Vicente Verdú
Hace años leí en un libro del etólogo Konrad Lorenz esta sentencia: “Las cosas que se realizan con amor permanecen mientras que las que se hacen por obligación se olvidan”. Ahora en la Residencia de Estudiantes de Madrid puede verse una exposición dedicada a Ortega y Gasset a propósito del cincuentenario (más 1) de su muerte, donde reaparece la misma idea.
Ortega afirma que aquello que le movió al trabajo fue la ilusión y no el deber, siempre el entusiasmo y nunca la obligación. ¿Aceptarán esta idea los profesores actuales? ¿Sabrían asumirla para trasladar a los alumnos el placer de aprender y no el riguroso deber de hacerlo?
Muy a menudo se dice que los chicos rechazan el esfuerzo y la disciplina y seguramente es tan verdadera la aserción como coherente con una cultura de consumo que anticipa el placer al sacrificio. Sin embargo ¿no se ocultará en la continua protesta sobre la falta de abnegación estudiantil una paralela molicie institucional para actualizar el contenido y el goce de los aprendizajes?