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Escrito por

Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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V o B

Leo Marcha atrás de Patricia Poblete Alday. Primera novela de una autora chilena, Premio Revista de Libros 2005, lo que es algo en Chile. Patricia Poblete es periodista, trabaja para el grupo Mercurio, lo que puede provocar dudas sobre su galardón creado por el mismo grupo. Pero su libro, publicado por la casa editorial "El Mercurio-Aguilar" es bueno y se lee con placer. Tiene fluidez, va hacia adelante y de pronto me encuentro al principio de la segunda parte.

"Hace 10 minutos que entramos a Barcelona, dice el texto, ya me estoy arrepintiendo de haber pasado tanto tiempo en Madrid." Conociendo la relación de amor no compartido entre ambas ciudades no es cualquier planteamiento pronunciarse así a favor de Barcelona. Pero basta con una palabra para destrozar aquella impresión en la página siguiente. "La casa de mi amigo queda en el Rabal..." escribe la novelista. El Raval se escribe con v de vaca y no con b de Barcelona. ¿Qué me pasa? No puedo leer más. Un sólo detalle manchó todo el conjunto de la creación. Me ocurre lo peor que puede ocurrir a un lector: no cree lo que se le cuenta.

Hay una expresión de Stendhal que todos conocemos: dice que es imprescindible poner en una novela "des petits faits vrais" (pequeños datos ciertos). Claro que podemos acumular ejemplos contrarios: desde Swift a Jules Vernes o Asimov, la lista es interminable de los soñadores que consiguieron compartir sus sueños. Pero también, existe una frontera. Si un autor se establece en la geografía real no puede escaparse así después de más de sesenta páginas. Soy capaz de soñar con el Raval o con cualquier barrio pero con el Rabal no. Claro que soy injusto con Patricia Poblete pero es así: un error de ortografía provocó mi marcha atrás.

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27 de enero de 2006
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Gabo en su trocha

La primera vez que leí Cent ans de Solitude (era la traducción francesa) nada más terminar la última línea de la novela, volví a la primera para empezar una relectura. Quería entender cómo un escritor al acumular, una sobre otra, generaciones de Buendía, es decir construyendo una pirámide vertical según las edades, había conseguido despistarme en un laberinto, una obra horizontal, donde desaparecía la sensación del paso cronológico del tiempo.

Claro que me acordaba de lo que dice la mama grande: el tiempo no pasa, da vueltas, pero tenía que entender la trampa perfecta de la primera frase que dice "Muchos años después... " ubicando al lector en un después. El despiste es total pues en la tercera frase, en lugar de hablar de un después se ubica el antes más temprano: "El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".

Fue para leer Cien Años de Soledad que me dediqué a mejorar el poco castellano que había aprendido en el Instituto, descubriendo que los costeños tienen sus palabras, como "trocha" que aparece al principio de la novela y que no es un camino si no una trocha para subir de la Ciénaga grande a la Sierra Nevada.

Muchos años después conocí a Gabriel García Márquez. Soy de los "happy few", como decía Stendhal, que llegaron a hablar con él de literatura y del desorden del mundo. Me reclutó entre los maestros de su fundación de periodismo. Entonces no puedo hacer comentarios o valoración sobre su declaración al diario la Vanguardia: su parón total al no escribir una sola línea durante el año 2005. Claro que entre lo mejor, una pausa, y lo peor, un punto final, sé por donde me gustaría que camine el maestro en su trocha literaria.

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26 de enero de 2006
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De una candidatura a la otra

Chile es un país limpio. Cuando uno llega al aeropuerto de Santiago de Chile, toma la autopista llamada Costanera Norte para llegar a la capital. Es impresionante. Muy impresionante. No queda ni una de las publicidades enormes que se colgaron para la última elección presidencial. No se ven las caras de Michelle Bachelet, Sebastián Piñera, el pobre Joaquín Lavín, fantasma de la elección anterior, y tampoco Tomás Hirsch, el candidato comunista que la prensa internacional olvidó por completo. Chile es un país donde nada más termina una campaña electoral se limpia todo. Sólo queda un anuncio para sopa, de caldo con legumbres. Un país que, después de cocinar unas elecciones durante tantos meses, vuelve al caldo, es un país trabajador y en orden.

