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Escrito por

Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es poeta, narrador, filólogo y ornitólogo. Traductor, al español, de Flaubert (Trois contes), Claudel (L'Annonce faite à Marie), Tzara (L´Homme approximatif), Monod (Le Hasard et la Nécessité), Montale (Ossi di sepia).

Obra literaria:

De las condiciones humanas, Trimer, 1964; La hora oval, Ocnos, 1971; Cónsul, Península, 1987; Níquel, Mira, 2005; Ciudad propia. Poesía autorizada, Artemisa, 2006; El bestiario de Ferrer Lerín, Galaxia, 2007; Papur, Eclipsados, 2008; Fámulo, Tusquets, 2009; Familias como la mía, Tusquets, 2011; Gingival, Menoscuarto, 2012; Hiela sangre, Tusquets, 2013; Mansa chatarra, Jekyll & Jill, 2014; 30 niñas, Leteradura, 2014; Chance Encounters and Waking Dreams, Michel Eyquem, 2016; Edad del insecto, S.D. Edicions, 2016; El primer búfalo, En picado, 2016; Ciudad Corvina, 21veintiúnversos, 2018; Besos humanos, Anagrama, 2018; Razón y combate, Ediciones imperdonables, 2018; Ferrer Lerín. Un experimento, Universidad de Málaga, 2018; Libro de la confusión, Tusquets, 2019; Arte Casual, Athenaica, 2019; Cuaderno de campo, Contrabando, 2020; Grafo Pez, Libros de la resistencia, 2020; Casos completos, Contrabando, 2021 y Papur, Días contados, 2022. Poesía Reunida, Tusquets 2023. Atlas de Arte Casual, Jot Down Books, 2024.

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Atraviesa-muros

Mi relación con la posibilidad de atravesar muros con la mirada o con todo el cuerpo se inicia, en 1954, con la visión de la película francesa, de 1951, Garou-Garou, le passe-muraille, protagonizada por el inefable Bourvil, y que en España se tituló Garú-Garú (El atraviesa-muros).

El segundo episodio vinculado a esa habilidad tiene lugar en 1968 durante una prospección ornitológica por una zona boscosa cercana a la montaña de Montserrat, en la provincia de Barcelona. Me acompañan los biólogos Álex de Juan y Jorge Muntaner, y los tres quedamos sorprendidos al oír, de golpe, una potente voz masculina que parece proceder del interior de una casa enorme, en estado práctico de ruina, con la que nos topamos tras un recodo del camino. El hombre, misterioso, invisible, con un cerrado acento catalán pero hablando en castellano, dice, a alguien, que los aparatos que llevamos colgados del cuello [prismáticos] permiten ver a través de las paredes, a lo que una voz femenina, quizá murciana, replica preguntando si no seremos maquis.

Y ahora, gracias al boletín, de este 23 de marzo de 2022, del Consulado General Honorario de Israel en Guayaquil (Ecuador), descubro que ya existe tecnología avanzada para ver a través de las paredes; en concreto la "última versión de una cámara de detección a través de la pared, desarrollada por la empresa israelí Camero, que permite al usuario disponer de información en tiempo real, como cuántas personas hay en la habitación y dónde se encuentran, además del diseño del lugar. Camero, conocida, desde 2004, por sus sistemas de imágenes a través de obstáculos, dispone de otros productos en su arsenal, como el XLR80, muy potente, que permite ver a través de paredes a más de 100 pies de distancia, pero no resulta tan manejable como la última versión".

 

 

 

 

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27 de marzo de 2022
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Rótulo

Buscaba un documento, aquella pintoresca antología que firmó Leopoldo María Panero, en 1979, sobre poetas españoles no españoles, cuando apareció un folio, sin duda traspapelado, en el que yo proponía a la editorial Tusquets diversos títulos para una de mis obras. No recordaba la propuesta y, menos aún, la mayoría de los títulos. Así las cosas, de repente, hubo uno, que me dejó clavado en la silla, me entusiasmó, era más que genial, contenía la suficiente carga de imprecisión, de ambigüedad, para convencerme de que era material urgente y obligatoriamente recuperable. Lo desvelo ya, no mantengo el misterio por más tiempo; el título era, nada más y nada menos: HIENA Y OTROS.

