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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Caminito que el tiempo ha borrado

Primero se llamó "la revolución de mayo", luego lo de "revolución" se cayó y los diarios hablaban de "mayo del 68". Más tarde no es raro ver que se cite sencillamente "el 68" como si fuera un alarde atlético anterior al "69" del kamasutra. En la actualidad es más frecuente leer acerca de los "sesentayochistas" que sobre los famosos sucesos. La actual conmemoración, no obstante, ha llenado las librerías de objetos religiosos.

Un "sesentayochista" artístico suele ser un individuo dotado con la Tarjeta Dorada de Renfe que utiliza sin embargo un atuendo pleistoceno (tejanos sin marca, zapatillas deportivas, jerséis llenos de bolas), tiene una subvención estatal considerable y muy buena opinión de Fidel Castro. Muchos cantan, o lo intentan. Cuando bebe, lo que sucede con cierta frecuencia, llama "facha" incluso a Rosa Luxemburg. Hay que entenderle: en él es una intensa expresión de cariño previa a la quimioterapia. De todos modos, también hay "sesentayochistas" de sillón de cuero.

En su primer momento, como es lógico, aquello fue verdaderamente una fiesta, es decir, un caos en el que nadie sabía quién era el dueño de la casa, ni si se podía abrir la nevera o usar los dormitorios impunemente. Lo único que tenía urgencia era llegar hasta las bebidas y a los que vendían canutos. Esos fueron los primeros días. Es de suponer que lo mismo sucedió en 1789 y en 1917, con la diferencia de que en Rusia en octubre hace un frío del carajo. En julio, por el contrario, París se desmelena y las madres de la revolución de 1789 mostraban unos pechos similares a los obuses prusianos (como bien reflejó Delacroix en la siguiente, la de 1848), pero en mayo ni fu ni fa. Por esas fechas se dan días buenos y días malos. Nada que ver con el mayo de Praga. Allí todos fueron malos.

En París hubo varios días buenos. A la manera veneciana, no circulaban coches, autobuses o camiones, pero en cambio no había ni un solo turista en calzoncillos o en chándal, una bendición. La gente estaba feliz al sol, paseando por los bulevares silenciosos o ligando en la universidad y sin tener que dar explicaciones por llegar tarde o no llegar en absoluto. Si llovía, que llovió, se refugiaba en los infinitos cafés bajo la mirada agresiva de los camareros, todos ellos de extrema derecha desde lo de Argelia. En muchos cafés se habían agotado las existencias o las habían escondido, pero eso no impedía sentarse a fumar unos galoises y observar con complacencia al servicio mordiéndose los puños con la habitual cobardía de los mayordomos ensalzada por Lenin.

Para cuando empezó a agotarse el pan y otros implementos del hogar, los sindicatos cambiaron como de la noche al día y comenzó a olvidarse lo de "revolución". El pacto social se convirtió en la palabra clave y "los del 68" ya figuraron para siempre como unos burguesitos de mierda en los discursos del proletariado estalinista, o sea, el Partido, o sea, los sindicatos. Los sucesos reales pasaron muy rápidamente a llamarse "mayo del 68" un poco como aquí decimos el "11 M" y en Nueva York el "11 S" o lo que corresponda en esa tipografía analfabeta.

/upload/fotos/blogs_entradas/testigo_de_su_poca_med.jpgLa fiesta se terminó de golpe cuando De Gaulle salió volando y los mejor informados decían que estaba en Alemania preparando la invasión de Francia. El general, que había ocultado con enorme esfuerzo la colaboración de miles de entusiasmados franceses con los alemanes de Hitler, ese caballero, no era un bromista y ya bastante había tenido con arrastrarse a los pies de los aliados para que le dejaran actuar como un general de verdad. Ahora tenía la ocasión de demostrar su temple guerrero con un enemigo despreciable: los franceses.

Así que los más exaltados revolucionarios volvieron a casa para preparar sus coartadas. Negociaron con sus tías, muchas de las cuales pertenecían a la crême, para que juraran que aquella semana la habían pasado en el chateau de la familia jugando a la petanca. A cambio, renunciaron al Monet del salón. Así se forjaron varios prestigios que han durado hasta el día de hoy. Unos dirigen ONGs, otros son diputados en cualquier democracia europea y en cualquier partido democrático (no hay que hacerse el estreñido cuando el destino aprieta) y una mayoría se hicieron profesionales del 68. Casi todos son o han sido ministros o directores de revista especializada, sólo una escuálida minoría pasó al terrorismo sin apenas preparación. Murieron con las Adidas puestas.

