Skip to main content
Escrito por

El Boomeran(g)

Blogs de autor

Escombros

Cuando hay una catástrofe en tu país, y tu estás en una playa a quince mil kilómetros de distancia, te sientes culpable. Es absurdo, porque tampoco podrías hacer nada si estuvieses ahí, pero es inevitable. Llamas y escribes a la gente que conoces sólo para saber cómo están. En el fondo, sabes que están bien. Pero quieres escucharlo. Algo te dice que estabas en el lugar equivocado, y te sientes mal por haber sido feliz mientras todo se venía abajo. Literalmente.

Durante el terremoto peruano de la semana pasada, la mayoría de mis amigos y parientes estaban en Lima, a unos cuatrocientos kilómetros del epicentro. Aún a esa distancia, los edificios se sacudieron y algunas casas viejas se vinieron abajo. Los limeños estamos habituados a los movimientos sísmicos. Sabemos que hay que guardar la calma, evitar los ascensores y colocarse al aire libre o bajo los dinteles de las puertas. Pero por lo general, para cuando llegamos a ellas, todo ha terminado. Esta vez, en cambio, el movimiento continuó. Parecía que nunca acabaría. 

Los primeros días, cuando llamaba, me daban un reporte de muertos. Van trescientos. Van cuatrocientos cincuenta. A partir de los quinientos, han dejado de contar. No sé si se han cansado o es que ya nadie espera encontrar los restos que faltan.

La zona afectada es litoral desértico. Casi no llueve. Por eso, las casas de los pobres son de adobe, incluso de estera. Y hay muchos pobres. En Chincha, por ejemplo, se concentra la mayor población negra del país, porque ahí estaban las antiguas haciendas azucareras en que trabajaban los esclavos.

Pero cuando veo las noticias y hablo con los peruanos, percibo que lo más precario no eran las viviendas, sino los vínculos sociales. Los tenderos han empezado a vender el agua y los víveres al doble del precio. Los transportistas cobran el triple por llevar a la gente a la zona. Los asaltantes campean a sus anchas aprovechando la falta de luz eléctrica. Muchos pobladores perciben que su supervivencia sólo es posible a costa de los demás. El producto de la miseria material es la miseria moral. Es difícil ser solidario cuando te estás muriendo.

Cuando llegue el momento de reconstruir, habrá que empezar a repartir dinero y recursos. Habrá que decidir quién recibe y quién no. Para entonces, será necesario tener un proyecto común en la región que permita rescatar la economía sin descuidar a los damnificados. A mediano plazo, ese es el reto más difícil del Estado: rescatar de los escombros un tejido social.

Artículo publicado en Tiempo, el 24 de agosto de 2007.

Leer más
profile avatar
24 de agosto de 2007
Blogs de autor

El secreto Prochazka

No consigo recordar cómo llegó a mis manos un ejemplar de Un único desierto. Sé que nadie me había hablado de él, y que lo hallé husmeando en alguna biblioteca. Pero no recuerdo si era la de mi casa, o la de alguno de los amigos que nos robábamos libros mutuamente. Incluso he olvidado cuándo ocurrió. Mi imagen mental de esta lectura parece demasiado antigua para ser posterior a 1997, su año de publicación.

Supongo que mi memoria ha querido rodear al libro de un halo de misterio, como si fuese el hallazgo de un manuscrito perdido. Yo no conocía ningún otro título de ese autor, ni de esa editorial con nombre de aventura a lo desconocido: Australis. Y al menos en mi imaginación, el apellido de Enrique Prochazka tenía ecos góticos de Europa Oriental. Pero sin duda, el ingrediente principal del secreto Prochazka eran los propios relatos, que me abrieron las puertas de un universo inexplorado. 

En esos años –esto sí lo sé con seguridad- yo devoraba cuentistas limeños: Ribeyro, Bryce, Cueto, Ampuero, Loayza, Niño de Guzmán. Además, acababa de descubrir a los latinoamericanos reunidos de la antología McOndo, compilada por Alberto Fuguet y Sergio Gómez. Con esos antecedentes, mi concepto del cuento se había vuelto muy compacto, y podía resumirse en cinco reglas. Quitando el principio básico de la brevedad, un cuento tenía que ser 1) urbano, 2) realista, 3) intimista, 4) clasemediero, y preferentemente 5) triste.

