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¡Hasta pronto!

 

Hace ya casi tres años que inicié un curso en este escenario virtual, curso de apuntes más bien, para quienes estaban interesados en aprender algo del oficio de escritor, trabajo al que me he dedicado «en el mundo analógico» por muchos años y que Basilio Baltasar, director de esta página, me ofreció generosamente continuar aquí. Era mi primera experiencia on line y aunque acepté con cierto recelo, la experiencia resultó muy gratificante pues recibimos muchos textos de gente entusiasta que acometía su trabajo literario con talento y con empeño. Algunos de esos cuentos son realmente estupendos y muchos de quienes los escribieron han seguido haciéndolo y confirmando una solvente calidad como escritores de los que seguramente en algún momento oiremos hablar. Otros compartieron con nosotros la ilusión de algún premio recibido. De más está decir que con algunos de los participantes del taller se forjó una estupenda amistad que ha crecido con el paso del tiempo. Y esas clases se convertirán en un libro que saldrá probablemente antes de fin de año.

Pero aquel taller on line demandaba cada vez más trabajo y, so riesgo de flaquear en los objetivos que nos impusimos al principio, decidimos cerrar el «aula» y convertir este espacio en blog comme il faut. Aquí han quedado algunos impresiones de lecturas, de viajes, de situaciones políticas, de reflexiones sobre el hecho de escribir y de muchos otros temas que abordé no como artículos periodísticos, pues creo que esa no es la esencia del blog ¾como su propio nombre indica¾ sino como apuntes a vuela pluma, más bien notas al pie de alguna eventual reflexión posterior sobre el tema tocado cada semana. Pero ahora creo que va siendo el momento de dejarlo: un blog, incluso tratándose de uno tan liviano, requiere tiempo y dedicación, y ahora mismo afronto nuevos proyectos personales como el Centro de Formación de Novelistas, varios viajes para dictar cursos y conferencias que me llevarán de un extremo a otro del mundo, y sobre todo la preparación de una novela en la que he de invertir mucho tiempo y mucho esfuerzo y para la que requiero toda la concentración y toda la ilusión posible. De manera que, después de pensarlo mucho y posponerlo lo suficiente, doy por cerrado este espacio no sin amenazar con un eventual regreso más adelante. A todos los lectores esporádicos y a todos los amigos que se han acercado por aquí para dejar sus comentarios, su complicidad, sus palabras de aliento, su camaradería, sus cuentos y sus reflexiones: muchas gracias por este tiempo compartido y hasta pronto.

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28 de abril de 2010
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III. La gramática y el código penal

Las palabras, más allá de sus resortes legales, porque la gramática es una ley cuyas disposiciones pueden estar vivas y pueden también caer en desuso, adquieren poder de acuerdo a las circunstancias sociales, y el lenguaje, compuesto de palabras, lo que hace es reflejar los hechos, no pocas veces en sacrificio de la tradición canónica. Recuerdo que en mi pueblo natal de Masatepe la cofradía de Hijas de María tenía una presidenta, siempre una niña vieja reputada de virgen; se la llamaba presidenta por indudable exclusión de género, porque ningún varón podía optar a este cargo naturalmente femenino. Aquí, otra vez, la regla gramatical se rendía ante la implacable realidad.

Las gramáticas, y los diccionarios, no hacen sino mostrar las relaciones de poder presentes en la sociedad en momentos determinados. Hasta ahora los diccionarios han sido documentos explícitos de la sociedad patriarcal, hechos por hombres para reflejar el dominio masculino, igual que las leyes. No olvido que en el Código Penal que me tocó estudiar en la escuela de derecho, se establecía que el delito de adulterio sólo podía cometerlo la mujer, mientras para el hombre se reservaba una figura menos grave, que era la de amancebamiento. El profesor nos explicaba que era así, porque sólo la mujer puede llevar sangre extraña al hogar, y es lo que debía castigarse.

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28 de abril de 2010
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Armas y guerras del futuro

No se puede ni siquiera empezar a pensar que se liquida una etapa entera de la historia de la destrucción bélica sin que se cuente ya con todos los ingredientes pare asegurar el futuro de las guerras. Barack Obama ha dado algunos pasos esenciales en una desescalada armamentística sin precedentes, centrada sobre todo en la reducción de los arsenales nucleares pero con la llamada opción cero en el horizonte: que significa llegar a una recta final en la que la última negociación por parte de todas las potencias nucleares sea poner sobre la mesa su total eliminación. El presidente de Estados Unidos ya ha dicho que no lo verá en vida suya, de forma que la caución temporal le permite sencillamente avanzar unos pequeños pasos que dejen trazado el camino y la dirección. Pero esto no lo va a hacer y no lo está haciendo sin poner en marcha, antes, la siguiente generación de artefactos destructivos que asegurarán la primacia norteamericana en un mundo sin armas nucleares.