Michelle Bachelet, sin que nadie le pidiera nada, llegó a autoimponerse una tarea apresurada: formar su gabinete antes del domingo con un 50% de ministras. La formación del gabinete compite con las noticias clásicas sobre las corrupciones y coimas (palabra muy chilena) que ocupan de manera regular una crónica política siempre dominada por la tentación de ser publicada en la sección de justicia de los periódicos.

¿Se termina así la historia? Para nada. Chile va de una candidatura a la otra. Hoy se publica la noticia acerca de que la Universidad Andrés Bello presenta de manera formal al comité Nobel la candidatura del poeta Gonzalo Rojas al premio Nobel de Literatura. Rojas es un poco como Hirsch: una persona que siempre olvida la prensa internacional a pesar de que tuvo todos los premios que conforman una gran figura en el idioma español: Reina Sofía de España, Octavio Paz de México, Miguel Hernández de Argentina y por supuesto el Cervantes de España. Hace 15 años, recuerda el diario La Tercera, que un autor hispanohablante no ha sido galardonado en Estocolmo. Hace tiempo, ya. Y Chile, donde una Presidenta no se demora en obligarse a empezar su trabajo, ya se mete en el camino de otra candidatura, más compleja ésta, lo sabemos todos.

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25 de enero de 2006
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Metal y maleta

Al levantarme, leo la declaración del escultor Richard Serra. Aporta su apoyo a la dirección del museo Reina Sofía de Madrid que no sabe cómo explicar la pérdida de una obra suya. Se titula Equal-Parallel / Guernica-Bengasi, es de acero, pesa 38 toneladas y no se sabe nada de ella desde 1992.

Claro que la obra fue depositada en una almacén fuera del museo, que los responsables, tanto en el museo como en el Ministerio de Cultura cambiaron varias veces, que no se puede culpabilizar a una persona de manera específica, pero no se borra el dato inicial: un elefante de obra desapareció sin dejar ni una huella. ¿Fue fundida? Puede ser. Es bastante difícil esconder una obra como esta y conociendo el precio de las materias primas hay una especie de lógica económica en este proceso.

La policía del condado de Hartfordshire en Inglaterra tiene el mismo temor con relación a una escultura de Henry Moore. Titulada “Reclining figure” fue robada el jueves 15 de diciembre del 2005, en la fundación dedicada al artista, en el pueblo de Perry Green. No hay duda de que fue un robo. Varios testigos vieron pasar la obra de noche, en un camión. Pesa dos toneladas. Es de bronce. Lo que hace pensar que se puede vender por 7.500 euros como metal fundido.

Con toda franqueza, historias como estas me ponen un poco feliz. Me siento avergonzado de reconocerlo, sí, soy un poco feliz, pues la literatura tiene tantas historias de manuscritos perdidos o quemados que es un alivio comprobar que los escritores no son los únicos que viven tragedias. Por mi parte, todavía deploro el robo de una maleta en una estación parisiense del ferrocarril en 1922. Hadley Hemingway iba para suiza a encontrarse con su marido y, con la idea de darle una sorpresa, se llevó todos sus manuscritos, incluyendo las copias con papel de carbón. Había cuentos inéditos y el principio de una novela. Todo esto producto del joven Hemingway, el mejor.

No soy el único que lamenta este robo. Un alemán nacido en 1948, es decir un cuarto de siglo después de ese crimen en contra de la literatura, escribió una novela sobre la maldita maleta. Leí la traducción inglesa Papa’s suitcase. Era emocionante y mala pero, por lo menos, después de leerla supe que alguien como yo daba cada día el pésame por la muerte de una obra de papel.

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24 de enero de 2006
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Google

Como todas las personas que han decidido escribir varias veces a la semana un artículo en su blog, empiezo con fuertes resoluciones. De política, ni hablar. Tal ha sido mi primera visión y tengo que reconocer lo difícil de mantener aquella línea teniendo en cuenta lo que ocurre en América Latina. ¿Hablar o no hablar del “Evo”? Es la pregunta que se me plantea al recibir varios mensajes de amigos o enemigos (dos especies muy cercanas a lo largo del tiempo) que me preguntan sobre lo que pasa en La Paz. Pero no, hoy voy a mantenerme callado sobre el “gran cóndor” de Bolivia.

