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La muerte en claroscuro

Rafael Argullol: Es un gran laboratorio en el que se experimentan lo que luego serán distintas actitudes del hombre delante de la muerte y la inmortalidad, de la memoria y del propio arte.

Delfín Agudelo: En relación a su idea de la muerte, recordé que en la tragedia griega, si no me equivoco, nunca se escenificaba la muerte violenta. Sin embargo si bien está esta ausencia visual, igual acarrea esta cantidad de elementos. ¿Habría algún sentido que iría a más por no estar escenificada?

R.A.: La muerte como acto no se presentaba porque todo acto con violencia era considerado obsceno. La violencia se narraba. Ahora, no sabría decir si en el conjunto de las tragedias nunca hay una muerte en directo, no lo sé. Lo que no hay es actos de brutalidad en directo, sino narrados. Se explicaba la muerte y al explicar efectivamente se incurría en ese claroscuro, en esa ambigüedad, en la cual nunca tenemos una clara certidumbre de que se mantenga la idea anterior del Hades, o bien la muerte esté conectada a ideas de trascendencia, y por tanto de la posibilidad de que haya una psiqué inmortal  o un alma inmortal, lo que cambiaría por completo la actitud. El momento en que tú varías tu relación con la muerte y tu relación con una posible ulterioridad tras ésta, como antes decía, todas las piezas de una arquitectura se desencajan o cambian. Tú estás variando muchísimas cosas: pasas del valor absoluto de la vida como un hecho único e irrepetible en sí mismo, a un valor quizá relativo de la vida, a un valor mayor que la psiqué sobre lo físico. Entran en viraje, en giro, muchos elementos.

Me inclino por creer que no chocaban solo dos concepciones: era un momento en que por influencia de un cosmopolitismo que ya en la época de Alejandro hacía que las concepciones acerca de la vida y de la muerte de distintos pueblos y culturas estuvieran penetrando en el acervo griego.

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19 de marzo de 2010
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II. Nos queda la palabra

Oyendo cantar a Paco Ibáñez las Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre, con todo ese sentimiento salido de las entrañas que él pone, queda claro que ésta es la mejor manera de aprender poesía, de memorizarla, de volverla parte de las funciones sagradas de la memoria, para que la poesía vaya también a nutrir esos veneros de donde brota la escritura; porque para prepararse a escribir novelas, se lo dije, no hay nada menor que entrenarse en la poesía, leída con devoción, y cuánto mejor si escuchada con devoción.

            Que fue la manera como surgió la poesía, cantada, para perder luego a través de los siglos la música que la acompañaba y quedarse con la música que la ilumina por dentro y que a un juglar de los viejos tiempos como a Paco Ibáñez toca descubrir como sacarla de las entrañas del verso y volverla a dejar patente. Ponerle a la poesía la música que ya estaba en la poesía.

            En la voz de Paco Ibáñez toda poesía se convierte en un clamor de rebeldía frente a injusticias y desigualdades cuanto toca los registros del siglo de oro, siempre poderoso caballero es don dinero, y ya no se diga cuando toca los registros contemporáneos en la belleza de las estrofas de García Lorca, de Rafael Alberti, de Gabriela Celaya, de Miguel Hernández, andaluces de Jaén...¿de quién son esos olivos?, de Blas de Otero cuando canta al duro y terrible rostro de mi patria, y sabe que a pesar de todo le queda la palabra.

            Al final de aquella plática venturosa, me dijo Paco Ibáñez que la noche anterior en el concierto del teatro Amira de la Rosa había olvidado cantar la Canción de otoño en primavera de Rubén Darío, ¿y cómo podía no hacerlo frente a un nicaragüense? Y entonces desenfundó la guitarra y allí, frente a los huéspedes atónitos del hotel, cantó juventud divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!, e igualmente atónito recibí semejante homenaje que ahora aquí consigno.

