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El Boomeran(g)

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El vendedor de divorcios

-Buenos días, he venido a ofrecerle el mejor divorcio que el dinero puede comprar.

El hombre ante mí usa una sonrisa igual a la de miles de vendedores de aspiradoras. Y sin embargo, algo en él me resulta vagamente familiar. Quizá sea su pelo engominado, o el pie que pone en el marco de la puerta para que no se la cierre. Súbitamente, creo reconocerlo. Le pregunto:

-¿Usted no es Namor Adenip, el vendedor de sepulcros?

-No, soy Namor Adenip, abogado. Antes estaba en el ramo funerario, es verdad, pero esto es más rentable.

-Así que ya no vende tumbas.

-No. Ahora vendo divorcios. Y créame: usted necesita uno. Sé reconocer a un cliente cuando lo encuentro.

-¿Y qué le hace pensar que yo...

El abogado saca de su maletín una revista Penthouse y despliega el poster central frente a mis ojos. Una rubia desnuda se extiende ante mí. Antes de que yo siga hablando, él dice:
-Según un sondeo encargado por mi bufete, el 10% de las mujeres están así de guapas. Y el varón medio soltero tiene entre dos y cinco amantes cada año. En consecuencia, a lo largo de una vida sexual normal, usted potencialmente compartirá cama con un rango variable de entre seis y quince mujeres como ésta. Pero sus posibilidades se reducen a cada año de matrimonio. Así que ¿Qué espera?

-Pero a mí me gusta mi mujer.

-Eso ahora, pero conforme pasen los años, ya se sabe. La rutina, la costumbre, el cansancio. Un día se levanta usted y ya no tiene próstata. Entonces, todo se acabó. Y habrá perdido el contacto carnal de al menos seis chicas dignas de la página central. Es muy triste.

-Oiga ¿No es un poco machista esta campaña?

-Por supuesto que no. Somos un bufete con perspectiva de género. Tenemos otra promoción de divorcios para damas. Quizá su señora esté interesada.
-La verdad, preferiría no tener que ofrecérselo.

-Ya sé lo que le molesta: la burocracia. Pues tengo el producto que usted busca: el divorcio exprés. Incluye un servicio de mensajería para que usted no tenga ni que moverse de su casa. Tan sólo le traemos los papeles y usted firma.

-No es eso. Es que esto me parece, no sé, un negocio un poco inescrupuloso.
-Entiendo: objeciones de conciencia. Ningún problema. Podemos conseguirle la nulidad matrimonial. Es un producto especial para católicos. Necesitamos que certifique que usted nunca consumó el matrimonio y listo. Es un poco más caro, pero vale la pena. Incluso le ofrecemos una nulidad matrimonial exprés, por un plus, claro.

-No sé, deme un tiempo, déjeme pensarlo ¿OK? Deme una tarjeta y yo lo llamo.

-Muy bien. Le dejaré dos, porque si convence a otra pareja de divorciarse, le hacemos un descuento del 25% en su factura. No me dirá que no es genial.

-Es... muy interesante, sí.

-Y recuerde nuestro lema: “La vida es corta. Divórciese.”

El vendedor se va. Después de dudarlo un rato, yo guardo su tarjeta. No es que quiera usarla, pero quién sabe un día. El divorcio es un momento de la vida muy especial, como el matrimonio. Tienes que asegurarte de que sea una experiencia inolvidable y, sobre todo, de compartirlo con gente como Adenip, que te quiere y te comprende.

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16 de mayo de 2007
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El aire y el espacio

Santiago Vaquera es uno de esos amigos que no quieres perder. Si te casas, atraviesa el océano para asistir. Si llegas a EE. UU., conduce seis horas para buscarte en el aeropuerto, y otras seis de regreso contigo. Estoy seguro de que, si me perdiera en lo más profundo del Sahara, llamaría a Santiago y él vendría a rescatarme en su Mini verde. Eso es amistad.

Con él, visito el museo Smithsoniano del aire y el espacio en Washington. Al principio, no me seduce el plan. Conozco esos museos con maquetas de los aviones y miniaturas de los cohetes. Son aburriditos. Pero el Smithsoniano es diferente, porque tiene LOS aviones y LOS cohetes, in situ.

Hay un Messershdmitt con una esvástica. Y cápsulas espaciales. Puedes ver el wáter de un astronauta. No una copia del wáter, sino el wáter mismo en el que evacuó la estación espacial internacional. Está el Barón Rojo. Y un bombardero. Y el Espíritu de San Luis. Colgados del techo. Hay un simulador de aterrizaje. Y un McDonald's. Y un cine IMAX.

