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Escrito por

Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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GRASS

Lúcido comentario de Arcadi Espada ayer en su blog: «Hay documentos (y eran del dominio público) que prueban el paso de Grass por la SS. Me tranquiliza. Por un momento pensé lo peor».

Lo peor habría sido para los lectores de Günter Grass un libro malo. Parece, por lo que dice la prensa alemana, que no es el caso de estas memorias, Pelando la cebolla, donde el premio nobel de literatura revela haber pertenecido a la Waffen-SS, la unidad de élite nazi, durante unos meses, en el final de la Segunda Guerra Mundial.

El autor tenía 17 años, y la obligación de incorporarse en una unidad del ejército, en el momento de dar el paso que provoca ahora comentarios y polémicas. Hay ataques, declaraciones públicas de decepción y, al contrario, expresiones a favor del novelista alemán como la del autor norteamericano John Irving, quien dijo: "Grass sigue siendo un héroe para mí, como escritor y como guía moral; su valor, como escritor y ciudadano de Alemania es ejemplar, y su valentía se enaltece, no se merma, por su revelación más reciente". Salman Rushdie y el cineasta Volker Schlöndorff se incorporaron también a esta defensa de Grass, que me parece extraña por muchas razones.

La primera, claro, es que esperamos que lo que permitió a Grass conseguir un Nobel y tantos lectores a través del mundo no sea el pobrísimo universo intelectual de un adolescente trastornado por la derrota de su país y la desaparición de su universo personal. Habría que ser un loco inmóvil para ver el mundo de la misma manera en su adolescencia y en las etapas de su vida adulta. Si es así, si hay que pagar por lo que hemos pensado en nuestra juventud, habría que condenar a Maurice Blanchot, Mircea Eliade o Cioran, que hicieron algo mucho peor que Grass (este nunca pegó un tiro en su etapa militar) al producir escritos fascistas y para ciertos antisemitas con una tremenda carga de odio.

Pero la razón principal para no ocuparse de la defensa de Grass es que leemos los libros por lo que son y no por lo que fueron sus autores. Conozco muchos republicanos franceses que no pueden esconder su admiración por Chateaubriand, un monárquico, tal como lo fue Balzac (Marx y Engels siempre expresaron su preferencia por Balzac cuyas novelas, según ellos, superaban las de Eugène Sue, autor tremendamente popular en su época y socialista). ¿Si no creemos que una obra literaria tiene una vida mas allá de la biografía de su autor, y que se reinventa en cada lectura, por qué seguimos leyendo? Sería mejor limitarnos a la absorción de manuales y de versiones acortadas de las grandes obras, pues se trataría de una mera información.

Hace unos años, cuando Ry Cooder produjo su disco Buena Vista Social Club, varios franceses, que sabían muy poco de Cuba, me hablaban de su entusiasmo por estos artistas despreciados y olvidados por la revolución castrista. Un día, tuve un almuerzo cuya conversación era un elogio político de los cantantes que se mantuvieron fieles a su arte y a la música de la isla. En ese momento me acordé de la canción revolucionaria que había cantado Omara Portuondo: “Junto a mi fusil mi son”. El son cubano se comparaba a los fusiles de los barbudos en una obra lamentable del realismo castrista. Un par de veces, tuve la tentación de interrumpir la conversación para entregar este dato desagradable pero al final no lo hice. Un fragmento del pasado de Omara Portuondo no quitaba nada a su talento pero tampoco lo mejoraba. Fui a lo obvio: ¿Hablamos de Celia Cruz? Ella, sí, tiene azúcar.

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18 de agosto de 2006
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TIEMPO DE LECTURA

No puedo acostumbrarme a lo que hacen varios sitios de información: indicar el tiempo de lectura al lado del título de una información. ¿Quién se pregunta si tiene 2’ 45’’ para leer algo sobre Líbano? De dos cosas una: o el tema te atrae o te vas para otra página. Por suerte, poco a poco, pasa la moda (por ejemplo, ya no lo hace el sitio de Clarín en Argentina), lo que explica mi rabia al descubrir en el mensual Arcadia de Colombia una columna titulada “La calculadora”, que promete al lector contarle “cuánto se demoraría usted leyendo algunos de los clásicos de la literatura”.

