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Escrito por

Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es poeta, narrador, filólogo y ornitólogo. Traductor, al español, de Flaubert (Trois contes), Claudel (L'Annonce faite à Marie), Tzara (L´Homme approximatif), Monod (Le Hasard et la Nécessité), Montale (Ossi di sepia).

Obra literaria:

De las condiciones humanas, Trimer, 1964; La hora oval, Ocnos, 1971; Cónsul, Península, 1987; Níquel, Mira, 2005; Ciudad propia. Poesía autorizada, Artemisa, 2006; El bestiario de Ferrer Lerín, Galaxia, 2007; Papur, Eclipsados, 2008; Fámulo, Tusquets, 2009; Familias como la mía, Tusquets, 2011; Gingival, Menoscuarto, 2012; Hiela sangre, Tusquets, 2013; Mansa chatarra, Jekyll & Jill, 2014; 30 niñas, Leteradura, 2014; Chance Encounters and Waking Dreams, Michel Eyquem, 2016; Edad del insecto, S.D. Edicions, 2016; El primer búfalo, En picado, 2016; Ciudad Corvina, 21veintiúnversos, 2018; Besos humanos, Anagrama, 2018; Razón y combate, Ediciones imperdonables, 2018; Ferrer Lerín. Un experimento, Universidad de Málaga, 2018; Libro de la confusión, Tusquets, 2019; Arte Casual, Athenaica, 2019; Cuaderno de campo, Contrabando, 2020; Grafo Pez, Libros de la resistencia, 2020; Casos completos, Contrabando, 2021 y Papur, Días contados, 2022. Poesía Reunida, Tusquets 2023. Atlas de Arte Casual, Jot Down Books, 2024.

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En el súper

Llevo una semana de jefe de urgencias de un hospital de proximidad y no ha pasado día en que no recordara el artículo de Fernando Savater, publicado en El País, sobre la dificultad extrema en la apertura de botes y latas de conserva. Me refiero a las cuasiamputaciones de dedos, a diestro y siniestro, causadas por latitas de origen chileno de berberechos y caballa, y a los cortes profundos en la palma firmados por el vidrio de unos cilíndricos y chatos envases navarros de puntas de espárragos. Pero hoy, sábado, jornada en que libro, no he recordado a Savater sino a César Aira, a su genial relato “El carrito", la historia de un carro de supermercado que disfruta de vida propia y que, harto de tanto manejo y tanto transporte, se encara con el narrador para aterrorizarle gritando ¡soy el Mal! Pero a mí, el carro no me ha hablado, he sido yo, quien tras cargarlo, descargarlo en caja y volverlo a cargar para descargarlo en el maletero del coche, le he interrogado, también a gritos, espetándole de forma furibunda cuándo, ¡por Dios!, iba a dotarse de ese lector del total del contenido, lector que traslada directamente a la tarjeta de crédito el importe de la compra, lector que las secciones de tecnología de los diarios vienen anunciando desde hace años como de aplicación inminente. Claro, antes de devolver el carrito al supermercado, he cerrado las puertas del coche, y esta distracción la ha aprovechado, muy disgustado por la reprimenda, para moverse y rayar el guardabarros trasero derecho.

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24 de mayo de 2021
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Palabrotas

