Francisco Ferrer Lerín
Les cuento que ayer me hallaba apaniguando aves necrófagas; lo habitual, esparciendo comida por el monte, en este caso algunos restos de cordero asado y un alijo importante de alitas y muslos de pollo caducados, cuando fui abordado por tres ciclistas peregrinos a Santiago que, en inglés, me interpelaron acerca de qué aves eran esas, cuál era el sentido de la operación, si era peligroso observarlas a tan corta distancia y otros muchos detalles complementarios casi impertinentes. Mi inglés es defectuoso pero no tanto como para no notar que esa no era su lengua materna, por lo que les pregunté de dónde eran y, al responder que de Bélgica, sonreí aliviado al poder dirigirme a ellos con mayor soltura. Pero ocurrió algo sorprendente. Los tres, como robotizados, levantaron los brazos y, enfurecidos, gritaron “francés no”, “no hablamos francés” o, incluso, “no conocemos esa lengua». Y eran belgas. ¿Les suena de algo todo esto? ¿Les recuerda alguna reacción parecida que ustedes o alguna de sus amistades hayan tenido que soportar en España? ¿Quién fue el sabio que dijo que la estupidez humana no tenía límites?