Primero se llamó "la revolución de mayo", luego lo de "revolución" se cayó y los diarios hablaban de "mayo del 68". Más tarde no es raro ver que se cite sencillamente "el 68" como si fuera un alarde atlético anterior al "69" del kamasutra. En la actualidad es más frecuente leer acerca de los "sesentayochistas" que sobre los famosos sucesos. La actual conmemoración, no obstante, ha llenado las librerías de objetos religiosos.
Un "sesentayochista" artístico suele ser un individuo dotado con la Tarjeta Dorada de Renfe que utiliza sin embargo un atuendo pleistoceno (tejanos sin marca, zapatillas deportivas, jerséis llenos de bolas), tiene una subvención estatal considerable y muy buena opinión de Fidel Castro. Muchos cantan, o lo intentan. Cuando bebe, lo que sucede con cierta frecuencia, llama "facha" incluso a Rosa Luxemburg. Hay que entenderle: en él es una intensa expresión de cariño previa a la quimioterapia. De todos modos, también hay "sesentayochistas" de sillón de cuero.
En su primer momento, como es lógico, aquello fue verdaderamente una fiesta, es decir, un caos en el que nadie sabía quién era el dueño de la casa, ni si se podía abrir la nevera o usar los dormitorios impunemente. Lo único que tenía urgencia era llegar hasta las bebidas y a los que vendían canutos. Esos fueron los primeros días. Es de suponer que lo mismo sucedió en 1789 y en 1917, con la diferencia de que en Rusia en octubre hace un frío del carajo. En julio, por el contrario, París se desmelena y las madres de la revolución de 1789 mostraban unos pechos similares a los obuses prusianos (como bien reflejó Delacroix en la siguiente, la de 1848), pero en mayo ni fu ni fa. Por esas fechas se dan días buenos y días malos. Nada que ver con el mayo de Praga. Allí todos fueron malos.
En París hubo varios días buenos. A la manera veneciana, no circulaban coches, autobuses o camiones, pero en cambio no había ni un solo turista en calzoncillos o en chándal, una bendición. La gente estaba feliz al sol, paseando por los bulevares silenciosos o ligando en la universidad y sin tener que dar explicaciones por llegar tarde o no llegar en absoluto. Si llovía, que llovió, se refugiaba en los infinitos cafés bajo la mirada agresiva de los camareros, todos ellos de extrema derecha desde lo de Argelia. En muchos cafés se habían agotado las existencias o las habían escondido, pero eso no impedía sentarse a fumar unos galoises y observar con complacencia al servicio mordiéndose los puños con la habitual cobardía de los mayordomos ensalzada por Lenin.
Para cuando empezó a agotarse el pan y otros implementos del hogar, los sindicatos cambiaron como de la noche al día y comenzó a olvidarse lo de "revolución". El pacto social se convirtió en la palabra clave y "los del 68" ya figuraron para siempre como unos burguesitos de mierda en los discursos del proletariado estalinista, o sea, el Partido, o sea, los sindicatos. Los sucesos reales pasaron muy rápidamente a llamarse "mayo del 68" un poco como aquí decimos el "11 M" y en Nueva York el "11 S" o lo que corresponda en esa tipografía analfabeta.
La fiesta se terminó de golpe cuando De Gaulle salió volando y los mejor informados decían que estaba en Alemania preparando la invasión de Francia. El general, que había ocultado con enorme esfuerzo la colaboración de miles de entusiasmados franceses con los alemanes de Hitler, ese caballero, no era un bromista y ya bastante había tenido con arrastrarse a los pies de los aliados para que le dejaran actuar como un general de verdad. Ahora tenía la ocasión de demostrar su temple guerrero con un enemigo despreciable: los franceses.
Así que los más exaltados revolucionarios volvieron a casa para preparar sus coartadas. Negociaron con sus tías, muchas de las cuales pertenecían a la crême, para que juraran que aquella semana la habían pasado en el chateau de la familia jugando a la petanca. A cambio, renunciaron al Monet del salón. Así se forjaron varios prestigios que han durado hasta el día de hoy. Unos dirigen ONGs, otros son diputados en cualquier democracia europea y en cualquier partido democrático (no hay que hacerse el estreñido cuando el destino aprieta) y una mayoría se hicieron profesionales del 68. Casi todos son o han sido ministros o directores de revista especializada, sólo una escuálida minoría pasó al terrorismo sin apenas preparación. Murieron con las Adidas puestas.