Ahora aquí, con el título en la mano, me enfrento a una dificultosa tarea: acompañarlo con un texto. He vuelto a la adolescencia, casi a la niñez, a los albores de mi vida literaria, cuando con las frases, con los nombres, sin duda brillantes, que constantemente se me ocurrían, con ese exiguo bagaje, garabateaba rápido un poema; pero aquella facilidad terminó, el automatismo para redactar, para crear de la nada, quedó atrás, de hecho la existencia misma de ese folio, con títulos fruto de la duda, da la pista de que con la madurez, y no digamos con la senectud, se tiende a la seriedad, a la consistencia, a la rutina constructiva, y que después, en todo caso, sin ningún interés y prisa, se inicia la incómoda búsqueda del título mediante un proceso peliagudo, insano, casi doloroso.

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14 de marzo de 2022
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Estrategias

Exóticos maremotos, domésticas erupciones volcánicas, sospechosas pandemias, vecinales conflictos armados, suministran, a los medios, material de primera clase para encandilar a lectores, oyentes y televidentes. Datos numéricos abultados, tópicas respuestas de los damnificados, imágenes anunciadas como sensibles, constituyen el grueso de la información que, a fuer de repetitiva, amenaza con ser desatendida, pero, de repente, como quien no quiere la cosa, y sin tener la certeza de que vaya a ser refrendada, se deja caer una noticia sorprendente, casi inverosímil. Ahora, ayer mismo, a raíz de la invasión de Ucrania a cargo de las poco marciales huestes del infantil Vladímir Putin, nos enteramos de que, ese sangriento ejército, dispone de hornos crematorios móviles para la combustión y desaparición de los cadáveres de los suyos; es decir que esa amenaza, para la continuidad del dictador, sustentada en la llegada a la patria de camiones repletos de ataúdes, se mitiga grandemente si los envases son de tamaño reducido y, aún mejor incluso, si se olvidan algunas urnas, vaciadas por el ajetreo debido al mal estado del firme, perdida la ceniza al desparramarse por el suelo del vehículo o caída al arcén nevado tras un bache descomunal.

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6 de marzo de 2022
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Semblanza de Pedro Gimferrer

‘Intensidad’ es la palabra. La entrada en mi vida de Pedro Gimferrer Torrens produjo una conmoción que se mantuvo durante dos o tres años; actividad frenética diaria sustanciada en la asistencia a las salas de cine y a la visita a librerías y exposiciones. Personaje de prodigiosa memoria y exclusiva consagración al mundo de la literatura y las artes, supuso, para mí, la apertura al conocimiento de nuevos autores del universo literario y, también, dada su condición desinhibida, la posibilidad de tratar a la reducida nómina barcelonesa de editores y escritores, a los que Pedro con singular soltura abordaba. Transcribo a continuación algunos textos que hacen mención a la amistad que nos unió durante aquella etapa y al marco en el que se desarrolló la misma. Pedro, El Sabio, Pere y Potencia son los nombres con que se le cita.

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Conocí a Francisco Ferrer Lerín en la Universidad (aunque cursábamos carreras distintas: él Medicina y yo Derecho, ambos sin lo que se suele llamar vocación) en el curso 1962-63. Pronto nos hicimos amigos; y, hasta 1965 aproximadamente, creo que fue la persona con quien sostuve más abundantes y extensas conversaciones sobre arte y literatura. Quiero decir, que descubrimos juntos muchas cosas. Me parece que éramos los únicos estudiantes que en la Universidad teníamos en aquellos años algún interés por el surrealismo y el arte de vanguardia en general. Quizá esta afirmación sea inexacta, pero no he tenido hasta ahora ninguna ocasión de verificar tal inexactitud. El tiempo suele poner a prueba las amistades de adolescencia. Yo inicié tempranamente una cierta carrera literaria; Ferrer Lerín partió al servicio militar y posteriormente supe que se había recluido en un centro de Biología experimental, dedicado a la ornitología. (...)

Pedro Gimferrer. Prólogo de La hora oval, F. Ferrer Lerín, Colección Ocnos, Barcelona, 1971.