A continuación viene una especie de clasificación: lideran las Tres versiones de Judas, de Jorge Luis Borges, con 18 minutos, y por supuesto el pobre Miguel de Cervantes cierra la cola con las 43 horas de lectura para Don Quijote de la Mancha. Pero, ¿de qué hablamos?, ¿de un DVD cuyo tiempo es predeterminado o de la relación íntima e indescifrable entre el lector y una obra? La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson son 7 horas dice Arcadia, pero a mí me parece muy poco. Me acuerdo muy bien que me regaló siglos de lectura en el jardín de mi abuela, con piratas y temores compartidos con el olor de manzanas de los veranos calientes de mi infancia. El viejo y el mar son 3 horas dedicadas a Ernest Hemingway pero no fueron las mismas horas en la lectura compulsiva de mi adolescencia y después de pasar tanto tiempo entre Cojímar y la Finca de Papa en Cuba.

Un día, en el momento de vender un dibujo, el pintor Degas tuvo que responder a la pregunta estúpida de un cliente: “¿cuánto tiempo se demora usted en hacer esto?”, decía la persona al entregarle unos billetes. Y el artista no se equivocó: “depende de cómo uno lo ve: veinte minutos o veinte años”. Lo que caracteriza al arte es su relación con el tiempo. Aguanta el tiempo, resume toda la vida de su creador en el instante de la creación y nos hunde a todos en el tiempo del gozar sin fin y siempre renovado. Cuando leo que Cien años de soledad son 12 horas, tengo que responder: es una grave equivocación, la novela de García Márquez ofrece Cien años de lectura solitaria; o quizás más.

Por otra parte, este número de Arcadia (mes de julio), que llegó por milagro a mis manos, es excelente. Tengo la sensación de que Ñ empieza a tener discípulos.

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17 de agosto de 2006
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EL REHÉN DEL PODER

Lectura casual. Encuentro en mi biblioteca Less than One (Menos que uno), el libro de ensayos de Joseph Brodsky. Tengo la edición de bolsillo de Farrar, Straus y Giroux, de 1986, comprada en Australia. No la puedo tocar sin recordar el susto de placer deslumbrado que me provocó la lectura del retrato de lo que se llamaba todavía Leningrado. Abro el libro sin pensarlo. Página 113; principio del texto sobre la tiranía (“On Tiranny”).

Escribe Brodsky (traducido por mí del inglés): “La enfermedad y la muerte son, quizás, las únicas cosas que un tirano tiene en común con sus súbditos. Es solo en este aspecto que una nación aprovecha el hecho de ser regida por un hombre viejo. No quiere decir que la conciencia de su propia mortalidad lo hace más ilustrado o más blando sino que el tiempo gastado por el tirano para evaluar su metabolismo es un tiempo robado a los asuntos del Estado…”.

El premio nobel explica entonces que la tranquilidad en los asuntos internos y externos tiene que ver con la enfermedad de los primeros secretarios de partidos o de los presidentes de por vida. Aún mas, Brodsky afirma que esta enfermedad siempre garantiza el status quo pues “… un hombre en su posición no hace diferencia alguna entre el presente, la historia y la eternidad que la propaganda del Estado fusiona en una misma cosa tanto para su conveniencia como para la de su población. Se agarra al poder como un viejito lo hace con su pensión o su ahorro”.

Claro que el texto de Brodsky es el pie de las cuatro fotografías que publicó ayer domingo el periódico Juventud rebelde para demostrar que el líder cubano  está vivo.

Se podría ironizar mucho sobre el hecho de que el cumpleaños ochenta de Fidel se celebre con la publicación de estas imágenes en Juventud rebelde (diario que sale solo el domingo en Cuba). Pero vale mucho más concentrarse en la fotografía de Fidel Castro enseñando una página de la edición de Granma del día anterior. En América Latina se conoce muy bien este tipo de documento. Son las fotografías que los secuestradores suelen hacer para demostrar que su rehén no ha muerto. En el caso del líder cubano no se sabe muy bien si el secuestrador es el poder y muestra al pobre Fidel, su víctima, o si es el propio secuestrador que, en un uso revertido del testimonio gráfico, sale en la fotografía y dice que bajo ningún precio, salvo la muerte, soltará al poder, su rehén desde hace casi medio siglo.