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19 de marzo de 2010
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El legado

Vienen tiempos difíciles. Soy optimista a largo plazo, pero la desazón me embarga ante los años que se avecinan. Hay demasiada crispación acumulada. Han sembrado sistemáticamente entre nosotros el rechazo a la opinión diferente y eso no se borra en poco tiempo.  Ayer cuando vi a un ama de casa que en tono vulgar gritaba “la gusanera está revuelta” ?refiriéndose a la peregrinación de las Damas de Blanco? constaté cuan largo es el camino de la tolerancia que nos queda por delante. Aprender a debatir sin ofender, a convivir con la pluralidad y a respetar las diferencias, tendrá que constituirse en asignatura obligatoria en nuestras escuelas. Será un proceso largo el hacer entender a todos que la diversidad no es una enfermedad sino un alivio. Temo que el grito se nos haga crónico y que la bofetada siga siendo la vía más rápida para acallar al otro. Me estremece presagiar una Cuba donde se continúa atacando física y legalmente a alguien por su filiación política o su tendencia ideológica. Qué triste país el que tendremos si a las autoridades les sigue pareciendo natural un escarmiento a quienes contradicen la opinión oficial. Ya me resulta bastante enferma una sociedad que asiste pasiva al acoso que sufrieron ayer unas pacíficas mujeres con gladiolos en sus manos. Pero el sectarismo no quedo allí, sino que intentaron justificarlo y por ello prepararon a la carrera un guión para el programa más tedioso de la televisión cubana: la Mesa Redonda. Sin embargo, los televidentes ?después de dos horas de estoica escucha? confirmaron que la ausencia de argumentos les ha dejado sólo el insulto, la difamación y las maromas verbales. ¿Por qué no tienen el valor de invitar, a ese aburrido set donde hacen un monologo cada tarde, al menos un par de personas que piensen diferente? El más tímido y parco de los inconformes que conozco los desnudaría con un par de preguntas y con unas breves frases haría tambalear su teoría de la conspiración. Pero no se atreven. Amparados por el poder ?no hay peor aliado para un periodista? sustentados su verbo y su pluma con las prebendas y los privilegios, saben que no soportarían la artillería de la crítica. De ahí que ensalzan el golpe, azuzan las consignas y ponen unos videos picoteados para probar que al diferente hay que aplastarlo. Alimentan así el fanatismo, ese germen que amenaza con prolongarse más allá de sus propias vidas: el legado de odios y desconfianza que pretende dejarnos este sistema.

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18 de marzo de 2010
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Las pelusas

La casa es relativamente nueva, la limpieza parece apropiada y regular,  la mayoría de los muebles lucen y hay también luz suficiente para apreciar descuidos y defectos.

A pesar, sin embargo, de todo ello, un día, una mañana inesperada en cualquier lugar de la vivienda, sea junto a la cama o en las cercanías del sillón dentro del salón aparece quieto o moviéndose un borullo de pelusas. Saber cómo ha llegado esta sedosa inmundicia hasta aquí es el problema de segundo orden, el problema principal radica en que la pelusa ya se encuentra instalada en casa y corretea de una habitación a otra desde la oscuridad del espacio bajo el diván a la ancha pista que cubren las camas, desde uno  a otro extremo del pasillo con una desenvoltura libérrima.

 Esa pelusa que, de acuerdo a las estimaciones higiénicas, puede haber nacido precisamente desde el mismo interior doméstico acentúa con ello su efecto de asco y más cuando debe tenerse en consideración de que su naturaleza ha necesitado un tiempo suficiente, quizás largo, para llegar a la formación en que se encuentra. O lo que sería, dentro del horror, lo mismo:  ha dispuesto dentro de la casa de un tiempo propio, libre y sin vigilancia para crecer a sus anchas y gracias a la dolosa desidia de la criada.

 La casa se presenta pues como una estancia sin guardián, dejada a su albur en manos de nadie y abocada, por tanto, a cualquiera de las sevicias que fomenta el descuido y el desarreglo.

No una mancha en la tapicería, no un rastro de polvo en una repisa. Más allá de esos signos de incuria con que la encargada nos burla, la pelusa viene a ser la culminante seña de una dejadez sin paliativos ni pretextos.  No será desde luego mucha la pelusa. No necesitará serlo. Basta que uno de sus tenues ovillos corra soplado por la corriente de aire que sigue al abrir un armario o al abanico de una puerta que gira para que sentir que la casa ha sido invadida y hasta tomada por estos volubles pigmeos.