Tampoco unas palabras sobre el fin de la demanda contre el novelista turco Orhan Pamuk. Estaba amenazado con tres años de cárcel por “desprestigio público de la identidad turca”. Su caso correspondía al articulo 301 del código penal que castiga “los insultos en contra de la turquicidad, la república, y las instituciones y órganos del estado”. Su crimen (no era delito, sino crimen): haber declarado a un diario suizo que “un millón de armenios y treintamil kurdos murieron” en Turquía. Es decir: Pamuk había repetido lo que se lee en las enciclopedias de todos los países menos en las de Turquía. Bueno, no voy a decir nada más, pues cada uno tiene ahora que reflexionar sobre el concepto de “turquicidad” con relación a Armenia y al Kurdistán.

Bueno, la verdad es que voy a hablar de política, pero de la de verdad, de la que compromete nuestro futuro: la política de Google. Su motor de búsqueda tiene el 80% del mercado mundial del acceso en línea al saber. Y me puse enfermo al descubrir un artículo en la London Review Of Books (http://www.lrb.co.uk/v28/n02/lanc01_.html). Una buena reseña de dos libros que he leído: The Google Story de David Vise (Macmillan), y The Search: How Google and Its Rivals Rewrote the Rules of Business and Transformed Our Culture de John Battelle. El primero es la historia oficiosa de Google, el segundo una historia casi-oficial. Ambos libros son buenos y malos, insuficientes, imprescindibles y tampoco llegan a satisfacer al lector por completo. Ambos se parecen a Internet y a Google, el Alma Mater de la red universal. Pero ninguno de los dos puede ser una oportunidad para poner en duda de manera indirecta a Google, atacando de perfil la herramienta que todos utilizamos. Lo que vivimos con Internet es sencillo: hubo una historia del texto hasta Gutenberg. Hubo una segunda historia después, con el texto estable, producido por un autor y una difusión en millones de ejemplares. Viene la tercera historia, la del texto con el lector en posición de actuar, la función cortar y pegar, y la función búsqueda. No voy a negar, lo dice mi blog cada día, que lo único que me importa de verdad es la literatura. Pero no voy a escribir que el texto llegó a su colmo hace más de cuatrocientos años y no puede mejorar. Me encanta poner versos en Google y descubrir de qué poema salen unas palabras perdidas en mi cabeza.

John Lanchester, el autor del artículo lleno de sospechas sobre Google, dice que vivimos una época similar a la de la llegada del tren. No se sabía entonces, dice, que el tren permitiría la creación de los suburbios. Equivocación absoluta de una mala metáfora: Google no viene con suburbios de una remota metrópolis sino con una biblioteca universal donde todos pueden entrar. Lo sé: es peligroso para el negocio de los libros, para los derechos de autores y para las librerías. Pero, por favor, ¿quién va a pretender no utilizar la biblioteca universal si se la ponen en su mesa de trabajo, frente a su teclado?

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23 de enero de 2006
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Poesía y crítica

A veces, los editores franceses nos hacen la vida más feliz. Es lo que ocurre con la publicación de Ecrits sur la littérature de Charles Baudelaire. Es una recopilación donde se encuentran muchos de los “escritos sobre la literatura” del poeta francés. Más de seiscientas páginas por ocho euros: “Le Livre de Poche” ofrece un buen negocio. Y además da para pensar, con unas frases de Beaudelaire que ya citaron tres diarios o revistas. “…Tous les grands poètes deviennent naturellement, fatalement critiques… Il est imposible qu’un poète ne contienne pas un critique”. Traducción en mi castellano afrancesado: “todos los grandes poetas se vuelven naturalmente, inexorablemente, críticos … es imposible que dentro de un poeta no se encuentre un crítico”.

