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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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El genio nacional cruza el charco

Invito a todos aquellos que caigan por esta página a que acudan el próximo día 25 del presente mes a Nueva York, en donde se celebra el concurso “Lanzamiento de Hueso de Oliva” en su onceava convocatoria, sea como contendiente, sea como espectador.

La exhibición, organizada por un grupo de expertos y especialistas casi todos naturales de Cieza (Murcia), tendrá lugar también en la capital autónoma murciana, pero siempre es mejor verla en Central Park donde hay más espacio para el lucimiento de los atletas.

La notoriedad del evento nos evita dar más explicaciones, pero siendo los más jóvenes los peor informados, sepan que el lanzador puede inscribirse gratuitamente, y que, según dicen las bases, no hay “discriminación de sexo”. Suponemos que siendo una performación bucal, tampoco hay discriminación de lengua y que puede lanzarse en vasco, gallego y catalán sin el menor problema. El actual récord se encuentra en veintiún metros treinta y dos centímetros.

Los que osen inscribirse mantengan la cautela, los lanzadores murcianos son gente experimentada y con unos ‘buccinadores’ muy desarrollados, ya que, como ordena el reglamento “el lanzamiento se realizará sin canuto u otro medio que no sea la boca del concursante”. Es fama que casi todos los ángeles trompeteros de la pintura barroca tuvieron por modelo a un lanzador murciano. No es raro, por tanto, que éste sea el único concurso de lanzamiento de hueso de aceituna que se realiza a boca pelada. El inscrito deberá, además, tener puntería pues “se considerará nulo cualquier lanzamiento que dé en la pierna de algún viandante o espectador”. Esto es para evitar la mala leche.

No vaya alguien a creer que estamos hablando de un ludibrio labriego. Es un asunto severo que se prepara con todo rigor; así, por ejemplo, “los huesos serán de oliva chafá previamente inspeccionados minuciosamente por personal altamente cualificado”. El amor por los adverbios es indicio de la elevación moral de estos abnegados deportistas. El “personal altamente cualificado” ha pasado muchas horas estudiando el hueso de oliva chafá, cuyas características morfológicas son de una complejidad comparable a la de un conjunto cristalográfico.

Como el hueso es menester tenerlo en la boca antes del lanzamiento, y hay gente para todo, también se contempla la siguiente posibilidad: “En el supuesto de que alguno de los participantes no les gustase los citados frutos, éste podría nombrar a una o varias personas que le dejarían los huesos para su perfecta utilización”. De nuevo un uso imaginativo de la gramática ayuda al entendimiento de un artículo que podría calificarse de benevolente. Quizás un tanto “buenista”, como dicen ahora los diarios. En este concurso, la verdad, no debería participar nadie que no amara ciegamente la oliva chafá de Cieza, aunque reconocemos que los organizadores son gente tolerante y eso nosotros lo respetamos siempre. En este mismo ámbito, otro ejemplo de su capacidad solidaria es el artículo donde recomiendan a quienes usen dentadura postiza que se la quiten antes del lanzamiento. Amargas experiencias de años anteriores así lo recomiendan.

Cualquiera puede inscribirse y de paso ver una buena colección de videos y fotografías en:  www.lanzamientohuesosdeoliva.es

Según noticias llegadas del consulado, parece ser que el Ayuntamiento de Nueva York, el cual, como es lógico, ya ha concedido el permiso para utilizar Central Park, está que no cabe en sí de gozo ante esta muestra de cultura latina.

¡Qué contraste con los municipales de Madrid, que no prestan la Casa de Campo ni para una carrera de gallinas!

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9 de agosto de 2006
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Cazar y cantar

Y ya que hablamos de madres, ¿cantan todas las madres la misma cantilena a sus criaturas? ¿Todas las criaturas se duermen, como las fieras, en cuanto suena la lira de Orfeo? Ciertamente, el ámbito europeo/americano tiene una apariencia homogénea en este punto, la misma aliteración presente en “nana” y en “lullaby”, con su ritmo de mecedora, así lo sugiere, pero ¿qué cantan a sus recién nacidos las madres pekinesas? ¿Se adormecen los niños chinos con nanas ultra agudas en plan lechuza?

Lo digo porque la vieja hipótesis de Rousseau ha regresado inesperadamente. Steven Mithen, de la Universidad de Reading, afirma que la música es anterior al lenguaje y lo defiende con argumentos arqueológicos y neurocientíficos en The Singing Neanderthals: The origins of Music, Language, Mind and Body (Harvard UP).