 Una pelusa no mata, ni hiere ni, probablemente, enferma, pero ¿quién puede comparar la aprensión ante cualquier patología regulada, por contagiosa que sea, con una pelusa que brotando sin causa aparente se libera en nuestro propio espacio y no hace posible conocer ni su tiempo de formación ni hasta dónde llega su enjambre.

Por cada cucaracha que vemos, se dice, hay diecisiete más que, ocultas entre los tabiques o la fontanería, nos acechan y que más tarde, cuando apaguemos la luz, salen de sus madrigueras para cubrir como una alfombra el suelo.

Las pelusas son, en cuanto estrategia de sistemas,  de un orden parecido pero incluso suman a su proceder fantasma  la idea de que viven aquí, como las ratas o los insectos, en virtud de la suciedad que reina en nuestro espacio doméstico.

Son como ínfimas nubes, leves manifestaciones de una mugre que de ser por completo invisible  ha pasado al equívoco estadio intermedio, entre lo sólido y lo  intáctil. Su repugnante ambigüedad se hace patente pero prácticamente nadie, exceptuando los laboratorios, se declara predispuesto para tomar entre sus dedos una muestra de esa roña.

 Por una parte el borullo está formado por filamentos y celajes demasiado finos, todos de extraña procedencia, pero además entre ellos se enreda un cabello, dos o tres de diferentes longitudes, colores y cualidades.

Su formación evoca pues, observada en conjunto, las visiones radiadas de los tejidos más lábiles del organismo y  también ella puede parecer el principio de un tumor en sí mismo.

Un ser, en cualquier caso, indefiniblemente autónomo  y fácil de emerger en sitios donde previamente eran imposibles de detectar y menos asistir a su copulación y su consecutivo aumento de tamaño. En todo caso, no son, de acuerdo a su instinto de supervivencia, ni muy grandes ni muy pequeñas.  Son, desde luego, menudas pero en un grado que responde justamente a la proporción que más inquietud genera y al asco que menos capacidad de consolación permite.

Su presencia, en suma, parece calculada para inaugurar un trasmundo de inmundicia o, exactamente, un cosmos preparado para  exacerbar nuestro malestar y trasmutarlo en el origen del malestar mismo. En este diabólico bucle viven las pelusas.  Provocan malestar a los seres humanos pero ellas mismas, como los vómitos, indican el malestar mismo del ser y los enseres. Vómitos de la suciedad casi impalpable pero ya poseída por fuerzas nefandas. De hecho, las pelusas, al movilizarse, toman siempre una dirección contraria a la que elegible por los seres puros.

No huyen sino que hacen torbellinos, no se esconden sino que se dejan ver azarosamente y sin el instinto del miedo. Causan estupor, desequilibrio pero ellas mismas son flores del estupor y el desequilibrio las rige. Irregulares, heterogéneas,  insistentes pero livianas, obstinadas pero sutiles,  las pelusas brotan, se multiplican o inesperadamente se desvanecen. Productos casi gaseosos de una suciedad pulmonar que las viste de una envoltura blanquecina y tal como sucede con los gusanos de la oscuridad que sin haber recibido la luz nunca salen a la superficie trasparentes.

 

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18 de marzo de 2010
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Nocilla: sí y no

En el suplemento El Cultural de la semana pasada se publicó un amplio reportaje sobre el fenómeno de la llamada "novela fragmentaria" o "nocillesca" para el que días antes fui consultado por Nuria Azancot, que tomó por teléfono mis opiniones y luego tuvo la amabilidad de enviarme su trascripción, muy exacta, como era de esperar. Pese a la extensión del reportaje (cuatro páginas del suplemento), no todo lo que quedó trascrito en mi caso salió finalmente publicado, algo que nunca ha de sorprender a quien conoce las limitaciones y recortes que un texto periodístico puede sufrir en el proceso de edición. Pero como lo que falta en mis declaraciones es algo que para mí era especialmente significativo, quiero ahora rescatarlo y comentarlo brevemente.