El New York Times lo contó este pasado viernes, pero Georges Friedman, sobre quien escribí este pasado domingo, también lo ha explicado en su libro sobre cómo será el mundo en los próximos cien años. Friedman, además de dedicarse sobre todo a la geopolítica, es asesor en temas militares sobre temas armamentísticos y estratégicos, de manera que sabe de lo que habla. La nueva arma del futuro, que está ya concibiéndose ahora, son los misiles ultrasónicos, capaces de alcanzar un objetivo en cualquier parte del planeta en cuestión de minutos, una hora como máximo. Combinan la precisión y el guiado cibernético de los drones actuales con una carga explosiva de gran intensidad capaz de destruir instalaciones situadas en búnkeres subterráneos. Su velocidad permite ahorrarse la dispersión de las instalaciones y elimina la necesidad de numerosas bases. La guerra mundial que Friedman ha imaginado para mitad de siglo, cuando Obama sea un anciano de gran edad o haya ya muerto, tendrá en los misiles supersónicos, capaces de atacar también plataformas espaciales, una de sus armas más poderosas. Todo esto funciona muy bien en la ciencia ficción, que es el territorio en el que cae la geopolítica cuando quiere llegar demasiado lejos en el tiempo. Pero en la práctica, los misiles supersónicos plantean otro problema, que los rusos, con la perspicacia que les ha dado la competición de la guerra fría y de sus actuales estribaciones, han señalado con un punto de irritación: ¿quién nos asegura que estos veloces misiles de muy largo alcance no llevarán una carga nuclear, de forma que inmediatamente se rompa cualquier equilibrio? De momento, el arma del inmediato futuro no es todavía el misil supersónico, sino el dron, es decir, el avión no tripulado que se controla desde una base situada a veces en el territorio norteamericano y que permite bombardeos de precisión y asesinatos selectivos. Se está usando en Afganistán y Pakistán con gran intensidad y con efectos a veces no deseables. A pesar de las enormes virtudes de la cibernética, los efectos colaterales son en muchos casos terribles. Si hay deslizamientos inadmisibles cuando las armas son utilizadas por soldados que actúan directamente sobre el terreno con los objetivos a vista, cómo serán las cosas cuando la diana se halla a miles de kilómetros y el juego de play station es todavía más evidente. Sobre los drones, como sobre otro tipo de guerras de enorme trascendencia como son las meramente cibernéticas, que afectan a las comunicaciones y a los sistemas informáticos del país que se quiere atacar, Friedman no nos dice apenas nada en su libro. Pero esto no significa que no sean cruciales. Tampoco nos dice nada sobre el futuro de Israel, fuera de dar por descontado, como quien no le da importancia, que será un Estado militarmente fuerte a lo largo del siglo XXI. (Enlace con el artículo del New York Times sobre la nueva arma).

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28 de abril de 2010
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La filosofía y la lucha contra la ideología

La mayoría de textos que han dado contenido a este blog se focalizaban sobre problemas filosóficos. He defendido aquí mismo muchas veces la tesis de que la filosofía se enfrenta a interrogantes que se presentan al espíritu en cuanto éste deja de estar distraído, entendiendo por distraído lo siguiente: ocupado en problemas contingentes, es decir, problemas que (por apremiantes y hasta dramáticos que puedan ser) no son parte de las alforjas elementales de la humanidad, no se presentan necesariamente en toda organización humana concebible. Defiendo por todos lados la tesis de que  filósofo es exclusivamente aquel que habla de cosas que a todos conciernen y lo hace en términos, de entrada, elementales y que sólo alcanzan la inevitable complejidad respetando esa  absoluta exigencia de transparencia que viene emblemáticamente asociada al nombre de Descartes. Y no encuentro jamás redundante recordar que el instrumento de la filosofía no puede, de entrada ser  otro que el lenguaje inmediato e inevitablemente equívoco, del que se nutre la vida cotidiana. Pero también he dicho que precisamente por lo ambicioso de sus objetivos la filosofía acaba exigiendo un  grado de tecnicidad y hasta en ocasiones  de erudición.