¿Es cierto lo que dice Beaudelaire? Si examinamos la pregunta desde Francia en el siglo XX, contestamos sí al mirar a St John Perse o Paul Valéry. Pero optamos por el no si se trata de René Char, Paul Eluard o Louis Aragon. Todas las generalizaciones son falsas, incluida la de Beaudelaire, y la mía también. Pero creo que no se puede rechazar su planteamiento, difícil, mucho más amplio que los apuntes de un blog: existe un vínculo entre poesía y crítica. Me parece cierto. Basta nombrar a dos gigantes para comprobarlo: Derek Walcott y Joseph Brodsky. Grandes poetas y críticos de excepción: hay que releer lo que el uno publicó sobre Robert Frost y el otro sobre Puchkin y Auden. Son críticas para quitarse el sombrero hasta el fin de su vida.

La naturaleza del eslabón que une las dos disciplinas es sencilla: siempre nos equivocamos sobre el papel de la poesía más allá de la literatura. Apunté en un cuaderno mío la frase que pronunció Brodsky, en 1991, al ser designado “Poet laureat” (literalmente: poeta elegido) por el congreso de EE. UU. Era un artista perseguido, había huido de la Unión Soviética de Brejnev y había cambiado de país y de idioma. Tenía una oportunidad tremenda de hacer una declaración política en el contexto que le rodeaba pero se limitó a hacer un brindis a lo que ocupaba su vida: “Poetry is not a form of entertainment, and in sense not even a form of art, but our anthropological, genetic goal, our linguistic, evolutionnary beacon”. (Poesía no es una forma de ocio, y de una cierta manera tampoco es una forma de arte, es nuestra meta antropológica, genética, el faro lingüístico de nuestra evolución).

Cuando un día empieza con preocupaciones como esta, no hay otro remedio que T.S. Eliot: “On Poetry and Poets”. Es crítica sobre poesía y redondea el círculo donde uno va pensando. Para los que no leen el inglés hay un remedio igual, tan bueno de verdad: Jaime Gil de Biedma. Su libro El pie de la letra empieza con un texto “Función de la poesía y Función de la crítica” dedicado a T.S. Eliot. Hay por lo menos dos razones para releerlo. La primera es lo que dice sobre la relación entre poesía y comunicación. La segunda es que confirma la afirmación de Baudelaire: es imposible que dentro de un poeta no se encuentre un crítico.

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20 de enero de 2006
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La verdadera Babel

Es un suplemento del diario Financial Times. Fecha: 7 de enero del 2006. Es un poco tarde para descubrir algo que me interese, pero en el momento de tirar el papel a la basura descubro una maravilla: un artículo dedicado a una vieja base de datos. Fue creada en 1931 por la Sociedad de las Naciones en Ginebra. La Unesco se encargó de ella en 1946. Informatizada hace un cuarto de siglo, todavía no tiene conexión con la red de Internet. Se llama «Index Translationum», según el artículo, y contesta a una única pregunta: ¿Quién es el autor que más traducciones tiene en el mundo? Respuesta: Walt Disney.

Lo más extraño no es tanto la existencia de aquella base de datos. Saber cómo circulan los libros parecía ser un dato importante en el momento de organizar el mundo para eludir una repetición de la primera guerra mundial. No, lo más increíble es mantener, a lo largo de tantos años, el censo de las traducciones en el mundo. El método utilizado, que recopila una por una cada traducción, favorece a los autores que más libros publicaron. Para dar un ejemplo, después de cerrar con el séptimo y último libro su serie de los Harry Potter, J.K. Rowling tendrá que esperar la traducción de cada uno de sus libros a ciento cincuenta idiomas, para figurar entre los cincuenta autores más traducidos. Por el momento, detrás de Disney, vienen: Agatha Christie, Julio Verne, Vladímir Lenin y Enid Blyton (la autora de los libros juveniles sobra la banda de los cinco).

De manera global, entre los cincuenta primeros hay muchos autores de cuentos como los hermanos Grimm o Perrault. Autores de novelas policiacas tienen también una presencia fuerte. El censo es lo suficiente fino como para ubicar el Nuevo Testamento en la posición número trece, mientras La Biblia entera sale en el rango veintidós de la clasificación y el Antiguo Testamento, en el cuarenta. En el otro bando, Lenin con su cuarta posición aplasta a Carlos Marx, treinta, y Engels, treinta y seis.