Se va notando una progresiva aceptación social, una progresiva asunción de normalidad en el empleo de expresiones que por su carácter coloquial, malsonante o vulgar quedaban restringidas a espacios familiares o de compadreo y no a espacios de impacto público como la televisión. Los individuos que las pronuncian, que las profieren, futbolistas, modelos, actores, cantantes, no saben que están creando un hito en la historia de la lengua y de la comunicación, ya que son palabras que siempre han utilizado y, de hecho, no conocen los sinónimos propios de personas bien educadas. La primera familia de palabrotas en aparecer en los medios procede del sector pastoril, del subsector cabrero, y allí está "cabrear", en todos sus tiempos, y "cabreo" como su acción y efecto, una familia de palabras de índole coloquial que va sustituyendo a "enfadar" y “enfado". Luego aparece la malsonante "jodido", como acción y efecto de “joder” en su segunda, tercera, quinta, sexta y séptima acepción, sustituyendo a “fastidiado" y a “fastidiar", extrañas, chirriantes, en el almacén de léxico de esas agrupaciones profesionales. Y ahora, aún tímidamente, asoma la cabecita el vulgarismo "follar" en su cuarta, certera, definitiva y diría que única acepción válida, la de practicar el coito. Hay que reconocer que los influyentes, gracias a la permisividad que se les otorga, se han convertido en verdaderos creadores, en nuevos artífices de la lengua, ya que no hay que olvidar que estas palabras están ahí, perfectamente sancionadas por el diccionario de la Academia, pero son ellos, futbolistas, modelos, actores, cantantes, los que les están dando carta de naturaleza. Benditos sean.

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16 de mayo de 2021
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PROTOAIRA

Trabajando en la confección de un pequeño ensayo sobre César Aira, genial argentino recién galardonado con el Prix Formentor 2021, me encuentro de nuevo con esa guadaña herrumbrosa que es el plagio inverso, no siendo yo en este caso el plagiado, como es habitual, sino César Aira, y, curiosamente, yo su plagiador. Aira utiliza un dispositivo, entre otros muchos, y todos de modo sabio y eficaz, que es el de la progresión del discurso de modo escalonado, acelerado, con aires aritméticos y final desconcertante, uno de sus procedimientos más aplaudidos y que yo ya utilizaba en 1964, con 22 años, y que César, en esa fecha, con 15, seguro que también, pero yo no conocía su obra, si es que existía, de ahí el prodigio, y, por otra parte, y esto ha de quedar muy claro, cuesta creer que él sí conociera la mía. Entonces, para no perder más tiempo, y haciendo caso al refrán 'para muestra un botón', ahí va mi relato "El fracaso", de ese año 1964 (anda por ahí publicado), y ustedes opinen, que quizá no sea nada más que una confluencia, el término que se aplica a la conducta de buitres y cóndores, especies alejadas taxonómica y geográficamente pero de parecidas apetencias alimentarias.

El fracaso.

Un hombre emprende un trabajo arduo y con­vencido de su capacidad descuida algunos deta­lles. Estos le hacen fracasar.

De nuevo comienza una obra que seguramente es más amplia y laboriosa. Al principio acuciado por la propia necesidad de éxito acelera enorme­mente su desarrollo y corona las primeras etapas antes del tiempo prefijado. Esto le hace aminorar la marcha y cada día realiza algo menos que en el anterior. Así llega a un paro total que le lleva al fracaso.

Otra vez desea justificarse y acepta una labor importante. La emprende con alegría y rapidez pero temeroso de cometer algún error la reestruc­tura y racionaliza. De este modo el trabajo se dignifica y pierde trivialidad y gana empaque. Sin embargo el exceso de metodización le confiere un aspecto agrio y ante la perspectiva de una posible abulia vuelve a la alegría y rapidez con que comenzó. Así llega de nuevo al período en que desea metodizarse y así al período de la alegría. La repetición de estos estados le causa miedo y decide intercalar una etapa que alargue el ciclo. La búsqueda de dicha etapa es difícil y empleado exclusivamente en ello distrae el negocio. De nue­vo fracasa.

