus ciudadanos custodiados. Si una pretende monopolizar la libertad a través de la tecnología, la otra cuenta con el monopolio efectivo del poder a través de la represión policial y militar. Stanley Bing, bloguero de la revista Fortune, asegura que entre estos dos grandes países enfrentados, prefiere vivir en Google que en China. Sólo los patriotas del comunismo chino pueden preferir lo contrario.

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25 de marzo de 2010
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Arte para nobles caducos

No fue necesario ir derribando con artillería de asedio todas y cada una de las ciudades europeas para que de común acuerdo los acaudalados burgos renacentistas demolieran sus murallas. Bastó con que una de las mil urbes fortificadas fuera bombardeada para que todos entendieran que las murallas eran ya mero ornamento. De ese modo se expandieron y ampliaron las ciudades hasta entonces recluidas en el cascarón almenado. El horizonte entró en la ciudad.

    Podríamos decir lo mismo de nosotros, los que vivimos las secuelas de la bomba atómica. Bastó con arrasar Hiroshima y Nagasaki. Nunca más estalló una bomba atómica en lugar habitado, no era necesario. A partir de aquellos dos avisos, la vida de los humanos en la tierra cambió por completo: ahora ya era evidente que podíamos suicidarnos y se cumplía el sueño de un cosmos libre de humanos. Hasta Hiroshima las matanzas sólo podían ser parciales, ahora el Día del Juicio ya no era una figura bíblica. Las consecuencias han sido gigantescas y aún no las conocemos más que por su efecto superficial, ese que suele denominarse "ausencia de Dios", "fin de la historia", "muerte del arte" y otras similares. En un mundo donde es probable la extinción de la especie humana, la vida no puede seguir siendo la misma.

    Cuando tiene lugar alguno de estos sucesos que sin escándalo transforman la vida entera del planeta, se producen a gran velocidad y de modo espontáneo lo que los sismólogos llaman "réplicas". Son casi imperceptibles. La artillería que destruye las ciudades fortificadas es la causa de esas tablas flamencas en las que sobre un paisaje idílico de viñedos y pastores aparecen ciudades fabulosas donde apuntan decenas agujas entre muros almenados. El deseo viene al rescate de la vida que desaparece.

    Fue la creciente masificación urbana y la entrada de la maquinaria en el agro lo que forzó a los pintores románticos a inventar un paisaje apasionado. En pocos años se pintaron toneladas de tempestades marinas, negruras selváticas, remotas lagunas, arboledas atravesadas por un sol mortecino. No estaban copiando montes, ríos, bosques o prados verdaderos y de singular belleza, sino soñando un modo de vida que estaba muriendo y al que sólo se podía aludir mediante metáforas.

    En la soberbia exposición que ha inaugurado el museo del Prado, titulada El arte del Poder, puede vivirse otro ejemplo de metáfora consoladora. Se exponen allí algunas de las más bellas piezas de la Armería Real y los retratos en que figuran al completo o por partes tales armaduras. Son radiantes. La preciosa borgoña de acero y oro que los Negroli construyeron para Carlos V, su celada de parada con el barbote figurando la barba del emperador, la rodela de la Medusa también de los Negroli, oníricas bardas de caballo, sencillos capacetes o armaduras enteras, todas y cada una de las piezas expuestas son magistrales. Sin duda los monarcas pagaron mucho más por ellas que por cualquier tiziano o velázquez y las atesoraron como objetos únicos, preciosos, originales y simbólicos. Es decir, como obras de arte.

    Lo más curioso es que ese ingenioso trabajo, esa riqueza de materiales nobles, esa imaginación creativa, no tenía ningún uso de guerra. Hacía ya muchos años que había pasado el tiempo de la caballería acorazada. Las bombardas que decidieron la batalla de Crècy en 1346 o la artillería de Azincourt en 1415 fueron avisos cada vez más sonoros. En el siglo XVI las nuevas armas de fuego perforaban las placas de acero y es en ese momento, justamente, cuando se desarrolla la locura por las armas ornamentales, las corazas de parada, el espectáculo de una caballería fantástica ataviada con armaduras de poema medieval, sin más uso que el artístico, teatral y simbólico. Podríamos decir que formaba parte de la propaganda de los grandes monarcas, pero sería equívoco porque esas maravillosas esculturas del deseo sólo las podían admirar los mismos caballeros que las coleccionaban.  

    La transformación, sin embargo, a la manera de la artillería destructora de fortalezas urbanas o de la bomba atómica que ha devastado la fe en la inmortalidad humana, trajo también sus réplicas imperceptibles. Una de ellas es la aparición de un retrato ecuestre de suprema grandeza. En su colosal retrato de Carlos V en la batalla de Mühlberg, Tiziano se ve en la necesidad de crear un mundo entero donde acoger a este rey acorazado que aún perteneciendo al desaparecido mundo de la caballería, sigue siendo el más poderoso del mundo. Asombrosamente lo sitúa en un suave prado próximo a un denso roble, paisaje ideal con una luminosidad que tanto puede ser de aurora como de crepúsculo. Quizás en la idea del pintor este fuera el crepúsculo de los luteranos.