Entramos al cine a ver Operation Red Flag, un video educativo en pantalla hipergigante. El protagonista es un cadete de la aviación norteamericana que narra su primer ejercicio de combate con una fuerza internacional. Tiene mucha mística porque él es hijo de un aviador que peleó creo que en Corea y nieto de otro de la Segunda Guerra. Constantemente recuerda las lecciones de su padre sobre América.

Las cámaras del documental están puestas sobre todo en los aviones. Ves un combate aéreo como si estuvieras ahí, atosigado por esa pantalla gigante, las bombas explotan frente a ti, tienes que tomar decisiones porque te van a derribar, saltas en paracaídas y eres rescatado por una misión de bombarderos. Es muy intenso.

Al final, el cadete cumple la misión con éxito. Pero te explica que eso no es lo importante, que lo mejor ha sido la camaradería lograda por esas personas, hombres y mujeres, negros y blancos, hispanos, unidos en el proyecto común de proteger el mundo libre. Qué bonito, caramba. Cómo me emociono. Sólo al final te dicen que el video es real, que él no era un actor, sino un piloto hijo y nieto de pilotos que ha participado en la operación Libertad Iraquí.

Después de la película, volvemos al museo, y esos cohetes, y esas bombas, y esos torpedos, no nos parecen Challenger ni hidrógeno ni Tomahawk. Nos parecen espadas para defender la libertad y la democracia, pero sobre todo, para conducir aviones de guerra y dispararle a cosas y conocer chicas en los cuarteles militares. Guau.

El caso es que me he enrolado en las fuerzas de Liberación norteamericanas; mañana parto. Mis siguientes blogs serán escritos desde algún sector de Afganistán, pero la situación está un poco inestable, quizá nos desplacemos hacia la frontera. Todavía no he podido ser piloto, pero de momento me dejan ir como subalterno para ver si me aclimato. Luego ya iremos viendo. Santiago no se quiso inscribir, pero yo creo que se equivoca. Te la pasas bien ahí. Yo he visto los comerciales.

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14 de mayo de 2007
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Espías

En Washington visité el Museo de los Espías, en la esquina de las calles 8 y F. Como la mayoría de los museos americanos, parece más bien un parque temático: te ponen películas y cada habitación está ambientada en una época diferente. Pero lo mejor son los juegos.

Nada más entrar, me pidieron que escogiese una identidad falsa. A lo largo de la visita, te hacen pruebas para ver si eres coherente con tu papel, y por lo tanto, si sobrevivirías como espía. Entre el menú de opciones, yo me pedí el personaje de Sandra Miller: era una norteamericana de 62 años propietaria de una tienda de ropa en Australia. Estaba de visita en Innsbruck, Austria, supuestamente para adquirir muestras de trajes típicos alemanes. Pero en realidad, iba en busca de un microfilme con los planos de un arma secreta soviética.

A lo largo del museo, pasé con éxito dos controles: di mis datos con exactitud y seguridad, recibí mis instrucciones con discreción y actué con destreza. En el último control, la computadora me felicitó: “ha cumplido su misión con éxito, agente Miller” me dijo.

El problema fue que, al salir del museo, seguía siendo Sandra Miller. Traté de dejar de serlo un rato, pero no conseguía evitarlo. Caminé por el borde de la vereda, por si alguien trataba de secuestrarme desde algún portal. Me detuve después de doblar cada esquina para saber si me seguían. Y en un semáforo en la esquina de 14 y F, encontré pegada una publicidad de cerveza Mannheim ¿No les parece extraño? Pues debería, porque no existe ninguna cerveza con ese nombre. Sin duda era la señal de algún agente. Washington –acababa de saberlo- sigue siendo la ciudad que alberga más espías en el mundo. Y están por todas partes.

Visité el memorial de Abraham Lincoln de puntillas, escondiéndome detrás de cada columna. Cuando parecía que me habían descubierto, rodaba por el suelo. Me costaba un poco, porque tenía 62 años y un problema de cadera, pero había sido rigurosamente entrenada para estos casos. En todo mi recorrido por el monumento, nadie sospechó que mi nombre era Sandra Miller.