Ello justifica que habiendo abordado hace unas semanas el problema filosófico de las concepciones que nos hacemos de la naturaleza, me haya sentido obligado a hacer una inmersión en la teoría científica que con mayor radicalidad ha cuestionado los presupuestos implícitos que  marcan nuestra relación con el entorno. He insistido en que desde el pensamiento  primitivo  hasta la Teoría  de la Relatividad hay una base común de referencias respecto al orden natural...  que la Mecánica Cuántica  subvierte radicalmente.

He estado varias semanas embarcado en una presentación filosófica de la Mecánica Cuántica, concretamente en la tentativa de realizar una génesis conceptual de la disciplina que me permita hacer inventario de sus enormes implicaciones filosóficas y tengo el proyecto de seguir en tal "viaje". Pero como aspiro a que los aspectos más ontológicos de la filosofía no sean un impedimento (más bien lo contrario) para poner sobre el tapete otras dimensiones de la disciplina, concretamente las dimensiones estética, ética y política, este blog da efectivamente saltos de problemática.

                                                 ***

Lo que hoy inicio es el principio de una conversación informal con mi amigo el escritor y profesor de Historia de la Medicina José Lazaro. Conversación mantenida y por el grabada en mi casa de Barcelona y que prolongaremos en compañía de otros amigos muy próximamente. Después volveremos en este blog a las cuestiones filosófico-ontológicas.

 

"Problema total de la existencia"

José Lazaro-  En tus libros y escritos haces apenas referencias explícitas a Marx. Sin embargo se diría que cada vez que aludes no sólo a temas directamente sociales sino a la condición humana y sus retos, Marx está presente. Parece un instrumento que utilizas en lugar de tomarlo como objeto.

 

Victor Gómez Pin- La virtud magnifica del marxismo es la critica a la ideología. Es incompatible ser marxista e ideólogo..., imposible. El marxismo no puede ser una ideología. Y que llegue a convertirse  en una ideología es no sólo deplorable sino auténtica mutilación.  El marxismo es una de las tentativas, precisamente, de denunciar la falacia de toda ideología. Lo hace  poniendo de relieve los aspectos subyacentes de esa ideología y a qué responde en ultima instancia que nunca coincide con lo que los devotos de la misma piensan. En suma no puede haber una ideología marxista, y si la hay no tiene nada que ver con lo fértil del marxismo.

J- Y ¿qué es?

V- El marxismo  esencialmente consiste esencialmente en algo muy claro: poner de relieve como las estructuras alienantes del orden social determinan todos los aspectos de la vida y hacen imposible la realización de la esencia humana. Esto es el marxismo, y esto son los manuscritos del 44 cuando al final sugiere Marx que el comunismo sería la situación en la que el hombre estaría en condiciones de confrontarse al "problema total de la existencia"...

J- Desde esa perspectiva marxista ¿como defines ideología?

V- Ideología, pues mira...: un sistema de creencias que te permite no enfrentarte a lo real. Esto es la ideología.

Hay una posibilidad de enfrentarse a los problemas que determinan al hombre en función de su propia condición de animal racional. En fin la alineación (término poco de moda, curiosamente cuando aquello que designa nunca ha estado más presente) es lo que  impide esta asunción del propio destino. La ideología esta hecha para que  un sistema de alineación te sumerja  y estés en él tranquilamente instalado.

J- ¿El cristianismo es una ideología?

V- ¿El cristianismo? Absolutamente, vamos, la más poderosa que ha habido en la historia de la humanidad con muchísima diferencia. Pero cuidado no la menos interesante, porque es mucho más interesante que esos sucedáneos que se dan ahora: religiones sin catedrales, auténtica bazofia para el espíritu. Pero en cualquier caso, por definición el cristianismo es ideología, es decir: un sistema de encontrarse parapetos para no asumir tu condición, no enfrentarte  entre otras cosas a tu condición animal.

Hombre, el carácter ideológico del cristianismo ya esta bien mostrado por Marx en las Tesis de Feuerbach o por el propio Feuerbach, simplemente. Lo que  sí ha sido una sorpresa, es que la   exigencia de una naturaleza sana y la misma  exigencia del reconocimiento de nuestra condición animal,  se hayan convertido en ideología.  Esto no era tan de esperar. ¿Por qué? Porque si  enfatizas (como los émulos españoles de las tesis del americano Gary Francione)  que el problema es el sufrimiento, el problema es que hay seres que sufren, y que la esencia de la disposición ética no consiste en paliar  el mal gratuito que afecta a los seres humanos, sino en evitar que sufra  todo aquél que sea susceptible de hacerlo,  entonces... lo demás es secundario. Una vez que dices esto (que por otro lado es una ideología muy cristiana), entonces tienes tendencia a erigirlo en  problema exclusivo: dime que problema impones y te diré como estás determinando el mundo.

