Sergio Ramírez
Las palabras, más allá de sus resortes legales, porque la gramática es una ley cuyas disposiciones pueden estar vivas y pueden también caer en desuso, adquieren poder de acuerdo a las circunstancias sociales, y el lenguaje, compuesto de palabras, lo que hace es reflejar los hechos, no pocas veces en sacrificio de la tradición canónica. Recuerdo que en mi pueblo natal de Masatepe la cofradía de Hijas de María tenía una presidenta, siempre una niña vieja reputada de virgen; se la llamaba presidenta por indudable exclusión de género, porque ningún varón podía optar a este cargo naturalmente femenino. Aquí, otra vez, la regla gramatical se rendía ante la implacable realidad.
Las gramáticas, y los diccionarios, no hacen sino mostrar las relaciones de poder presentes en la sociedad en momentos determinados. Hasta ahora los diccionarios han sido documentos explícitos de la sociedad patriarcal, hechos por hombres para reflejar el dominio masculino, igual que las leyes. No olvido que en el Código Penal que me tocó estudiar en la escuela de derecho, se establecía que el delito de adulterio sólo podía cometerlo la mujer, mientras para el hombre se reservaba una figura menos grave, que era la de amancebamiento. El profesor nos explicaba que era así, porque sólo la mujer puede llevar sangre extraña al hogar, y es lo que debía castigarse.