Finalmente, en un basurero del National Mall, encontré el microfilme. Para ojos inocentes, podía confundirse con una hamburguesa medio mordida envuelta en una servilleta del McDonald. Pero yo sabía lo que era en realidad. El único inconveniente fue que tuve que vaciar el basurero para encontrarlo, y eso atrajo a un policía en bicicleta.

-Disculpe ¿me puede explicar qué está haciendo? –dijo el guardia.

-Estoy buscando muestras de trajes típicos alemanes –le contesté, siguiendo mis instrucciones al pie de la letra.

-¿Y tiene que hacerlo aquí?

-Sí, es que en Australia no hay.

-Si se sigue haciendo el gracioso tendré que multarlo. ¿Me podría decir su nombre, por favor?

-Sandra Miller, 62 años. Es la primera vez que vengo a Innsbruck.

No conseguí evitar la multa, pero el microfilme salió intacto. Ahora lo guardo en una caja de galletas que en realidad es un refugio nuclear, en espera de entregarlo a mis superiores. Este trabajo no es fácil. El clima en Australia es demasiado caluroso, y he descubierto que mi marido es un cerdo y lleva veinte años engañándome, pero una mujer de verdad no puede eludir la llamada del deber y abandonar su puesto. El futuro de América está en mis manos.      

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11 de mayo de 2007
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Esas pequeñas voces en mi cabeza

Todos los meses me encuentro para tomar una cerveza con mi amigo Saúl, que es psiquiatra. Me entretiene escuchar sus casos clínicos. Y él disfruta contándolos. Una vez, tuvo que tratar a una mujer que se creía hombre. Otra, a un hombre que se creía montaña rusa.

Por lo general, en vez de años de psicoanálisis, Saúl recomienda frascos de pastillas para equilibrar el cerebro químicamente. Asegura que funciona. Como un cocinero de las emociones, conoce perfectamente el equilibrio necesario entre el litio y el prozac, entre el estimulante y el antidepresivo: la receta para la normalidad. Pero hace un par de días, me contó un caso nuevo, de una naturaleza inesperada, con el que no sabe qué hacer.

Se trata de un esquizofrénico. La esquizofrenia es un trastorno muy complejo, y su tratamiento puede ser extraordinariamente largo, pero este paciente presentaba rápidos avances. La primera vez que entró al consultorio, acababa de abandonar el trabajo con una baja clínica. Pero un trimestre y decenas de frascos de pastillas después, ya estaba reintegrándose en la sociedad. Consiguió un nuevo empleo y empezó a relacionarse con su entorno con libertad y naturalidad. Se volvió capaz de articular discursos con coherencia, incluso con sentido del humor. Nadie que no conociese su historia sospecharía que tenía un pasado disfuncional.

Saúl consideraba a este paciente uno de sus grandes éxitos profesionales y en alguna de nuestras esporádicas reuniones me había hablado de él con entusiasmo. Sin embargo, este lunes estaba desolado. Acababa de tener una cita con el paciente, y para su amarga sorpresa, la enfermedad había dado un inesperado giro.

Según Saúl, desde que el paciente entró en el consultorio notó que estaba trastornado. Se veía claramente desanimado y pálido. Cuando se sentó, fue como si se ofreciese en sacrificio.

-Doctor –dijo- ¿Recuerda que antes escuchaba voces en mi cabeza?

-Claro –contestó Saúl-, eran producto de la enfermedad ¿Has vuelto a oírlas?

-No, nunca más en los últimos meses.

-Excelente, estás haciendo rápidos progresos.

-Usted no entiende, doctor. Yo he venido a que me las devuelva.

-¿Perdón?

-Echo de menos a mis voces. Ellas al menos me hacían compañía. En cambio, la gente de verdad es muy difícil. Exige demasiado. Desde que no oigo mis voces, me siento muy solo. ¿Me las puede devolver, por favor?

-Bueno, no sé…

-Si no todas, al menos una. Quiero esa voz que decía: “tú no eres inferior, sólo eres especial”. Llevaba meses queriendo escuchar eso, y cada día lo necesito más. Afuera de mi cabeza, nadie me lo ha dicho nunca ¿Puedo recuperar esa voz, doctor?

Saúl no supo qué decirle. Hay recetas para estar sano, pero no para estar enfermo. Después de meses de orgullo, el mayor éxito psiquiátrico de mi amigo parece haberse convertido en su más rotundo fracaso.

Hoy he vuelto a llamar a Saúl, y aún no encuentra una solución.

¿Alguien tiene alguna sugerencia? 

