Félix de Azúa
El gran especialista sobre la sustracción disfrazada de compra, la subasta con historial falso, el simulacro de herencia y demás métodos para disimular las obras de arte robadas por los nazis a los coleccionistas judíos, Héctor Feliciano, me cuenta los problemas que tuvo para publicar su indispensable trabajo El museo desaparecido (Destino), un estudio pionero sobre el expolio.
La investigación le ocupó ocho años a lo largo de los cuales localizó dos mil obras considerables o muy considerables, expoliadas por los jerarcas del Reich. En ocasiones tuvo que convencer a las familias supervivientes de que, en efecto, tal o cual pieza era suya. No querían recuperar sus propiedades, no querían recordar nada, sólo deseaban olvidar. Mayor razón para insistir.
Cuando comenzó a proponer su manuscrito, hacia el año 2003, nadie se atrevía a editar el libro y se lo devolvían con las excusas más peregrinas. Realmente, ¿quién osaría desafiar a los museos más importantes y a las familias más poderosas del mundo? ¿Y con la acusación de aprovecharse de que el propietario estaba en peligro de muerte para comprar a bajo precio? ¿O haber sido engañados por subasteros prestigiosos o galeristas de fama internacional?
Ahora va por la quinta edición, pero tampoco en España encontraba editor hasta que se cruzó con el olfato de Basilio Baltasar. Cuando finalmente se editó en Francia, el libro tuvo un impacto sensacional. Gracias a su trabajo detectivesco hay ahora nuevos grupos de trabajo persiguiendo la huella del expolio. Simultáneamente, algunos gobiernos han decidido esclarecer este infame episodio.
La historia de cómo logró publicar su libro es una novela, y de ella me gusta especialmente el episodio francés, que fue el primero y decisivo.
El candidato natural era la editorial francesa por antonomasia, Gallimard, pero el jefe de ediciones, Pierre Nora, estaba casado con la directora general de los museos de Francia. Desde el interior, un amigo informó a Feliciano de que posiblemente los responsables contrataran el libro, pero con el propósito de meterlo en un cajón y olvidarlo durante un siglo.
Era de suponer. En uno de los capítulos Feliciano señala cuatrocientos objetos expoliados a familias judías que actualmente figuran en museos e instituciones franceses. Alguno en el mismísimo palacio de la Presidencia.
Recuperado su libro, logró por fin publicarlo en una pequeña editorial de entusiastas. Dos días después de aparecido, la primera página de Le Monde informaba sobre el asunto. Chirac se vio obligado a crear una comisión.
Imagino la satisfacción de Héctor, aunque él carraspea, sonríe modestamente, y agita un inexistente azucarillo en la taza de café vacía.