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(...) Nadie hurtó más y mejor que aquel grupo de poetas caminantes, merodeadores, sabuesos de impar olfato, bibliófilos a la carrera, conocedores de cada una de las librerías de nuevo y de viejo hasta extremos de delirio. (...) Había que explicar el mundo. Y qué mejor manera que encuadrar las cosas en categorías. Eran estas: ‘Dios’ y ‘Esputo’. La primera, por ejemplo, acogía a Orson Welles, a William Faulkner y a Piranesi. La segunda, por ejemplo, acogía a Doris Day, a Gabriel Celaya y a la Jota Navarra. La formulación era la siguiente: ‘Esto es de Dios’ o bien ‘Esto es un esputo’. Teniendo en cuenta que el manejo de estas categorías, aunque no registrado, era de uso casi exclusivo de quien les habla y del poeta conocido por ‘el Sabio’, habrá que reconocer la responsabilidad en que se incurría cada vez que ante las masas sedientas se daba un veredicto. Por lo que no deja de ser sorprendente, desde la actual perspectiva, la inclusión, por parte de El Sabio, en la categoría de Esputo, yo diría que en su grado máximo, de dos conceptos siempre peliagudos como son ‘lo religioso’ y ‘lo catalán’ aunque tal declaración se produjera ante un grupito de exaltados epígonos ávidos de noticias y en un clima de agradable relajación allá en la primavera de 1964. (...)

Francisco Ferrer Lerín. “Jornada laboral de un poeta barcelonés (1959-1974)”. Ponencia leída en el congreso “Poéticas Novísimas”, Zaragoza, 27 de abril de 2002, y publicada en Tropelías, 15-17, Zaragoza, 2009.

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—¿Qué tipo de humus había en la Barcelona de la época para el desarrollo de una poesía que dejase atrás el lastre del socialrealismo? ¿Cómo se rompe, en definitiva: hace falta una personalidad muy marcada, unas lecturas muy concretas?

-Barcelona es épater le bourgeois, ir siempre contracorriente (del resto de España). Cursando medicina escribía poemas en inglés, en letra muy gorda, al alcance de mis compañeros de aula; en filología garabateaba cortes anatómicos. Nunca noté presión política; los libros prohibidos se hallaban aún más a mano que los otros: los «infiernos» estaban poco o nada vigilados. ¿Humus? Hijos de la alta burguesía -o al menos dos del cuarteto-, no era necesario soportar el tedio de los celayas y sí indispensable esgrimir nuevas lecturas, a ser posible las más delirantes y qué bien si además albergaban a un genio.

—¿ Cómo se produce -literariamente— el primer contacto entre el grupo: Ferrer Lerín, Gimferrer, Azúa, posteriormente Panero?¿Qué tipo de jerarquía literaria, sobre todo lecturas, se estableció?

-A Pedro, olfateador y lector sin par, le debieron de llegar unos protoversos míos y algún alcahuete organizó la cita, que se materializó durante un festival Antonioni. Félix llegó por la vía lógica del paroxismo elitista. Leopoldo vino de Madrid a pasar unos días y el póquer más que la literatura nos envolvió. La noción de grupo no es la apropiada. A lo más, cuatro tipos unidos por su afición a la carne de ternera. Hubo un careo diario con Pedro que duró dos o tres años con programa cerrado -librerías, galerías de arte, cine-, una relación más laxa con Félix y una relación espasmódica con Leopoldo. Nada de jefes y autoridades; en todo caso algunas recomendaciones por parte de El Sabio en la línea de la obligatoriedad y algunas mías en la línea de la extravagancia. Fruto de todo ello Perse, Borges, Pound, Ossian, Beowulf...

—¿Cómo se encauzó la acción? ¿Eran solamente tertulias, salidas nocturnas, o había una voluntad de canalizar todo eso en algún tipo de publicación? ¿Crees que eso hubiera sido posible entonces?

-Yo, al menos, no encaucé nada. Como ya se ha dicho no existía la conciencia de grupo y sólo Pedro, en etapas más avanzadas (años de mi mili), a instancias de Castellet por ejemplo, agrupó la tropa y promovió ascensos. En cualquier caso habrá que separar la etapa inicial, en la que estuve presente, de lo que sucedió después. Repito que por lo que a mí respecta nunca pensé en constituir grupos, en dedicarme profesionalmente a aquello y ni siquiera en continuarlo como mero pasatiempo.

—¿Puede haber ruptura sin conciencia de con qué se está rompiendo? ¿Realmente leíais a los poetas precedentes?¿Quién se salvaba, según vosotros, entonces?