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27 de abril de 2010
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Weekend 2

Este fin de semana empieza y, desde el primer momento se advierte que no se comportará a al manera en que lo habíamos soñado días antes. Incluso, es posible, que dentro de él nos descubramos imaginando todavía una oferta excepcional y verifiquemos el patente engaño en que hemos convertido esos pobres días, acaso igual que todos, tan feos o tersos como todos y, artificialmente embellecidos por la ansiedad de hallarlos extraordinarios.

La vida, en definitiva no da mucho más de sí. No da más de sí a lo largo del trabajo semanal ni tampoco cuando el trabajo se interrumpe 48 horas.

Todo es sólo lo que es. Un recorrido de seres humanos, humanos  organizados como productores, tan impotentes como subordinados, artistas o creadores. ¿Cómo suponer por tanto que el weekend sea de una naturaleza superlativa?

Los dos días del web end están compuestos por los mismos ingredientes de los demás días. Ni se cura ni se agrava la adversidad en ese periodo, creado para soñar y  que nunca se declaró medicinal ni se autoproclamó indemne en la semana de las cuarenta  horas. Ese fin de semana, como sus antecedentes y consecuentes, pertenece a una misma sustancia vivencial y tanto más cuantos más fines de semana se hayan vivido.

La alegría de la primera vacación, el júbilo del primer fin de semana, se celebra como un galardón del pero, poco a poco, en la veteranía del cargo, el fin de semana se revela tan reiterativo como el resto y llega, al final de la semana, brindando no la recompensa a la firma del contrato inicial sino como una cadencia del tiempo que se dirige al deterioro perfecto  y su irreversible tumba de la jubilación.

Sería preciso, contar con una afición o una actividad especial, guardada en ese arcón repetido del week end, para ir hacia ella compuestos por una lusión, tan fuerte como clandestina, para realizarse en ese escondrijo el yo; son de esta clase las vocaciones sostenidas para pintar, componer música  o escribir en los fines de semana. Lugar, aparentemente mítico, aparentemente separado del orden de todo lo demás, donde han brotado, aunque de forma insólita, grandes artistas, conquistadores de su verdad personal, saliendo del armario en medio de un guardamuebles sin orden ni razón. 

De modo que, por el momento, piensan muchos, en tanto nadie pueda librarse de su indeseable obligación laboral,  el amateurismo aparecerá, de cara al futuro, convertido en la verdad-verdadera de nuestra personalidad, por el momento sofocada repetidamente en la cotidianidad laboral.

 El resto de los días, los laborables los de empleado,  serian el teatro de nuestra falsa vocación, representado allí, en aras de la verdad clandestina, expresada en  el weekend la estampa de una naturaleza ordinaria o vulgar.

Las identidades, firmes, las diferenciales y fuertes corresponderían al  fin de semana. Vocaciones sofocadas por el orden de la producción anónima en tiempos de acción laboral serían liberadas de esa obligación en los weekends, lapsos  de paraísos de verdad y libertad, custodiados como nombres propios.

O, dicho de otro modo: no es el fin de semana quien se quita de en medio los cinco días laborables como signo de nuestra necesidad esencial sino los cinco días laborables quienes se oponen a nuestra vida esencial. De este modo inverso, la casa del fin de semana, es el cuartel de la resistencia a las jornadas anteriores y posteriores a su tiempo esencial.

El fin de semana es el castillo principal del yo.  O, la excepción es el torreón de la felicidad mientras el resto trata de atentar en su contra. De ese modo la casa, situando allí el supuesto castillo, se galvaniza de verdad y el exterior se encubre en la mascarada.

La casa se enaltece como lugar de identidad y el resto como una jauría de depredadores de nuestra personalidad débilmente guarecida. De otro modo, invirtiendo los términos, el fin de semana tiende a ser la tumba de la normalidad pactad  para bien del ser y su servicio normal sino como tranquilizante depresión de su grado.

El fin de semana como bache del quehacer dignificado y como propicio lugar para que sus cenizas y fracasos se depositen en su seno.