Jamás podría tomar en serio ningún trabajo con semejante título, pero un experto como William H. McNeill, emérito de la Universidad de Chicago, dice que es “una erudita e imaginativa panorámica de la más importante y elusiva dimensión del real pero indocumentado pasado remoto, a saber, cómo la comunicación entre nuestros antepasados cambió sus vidas, hizo más sólidas sus comunidades, y mejoró la supervivencia”.

La hipótesis no es muy distinta de la que sostuvo Rousseau hace casi tres siglos en uno de sus escritos menos conocidos y poquísimas veces editado, el Essai sur l’origine des langues, oú il est parlé de la mélodie et de l’imitation musicale. Todos los músicos deberían leerlo.

Según Rousseau los gritos pasionales fueron el ur-lenguaje que daría lugar más tarde a los convencionalismos lingüísticos. Quejas amorosas, súplicas hambrientas, susurros de intimidad, balbuceos de pánico, aullidos de dolor, forman un repertorio que luego se pondría en allegro, scherzo y adagio, y sólo más tarde en verbo, sujeto y predicado. Rousseau deseaba que la razón lingüística, el logos, se fundara en la pasión y no en la necesidad.

La hipótesis de Mithen tiene, como la de su antepasado ginebrino, un elemento novelesco. Según el prehistoriador, esa habría sido la causa eficiente de la misteriosa extinción de los Neandertales, los cuales fueron incapaces de pasar de la música al lenguaje.

Es una imagen fascinante y terrible. Un pueblo entero que ha sobrevivido doscientos mil años cantando y bailando, pero que se extingue aceleradamente cuando se enfrenta a competidores parlantes. Resulta estremecedor imaginar a aquellas pobres gentes cantando en coros desesperados su consunción y muerte, mientras los enemigos preparaban ataques cada vez más certeros, perfectamente articulados por sus rétores.

Me conmueve particularmente una frase de Mithen citada por McNeill:

they must have been highly emotional people

Desgarrador.

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8 de agosto de 2006
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Estampa

Las imágenes de los bañistas canarios que se lanzan en auxilio de un grupo de subsaharianos recién llegados en un cayuco desfondado, el montón de cuerpos vencidos que se derrama sobre la playa de arenas oscuras, negro sobre negro, me parecen extraordinarias, inmensas.

No creo yo que nunca se haya visto nada semejante, bien al contrario, lo habitual es que los nativos reciban a los intrusos con la escopeta cargada y los perros tirando de la traílla. Basta pensar en la frontera sureña de los EE UU. ¿Cabe imaginar una acogida semejante a las familias mejicanas que cruzan el Río Grande y llegan agotadas, moribundas, desorientadas, a los pueblos del interior?

Tradicionalmente, el inmigrante siempre es mal recibido, despreciado, no pocas veces odiado. Los españoles en Alemania, los alemanes en Polonia (sí, cientos de miles), los polacos en Rusia, los rusos en París… Pero si además el inmigrante pertenece a otro mundo, chinos de San Francisco, rastas caribeños de Londres, senegaleses de París, el rechazo es más vivo y amenazador.

Sin embargo, a los bañistas de Canarias se les ve realmente conmovidos y acogen a los desdichados con lo que sólo puede calificarse de amor: los toman en sus brazos, les dan sombra y agua, los confortan. Me pareció advertir, incluso, que algunos les hablaban al oído para sosegarles, como dándoles a entender que “lo peor de la muerte ya ha pasado”, según afirma el profeta, aunque evidentemente aquellos pobres muchachos no podían entender ni una sola palabra y a duras penas comprenderían qué es lo que estaba sucediendo, pues no sabían ni siquiera a qué costa habían arribado.

Supongo que muchos nos vimos transportados en espíritu a Gritos y susurros, la maravillosa obra maestra de Bergman. Como en la película, es la Caridad la que mece en sus brazos al agonizante hasta dormirlo, mientras las hermanas mundanas abandonan a la madre moribunda porque tienen asuntos urgentes que resolver, comprar un abanico, verse con el amante. Escena tremenda, oscuramente ligada al más profundo temor de todo ser humano. Ese temblor con el que los condenados agarran la mano más próxima antes de hundirse en la nada.

¡Qué distinta escena, por cierto, la del encuentro entre Ulises y Nausicaa! También sucede en la playa, también el náufrago parece muerto y las muchachas acuden para auxiliarle, también acaba en brazos de su salvadora, también será el amor lo que una al desdichado y la princesa, pero este es el mundo joven y solar de los hijos de Helena. Nuestra escena, en cambio, es vieja, es bíblica, un mundo enteramente otro, mundo lunar a pesar del sol abrasador de las Canarias, más cercano a Samaria que a Ítaca.