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14 de agosto de 2006
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GUSTAVO ARCOS

Hay una amarga ironía en la noticia del fallecimiento en un hospital de La Habana de Gustavo Arcos Bergnes, Presidente del Comité Cubano pro Derechos Humanos (CCPDH). A sus 79 años, Gustavo Arcos tenía la misma edad que otra persona cuya salud se sigue de muy cerca: Fidel Castro Ruz. Mientras uno desaparece en un casi silencio de la prensa, el otro se recupera de una visita al quirófano con un frenesí de especulaciones que roza la irresponsabilidad periodística.

Ahora bien, un poco de historia cubana para entender quien desapareció. Todo empieza por un fracaso. En el asalto muy mal concebido al cartel Moncada, el 26 de julio de 1953, en Santiago de Cuba, hay tres grupos que actúan bajo los ordenes de tres jefes: Abel Santamaría, Raúl Castro y Fidel Castro. El último grupo, que debía entrar al cuartel a través del puesto n°3, no consiguió su objetivo al ser descubierto de manera anticipada. Al lado de Fidel Castro, en el mismo carro, estaba Gustavo Arcos Bergnes. Hijo de una familia acomodada, vinculado al partido ortodoxo, había conocido a Fidel en la universidad. Compartió su lucha hasta la toma del poder. Era apodado “Ulises” y tan héroe como los que ocupan el poder desde caso medio siglo en La Habana. Herido en el asalto al cuartel, “Ulises” no podía plegar una de sus piernas y no fue a combatir en la sierra Maestra dedicándose a una enorme actividad de soporte de la guerrilla desde el frente urbano.

Pero de verdad, la historia de Gustavo Arcos empieza en 1953 e incluye una triple historia o más bien tres episodios de cárcel :

1. Cárcel en el régimen de Batista, como los otros miembros del incipiente movimiento castrista después del asalto al cuartel Moncada. Sale en 1955, gracias a la misma amnistía que soltó los hermanos Castro y todos los asaltantes a la calle.

2. Cárcel de 1964 a 1969 por  “actos contra la seguridad del Estado” y “asociarse con elementos contrarrevolucionarios”. En realidad Gustavo Arcos fue condenado por renunciar a su cargo de embajador en Bélgica al discrepar con la orientación marxista del régimen cubano. Consiguió su salida de la cárcel gracias a una huelga de hambre.

3. Cárcel otra vez, de 1981 a 1988, por “intento de salida ilegal del país” después de no recibir un permiso oficial para emigrar.

La tercera estancia en la cárcel fue la buena, la que hizo entrar Gustavo Arcos al panteón de la resistencia. Encontró a Ricardo Bofia, otro detenido, en 1983 y con él creó el CCPDH que fue la primera organización real de la disidencia.

Visitando la isla, el ex-presidente Jimmy Carter fue a la casa de Gustavo Arcos tal como lo hacían los periodistas y políticos extranjeros que querían reconocer la existencia de una sociedad civil en Cuba. Gustavo Arcos era el decano de la disidencia, una figura noble, con una postura de príncipe incluido en los actos de repudio cuando una turbe gritaba y tiraba piedras frente a su casa. Por la noche, estos cubanos que le gritaban de todo y, por supuesto, lo tachaban de contrarrevolucionario, venían a pedir disculpa, explicando que tenían que hacerlo para no tener problemas. Gustavo Arcos no tenía que hacer lo que hizo, pero lo hizo y tuvo muchos problemas.

Un hombre valiente estaba enfermo en estos últimos días en La Habana y nadie lo sabía.