Fin de semana pues como una suerte surte  de bache o decaimiento del nivel general  del territorio, trinchera donde si, de una parte, nos creemos protegidos de los ataques ajenos. de otra nos presagia el principio de nuestra alineación. La piedad por los seres humanos no debe conocer límites, no atiende a fronteras. La calamidad de ser un individuo de la misma y vasta especie, alistado en la producción, conlleva un halo de necesidad fundamental, una triste ternura, un aura gris que el fin de semana no puede eliminar sino que por el contrario, sábado tras sábado, domingo por la tarde tras domingo por la tarde, hace flotar como los peces muertos o casi agónicos en la pecera de Matisse, las escamas coloradas -decoloradas-que apenas se mueven en  la pecera­ 

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27 de abril de 2010
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De Italia a Arizona

La inmigración será una de las piedras de toque de las sociedades avanzadas en el siglo XXI. Las economías eficaces y las sociedades dinámicas serán las que sepan acoger e integrar a centenares de miles de personas de orígenes, religiones, culturas y lenguas distintas. No es una cuestión de buenas voluntades ni de buenismos, sino de necesidad. Las sociedades posindustriales, con pirámides de población envejecidas, necesitan ya ahora mismo mano de obra joven que ayude a marchar la economía y que aporte las cotizaciones sociales para garantizar el futuro de los sistemas de cobertura sanitaria y de pensiones. Para que funcione adecuadamente la integración de estas poblaciones y su conversión en ciudadanos con plenos derechos y deberes es evidente que se necesitan políticas inteligentes en la admisión de los inmigrantes y fuertes inversiones públicas en los sistemas de integración, que son sobre todo la educación, la sanidad y las infraestructuras urbanas, es decir, los transportes y la vivienda.

Todo esto son cosas más que sabidas desde hace muchos años. Lo saben los trabajadores sociales, lo saben los sociólogos que han estudiado estos fenómenos y lo saben los políticos, aunque a veces se hagan los despistados en razón de sus intereses electorales. Hay ciertamente un problema de intensidad y de ritmo en la llegada y en la integración, que a veces puede producir desequilibrios y problemas de gran visibilidad conflictiva, principalmente cuando se mezclan cuestiones de orden público, delincuencia y enfrentamientos comunitarios. Y hay también intentos populistas y oportunistas, profundamente cínicos, de aprovechamiento electoral de estas tensiones. Uno de los estados de la unión norteamericana acaba de aprobar la que quizás es una de las peores leyes contra la inmigración del mundo contemporáneo. Sólo le van a la zaga las leyes anti inmigración promovidas por la Liga Norte y aprobadas por la mayoría berlusconiana que gobierna en Italia. La ley de Arizona convierte en cualquier persona distinta, por rostro o por lengua, en un sospechoso; y crea, de hecho, una situación de discriminación contra los hispanos, incluyendo los que tienen nacionalidad estadounidense. El mero hecho de hablar español, en un Estado de fuerte componente hispana y que fue parte de México hasta 1848, constituirá bajo esta legislación una apariencia de delito y sucederá ni más ni menos que en territorio de los Estados Unidos, que es un país de inmigrantes y hecho por inmigrantes. La ventaja del debate sobre la inmigración en Estados Unidos es que tiene unos resultados exactamente contrarios a los que tiene en Europa. Esta legislación promovida por los republicanos de Arizona puede convertirse en el mayor desastre para el partido republicano, pues se enajenará a la minoría hispana, de creciente peso demográfico y electoral, que ya fue decisiva en la elección de Barack Obama. En Europa, en cambio, el debate sobre la inmigración está siendo utilizado por la derecha para apuntillar a la izquierda, porque la divide y la debilita, a la vez que aglutina alrededor de las opciones conservadoras a un voto que puede alcanzar a veces hasta le extrema derecha. Lo más probable es que la ley de Arizona termina naufragando, gracias al soberbio sistema de checks and balances norteamericano, pero a la vez cabe imaginar que puede ser letal electoralmente para los conservadores y sus candidatos, contribuyendo a su arrinconamiento en la extrema derecha. No es lo que cabe esperar de las legislaciones anti inmigración europeas, que terminarán lastrando todavía más la capacidad competitiva y el dinamismo social de esa Europa tan perezosa y cansada. (Enlace con un excelente artículo de análisis de Andres Oppenheimer, publicado en inglés en el Miami Herald y en español en el Nuevo Heraldo de Miami).