-A algunos de nosotros (y siempre hablo de Pedro, de Félix, en mucha menor medida de Leopoldo y, claro está, de mí, que es de quien únicamente debería hablar) nos llegó antes Henry Miller que Antonio Machado. Para romper hay que estar unido a algo y el nexo con el 98, el 27 y el 50 era inexistente. ¿Hubiera salvado a Cernuda y Lorca? No sé, otros lo hacían por solidaridad corporativa aunque en privado los denostaran; no era mi caso. (...)

—Hablemos de las circunstancias editoriales que rodearon a la aparición de tus libros: ¿a qué puertas llamaste, quién llamó a tu puerta, qué te propusieron incluir, qué decidiste no incluir? ¿Cómo viviste por ejemplo, la publicación de tu primer libro?

-“De las condiciones humanas” fue editado por Joaquín Buxó Montesinos, poeta y dramaturgo, hijo del marqués de Castellflorite, presidente de la Diputación y de una de las grandes Cajas catalanas. Pedro Gimferrer, hombre dotado de un gran desparpajo, al menos en aquellos años, le llamó por teléfono anunciándole que dos poetas irían a verle, y así, en la colección «De trigo y voz provisto» se publicó al poco tiempo... con un tranquilizador prólogo del también poeta Corredor Matheos. “La hora oval” vino de la mano del poeta Joaquín Marco, abanderado entonces de mi causa y que capitaneaba la colección «Ocnos». Tampoco se consideró apropiado dejarme despegar solo y se bendijo la aventura con un prólogo de Pedro Gimferrer. “Cónsul” fue el resultado de una selección de poemas, realizada por Félix de Azúa, que por su atrevimiento formal y/o temático habían quedado fuera de “La hora oval”. Azúa no quiso prologarlo y se pensó esta vez en el poeta catalán Pere Gimferrer. (...)

Entrevista publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 658, Madrid, abril 2005.

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(...) “De las condiciones humanas” estaba abriendo nuevas vías para la expresión poética en España. Era el año 1964, aunque el libro databa en realidad de 1962, y fue publicado, no se olvide, en la misma colección que “Mensaje del Tetrarca”, de Pedro Gimferrer, de 1963, aunque este último orquestó su presentación en sociedad en fecha suficientemente antedatada. (...) Un verso de “De las condiciones humanas” constituye la cita que Gimferrer incluye, junto a otra de Poe, en la primera edición de “Mensaje del Tetrarca”, publicado en la misma colección. El que el libro de Ferrer Lerín estuviera aún inédito cuando Gimferrer incluye la cita ilustra la proximidad y afinidad de ambos poetas entonces. También lo falaz que resulta hablar de quién fuera en realidad el primero en arribar a qué costas. Pero si la falta de generosidad se pudiera leer como síntoma de miedo pánico a perder la pole position, es notorio que el autor de “Arde el mar” no incluye los versos de su coevo en sucesivas reediciones de su obra. (...)

Carlos Jiménez Arribas, prólogo de Ciudad propia. Poesía autorizada, F. Ferrer Lerín, Artemisa Ediciones, Tenerife, 2006.

