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Una cosa que piensa

Por 2 de junio de 2022 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

¿Cabe pues hablar de máquinas que piensan?  A la  pregunta de Alan Turing  hace casi tres cuartos de siglo  lo primero que pasa por la cabeza es la de que todo depende de lo que entendemos por pensar. El propio Turing escribe en el arranque “Deberíamos  empezar definiendo lo que significan los términos máquina y pensar”. No parece que esta exigencia se haya siempre respetado.

Etimológicamente pensar es “sopesar”, alzar, relevar, hacer que algo sea  relevante  a fin de pesarlo o… pensarlo, dirimir respecto a sus posibilidades con vistas a obtener un resultado que se espera. Pero, obviamente, de entrada  esto puede ser aplicable  tanto a la compleja reacción que tiene un animal que  valora opciones  de fuga ante la presencia de un depredador, como a la disposición  de un político que  tantea o calibra los beneficios y perjuicios de adoptar tal posición. Y cuando Turing  plantea la pregunta se está refiriendo a algo más que a esto.

De hecho Turing parece tener en mente  un ser (“una cosa que piensa” Descartes dixit) cuya reacción ante el entorno fuera homologable  a la de los humanos en las circunstancias en las que  actúan racionalmente. Y quisiera al respecto insistir en un aspecto problemático ya señalado:

Cuando nos dirigimos a un ser humano, tenemos como punto de arranque,  presupuesto o condición, que estamos dirigiéndonos a un ser pensante y no esperamos la respuesta para determinar que  efectivamente es así (si responde mal o caóticamente, diremos que es un ser confuso, pero no ponemos en cuestión su condición de ser pensante). Esto no podía escapar al propio Turing, de ahí la dificultad de interpretar su texto en el sentido  de juzgar  a la invisible entidad de la misma manera que juzgaríamos  a los humanos, es decir, sólo si responden a nuestras preguntas de un modo que nos parece razonable diríamos que su respuesta es resultado de que han estado pensando, es decir que son seres inteligentes. Pero con independencia de este problema, cuando quien considera la eventualidad de una máquina inteligente es un pensador de la envergadura de Alan Turing, hemos forzosamente de considerar  que no se trata de un uso abusivo del término inteligencia.

Estamos ante la hipótesis  de que una entidad que (al igual que ocurre en nuestro caso)  se activa incluso cuando nada relativo a las condiciones de posibilidad de su existencia está en juego; una entidad cuya percepción digamos sensorial  fuera (como en nuestro caso) mediatizada por entidades que no cabe sin más reducir a elementos  sensibles, como  son los conceptos, los contenidos del platónico campo eidético; una entidad  que a partir de de un conjunto finito de elementos físicos  estuviera en condiciones de desplegar una pluralidad potencialmente infinita de elementos “significantes”; a lo cual cabe añadir que esa entidad estaría atravesada por los elementos emocionales, las ansias creativas y la frustración por no alcanzarlas que son rasgos de nuestra inteligencia.

En la intersección de la ciencia y la filosofía, el proyecto de Turing abre el siguiente interrogante: siendo el hombre un animal de razón y de lenguaje, ¿llegará él mismo a ser creador de razón y lenguaje?; ¿creador de  algo que (parafraseando a Descartes) afirma, niega, siente, conjetura, concluye  teme, se motiva y sobre todo duda, aspectos todos ellos que son expresión de inteligencia? Los cerebros artificiales solucionarán  mucho mejor que el hombre ciertos problemas antes  evocados, reemplazándonos en  tareas tecnológicas. Pero ¿serán  émulos de Dante  o Calderón, compondrán como Mozart o Vivaldi? Interrogación a la cual cabe añadir:

¿Serán esos nuevos seres  capaces  de formular algo análogo al principio de equivalencia de la relatividad general o al principio de incertidumbre de Heisenberg de la Mecánica Cuántica?  ¿Serán capaces de “interesarse” por algo como las figuras cónicas que fascinaban al pensamiento griego y que sin embargo no tuvieron durante siglos utilización técnica alguna? ¿Serán  susceptibles de ser movidos por la pura exigencia de inteligibilidad que, desde la física elemental de los jónicos hasta las discusiones sobre los fundamentos de la física cuántica (¡que se prolongan desde hace un siglo!) son un aspecto esencial de la ciencia (no el único por supuesto)? ¿Serán capaces de sentir ese “estupor” (según Aristóteles punto de  arranque de la filosofía) que experimenta un científico cuando constata algo que, funcionando perfectamente, parece escapar a los principios mismos de la ciencia, ese estupor que -por mucho que hubiera previsto el resultado- no pudo dejar de experimentar Alain Aspect ante su experimento de no localidad? En suma:

¿Dará el hombre lugar a un ser artificial dotado de la inteligencia a la vez conceptual y sentiente (por utilizar la expresión de Zubiri) que ha posibilitado un Garcilaso, pero también un Descartes o un Einstein, y que además tenga esa trágica certeza de la propia finitud que acompañaba a esos  creadores, como acompaña a todo ser de palabra?

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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