Francisco Ferrer Lerín
Se va notando una progresiva aceptación social, una progresiva asunción de normalidad en el empleo de expresiones que por su carácter coloquial, malsonante o vulgar quedaban restringidas a espacios familiares o de compadreo y no a espacios de impacto público como la televisión. Los individuos que las pronuncian, que las profieren, futbolistas, modelos, actores, cantantes, no saben que están creando un hito en la historia de la lengua y de la comunicación, ya que son palabras que siempre han utilizado y, de hecho, no conocen los sinónimos propios de personas bien educadas. La primera familia de palabrotas en aparecer en los medios procede del sector pastoril, del subsector cabrero, y allí está «cabrear», en todos sus tiempos, y «cabreo» como su acción y efecto, una familia de palabras de índole coloquial que va sustituyendo a «enfadar» y “enfado». Luego aparece la malsonante «jodido», como acción y efecto de “joder” en su segunda, tercera, quinta, sexta y séptima acepción, sustituyendo a “fastidiado» y a “fastidiar», extrañas, chirriantes, en el almacén de léxico de esas agrupaciones profesionales. Y ahora, aún tímidamente, asoma la cabecita el vulgarismo «follar» en su cuarta, certera, definitiva y diría que única acepción válida, la de practicar el coito. Hay que reconocer que los influyentes, gracias a la permisividad que se les otorga, se han convertido en verdaderos creadores, en nuevos artífices de la lengua, ya que no hay que olvidar que estas palabras están ahí, perfectamente sancionadas por el diccionario de la Academia, pero son ellos, futbolistas, modelos, actores, cantantes, los que les están dando carta de naturaleza. Benditos sean.