De aquella agitación y verdecer de tanto galán no ha quedado nada. Al cabo de pocos años se observaba, si uno no se había dedicado a la carrera parlamentaria, universitaria o mediática, que la verdadera revolución había sido la píldora, la cual había disuelto la ancestral sujeción paternalista e iba a poner en el mercado a millones de mujeres que desde el neolítico deseaban desesperadamente escapar de los hombres, esos golfos.

Poco después llegaba en su ayuda la TV, cuya expansión colosal abrió los ojos a las pocas mujeres que aún no se habían percatado del proceso irreversible que las libraría de los curas párrocos incluso en la España rural, gracias a programas como "Un, dos, tres". Y finalmente la masificación de la educación y de la cultura acabaría con las viejas exigencias elitistas que obligaban a saber leer y escribir para ocupar una plaza administrativa o un cargo de responsabilidad. Habíamos llegado al final y podíamos olvidarnos de aquel episodio chusco, más francés que el bidet, que alguna vez pareció haber tenido relevancia. En la actualidad goza de la consistencia histórica de eventos como la aparición de la Virgen de Fátima a las tres pastorcillas. O cuatro, que no me acuerdo. Da lo mismo, porque también se ha olvidado por completo si fueron cuatro o mil los del 68 dado que, como las cárceles franquistas, por allí ha tenido que pasar todo el que medra en la política y otros espectáculos. Los hay que juran haber estado, pero nacieron en los años ochenta según consta en su DNI. Si les objetas el orden natural de las cosas, nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte, te llaman facha.

Sobre la disolución de aquel producto hay textos famosos, como los "Tigres de papel" de Olivier Rolin y nuevos documentos, como las memorias de Virginia Linhart, hija del fundador de los maos parisinos. Hay que leerlos para entender que aquella inocencia no dejaba de ser criminal. Queda, eso sí, el recuerdo de las cargas de los guardias de la porra, tan emocionantes y hoy innecesarias, las calles vacías, el silencio, los jardines floridos, las muchachas en flor, los muchachos enamorados de las muchachas en flor, algunos vencejos chillando por el cielo y anunciando el verano. Ese verano que nunca llegó.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de abril de 2008.

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30 de abril de 2008
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Justo, equitativo y saludable

Pero, ¿en verdad alguien cree que el remedio a la hecatombe de la justicia española reside en averiguar si hay más jueces rojos que azules o más verdes que dorados? ¿O si en el Constitucional hay unos gallegos y debemos compensarlo con más mallorquines? ¿O que el Supremo no cree en el sacramento del bautismo porque hay mayoría de chiítas? ¿De verdad alguien ajeno a esa pelea tabernaria se lo cree?

Que la justicia en España sea una opresión intolerable (o sólo tolerada por una población usada a la arrogancia del señorito, al ultraje del latifundista, la prepotencia del nuevo rico, la vesania de los sicarios) no resulta del reparto de poltronas bien pagadas. Para cualquier ciudadano razonable, la reforma de la justicia no debería consistir en una nueva partición de la raspa, sino en la voluntad de resucitar un sistema judicial extinto.

Los jueces españoles son tan buenos y tan malos como los dentistas o los taxistas, si acaso hay taxistas malos, cosa que dudo. Pero trabajan en condiciones que estarían perseguidas por la ley en una empresa privada. Mientras no se inyecten millones de euros para informatizar el sistema, mientras no se creen mil nuevas plazas de juez, mientras se les pague una miseria, no habrá justicia en España.

¿Por qué entonces tanto escándalo sobre quién ocupa el trono y quién el taburete? Pues porque no hay voluntad real en ningún partido político (y ese es uno de los peores cinismos de la izquierda) de que haya justicia en España. Es lógico, los ricos no pasan por los juzgados. O sólo unos pocos y por poco tiempo. O para ser absueltos. Sólo los miserables llenan los pasillos hacinados como ovejas: los que no pueden pagar abogados rufianescos, los que sólo han robado mil euros y no mil millones, los que no tienen papeles pero tampoco cuentas en Liechtenstein.

¿Demagógico? Pregunten a los jueces que todos los días han de vivir con la vergüenza de su inoperancia. No hablen con sus representantes, son artefactos de partido. Hablen con los jueces, ellos nos juzgan. Y están tan hartos como nosotros.