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27 de abril de 2010
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Besos de una noche

Con un pulóver ceñido y el pelo embadurnado de gel, ofrece su cuerpo por sólo veinte pesos convertibles una noche. Él muestra ese rostro de pómulos salientes y ojos achinados que son tan comunes entre quienes vienen del oriente del país. Mueve todo el tiempo los brazos, con una mezcla de lascivia e inocencia que produce por momentos lástima, por otros, deseo. Forma parte del vasto grupo de cubanos que se gana la vida con el sudor de su pelvis, que mercadea su sexo ante extranjeros y nacionales. Una industria del amor rápido, de las caricias breves, que en esta Isla ha crecido considerablemente en los últimos veinte años. La Habana tiene por momentos aires de burdel, sobre todo si se transita por la calle Monte hasta la intersección de ésta con Cienfuegos. Mujeres jóvenes con ropas vistosas, pero algo desteñidas, ofrecen su ?mercancía?, especialmente cuando cae la noche y los elásticos no se ven flojos ni las ojeras tan grises. Son las que no pueden competir para alcanzar un gerente o un turista que las lleve a un hotel y les ofrezca -al otro día- un desayuno con leche incluida. No usan perfumes de marca y completan su trabajo en unos apretados cuartos de solar o en el descanso de una escalera. Trafican con gemidos, intercambian espasmos por dinero. Estos hombres y mujeres ?comerciantes del deseo- evitan tropezarse con los uniformados que vigilan la zona. Caer en manos de uno de ellos puede significar una noche en el calabozo o la deportación a su provincia de origen para quienes están ilegales en la ciudad. Todo puede resolverse si el policía capta la propuesta de un muslo que se le insinúa y acepta intercambiar el acta de advertencia por unos breves minutos de intimidad. Algunos agentes del orden volverán asiduamente a cobrar su peaje ?en moneda o en servicios- para permitirles a estos seres nocturnos que sigan apostados en las esquinas. Negarse a dárselo puede hacer a las mujeres terminar en una granja de reeducación de prostitutas y a los hombres ser acusados de un delito de peligrosidad predelictiva. Así se completa el ciclo del sexo por dinero, en una ciudad donde el trabajo honrado es una reliquia de museo y las necesidades llevan a muchos a apostar el cuerpo, a contonearse a la espera de una oferta.

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26 de abril de 2010
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Cinco días con David Foster Wallace

En marzo de 1996, la revista Rolling Stone envió al periodista David Lipsky a acompañar a David Foster Wallace en la última parte de su gira de promoción de la meganovela La broma infinita. Gracias a esa novela, Foster Wallace se había convertido en el escritor norteamericano más importante de su generación, y su fama trascendió los círculos literarios. Con su look atlético y la bandana de pirata, el editor de Rolling Stone sintió al escritor como "uno de los nuestros" y decidió asignar el perfil/entrevista a Lipsky. Así fue cómo Lipsky pasó cinco días con Foster Wallace, durmió en su casa, conoció a sus perros Drone y Jeeves, comió con él en restaurantes de carretera y tuvo conversaciones profundas sobre el sentido de la vida en terminales de aeropuertos. Al final, la entrevista no se publicó, pero por suerte Lipsky grabó todo. Although Of Course You End Up Becoming Yourself: A Road Trip with David Foster Wallace es la transcripción de esos cinco días: repeticiones y todo, trescientas páginas magníficas que son lo más cercano que tenemos a una autobiografía de este escritor.    

Lipsky es casi de la misma edad que Foster Wallace, pero está genuinamente impresionado por él y lo admira: "escribía con una mirada y una voz que parecía ser una forma condensada de la vida de todos". Todos los escritores que conoce quisieran estar en su lugar (notas en Time, reseñas en Esquire, etc). Las primera horas en su casa en Bloomington, Indiana, descubre algunos datos curiosos: Foster Wallace está suscrito a la revista Cosmopolitan (leer sus artículos, dice, "calma su sistema nervioso"), y tiene en su habitación un póster de Alanis Morrisette (está obsesionado con ella) y una toalla con la imagen del insoportable dinosaurio Barney.

Foster Wallace se muestra cuidadoso al comienzo de la conversación, tiene miedo a ser devorado por la fama y quiere controlar su imagen y la entrevista. Sin embargo, no tarda en establecer una relación de camaradería con Lipsky y se va soltando. En el apogeo de su carrera, se muestra lúcido, divertido, autocrítico, constantemente autorreflexivo: leerlo es escuchar a sus personajes, ver una mente muy consciente de estar consciente, entender que no eran gratuitas las notas al pie de página que marcaban su estilo.

Foster Wallace habla de todo. Le fascinan las películas de acción con muchas explosiones, no soporta a Updike, piensa que Stephen King debería ser más valorado, entiende de política ("Reagan permitió la fantasía de que los últimos cuarenta años no habían ocurrido") y de cine (David Lynch es lo máximo, ha llorado con Braveheart, Spielberg sabe cómo hacer que una película se te meta bajo la piel pero es un ejemplo vívido de cómo "Hollywood mata lo que adora"). Cree que nada se compara a la literatura, un arte que nos hace trabajar, que no nos da las cosas digeridas como la televisión, pero a la vez reconoce que hay mucha "belleza y profundidad" en la cultura popular más basura.