Los retratos ecuestres hasta ese momento carecían de mundo propio. El guerrero se alzaba único y feroz mostrando su potencia en una soledad agresiva. El modelo había cristalizado en la Roma imperial y así son las estatuas y retratos del Gattamelata, del Colleone, de Giovanni Acuto, de Paolo Savelli. Pero ahora el guerrero acorazado en su caballo rampante se dispone como una ninfa en el ámbito de una pastoral, de una égloga que pudo firmar Garcilaso, el paisaje que Poussin elevará a categoría de poema.

    He aquí que el guerrero se ha transformado muy profundamente. De hecho, su hijo, Felipe II, que durante el aprendizaje vistió y se hizo pintar como caballero acorazado, en cuanto llega al poder absoluto renuncia al sueño de la Tabla Redonda y se hace retratar sobriamente de negro. Podríamos confundirle con un notario de Amberes si no fuera por el Toisón que cuelga de su cuello y el rosario solapado entre los dedos.

    He aquí que, como dice Burckhardt, la artillería y las armas de fuego habían democratizado la guerra. El poderoso ya no estaba obligado a soñarse como un caballero medieval, ni siquiera como un condottiero veneciano. La burocracia comenzaba a pesar sobre los hombros del monarca y la valía personal, la fuerza, el vigor, el arrojo, la nobleza animal, tenían menos importancia que la administración del tesoro. "Desde la aparición de las máquinas que mataban a distancia constataron, no sin dolor, que el valor individual era cada vez menos relevante", escribe burlón y melancólico el gran Burckhardt.

    En efecto, aquellos que como Carlos el Temerario no se resignaron al impetuoso avance de las máquinas, de los mosquetes, de los arcabuces, de las bombardas, fueron arrasados por los pragmáticos reyes ingleses. La valía individual, esa exhibición del cuerpo del guerrero victorioso que desde Aquiles había marcado a la nobleza de todos los países, era ahora un engorro y una torpeza y una estupidez. Todo lo más se podía tolerar su simulacro en una parada, en un retrato, en un espectáculo, como cuando Felipe II entró en Lisboa ya coronado rey de Portugal y ataviado con unas armas de las que podemos ver en el Prado la sensacional barda del caballo.

    Aquiles despreciaba a quienes no combatían con el cuerpo. Los guerreros griegos no concebían otra lucha que la de un cuerpo contra otro cuerpo. Apolo, el dios más perverso del Olimpo, es el que mata de lejos, sea con la peste que asolaba la Tebas de Edipo, sea con las flechas de los arqueros, sus infames protegidos. Si el dios que mata desde lejos puede derribar al noble guerrero con un mísero disparo, entonces hay que representarlo en un prado crepuscular con armas de oro y bronce, melancólica figura de un poema pastoril.

    Nosotros, súbditos de un dios que no sólo mata de lejos sino que puede eliminarnos del cosmos, carecemos de representación. En las imágenes de los últimos cincuenta años sólo aparece un niño paralizado de espanto en su cuna, haciendo gestos obscenos y riéndose de sí mismo.

Artículo publicado el sábado 20 de marzo de 2010.

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25 de marzo de 2010
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El viaje

No es lo mismo marcharse de casa despidiéndose de alguien que se queda dentro como despedirse de toda la casa sin que permanezca un alma en su interior. De esta segunda manera es la casa como una presencia la que desaparece en la marcha.

 Con alguien en su seno, albergando ese espacio, la comunicación no se interrumpe pero tampoco la mirada sobre sus contenidos se secciona. La casa conalguien cuenta con un ojo que la guía, la dirige, la vigila pero a solas sin una pupila gobernante sólo puede mirarse a sí misma.  Y ¿quién puede prevenir las consecuencia de esta insólita y desamparada situación? Cada orden de la materia, grande o pequeña, presume de una estructura autónoma pero no se trata más que de una convención para mantener legible la complejidad de lo real. En verdad todo orden de la materia es un efecto del ojo que la observa y la materia sólo finge en general que ese ojo la aprueba, la certifica y la censa para  dejarla en paz.

 El observador, como  sabe la Ciencia desde hace más de un siglo, interviene de manera decisiva sobre la composición de la realidad y su exploración la estructura y su observación la regla de modo que la ausecia de una óptica concreta desencadena una nueva composición. Y más si como se supone esa nueva composición no se halla, por un intervalo, bajo mirada  alguna. O bien, esa falta de mirada, será una mirada especial. Una mirada incógnita, casi mágica ante cuya influencia no puede predecirse qué podrá suceder.