La vez siguiente prefiere arriesgarse en algo definitivo. Es un trabajo enormemente delicado y difícil con una duración además extraordinaria­mente larga. Los motivos por los que lo escoge son obvios. Realiza un verdadero juramento ante sí mismo de dedicar toda su vida al logro de la empresa. Calcula los años que le quedan de vida acogiéndose a la media de sus antecesores. Asigna a cada año una parte y así mismo a cada mes y día y hora y minuto y segundo. Construye un calendario que constantemente le indique el pun­to en que se halla en su labor. Elimina dos perío­dos. El ocupado en agonizar y el ocupado en pla­nificar su obra. Curiosamente al restar del tiem­po total la planificación y la agonía aparece un tiempo asombrosamente ridículo. Acobardado no acierta a realizar con tino la gran cantidad de trabajo acumulado en cada parte del minúsculo tiempo total. El error le vale una rápida expulsión de la férrea empresa. Afortunadamente un fallo en el cálculo de la longitud agónica le hunde antes en ella. Así prematuramente descansa.

(1964)

Apud La hora oval (1971)

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9 de mayo de 2021
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Gran parecido

Espárragos recién cogidos, migas con huevos fritos y, de segundo, costillitas de lechal a la brasa. Este era el menú, casi el plan, pero una circunstancia inesperada lo ha cambiado todo. Una mujer rubia de unos cincuenta años, a la sazón cliente habitual del establecimiento, se ha dirigido a mí para señalar el gran parecido que yo tenía con Francisco León, de Alcañiz, aunque quizá me veía algo más joven que León, sujeto que, por lo que hemos ido conociendo, era un notable carcamal. Aparentemente resuelta la confusión, hemos pasado a los postres, helado Comtessa regado con un chorrito de whisky, pero los comentarios que venían de la mesa en la que comía la mujer rubia no han permitido que disfrutáramos; frases que abundaban en la idea de la duda acerca de si yo no habría mentido para ocultar mi verdadera identidad, que no sería otra, según la mujer rubia y sus secuaces, que la de Francisco León, de Alcañiz. Me acompañaban Ernesto López López y Carlos Cronopial Balbino, comisionistas de Épila que, molestos por no haber podido disfrutar del ágape, se hicieron con una horcas de almez y empujaron al fondo de un barranco cubierto de ortigas, a medida que iban saliendo del restaurante, a cada uno de los miembros de la familia de la mujer rubia, gente horrible de esa que ya en marzo se provee de unas chanclas, una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos de chándal como para ir a bañarse a la playa de La Barceloneta; quedaron buenos.

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26 de abril de 2021
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A propósito de Alphonse Allais

Prólogo a La ciencia no respeta nada, de Alphonse Allais.

La Fuga Ediciones, Barcelona, 1918.

Quizá una aproximación certera a la biografía de Charles-Alphonse Allais (1854-1905) debiera empezar diciendo que Allais fue un normando enterrado en el cementerio parisino de Saint-Ouen cuya tumba fue hecha trizas durante un rutinario bombardeo de la RAF, a finales de la segunda guerra mundial, en 1944. Un hombre hecho para la ciencia a quien su pasión irrefrenable por el absurdo condujo al terreno del humor, a la escritura de textos breves que prefiguraron movimientos fundamentales en la historia de la literatura y, en general, de todas las artes. Un joven a quien su padre farmacéutico echa de casa al descubrir que elabora y vende falsos medicamentos, y que, huido a París, participa en la creación de varias sociedades literarias de ingeniosa filosofía y sorprendentes rótulos: Los Hidrópatas, por su aversión al agua, Los Fumistas, por su condición burlona, y Los Hirsutos, broncos e inconformistas.

Inteligente, algo misógino, de aspecto bonachón, publicó, durante un cuarto de siglo, un sinnúmero de historias y artículos de actualidad, todos ellos cuajados de un humor punzante que roza a veces el humor negro. Lo moderno, los avances científicos, la religión, los pobres, el ejercicio de la medicina, el ejercicio de la abogacía, el patriotismo, los movimientos obreros, los nuevos ricos, los negros, lo exótico, la tacañería empresarial, el chovinismo, el higienismo, el consumo de alcohol, el reciclaje, los vegetarianos, los animalistas, todos son tratados con gran desparpajo y suculenta ironía. A veces, por ejemplo en “Una nueva iluminación” y “Una industria interesante”, nos parece estar ante los bizarros Inventos del TBO, del Profesor Franz de Copenhague. Otras veces, como en “La pipa olvidada” y “La agonía del papel”, despliega su dimensión precursora, casi visionaria, en una sátira inversa del abuso de nuestros teléfonos móviles y en la crítica del consumo desaforado de papel como uno de las principales causas de la deforestación.

