Jean-François Fogel
Entre los cubanólogos (raza extraña cuya origen se ubica en Miami alrededor de los años sesenta) no se habla de otra cosa en estos días que del “discurso de la Universidad”. Unas palabras de Fidel Castro, en tono de confidencia cansada, donde pregunta a los jóvenes: “¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? ¿Lo han pensado alguna vez?”.
La referencia al pensamiento es fundamental, pues una revolución se analiza desde el punto de vista de un Torquemada: ¿Hay o no hay fe? Y si no hay fe, entramos en la zona del pecado. En el famoso “caso Ochoa” que mandó varios oficiales cubanos al paredón, en 1989, por un tráfico de droga supuestamente desconocido por las autoridades cubanas, hubo un momento en que el fiscal quiso comprobar si uno de los acusados había dicho que el tráfico estaba autorizado “al más alto nivel” (hay que entender: por Fidel). Al escuchar una respuesta negativa, el fiscal siguió con una pregunta más íntima: ¿Quizás lo ha pensado en alguna ocasión?
Hay que tomar en serio la pregunta de Fidel a estos jóvenes: ¿Creen la revolución invencible? Y, prueba de la influencia de Fidel, los cubanólogos, fuera de Cuba, se preguntan también cuáles son las ansias de los cubanos al prepararse para el cumpleaños de un comandante en jefe que alcanzará ochenta años el próximo verano. Al recibir varios e-mails y llamadas sobre ese debate fundamental, me parece imprescindible recordar dónde ubican los cubanos la esfera de la política (para hablar en términos de Carlos Marx) con relación a la esfera de sus sentimientos. Un bolero de Osvaldo Farés lo dice de manera perfecta, con “Tres palabras”, para citar su título:
“Dame tus manos, ven, toma las mías,
Que te voy a confiar las ansias mías
Son tres palabras, solamente, mis angustias,
Esas palabras son ¡Cómo me gustas!”.