Francisco Ferrer Lerín
Es un embuste habitual encabezar un artículo afirmando que «no tengo aquí a mano el libro pero creo que fue XXX quien dijo tal cosa». En mi caso, ahora, podría utilizar ese mecanismo, pero no, reconoceré que se trata de Sigrid Nunez (¡qué ganas de escribir Núñez!) quien, a su vez, citando al citadísimo Milosz, escribe que cuando en una familia nace un escritor la familia se hace trizas. Y digo que es un embuste habitual porque no hay quien cite de memoria, siempre se cita ante la fuente, ante un libro bien sujeto entre las manos y con los ojos bien abiertos, pero por eso de presumir de memorión conviene, a veces, inventarse lo de “creo que fue”.
Efectivamente, la existencia de familia en la vida de un escritor constituye un problema, un problema tan serio que puede impedir la redacción de una novela, aunque se arguya o se sugiera que no está basada en hechos reales. Por ejemplo, mi situación, en la actualidad, es de paro técnico al encontrarme con la necesidad perentoria de incluir en la novela Vórtex, que llevo décadas garabateando, diversos personajes que son mucho más que pálido reflejo de la realidad, quiero decir que son mucho más que pálido reflejo de miembros de mi familia. ¿Cómo hablo de xxx, pederasta irreductible, que me hizo vivir alguno de los episodios más sórdidos de mi infancia? Un tipo que falleció hace mucho, pero al que le deben de sobrevivir descendientes, que no me consta que sean voraces consumidores de narrativa, pero nunca se sabe si un abogado leído y ocioso perteneciente a su entorno, podría ver en mi texto una alusión directa al venerable cabeza de familia y enfrascarse en una tenaz persecución judicial.
Y otra cosa. Las cámaras de seguridad. Artilugios que prosperan por doquier y que imposibilitan describir con verosimilitud cualquier acción criminal situada en tiempo presente. De qué modo el protagonista, inteligente asesino en serie, trasunto del autor, puede desarrollar su tarea si el lector sabe que el personaje, esté donde esté, quedará registrado, desbaratando la trama.
O sea que el tantas veces anunciado término del género novelístico por fin ha llegado, al menos para mí, dada mi preferencia por colocar a asesinos y pederastas en el centro operativo del argumento. No puedo, tengo sentimientos, neutralizar a toda mi familia, y no puedo forzar la promulgación de una ley que, en aras de la privacidad, elimine las cámaras callejeras. A mí, clausurada la narrativa, sólo me queda la poesía.