Publicado en: El Periódico, 26 de abril de 2008.

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28 de abril de 2008
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Sobre las ausencias presentes

Una obra maestra puede esperar durante años, pero te acaba encontrando. Así, el "trozo de muro amarillo" pintado por Vermeer que atrapó a Bergotte en el Jeu de Paume para llevarle a la muerte, según cuenta Proust. Aquel pigmento amarillo había pacientado hasta que llegó el día cumplido para mostrarse ante el pintor moribundo. Con toda modestia, me ha sucedido lo mismo gracias a la obra maestra de un ginebrino, "L'Usage du monde".

/upload/fotos/blogs_entradas/monde_med.jpgEl joven Nicolas Bouvier y su amigo el pintor Thierry Vernet se lanzaron a un viaje imposible cuando apenas habían cumplido veinte años. Con un Fiat 500 atravesaron Europa, cruzaron Grecia, Yugoslavia y Turquía, se adentraron en Armenia, Azerbaiján, Irán y fueron a dar a Afganistán para terminar en Bombay año y medio más tarde. Era en 1953 y en esas zonas habían muerto decenas de viajeros curtidos, pero también miles de lugareños por hambre, frío, deshidratación o malaria. Los peligros que sortearon ese par de adolescentes sin dinero ni protección alguna tiene algo de milagroso.

La prosa de Bouvier es íntima, limpia, de una gran elegancia. Y lo más emocionante no es la aventura física, sino la posición del narrador, su dignidad. Bouvier se borra del relato para que los hombres, animales, paisajes, climas y objetos aparezcan con nitidez. Ni una queja, ni una crítica, ni una censura empaña el retrato de unas sociedades forzadas a la criminalidad para sobrevivir a su absoluta miseria. La música, fondo constante de la odisea, pone un velo mágico a la danza popular de la desesperación.

Como a Bergotte, este libro me ha alcanzado cuando era preciso, porque me ha devuelto a mis muertos. Yo no sé si Carlos Trías y Ferrán Lobo lo habían leído, pero he vivido la conversación que ya no podré tener con ellos. Veo a Carlos, que amó la errancia perdidamente, exaltado con sólo oír los nombres de Mahabad, Chiraz o Sungurlu. Veo a Ferrán, en su callada pasión, celebrando la vida de los hombres honestos y libres como Bouvier. No hubo página que no leyera con ellos en voz alta. En la callada voz de la ausencia.

Artículo publicado en: El Periódico, 19 de abril de 2008.

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21 de abril de 2008
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Democracia para cabreros

Casi con toda seguridad  mis padres habrían dicho que éste era un caso de indudable mala educación, pero al repetirme un par de veces esa frase, "mala educación", he percibido hasta qué punto es un juicio rancio, arcaico, desprovisto ya de sentido. A lo más que puede aspirar es a una sonrisita condescendiente por parte de la gente de mi generación que la considera un rasgo típico de la vieja burguesía. La nueva burguesía, los que ahora imponen su modelo de conducta, es muy distinta. Por ejemplo, la educación, buena o mala, le importa una higa.

Para mis padres, que un parlamentario llamara "cabestro" a un colega vendría a ser el regreso de las viejas trifulcas republicanas en las que el insulto y la sal gorda arrancaban carcajadas y manotazos en la espalda de los conmilitones. En las memorias de Azaña hay cientos de espectáculos de esta calaña, los cuales abatían al pobre hombre. Setenta años más tarde ya no es una prueba de mala educación o de barbarie por parte de un animal serrano ascendido a diputado, sino un signo de identidad. El que insulta es un vasco en representación de unos miles de vascos y el insultado es un español que representa a varios millones de españoles. El insulto es un modo de destacar la independencia del vasco (en realidad, su impotencia), frente al enemigo español. Porque en la semidemocracia española no hay adversarios sino enemigos y por lo tanto la repelente costumbre de insultar no es otra cosa que la consecuencia de la obligación de odiar. ¡Cómo se odia en los parlamentos! Y no sólo en los parlamentos.