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11 de agosto de 2006
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BOLÍVAR SEGÚN LYNCH

Acabo de leer Simón Bolívar: A Life de John Lynch (Yale University Press). Primera biografía en lengua inglesa en más de medio siglo. No tiene el encanto de un gran relato; Lynch, famoso hispanista de la University of London, no intenta seducir por la potencia de evocación de su escritura. Tampoco ofrece una abrumadora montaña de detalles que pretende decir todo. Entrega una síntesis. Una obra que no olvida nada pero busca limitarse a lo fundamental, con énfasis en la historia de las ideas políticas del Libertador. Una tarea difícil, quizás imposible, por el pragmatismo de esta figura decisiva en la búsqueda de la independencia de América Latina.

Lynch tiene una mezcla de cariño y de fascinación para Bolívar. Su libro no se parece al retrato nutrido de antipatía de Salvador de Madariaga. Pinta tres figuras muy distinta: primero, la del revolucionario, que busca cambiar la sociedad y las leyes tanto en su país como en lo que es hoy la vecina Colombia; segundo, la del libertador que trae la independencia a los Andes e intenta vender una revolución en el mismo paquete; y, por fin, la figura del arquitecto de instituciones, que se decide a construir una solución universal para todas las tierras liberadas del colonialismo español. Veredicto: el revolucionario se equivocó, pero vivía una fase de aprendizaje; el libertador es un maestro en el momento de elegir entre guerra y política; el arquitecto es un soñador de instituciones, siempre golpeado por la realidad, pero un verdadero pensador digno de su maestro Montesquieu.

Lo bueno de Lynch es que estimula a su lector. No lo voy a negar y, más bien, entrego unos apuntes de mi lectura:

1. Sólo hay dos visiones políticas acabadas en la carrera de Bolívar: por una parte, el discurso que entregó al parlamento de Angostura; y por otra, la constitución boliviana. Todo el resto se parece más a respuestas puntuales que a construcciones completas.

2. Bolívar nunca se quita el temor de la élite criolla: la aparición de la “pardocracia”, el gobierno de los pardos (que son los mulatos, zambos, mestizos, y hasta los isleños de las Canarias en cierto momento en Venezuela).

3. El contexto del caos configura mucha de las decisiones de Bolívar. El Libertador, dice Lynch, “tenía que tomar decisiones bajo intolerable presión de demandas contradictorias”. Este contexto le impedía dedicarse a construir un orden, más bien se limitaba a superar los problemas ineludibles a corto plazo.

4. El concepto de “gloria” es una clave de la acción de Bolívar y también un concepto difícil de entender. Lynch dice que Bolívar quería más a la gloria que al poder. En todo, buscaba su gloria. ¿Pero que hacía decir la palabra en la época de Bolívar? Lynch reconoce su impotencia para definir la gloria, cita a San Agustín y el rey de Francia Luis XIV sin resolver su carencia.

5. La figura de Bolívar conviene a los dictadores de Venezuela. Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras aprovecharon de la historia del Libertador para justificar su acción y su autoritarismo. Al hacer lo mismo, ahora con el concepto de un “populista Bolívar”, Hugo Chávez Frías a creado una “nueva herejía”.

6. Mas allá de su calidad formal, la novela El General en su laberinto de Gabriel García Márquez, propone una asonancia perfecta con la biografía de Lynch. Recuerdo la primera frase, cuando José Palacios encuentra al derrotado Bolívar en la bañera y, de verdad, tengo mas ganas de volver a leerla que de estudiar las carta de Jamaica. El historiador Lynch confirma la visión del novelista Gabo.

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10 de agosto de 2006
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VISIÓN NUEVAYORKINA

Sólo un oligofrénico puede escoger como portada de un libro sobre Nueva York una vieja fotografía de Raymond Depardon con las torres gemelas del World Trade Center. ¿Quién ignora que ya no están? Hasta la fecha de su desplomo es conocida por todos: 11 de septiembre de 2001 es una manera común de nombrar a un cambio de las relaciones internacionales. En esta fotografía, el primer plano es el abrazo de una pareja, de pie en la parte trasera de un ferry que va rumbo al oeste. Casi todo es espuma de estela, agua y cielo, pero se reconoce la estatua de la libertad en el fondo y las torres están de pie en un pequeño bosque de rascacielos. Una fotografía como esta detiene cualquier esfuerzo de apartarse del pasado.