Ya. Estaba Borges, estaba Cortázar, pero eso había sido hacía mucho tiempo (Supongo que cuando tienes veintidós años, “mucho tiempo” es muy poco en realidad). En todo caso, daba igual. Mi vida podía estar llena de complicaciones e incertidumbres, pero al menos, yo tenía claro qué es un cuento.

Hasta que Un único desierto barrió mi única certeza.

Los personajes de estos cuentos no se llaman Alberto ni Pedro, sino Frithleif, Kazka o, mi favorito, Choktoi el Teócrata, Sacerdote Espléndido de todos los Valles de Zungaria. Sus peripecias no discurren por Lima la gris, por las cantinas del centro o la garúa del malecón, sino por Rusia, Camboya o Filipinas. Ni qué decir que no son poetas malditos o funcionarios mediocres, sino arqueros, sacerdotes, hechiceros de la Edad Antigua, la Edad Media o el siglo XX.

Todos consideran –incluso el autor, según el Testamento que incluye en la primera edición- que estos son cuentos borgianos. Y sin duda, el tema recurrente del doble y los escenarios enciclopédicos lo emparentan con el autor de El Aleph. Pero las ficciones de Prochazka no se agotan en esa influencia. Hay referencias literarias mucho más explícitas, como Orwell o Kafka. Y sobre todo, hay un universo creativo más personal del que su propio autor parece reconocer.

Los personajes de Un único desierto se enfrentan siempre a leyes cósmicas que escapan a su control. El revolucionario del futuro traza un juego de poder circular, el arquero se dispara a sí mismo, el electricista no consigue morir, y todos se aproximan en cada párrafo a un descubrimiento fatal, y a menudo mortal. Todos son especialistas en un arte, y consideran que todos sus movimientos están bajo su control. Pero su soberbia les hace transgredir un límite. Entonces descubren que sólo son piezas en un engranaje infinito, peones en el ajedrez del universo. Las historias de este libro retratan la impotencia del sabio, que cree en su conocimiento como una herramienta para trascender a los demás y entiende tarde, demasiado tarde, que ese conocimiento tan sólo lo guía directamente al abismo. Que todo su aprendizaje vital no ha sido más que el camino hacia la muerte.

Para mí, o al menos para el lector que yo era a fines de los años noventa, el mundo real era un lugar previsible, poco interesante y, lo peor de todo, profundamente feo. En el Perú de esos años, los seres humanos eran unas alimañas regidas por objetivos mezquinos cuando no francamente desagradables. Las máximas que guiaban la vida eran, más o menos: gana dinero, ten sexo y engaña a quien puedas, y si así no eres feliz, es probable que seas idiota. La televisión te exigía eso todo el tiempo, desde el programa de Laura Bozzo hasta los vladivideos. En la literatura, todo el mundo quería escribir como Bukowski. Los de mi edad salíamos de la universidad, nos estrenábamos en la vida, y se sentíamos obligados a convertirnos en algo repelente o huir.

Un único desierto fue uno de los escapes más bellos. Quienes lo descubrimos, encontramos en sus páginas un mundo en el que reinaba un orden. No me refiero a un orden político o social, sino a una armonía cósmica. Unas leyes que estaban por encima de los hombres y del tiempo, y unos personajes de ambiciones tan desmesuradas que trataban de dominarlas. Honestamente, nos habría bastado con cualquier aspiración más alta que una bragueta. Pero Un único desierto era mucho mejor.

Mi recuerdo más intenso del libro es que estaba lleno de poderosas imágenes visuales. Yo volé con Taylor mientras huía de la cárcel, y comí tortugas en una isla desierta con Valderrama, conquistador de la nada. Recibí un medallón de manos de Conrado de Mazovia y le disparé a Bu flechas que no podrían perderse. Y por unos instantes, mientras convivía con esos personajes, creí de verdad que el mundo era ése, y no la ciénaga que encontraba al abrir los ojos. Le estoy profundamente agradecido por eso a Enrique Prochazka. 