He podido ver esas imágenes cuatro o cinco veces. A partir de la tercera, trataba yo de constatar a toda velocidad, en pocos segundos, algo que me intrigó al principio, pero no estoy seguro de haberlo comprobado. ¿No son sólo mujeres quienes cogen en sus brazos a los desesperados? Naturalmente hay hombres que se agitan arriba y abajo con el agua, las toallas, algo de ropa, un poco de comida, afanándose generosamente, pero ¿acaso no están todos los agonizantes en brazos de mujeres?

Los cuerpos blancos, carnosos, cuerpos de mujeres maduras, casi desnudas, sostienen en sus brazos a unos jóvenes negros de piel metálica, delgadísimos, de miembros filiformes, surreales. He aquí una renovación inesperada de la escena capital del cristianismo, la Pietá. Ahora María es una bañista en topless y Jesucristo un senegalés medio muerto de fatiga.

Se prestaría al kitsch, al chiste sórdido, a la vileza televisiva, si no fuera porque ambas estampas, la clásica y la moderna, simbolizan lo mismo, exactamente lo mismo: una madre, su hijo, y la muerte (esos trapos manchados de sangre que flotan en la orilla junto al cayuco) agarrándole al hombre por la nuca con sus dedos de hueso.

Para mi asombro, ésta es la única fotografía que he encontrado en la red, en donde una mujer auxilia a uno de los subsaharianos llegados a la playa canaria. Pertenece a El Periódico de Cataluña. Todas las demás son de hombres y autoridades.

Inmigrante

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7 de agosto de 2006
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¿Sólo una guerra?

Superadas por las del Líbano, las matanzas de Irak van llegando cada vez con menos apremio hasta el público rico. Si no van por encima de los cuarenta muertos, ya no interesan. Se está cumpliendo el anuncio de los expertos: las guerras ya no tienen final, pero su permanencia en los medios es limitada. Quizás lo comprobemos en el actual enfrentamiento entre Israel y las milicias teocráticas del sur del Líbano. También esta guerra puede petrificarse.

Quien sólo lea periódicos españoles puede creer que la guerra de Irak la declaró Aznar, pero que luego le puso remedio Zapatero. O que Zapatero traicionó al ejército español y a su tarea humanitaria. La inteligencia estrechísima, sectaria, clientelar, que comparten los políticos y periodistas españoles sólo sabe distinguir entre paraísos e infiernos, como en tiempos del nacional catolicismo y su complemento estalinista. O eres de los míos, o mal rayo te parta.

La guerra de Irak, si uno escapa al cainismo español, es más interesante. Como ya sucedió en Vietnam con el uso de helicópteros, se está desarrollando en Irak un tipo de guerra que seguramente será la que domine durante el siglo XXI. Ignoramos qué países se verán libres de ella porque puede suceder, como en el siglo XIV, que afecte a todo el mundo. Una Guerra Mundial, pero no entre naciones, sino en el interior de las naciones, y sin declarar. Algo así como una guerra civil generalizada.

El modelo de guerra territorial a partir de un enfrentamiento entre naciones-estado, con vencedores y vencidos, un pacto final, y la reconstrucción activa de los territorios resultantes, forma parte del pasado. Las nuevas guerras enfrentan a las poblaciones internas de una nación y no tienen límite temporal.

Su fraccionamiento puede utilizar cualquier excusa, o cualquier “narrativa” como gustan de decir ahora los anglosajones. Los contendientes pueden identificarse por la religión, la etnia, la lengua, los usos familiares, la cocina, las costumbres mercantiles, el pantalón o la falda, o cualquiera de los mil matices que pueden establecerse entre humanos fundamentalmente iguales. Estas diferencias narcisistas servirán para separar territorios en donde una minoría aspira a dominar la totalidad del flujo económico.

Según un especialista en temas bélicos absolutamente imparcial, el general Rupert Smith (The utility of force), ese fue el error de Bush/Blair: creer que estaban iniciando un conflicto convencional. En su opinión, Irak está condenado a convertirse en una posmoderna nación sin estado, como Somalia, en manos de caudillos feudales armados. Los ejércitos invasores están ahora obligados a permanecer en territorio irakí porque su retirada globalizaría el conflicto a toda la zona. Irán, Siria y Turquía se lanzarían sobre el petróleo como vampiros en un banco de sangre. Algo que también sucede en Kosovo, por cierto, donde las fuerzas internacionales nunca saldrán de allí.

Puede darse por supuesto que estas guerras de tribus, clanes, etnias, feudos o sencillamente clientelas y mafias, es cosa de África, de Oriente Medio y del Tercer Mundo. Sin embargo, la explosión de Yugoslavia, que a punto estuvo de caer en el modelo de guerra ilimitada y sólo lo evitó la estupidez de Milosevic y señora, dos auténticos botarates que todo el mundo quería quitar de en medio, nos indica que puede haber nuevos casos de guerra en Europa, por muy lejana que aparezca la posibilidad.