Hace pocos días un amigo pasó por Madrid para conocer a la hija de unos colegas, una cría de tres años. Se citó con ellos en un restaurante de purpurina y aunque él es fumador pidió una mesa para no fumadores. Cuando se sentaron, todo el mundo fumaba a su alrededor. La niña tiene problemas de asma de modo que mi amigo acudió al encargado y le pidió otra mesa sin tanto humo. La respuesta del maître, un chico arreglado a la usanza chic hortera, le dejó helado: "Pero ¿usted ha venido aquí a comer o a tocar los cojones?". Paralizado por la baba de odio que goteaba de aquella boquita, se retiró desolado. Seguramente es una consigna del gremio, porque no es la primera vez que la oigo.

En realidad el encargado del local no hacía sino obedecer lo que está mandado. Si Carod puede decir: "Los de Madrid nos mean encima y dicen que llueve" y recibir aplausos. Si Rubianes depone: "Ojalá que les exploten los cojones a los españoles" y le jalea el mundo oficial catalán. Si cualquier diputado puede dirigirse a sus colegas en el parlamento como si estuvieran en el patio de una penitenciaría, entonces lo normal es que cunda el ejemplo.

/upload/fotos/blogs_entradas/palabrotas1_med.jpgBasta con encender la televisión en España para ver series que no tienen equivalente en el mundo. Los comisarios dicen constantemente: "Me cago en la hostia"; los policías: "Te voy a cortar la polla"; los galanes: "¿Ya te las has follado? ¡Mira que eres jodido!", y así sucesivamente, como si estuvieran en el reformatorio. No es el lenguaje de la gente común, es el modo de hablar de la nueva burguesía, de los actuales dueños de la imagen pública. Su estilo se difunde por todos los medios de persuasión, especialmente los dirigidos a la gente joven. Una nueva burguesía enriquecida con el odio impone su modo de entender la vida en sociedad así como la antigua impuso el sombrero.

Insisto en que el deje burgués de este modo de exigir respeto humillando al prójimo no tiene nada que ver con aquella "mala educación" antigua, sino con el odio. Y el odio está provocado por el miedo. Quienes así agreden a sus semejantes son gente que pasa mucho miedo porque sabe cómo se las gastan los dueños de la imagen pública. Se percatan de cómo está el patio, cómo los padres de la patria hacen pedagogía del rencor y lo subvencionan alegremente, cómo los periodistas, comentaristas, opinadores ligados a algún poder escupen veneno, constatan el éxito de los héroes de la pornografía sentimental y lo bien remunerada que está la navaja oxidada metida en la riñonera. ¿Cómo no van a tener miedo? De manera que simulan ellos también ser psicópatas, sicarios, navajeros o quinquis. Imitan lo que ven, la indiferencia ante el sufrimiento y la humillación ajenos. Así nos advierten, al modo del jovencito del restaurante madrileño, "No me toques los cojones o te hundo una faca en el ojo". Ese muchacho estaba espantado, pero había aprendido a defenderse en las cadenas de la televisión, en el parlamento, en los periódicos, en los suplementos juveniles, en el bendito cine español. Sabe que en España sólo hay un modo de hacerse respetar: que te tengan miedo, que les hagas temblar. De modo que se disfraza de bárbaro y ataca antes de que le ataquen.

Esta situación de terror reciclado en chulería agresiva (lo que con mucho optimismo suele denominarse "crispación") es lo único que puede explicar el lado complementario, la bondad oficial y angélica (única en Europa) que la sociedad acomodada muestra hacia los débiles, los vencidos, los perdedores, los que se extinguen, los desdichados. A nadie le importa la justicia, de ella no se habla jamás, sólo de la bondad. Un país tan bronco, tan incapacitado para la justicia, no tiene otro recurso compensatorio que una bondad etílica dirigida a cualquier excepción étnica, sexual, fisiológica, religiosa, artística, lingüística, zoológica o económica. Una bondad gratuita que esconde la dentadura del depredador. Aquella España despiadada, de corazón de piedra y cerebro de corcho, aquella nación de cabreros como la llamaba Gil de Biedma, la que mantenía en la miseria a la mayor parte de la población y calmaba su rencor haciendo obras de caridad, ha mudado de traje, pero no de alma.

A mi modo de ver, en nuestra semidemocracia el sentido de la justicia y de la responsabilidad (lo que mis padres y Azaña llamaban "buena educación") se ha reducido a una especie de ecologismo vaporoso que dice proteger todo aquello que no dé miedo y que no amenace el poder sobre personas y cosas.