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(...) de pronto, entre la muchedumbre de barbudos y fumadores en pipa, apartándola gracias a su corpulencia y a su andar vacilante, apareció un personaje de difícil catalogación -joven pero de nobles entradas en una frente rimbombante, rostro incontrolado, cutis jienense, chubasquero de plástico oscuro- que, para mi sorpresa, saludó -eso sí, con altivez- a mis compañeros y se colocó el primero en la más o menos difusa cola. Entramos juntos y tras varios cambios decidió sentarse a mi lado aunque con un espacio de por medio. Encajó su cuerpo en la butaca, y se produjo una especie de terremoto en toda la fila, pero lo sorprendente vino después; al apagarse las lámparas surgió un resplandor, un fogonazo verde, su piel irradiaba una intensa luz, un rarísimo fenómeno de fosforescencia que (...) es la causa, junto a otras, por la que le denominaremos Potencia, evitando también con esta triquiñuela cualquier tipo de responsabilidad, ya que hoy es persona de poder omnímodo. (...) su prodigiosa memoria que según parece hacía que los profesores acudieran a él y, luego, las sempiternas manchas en sus pantalones bombachos producidas por la sardina de lata en aceite envuelta en papel de periódico que se traía de casa y que hasta ser consumida en el recreo permanecía en sus bolsillos (alternaba derecho e izquierdo). (...) era un ser omnipresente, era tiránico en sus obsesiones intelectuales y, a su desaliño corporal, sumaba una dificultad motriz estrepitosa. Dos ejemplos sobre esto último: no sólo no acertaba nunca a entrar por una puerta -se golpeaba contra el marco- sino que era incapaz de sujetar cualquier objeto y así se llegaba a situaciones dramáticas como en aquel cóctel en la Terraza Martini (a menudo nos colábamos en eventos así) en que fue expulsado tras habérsele escapado de la mano un vaso de whisky -que estalló con gran estrépito al chocar contra la barra- luego derramar una copa de champán en la moqueta y, finalmente, esparcir por los peldaños de la escalera todos los canapés de una bandeja durante el forcejeo con un camarero creyendo que éste se la ofrecía entera. Pero no había rivalidad entre nosotros. Potencia vivía en el mundo de la fantasía. Y yo en el de la realidad. En el momento en que el grado de compenetración fue lo suficientemente elevado y no fueron necesarias las farragosas preguntas, sólo diciendo Miller le refería cuáles habían sido mis últimos lances sexuales y, si decía Rossen, le contaba el resultado de la timba de anoche. Porque los libros y el cine -y las artes plásticas secundariamente- ocupaban en exclusiva nuestro marco de relación pero él vivía dentro de ellos y yo, en cambio, me limitaba a disfrutar con ellos, como disfrutaba también con otras cosas. (...) Tras ver “El buscavidas” y llegar a la conclusión de que era el único epílogo posible del cine negro emprendimos una tournée por las salas de billar. Potencia era el Gordo de Minnesota y yo era Paul Newman. En una de ellas, creo que en El Velódromo, un hombrecillo pulcro que por allí trotaba nos estuvo estudiando largo rato -Potencia de Minnesota con traje oscuro sentado en una silla con las regordetas piernas abiertas y Paul Amatller inclinado sobre la mesa dándole al taco y a las bolas- y debió parecerle un cuadro de gran carga sexual porque nos abordó resuelto, y nos propuso hacer lo mismo en su casa pero todos con menos ropa y con algún dinero a cambio. (...)

Ferrer Lerín. Familias como la mía, Tusquets Editores, Barcelona, 2011.

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Francisco Ferrer Lerín

Versión completa del artículo publicado, con título parecido, en "Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada", 20, Zaragoza, 2013.

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19 de febrero de 2022
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Delito

Juan Rodolfo Wilcock Romegialli (Buenos Aires, 1919 - Lubriano, Italia, 1978), como J. Rodolfo Wilcock, fue el autor del libro que Edoardo Camurri, en traducción del italiano de Rosa de Viña, edita con el título El delito de escribir (Libros de la resistencia, Madrid, 2019) a partir de Il reato di scrivere, la primera versión, de 2009, la del sello milanés Adelphi. El delito de escribir lo componen 13 textos de Wilcock más otro de Camurri a modo de epílogo, todos breves, artículos publicados en prensa, excepto el de Camurri, inédito, que giran en torno a la llamada ‘sociedad literaria’.

Del libro, y por agravio comparativo, esa fea costumbre de destacar alguna de sus partes, en este caso alguno de sus párrafos, copio dos de ellos, el primero, se supone de Wilcock, y el segundo, una referencia, una cita no entrecomillada, ese recurso que invita a pensar que lo citado, ajeno normalmente al cuerpo del libro, se incorpora a él de tal modo que el autor de la cita y el autor del libro se confunden, son lo mismo. Aquí van los dos párrafos:

“Sustituir a las horribles (por incomprensibles e incomprensivas) personas que nos rodean por seres imaginados, comprensibles y comprensivos, por lo tanto agradables, es un privilegio no sólo de los pintores (si todavía existen, escondidos), sino también de los escritores importantes, y es una de las características que los hace importantes y felices.”

“La felicidad de un artista reside en poder concebir, como Lewis Carroll a los ochenta años, la vida de igual manera que un diálogo entre una tortuga y un termómetro.”