Lo cual debería inclinar a la prudencia en un territorio secularmente dado a las guerras entre oligarquías centrales y periféricas, todas ellas caciquiles y asilvestradas. En lugar de la prudencia, sin embargo, los capos españoles parecen cada vez más animados a darse de cuchilladas mientras declaman luchar por la paz y la democracia.

La estupidez, componente genético de este país, consiste en hacer todo el daño posible al enemigo, infligiendo al mismo tiempo el máximo daño posible a uno mismo.

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4 de agosto de 2006
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Como bola de billar

Aunque no he leído su libro, debo decir que Ildefonso Falcones me parece un tipo cabal. Puede parecer modesto, pero no lo es, no hay que confundir la objetividad, el realismo, la lucidez, con la modestia. A fin de cuentas, no hace otra cosa que reconocer que esta vez le ha tocado a él, pero lo admite con más curiosidad que orgullo, poniéndole un signo interrogante y no de admiración. Desde el mes de abril, ya ha vendido trescientos mil ejemplares de su novela La catedral del mar y el primer sorprendido ha sido él. Ayer le entrevistaban en La Vanguardia.

Según puede leerse en las respuestas, a la vista del éxito, en lugar de considerarse Cervantes, el bueno de Ildefonso comenzó a hacerse preguntas (las imaginamos: ¿por qué yo?, ¿por qué este libro precisamente?) y el deseo de saber fue más fuerte que su vanidad. Acudió a los editores, escritores y críticos, aquellos a los que ingenuamente considera “expertos” en esta materia rara, la literatura, para averiguar la causa del fenómeno: “Yo he preguntado por escrito a quienes saben o deberían saber de esto de las novelas que me digan dónde he acertado y por qué he tenido éxito, porque yo todavía no lo sé”.

Creo que seguirá sin saberlo, pero en todo caso, su reacción es admirable. ¡Ojalá ésta hubiera sido la actitud de García Márquez, de Saramago, de Houllebecq, de todos los que han vendido cientos de miles de ejemplares sin habérselo propuesto! A lo mejor ahora sabríamos algo más acerca del éxito, o mejor aún, acerca de las relaciones entre el éxito y la calidad artística. Sin embargo, la carne es flaca y  aquellos que tienen éxito creen merecerlo. Por lo tanto, no necesitan explicaciones. Más bien, les sobran las explicaciones. Y ahí queda todo. Luego vienen los sociólogos y tratan de tranquilizar a los inquietos. Nadie sin embargo ha podido dar razones convincentes de por qué algunos éxitos caen sobre muy buenas novelas y otros sobre detestables basuras.

Sucede lo mismo con los millonarios: creen haber ganado el trillón gracias a su talento, pero es un espejismo. Lo comentaba Galbraith con mucha gracia en A short history of financial euphoria: la mayoría de la gente cree que aquellos que se enriquecen son personas dotadas de una inteligencia excepcional. En realidad (Gil y Gil, De la Rosa, Ruiz Mateos, Conde) son delincuentes con suerte… hasta que se les acaba. O bien déspotas más o menos sanguinarios (el presidente Marcos, Mobutu, los jeques árabes)… hasta que los asesinan o exilian a Suiza. Hay una mínima parte que se enriquece porque fue el primero en llegar, como Bill Gates. Y otra parte minúscula que es la auténticamente rica: la de los que heredan, como Rockefeller.

Lo mismo sucede con los escritores. Unos pocos tienen éxito porque son los primeros en llegar a un tipo de narración novedosa (Richardson), otros porque heredan de un gran escritor un estilo y lo despilfarran (Wolfe, heredero de Balzac), finalmente, la mayoría: los que sencillamente tienen suerte sin necesidad de delinquir.

Como la lotería, el éxito literario es algo inexplicable, aunque comprensible. La literatura no es un asunto tan serio como el fútbol, en donde el éxito responde a causas razonables y es infrecuente que un futbolista cojo llegue a la cima. El fútbol, como casi todos los deportes, trabaja sobre un terreno solvente, bien asentado, y por eso fascina a las masas a pesar de la corrupción y el dopaje y la barbarie. Si el éxito artístico respondiera a causas razonables se podría planificar y producir industrialmente, pero no, los editores de best-sellers tienen tantos fracasos como los editores “literarios”. Y está plagado de analfabetos que han alcanzado sonoros éxitos literarios.