La bondad establecida, por tanto, se limita a aquellas personas o cosas que no amenazan su dominio. Tullidos, niños, enfermos, etnias, minerales, animales, vegetales o lenguas en trance de extinción, es decir, lo que carece de fuerza reivindicativa, lo que es tan débil que ni siquiera puede exigir justicia, ése es el objeto de la bondad oficial.

La justicia exige trabajo, estudio, disciplina e inteligencia. La bondad sale gratis y es cosa del sentimiento, el cual, como es bien sabido, no cuesta un duro. En consecuencia, ya que es imposible ser justos en España, seamos bondadosos con todo aquello que no nos asuste, que no nos amenace, que esté ya medio muerto.

Al resto, en cuanto se descuiden les cortamos los cojones.

Artículo publicado en: El País, 14 de abril de 2008.

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16 de abril de 2008
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Las bellas naciones confederadas

Dentro de unos días los suizos eligen a su Procureur General, algo así como el jefe del Poder Judicial. La formula electiva pone a los partidos por encima del cuerpo judicial. Para que nos quejemos de lo nuestro. Naturalmente, se presentan dos candidaturas, la de los poderosos (los Radicales) y la de los que simulan no ser poderosos (los Socialistas), como siempre. La elección de este cargo básico para la democracia suiza levanta poco entusiasmo popular.

Por mucho que leo, por mucho que pregunto, no logro averiguar en qué consiste este ornitorrinco llamado Confederación Helvética. Los indígenas suelen ser irónicos. Los de la parte italiana tienen sus relaciones en Milán y Roma, los de la alemana no se mezclan (allí nada de trilingüismo, todo en alemán), los de la francesa siguen la liga gala. Sin embargo, ni un solo suizo italiano, alemán o francés aceptaría ser francés, italiano o alemán. En filosofía esa es una figura imposible, unos "accidentes que carecen de sustancia". Hay suizos diversos, pero no hay Suiza.

/upload/fotos/blogs_entradas/politicasuiza1_med.jpgCuando oigo a los separatistas españoles poner como ejemplo la Confederación Helvética me echo a temblar. Es como cuando aspiran a ser Kosovo. ¡Dios nos libre de parecernos a esos países hijos del secreto bancario o del genocidio! Porque lo que mantiene la unidad suiza no es otra cosa que la "neutralidad", o sea, la colaboración con Hitler durante la segunda guerra o con la Sudáfrica del apartheid, la venta de armas a las guerras étnicas africanas, el refugio de las fortunas de todas las mafias mundiales, el protectorado económico de la criminalidad.

Lo que une a la Confederación es el poder absoluto de una compacta oligarquía que controla las finanzas y la política desde Calvino, que vive del blanqueo de dinero negro y que se salta todas las leyes internacionales cuando le conviene. Eso sí, con elegancia (léase a Claude Mossé, periodista suizo, en "La Suisse, c'est foutu?").

Aunque, ahora que lo pienso, es posible que ese sea el modelo que desean desesperadamente las distintas oligarquías separatistas periféricas.

Artículo publicado en: El Periódico, 12 de abril de 2008.

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14 de abril de 2008
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El producto nacional más bruto

Todos los países tienen el parque temático que se merecen. Es el mejor retrato del inconsciente nacional. Lo que suele ocultarse por vergüenza o buen gusto se exhibe en el parque de un modo impúdico y orgiástico. En consecuencia, pregunté dónde estaba el parque temático de Suiza, país mas raro que un ornitorrinco. Tras varias consultas me dijeron que lo mas parecido a un parque temático, articulo desconocido en la Confederación, era la aldea de Gruyères, cantón de Friburgo, el lugar más visitado de Suiza y donde se puede ver en directo la fabricación del queso de Gruyère, monumento nacional indiscutible.

Allí me fui, intrigado por los campos de cultivo del agujero que llevan esos quesos. Para mi decepción, descubrí que el queso de Gruyère no lleva agujeros y que es un error confundir el gruyère con el emmental. Era la segunda vez que patinaba. La primera fue hacerle caso a Orson Welles y preguntar por el mejor lugar para comprar un reloj de cuco. Los amigos suizos ponían caras de consternación porque en Suiza nunca se han fabricado relojes de cuco, pero desde que Welles dijera que es lo único que el mundo debe agradecer a los suizos se ven en la obligación de importarlos por toneladas desde Alemania para satisfacer al turismo.

