Jean-François Fogel
Acabo de leer Simón Bolívar: A Life de John Lynch (Yale University Press). Primera biografía en lengua inglesa en más de medio siglo. No tiene el encanto de un gran relato; Lynch, famoso hispanista de la University of London, no intenta seducir por la potencia de evocación de su escritura. Tampoco ofrece una abrumadora montaña de detalles que pretende decir todo. Entrega una síntesis. Una obra que no olvida nada pero busca limitarse a lo fundamental, con énfasis en la historia de las ideas políticas del Libertador. Una tarea difícil, quizás imposible, por el pragmatismo de esta figura decisiva en la búsqueda de la independencia de América Latina.
Lynch tiene una mezcla de cariño y de fascinación para Bolívar. Su libro no se parece al retrato nutrido de antipatía de Salvador de Madariaga. Pinta tres figuras muy distinta: primero, la del revolucionario, que busca cambiar la sociedad y las leyes tanto en su país como en lo que es hoy la vecina Colombia; segundo, la del libertador que trae la independencia a los Andes e intenta vender una revolución en el mismo paquete; y, por fin, la figura del arquitecto de instituciones, que se decide a construir una solución universal para todas las tierras liberadas del colonialismo español. Veredicto: el revolucionario se equivocó, pero vivía una fase de aprendizaje; el libertador es un maestro en el momento de elegir entre guerra y política; el arquitecto es un soñador de instituciones, siempre golpeado por la realidad, pero un verdadero pensador digno de su maestro Montesquieu.
Lo bueno de Lynch es que estimula a su lector. No lo voy a negar y, más bien, entrego unos apuntes de mi lectura:
1. Sólo hay dos visiones políticas acabadas en la carrera de Bolívar: por una parte, el discurso que entregó al parlamento de Angostura; y por otra, la constitución boliviana. Todo el resto se parece más a respuestas puntuales que a construcciones completas.
2. Bolívar nunca se quita el temor de la élite criolla: la aparición de la “pardocracia”, el gobierno de los pardos (que son los mulatos, zambos, mestizos, y hasta los isleños de las Canarias en cierto momento en Venezuela).
3. El contexto del caos configura mucha de las decisiones de Bolívar. El Libertador, dice Lynch, “tenía que tomar decisiones bajo intolerable presión de demandas contradictorias”. Este contexto le impedía dedicarse a construir un orden, más bien se limitaba a superar los problemas ineludibles a corto plazo.
4. El concepto de “gloria” es una clave de la acción de Bolívar y también un concepto difícil de entender. Lynch dice que Bolívar quería más a la gloria que al poder. En todo, buscaba su gloria. ¿Pero que hacía decir la palabra en la época de Bolívar? Lynch reconoce su impotencia para definir la gloria, cita a San Agustín y el rey de Francia Luis XIV sin resolver su carencia.
5. La figura de Bolívar conviene a los dictadores de Venezuela. Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras aprovecharon de la historia del Libertador para justificar su acción y su autoritarismo. Al hacer lo mismo, ahora con el concepto de un “populista Bolívar”, Hugo Chávez Frías a creado una “nueva herejía”.
6. Mas allá de su calidad formal, la novela El General en su laberinto de Gabriel García Márquez, propone una asonancia perfecta con la biografía de Lynch. Recuerdo la primera frase, cuando José Palacios encuentra al derrotado Bolívar en la bañera y, de verdad, tengo mas ganas de volver a leerla que de estudiar las carta de Jamaica. El historiador Lynch confirma la visión del novelista Gabo.