Obsérvese que así como los deportistas han de disimular que se inflan a drogas, que participan en orgías caligulescas, o que beben como esponjas, los literatos y artistas en general, justamente por trabajar en un terreno desprovisto de toda seriedad, no sólo no lo disimulan sino que se vanaglorian de ello. Pobre gente.

La gracia del éxito literario es que responde a la más cómica de las divinidades, la Fortuna, a la cual, en efecto, “pintan calva” porque no se la puede coger “por los pelos” una vez ha pasado la ocasión.

Ildefonso Falcones cuenta que su novela se gestó en un curso de la escuela de escritura del Ateneo de Barcelona, no te quiero ni decir. Uno de sus profesores, Pau Pérez, le ayudó a “pulir y dar esplendor” al texto. ¡Simpático Ildefonso! ¡Se advierte que es abogado! ¡Qué contraste con esos petulantes que ni siquiera admiten haber comprado a un negro para sus memorias de locutor, de cocinero, de promiscua, de presentadora, de diputado!

De paso, la novela de Ildefonso ilustra sobre un dato histórico muy relevante para los obsesos de la identidad catalana: la Inquisición (¿española?) se fundó en Barcelona. Eso sí, en catalán. Bueno, en occitano. Mira tú que calladito lo tenían. ¿Le pondrán una calle, como a Sabino Arana?

    ***

Para calmar la curiosidad popular: viven los cinco. En esta borrosa imagen puede verse a tres de ellos muy pendientes de mi desayuno. 

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3 de agosto de 2006
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Abundando que es gerundio

Estoy en verdad asombrado y ufano. Desde que empezamos a hablar de nazis y judíos, de robos y restituciones, de obras de arte y expolios, parece como si nos escucharan en los departamentos de estado. El último capítulo de esta novela iniciada por Héctor Feliciano es el anuncio que apareció en El País el sábado 29 de julio pasado. Un anuncio pagado por el gobierno holandés y supongo yo que publicado en todos los diarios del mundo y en todas las lenguas cultas. Una pasta.

Para quienes no lo leyeron, o estaban de vacaciones, o se les pasó, sepan que el Estado holandés notificó lo siguiente al mundo entero (resumo el texto):

“Después de la liberación en 1945, fueron muchas las obras de arte confiscadas o vendidas por los ocupantes alemanes en la Segunda Guerra Mundial que se recuperaron en los Países Bajos”.

En realidad habría sido más exacto: “que se devolvieron” (were brought back). El traductor jurado no afina mucho. En todo caso, nadie “recuperó” nada, no fue una operación holandesa, sino una restitución automática, seguramente llevada a cabo por algún organismo del ejército aliado.

“Estas obras de arte acabaron en poder del Estado holandés, en la Colección Holandesa de Patrimonio Artístico (…) Esta colección está formada por 4.217 obras de arte, en parte propiedad de familias judías”.

De nuevo se pierde un matiz. No acabaron “en poder del Estado holandés”, sino “bajo custodia” (into the custody). No era una posesión patrimonial sino un depósito. No pasaron a ser propiedad del Estado sino que fueron almacenadas por la administración. Ninguna bicoca, cuatro mil y pico piezas. Más que muchos museos.

“Desde 2001, los Países Bajos aplican una política de restitución más flexible de los bienes culturales de la Colección (…) que fueron arrebatados contra la voluntad de sus entonces propietarios (…) siempre que esos propietarios pertenezcan a un grupo de población perseguido”.

Admirable prudencia. Han esperado más de cincuenta años para “flexibilizar” la restitución. No hay que precipitarse. No vayamos tan deprisa, dijo Abelardo a Eloisa. ¿Quizá esperaban a que se murieran todos los herederos para que sus peticiones llegaran directamente del Más Allá? El papel de los holandeses durante la invasión alemana, es patético. Su antisemitismo, conspicuo. Para los nazis, Holanda fue el patio trasero de su casa. El escritor holandés Harry Mulisch lo cuenta en alguna de sus novelas con agradable neutralidad, sin añadir más sangre a la que ya se vertió. La mejor y más ambigua, a mi entender, es El atentado.

Curiosamente, en el párrafo que acabo de copiar, el traductor jurado sigue siendo infiel, pero esta vez a favor de los judíos. La frase “que fueron arrebatados contra la voluntad de sus propietarios” es, en el texto inglés, nada menos que: that were involuntarily lost. ¡Dios mío! ¡Perdidas de modo involuntario! Estaban los propietarios judíos la mar de distraídos esperando a ser gaseados cuando, vaya por Dios, se les perdió un Rembrandt. ¡Qué hipocresía la del ministerio de Educación, Cultura y Ciencias holandés, que es quien firma el texto! Casi alcanza las cotas de fariseísmo de la Memoria Histórica de Zapatero.