/upload/fotos/blogs_entradas/hr_giger_bar_in_gruyres_med.jpg

La aldea de Gruyères, en efecto, es un parque temático con el detalle de ser verdadero, algo imperdonable en un parque temático. Tiene hoteles, restaurantes, castillo, visita a una fabrica de queso y cuanto exige un lugar sobre el que cae un millón de ociosos al año, pero todo es de verdad, lo que decepciona un poco. El castillo es real, el queso se come, los hoteles y restaurantes son honrados. Una calamidad. Por fortuna, hay un lugar propiamente temático: un bar y un museo dedicados a la película "Alien" porque H.R. Giger, diseñador de aquellos costillares, espinazos, calaveras oblongas y demás horrores, es suizo. No puedo describir lo que se siente al beber una pera Williams sobre fondo de cien cabezas de bebé comidas por gusanos. Piramidal. A Fernando Savater le chiflaría este cruce de queso con mitomanía, todo en el mismo agujero. El viaje estaba salvado. 

Artículo publicado en: El Periódico, 5 de abril de 2008.

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7 de abril de 2008
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Unas palabras sobre las palabras

En su imprescindible blog literario La République des Livres, Pierre Assouline informaba el pasado 24 de marzo de la desaparición de 25.000 palabras francesas en los últimos ciento cincuenta años, una lengua completa. No obstante, añadía algo conmovedor: sabemos cuándo nace una palabra y los buenos diccionarios suelen indicarlo, pero no sabemos cuándo muere. Podría decirse que no mueren, sino que, como los dioses, dejan de ser apeladas por los humanos, ya no las necesitan.

Esto es cierto pero, como razona Assouline, basta con regresar a los clásicos para que las viejas palabras cuyo sentido se ha perdido vuelvan a vivir y recuperen su significado, sea por intuición o mediante un fácil rastreo. Así rescatamos, aunque sólo sea para nuestro uso privado, algunas palabras que estuvieron en la boca de todo el mundo hace unas cuantas generaciones. Su sabor, como el de los licores viejos, es intenso, se retarda en el paladar, calienta el gaznate y cuando llega al cerebro le da un golpe de luz.

/upload/fotos/blogs_entradas/munecaazul_med.jpgComo complemento, les ofrezco la palabra "canesú" a todos aquellos que alguna vez cantaron la deliciosa: "Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú", sin haberse jamás preguntado qué llevaba puesto la tal muñeca. A mediados del siglo XIX se impuso entre las mujeres de Marsella una muselina ligera que sustituía las viejas telas de inmoderado grosor y que aliviaba del calor veraniego. Dada la estación del año en que hacía su aparición, la prenda pasó a llamarse quinze août (quince de agosto) y poco después se comprimió en canzout, de donde nuestro canesú.

Así lo explica Victor Hugo y naturalmente puede ser una fantasía. Otras fuentes la remontan al siglo XVII como corrupción de "camisón". En este ámbito es imposible tener certeza alguna. Como los dioses, las palabras, a medida que se alejan en el tiempo, van creando una leyenda más aventurada y esquiva. Convocarlas al presente siempre tiene algo de conjuro y nigromancia. Llegan exangües, fatigadas, quizás escépticas, y suelen regresar al silencio con rapidez y alivio.

Artículo publicado en: El Periódico, 29 de marzo de 2008.

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31 de marzo de 2008
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Entre piscinas y glaciares

Pocas cosas hay en este mundo más finas que mojarse las posaderas en las termas del sublime arquitecto Peter Zumthor. Llegar, no es fácil. Compensa, como se verá, la torta de nueces que venden en la panadería contigua a la estación de autobuses. El baño, sobre todo el nocturno, tampoco es moco de pavo. Vayamos por partes.

La historia del Hotel Therme de Vals, en los Grisones, comienza en 1953 cuando se construye la presa de Zerfreila en este valle misérrimo, a la sombra del Fruthorn y del Dachberg. Los ingenieros iban a traer la energía eléctrica a un lugar que había vivido a oscuras desde el Neolítico. Sin duda, allí nadie se había percatado porque Vals es zona habitada por una de las más bizarras inmigraciones de las que compusieron la Helvecia, la de los Walser, gigantes hirsutos venidos quizás de las cimas austriacas, los cuales plantaron allí el garrote en el siglo XIII y ya no hubo quien los moviera. La luz era una afición de canijos.