Pero también, en términos de poder, sólo nuestra ausencia podría equivaler a nuestra presencia. De modo que  ¿cómo no temer en graves consecuencis ¿Cómo no deducir que su la ausencia se opone a la presencia y la mirada se opone a la falta de mirada la consecuencia más lógica será la que se forme en el par del control y el descontrol?

El hogar, nunca es por su misma condición un ser muerto sino que los seres y los enseres lo vivifican, lo transtorna, lo colorean y lo metamorfosean. Le procuran respiración y enfermedades, salud y necesidad, angustias, placeres deseos entre las muchas  interrelaciones que se establecen dentro de sí. Pero, entonces, ¿cuáles serán esas interrelaciones que no vemos ni siguen nuestras órdenes? ¿Cómo será su comportamiento sin el patrón de nuestra habitabilidad?

La casa parece una residencia estática cuando nos hallamos en su corazón pero dejando su palpitación libre, de inmediato (al menos en nuestra memoria) tiende a descomponerse o recomponerse en una estructura misteriosa que a la fuerza nos la hace temer. Es nuestra pero lo es tanto que fácilmente nos odiará, nos dejará, nos traicionará. ¿Cómo no ir creciendo en el miedo a sus comportamientos secretos?

Tememos los accidentes comunes que derivan de las avernas en las instalaciones abandonadas pero más allá llegamos a temer incluso en su pérdida completa. Y no sólo a manos del fuego o la inundación sino por efecto de su desolación y su abandono. Temer en fin en su posible pérdida de sentido y de adherencia, de su posible giro hacia un lado ajeno que va recorriendo en sentido opuesto a la dirección de nuestro alejamiento. ¿Qué simbólica distancia, por tanto, nos encontraremos al regreso?

Un hogar abandonado opera se comporta en nuestra pavor como un elemento liviano y voluble, desprendido del peso de nuestra existencia activa y liberado a la caprichosa existencia de sus objetos interiores, a su vez crecientemente imprevisibles.

El hogar puede volar como en las películas, puede fugarse como en un sueño,  puede perderse como la respuesta a una esclavitud de la que no pudimos  detectar el grado de su tiranía.

Ese hogar nuestro que al regresar abrazamos como una criatura entrañable es diferente al hogar que recién abandonado tendemos a recordar como un amante que a solas podrá elegir una compañía ajena. Puede elegir incluso su misma ajenidad al ser abandonado en su misma y delicada naturaleza doméstica.

Lo doméstico se arraiga en su ser domesticado, desenvolviéndose bajo el poder de su  amo. La  ausencia del amo, sin embargo, mata la intrínseca naturaleza de ese  ser, ahora sin cuidados impulsado a una supervivencia de fantasma, el ser de la casa  deshabitada y el cambio de su talante. El paso del  hogar ocupado que emitía una música concreta a la realidad de una casa deshabitada. Hogar misterioso para el barrio y hogar misterioso para uno mismo en la lejanía. Tan misterios, incalculable y temible que a cada  regreso se viven unos momentos de angustia ante su puerta.  La llave se introduce en la cerradura, la hoja de la puerta gira despacio y la sorpresa  no es otra que  hallar un hogar tal como lo dejamos.

Un hogar que acaso acaba de recomponerse momentos antes de nuestra llegada porque ya en la ausencia de nosotros mismos lo habíamos alterado repetidamente, lo habíamos dado incluso por perdido,  desordenado el orden que lo gobernaba, desparecido el resguardo del que nosotros mismos deliberadamente, culpablemente, habíamos abdicado. Y sin saber exactamente hasta qué grado:  La ausencia es una borradura del pasado, la ausencia nos borra y ¿cómo esperar que entonces, ya desaparecidos, alguien nos aguarde indemne kilómetros y semanas, acaso interminables, en absoluta y perpetua soledad? 

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25 de marzo de 2010
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Baseball