Viene luego una dirección postal y varias de Internet a las que pueden dirigirse los expoliados para reclamar sus propiedades. Son realmente muy interesantes si uno tiene la paciencia de leerlas, y están muy bien hechas.

Para los detectives:

www.minocw.nl
www.restitutiecommissie.nl
www.herkomstgezocht.nl
www.originsunknown.org

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2 de agosto de 2006
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No es un adiós

Hace unos años, cuando todavía existía el reportaje turístico filmado en 35 milímetros por el ente estatal y con locutor de Radio Nacional al micrófono, solíamos ver, entre el NoDo y la película, unos cortos multicolores sobre las Islas Canarias, el Delta del Ebro o el Monasterio de Piedra que inevitablemente concluían con un crepúsculo y la voz del locutor, profundamente emocionado, asegurando que aunque debíamos despedirnos de tanta belleza y de tan acogedor y gentil paisanaje, esa despedida sin embargo, no era un adiós sino un hasta siempre.

La frase se repitió de tal manera que las gentes, cuando se encontraban por la calle o volvían al trabajo después del desayuno, se despedían de los amigos y conocidos con la fórmula “no es un adiós etc.” El régimen, sin embargo, toleraba muy mal el cachondeo, de modo que se impartieron severas órdenes desde el ministerio de Información para que nunca volviera a repetirse la despedida ritual del hasta siempre.

Durante los siguientes años, cien reportajes sobre las playas de Cadaqués, el palmeral de Elche, las casas colgantes de Cuenca y demás lugares que siguen siendo hoy exactamente lo mismo que entonces, es decir, marcos incomparables, se despidieron con: “no es un adiós, es un hasta luego”, o bien “no es un adiós sino un hasta pronto”, “no es un adiós, sino un hasta más ver”, “no es un adiós sino un hasta la próxima”, o incluso “no es un adiós, sino un hola que tal algo adelantado”. La orden había quedado registrada para toda la eternidad en algún fichero de aquella fortaleza burocrática y los redactores seguían obedeciendo escrupulosamente al jerarca.

También a mí me ha llegado la hora de decirlo y no sé qué fórmula elegir. El caso es que me voy a lugares que carecen de la conexión adecuada para poder mantener esta voz en el cosmos. Regresaré, si nada lo impide, el primero de agosto.

Mientras tanto, estas palabras que ahora envío al espacio se mantendrán en pantalla como si cada día fueran nuevas, y si hemos de hacer caso a los deconstructivos, seguramente renovarán su sentido cada día sin necesidad de que nadie modifique ni una letra.

Porque no es lo mismo decir, por ejemplo, “el alma del humano es como el agua, pero su destino es como el viento” en el siglo XVIII y en Alemania, que en el siglo XXI y en Irak. Su sentido, vaya, no es el mismo.

El mundo gira, gira. Con cada rotación gira también el sentido de nuestras palabras. Hoy leía yo en un diario que el papel de las mujeres prehistóricas (vale decir, troglodíticas) era más “participativo” que en la actualidad, o sea, que también cazaban. Es una lástima que el concepto de “participación” sea difícil de aplicar a una sociedad seguramente caníbal, pero es cierto que las mujeres troglodíticas han cambiado mucho de sentido con el paso del tiempo. En la actualidad están más cerca de una ministra de cultura que de las augustas paridoras de la vieja antropología.

Cuando el redactor bíblico escribió aquello de “En el principio era el Verbo”, como enunciado de origen divino, no podía ni imaginar el sentido que tomaría la frase tras la publicación del curso de lingüística de Saussure. La célebre frase, con el Verbo en su versión Logos durante un tiempo, había tenido que esperar treinta siglos para alcanzar su sentido verdadero. O al menos eso cree nuestra petulante civilización.

Dejo pues al cuidado del tiempo estas palabras y espero encontrarlas de nuevo a mi regreso con un sentido nuevo por completo. Por lo tanto, inevitablemente, de un modo riguroso, esto no puede ser un adiós.

Porque también yo, si regreso, seré necesariamente otro. Y a lo mejor coincidimos.

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3 de julio de 2006
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Más sobre nazis y chorizos

El gran especialista sobre la sustracción disfrazada de compra, la subasta con historial falso, el simulacro de herencia y demás métodos para disimular las obras de arte robadas por los nazis a los coleccionistas judíos, Héctor Feliciano, me cuenta los problemas que tuvo para publicar su indispensable trabajo El museo desaparecido (Destino), un estudio pionero sobre el expolio.