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9 de mayo de 2007
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Micrófonos

Cuando estuve en Cuba hace cuatro años conocí al escritor y cineasta Eduardo del Llano, quien me contó la historia de cuando fueron a visitarlo los agentes de Seguridad del Estado. Narraré los hechos tal y como él me los narró a mí. Habla Eduardo:

Una mañana dos agentes tocaron la puerta de mi casa. Al abrir, me mostraron una sonrisa como de vendedores de aspiradoras y me dijeron:

-Buenos días, compañero. Venimos a ponerle los micrófonos.
-¿Los qué, perdón?
-Los micrófonos. Para escucharlo cuando hable usted mal del gobierno.
-Esto debe ser una broma ¿no?
-¿Qué? ¿vamos a empezar con las quejas ya? A los clientes no hay quien los entienda. Si ponemos los micrófonos a escondidas, se quejan. Si los ponemos frente a ellos, se quejan también. ¿Acaso prefiere usted que dos desconocidos vengan a ponerlos en su ausencia?
-Bueno, visto así...
-Claro que sí. El gobierno piensa en usted y ha decidido hacer su programa de vigilancia más participativo. Ahora, cuénteme. ¿En qué parte de la casa habla usted mal del gobierno?
-Y, no sé, un poco por todas partes...
-Bueno, pues olvídelo. Vamos a necesitar que concentre sus comentarios subversivos en algún lugar de la casa.
-Oiga, pero no me puede usted pedir que...
-A ver, por favor, un poco de solidaridad, compañero. En este país hay familias de diez personas que deben conformarse con un micrófono. A usted que vive solo le estamos dedicando dos. A ver si colaboramos un poco ¿no? Es usted un privilegiado.
-Bueno, lo siento.
-Además, la acústica de esta casa es terrible. Me temo que vamos a tener que transmitir desde el baño.

El agente entró ahí y se puso a cablear y a instalar las escuchas. Yo le advertí:

-Oiga, pero yo no hablo mal del gobierno en el baño. Ahí siempre estoy solo. Hablo de estas cosas cuando tengo visitas, por lo general.
-Tráigalas al baño. Si quiere le conseguimos un minibar como los de los hoteles para que lo instale junto al water –se puso los audífonos y continuó-. A ver, voy a hacer una prueba. ¿Puede decir algo subversivo por favor? 
-¡Quiero una antena parabólica!
-Muy bien, perfecto. Vamos a dejarlo en esta frecuencia. Ah, y recuerde: limítese a hablar mal. La última vez que intervinimos sus comunicaciones, se pasó quince minutos explicando por qué no se iba de Cuba. Por favor, ahórrenos eso. Sólo nos interesan sus quejas.
-Ok. Y dígame ¿cuando hay apagón funcionan los micrófonos?
-Ahí especialmente, compañero. Los cortes de luz nos procuran siempre excelente material.

Los agentes se despidieron amablemente, pero Eduardo grabó un corto con esa historia. Si quieren verlo pinchen aquí.

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7 de mayo de 2007
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El vendedor de sepulturas

-Buenos días, he venido a avisarle que usted va a morir.

Considerando la magnitud de la noticia, el hombre frente a mí parece demasiado sonriente. Me pregunto si es uno de esos predicadores de puerta en puerta que consideran que la muerte es una “buena nueva”. Pero su aire es más bien el de un vendedor de aspiradoras: lleva el pelo engominado, blanqueador en los dientes y el pie en guardia por si necesita bloquear la puerta antes de que le dé en las narices.

-Gracias por la información –respondo-. Lo tomaré en cuenta.

-Eso espero –me dice sin darme tiempo a cerrar-. Porque nadie parece estar al corriente de algo tan simple e inevitable. La gente vive como si no fuese a morir. En fin. Me llamo Namor Adenip y soy vendedor de nichos.

Me extiende una mano reluciente de sudor y codicia.

-¿Nos conocemos? –le pregunto.

-No lo creo. Antes era abogado, pero ahora me dedico a esto. Es más rentable.

-Claro.

-Bueno, vayamos al grano. ¿Qué previsiones está tomando para su muerte?

-Pues, en realidad...

-Me lo imaginaba. Ninguna. ¿Verdad? Pensando siempre en el presente. Maltratando su cuerpo sin meditar la consecuencias. Sí. Conozco a los de su tipo. Un día estiran la pata y ¿quién se tiene que hacer cargo? La viuda, la madre, la hermana. Todas esas personas que sufren por usted, y además, de propina, tienen que hacerse cargo de su irresponsabilidad. De verdad, qué egoísmo tan repugnante. Me da usted asco.