Antes que narrador fui arquitecto, o al menos formé parte de un equipo interdisciplinar en el que la arquitectura era la materia dominante y, desde esa atalaya privilegiada, sentí yo también, como los escritores importantes de Wilcock, la capacidad, el poder de transformar el mundo, de proyectar, en vez de horribles bloques de viviendas, agradables adosados.

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7 de febrero de 2022
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Onomástica

Cuentan que el filósofo Eugenio Trías Sagnier, ya muy enfermo, rió, a carcajadas, y quizá por postrera vez, al oír la historia narrada por el poeta Francisco Ferrer Lerín tras el viaje, de este último, a cierta localidad del norte de España y descubrir que algunos de sus habitantes disfrutaban de un peculiar nombre de pila, Ano, como masculino de Ana; acontecimiento que sorprendió al poeta pero que no sorprendía a los indígenas a los que el sustantivo “ano” no les decía nada ya que el extremo del recto era conocido por “serete”.

En la actualidad, coinciden con cierta frecuencia en los medios de comunicación de dos regiones, también septentrionales, dos personas que por la pandemia han cobrado relevancia; una, del sector cárnico, llamada Julián Falo y, otra, ignoro de qué sector, apellidada Coito, del sexo femenino. Y queda claro que dichos apellidos, Falo (derivación de otro apellido, Fanlo) y Coito (de origen gallego, del que ignoro su etimogía) no hacen saltar las alarmas, quizá es que nadie, o como mucho unos pocos, conocen el significado de “falo” y “coito” (es preferible no saber cuáles son sus equivalencias locales). Incluso, en el improbable pero posible caso de matrimonio entre estas dos personas cabría la situación, espectacular, de que si tuvieran un hijo varón lo llamaran Ano: Ano Falo Coito... y nadie pestañearía.

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2 de febrero de 2022
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Tóper 1 y 2

 

Una secuela, un aprovechamiento cercano al spin-off, sustentado en la reutilización del nombre y el apellido del héroe.

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Carlos Tóper

Mi amistad con Carlos Tóper Valdivieso viene de 1964, de cuando yo acababa de publicar De las condiciones humanas y él acababa de conseguir el premio Acanto por sus investigaciones en el campo de la ortopedia neonatal. Nuestro primer encuentro fue en una cena con amigos comunes; nos caímos bien y pronto se sinceró conmigo: tenía una molestia intermitente en la escápula derecha que le impedía conducir el Pegaso Z-103 y jugar al fléndit con normalidad. Cuando volvimos a vernos, en la sauna Miraflores, me enseñó la gran mancha de su escápula derecha y, unas semanas después, en la boda de Marta Loverdos de Altimira, desnudó su torso para mostrar, a todos los invitados, la depresión profunda en que se estaba convirtiendo la lesión escapular, una depresión que, de suyo, era más bien una oquedad, por no decir un monumental agujero. Quizá el gesto en la boda no fue bien interpretado y alguien, poco piadoso, acuñó el término "El orificio Tóper", que a poco se convirtió en "Tóper, El Orificio". Ahora, en la caja mortuoria, he tenido curiosidad por saber, con exactitud, en qué se había convertido el amigo Carlos Tóper y, efectivamente, como apuntó el capellán en el prolijo responso, sólo quedaba un aro, una franja de carne en forma de anillo; el orificio se había enseñoreado de su persona, que era algo así como el neumático de una rueda de bicicleta.

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Tóper, el no querido

Nadie quiere a Tóper, llamado también Carlos Tóper, incluso en otro tiempo Carlitos Tóper. Yace ahora en la cuneta, frío, podrido en las partes blandas, en las magulladuras y erosiones que produjo el auto. No se ve el cadáver, oculto entre hierbas abonadas por bocadillos de mortadela, los que arrojan los niños bajando las ventanillas. Carlos Tóper, yo fui, yo soy Carlos Tóper, decidido a acabar, a cerrar de una vez por todas este círculo de infamia. ¿Me espera algo placentero? Nada. Sólo rencor, vacío, desafecto. No puedo huir. ¿Iniciar una nueva vida? No tengo fuerzas. Desde la pasarela me tiro a la autopista. Quedo ahí, en el centro de la vía. Una piltrafa que aún respira. Extrañamente erguida. Pero que no se mueve. Hasta que un KIA SPORTAGE me embiste y me lanza al borde. El conductor no para. Muero desangrado. Solo. Como siempre estuve.