La investigación le ocupó ocho años a lo largo de los cuales localizó dos mil obras considerables o muy considerables, expoliadas por los jerarcas del Reich. En ocasiones tuvo que convencer a las familias supervivientes de que, en efecto, tal o cual pieza era suya. No querían recuperar sus propiedades, no querían recordar nada, sólo deseaban olvidar. Mayor razón para insistir.

Cuando comenzó a proponer su manuscrito, hacia el año 2003, nadie se atrevía a editar el libro y se lo devolvían con las excusas más peregrinas. Realmente, ¿quién osaría desafiar a los museos más importantes y a las familias más poderosas del mundo? ¿Y con la acusación de aprovecharse de que el propietario estaba en peligro de muerte para comprar a bajo precio? ¿O haber sido engañados por subasteros prestigiosos o galeristas de fama internacional?

Ahora va por la quinta edición, pero tampoco en España encontraba editor hasta que se cruzó con el olfato de Basilio Baltasar. Cuando finalmente se editó en Francia, el libro tuvo un impacto sensacional. Gracias a su trabajo detectivesco hay ahora nuevos grupos de trabajo persiguiendo la huella del expolio. Simultáneamente, algunos gobiernos han decidido esclarecer este infame episodio.

La historia de cómo logró publicar su libro es una novela, y de ella me gusta especialmente el episodio francés, que fue el primero y decisivo.

El candidato natural era la editorial francesa por antonomasia, Gallimard, pero el jefe de ediciones, Pierre Nora, estaba casado con la directora general de los museos de Francia. Desde el interior, un amigo informó a Feliciano de que posiblemente los responsables contrataran el libro, pero con el propósito de meterlo en un cajón y olvidarlo durante un siglo.

Era de suponer. En uno de los capítulos Feliciano señala cuatrocientos objetos expoliados a familias judías que actualmente figuran en museos e instituciones franceses. Alguno en el mismísimo palacio de la Presidencia.

Recuperado su libro, logró por fin publicarlo en una pequeña editorial de entusiastas. Dos días después de aparecido, la primera página de Le Monde informaba sobre el asunto. Chirac se vio obligado a crear una comisión.

Imagino la satisfacción de Héctor, aunque él carraspea, sonríe modestamente, y agita un inexistente azucarillo en la taza de café vacía.

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30 de junio de 2006
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Modelos para aplicar de inmediato

El general Otto Ruge, comandante de los ejércitos noruegos durante la invasión alemana, tiene en su haber el mérito de haber sido el único jefe de los ejércitos continentales que resistió a las tropas de Hitler durante casi sesenta días.

En Bélgica, en Holanda, los alemanes entraron como cuchillo caliente en bloque de mantequilla. El paseo francés duró veinticuatro horas y al entrar en París el honrado pueblo parisino regalaba baguettes y botellas de Burdeos a los oficiales de la wehrmacht para que se restauraran, o al menos así lo vio y escribió Léautaud en su fabuloso diario.

Otras naciones más despabiladas (o más egoístas, según se mire), como Suecia o Suiza, se mantuvieron neutrales, es decir, vendieron y compraron acero, carbón, wolframio, armas, obras de arte o munición a todos los contendientes, con la neutralidad exquisita del dinero, el cual, como se sabe, non olet.

En Noruega, y a pesar de que su ejército era diminuto (el propio Ruge, que tenía simpatías socialistas, lo había reducido en la década anterior), los soldados plantaron cara al invasor. Al parecer, Hitler se fue poniendo histérico a medida que pasaban los días y no llegaba la rendición. Lo tomó como un asunto personal. Había en Europa un enano capaz de desafiarle. Los teléfonos echaban fuego.

No sirvió de nada, dirán los cenizos, al final Ruge hubo de rendirse. No es cierto: sirvió para que todavía hoy, y a pesar de las disputas de los polemólogos sobre la resistencia de las fuerzas armadas noruegas, podamos decir que hubo un general y un ejército en la Europa continental que no se rindieron ante la Fatalidad, hasta que no hubo más remedio. Y que la pusieron de los nervios.

Hitler dando puñetazos sobre la mesa y soltando espumarajos por aquella boca que ya se han comido los gusanos, porque sus generales eran incapaces de aplastar a un mosquito nórdico. ¡Qué gozo!

Tras la victoria alemana, el general fue encarcelado. Desde la prisión escribió algunas hermosas cartas a sus hijos. En una de ellas decía que un ejército en inferioridad de condiciones siempre puede demostrar su valor mediante “el arte de retirarse lentamente”.