Esta fue mi primera reacción al abrir Historias de Nueva York de Enric González (ediciones RBA) cuya tapa despliega la maldita imagen. Sin embargo, el libro me quitó enseguida la rabia. Es un texto que recuerda el poder de las palabras con relación a las imágenes. Depardon no cuenta para nada frente al humilde testimonio de Enric González. Dice que fue de corresponsal a Nueva York para el diario El País, que la ciudad le gustó un montón, y que tres de sus amigos periodistas murieron (tiros en Haití, misil en Irak, suicidio en Bolivia) durante su estancia.

Es un libro sin pies ni cabeza. A lo mejor, voy a decir que ni es un libro, pero todos los buenos libros sobre Nueva York son así. Aceptan la derrota de antemano. Saben que la ciudad ya ganó sobre todos y se limitan a describir los pormenores de una derrota que de manera usual llamamos vida humana. Ejemplo de un párrafo completo: “Fui sensato y tomé un taxi hasta los billares de Houston Street, donde un chaval filipino me ganó unas cuantas partidas. Luego jugué contra su novia, que también me ganó. Me largué antes de que me ganara también el paragüero de la entrada”.

En Nueva York, hasta el paragüero te gana, pero la ciudad te regala una ternura insuperable cuando se disfruta con otros de los copitos de nieve, de las leyendas (de mafia, de riqueza, de alquiler de pisos, de baseball, sobre todo de baseball), de un plato de clam chowder o de la ropa que tan bien planchan los chinos.

González cita el título de una canción de Ralph Freed: “How about you”. La conozco; fue escrita para la película Babes on Broadway (con Garland y Rooney). Es una celebración de los “pequeños placeres” de la vida:

I like New York in June
How about you?
I like a Gershwin tune,
How about you?

(Me gusta Nueva York en junio/¿qué te parece?/Me gusta una canción de Gershwin/¿qué te parece?)

Me gusta el libro de Enric González, How about you?

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9 de agosto de 2006
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TRES COSAS DEL CARIBE

La mulata -rostro alegre y sonrisa de sol- mira las perlas negras que las primeras gotas del aguacero pintan sobre el asfalto de la calle Cochera de Hobo en Cartagena de las Indias (Colombia) y me dice: “ya está serenando”. Está serenando, del verbo serenar, es decir que caen gotas sin que su caída se pueda calificar de lluvia. Primera cosa que aprendí al pasar por la ciudad colonial y que ignora mi Diccionario del Español Actual (Aguilar).

La segunda cosa que aprendí se encuentra en un enorme volumen que recopila las Actas de la 37.ª Conferencia Anual de la Asociación de Historiadores del Caribe que se celebró en Cartagena, en mayo de 2005. Es un libro publicado por el Museo Nacional de Colombia y que habla del Caribe de los costeños. Artículos sabios, enfoques científicos, pero algo simpático, coloquial, que puede describirse en una sola palabra: chévere. Dos textos tratan de literatura y, por supuesto, de Gabriel García Márquez. Ariel Castillo Mier, un investigador de la Universidad del Atlántico, hace un trabajo de reubicación al describir, en un texto titulado "De Juan José Nieto al premio Nobel: la literatura del Caribe colombiano en las letras nacionales, una implacable cadena cronológica". Nieto (1804 – 1866), fundador de la novela histórica, no es más que el primero en una lista. Después de un despliegue de más de veinte apellidos aparece el autor de Cien años de soledad que, dice el autor, pone “el punto final a todos los temas caros al ruralismo al integrar la tradición clásica del realismo que nutre la novela de la tierra y la novela de protesta social con la cultura originaria regional…”. Después de “Gabo”, sigue la lista de escritores que imponen el Caribe al resto de Colombia: Fanny Buitrago, Alberto Sierra, Germán Espinosa, Jairo Mercado, Roberto Burgos Cantor, Marvel Moreno, Ramón Bacca, Giovanni Quessep, Álvaro Miranda, Raúl Gómez Martín, Jaime Manrique.