La presente antología, titulada como el primero de los relatos recogidos, La ciencia no respeta nada, es una ecléctica nómina de sus temas favoritos. Temas, a los que el orden de aparición con que son mostrados incrementa aún más el carácter adictivo que tiene su lectura; los cuentos de Alphonse Allais enganchan por sí mismos y, aún más, cuando se benefician de una planificación rigurosa y sabia.

Pero el lugar que ocupa Allais en la historia de la literaura no es sólo el de los humoristas, Allais encaja a la perfección en el lugar de las vanguardias; su manejo del absurdo iluminó a dadaístas y surrealistas hasta el punto de ser considerado por muchos de ellos como su gran padre nutricio. Jarry y Roussel, Breton y Duchamp, aprecian en Allais muchos de los recursos que ellos desarrollan: el retruécano, el calambur, la interpelación al lector, los mecanismos destinados a derribar las convenciones burguesas, convenciones que Allais ridiculiza, a veces mediante un discurso fingidamente serio, siempre partiendo de unos postulados disparatados pero por los que camina con una lógica aplastante. Quizá su aspecto apacible, dulce casi siempre, cobija intenciones perversas, su humor es más cruel de lo que pueda parecer en una lectura precipitada.

Además, en Alphonse Allais destacan, junto a su vertiente más conocida como escritor, otras dos vertientes, la pictórica y la musical. En 1883, en el Salon des Arts Incoherents, presenta un cuadro titulado “Recolte de la tomate par des cardinaux apopletiques au bord de la Mer Rouge (Effect d’aurore boréal)» [Recolección del tomate por cardenales apopléjicos a orillas del Mar Rojo (Efecto de aurora boreal)] que, como no podía ser de otra manera, no es más que una monocromía en rojo, un experimento que repite hasta seis veces más: el color negro de “Combat de negres dans une cave pendant la nuit” [Combate de negros en una cueva durante la noche)], el blanco de “Première communion de jeunes filles chlorotiques par un temps de neige” [Primera comunión de niñas cloróticas bajo la nieve], el azul de “Stupeur de jeunes recrues apercevant pour la première fois ton azur, oh Méditerranée!” [Estupor de jóvenes reclutas percibiendo por primera vez tu azul, ¡oh Mediterráneo!], el verde de “Des souteneurs, encore dans la force de l’age et le ventre dans l’herbe, boivent de l’absinthe” [Proxenetas aún en la plenitud de la vida y el vientre sobre la hierba, beben absenta], el amarillo de “Manipulation de l’ocre par cocus ictériques” [Manipulación del ocre a cargo de cornudos ictéricos] y el gris de “Ronde de pochards dans le brouillard” [Ronda de beodos entre la niebla]. Precursor de los “cuadrados” de Malévich, de   “Cuadrado negro” (1915) y   “Cuadrado blanco sobre fondo blanco” (1918), puntos álgidos en la memoria de la Abstracción, Allais no disfrutó de la consideración que sí obtuvo el pintor ruso; Allais reinventó la literatura y las artes plásticas pero no obtuvo el reconocimiento debido, quizá, y de esto hablaremos ahora, por el tono gracioso, divertido, que otorgaba a todas sus manifestaciones.

