Francisco Ferrer Lerín
Muere Thierry Mugler y rememoro mi relación con uno de sus productos estrella, Ángel, el perfume que destronó, desde su lanzamiento en 1992, a Chanel Nº 5 del primer lugar en la lista de las fragancias más famosas del mundo. En Madrid, en el concesionario BMW de la calle Doctor Esquerdo, adquiero un M5 con pocos quilómetros. En la guantera, tapado por la documentación, encuentro una muestra de perfume, un vial de Ángel, un objeto de diseño.
Carmen de la Orotava y de Cachirulo es una señora casada, de unos cuarenta años, a la que gusto invitar a cenar en algunas ocasiones; su marido, el barón Fabián, goza de una intensa calma andropáusica que lo aleja definitivamente de saraos y otras sexualidades. El pasado Día de Todos los Santos íbamos Carmen y yo por la GU-128, camino del restaurante del Molino de Alcuneza, que es de su preferencia, cuando se nos cruzó un zorro en una curva, tuve que realizar una brusca frenada y Carmen, por efecto de la inercia presionó con sus manos la guantera, esta se abrió, y la muestra de perfumería, en un efecto rebote, salió disparada cayendo en su regazo. No fue una buena velada, ni durante la cena ni durante lo que siguió, una sombra que supuse de sospecha planeó sobre nosotros. Llevé el coche al concesionario al cabo de unas semanas, tocaba revisión, y dado el carácter desenfadado del gerente, incurrí en el grave error de intentar ponerme a su altura, esa maniobra que nunca hay que llevar a cabo con los empleados. Le comenté el hallazgo y, rápidamente, a ese tipo de gente le entusiasman los chismes, me respondió que seguro que el perfume era de la amante del anterior propietario, la insatisfecha esposa del barón Fabián. Soy un pichón, me las daba de experto, pero tengo un total desconocimiento del arcano femenino; creí que la aparición de la muestra de perfumería había despertado los celos en Carmen de la Orotava, cuando la verdad era otra, se enfadó consigo misma por el descuido, por dejar el pequeño objeto en el que fuera el vehículo de su otro amante, un acto ritual, irreflexivo, marcando el territorio, como precisamente hacen los zorros, con su orina.