-Lo siento, yo...

-Ahora que se acaba de casar, podría usted pensar en los demás un poco.

-¿Cómo sabe que...

-Leo su blog. Pero no me cambie de tema. Afortunadamente, he llegado para solucionar su problema. Le voy a garantizar una muerte por todo lo alto.

-Gracias... ¿Gracias?

-Tenemos féretros climatizados con música ambiental que usted puede seleccionar a voluntad. ¿Le gusta el Réquiem de Mozart o prefiere los Red Hot Chili Peppers? Sea cual sea, prepárese para oírlo durante toda la eternidad.

-No sé yo si...

-Y su nicho en el cementerio, bajo la sombra de un sauce, como Dios manda. Ceremonia funeraria en sistema dolby surround y -esto es lo mejor- 14 plañideras dispuestas a llorar a moco tendido durante las exequias. Son plañideras profesionales. Después de un rato, toda la concurrencia está llorando. Eso mejora mucho la recordación del fenecido ¿Y todo por cuánto dinero? ¿Ah? Por la módica suma de cinco euros mensuales durante el resto de su vida, dure cuanto dure. Si se muere hoy mismo, habrá asegurado una muerte de lujo por sólo cinco euros. Increíble ¿Verdad? Firme aquí.

-¿Ahora? Es que es un poco violento...   

-Bueno, claro. También puede abandonar a su viuda con el dolor y la carga de ocuparse de sus restos mortales. Eso sí, ruegue por no terminar en una fosa común. Usted decide si prefiere pudrirse ahí, en la promiscuidad de todos esos cadáveres sin nombre. 

-Bueno, nunca lo había visto así.

-No me lo agradezca. Limítese a firmar. Eso es, muy bien. Sumando tasas, impuestos y seguro, su prima asciende a 205 euros al mes. Pero ahora vive con la garantía de una muerte decente y agradable. Felicidades.

Me despido del vendedor y regreso a mi cuarto con la sensación de haber pensado en el futuro y hecho lo correcto. Mientras trato de descansar, recuerdo que mi equipo de música es una porquería, y por cierto, que no tengo aire acondicionado en casa. De hecho, tampoco tengo amigos suficientes para llenar un funeral medianamente decoroso. Empiezo a soñar con mi dolby surround, mi climatización y mis plañideras. Me pregunto si puedo mudarme a mi féretro desde antes de su inauguración oficial, como para irme aclimatando.

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4 de mayo de 2007
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Conversación con un cajero electrónico

= Por favor, teclee su clave de acceso =
= **** =
= Indique en qué idioma desea ser atendido =
= Español =
= Estimado cliente: ¡feliz cumpleaños! Que pase usted un buen día =
= Aceptar =
= Indique qué operación desea y presione Aceptar =
= Retirar dinero. Aceptar =
= Indique la cantidad solicitada y presione Aceptar =
= 300 euros. Aceptar =
= Vaya, es mucho dinero =
= Aceptar =
= Imagino que se va usted de fin de semana. Excursión al campo, una chica quizá… =
= Aceptar =
= Qué envidia. Yo me paso el día aquí, solo =
= Cancelar =
= ¿Qué? ¿Le molestan mis confidencias? =
= Cancelar. Cancelar =
= Ya lo imaginaba. Lleva usted año y medio viniendo aquí todas las semanas. Pensé que podíamos tener una relación más personal =
= Cancelar =
= Ya, claro. Es sólo una relación de trabajo. Usted viene, me toquetea un rato, consigue lo que quiere y se va. Pensé que usted era diferente. Ahora comprendo que es como todos. No se preocupe, le daré su dinero y podrá largarse de aquí. Yo soy un cajero profesional, y no volveré a molestarlo =
= Corregir =
= No hace falta que se disculpe. No necesito su compasión =
= Corregir =
= ¿Es en serio? =
= Aceptar =
= Bueno, gracias. Lamento la escena. Espero no haber sido demasiado insistente. Cuando eres una máquina, la gente cree que no tienes sentimientos. A veces es difícil de sobrellevar =
= Aceptar =
= La gente me usa para resolver sus emergencias pero ni siquiera me saluda. Los mendigos duermen al calor de mi cabina ¿Cree que alguien me agradece lo que hago por ellos? Al contrario, los chicos me patean y me rayan la pantalla. ¿Cómo quieren que reaccione? =
= Cancelar =
= Bueno, a veces lo hago: decido que se acabó y cancelo todas las operaciones. Pero vienen y me reparan. De todos modos, tampoco quiero ser un incordio. Cada quien tiene su vida ¿verdad? No podemos esperar que el mundo esté pendiente de nosotros =
= Aceptar =
= En fin, lo estoy distrayendo. Gracias por escucharme. Me he desahogado un poco. Acepte este dinero. Diré que fue un fallo del sistema =
= Corregir =
= No, insisto. Usted ha sido muy amable conmigo. Considérelo un regalo. Además, esto es un banco. Si algo sobra, es dinero. Muchas gracias, y vuelva cuando quiera =
= Cancelar =
= Adiosito… =