También, Alphonse Allais es el autor de la Marcha fúnebre compuesta para los funerales de un gran hombre sordo, primera pieza minimalista de la historia de la música, que prefigura ventajosamente a Erwin Schulhoff y a John Cage. Un pentagrama en blanco, virgen, es el soporte de la epifanía perfecta del silencio. Pero su obra musical no ha trascendido, Alphonse Allais era humorista; Cage y Schulhoff, que alcanzaron la fama, eran músicos, iban en serio. ¿Es el humor la barrera infranqueable que imposibilita el acceso a la categoría de genio?

Como diría Jorge Luis Borges el humor sólo tiene sentido en su modalidad oral: el chiste. En la literatura escrita el humorismo que impregne cualquier obra la precipita en el abismo de la vulgaridad y el olvido. Así son, o mejor, así están las cosas, la comicidad está reñida con el rigor, con la calidad y, no digamos, con la excelencia. Cuentan que un destacado prenovísimo barcelonés fue entrevistado por un joven canario que años después se convertiría en un destacado postnovísimo y este, después de pasar revista a la producción del primero, soltó, de improviso, la pregunta que este más temía: ¿cómo es posible que usted utilice el humor a la hora de construir un texto, cómo es posible que escritos que aparecen en su último libro como pertenecientes al género poético tengan ese tono irónico? No sabemos qué pasó después, pero ya en 1971, queda muy claro, el humor no estaba bien visto entre los adalides de la ortodoxia literaria. Tal como pontifica el propio Alphonse Allais en el relato “El hijo de la bala”, ‘nada me entristece más que no se me tome en serio’.

Resumiendo diremos que a los ironistas como Alphonse Allais les resulta insoportable la realidad, necesitan deformarla. Los ironistas no soportan a la generalidad de los individuos, los que a lo largo de sus vidas son incapaces de crear una historia nueva, un párrafo, siquiera una frase de su propia cosecha, los que, como mucho, repiten lo que otros han creado, en una estrategia repetitiva que consideran el colmo de la genialidad; esa masa que, en la actualidad, utiliza eslóganes publicitarios, expresiones formuladas en la radio y televisión, en las conversaciones de los bares.

Así, hoy, el perfecto ironista rechaza pronunciar cualquier frase que ya haya sido pronunciada y ante la dificultad creciente de ser original, dado el creciente número de individuos que nos rodean por culpa de la explosión demográfica, recurre a gritos, mugidos y alaridos, a la hora de expresarse. Allais recurre a su inmenso ingenio para desmantelar lo convencional, lo ramplón, lo trillado; se ensaña con los simples, con los memos. Alphonse Allais combina realidad y ficción, crueldad y humor. Y, para cerrar el círculo, se burla de sí mismo.

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3 de abril de 2021
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El deporte rey

El mejor regalo que he recibido estas Navidades ha sido un televisor de plasma, de no sé cuantas pulgadas, con un dispositivo incorporado que permite sintonizar no menos de 476 canales. Era algo que llevaba tiempo esperando y que según parece es el objeto de deseo del 89,4% de los varones españoles mayores de 67 años. O sea que, por fin, puedo ver un partido de fútbol ya que nunca, por ser friolero, he acudido a un campo y en el antiguo televisor apenas se distinguían los jugadores, solo daban un encuentro a la semana, que nunca coincidía con el que podía interesarme, uno en el que jugara el equipo del que soy hincha. Ahora todo ha cambiado y, embutido en un sillón orejero que dispone de una mesita auxiliar abatible, en la que coloco latas de cerveza y platitos con encurtidos y surtido variado de frutos secos y kikos, presencio, sin parar, partidos y partidos aunque, en este momento, en que ya llevo unas semanas, he de decir que hay algunas cosas que me están sorprendiendo. La primera son los escupitajos. Cada vez que la cámara ofrece un primer plano de un jugador, este escupe; dice mi yerno que es para abonar de modo natural, no químico, el césped. Tampoco entiendo la cantidad de futbolistas negros que juegan en las competiciones españolas, incluso llegué a pensar, pero también fue mi yerno quien lo desmintió, que se podría tratar de una competición entre equipos del Protectorado, pero dice que esa figura jurídica ya no existe. Sin embargo, y sin ninguna duda, lo que me resulta más chocante es la presencia continuada, diría que permanente, de un individuo que acostumbra a permanecer de pie en el borde del campo cuando juegan los maños, que son los míos, y que es el meteorólogo de apellido Maldonado, uno de los hombres del tiempo más simpáticos, y al que en estas retransmisiones llaman Míster; le habrán cambiado el nombre por cuestiones políticas ya que, y ahora lo recuerdo, se llamaba José Antonio.