Pocos meses después de leer el libro, descubrí que Enrique Prochazka y yo teníamos una amiga común. Ella trabajaba con él en un ministerio. Recuerdo que me costó asimilar que el fantasma de Prochazka se materializase, para colmo, trabajando en un ministerio: ¿De verdad es un ser humano normal? ¿No vive entre conjuros y hechizos? ¿Tiene una oficina? ¿Va al baño? Yo también era empleado público, y pensé vanidosamente que huíamos de lo mismo, y que durante la fuga, él me había permitido acompañarle en un tramo de su camino.

Nunca lo conocí personalmente.    

Leer más
profile avatar
17 de agosto de 2007
Blogs de autor

El observador en el laberinto

Si eres un narrador peruano de menos de cuarenta años, Alonso Cueto simplemente siempre ha estado ahí. Después del premio Herralde y del finalista del Planeta, editores y periodistas en América Latina y Europa vienen y te preguntan por él. Y tú respondes: “¿Qué? ¿No lo conocían ya? Yo tengo libros suyos desde que aprendí a leer.” No exagero. La batalla del pasado apareció en 1983.

En parte, su tardío reconocimiento internacional responde a un cambio de registro del propio Alonso. Hasta 1999, cuando publicó Demonio del mediodía, casi toda su obra estaba formada por novelas cortas y cuentos, lo que lo confinaba a un núcleo de público muy reducido. Sus grandes éxitos han llegado de la mano Grandes miradas y La hora azul, obras más extensas.

El éxito de Cueto también refleja la importancia editorial de España. Aún recuerdo una edición de Deseo de noche en la pequeña pero prestigiosa editorial española Pretextos, el año 2003. Al año siguiente, Mario Vargas Llosa dedicaba su columna del diario El País a destacar Grandes miradas, que entonces sólo había aparecido en el Perú. El 2005, Anagrama publicó esa novela. Y casi de inmediato la siguiente, ya con la faja de ganadora del Premio Herralde. La caja de resonancia española fue más efectiva que dos décadas de trabajo para dar a conocer la obra de Alonso. 

Ahora, más allá de los detalles empresariales, creo que Alonso escribía desde los años 80 para el público de 2000. A diferencia del exuberante Alfredo Bryce, capaz de narrar un capítulo entero sin poner un punto, Alonso escribía con austeridad, ahorrando cada palabra como si fuera la última. A diferencia del monumental Vargas Llosa, que escenificaba la guerra de Canudos, la caída de Trujillo o los burdeles de la selva, Alonso exponía las pequeñas epopeyas cotidianas. Sus historias no bebían de la Historia con mayúsculas, sino de los detalles psicológicos con que se dibuja la clase media. Incluso sus novelas políticas están tejidas con estas pequeñas miserias, no con el blanco y negro de la ideología sino con el gris de la realidad.

En una época sin grandes verdades, ésas son las historias que nos tocan más de cerca. Los escritores hemos dejado de ser los severos jueces del mundo y nos hemos convertido en pacientes observadores que toman notas, como los científicos con las ratas en un laboratorio. Alonso estuvo desde el principio observándonos dar vueltas en el laberinto, indiferente a lo que ocurriera luego con sus cuadernos de notas. Y lo que ocurrió fue que todo el mundo aprendió a mirar como él. Algunos incluso aprendimos a mirar con él.

Artículo publicado en: Diario La Tercera, julio 2007.            

Leer más
profile avatar
10 de agosto de 2007
Blogs de autor

El Che en catalán

Hace un año, durante una tertulia literaria en un hotel del Barrio Gótico, me quedé mirando a un argentino que me resultaba familiar. Por mucho que me esforzaba, no conseguía reconocerlo, pero estaba seguro de haberlo visto en algún lugar, incluso de haberlo frecuentado. Finalmente, durante una pausa para café, no pude más y le pregunté:

-Perdone ¿no nos conocemos?

-Seguro que sí. Yo soy el Che Guevara.

-Ya.

Pensé que era un borde y lo olvidé. Pero semanas después, caminando por la Rambla, volví a verlo. Estaba de pie encima de un pedestal. Iba todo pintado de camuflaje y llevaba un libro en la mano. Recitaba un encendido discurso sobre el imperialismo mientras unos turistas gringos le echaban monedas en un sombrero. Era el Che Guevara, de verdad. Y estaba llamando a la insurrección. Aunque en ese preciso momento, atraían más público en la Rambla el astronauta y el hada de los bosques.