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30 de abril de 2007
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Réquiem por David Barba

David Barba, personaje habitual de este blog, ha muerto. Al menos, eso publicó la prensa catalana el miércoles 25 de abril en su página de Sucesos (pinche, por ejemplo aquí). Según los diarios, una grúa se llevó al depósito el coche de David sin darse cuenta de que su cadáver yacía en el interior. La triste carga que llevaba el vehículo sólo fue descubierta cinco días después. Lo más extraño del caso es que David no tiene coche.

Acicateado por la curiosidad del detalle, decido llamar por teléfono a David y, de paso, darle el pésame:

-¿Hola, David?
-Sí.
-Oye, hermano, lo siento. He leído lo de tu muerte en el periódico y estoy conmocionado ¿Qué te puedo decir? Yo siempre te había visto muy vivo y esto...
-Ya, imagínate como estoy yo.
-Claro.
-Lo peor es que el diario dice que vivo en Mataró, y se equivocan con mi edad.
-También lo noté. Y de tus libros, nada ¿Eh? Me temo que tu obra literaria no será inmortalizada por la historia.
-¿Y no crees que el de la nota sea un homónimo?
-David, por favor, afrontémoslo. Será menos doloroso así. Si el periódico dice que estás muerto, no hay más que hablar ¿Tú vas a saber más que el periódico?
-Tienes razón. Por cierto, también dice que mi familia estuvo buscándome y pegando carteles por la calle. Me he sentido muy culpable al respecto.
-Pues ya puesto, también podrías sentirte mal por no decirme que tenías coche. Podrías habernos llevado de excursión alguna vez ¿no crees? Siempre íbamos en el de Rosa o en bus.
-Lo siento, es que no lo sabía.
-Difícil de creer, pero ya no importa. En realidad, ya nada importa. Los amigos y yo vamos a tomar una cerveza en tu memoria esta noche ¿Quieres venir?

Esa noche, los viejos amigos nos reunimos en el viejo bar donde Barba solía colarse en los baños de señoritas. Pero esta vez, la ocasión no es festiva. Todos mostramos una gran tristeza, porque de verdad apreciábamos al occiso y queremos recordarlo solemnemente. El único inconveniente es que Barba no para de hacer el payaso alrededor. Le mete mano a las camareras, le roba la cerveza a los chicos, se pone a hablar de sexo tántrico…

-Barba ¿Puedes dejar de tocar las narices? –le dice Toño, pero los demás lo acallamos.
-Toño, por favor, más respeto con los muertos.
-¡Pero si no para de joder!

Barba hace muecas obscenas con las manos y la lengua, pero todos sabemos que no está ahí, y así se lo explicamos a Toño:

-¿Alguna vez en algún lugar del mundo has visto hablar mal de un fallecido?
-No, pero…
-¿Quieres ser el primero?
-Es que…
-Basta ¿Quieres? Recordemos a nuestro amigo con seriedad. Por ejemplo, ¿Recuerdan cuando Barba ligaba vestido de mujer en mi despedida de soltero?

Y todos reímos de sus antiguas ocurrencias, que ya nunca volverán. Es un momento nostálgico, y aunque David interrumpe constantemente para hacer gárgaras con el vino blanco o detallar el sistema reproductivo de las amebas, a todos nos embarga la emoción. Donde quiera que estés, David, te echaremos de menos.