Dos temas que aparecen una y otra vez en sus conversaciones son los de la soledad y la adicción. Foster Wallace ha luchado varias veces contra la depresión, y ha concluido que el principal objetivo de los libros es lograr que nos sintamos menos solos. El gran tema de La broma infinita es la adicción de los Estados Unidos al entretenimiento fácil -el cine, la televisión-- y la forma en que esta adicción puede llevar a la cultura a la muerte: todo está bien en dosis pequeñas, pero "nosotros no paramos con las dosis pequeñas". A la vez, Foster Wallace no tiene miedo de escribir en un tiempo tan superficial como este: lo que ha hecho la televisión, dice, "es darnos el regalo precioso de hacernos más difícil el trabajo".

Después de esos cinco días, Lipsky no volvió a ver a Foster Wallace. Pero la charla le cambió la vida, y hubo frases que se quedaron con él para siempre ("Dame veinticuatro horas solo, y puedo ser muy, muy inteligente"). Este libro conmovedor hará lo mismo con muchos lectores.

(La Tercera, 26 de abril 2010)
 
 

 

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26 de abril de 2010
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El weekend

Los fines de semana, a pesar de los pesares, se presentan como una pesarosa depresión de cada  semana. Llega la tarde del viernes y con  ella se  ingresa en la rampa simbólica y oscura de la atronante discoteca. Al final de ella, poco después, en el despertar del sábado que nos vemos fuera de esa suerte de caverna plateada, lugar confuso y bajo tierra, para emerger a una realidad donde, con el desayuno del café con leche, vuelven más o menos borrosas las cuestiones pendientes de todos los días cuando, la noche antes, nos creíamos por momentos a salvo de todo.

De hecho cualquier mala noticia que sobreviene durante el fin de semana adquiere unos caracteres más inconsentibles u horrendos, simplemente por acontecer en un intervalo reservado para la vida de luxe, frente a la vida ordinaria y común, de baja calidad, que es el escenario donde, en general, sobreviene el mal y el bien, la muerte de un amigo o el despido a ultranza.

En los fines de semana, ya por amplia convención internacional, se establece un armisticio social y antropológico. Esos días se encuentran en el calendario común pero tan solo como corchetes que enlazan con el otro periodo de cinco días hábiles (¿hábiles?) que llegan a continuación y a la manera de un rancho, igual al anterior, donde vivir, trabajar, reír o penar  dentro del menú general de la vida.

En el fin de semana la vida, a diferencia de las otras jornadas, no se consume trabajando. Se consume de todos modos, haciendo esto o aquello, pero se ofrece socialmente como una degustación que en teoría administraremos con mayor participación de nuestra voluntad y nuestro particular capricho. ¿Fines de semana pues para hacer todo lo que nos plazca al margen de lo que se debe hacer? Esta es la leyenda del Gran Descanso histórico que, etimológicamente, significa desde el siglo XV desviarse de la ruta, "doblar un cabo navegando, desviándose del camino ordenado".

 Desviados, en suma, de la ruta cotidiana y reglamentaria para reorientarnos hacia un impredecible y surtido territorio de elección. Uno se va a cazar el otro a tomar aguas, uno duerme dieciocho horas, el otro pinta el salón o un lienzo. La diferencia de actividad en los fines de semana hace estallar el orden cabal que imponen el resto de los días donde se actúa normalizadamente y en cada momento, cualquiera que nos conozca, podría  señalar el lugar donde nos encontramos y la clase de labor que desempeñamos.

Para bien y para mal, el fin de semana es un tiempo de excepción. Nos exceptúa de la rutina para invertirnos en una vitrina, también medida con rigor, en donde podemos comportarnos como personajes ingrávidos e inventados. Esta sería la parte positiva de le excepción finisemanal en el gran supuesto de que la tristeza. la soledad o la melancolía no viniera a turbarnos. Pero, además, la parte negativa de esa excepción se corresponde con el tiempo, cada vez más numeroso y montañoso, de las personas que habitan los hogares a solas y se tropiezan, semana tras semana, con la realidad de su vida única, peatón del mundo, Paseante urbano y  desenlazado de la vida de los otros,

Este carácter solitario y negro del fin de semana, cada vez más numeroso y común, convierte las ciudades en un archipiélago de luces que señalan pisos habitados por un solo habitante y nada más.. Un solo habitante que se asoma y desaparece. Que sigue a solas el programa en la televisión y calla. Un solo habitante que abre la pequeña lata de atún y  llama por teléfono o espera el timbre de un teléfono que no suena.

