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Justo, equitativo y saludable

Por 28 de abril de 2008 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Pero, ¿en verdad alguien cree que el remedio a la hecatombe de la justicia española reside en averiguar si hay más jueces rojos que azules o más verdes que dorados? ¿O si en el Constitucional hay unos gallegos y debemos compensarlo con más mallorquines? ¿O que el Supremo no cree en el sacramento del bautismo porque hay mayoría de chiítas? ¿De verdad alguien ajeno a esa pelea tabernaria se lo cree?

Que la justicia en España sea una opresión intolerable (o sólo tolerada por una población usada a la arrogancia del señorito, al ultraje del latifundista, la prepotencia del nuevo rico, la vesania de los sicarios) no resulta del reparto de poltronas bien pagadas. Para cualquier ciudadano razonable, la reforma de la justicia no debería consistir en una nueva partición de la raspa, sino en la voluntad de resucitar un sistema judicial extinto.

Los jueces españoles son tan buenos y tan malos como los dentistas o los taxistas, si acaso hay taxistas malos, cosa que dudo. Pero trabajan en condiciones que estarían perseguidas por la ley en una empresa privada. Mientras no se inyecten millones de euros para informatizar el sistema, mientras no se creen mil nuevas plazas de juez, mientras se les pague una miseria, no habrá justicia en España.

¿Por qué entonces tanto escándalo sobre quién ocupa el trono y quién el taburete? Pues porque no hay voluntad real en ningún partido político (y ese es uno de los peores cinismos de la izquierda) de que haya justicia en España. Es lógico, los ricos no pasan por los juzgados. O sólo unos pocos y por poco tiempo. O para ser absueltos. Sólo los miserables llenan los pasillos hacinados como ovejas: los que no pueden pagar abogados rufianescos, los que sólo han robado mil euros y no mil millones, los que no tienen papeles pero tampoco cuentas en Liechtenstein.

¿Demagógico? Pregunten a los jueces que todos los días han de vivir con la vergüenza de su inoperancia. No hablen con sus representantes, son artefactos de partido. Hablen con los jueces, ellos nos juzgan. Y están tan hartos como nosotros.

Publicado en: El Periódico, 26 de abril de 2008.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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