El otro texto es una obra póstuma: el poeta Jorge García Usta murió antes de leer en la conferencia su análisis de "Los ‘bárbaros’ costeños y la modernización de las letras nacionales", que también asevera la pertenencia de García Márquez a una continuidad literaria. “No creo, afirma, que sea posible sostener la idea de una genialidad única y desenraizada”. La definición del “Gabo”, esta vez, es la de un “formidable sintetizador de la irrupción de un mundo cultural, el del Caribe colombiano”, cuyo rasgo mayor sería “la abrumadora torrencialidad de la oralidad regional”.

La tercera cosa que aprendí va más allá del Caribe y se encuentra en el mismo volumen en un artículo titulado “Y me citaron por muchos años más”: el modelo interpretativo de Gerardo Reichel-Dolmatoff y la antropología de la Sierra Nevada”. Su autor es Carlos Alberto Uribe Tobón, antropólogo en la Universidad de los Andes. No se puede entender sin unos datos: Reichel-Dolmatoff, que murió hace diez años, es una figura ineludible en la antropología colombiana. Realizó un trabajo sobre los kogi, un pueblo indígena de la sierra nevada de Santa Marta, la montaña costera más alta del mundo (5775 metros). Uribe relee dos textos de Reichel-Dolmatoff sobre los kogi. En 1947: “Aunque los indios de la Sierra Nevada (…) han sabido adaptar admirablemente su sistema económico a las condiciones difíciles de su actual territorio, la escasez alimenticia constituye para ellos el centro de graves tensiones sociales.” En 1990: “los kogi practican una economía de rendimiento sostenible dentro de la capacidad de carga de su ambiente (…) siempre hay algún lugar donde pueda encontrarse comida”. Como los kogi no cambiaron, es la mirada del profesional reconocido que se modificó. Uribe no cree posible dar una explicación pero hace una sugerencia: hubo una necesidad, en una Colombia trastornada por sus conflictos, de “ver a la sociedad indígena serrana como una sociedad pacífica y de rendimiento sostenibles, en oposición a la sociedad colombiana como una sociedad violenta y al borde de su autodestrucción”. En otras palabras: en Colombia, la violencia destruyó hasta el rigor de la observación científica.

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8 de agosto de 2006
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ENTRE AVIÓN Y REVOLUCIÓN

Es la última tienda del aeropuerto de Maiquetía, al lado de la última puerta para embarcar, la 25. No tiene nombre y propone una combinación tan extraña de libros que dos datos son obvios: esta tienda es una librería y es también un puesto de vanguardia de la revolución bolivariana.

¿Como lo sé? Muy sencillo: conocí a las librerías de Cuba antes del desplomo del campo socialista. Una mezcla de memorias de ingenieros soviéticos, de obras de poetas desconocidos, de manuales para sobrevivir a un ataque de los gringos y de novelas cuyos méritos dependían de la orientación política de sus autores. Claro que era imposible encontrar un libro de José Lezama Lima o de Virgilio Piñera, lo que no es el caso en esta tienda del aeropuerto de Caracas. Hay una compilación de poesías de Piñera, otra de Gastón Baquero, un magnífico volumen de Vicente Huidobro y, de manera inexplicable, decenas y decenas de traducciones de Emily Dickinson.

Todo viene mezclado con libros para hacer el balance de la conferencia de Porto Alegre, manifiestos sobre fórum sociales, denuncias de la Organización del Comercio Mundial y tesis sobre los efectos sociales de la globalización. La mutación política que implementa el presidente de Venezuela se parece hoy a esta librería: hay una voluntad de imponer un paquete a favor de la revolución bolivariana que no borra por completo las huellas del pasado; cosas resisten tal como un libro sobre el mejoramiento de la competitividad de las empresas centroamericanas, sobrevive olvidado en una ola de libros críticos del capitalismo.

