Jean-François Fogel
Lúcido comentario de Arcadi Espada ayer en su blog: «Hay documentos (y eran del dominio público) que prueban el paso de Grass por la SS. Me tranquiliza. Por un momento pensé lo peor».
Lo peor habría sido para los lectores de Günter Grass un libro malo. Parece, por lo que dice la prensa alemana, que no es el caso de estas memorias, Pelando la cebolla, donde el premio nobel de literatura revela haber pertenecido a la Waffen-SS, la unidad de élite nazi, durante unos meses, en el final de la Segunda Guerra Mundial.
El autor tenía 17 años, y la obligación de incorporarse en una unidad del ejército, en el momento de dar el paso que provoca ahora comentarios y polémicas. Hay ataques, declaraciones públicas de decepción y, al contrario, expresiones a favor del novelista alemán como la del autor norteamericano John Irving, quien dijo: "Grass sigue siendo un héroe para mí, como escritor y como guía moral; su valor, como escritor y ciudadano de Alemania es ejemplar, y su valentía se enaltece, no se merma, por su revelación más reciente". Salman Rushdie y el cineasta Volker Schlöndorff se incorporaron también a esta defensa de Grass, que me parece extraña por muchas razones.
La primera, claro, es que esperamos que lo que permitió a Grass conseguir un Nobel y tantos lectores a través del mundo no sea el pobrísimo universo intelectual de un adolescente trastornado por la derrota de su país y la desaparición de su universo personal. Habría que ser un loco inmóvil para ver el mundo de la misma manera en su adolescencia y en las etapas de su vida adulta. Si es así, si hay que pagar por lo que hemos pensado en nuestra juventud, habría que condenar a Maurice Blanchot, Mircea Eliade o Cioran, que hicieron algo mucho peor que Grass (este nunca pegó un tiro en su etapa militar) al producir escritos fascistas y para ciertos antisemitas con una tremenda carga de odio.
Pero la razón principal para no ocuparse de la defensa de Grass es que leemos los libros por lo que son y no por lo que fueron sus autores. Conozco muchos republicanos franceses que no pueden esconder su admiración por Chateaubriand, un monárquico, tal como lo fue Balzac (Marx y Engels siempre expresaron su preferencia por Balzac cuyas novelas, según ellos, superaban las de Eugène Sue, autor tremendamente popular en su época y socialista). ¿Si no creemos que una obra literaria tiene una vida mas allá de la biografía de su autor, y que se reinventa en cada lectura, por qué seguimos leyendo? Sería mejor limitarnos a la absorción de manuales y de versiones acortadas de las grandes obras, pues se trataría de una mera información.
Hace unos años, cuando Ry Cooder produjo su disco Buena Vista Social Club, varios franceses, que sabían muy poco de Cuba, me hablaban de su entusiasmo por estos artistas despreciados y olvidados por la revolución castrista. Un día, tuve un almuerzo cuya conversación era un elogio político de los cantantes que se mantuvieron fieles a su arte y a la música de la isla. En ese momento me acordé de la canción revolucionaria que había cantado Omara Portuondo: “Junto a mi fusil mi son”. El son cubano se comparaba a los fusiles de los barbudos en una obra lamentable del realismo castrista. Un par de veces, tuve la tentación de interrumpir la conversación para entregar este dato desagradable pero al final no lo hice. Un fragmento del pasado de Omara Portuondo no quitaba nada a su talento pero tampoco lo mejoraba. Fui a lo obvio: ¿Hablamos de Celia Cruz? Ella, sí, tiene azúcar.