Llegó el verano, y un amigo que vive en Sitges me invitó a su casa. Cuando bajamos a la playa, me mostró orgulloso su kit completo de guerrillero cubano: tenía una toalla, un bañador, un vaso congelante y una pelota de playa del Che:

-Todo un revolucionario –le comenté.

-Soy un capitalista rabioso –me respondió-, o por lo menos, un fetichista. Colecciono gilipolleces con la cara del Che. Me falta el famoso reloj Swatch. Será muy famoso, pero no lo encuentro por ninguna parte.

Desde entonces, no he dejado de ver al Che por las calles de Barcelona y alrededores. Lo veo en los lugares más inesperados: en los patinetes de los skaters frente al MACBA, tatuado en el brazo de Maradona, dibujado con chocolate en una camiseta. Puede llevar el rostro de Gael García Bernal, Benicio del Toro o Antonio Banderas. Hay “Ches” para todos los gustos, y cada quién tiene el suyo. Hay el Che para estudiantes, para la tercera edad, para enfermeras o para empresarios. Si no tienes a tu Che, no eres nadie. Yo estoy esperando que programen alguna serie de dibujos animados sobre él.

La última vez que lo vi fue en casa de una chica que me invitó a cenar. Ella vive en el Eixample, en un ático con una terraza que mira a la Sagrada Familia. Y con ella, por supuesto, vive el Che. Su apartamento está lleno de fotos del guerrillero. Hay una en el estante de los libros, otra en su cuarto y una, la más grande, en el baño, frente al water.

-¿Y no tienes alguna foto de tu madre? –le pregunté.

-No, por Dios. Mi madre es muy fea. En cambio, el Che es guapísimo.

-¿No tienes fotos de guerrilleros feos?

-Ni de coña.

-¿Y guapos? Fidel era guapo ¿No?

-Ya, pero el Che se murió, así que será joven para siempre. Todas sus imágenes son así. ¿A quién quieres ver tú todas las mañanas? ¿al Che en la selva con uniforme de campaña? ¿O a Fidel en un hospital con un chándal Adidas?

Por eso me gusta la imagen de esas dos señoras bailando en su aniversario en Santa Coloma de Gramanet. Supongo que es la mejor foto posible del Che. Y no porque ellas representen el espíritu de la lucha obrera. Ni porque recuerden su significado político. En realidad, esa es la mejor imagen del Che porque es la única en la que no aparece su rostro, un rostro que en realidad, hace mucho que no le pertenece. 

Fotoche         

Artículo publicado en: El País (edición Cataluña), agosto de 2007.

Leer más
profile avatar
3 de agosto de 2007
Blogs de autor

INSTRUCCIONES PARA LA CIUDAD DE LOS REYES

Programe su viaje en algún mes entre octubre y mayo. Durante esos meses, Lima es una agradable ciudad soleada, acaso tropical. Pero entre junio y setiembre, las nubes bajas se empozan y se quedan ahí, tan adormiladas que ni siquiera les da por llover. Su acumulación le da a la capital un sombrío color panza de burro apropiado sólo para vacaciones melancólicas postdivorcio. Sin embargo, viajando en estas fechas puede cumplir la fantasía de tocar el cielo con las manos. De hecho, es posible que lo toque con los pies.

Al bajar del avión, sentirá que una medusa gigante y gelatinosa trata de devorarlo. No se asuste, es sólo el aire. La humedad le da esa contextura viscosa, pero no es grave. De todos modos, lleve un machete por si acaso.

Salga del aeropuerto y corra a alojarse en el barrio de Miraflores, el único con hotel Marriot y vista al mar. Miraflores tiene cafés enclavados en el acantilado, parques con artistas callejeros, zonas residenciales, cines y centros culturales. Se la pasará bien.

No se haga ilusiones. Miraflores no es un distrito representativo. De hecho, el adjetivo miraflorino es un insulto en todo el país menos en ese barrio. Pero tampoco se sienta culpable. A pesar de lo que dicen, los pijos no viven realmente ahí. Los verdaderos millonarios viven fuera de la ciudad, en unos barrios custodiados por guardias armados y libres de veredas, porque no se entra ahí sin coche. En realidad, nadie ha visto nunca a sus ocupantes. Corren miles de leyendas sobre ellos, pero ni siquiera los miraflorinos han conseguido atravesar las rejas de esos barrios. Se rumorea que en realidad, detrás de ellas no vive nadie.