Este par de fechas que componen el fin de semana han perdido de vista la idea del sabbat y todas las demás connotaciones felices, de descanso y oración, que marcaban sus significaciones fantásticas.

Del domingo, día del Señor, día de trajes especiales, planchado y dorados por el día de sol (según el sunday inglés o el sonntag alemán) se pasa al casual del domingo laico y deportivo. Los fines de semana son diferentes en cuanto al quehacer de las obligaciones laborales  pero son iguales a los demás en cuanto a la climatología simbólica y su prestigio.

No surgen bordados con una aguja de oro ni bañados  por otra luz. Tampoco se comportan benévolamente como se deducía de la cortesía social, los rezos y las bendiciones que inspiraba la visita a los templos. El domingo y no digamos ya el sábado, su escudero, discurren como fechas sin un lustre miniado. Son tan sólo productos seculares, sólo de más precio mercantil, extraídos del resto por dictados del Estado de derecho que proyecta su sombra regular sobre todo lo que rige.

Son días en que efectivamente la vida doméstica, la presencia del hogar emerge con mayor claridad y en los cuales, la casa, en vez de presentarse como un transitorio apeadero de las demás ocupaciones se reconvierte en una rotunda estación  donde habrá que vivir cara a cara con su carácter, sus imperfecciones, sus atractivos y su inesperada falta de interés.

El tedio de la domesticidad  empieza a manar desde los muebles, las ventanas y los tabiques. Todas las viviendas se vuelven demasiado angostas para seguir fantaseando sobre sus dones y el fin de semana calibra desdichadamente la amplitud de nuestras imaginaciones acogedoras.  Son, sin embargo, angostas para dar cabida a la gran expectativa de libertad pero, de otra parte, son excelentemente felices para morir con la mayor voluptuosidad en ellas. De ese choque entre lo altamente esperado y lo menudamente recibido, entre lo recibido y lo imaginable sin freno  nace una justa animadversión hacia el hogar antes glorificado y, de paso,  una consideración menor de la domesticidad  que ya no  se expresa como una munificencia sino como estrés que, por decepción, se suma a la frustración de nuestros sueños.

Efectivamente el diván está ahí para tumbarse, la cama se extiende en el dormitorio para que hagamos uso de su plataforma cariñosa, la televisión se entrega al voluble capricho con que manejos el mando y, sin embargo, todo ello es dolorosamente poco o escaso.

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26 de abril de 2010
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Manuel Chaves Nogales galopa de nuevo

Aunque sus más impacientes lectores lo conocían ya gracias a la apoteósica edición de María Isabel Cintas (Diputación de Sevilla), aquellos cuatro enormes volúmenes de las obras completas imploraban a gritos ediciones más baratas y manejables de cada título. Eso es lo que viene haciendo el sello "Los Libros del Asteroide" que acaba de publicar "La agonía de Francia" con un prólogo estupendo de Xavier Pericay.

    Manuel Chaves es uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, aunque perfectamente desconocido porque tuvo el capricho de no ser totalitario. De haberse humillado ante la burocracia estalinista ahora le estarían dedicando plazas. Y de haber galleado con los fascistas ya las tendría. Como era esa cosa tan rara en España, un demócrata con ideas propias, nadie le ha hecho el menor caso hasta que hace una década comenzó la recuperación.

    Tras dejar testimonio de la catástrofe de la República sin mentir sobre la irresponsabilidad de los políticos republicanos, continuó su carrera de periodista en Francia. Allí asistió al hundimiento de otra república, esta vez por la cobardía de las naciones europeas, incapaces de plantar cara a Hitler. La crónica de esa debacle es uno de los mejores reportajes que se han escrito sobre la caída de París. La libertad ideológica de Chaves le permitió dar una descarnada visión del corrupto mundo político francés, tan arrogante como inepto, de una espeluznante actualidad entre nosotros. Cuando por fin llegaron los bárbaros, a nadie le importó demasiado. Desde el primer mes los invasores tenían cola de franceses para denunciar a los judíos cuyos negocios o riquezas codiciaban.

    El gran Chaves murió joven, sin haber cumplido los cincuenta, en la Inglaterra que luchaba contra el nazismo. De habérsele concedido una vida normal habríamos podido admirar algo inusitado en España: un intelectual sin vasallaje de partido. Como dice Pericay: "No se me ocurren más nombres, para acompañar el de Chaves, que los de George Orwell y Albert Camus". Ni a mi tampoco.

Artículo publicado el 25 de abril de 2010.

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26 de abril de 2010
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