Francisco Ferrer Lerín
Tener ochenta años tiene muchas ventajas, por eso todo el mundo está deseando cumplirlos, pero también tiene algunos inconvenientes. A las habituales llamadas de las compañías telefónicas, eléctricas e inmobiliarias, se suma ahora la oferta de dos nuevos productos.
El primero es el denominado Botón de la Vida, un dispositivo que uno se cuelga del cuello y que ante cualquier percance sólo tiene que pulsar. El modelo básico, barato de compra y barato de cuota mensual, sirve para avisar, por ejemplo, que te has roto la cabeza del fémur y estás tirado en el suelo de la cocina; ellos vienen, revientan la puerta del piso y en una ambulancia te llevan al hospital (puerta y ambulancia son gastos aparte). El modelo intermedio, bastante más oneroso, permite que tus salvadores acudan con mayor celeridad, abran la puerta sin arrancarla de cuajo y no exijan que, para desplazarse, debas hallarte en situación de infarto, ictus o fatal accidente doméstico, que si se te dispara la tensión arterial o te has quedado temporalmente ciego, también pueden echarte una mano. Finalmente, el modelo prémium, francamente caro, añade a todos los servicios antes citados, la posibilidad de que venga un profesional a hacerte compañía, bien una amable psicóloga, bien una espectacular E.S.G., Enfermera Sexual Gerontológica, o su equivalente masculino, ambos de nacionalidad brasileña.
El segundo producto es el clásico seguro de decesos, con tal cantidad de ofertas que no me ha quedado más remedio que desarrollar una estrategia para cerrar la conversación telefónica sin ofender al trabajador que llama. Informo, a mi interlocutor, que llevo tres días muerto y que quisiera saber, en este caso, si también así podría concertar dicho seguro. Ha habido de todo. La mayoría me ha pedido que por favor repitiera lo que había dicho y tras la repetición han colgado, sin insultarme, todo hay que decirlo. Algunos me han recriminado, educadamente, que me burlara de cosas tan serias. Y, lo más profesional, una disciplinada muchacha porteña que, después de unos segundos de silencio, me ha respondido con un lapidario “deberé consultar a dirección”, luego ha seguido otro silencio, algo más largo, para terminar con un socorrido “le llamaremos”. Espero que no tarden, ya conocen cuál es mi estado.