Si se desea llegar a este lugar entre infausto y glorioso hay que hacer muchos kilómetros alpinos por rutas de borrico, junto a despeñaderos, al pie de neveros y torrentes que en marzo dejan vivir una florecilla rosácea, única mancha de color en el telón opalino, lechoso, verdegrís de las laderas secas, y por cuyo valle corre el Rin anterior, uno de los dos brazos donde se origina el más tarde majestuoso alto y bajo Rin, el civilizado. En su nacimiento, la corriente tiene tonos verde nata y es severa, traidora, hija de los glaciares próximos a San Bernardino y Disentis. Sus aguas muerden sin descanso las laderas calcáreas en las que el hielo ha dejado zarpazos gigantes. Entre Chur (pronúnciese Kjur, o dígase en retorromanche Cuoira, Cuera o Cuira, según) y la próspera villa de Ilanz, este es un trayecto que no puede hacerse a pie, tan salvaje es el corte mineral. Desde el ferrocarril se divisan cuevas colosales que habrían hecho feliz a un Cromagnon.

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El cantón de los Grisones es el más extenso de Suiza y el menos habitado, con razón. Son ciento cincuenta valles, decenas de subcantones y doscientas diecinueve comunidades, tan autónomas que legislan sobre materias constitucionales. Por ejemplo, los vehículos a motor, máquinas sucias y ruidosas sin ninguna utilidad, como todo el mundo sabe, estuvieron prohibidos hasta 1925. Es gente cauta, al parecer. La alta montaña da un paisanaje noble, tenaz, escéptico, altanero y algo rudo. La dispersión social del cantón tiene una maravillosa cristalización en ocho lenguas y casi setenta sublenguas y dialectos, algunos hablados tan sólo por diez o doce lugareños. Aparte del alemán y el italiano, la lengua más extendida es el retorromanche. En el tren que lleva de Chur a Ilanz anuncian que las paradas sólo se ejecutan a petición del cliente: "Fermada sur demonda", dicen. Y si no hay demonda, no para. El retorromanche se divide por zonas donde se habla el surselvano, el sutselvano, el surmirano, el putèr y el valader (según Edwin Graber), aunque seguro que hay más. En Vals, los anuncios municipales dicen cosas como: "Rauda blocconta da pintga dimension sto essenda, etc." Lo canté arrobado repetidamente hasta que los niños me miraron raro.

Como es lógico en este sindiós de país el patriota debe defender su identidad como una termita incesante. La sociedad nacional más antigua es la "Societá retorrumanscha" (1863), la más moderna la "Lia Rumantscha- Ligia Romontscha" (1919), pero para defender el sursilvano está la asociación "Romania" y para los pequeñines la "Union dals Grischs". Es que es precioso. Todavía en los años setenta, los manuales de primera enseñanza venían en alemán, italiano, walser, sutsilvano, surmirano y valader, aunque no tengo noticia de que también vinieran en putèr. Nadie es perfecto.

Para mejor digerir este inmenso tesoro cultural sin incidencia alguna en el mundo, lo mejor es mojarse las posaderas en las termas de Zumthor, una construcción de cuarcita fuliginosa (parece que hasta sesenta mil toneladas, usó el artista) que alberga un laberinto de piscinas, unas ardientes (42º), otras gélidas (14º), otras con flores de jazmín bailando bajo las aguas, todo ello entre altísimos muros negros con cintas de agua que resaltan los colores: óxido, cinabrio, azafrán, malaquita, oligisto. Uno se siente como Caracalla, con el Ferrari a la puerta.

El baño nocturno, el más recomendable, se lleva a cabo en riguroso silencio, con el cielo abierto sobre la piscina exterior y cuando yo me sumergí en ella, una nieve leve, alada, angélica, caía sobre nuestras cabezas, casi todas de arquitecto y arquitecta, con delicadeza sin par. Los presentes nos mirábamos los unos a los otros sin decir ni pío, metidos en una pieza dramática con texto de Beckett, personajes de Bergman y escenografía de Greenaway, un oxímoron, cavilando todos cómo escapar de aquella alucinación.

Por eso, nada mejor, al despertar, que la torta de nueces del panadero, junto a la estación de los autobuses que suelen devolvernos al mundo humano. Uno regresa a la realidad comiendo torta y constatando desde el autobús cómo el Rin anterior se empecina en comerse viva la montaña titánica. Oye los aullidos del coloso y le pide al conductor que vaya más deprisa.

Artículo publicado en: El Periódico, 28 de marzo de 2008.