Al atardecer, pasee por el malecón. Verá cómo el Sol se pone en el mar en medio de una explosión de matices rojos, naranjas y violetas. Respire el perfume salobre del Pacífico. Es el mejor espectáculo que conseguirá gratis.

De todos modos, no se preocupe en exceso por el dinero. El euro está tan caro que vivirá como un potentado. Gaste, que su dinero vale ahí el triple que aquí. Compre todo lo que vea: artesanías, mecheros, latas de Coca Cola. Compre dos de cada cosa.

Cruzando un puente, llegará a Barranco, un barrio bohemio y turístico que alberga una efervescente vida nocturna. Si le va la marcha, no se mueva de aquí. No necesitará más. Eso sí, si sufre usted de excesiva propensión a la fiesta, por favor, tómelo con calma. Luego no queremos problemas. Ya se nos han perdido cinco alemanes, dos japoneses y un torero.

Al cabo de la noche, cuando su cuerpo no pueda más, cómase un cebiche. Tradicionalmente, los limeños lo toman para recuperarse. Si no tiene hambre, puede beber el jugo del plato: se llama leche de tigre. Si quiere recuperarse pero seguir de fiesta, échele al vaso un chorro de pisco. Esa variante se llama leche de pantera. Y si eso no lo revitaliza, me temo que es probable que usted haya fallecido ya.

En los últimos años, el cebiche y su antiguo pariente pobre, el tiradito, han sufrido una revolución. Miles de nuevas variantes han florecido. Hoy en día hay cebiches amarillos, violetas y naranjas. Así que, sea lo que sea que tenga en su plato, puede ser un cebiche. Pero en general, coma usted todo lo que pueda: ají de gallina, lomo saltado, rocoto relleno. Este último es ligeramente picante. Si lo pide, tenga a mano un pañuelo para secarse las lágrimas.   

La cocina peruana es lo mejor de esa ciudad y de buena parte del mundo. No exagero. Hay tours gastronómicos a Perú. Grupos de turistas viajan por un fin de semana para probar todos los restaurantes que puedan. Ese sofisticado arte culinario es un producto histórico. La cultura de la pobreza aguzó el ingenio popular para preparar manjares con dos patatas. La capital del imperio español atrajo a los grandes chefs del siglo XVI al XIX. Y luego llegaron las migraciones. Hoy en día, hay restaurantes chino-peruanos –se llaman chifas-, y últimamente, peruano-japoneses. Estos en particular constituyen un nuevo boom internacional. Robert de Niro tiene uno en Nueva York. Pero en los de Lima comerá igual por la tercera parte del precio.

Cuando ya no pueda comer más, es probable que le interese conocer la Lima antigua, bautizada durante la colonia como “ciudad de reyes”. Acérquese al centro. La zona colonial de Lima es una de las más hermosas de América. En la iglesia de San Francisco, aún se pueden visitar las tenebrosas catacumbas. Y las casas palaciegas de los alrededores siguen siendo las que ocupaban los conquistadores.

El centro de Lima también es escaparate de la historia republicana del Perú y sus extravagancias. En la plaza San Martín encontrará un peculiar monumento al libertador de las Américas. Cuando lo construyeron, el alcalde pidió que esculpiesen una mujer con una llama votiva en la cabeza, como la estatua de la Libertad. Pero las únicas llamas que conocía el escultor eran unos camélidos andinos parecidos a las alpacas. De modo que ahí está la Libertad, la pobre, con un glorioso cuadrúpedo en la cabeza. Cuando la vea, no se ría. Caerá usted mal.

Antes de tomar el avión de regreso, verifique su peso y medida. Debería usted haber ganado un par de litros de historia de América, unos centímetros de playa y fiesta, y varios kilos de barriga sin atenuantes. De lo contrario, no ha estado usted en Lima. 

Artículo publicado en: El Periódico, julio 2007.

Leer más
profile avatar
27 de julio de 2007
Blogs de autor

Abracadabra

Josep Maria tenía ocho años y un problema óptico. Pero a pesar de ello, leyó con claridad el nombre de la tienda, que parecía salida de un cuento de hadas, y auguraba misterios y secretos: EL REY DE LA MAGIA. Cuando empujó la puerta, sonaron unas campanillas, y de la trastienda emergió un caballero vestido con traje gris, corbata y sombrero.