Click here to view the embedded video. Como cada año, la Serie Nacional de Béisbol atrae la atención de millones de cubanos. ?La pelota?, como le decimos familiarmente, es desde hace muchos años el deporte nacional y no resulta raro que genere acaloradas discusiones en los parques más céntricos de toda la Isla. Para quienes tenemos la ilusión de que la gente se ocupe de cuestiones más candentes, siempre resulta un poco frustrante comprobar que aquel grupo de hombres, que gritaba y manoteaba apasionadamente, no discutía sobre cómo terminar con la dualidad monetaria ni estaba reclamando algún derecho escamoteado, sino sólo dirimía si tal jugada fue correcta o quién es el mejor bateador entre todos los jugadores. Pero la primera pasión deportiva de los cubanos no está exenta de política, especialmente cuando alguna estrella beisbolera decide no regresar al país luego de un viaje al extranjero, o si un pelotero no integra la selección a un evento internacional porque resulta poco confiable y se teme que ?deserte?. En un reciente encuentro entre dos equipos de ardorosa rivalidad, un jugador se sintió ofendido porque creyó que la bola había sido lanzada con la intención de golpearlo y, para sorpresa de los espectadores, salió corriendo en dirección al pitcher blandiendo amenazante su bate. Los jugadores salieron del banco, algunos aficionados se tiraron al terreno, la policía roció gas pimienta y repartió patadas y bastonazos. Las cámaras que transmitían el juego apuntaron hacia otro lado y ningún televidente se enteró de lo ocurrido? en ese momento. Pero las nuevas tecnologías impidieron que la pacata censura se saliera con la suya y decenas de cámaras digitales y teléfonos celulares filmaron los detalles. La versión de los hechos se distribuyó entre miles de personas, grabada en CD y copiada en memorias USB. ¡Qué buenas discusiones tuvimos entonces en los parques!

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24 de marzo de 2010
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I. Libre como nunca

Mi primer día de clases en el Pedagógico de Managua en aquel año de 1953, me ha resultado después muy parecido a la que describe Flaubert en el comienzo de Madame Bovary, cuando se produce la entrada de el nuevo, Charles Bovary, ante el silencio expectante, y distante, de los alumnos. Llegó a presentarme el hermano Eulogio, el prefecto de primaria, al que llamaban Gulliver, y  el profesor me dio por compañero de pupitre a un muchacho serio y aplicado, Werner Vásquez, que repetía las lecciones al vuelo al entrar al aula, en prevención de cualquier pregunta que el profesor pudiera hacerle. El profesor se llamaba William Artiles, era bombero voluntario, y llegaba a dar clases, de blanco y corbata negra, en una ruidosa motocicleta que aparcaba en el patio de recreo.

            Fui libre en Managua como nunca. Ninguna vigilancia podía evitar que a través de un intrincado sistema de trampas y excusas dejara de asistir al colegio. Gasté horas recorriendo las calles, ávido de la novedad que me ofrecía aquella primera visión completa de la capital, una modesta urbe de ciento cincuenta mil habitantes, tendida entre la loma de Tiscapa y el lago Xolotlán, de pocos edificios que sobresalían entre los tejados de barro de las casas de taquezal, pero que a mis ojos, llegado de la quietud de Masatepe, significaba entrar en una película en tecnicolor, como Judy Garland en el país del mago de Oz.

             A pie hasta el lago por la avenida Roosevelt, y de regreso por la avenida Bolívar. Los policías dando la vía bajo los parasoles. El asfalto de las calles que al mediodía se calentaba hasta parecer suave a las pisadas. Los taxis Hillman a los que llamaban gatos y los taxis Vauxhall a los que llamaban perros. Las cuadrillas rompiendo las aceras para meter los cables de los teléfonos automáticos. Las funciones de matinée del Teatro González a temperatura polar, sin moverme del asiento de felpa aunque el suelo se estremeciera con un temblor. 

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24 de marzo de 2010
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Un día como hoy

Ayer mi mujer me mostró un comentario en su Facebook y al mirar la pantalla, descubrí que su foto ya no estaba. En su lugar había una silueta sin rostro, que decía simplemente Nunca más. Hoy temprano leí un artículo de Victoria Ginzberg en Página 12 y entendí que muchísima gente había hecho lo mismo, sacar su foto y poner la silueta. Pero la gente que, como Victoria, perdió gente durante la dictadura, puso a prueba otra variante: sacar sus fotos y poner la de sus padres, tíos, amigos, hermanos desaparecidos.

El pasado no ha pasado. Sigue actuando en el presente. Cuando uno de los represores juzgados dijo días atrás que su único error había sido 'no haberlos matado a todos', no se puede menos que entender que cierta visión mesiánica y violenta persiste en nuestra sociedad. El Tigre Acosta no es el único en pensar así. Hay gente, por lo demás, que repite ese esquema de pensamiento con otros colectivos humanos. Le gustaría poder pasar la guadaña bien al ras allí donde crecen los -a su juicio- indeseables. Inmigrantes ilegales. Pobres. Piqueteros. Partidarios del aborto. Homosexuales. Jóvenes de piel oscura, por simple portación de rostro y de miseria. A esta gente tan blanca y tan proba se le hace agua la boca cuando piensa en la posibilidad de arrasar con todos ellos. Si les diesen tan sólo una mínima oportunidad...