 

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14 de marzo de 2021
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Exigente

Preguntan a un político regional en quién le gustaría reencarnarse en caso de fallecer un día de estos, y responde que en Garbiñe Muguruza. Una espléndida elección, pienso yo; esbelta, campeona de tenis, rica, agraciada, pero, y aquí detengo la reflexión, con un pésimo cutis, comido por el acné más salvaje. Mi altísimo nivel de exigencia vuelve a jugarme una mala pasada; habría coincidido con el político, lo que, bien llevado, me hubiera reportado pingües beneficios, pero, zas, por esa nimiedad, lo he tirado todo por la borda. Por cierto, recuerdo ahora, con todos los detalles, cómo se vino abajo mi noviazgo con la heredera destacada de una de las grandes familias del franquismo económico y estratégico. Una interesante mujer, hasta que descubrí que pronunciaba Norruega en vez de Noruega y que en la exposición sobre Turner que visitamos en la Tate llevaba, escondida en la manga, una chuleta escrita a bolígrafo con los datos sobresalientes del pintor.

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4 de marzo de 2021
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Especialidades médicas

Hoy toca revisión dermatológica semestral; piel clara, ojos azules, infancia rubia, muchas horas de sol, requieren un concienzudo seguimiento. En la sanidad pública, en las pequeñas capitales de provincia, es normal que cambien a menudo los facultativos, los especialistas no quieren atarse, aguantan unos meses a ver si montan algo por lo privado, pero rara vez lo consiguen, y se marchan. No me ha sorprendido, pues, que a la encantadora dermatóloga argentina de la visita anterior la hayan sustituido, en este caso por un joven barbudo de gesto adusto y acento asturiano. Me quito la camisa, es en el torso y en la cabeza donde proliferan las lesiones cutáneas, y Nacho, así se llama el sanitario, no tarda en observarlas con la ayuda de una lupa luminosa. No comenta nada acerca del estado de mi piel, pero, quizá para romper el hielo o para resultar simpático, pregunta, de sopetón, cuál es la morcilla que más me gusta. Estoy acostumbrado, por mi oficio de fresador, a tratar con gente variopinta pero reconozco que el comentario chacinero, en la intimidad del dispensario, me descoloca, aunque, rápido, acudo al tópico y respondo que la de Burgos, sí la morcilla de Burgos es mi preferida. Nacho, siguiendo en esa línea culinaria, y al tiempo que con un pequeño bisturí saja un angioma de tamaño considerable hasta hacer brotar abundante sangre, replica enumerando las excelencias de las tortetas, esa preparación altoaragonesa, de aspecto poco apetecible, a base de sangre de cerdo, harina, manteca y algunos condimentos. Por fin, termina la exploración, la camisa blanca ahora es blanca con lunares rojos, me citan para agosto y, al salir, miro con atención el rótulo pegado en la puerta, Doctor Ignacio García de Areces HEMATOFILIA DERMATOLÓGICA.