-¿Puedo comprar algo? –dijo el pequeño con los ojos como dos platos detrás de las gafas.

-No.

El niño miró a su alrededor. Los escaparates rebosaban de varitas mágicas, chisteras y cartas marcadas. El hombre continuó, sin inmutarse:

-Tengo que atender a un cliente muy importante. No puedes estar aquí.

Nadie entró a la tienda. Pero el niño se tuvo que ir.

No se dio por vencido, y continuó visitando el local. Su primera compra fue un gran dado que cambiaba de cara en el interior de una caja, y no sería la última. Empezó a asistir a los espectáculos de ilusionistas que pasaban por Barcelona. A los quince años, sabía que su futuro tendría que ver con el arte del engaño. Se ofreció para trabajar en El Rey de la Magia, pero el propietario lo rechazó de nuevo. Dijo que ya tenía suficiente personal. Josep Maria nunca había visto a nadie en ese lugar. Sólo escuchaba el sonido de la gente trabajando en la trastienda, como si fuesen duendes o fantasmas. 

Hoy en día, Josep Maria Martinez y su esposa Rosa son magos y dueños de la tienda, situada en el 11 de la calle Princesa. Fuera de eso, poco ha cambiado en ella. Aún hay que abrir la puerta de campanillas para entrar. A las maravillas de los escaparates se han sumado algunas bromas más modernas (sangre falsa, dedos amputados, mocos y cacas). Y el antiguo propietario, Carles Bucheli i Sabater, sigue presente, en las fotos que cuelgan de las paredes negras. Sólo que ya no lleva su traje gris, sino un turbante, un traje de prestidigitador hindú y un nombre artístico: Carlston. 

Cerca de ahí, atravesando las enrevesadas callejuelas del Born, en un rincón oscuro de la calle de l’Oli, Josep Maria y Rosa mantienen un pequeño museo con libros, trucos, trajes y fotos que retratan los más de cien años de historia del Rey de la Magia.

El museo rinde homenaje al prócer Fructuoso Canonge, un lustrabotas de la plaza Real que consiguió fama internacional con su talento de ilusionista. Hasta la primera mitad del XIX, la magia era cosa de charlatanes y estafadores de baja estofa que actuaban en los mercados y ofrecían curas milagrosas. De hecho, hasta la abolición del Santo Oficio en 1834, estaba penada por ley. Pero a partir de entonces, algunos prestidigitadores comenzaron a sacarla de esa tiniebla para colocarla bajo los reflectores del espectáculo y llevarla a los grandes teatros. Canonge hizo giras por Europa y América, y fue el único mago que actuó en el Liceu.

En los afiches de esos años, los ilusionistas son elegantes caballeros de frac recién llegados del infierno. Uno de ellos, Raymond, aparece sonriente brindando con el demonio. La botella de champán la han abierto dos diablillos. Murciélagos sobrevuelan la escena y monstruos se arrastran por el suelo. Otro de esos magos, Von Arx, presenta el espectáculo El trono del misterio: sentaba a una mujer en ese trono y la desaparecía. En la publicidad, el asiento está decorado con huesos humanos y custodiado por dos esqueletos. Alrededor del mago –que como siempre va de frac- varios diablos le rinden pleitesía. 

Todas esas figuras inspiraron a Joaquim Partagàs y Jaquet, que a finales del siglo fundó la tienda y escribió un libro: El prestidigitador optimus o magia espectral (secretos de ciencias ocultas). Entre los números de su salón mágico, junto a la mujer araña y la momia, se contaban las sombras chinescas o los dioramas. El ámbito de acción del diablo aún no se diferenciaba del espectáculo visual.

El heredero de Partagàs en la tienda fue Carlston, el del turbante. Y para entonces, la magia venía de Oriente. El mago chino Fu Man Chu –que en realidad era inglés- había combinado con éxito magia y exotismo, y sus visitas a España crearon escuela. Li Chang, “el demonio amarillo”, montó todo un espectáculo de variedades con bailarinas en minifalda, enmascarados y números dramáticos, y luego dirigió su propio circo. Carlston, por su parte, creó una variante arábigo-hindú. Sus decorados incluían imágenes de Shiva y asistentes vestidos como Aladino.         