Por suerte hay cosas que persisten a pesar de la violencia. La editorial Ventisieteletras acaba de editar aquí en España los Cuentos completos de Rodolfo Walsh. La simple idea de que el arte de Walsh siga difundiéndose y haciendo olas es reconfortante. Walsh es uno de mis escritores argentinos favoritos de todos los tiempos, al nivel de Borges, de Arlt, de Cortázar. El hecho de que su obra se conozca cada vez más es la respuesta más perfecta a la insaciable sed de matar del Tigre Acosta. Porque Walsh fue uno de los que mataron, y sin embargo habla en estos días más alto y claro que nunca.

Hoy se cumplen 24 años del inicio de la dictadura militar en Argentina. Yo no me olvido.

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24 de marzo de 2010
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Destrucción de los trascendentales

Si se hace abstracción de la Mecánica Cuántica cabe decir que las disciplinas que intentan describir el orden natural, interpretarlo, hacer previsiones sobre el mismo o incluso someterlo a fuerzas extrínsecas, se basan en el respeto a una serie de principios básicos del espíritu. Ya he evocado el excelente artículo inédito de un equipo dirigido por el físico Miguel Ferrero en el que los autores sostienen que, en concepciones del mundo físico que van de la Magia a La Relatividad General, se cree al menos en un mundo regido por leyes inmutables y que determinan un universo de contigüidad, es decir en el que los acontecimientos se hallan determinados por leyes locales (volveré sobre este término).

Sólo la Mecánica Cuántica introduciría trascendentes novedades en relación a los principios que rigen nuestra concepción de la Physis. Tratándose de las otras disciplinas, la diferencia residiría sobre todo en la manera de abordar lo incuestionable, en la interpretación que se da de estos principios. No es lo mismo por ejemplo suponer que las leyes que gobiernan el orden natural son trascendentes al sujeto que suponerlas vinculadas a la propia mente. La distorsión puede también venir dada por el hecho de que se sobredeterminen las leyes generales con otras relativas a un ámbito específico del conocimiento en el que sin embargo se introduce una perspectiva errónea. Así (como se indica en el artículo evocado) la cosmología de Aristóteles sería desplazada finalmente en razón fundamentalmente de introducir dos leyes erróneas relativas al movimiento, leyes que Galileo tuvo el ingenio de corregir. Pero estos aspectos, que explican el por qué finalmente ciertas teorías se imponen mientras que otras quedan relegadas no son óbice para que todas ellas respeten lo que en términos de la Escolástica cabría llamar un orden trascendental (entendiendo por tal aquello que es condición de posibilidad de la experiencia).

El gran Francisco Suárez procedió a una depuración de la teoría de los trascendentales, elaborada previamente entre otros por Tomas de Aquino, Escoto y Guillermo de Ockham. Los trascendentales son los atributos mínimos a los que debe responder aquello que se presenta ante nosotros, atributos omniaplicables, predicados de toda entidad, sin los cuales todo quedaría sumergido en la tiniebla, o por mejor decir: ni siquiera podríamos distinguir la diferencia misma entre luz y tiniebla.

Por atenerse al dominio físico, del que ahora vengo ocupándome, lo que se presenta ha de tener cuando menos la característica de la indivisión respecto a sí y separación respecto a los demás (unum), la potencialidad de adecuarse al entendimiento (verum) y la correlación con el sano apetito (bonum). Sin duda los trascendentales que propone Suárez no coinciden forzosamente con los que cabría establecer a partir de la física clásica (o aristotélica). El físico como tal no se preocupa de los rasgos subsumidos por el trascendental bonum y por otra parte lo designado por unum y verum afecta asimismo a entidades imaginarias, o abstracciones matemático-geométricas como líneas, superficies, volúmenes y las figuras construidas en base a ellas. Por otra parte trascendental de la entidad física es asimismo, por ejemplo, la cantidad de movimiento, producto de la masa por la velocidad, que obviamente no afecta a entidades carentes de masa.

Esta disparidad entre las dos listas posibles de trascendentales no es óbice para la sumisión de la realidad física a los dos primeros señalados por Suarez. Físico alguno, aristotélico, galileano-newtoniano o einsteniano, avanzaría la conjetura de que aquello de que se ocupa no se halla sometido al principio de individuación, corolario de unum. Tampoco entraría en su mente que el conocimiento adquirido no resulta de la feliz disposición del espíritu que le permite adecuarse a una realidad que le trasciende. Pues bien:

Varios son los trascendentales de la entidad física, suarezianos o no suarezianos, que parecen dejar de serlo cuando la naturaleza es contemplada desde la perspectiva de lo que nos enseña esa ciencia fundamental de nuestro tiempo que es la Mecánica Cuántica. Así, la cantidad de movimiento y la posición, pierden su estatuto de predicados omniaplicables para se como mucho predicados clasificatorios. No se trata sin embargo de lo más espectacular. Seguiré con el asunto

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24 de marzo de 2010
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El amor al interior (y 2)