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28 de marzo de 2008
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En los días más santos del año

El filósofo G.W.F Hegel, que es el Platón de la era moderna, idolatrado o execrado, pero ineludible, escribió que la religión cristiana murió cuando Lutero puso en marcha la Reforma protestante. A partir de entonces la palabra de Dios traducida al alemán podía ser interpretada libremente por los creyentes sin ayuda de los sacerdotes, y aquellos restos de paganismo que subsistían en el catolicismo fueron borrados de los templos reformados. La religión cristiana pasaba a ser filosofía cristiana.

Eso escribió la mejor cabeza del siglo XIX, pero hoy lo constatamos sin el esfuerzo de leerle. En el sur paganizante la Semana Santa es ya como el Día de la Madre, una excusa para gastar dinero en viajes, banquetes, diversiones o saraos. En el norte reformado la santidad de la semana hace decenios que desapareció, sustituida por una referencia administrativa.

En el sur las procesiones barrocas (no sólo las españolas sino las más escalofriantes de Sicilia y Nápoles) mantienen la tortura y el asesinato del Justo como un espectáculo popular que muestra las enseñanzas de la muerte a un público más dado a las emociones que a la reflexión. En el norte es el recogimiento de las familias, allí donde aún subsisten, lo que lleva a pensar que quizás aún queda alguien en casa apesadumbrado por la crueldad de los humanos, la arrogancia de los poderosos, la vileza de la plebe y el asesinato de los inocentes justificado por el cinismo de estado. Pues esa y no otra es la historia de Jesús de Nazaret y por eso su ejecución merece ser recordada.

Lo que nadie podía prever es la unidad que se ha producido entre norte y sur gracias al arte menos material, más sutil, más intangible. En todas las ciudades de Europa, de Oslo a Cuenca, de Minsk a Lisboa, suena durante estos días alguna de las Pasiones de J.S Bach. El severo compositor alemán se quedaría estupefacto si supiera que aquella música que él escribió para ser oída una sola vez, es ahora la única celebración realmente piadosa y magnífica del asesinato del Justo en todo un continente.

Artículo publicado en: El Periódico, 22 de marzo de 2008.

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24 de marzo de 2008
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Para los elegidos que sobrevivan

Las elecciones (a las que Shakespeare denomina indefectible "la fiesta de la democracia"), son muy agradables una vez han concluido. Siendo así que los políticos son irresponsables y hacen lo que les pasa por la boina según el horóscopo del día, sólo sudan tinta después de las elecciones. No porque la ciudadanía logre quitarse de encima a los más chinches, sino porque entonces comienzan a atizarse entre ellos y es una delicia.

Transcurrida una semana ya vemos a Carod y a su colega zurrándose en el patio mientras el cura mira hacia otro lado. ¿Quién de los dos acabará en Casablanca regentando un bar de tapas? ¿Y Llamazares, un hombre preparado para acabar con los Romanov y que a duras penas si ha salvado una colonia de batracios? Los espectros de Bujarin y Beria afilan navajas siberianas. No se salva ni el pobre Rajoy, ese señor que parece salido de unas elecciones de don Antonio Maura, y que recibe licores de dátil con un leve aroma Cesar Borgia. Por no hablar del así llamado "nuevo equipo de Zapatero", ergástulas que se abren con chirrido espantoso para dejar escapar un alma disecada, una faz lívida, un cráneo desdentado. ¡Ay, Montilla, qué días te esperan!

Moraleja para los elegidos: Me acerqué a la estación de Ginebra. Quería comprar un billete a Vals, en los Grisones. Está en el otro extremo del país, hay que hacer cinco transbordos, no acabas en mula porque están protegidas. El empleado me ayudó con los horarios, los cambios de tren, las estaciones, los andenes, las lenguas. Al pagar me preguntó si tenía "tarjeta de media tarifa". Al ver mi cara de idiota me entregó unos papeles para que los rellenara y les pegara una foto. Así lo hice y al día siguiente me devolvió la mitad del dinero del billete que había pagado el día anterior. Suiza es una república de ciudadanos, no de súbditos. Los políticos y los jefes de la administración ayudan a la gente. Los empleados no cobran por jorobarte. ¿Qué tal unas becas de estudio en Suiza para los nuevos Césares? ¿Cursillos sobre la diferencia entre república y aparatchik

Artículo publicado en: El Periódico, marzo de 2008.

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17 de marzo de 2008
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El Boomeran(g)
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