Pero en el museo también se exhibe el lado oscuro de la magia. Hay un afiche de los Hermanos Roca, magos itinerantes que montaron una casa del terror durante la primera mitad del siglo XX. Los Roca se presentaban en las ferias de los pueblos exhibiendo como atracciones a autómatas y fenómenos. Era famosa su mujer serpiente.

Quizá ese tipo de espectáculos desacreditó a los magos. Quizá el mundo se volvió más escéptico. O quizá, como opina Josep Maria, la administración comenzó a ocuparse de la cultura, y siempre despreció la magia como superchería. El caso es que, a partir de los años 60, los magos empezaron a desaparecer de los grandes teatros. Y sin embargo, aún son muchos. En un día, entran en el local de Princesa grandes y pequeños, hombres y mujeres, en diferentes grados de instrucción mágica.

La tarde que visito la tienda, un pequeño de ocho años con gafas entra y pide que le enseñen un truco. Josep Maria saca de una gaveta un pañuelo negro y murmura unas palabras mágicas. Yo me distraigo contemplando a Carlston, su severo maestro, que me observa desde la pared con aire de reprobación. Me parece que es sólo un instante.

Cuando vuelvo la vista, el niño ya no está.   

Artículo publicado en: El País (edición Cataluña), 17 de julio de 2007.

Leer más
profile avatar
17 de julio de 2007
Blogs de autor

EL ESTADO CONTRA LAS MUJERES

Para que no sepamos hacia dónde nos dirigimos, la furgoneta que nos transporta lleva todas las ventanas cubiertas, como una carroza fúnebre, y sólo nos apeamos de ella después de que el portón del garaje se cierra a nuestras espaldas. Desde el interior de esta casa, es imposible deducir en qué barrio nos encontramos. Tras las ventanas esmeriladas sólo se adivina una reja metálica. Los muros de la azotea miden más de dos metros y están rematados por alambre de púas. Alrededor no se ven edificios ni se escucha el barullo de la ciudad. La única indicación geográfica es la bandera de Guatemala que emerge desde algún tejado vecino.

El dispositivo de seguridad –que incluye una guardia armada de tres ex guerrilleros y nueve cámaras de vigilancia- parece digno de un cuartel subversivo, o de la sala de torturas de algún inescrupuloso servicio secreto. Pero los decorados de la casa desbaratan esa posibilidad: las paredes pintadas de colores vivos, la cocina americana con sus manteles floreados, el salón de juegos con juguetes y muñecas, recuerdan a la casita de una familia feliz.          

Este bunker con interiores de muñeca Barbie es el albergue para mujeres de la Fundación Sobrevivientes de Guatemala, que trabaja con mujeres víctimas de la violencia. Las mujeres en situación de riesgo por maltrato doméstico son trasladadas aquí hasta que el juez tramite la orden de alejamiento que les permita volver a casa a fuera de peligro. Pero fuera de estos muros inexpugnables, pocas están realmente a salvo. Los casos que lleva la Fundación oscilan entre el acoso psicológico y la mutilación con machetes. Si no de sus esposos, las mujeres son víctimas de las maras, de los traficantes o incluso de los policías. Desde el año 2000, cuando se inició el registro de muertes, han sido asesinadas 3300.

Las señales de violencia están por todo el país. Verdaderos ejércitos de seguridad privada consumen un presupuesto de 300 millones de euros, lo mismo que el Ministerio de Salud. Los vigilantes de las tiendas no llevan garrotes sino fusiles. Los carteles de un candidato a las próximas elecciones rezan: “vote con mano dura”. Pero aunque todos los guatemaltecos sufren los altos índices de delincuencia, la dominación física, económica y cultural masculina deja a las mujeres en situación de especial debilidad. Más aún, Norma Cruz, directora de la Fundación, considera que están más indefensas hoy que durante el conflicto armado que desangró a su país durante 36 años. Según dice: “durante la guerra, al menos sabíamos quién era el enemigo. Pero ahora, el ataque puede venir de cualquier parte”.