En una numerosa colección de libros aparecidos estos años pasados sobre la  economía de la experiencia se aportan muchos ejemplos de la creciente  importancia entre el medio y el objeto que se consume o se adquiere en él. Los artículos nunca fueron simples objetos de consumo pero antes la mayoría de los productos se obtenía de mercados instalados en el exterior. Ahora, sin embargo, incluso el mismo artículo puede valer más de acuerdo al lugar donde se compre. Efectivamente no es lo mismo adquirir una fruta en un mercado de abastos que un hipermercado ni en un 24 horas que en una frutería tradicional pero tampoco es igual comprarse un bolso en un deli que en el Prada de Rem Koolhaas.. El medio mediatiza y mide el valor de la cosa. Si el entorno exterior se introduce en los productos el interior todavía más. No es lo mismo comer en un restaurante funcionalizado para satisfacer el apetito que un espacio donde se ha desplegado el placer de comer. No es lo mismo conducir en el interior de un coche tapizado sensatamente que en uno de los nuevos modelos preparados para bailar bacalao.

 Pocos en este mundo pueden ser insensibles a esta evidencia pero pocos, inexplicablemente se ocupan con acierto de lo evidente.

A muchos hoteles no regresamos no porque fueran malos sino porque eran tristes. No volvimos a ese bar no porque fuera sucio sino porque no parecía honesto. Los hoteles Paramount de Philip Stark que no es mi favorito no se visitan sólo porque son distinguidos sino porque tienen estilo. El estilo en el interioriosismo es exactamente como el algo en el interior de las personas. Un plus de atracción que siendo complicado de decir es sencillo de sentir. La seducción de la tienda de Armani en Milán debía tener algo más que la riqueza y la elegancia de Armani con la aportación silente de Tadao Ando. La capilla Pazzi de Brunelleschi tiene algo más que el silencio de la fe. En la proporción y la densidad del espacio, en la capacidad para hacernos sentir recogidos y en paz, sosegados o mejorados reside el valor del ámbito y sus secretos decisivos. Si esta fundación Joan Miró permanece en el recuerdo de quienes la visitan o, más aún, secuestra la memoria de quien la recorre para hacerlo regresar, es menos incluso de la pintura que alberga que del encanto  espacial que José Luis Sert concedió a su obra. 

Hay arquitectos espectaculares en su exterioridad. Hay Calatravas que atraen a caravanas  de autobuses cargados con alumnos de secundaria y profesores porque su exterioridad recuerda el mundo espectáculo de Rachel Carson. Un mundo ecológico con esqueletos de ballenas, palomas vascas o pájaros que mueven las alas como  en Milwaukee. Calatrava es un arquitecto para contemplar  sus obras desde el coche o el autobús pero no para intentar entrar en ellas.  Las ballenas o los pájaros de Calatrava como los peces de Gehry no pueden soportarse desde su interior. Ni siquiera poseen interior humano: son formaciones artificiales o prótesis. Mundos para rellenar la apariencia del mundo.

A diferencia de lo que se siente en las construcciones de Alvar Aalto, de Jacobsen o Frank Lloyd Wright donde el sujeto nunca quisiera salir de allí, comer allí, reposar, hacer el amor, ser querido, meditar, poderse abrazar a las cosas, en los demás  casos citados lo mejor que nos ha pasado es regresar al autobús. Pero los arquitectos no son los únicos responsables de estos efectos. Hay tantos decoradores, tantas páginas de decoración, tantas revistas, suplementos, vídeos, congresos, profesionales, advenedizos que el mundo podría salvarse. ¿Por qué no ha empezado a producirse ya? Probablemente porque la conciencia social es demasiado tolerante y chusca y, en España, todavía dispuesta a compensar el mal rato que se pasa bajo techo al buen tiempo que hace al raso.

Ahora no queda una ciudad de provincias  donde no se haya alzado un edificio espectacular, especialmente un museo, para llamar la atención de los medios. La arquitectura de exterior vende mientras el interior permanece oculto tras el relumbre de los muros, su tecnicolor, sus planchas de titanio o de vidrio y acero. Tratar de alentar el interior es sin embargo el modo más auténtico de promover lo más noble de  la arquitectura. No hay arquitectura de valor sin el valor del espacio que crea. O, dicho de otra manera, el oficio del arquitecto se funda en la producción de espacios, de ámbitos de vida y de experiencias allí donde no había nada, recintos para las sensaciones, el bienestar, o la amistad desde donde se perfecciona la calidad de la condición humana.

He conocido arquitectos ilustres, con su nombre bien grabado en la historia de nuestra  arquitectura española, que ante la queja de los habitantes de sus viviendas les respondía airadamente que aprendieran a vivir. No construían estos arquitectos con el propósito de mejorar la calidad de vidas de los residentes sino para imponer su marca.  No investigaba en los deseos y sueños de los usuarios sino que se proponía imponerles sus propios delirios. De esta manera las viviendas que se construían eran poco a poco reformadas, retocadas, corregidas para pretender adaptarlas, mal que bien,  a la necesidad.