Tras recabar las opiniones de unos y otros, "nocilleros" y "clásicos" (las comillas son aquí particularmente necesarias), Nuria Azancot preguntaba al final por la insurgencia literaria que esos nuevos movimientos pudieran significar. Y el reportaje se cerraba con las respuestas de algunos de mis compañeros del bloque que llamaremos clasicista, y también, en el opuesto, de Agustín Fernández Mallo, con quien -aparte de leerle con interés- sostuve en cierta ocasión conversaciones de lo más estimulante. Esto fue, literalmente, lo que yo respondí y Nuria Azancot trascribió, pero no salió:  

-¿Insurgencia? En su momento yo fui un insurgente, cuando aparecí entre los Nueve Novísimos de Castellet, con una gran polémica. Ahora lo que llamamos insurgencia, o ismos, o nocilleros, o cracks mexicanos, demuestra que vivimos un momento de creación interesante en ambas orillas del castellano, aunque en ocasiones pueda más lo mediático que la literatura. Es posible que muchos de los Nocilla no existan dentro de unos años, pero siento comprensión y algo más que simpatía por ellos...

 Sería un ejercicio de cinismo por mi parte, con mi turbulento pasado, y después de haber expresado en las declaraciones lo que siento (en resumen: una defensa de las permanentes categorías estéticas, o la creencia de que no es lo mismo un brillante anuncio publicitario que las ‘Elegías de Duino' de Rilke), no reconocer el derecho, y hasta la conveniencia, de la salida en tromba literaria algo chillona de un nuevo y joven grupo compacto. (¿Lo son los Nocilla? Ésa es otra. Por lo visto ya se han producido, como en los mejores ‘ismos', disensiones entre ellos, y a mí me sorprendió encontrar agrupados en sus filas a dos autores que admiro y no tenía por tales, Kirmen Uribe y Juan Francisco Ferré).

Corolario: los libros, incluso cuando tienen forma de manifiesto, hay que leerlos, y nunca derivar conclusiones ni condenas de aquello que en ocasiones no pasa de ser mera farfolla mediática a la que los propios causantes del guirigay podrían estar ajenos.

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18 de marzo de 2010
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Desoccidentalización

Las clases medias son las que mandan. Al menos en los países democráticos, donde los gobernantes deben atender sobre todo a sus necesidades para ganar elecciones. Son muy distintas de un país a otro y más todavía de un continente al otro, pero en todas partes quieren finalmente lo mismo: paz, estabilidad y prosperidad; y traducido a cuestiones concretas: puestos de trabajo, salarios decentes, viviendas dignas, educación de calidad, pensiones razonables. A diferencia de las clases dominantes en periodos anteriores de la historia de la humanidad, éstas son amplias y extensas. Nada que ver con la aristocracia del Antiguo Régimen ni con la alta burguesía del capitalismo clásico, elitistas y cerradas, condenadas con frecuencia al solipsismo y a la decadencia. Puede darse que no sean democráticas en sus valores o por el sistema político en el que se encuadran, pero sí lo son sociológicamente allí donde son hegemónicas.