 

 

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18 de febrero de 2021
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Mengua el oro en Jaén

Costó encontrar a alguien que pudiera abrirme. Necesitaba recuperar la cartera con documentos que pude olvidar en algún banco de la catedral de Jaén ahora cerrada al ser más de las ocho de la tarde. Un quiosquero jocundo me indicó dónde vivía el llavero y, gracias a ciertos enjuagues, conseguí reintegrarle, momentáneamente, a su lugar de trabajo y así recorrer la nave de cabo a rabo hasta dar con el objeto perdido. No tenía el empleado prisa en salir, quizá a la espera de nuevos favores, pero me esperaban en el hotel Condestable Iranzo y consideraba suficientemente retribuido el servicio extemporáneo. Justo al llegar al pasadizo de escape y volver la cabeza para evitar golpeármela con un arbotante reparé en una sombra o figura casi humana que se movía rápida por uno de los corredores en galería que coronaban los flancos de la sala. Ahora al llavero se le había despertado la prisa y a mi pregunta de quién a estas horas andaba por ese lugar respondió con un vago ‘son máculas que resbalan a través de la logia’ al tiempo que me empujaba hacia afuera y cerraba el portón desde la calle girando la llave a velocidad vertiginosa. Fue inútil insistir, llegó a decirme entre sarcástico y amenazante si yo no estaría borracho y tendría alucinaciones.

Al día siguiente, terminada la sesión congresual, volví a la catedral, a sus alrededores, en concreto al barrio judío. Merodeé largo rato, hasta que, en un lóbrego portal contiguo a la taberna El Gorrión, conocí al autoproclamado rabino Bonaffos Abanbrom que, a cambio de unas monedas, me facilitó la lista de pobladores actuales de la catedral de Jaén, no reconocidos por la autoridad eclesiástica, lista confeccionada, según él, a partir de datos aportados por personas de confianza. Estos pobladores, sin duda pertenecientes a la para muchos extinta Sociedad de la Alquimia Inversa, moran en recovecos secretos del edificio catedralicio y, en horas nocturnas, convierten el oro de los retablos, imágenes y objetos litúrgicos, en metales poco nobles, cumpliendo así la profecía que anuncia el fin del boato católico.

Pobladores de la Catedral de Jaén, según el rabino Bonaffos Abanbrom:

Maestro Bartolomé. Condición: espectro. Uno de la familia Corvera. Condición: insepulto. José Martínez de Mazas. Condición: espectro. Eufrasio López de Rojas. Condición: lupo. Marianela Rebujo de Alcanforado. Condición: lamia. Sempiterna Bonó de Gargolés. Condición: mora. Jacopo Florentino. Condición: ráfaga.

 

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8 de febrero de 2021
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Bóveda o Bovino

El lugar corresponde a una localidad española de tamaño medio y mi coche es un Land Rover Defender. Se ha averiado y aguardo, de pie, en el centro de la plaza, al dichoso mecánico. De pronto aparece una figura humana; habrá doblado una esquina y camina veloz, con paso firme, hacia el punto en el que me encuentro. Es el mecánico, sin duda, aunque lleva traje, chaleco y corbata. Al aproximarse, reparo en que es alguien conocido. Es José Antonio Bové, un compañero de colegio, al que algunos llamábamos Bóveda y otros Bovino. Es él, seguro, han pasado muchos años, tiene la barba cerrada, puede que un brazo ortopédico, pero conserva la apostura, la que le permitió apropiarse de mi novia apellidada Carlinga. Dejo de preocuparme por si es o no es el mecánico, solo quiero confirmar si es mi condiscípulo, aunque podría suceder que Bovino arreglara automóviles. Mas la figura humana pasa de largo, y se despeja así una de las dos incógnitas. Incapaz de reaccionar gritando Bóveda o Bovino (¿tengo voz en este sueño?) vuelvo a quedar solo en la plaza. Ya despierto, intento razonar. No llevar la rídícula mascarilla podría situar la acción antes de la pandemia. O podría situarla en un tiempo posterior. Apenas se vio gente. En especial no se vieron los habituales viejos sentados en los bancos. Quizá, en ese pueblo, en esa región, en ese país, la mortalidad superó el noventa por ciento.

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22 de enero de 2021
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El Boomeran(g)
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