Marcelo Figueras
Creo haberlo ya dicho alguna vez en este mismo lugar, pero la columna que Dalton Ross escribió esta semana para Entertainment Weekly certifica mi convicción: la TV es hoy superior al cine, y por mucho. Para ser preciso: cuando hablo de la TV me refiero a la ficción televisiva, y no a productos degenerados –esto es, que traicionan a su génesis- como los reality shows. Y para ceñir aún más el análisis, cuando hablo de la ficción televisiva me remito a las series norteamericanas, con alguna intervención de la televisión británica. No sé cómo será la cosa allí donde están ustedes, pero la ficción televisiva argentina es paupérrima. Tienen éxito cosas como Sos mi vida (comedia costumbrista), Montecristo (culebrón con pretensiones ideológicas) y Casados con hijos (la versión local de la vieja comedia yanqui, simplemente detestable), pero más allá de estos subgéneros tan probados y por ende trillados, no existe sitio donde hincar el diente.
Lo que Ross hace es simple. Primero echa un vistazo panorámico a las películas más promocionadas del verano en Estados Unidos: Piratas del Caribe II, Superman Returns, Cars. En el mejor de los casos se trata de películas efectivas, lo cual significa que cumplen con el mínimo objetivo de entretener. No lo dice Ross pero lo digo yo: la infinita mayoría de los estrenos de esta temporada –nos guste o no, los films que vienen de Hollywood constituyen la infinita mayoría de los estrenos en cualquiera de nuestros países- son películas convencionales, blandas, que pisan sobre seguro.
Acto seguido Ross vuelve la mirada a la pantalla televisiva. A diferencia de lo que ocurre con el cine, que reserva para el verano sus apuestas más ambiciosas (en lo comercial, queda claro), esa temporada suele ser la más débil para la TV, que se limita a repetir series o lanzar títulos en los que no confía demasiado. Y sin embargo, aún en la fría pantalla del verano estadounidense se están emitiendo capítulos nuevos de series como Weeds, Deadwood (gracias a Dios por haber creado HBO), Entourage y Rescue Me. También causa sensación una serie inglesa que transmite BBC America, Life On Mars, en la cual un detective padece un inexplicable desfasaje temporal. Y por supuesto, apenas asome el otoño volverán los pesos pesados: Lost, 24, Battlestar Galactica, Los Soprano…
La TV de los últimos años abunda en títulos que expandieron las fronteras creativas del medio, y que de paso se animaron a hacer cosas que el cine de Hollywood ya no se atreve a hacer. Ya mencioné a The Sopranos y al western Deadwood, pero debería mencionar asimismo Six Feet Under, The Wire, Roma y también clásicos que siguen vigentes como Prime Suspect (ya lo avisé, se viene la Parte 7). Sin olvidar placeres culpables como Veronica Mars, Prision Break, Gilmore Girls, E.R. y hasta Desperate Housewives.
Existen muchas razones para la presente superioridad de la TV por encima del cine, pero creo que una de ellas es fundamental. Los ejecutivos de la TV saben, porque lo han probado temporada tras temporada, que lo que les da resultados es poner a cada serie a cargo de un creativo; por lo general es un guionista. Los ejecutivos de Hollywood, en cambio, le otorgan el poder de decisión a los contadores. Y los contadores no creen en los riesgos (que es de lo que se trata la creación), sino en los balances positivos.
Por cada película de Wong Kar Wai, Michael Haneke e Isabel Coixet, que tampoco estrenan todos los años, existen docenas de series que nos alimentan el alma semana tras semana. Menos mal que existe el DVD, que nos permite revisar clásicos y emparejar la balanza para que el cine no pierda por paliza. Porque el score expresa una disparidad enorme, eso es obvio. El artículo de Ross lo expresa categóricamente y su revista no teme anunciarlo de esa forma: “La TV le está rompiendo el culo al cine”.