De aquella agitación y verdecer de tanto galán no ha quedado nada. Al cabo de pocos años se observaba, si uno no se había dedicado a la carrera parlamentaria, universitaria o mediática, que la verdadera revolución había sido la píldora, la cual había disuelto la ancestral sujeción paternalista e iba a poner en el mercado a millones de mujeres que desde el neolítico deseaban desesperadamente escapar de los hombres, esos golfos.
Poco después llegaba en su ayuda la TV, cuya expansión colosal abrió los ojos a las pocas mujeres que aún no se habían percatado del proceso irreversible que las libraría de los curas párrocos incluso en la España rural, gracias a programas como "Un, dos, tres". Y finalmente la masificación de la educación y de la cultura acabaría con las viejas exigencias elitistas que obligaban a saber leer y escribir para ocupar una plaza administrativa o un cargo de responsabilidad. Habíamos llegado al final y podíamos olvidarnos de aquel episodio chusco, más francés que el bidet, que alguna vez pareció haber tenido relevancia. En la actualidad goza de la consistencia histórica de eventos como la aparición de la Virgen de Fátima a las tres pastorcillas. O cuatro, que no me acuerdo. Da lo mismo, porque también se ha olvidado por completo si fueron cuatro o mil los del 68 dado que, como las cárceles franquistas, por allí ha tenido que pasar todo el que medra en la política y otros espectáculos. Los hay que juran haber estado, pero nacieron en los años ochenta según consta en su DNI. Si les objetas el orden natural de las cosas, nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte, te llaman facha.
Sobre la disolución de aquel producto hay textos famosos, como los "Tigres de papel" de Olivier Rolin y nuevos documentos, como las memorias de Virginia Linhart, hija del fundador de los maos parisinos. Hay que leerlos para entender que aquella inocencia no dejaba de ser criminal. Queda, eso sí, el recuerdo de las cargas de los guardias de la porra, tan emocionantes y hoy innecesarias, las calles vacías, el silencio, los jardines floridos, las muchachas en flor, los muchachos enamorados de las muchachas en flor, algunos vencejos chillando por el cielo y anunciando el verano. Ese verano que nunca llegó.
Artículo publicado en: El Periódico, 27 de abril de 2008.

El joven Nicolas Bouvier y su amigo el pintor Thierry Vernet se lanzaron a un viaje imposible cuando apenas habían cumplido veinte años. Con un Fiat 500 atravesaron Europa, cruzaron Grecia, Yugoslavia y Turquía, se adentraron en Armenia, Azerbaiján, Irán y fueron a dar a Afganistán para terminar en Bombay año y medio más tarde. Era en 1953 y en esas zonas habían muerto decenas de viajeros curtidos, pero también miles de lugareños por hambre, frío, deshidratación o malaria. Los peligros que sortearon ese par de adolescentes sin dinero ni protección alguna tiene algo de milagroso.
Basta con encender la televisión en España para ver series que no tienen equivalente en el mundo. Los comisarios dicen constantemente: "Me cago en la hostia"; los policías: "Te voy a cortar la polla"; los galanes: "¿Ya te las has follado? ¡Mira que eres jodido!", y así sucesivamente, como si estuvieran en el reformatorio. No es el lenguaje de la gente común, es el modo de hablar de la nueva burguesía, de los actuales dueños de la imagen pública. Su estilo se difunde por todos los medios de persuasión, especialmente los dirigidos a la gente joven. Una nueva burguesía enriquecida con el odio impone su modo de entender la vida en sociedad así como la antigua impuso el sombrero.
Cuando oigo a los separatistas españoles poner como ejemplo la Confederación Helvética me echo a temblar. Es como cuando aspiran a ser Kosovo. ¡Dios nos libre de parecernos a esos países hijos del secreto bancario o del genocidio! Porque lo que mantiene la unidad suiza no es otra cosa que la "neutralidad", o sea, la colaboración con Hitler durante la segunda guerra o con la Sudáfrica del apartheid, la venta de armas a las guerras étnicas africanas, el refugio de las fortunas de todas las mafias mundiales, el protectorado económico de la criminalidad.
Como complemento, les ofrezco la palabra "canesú" a todos aquellos que alguna vez cantaron la deliciosa: "Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú", sin haberse jamás preguntado qué llevaba puesto la tal muñeca. A mediados del siglo XIX se impuso entre las mujeres de Marsella una muselina ligera que sustituía las viejas telas de inmoderado grosor y que aliviaba del calor veraniego. Dada la estación del año en que hacía su aparición, la prenda pasó a llamarse quinze août (quince de agosto) y poco después se comprimió en canzout, de donde nuestro canesú.