Son clases luchadoras, aunque su lucha nada tenga que ver con la lucha de clases. Luchan por existir y ensancharse: el Partido Comunista Chino reivindica la mayor aportación a la historia de las clases medias. Asegura que ha sacado de la pobreza a 500 millones de personas en una generación, más de la tercera parte de su población actual. Y si sus dirigentes prefieren no oír ni hablar de apertura democrática y sitúan la culminación de su modernización para dentro de 100 años, es porque todavía cuentan con 150 millones de pobres a los que no les han alcanzado los beneficios del capitalismo comunista, y están firmemente convencidos de que no van a sacarles de la pobreza en un sistema descentralizado, pluralista y respetuoso con los derechos humanos como el que exigen los disidentes y les proponen los países occidentales. Las clases medias crecerán en Asia a un ritmo desenfrenado en los próximos años, pero se estancarán o sólo crecerán ligeramente en el resto del planeta y sobre todo allí donde ya son el grueso de la sociedad, como es el caso de lo que solemos llamar Occidente. Aunque la mutación sea pacífica, es decir, sin guerras entre las clases medias de los distintos países y áreas, sabemos que se producirá y se está ya produciendo en forma de una intensa competición. Pero los grandes cambios económicos y geopolíticos que nos esperan en este siglo XXI, y que en buena medida ya han empezado, son producto fundamentalmente de la expansión de las clases medias en todo el mundo. La globalización que ha impulsado el crecimiento de las clases medias tiene dos caras: una positiva, que reparte beneficios sinérgicos a todos; y otra negativa, en la que los efectos son de suma cero. Ejemplos de esta última: los puestos de trabajo que se crean en China desaparecen de Estados Unidos; el petróleo que consumen los coches en París sube de precio cuando son muchos los que en Mumbai quieren ir en coche; las emisiones a la atmósfera de los países industrializados a lo largo de la historia limitan las posibilidades de desarrollo futuro de los países emergentes y les obligan a invertir en tecnologías menos contaminantes. Como en todo juego de suma cero, lo que ganan los nuevos lo pierden los veteranos, en el reparto del poder mundial y en el peso en las instituciones internacionales. Es la mutación del G-8 al G-20 e incluso la desenvoltura con que los dirigentes de estas nuevas potencias del siglo XXI osan plantar cara al presidente de Estados Unidos. Sin sus clases medias detrás, presionando y exigiendo, con un enorme potencial de consumo, un peso creciente en la economía global e incluso un nuevo orgullo nacional, no serían posibles estas nuevas actitudes que traen de cabeza a las diplomacias norteamericana y europea. Las clases medias europeas y americanas han demostrado que donde mejor crecen es en régimen de libertad y democracia. Pero no significa que la libertad y la democracia sean el abono imprescindible para su expansión. En España conocemos de primera mano la expansión de las clases medias en dictadura. Gracias a la dictadura, dirán los escépticos en materia de libertades. A pesar de la dictadura, responderán los liberales. No es una reflexión historicista: vale para el mayor vivero de clases medias de la historia que es China. Y trasciende el marco chino. El mundo se está desoccidentalizando a marchas forzadas, según expresión de Javier Solana, utilizada hace pocos días en Barcelona, en su primera conferencia como presidente del Centro para la Economía Global y la Geopolítica de ESADE. Y nos estamos conformando ya al desplazamiento de su centro de gravedad. El problema es saber si nos vamos a conformar también a que nuestros valores queden diluidos o devaluados. De cómo encaren las clases medias chinas, indias y brasileñas su relación con las libertades individuales y la democracia parlamentaria dependerá en buena parte el futuro de las libertades y de la democracia en el mundo. Nada menos.

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18 de marzo de 2010
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Con Parra de parranda

 

Me gustan sus antipoemas. Y sus poemas. Me gusta su capacidad para provocar a los académicos y su manera de burlarse de muchos, de casi todos y de sí mismo. Me alegra leer los versos más alegres esta noche, antes de dormirme. Escribir, por ejemplo: "Veo que están bostezando: / No importa/ Bienaventurados los que tienen sueño. Porque no tardarán en quedarse dormidos". Nada de noches estrelladas, ni de bellos poemas de amor, ni canciones desesperadas. Nicanor Parra, de él estoy hablando, que sigue durmiendo poco, es de los grandes poetas vivos en nuestra lengua. En la más suelta de las lenguas, en la lengua absuelta de su manera desmitificadora de acercarse a la poesía.

Hoy me han dado la alegría lectora con la llegada de esa antología de Parra que se llama "Parranda larga". Libro para sacar por las noches, también por el día, y caprichosamente abrirlo por dónde el destino quiera.

Dicen que ya no ganará el Premio Cervantes, apenas tiene 96 años pero parece que no está dispuesto para el viaje. Cuando recibió el Premio Juan Rulfo, en Guadalajara, México, en 1991, ya empezó a bromear con su salud. Aunque dejó escrito el llamado "Discurso de Guadalajara: afonía total/ Huelo + a cipreses que a laureles"

En los años ochenta fui a Santiago de Chile con sus "Hojas de parra" y con deseos de hablar con él, estaba fuera. Me tuve que conformar con escuchar canciones de su hermana Violeta cantadas por sus sobrinos. Nada que ver. Me engañaron en el cambio.

