Más o menos a la vez van apareciendo una colección de anuncios cuyo reclamo central es la inteligencia.
En una cadena de televisión se habla de “entretenimiento inteligente”, en una inmobiliaria de “la elección inteligente” y en el nuevo Mercedes clase C de su “agilidad inteligente”. No basta con que los artículos sean buenos, amables y baratos, es necesario que nos presten inteligencia, confirmen la nuestra y nos abracemos ambos no sólo en plena felicidad sino en su punto inteligente.
Al consumidor tratado como un necesitado sucede el nuevo sujeto consumidor con mayor discernimiento, perspicaz y cínico. Todos los consumidores fueron antes gentes desabastecidas o faltas de ciertos complementos. La oferta en la actualidad se dirige no al burdo bienestar físico, sino a la elegancia de lo mental.
Tras la larga temporada de ofertas basadas en amueblar nuestro alrededor, lo nuevo es el “amueblamiento” interno. A la sensualidad sigue la sensibilidad, a la cantidad la calidad elegante (otro término en boga) y al peso el seso.
Los publicitarios no son otra cosa que nosotros mismos reflexionando sobre nosotros mismos. Gentes de nuestra vecindad poniendo atención a nuestros silencios y nuestras voces.
En este caso la voz “inteligencia” se refiere al deseo de ser tan listo como para no ser timado, presentarse tan instruido e insumiso como para dilucidar pertinentemente respecto a las novedades, ser un ciudadano tan evolucionado como para merecer el reconocimiento de los productores que también, de su parte, se presentan como seres conscientes de que hoy, desde un edificio a un electrodoméstico, desde un sillón hasta un juguete, no tienen lugar en el mundo sin mostrarse inteligentes. La tecnología ha dejado de polarizarse en su antigua dirección pragmática y ahora procura mejorarse en la multidirección de la mente y la visión complejas.