No pocos interioristas, desgraciadamente, han actuado así. Siguen una moda que puede estar cargada de disfunciones, incomodidades o  incluso  daños personales pero la extienden por restaurantes, lugares de copas, cocinas  o comercios de ropas sin vacilación. Así se han inaugurado barras de copas ante las que era imposible estar sentado, lavabos donde estaba excluida la intimidad, dormitorios donde era difícil conciliar el sueño y estudios en los que se hacía una tarea añadida lograr un mínimo grado de concentración. También en la corriente minimalista de los últimos tiempos se ha asociado el triunfo de un diseño con el grado de  frialdad. Lo cool era lo cool.  Las calidades de desnudez, invisibilidad, intangibilidad o grado cero se han asimilado a la máxima actualidad.

 Un premio como este que haga reflexionar sobre el interiorismo puede parecer más oportuno que cualquier otro que se planteara en cualquier momento un balance sobre la moda. Y no en un momento cualquiera sino precisamente ahora, en el tránsito del siglo XXI, en la tesitura de la postmodernidad, el post-arte, el posthumanismo, la post-estetética, el postsexo, lo posthumano. Porque en pocos momentos como ahora ha sido posible hacer tantas cosas distintas y actuales a la vez. No se está fuera de la moda porque se vuelva al romanticismo como Nina Ricci,  no se está fuera de la moda porque se haga Global Mix a lo Gaultier o Folk Chic a lo Mark Jacob. No se venden peor los pisos porque se haga postmodernismo a lo Oscar Tusquets o blanquismo a lo Richard Meier. 

Si alguna vez fue importante el interior es ahora cuando menos espacio público y natural nos queda. Si alguna vez la relación con los materiales, las formas, los objetos fue más trascendente es ahora cuando, por desgracia,  ha bajado la relación con las personas. En cerca de un cuarenta por cien han decrecido los contactos con el vecindarios, las conversaciones con los amigos y familiares en lso últimos quince años en nuestra zona mediterránea. La vivencia exterior se reduce en beneficio del interior, las tendencias del cocooning de  los años noventa o del nesting de este siglo.

 En los pueblos mediterráneos hemos experimentado más tarde este movimiento hacia el adentro pero el individualismo lo ha contagiado todo y con esa epidemia las personas se han refugiado en casa o han buscado, lugares de encuentro, donde el medio propiciara la comunicación segura. Unos de los últimos salones del Mueble en Milán se proponía el regreso al mueble de la abuela, el mueble de "la nona."
 Una especie de rescate, este del mueble, que da cuenta de la nostalgia por un salón, un cuarto de baño, una estancia de reposo donde la condición humana se apoye. O, por lo menos, tal como están las cosas que no se le claven las esquinas, no le agredan los focos, no le enerven los disparates de ingeniosos decoradores y  superartistas que queriendo hacerlo bonito para ellos, las revistas o sus colegas, sólo logran condenarnos a uno de los peores infiernos de la creación. A la idea de un albergue inmediato e irresponsablemente hostil, contrario a la idea primordial de haber sido bien tratados en el seno biológico o lo que viene a ser el interior doméstico de los primeros ,los siguientes y los últimos días.  

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24 de marzo de 2010
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Aviso a Sarkozy

Ha tardado Sarkozy en saberse imperfecto, limitado y humano, pero estas elecciones regionales en las que tan poco poder político se jugaba le han dado al final la mala noticia. Tendrá que renunciar a muchas cosas: por ejemplo, a la tasa sobre las emisiones de CO2 que tan alegremente había imaginado; a la promoción de nuevos e inútiles debates como el de la identidad nacional; o a repetir ambiciosas maniobras de apertura en las que quiere brillar como un monarca por encima del bien y del alma, es decir, capaz de pillar en las filas y en las ideas tanto del socialismo como del lepenismo.