“El pueblo es la cultura” se podía leer en la pantalla de la caja que utilizaba la simpática vendedora. Frente a este lema quería decirle algo como “valga la redundancia, sabes, la cultura también es el pueblo” pero vender era un acto burocratizado, complejo, y Debora Escobar lo hacía de manera seria. Sé su nombre tal como ella conoce el mío y mi número de pasaporte y a dónde iba, pues había que poner todo en la factura. Compré una cosa surrealista: la traducción al español de Vida del señor de Molière de Mijaíl Bulgakóv, una novela producida hace un cuarto de siglo por una imprenta argentina para una editorial de Barcelona y que se difunde en la Venezuela de Chávez.

Me pareció lógica, necesaria, la presencia del libro al lado de "La cuestión nacional" de Rosa Luxembourg, del panfleto J’accuse de Zola, de un ensayo sobre Petróleo, banano y flores en Ecuador, Azar de Conrad y un ejemplar muy cansado de Salambô de Flaubert. Fabulosa confusión. La factura de mi compra dice que la librería pertenece a la fundación Kuaimare del libro venezolano. Es del Gobierno Bolivariano de Venezuela que confirma lo que Cuba ya estableció: el desorden de una economía socialista empieza en los estantes de las librerías.

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7 de agosto de 2006
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À CUBA

Las fotografías de Cuba pertenecen a dos categorías. Las que pintan un paraíso, y las que retratan un naufragio. Las fotografías de Ángel Marcos, en la Maison Européenne de la Photographie, corresponden a la segunda familia. Ofrecen la visión de una arquitectura destrozada por el paso del tiempo, el descuido y la incoherencia de “un sistema donde solo los signos conversan” como dice el folleto de presentación de las actividades del principal lugar dedicado a la fotografía en París.

La exposición se titula “À Cuba”; no muestra algo inédito, meramente algo muy real. El tamaño grande de las fotografías permite ver el detalle de edificios y calles de una Habana con pocos seres humanos. Casi vacía, la ciudad se parece a los cuadros de Giorgio de Chirico, pero un Chirico que pintaría un mundo urbanístico arruinado después de una tormenta. Es el clásico reportaje sobre el derrumbe de lo que fue la ciudad más bella del Caribe y, de verdad, no justificaría la vista de la exposición sin unos videos extraños. Parecen del mismo fotógrafo, Ángel Marcos, pero el personal de la Maison Européenne de la Photographie no fue capaz de darme el nombre del autor. Y el sitio en Internet tampoco lo menciona. Es una lástima, pues estos videos tienen un valor artístico y documental. Se trata de la filmación fija, sin ningún movimiento de la cámara, de varias calles de ciudades cubanas.

La cámara es escondida, a nivel de la mirada de una persona adulta; nadie se entera de su presencia. Es como ser el testigo invisible de los trámites del día a día en la calle: se ve todo, se oye muy poco. Solo se puede describir el sonido, muy malo, como el rumor de la calle. Pues esta vez, sí, hay gente. En un asfalto repleto de huecos, un pueblo de peatones, ciclistas, perros, carros agotados, carritos arrastrados por rocinantes caribeños, sin olvidar los taxistas para turistas que tienen un ciclista como motor. Movimientos entre las casas sin pinturas de un pueblo sin sonrisas, sin abrazos o aprietos de manos. En una clara voluntad irónica, el autor pasa de una calle a otra con la inserción de fotografías de carteles de propaganda: “Vivimos en Cuba libre”; “Jamás podrán tomar este país” ; “Revolución es igualdad y libertad plena”.

Una citación de Julio Antonio Mella, fundador del partido Comunista Cubano, afirma que “Hoy solo es honrado luchar” cuando cada imagen habla no de lucha sino de una difícil supervivencia. El carro que mejor se ve es uno de la corporación Cimex (Comercio Interior, Mercado Exterior), que se dedica a negocios para dirigentes y extranjeros, inalcanzables para los cubanos. Es un carro que proviene del ejército: promete en letras blancas “venta por catálogos, entrega en 24 horas”.

La exposición es abierta hasta el 10 de septiembre.