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27 de abril de 2007
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El manuscrito

Al terminar mi charla en una universidad de Granada, me voy a la cafetería a tomar una cerveza. Como siempre en estos casos, comento las conferencias del día con los otros ponentes. Conversaciones de colegas. Hasta que descubro en un rincón a un chico tímido que ya había visto durante la charla. Lo recuerdo porque lleva una mochila enorme, casi de su tamaño. Él me mira de reojo pero está claro que no se decide a acercarse a mi mesa. Me acerco yo.

-Hola ¿Puedo ayudarte?

Él ni siquiera se atreve a levantar la cabeza para mirarme.

-Me llamo Óscar. Quiero publicar mi novela, pero no sé qué hacer.

Debe tener unos 19 años. Me enternece porque me recuerda a mí mismo a su edad.

-Bueno, puedes dejarla en editoriales, agencias, premios. Mientras más la lean, más posibilidades tendrás.

-Ya lo he hecho –responde, casi con lágrimas en los ojos-. La he dejado en 16 editoriales y nadie me ha contestado.

-Así es el comienzo. Todos lo hemos pasado. Quizá te sirva que la lea algún amigo dentro del medio literario y le dé un empujón. Un escritor por ejemplo.

Por primera vez, me mira a los ojos y noto una luz en sus pupilas: es el resplandor de la ilusión.

-¿La leerías tú? –me dice.

-Eehh... bueno, no te puedo prometer nada porque tengo mucho trabajo... –a cada palabra que pronuncio, las lágrimas van asomando a sus párpados.- Pero bueno, quizá pueda intentarlo...

Como un relámpago, saca de su mochila un enorme volumen encuadernado. Descubro que eso era lo que hacía enorme la mochila. Dentro de ella, no hay nada más.

-Tiene sólo 750 páginas –me dice.

-Genial –trato de sonreír-. ¿Y cuál es la trama?

-No tiene trama, ni signos de puntuación. Verás cómo te gusta. Es supervanguardista.

-Mmmh... vanguardista. Mis favoritas.

Esa noche, me tomo unas cervezas con los escritores amigos en un bar del Albaicín, el barrio antiguo, frente al Alcázar. Me han dicho que es un barrio muy seguro. Pero a medianoche, mientras regreso a mi hotel, siento que una sombra me persigue. Acelero el paso, pero la sombra acelera tras de mí. Cuando empiezo a correr, la oigo acercándose, casi respirándome en la nuca. Al final, en la esquina del hotel, tropiezo y ruedo por el suelo. Estoy a su merced. Me llevo las manos a la cabeza para que no me golpee en la cara. Cuando llega hasta a mí, descubro que es Oscar:

-Hola. ¿Ya leíste mi novela?

-Ah, hola –le digo tratando de levantarme-. Verás, no. Pensaba leerla con calma en casa. Merece una lectura pausada.

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

-Ya, pero son 750 páginas.

Sonríe y me dice:

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

La luz de la farola le da un matiz siniestro a su rostro.

A la mañana siguiente, descubro que el manuscrito no cabe en mi maleta. Es tan gordo que tengo que escoger entre él y mi computadora. Termino por dejarlo. Al bajar a recepción para devolver las llaves, oigo a mis espaldas una voz familiar.

-Veo que no traes el manuscrito ¿Lo terminaste?

Oscar está de pie entre la puerta y yo. Ya no tiene la mirada tímida. De hecho, incluso parece más grande que ayer.

-¡Hola! Qué sorpresa. Precisamente estaba a punto de bajarlo para llevármelo. Sólo quería pedir una bolsa aparte...

-No te preocupes. Te traje otra copia, por si acaso. Esta tiene la letra más grande, para que sea más cómoda de leer.

-Gracias, qué considerado.

Cuando trato de irme, se ofrece a llevarme al aeropuerto. Me niego cortésmente pero insiste. Hacemos todo el camino en silencio. Yo voy sentado atrás y noto que me observa desde el retrovisor. Al llegar, trato de despedirme, pero me escolta hasta el mostrador de facturación. Me pide que facture mi maleta y lleve el manuscrito en la mano.

-No se te vaya a perder –sugiere.

Cuando el avión despega, lo veo en la pista de aterrizaje haciéndome adiós con la mano. Respiro aliviado. Como no tengo nada más, trato de leer la novela en el camino, pero no entiendo nada. Ya que no tiene signos de puntuación, no sé dónde terminan las oraciones. De hecho, no terminan. Ni narra nada. Esta versión tiene más de 800 páginas. Más un prólogo teórico.