El varapalo tiene un significado inequívoco. Si quiere repetir cinco años más como presidente de la República, hasta completar el decenio que le permitiría dejar una huella suficiente en la historia de Francia, no tiene más remedio que dedicarse a preparar la contienda electoral en vez de seguir cabalgando sobre el caballo brioso de su narcisismo presidencial. Para eso sirven estas elecciones: para dar un aviso a quien tiene el poder, castigar a ministros y ofrecer un lugar bajo el sol a quienes pugnan por abrirse camino hacia el poder. Levantan un hipotético mapa de cómo pueden ser las próximas elecciones presidenciales. No es seguro que el presidente sepa o quiera captar claramente el mensaje. Pudiera ser que hiciera oídos sordos a los electores y atendiera únicamente a su corazón. Tendría la agarradera indiscutible y engañosa de la coherencia política, de la fidelidad a sus promesas y a sí mismo, y del culto a la escultura ecuestre en la que ha esculpido su ambición: seguir en su empeño, sin mezquinos electorales. Afortunadamente para él, desde sus propias filas le llegan ya las voces del realismo y de los intereses más elementales, que le aconsejan modular su programa, acomodarse a los gustos del público y evitar nuevos aventurerismo políticos que le enajenen de los suyos y enerven la combatividad de los adversarios. Si quiere practicar nuevas aperturas que sean en dirección a sus propias filas, le están diciendo los suyos. Ahí está el Frente Nacional de nuevo crecido, como en los viejos tiempos de Mitterrand, dispuesto a dividir a la derecha en provecho de la izquierda. Ahí está también el Partido Socialista, de nuevo en el corazón de la izquierda y con los líderes y la capacidad para construir las alianzas que le devuelvan el gobierno. Ambos resurgimientos apuntan al carácter efímero del sarkozysmo, que no ha conseguido consolidar el esquema esbozado en anteriores elecciones, con una derecha ampliamente unificada y una izquierda cuarteada. El presidente deberá vigilar ahora para que no se invierta el esquema, y llegue a 2012 con la izquierda unida y la derecha troceada como en los viejos tiempos. Falta todavía mucho tiempo, dos años, para la gran contienda. Puede ser que el varapalo electoral sea útil para Sarkozy. Tiene tiempo para reaccionar y poner orden en sus filas y en sus pasiones desbordadas. Puede todavía matar la semilla de la discordia sembrada en su propio campo y abonar y cuidar la sembrada en el ajeno. Pero deberá dedicarse a fondo a estas tareas de horticultura electoral a largo plazo tan ingratas y dificiles para quien gusta de las pompas y los placeres más inmediatos del poder.

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24 de marzo de 2010
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La forma de una ciudad

 

 

Fui a Nantes con una misión. Y pude cumplirla. Es una buena manera de visitar, o de regresar, a  ciudades que ya conoces. Una excusa para volver a formas de ciudades que estimas. Los que hayan seguido los paseos, y paradas, de estos años ya saben de cariños,  y algunos lugares comunes a los que me gusta volver. Hay ciudades para disfrutar, y de vez en cuando compartir. Un lugar común en mi vida es Nantes. Hace más de treinta años la conocí y me sigue sorprendiendo. Primero fui por placer, segundo por trabajo y nunca por rencor. Esa forma de villa, como dice mi admirado Julien Gracg, me gusta y me despista. Todavía es un placer perderse por una ciudad que creías conocer. Hay días, y noches, que se dan la vuelta los mapas de mis ciudades y me encuentro otra vez en ellas despistado y volviendo a ser el viajero que necesita ayuda.

La ciudad es humana, no deslumbrante monumental, con su pasado lleno de esclavos, de explotación y negocios sucios- como algunas de las mejores ciudades de occidente- y sus comercios de decorado de película francesa. Jardines, mercados, plazas y barrios reconstruidos después de los bombardeos nazis, chocolaterías, lugares de jazz y discotecas infernales, pasajes comerciales, teatro de la ópera, nueva cocina y restaurantes centenarios, bolsa, vieja prisión,  librerías, anticuarios, palacio de Justicia, palacios sin justicia, un rascacielos, varias iglesias, catedral, tranvía, río, jardines, parques, el castillo de los duques bretones y un elefante en el que los niños y mayores parecen lectores de Verne. En fin, una ciudad francesa  con la memoria de su vieja aristocracia, con su orgullo de revolución burguesa y con la vitalidad de haber dado más importancia a la inversión cultural que a otras inversiones. Un ejemplo. Una rareza.

Para mí, desde hace casi veinte años es la ciudad del Festival de Cine Español, por la gracia de su directora, su creadora, Pilar Martínez, sigo visitándolo cada poco tiempo, Con película, con rodaje- mi segunda película partió del conocimiento de unos brigadistas de Nantes- con la excusa de ser jurado. Este año he sido jurado. He cumplido mi misión. Hemos premiado a la mejor. De vez en cuando esa "justicia poética". Tengo que guardar el secreto hasta el próximo sábado. Lo intentaré. Pero estoy deseando contar esa película. Ha merecido la pena.

Siempre merece la pena pasear por la ciudad de Julio Verne, no hace falta conocer su museo. Pero para mí, además de una de las ciudades de Gracg, es la ciudad dónde creció Jules Vallés. Todavía me sigue emocionando el espíritu insurgente de aquél escritor ácrata y libre. De infancia dura y juventud rebelde. Los que quieran que vuelvan a sus libros. Volveré a Nantes. No seré insurgente pero lo intento entre ostras y buen vino.

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23 de marzo de 2010
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El Boomeran(g)
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