Nicanor sabe de buenos cambios: "Cambio lola de 30/ por dos viejas de 15...Cambio gato enfermo de meningitis/ por aguafuerte del siglo XVIII..."

Un buen maestro de poetas, buen consejero de vida y de milagros. En poesía se permite todo: "...Alimentar abejas con hiel / Inocular el semen por la boca / Arrodillarse en un charco de sangre / Estornudar en la capilla ardiente /Ordeñar una vaca / Y lanzarle su propia leche por la cabeza"

 

Me gustan los chilenos. Me gustan los poetas chilenos. Nicanor y sus contrarios. Hoy toca Parra. Y hoy nos reconocemos en nuestros queridos chilenos, tan acostumbrados a vivir convulsamente, tan distintos de los argentinos, de los españoles y tan parecidos.

Me voy pero les dejo con otro poema. Ese dedicado a su patria llamado "Chile:

Llegan a los 40 con barriga / Andan a salivazos con el cielo / No reconocen méritos a nadie / Dicen estar enfermos y están sanos/ Y lo peor de todo/ Dejan papeles sucios en el prado"

Me gusta este poeta incapacitado para vivir en paraísos con tontos solemnes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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18 de marzo de 2010
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La vieja idea del bien común

Nunca había oído hablar de Tony Judt, pero me detuve en el artículo del New York Times porque su título hablaba de una cuestión que me obsesiona, y cada vez más. El artículo firmado por Dwight Garner se llama Renovando una vieja idea: el bien común (Renewing an Old Idea: Common Good).

Dice Garner que Judt es un historiador inglés que está muriendo, 'lenta y dolorosamente', de esa esclerosis a la que suele llamarse 'enfermedad de Lou Gehrig'. En algún punto, sostiene, llegará a comunicarse tan sólo por el parpadear de un ojo, como el inolvidable protagonista de La escafandra y la mariposa.

Garner define a Judt como 'un impredecible intelectual de izquierdas', y cita una de sus opiniones para ratificar el aserto. Según Judt, que es judío, Israel es 'un anacronismo' que está perdiendo la oportunidad histórica de perseguir 'un Estado binacional', que incluya tanto a judíos como a árabes, a israelíes como a palestinos.

La excusa del artículo es la publicación del último libro de Judt, que escribió mediante dictado a sus asistentes. Se llama Ill Fares the Land y es una suerte de sermón laico que no teme arriesgarse a la acusación de ingenuidad: su idea central es de que el Estado todavía puede, y además debe jugar un rol central en la vida de los ciudadanos sin poner en riesgo sus libertades. La palabra público, nos recuerda, 'no siempre fue un término oprobioso en el léxico nacional'.

Lo que me motivó a contarles esto es una definición de Judt que me entusiasmó compartir. Según el historiador, en estos tiempos izquierdas y derechas han intercambiado roles. La derecha se habría radicalizado, según él, secuestrada por dirigentes y periodistas que 'sólo pueden beneficiarse del caos y la ansiedad' de la gente. Mientras que ahora es la izquierda la que lucha por conservar algo: 'Las instituciones, legislación, servicios y derechos que heredamos de la época de oro de las reformas durante el siglo XX'.

Una definición que a mi entender, le cuadra perfectamente tanto a los políticos y periodistas de mí país como a los de éste que hoy visito -y por supuesto también a los Estados Unidos de Sarah Palin y el Tea Party.

Me gustaría leer el libro de Judt. Ojalá me lo cruce.

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17 de marzo de 2010
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Una pausa en Moleskine

Fuente: maqueteadores.blogspot En estas últimas semanas, debido a múltiples problemas y obligaciones familiares, he debido aceptar una serie de trabajos free-lance que me han quitado todo el tiempo libre y, lo que es peor, me han alejado de dos cosas que me hacen sentir encaminado: mi escritura y el blog Moleskine Literario. Lamentablemente, debo seguir aceptando ese tipo de empleos tan demandanetes como la corrección de textos por un tiempo más. Pensé en la opción de cerrar Moleskine Literario pero tengo la esperanza de que las cosas mejoren financieramente. Ya estoy buscando soluciones en ese sentido. Pero por lo pronto, no podré postear con la frecuencia de siempre, así que he decidido poner una pausa en el blog que durará, calculo, al menos hasta fin de marzo en el mejor de los casos. Espero volver pronto con las pilas recargadas y las ganas de siempre de servirlos a uds. y divertirme. Los voy a extrañar.¡Un abrazo enorme!