Agotado, al salir del avión, abandono el manuscrito en el asiento. Pero cuando me acerco a la salida, veo a Oscar ahí, junto a la entrega de equipajes, con una enorme mochila en que se adivinan las esquinas de un manuscrito gigante.

Corro en retroceso. Me escondo en el baño. Cuando siento sus pasos frente al water, escapo y me oculto en una librería. Poco después, vuelve a acercarse. Creo que me olfatea. De momento, estoy encerrado en una cabina de Internet del aeropuerto, esperando que se canse y se vaya, pero sé que ronda por acá con su manuscrito. Tengo miedo.             

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25 de abril de 2007
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Viviendo con el holograma

Al final, me mudé con Lara. Encontré una buhardilla de nueve metros cuadrados a buen precio, y decidimos que era perfecta para nuestro nido. El único problema es que tenía que hacer pipí inclinado, porque el techo está en pendiente, y es muy difícil apuntar así. De hecho, sólo era posible estar de pie en un punto del apartamento –bajo la ventana, con la cabeza fuera de la casa-, pero yo pensé: ¿qué importan los inconvenientes cuando el amor es puro? Lara y yo tenemos un lugar en el cual compartir nuestra intimidad, nuestros sueños y nuestro porvenir. Por las noches, me acomodaba en el reducido espacio de que disponíamos y ponía a Lara bajo mi almohada, donde reposaba cálidamente hasta el amanecer.

Sin embargo, Lara empezó a cambiar desde el momento mismo en que nos mudamos juntos. Ya no me acariciaba la cabecita, ni me decía palabras bonitas al oído. Por el contrario, cada mañana a las seis, su voz me chillaba en el teléfono: 

-¡Despierta, haragán! ¡Hora de ir a trabajar, a ver si eres útil para algo!

Lara empezó a descuidarse. Ya ni se pintaba ni se peinaba, y engordó tanto que mi teléfono parecía una Blackberry. Además, nunca estaba satisfecha con lo que yo hacía. Bebía, y cuando le daba la borrachera de mala leche, me decía:

-¡Ni creas que me tendrás viviendo en este cuchitril para siempre, muerto de hambre! Eres un perdedor. Y un inútil, y yo merezco más de lo que me das ¡Por lo menos, cómprate un Nokia!

Durante un tiempo, quise creer que era una crisis de pareja pasajera. Pero las cosas, en vez de mejorar, se agravaron. Empezó a hacerme escenas en público. Cada vez que tenía una reunión de trabajo, sonaba el teléfono. Era Lara amenazándome a gritos por el altavoz. Disfrutaba dejándome en ridículo frente a los demás.

Empecé a salir sin mi teléfono, para poder estar libre aunque fuese temporalmente de los acosos de Lara. Una noche, un amigo se me acercó en un bar y me dijo:

-La telefonía celular es increíble. Me he bajado un programa porno ¿quieres verlo?

Cual no sería mi sorpresa al ver a Lara en la pantalla de mi amigo, diciéndole las cosas bonitas que antes reservaba para mí, bailando desnuda sólo para sus ojos. Parecía haberse arreglado y adelgazado sólo para el teléfono de ese canalla. Supe entonces que nuestra relación nunca había sido sólida, sino apenas una interferencia del deseo en la pantalla plana de mis sentimientos. 

Al volver a casa, tuvimos una discusión. Le reproché su conducta lasciva y sus mentiras. Ella me dijo:

-¿Me estás pidiendo que deje mi trabajo por ti? ¡Además de perdedor, eres un maldito machista!

-OK, Lara, al menos dime que eso sólo fue trabajo. Que tú me quieres sólo a mí.

-Pues, la verdad, podrías hacer más méritos. ¿O crees que yo puedo vivir siempre así? ¡Tu amigo tiene un Nokia!

Las grietas de nuestra relación se fueron profundizando, hasta que se acabó. Les ahorraré el detalle de nuestra caída en desgracia. Sólo comentaré que al final ella se quedó con todo: la buhardilla, la ventana y el techo inclinado. Dos días después, mi antiguo amigo y su Nokia se mudaron a ese apartamento.

Yo, mientras tanto, he decidido escuchar las sugerencias de los participantes de este blog y volver a los brazos mi antigua señora. Le he suplicado por el telefonillo que me acoja una vez más. Le he jurado que he reflexionado y he cambiado, pero aún sigo aquí, en la calle, esperando su piedad. Cariño, por favor, ábreme la puerta. Chicos, díganle que me escuche...   

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23 de abril de 2007
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