Retirarse lentamente. Lo más lentamente posible. Estas palabras del general Ruge las he tenido presentes durante años. Me parecen el mejor consejo que puede uno darse a sí mismo cuando el enemigo malo, el mayor de los enemigos, el decaimiento, avanza con sus divisiones panzer.

Algunos amigos sufren ya invasiones. Que imiten al general Ruge, que se retiren muy lentamente. Lo más lentamente posible.

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29 de junio de 2006
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Animalia

La gata parió seis crías. Una sucumbió de inmediato bajo las ruedas de un todoterreno, pero las otras cinco viven. Dos son negras, dos de color champagne, y de las dos blancas queda una. Parece imposible que semejante amasijo de vida haya salido del cuerpecillo esquelético de esta gata a cuyo lado un Giacometti parece un Gordillo. Estaba en los huesos, descarnada, exhausta, demacrada, toda ojos y en esos ojos sólo había muerte.

En anteriores ocasiones, los labriegos en cuya casa suele parir la libraban de tres o cuatro crías, pero esta vez hay obras en la casona, van a construir un turismo rural, y la gata se ha venido a parir a mi choza, que está medio abandonada desde hace bastantes meses y nadie puede molestarla.

Tiene a las crías escondidas en un amasijo de tallos espinosos, el laberinto de una buganvilla salvaje que ha crecido sin cuidados ni podas hasta sobrar por encima del recinto. En cuanto entré en el patio con mis bolsas, saltó del murete y se abalanzó sobre mí maullando con desesperación, como diciendo: “¡Mira lo que me está haciendo la naturaleza! ¡Haz el favor de tomar cartas en el asunto!”. Me conoce de años anteriores y siempre que ha tenido problemas le he echado una mano, así que me fui con el coche a todo trapo hasta la gasolinera en busca de latas para felinos.

Tres días más tarde tengo a los seis gatos en el patio, los pequeños destrozando con furiosa energía cuanto se mueve, en especial unas alegrías que no les gustan nada; la madre se los mira con filosófica superioridad, meditando sobre la inconsciencia de la infancia. De momento se han salvado, pero en cuanto me vaya sólo podrá sobrevivir uno de ellos, quizás dos. Y yo sé cuáles son. Este siniestro privilegio, me incomoda.

Desde que les puse el primer pocillo de barro lleno de carne desmenuzada, la madre comió vorazmente, pero los niños se mantuvieron en su refugio, aterrados por mi presencia. Sólo uno de los de color champagne se lanzó sobre su madre gruñendo como una fiera y la apartó del pocillo amenazándola con sus garras diminutas, parecían dibujos animados. La madre obedeció dócilmente y desde cierta distancia, con ojos adormilados, observó cómo daba cuenta de toda la comida hasta salir dando tumbos como un borracho.

Aunque es ella la que necesita urgentemente la comida porque está dando de mamar a la camada, ni aún poniendo en juego toda su fuerza podría apartar a este gatuco de la comida. Una mano invisible sacrifica su vida y la de los cinco hermanos para que sobreviva el más valiente, el más decidido, el más audaz, el mejor preparado, el ejemplo.

Cuando Nietzsche se refiere a los derechos de los fuertes contra la tiranía de los débiles, hay que entender “fuerte” en este sentido. El gato que se impone a su madre y a sus hermanos no es más fuerte físicamente. La madre podría matarlo de una dentellada. Sus cuatro hermanos lo liquidarían en segundos. Su fortaleza no es simple e inmediata, sino compleja y formal. El gato que sobrevivirá es fuerte porque demuestra ser fuerte aunque carezca de fuerza física. En la guerra a eso se le llama valor o coraje. Es la representación de la fuerza lo que hace al fuerte. El fuerte es el representante de la fuerza. Su apoderado.

Por eso la versión fascista de Nietzsche es un error colosal que sólo podía cometer su hermana, aquella insensata casada con un majadero. Nadie como él sabía hasta qué punto los derechos de los fuertes son por completo ajenos al ejercicio de la fuerza fáctica. Si encarnan la fuerza es por delegación de los demás, de aquellos que les dejan libre el lugar de la fortaleza por admiración ante su juego.

Las gentes se apiñan para ver al equilibrista atravesar un abismo caminando sobre un cable. Para Rilke, esa es la representación misma de la fuerza. El más fuerte es sencillamente el mejor bailarín. Aquel en quien es imposible distinguir al danzarín de la danza. El ejemplo viviente.

De hecho, uno de los dos negros ya ha entendido la lección y ahora que les pongo dos pocillos se ha quedado con el segundo y aparta a todo el mundo con gruñidos y zarpazos muy bien imitados.

Voy a probar con tres pocillos. A la madre le pongo aparte.

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28 de junio de 2006
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El Boomeran(g)
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