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2 de agosto de 2006
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SOBRE LIBANO E ISRAEL

Como todos los blogueros recibí entre mis comentarios una crítica contundente: ¿Cómo se puede escribir sobre literatura, deportes, economía, etc. (ponga aquí lo que quiera) cuando se sabe lo que ocurre en Oriente próximo? Mi respuesta no puede ser otra que mantener el silencio sobre el asunto. Con amigos reviso las opciones de alto el fuego, paz, soluciones políticas (ponga aquí lo que quiera) pero creo irresponsable una expresión más amplia.

Ya expliqué que los intelectuales franceses opinan sobre todo desde el caso Dreyfus, hace más de un siglo. No quiero pertenecer a la familia de los  habladores que creen tener el derecho de pronunciarse sobre cualquier asunto (lo que es normal) en público (lo que muchas veces no se justifica). Soy capaz, como todos, de decir que no se debe bombardear poblaciones civiles en Líbano, en Israel o en los territorios controlados por la Autoridad Palestina. Pero más allá de este discurso humanitario clásico, la mera honestidad me obliga a decir que sé muy poco de lo que ocurre más allá de las pérdidas de vidas humanas. Ignoro dos datos clave de la crisis: el papel real de Irán en lo que ocurre y los límites de la influencia de EE UU sobre Israel.

Lo de Irán me pareció obvio este fin de semana al analizar, por ejemplo, las declaraciones del ejecutivo venezolano. Por una parte, el presidente Hugo Chávez, de visita en Teherán, en su recorrido mundial para conseguir para Venezuela un asiento de miembro no-permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, prometió que su país ''estará junto a Irán en cualquier momento y bajo cualquier condición''. Por otra parte, el vicepresidente José Vicente Rangel reaccionó a los últimos bombardeos israelíes declarando: "no es posible callar con lo que está haciendo el estado de Israel con los palestinos y libaneses. El silencio equivaldría al silencio que guardaron durante mucho tiempo personajes y estados frente a la irracionalidad del nazismo, al silencio cómplice que guardaron muchos en el pasado ante el genocidio cometido con el pueblo judío".

Ambas declaraciones, de apoyo a Irán por parte del presidente, y de denuncia de Israel por el vicepresidente, se producen en un contexto militar que conocemos: los cohetes disparados por los guerrilleros de Hezbolá sobre Israel son suministrados por Irán. El presidente de este país, Mahmoud Ahmadinejad,  promueve en sus discursos la desaparición de Israel, un país que no nombra prefiriendo la fórmula “entidad sionista”. ¿Se puede, tal como el ejecutivo venezolano hace, eludir cualquier referencia al papel de Irán en la crisis? ¿O es más cercano a la realidad una lectura de los hechos según la cual Irán entrega cohetes a los guerrilleros de Hezbolá para poner en marcha de manera militar la eliminación de Israel que propone Ahmadinejad?

A pesar de leer la prensa de manera frenética no hay manera de entender el grado de autonomía del Hezbolá frente a Irán, a Siria y al gobierno de Líbano. Y esto no tiene que ver con el hecho de que hablamos de poderes herméticos con escasa cobertura en la prensa occidental. Pasa lo mismo si queremos medir los límites de la influencia de EE UU sobre Israel. Ni se puede saber quién influye más en el momento de determinar la posición de Washington en Oriente próximo. Esta impotencia se comprueba al leer el informe principal de Foreign Policy dedicado a la influencia real del lobby israelí en EE UU.

Este informe es otro capítulo de un debate que empezó en marzo de este año cuando los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt (el primero de la Universidad de Chicago y el segundo de la Universidad de Harvard) pusieron en línea el borrador de un artículo http://ksgnotes1.harvard.edu/Research/wpaper.nsf/rwp/RWP06-011 sobre la influencia del lobby del estado hebreo en Washington, y especialmente del American-Israel Public Affairs Committee. Aunque el texto provocó un tsunami de comentarios en el ciberespacio, no sé si cinco meses después, como se lee en muchos periódicos, la solución de las crisis está entre Washington y Tel Aviv. La lectura de Foreign Policy alimenta mis dudas sobre los comentaristas que dicen tener la solución de un problema planteado desde la Biblia.

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1 de agosto de 2006
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