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20 de enero de 2022
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Generali

Muy baja era la probabilidad de que impactara en el cráneo de Esquilo una tortuga desprendida de las garras de un quebrantahuesos. Sin embargo, el año 456 antes de Cristo, cuando el poeta griego, advertido por los dioses de que moriría al venírsele la casa encima, vagaba por los campos al solo refugio de la luna y las estrellas, murió alcanzado por el símil de una casa, una casa móvil, una casa lenta, pero en esta ocasión acelerada por la fuerza de la gravedad. Porque esta ave, el quebrantahuesos, Gypaëtus barbatus para los científicos (algo así como Buitreáguila barbuda), es animal escaso, solitario, de fidelidad territorial y matrimonial, al que no le intimidan los rigores climáticos extremos y que tiene el hábito de arrojar tortugas, y sobre todo huesos, sobre canchales y roquedos para allí devorarlos fragmentados. Pues bien, esta licencia casi deportiva, en tan austera y mística personalidad, ha supuesto la rotura del parabrisas de mi automóvil cuando regresaba del monte de echar despojos caseros para alimento de aves necrófagas, entre las que se encontraba un inexperto joven de quebrantahuesos que ha soltado de las garras un hueso de ternera de los restos del cocido, y que ahora veré cómo explico el percance al bueno de mi agente de la aseguradora Generali.

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2 de enero de 2022
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Venal

Los inicios de curso convertían los encerados de las aulas en tablones de anuncios. Ofertas y demandas de habitaciones para estudiantes en míseros pisos convivían con la venta de libros de años anteriores. Un día un alumno escribió “se vende Palomeque”, y fue respondido con singular vehemencia por un atrabiliario profesor que recriminó a gritos al responsable de la frase diciendo que sería un libro del catedrático Palomeque pero no su autor el que estaría en venta, que don Antonio Palomeque no era venal. Fue la primera vez que oí esta palabra, “venal”, y tras consultar en el diccionario tomé buena nota de ella con la esperanza de que alguien, algún día, me la aplicara, pero esto nunca sucedió, nadie quiso comprarme a lo largo de todos estos años, en especial durante ese periodo de angustia económica en el que me hubiera ido muy bien que me propusieran lo que fuera, lo más oscuro incluso, a cambio de poder pasar una minuta. Aún hoy, superadas las penurias, cuando oigo que se cierra la puerta del ascensor corro a mirar por el ventanuco que da al rellano por si un hombre de negro con un maletín a juego se dirige hacia mi puerta.

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24 de diciembre de 2021
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Tipos raros

Se me sitúa, cada vez más, con perseverancia, en el núcleo de las huestes de los inclasificables, en las huestes de los también denominados raros, confusos individuos que medran en el campo de las Artes, en especial de las Artes Literarias. Se me nombra pues “inclasificable”, “raro”, “raro entre los raros”,  “rara avis”, ”el más conocido de los escritores desconocidos”,  “experto en artes infrecuentes y dudosas, en destrezas non sanctas”, entre otros voluntariosos y creativos reconocimientos.

Rubén Darío ya censaba, en Los raros, a una cincuentena de escritores que consideraba no corrientes, escritores en su mayoría hoy periclitados, aunque es cierto que con lujosas excepciones como Poe, Verlaine y Lautréamont, lo que ofrece cierto consuelo, cierta esperanza de que si me incluyeran en una próxima edición podría convertirme en miembro de un selecto grupito, los raros de entre los raros, y de ahí quizá el profético apelativo que algunos ya hoy me vienen aplicando.

Por ahora, en este momento, en la fase de constitución de la nómina, van surgiendo algunos hermanamientos, aunque cambiantes; los últimos, Cristóbal Serra, Juan Perucho, Pere Calders, Méndez Ferrín y Javier Tomeo, sin duda un mosaico de notables pero con los que, lamentablemente, no acabo de encontrar vínculo que vaya más allá de esa rareza, casi de esa extrañeza en la ortodoxia editorial.

En cualquier caso, los inclasificables al clasificarnos como inclasificables, o como lo que sea, quedamos automáticamente clasificados, por lo que a lo mejor, a no tardar mucho, si las cosas no se tuercen, nos incorporen a otra categoría, de mayor fuste.

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6 de diciembre de 2021
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El Boomeran(g)
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