Claro que el inglés sale muy favorecido. Entre los cincuenta autores más traducidos, veintiseis utilizan el idioma de Shakespeare. Seis tienen el francés como herramienta y otros seis el alemán. Aparte de La Biblia (me parece difícil opinar que tiene un autor) solo hay europeos o norteamericanos entre los cincuenta autores más traducidos en el mundo. Y aquí viene el dato esencial: ni uno solo escribe en español…

¿Y la lengua francesa? Además de Julio Verne, tiene cuatro representantes: Dumas, decimosexto; Simenon, decimoctavo; Goscinny, en el puesto veintiuno, y Charles Perrault, en el cuarenta y dos. En cuanto a la geografía, se redibuja rápidamente: exceptuando la redacción de La Biblia, todos los textos contabilizados provienen de autores europeos o norteamericanos.

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19 de enero de 2006
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El bolero del poder

Entre los cubanólogos (raza extraña cuya origen se ubica en Miami alrededor de los años sesenta) no se habla de otra cosa en estos días que del “discurso de la Universidad”. Unas palabras de Fidel Castro, en tono de confidencia cansada, donde pregunta a los jóvenes: “¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? ¿Lo han pensado alguna vez?”.

La referencia al pensamiento es fundamental, pues una revolución se analiza desde el punto de vista de un Torquemada: ¿Hay o no hay fe? Y si no hay fe, entramos en la zona del pecado. En el famoso “caso Ochoa” que mandó varios oficiales cubanos al paredón, en 1989, por un tráfico de droga supuestamente desconocido por las autoridades cubanas, hubo un momento en que el fiscal quiso comprobar si uno de los acusados había dicho que el tráfico estaba autorizado “al más alto nivel” (hay que entender: por Fidel). Al escuchar una respuesta negativa, el fiscal siguió con una pregunta más íntima: ¿Quizás lo ha pensado en alguna ocasión?

Hay que tomar en serio la pregunta de Fidel a estos jóvenes: ¿Creen la revolución invencible? Y, prueba de la influencia de Fidel, los cubanólogos, fuera de Cuba, se preguntan también cuáles son las ansias de los cubanos al prepararse para el cumpleaños de un comandante en jefe que alcanzará ochenta años el próximo verano. Al recibir varios e-mails y llamadas sobre ese debate fundamental, me parece imprescindible recordar dónde ubican los cubanos la esfera de la política (para hablar en términos de Carlos Marx) con relación a la esfera de sus sentimientos. Un bolero de Osvaldo Farés lo dice de manera perfecta, con “Tres palabras”, para citar su título:

“Dame tus manos, ven, toma las mías, Que te voy a confiar las ansias mías Son tres palabras, solamente, mis angustias, Esas palabras son ¡Cómo me gustas!”.

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18 de enero de 2006
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El viejo Grey y el mar

Se publica una biografía de Zane Grey. Se titula Zane Grey: his life, his adventures, his women diciendo así que lo que hay que contar del autor más popular de los años veinte en EE UU es su vida, sus aventuras y sus mujeres. Claro que no voy a leer una biografía como esta. Zane Grey (1872-1939) no fue malo como novelista, fue malísimo. Su mala prosa le permitió vender a lo largo de su carrera diecisiete millones de libros dedicados a la conquista del oeste, con indios y pioneros, además de unas cien adaptaciones al cine de sus historias. Su heredero literario fue Louis L’Amour, otro novelista norteamericano, que a pesar de intentarlo con mucha energía no llegó al abismo donde se situaba el arte de Grey.

No lo digo con desprecio, pero si no puedo leer la biografía escrita por el profesor Thomas Pauly para “University of Illinois Press”, es por la insoportable ausencia de pescados en el título de su obra. Había que prometer algo como “Zane Grey: su vida, sus aventuras, sus mujeres y sus pescados”. Grey es un artista para pescado. No hice ningún caso a sus novelas tan abundantes en una librería de segunda mano de EE.UU., hasta una conversación, un día, en el puerto de Cojímar en Cuba. “El señor Hemingway no inventó la manera en que pescaba, me dijo una persona del pueblo, fue otro escritor, un yankee también, Sane Greí”. Me explicó que éste lo había inventado todo: la manera de pescar, la utilización del barco, el sillón donde el pescador se ataba para no ser arrastrado y el orgulloso despliegue de la víctima colgada por la cola frente a un fotógrafo.