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17 de marzo de 2010
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El Hades y su destino

Rafael Argullol: Edipo se convierte en un destino en sí mismo, y en la última tragedia hace la representación del significado de ese destino. 

Delfín Agudelo: ¿Pensarías que en este nomadismo y ceguera habría alguna variación del concepto del Hades? Sería, por lo tanto, también una variación o transformación del concepto de la muerte.

R.A.: Yo creo sinceramente que toda la tragedia, toda las tragedias de los tres grandes poetas -Esquilo, Sófocles y Eurípides- significaron en el fondo una especie de colisión entre lo que era el modelo más genuinamente homérico, griego, procedente de la épica, con una mentalidad extra-homérica que en términos muy amplios podríamos llamar órfica y dionisíaca, mentalidad en la cual se introdujeron elementos extáticos, elementos en los cuales se insinuaba la posibilidad de la inmortalidad del alma o al menos la posibilidad de la metempsicosis. Es decir: el mundo de la tragedia es un mundo en el que confluye lo oriental y lo occidental; en que confluye lo que era griego arcaico con elementos probablemente procedentes de Asia, de oriente medio, incluso de la India. Los historiadores contemporáneos ya empiezan a recoger la enorme influencia de esas doctrinas, de esas teorías.

Creo que la tragedia sin definirse está reestructurando la visión que se tiene de la muerte en la sociedad griega. Lentamente se pasa de es idea fría, de exilio, que es el Hades homérico, a esas nuevas ideas que reflejan los escritos metafóricos y místicos de los pitagóricos y sobre todo que recogerá de manera tan impactante para la posteridad Platón: la idea de que quizás la condición humana no sea mortal exclusivamente, como era la creencia homérica, sino que junto con la mortalidad haya una dimensión inmortal.

¿La traducción de esa dimensión inmortal? No la había unívoca: había muchas cristalizaciones distintas de esta posible inmortalidad. Pero al variar esa piedra angular, variaron todos los engranajes de la arquitectura griega, o se trastocaron, porque en la medida en que tú cambiabas,  relativizabas o transfigurabas la relación del hombre con la muerte, también cambiabas la relación del hombre con la memoria, la relación del hombre con el significado de la gloria, del honor, de toda una serie de elementos que marcan la antropología antigua griega. Y todo eso creo que son piezas que entran en choque en lo que llamamos tragedia: entendida ahora en su conjunto, significó una especie de gran escenario donde se fue escenificando esta colisión de mentalidades y de sensibilidades y de espiritualidades, para una comunidad en la cual las ideas habían dejado de ser unívocas y se demostraban muy deslizantes y muy contradictorias entre sí. En el mundo de la tragedia, que es el mundo álgido de la Atenas clásica, conviven personajes y corrientes de opinión que siguen reafirmando la idea del Hades homérico y de la muerte absoluta del hombre a través del acto de la muerte, con otros que introducían elementos vinculados a una mortalidad personalista, con otros que vinculados a los que introducían una idea inmortalidad podríamos llamar más abstracta, más vinculada hacia lo que modernamente llamaríamos energía o reintegración en el cosmos.

Había distintas posiciones y todas ellas chocaban en el mundo de la tragedia. Esto queda muy bien demostrado en Las bacantes de Eurípides, donde lo que eran las visiones tradicionales de la muerte y la condición humana son abruptamente modificadas por ideas extranjeras ya tan influyentes que pueden considerarse locales. Es un gran laboratorio en el que se experimentan lo que luego serán distintas actitudes del hombre delante de la muerte y la inmortalidad, de la memoria y del propio arte.

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17 de marzo de 2010
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