No fue difícil comprobarlo: Zane Grey era un pescador fenomenal e inventivo. El primer hombre que sacó un pescado de más de mil libras con un anzuelo. Sin él nunca habría sido posible ni soñar remotamente la historia de El viejo y el mar que Hemingway ubica en Cojímar.

Unos años después oí otra vez el nombre de Grey en las mismas circunstancias, en la orilla del mar, pero en Cabo Blanco, en Perú. Es el sitio donde se hizo parte del rodaje de la película El viejo y el mar y otra vez escuché a alguien, esta vez el camarero de un hotel, contarme las hazañas de Grey, y pintar a Hemingway como alguien que se aprovechó de lo que había creado otro escritor. Lo mejor del novelista, pensé ese día, es el pescador.

Pero no se puede luchar contra la fama de un premio Nobel. Grey escribió, según todas las opiniones, los mejores manuales de pesca en el mar, pero nadie le hace caso. Lo entendí en una última conversación, en Cairns, en Australia. Tenía el papel del reportero y el alcalde o el jefe de la Cámara de Turismo, no me acuerdo, me explicaba que su ciudad era lo mejor que podía encontrar un pescador. Mejor que Cuba, Bahamas, Perú, me decía. Y al preguntarle por qué esto no se sabía, me contestó: “es que a Cairns le falta un Hemingway”, olvidando las varias visitas que Grey hizo a su ciudad.

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17 de enero de 2006
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¿Qué leen los franceses?

El suplemento literario del diario “Le Figaro” publica la lista de los diez novelistas que más libros vendieron en el año 2005. Es un trabajo serio, hecho con una muestra amplia que incluye a todas las redes de distribución y tanto a los libros de bolsillo como de tapa dura. El resultado tiene que sorprender a los amantes de la literatura francesa que la siguen desde fuera a través de los medios de comunicación.

Solo cuatro escritores vendieron más de un millón de ejemplares: Marc Levy (2,3 millones), Bernard Werber (1,2), Amélie Nothomb (1) y Anna Gavalada (1). Los críticos en los periódicos y revistas tratan sólo a Nothomb de escritora. Como es belga, podemos decir que no hay un escritor reconocido en Francia que venda más de un millón de libros al año. Levy escribe historias fantásticas (ha vendido un libro a Spielberg para su adaptación al cine), Werber mezcla investigaciones sobre crímenes con metafísica y Gavalda escribe historias de amor con un tono, una música como se dice en Francia, que apunta al mercado femenino.

Después vienen Fed Vargas (0,5), Christian Jacq (0,5); Christian Signol (0,4), Eric Schmitt (0,4), Michel Houellebecq (0,4) y Max Chattam (0,35). Otra vez, la critica solo reconoce a uno de ellos como escritor: Houellebecq, el gran perdedor de la temporada, pues se le escapó el premio Goncourt. Vargas y Chattam escriben novelas policíacas clásicas. Jacq se mantiene en la Egipcia antigua que vende en el mundo entero a través de traducciones. Intenta ampliar su mercado al publicar un libro sobre Mozart, lo que hizo también Schmitt, que escribe de manera regular para el teatro y ubica sus novelas alrededor de temas muy variados (Cristo, Hitler, intelectuales franceses del siglo XVIII, etc.). Signol es el sobreviviente de un género que fue muy poderoso: la novela del campo, con fuerte presencia de la naturaleza y una visión ligeramente cósmica de la vida en un pueblo o una finca.

Lo que comparten estos diez escritores es muy obvio: no hay ni uno que hable de Francia hoy en día o que se atreva a pintar un contexto francés para desplegar sus personajes. En un país que se obsesiona con su decadencia, esto se llama temor al espejo.

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13 de enero de 2006
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