Con frecuencia, el ataque llega del mismo Estado. En las oficinas de la Fundación se repiten siempre las mismas descripciones kafkianas de procesos administrativos. Las más indignantes son las referidas a homicidios: tras el hallazgo del cadáver de una mujer, la Policía lo examina. Si lleva barniz de uñas o minifalda, la investigación asume como hipótesis que se trataba de una prostituta y, por lo tanto, de algún ajuste de cuentas entre maras o delincuentes que no vale la pena investigar. Los médicos forenses de confesión religiosa –que abundan en un país tan conservador- argumentan objeción de conciencia y se niegan a revisar las partes íntimas de la mujer. Si nadie reclama el cuerpo en 36 horas, lo entierran en una fosa común. En cualquier caso, la ropa y objetos personales de la víctima se tiran a la basura, y así, toda la evidencia del proceso penal desaparece. Dadas las circunstancias, por los 665 casos de mujeres asesinadas en 2005 no existe ningún proceso abierto, ningún condenado. E incluso cuando se condena, se hace con indulgencia: recientemente, un policía que violó y asesinó brutalmente a una mujer fue condenado sólo a quince años. El juez consideró atenuante que el agresor estuviese de vacaciones.

Según Norma Cruz, la tradición feminicida del Estado guatemalteco data del conflicto armado. Por entonces, los soldados consideraban a las mujeres un blanco prioritario, porque parían y luego cuidaban a los futuros guerrilleros. Así que matarlas no bastaba. Creían necesario arrancar a los fetos de sus cuerpos.

Cuando no letales, las instituciones públicas son indiferentes. Con el fin de convencer a su grupo parlamentario de aprobar un presupuesto para la fundación, la diputada Myrna Ponce tuvo que recurrir a métodos poco ortodoxos: todas las mañanas, repartía en la bancada fotos de los cuerpos femeninos mutilados, y les repetía a sus colegas que esas víctimas podrían ser sus hijas. Myrna pertenece a la derecha política, pero la indiferencia ante este tema carece de sello ideológico. Norma –que es una guerrillera desmovilizada- tiene las mismas quejas respecto a la izquierda.

En el fondo, los políticos y funcionarios no consideran un deber ocuparse de esto. Para ellos, los casos de violencia criminal no son especiales, y los de maltrato doméstico corresponden a la vida privada de las involucradas, no a la esfera pública. Muchas mujeres que llegan a las comisarías ensangrentadas son devueltas a casa, para que se amisten con el marido. Muchos jueces, antes de un juicio por violación, recomiendan a la víctima buscar un arreglo económico con el agresor. La violación a secas se arregla con tres mil quetzales (trescientos euros). Cinco mil si hay embarazo de por medio. Otra solución recomendada es casar a la víctima con el agresor para reparar su “honra”.

La cultura de la violencia que genera estos crímenes no distingue sexo. De hecho, mueren muchos más hombres que mujeres en Guatemala. Pero la violencia de género responde a motivaciones penales específicas. La mayoría de los delitos se cometen con fines de lucro. La violencia política responde a ciertas imágenes de lo que la sociedad es y debe ser. En cambio, el maltrato doméstico, las violaciones y los crímenes pasionales parten de la noción de que el hombre puede disponer de las mujeres como una propiedad. Para garantizar un desarrollo igualitario y justo, el Estado necesita combatir esa cultura. La paradoja en buena parte de América Latina es que el Estado forma parte de ella.

Hasta ahora, Norma y Myrna han conseguido grandes avances, han redactado un proyecto de ley, han propuesto la creación de juzgados específicos. Pero para que una democracia funcione, no le bastan convocatorias electorales y garantías escritas. Es esencial el principio de igualdad ante la ley, que existe dentro de la cabeza de las personas, como un reconocimiento a la humanidad ajena. Por eso, la labor más ardua de estas dos mujeres es la educativa: enseñarles a los guatemaltecos –tanto a las mujeres como a los funcionarios- cuáles son sus derechos y cómo se defienden. Crucialmente, la Fundación ha ido creando conciencia de que existe un problema. Pero la condición trágica de su misión es que la sangre siempre corre más rápido que las ideas.      

Artículo publicado en: El País, 7 de julio de 2007.    

Leer más
profile avatar
9 de julio de 2007
Blogs de autor

La ciudad inconclusa

Borat no vive aquí. De hecho, la película que catapultó a la fama al humorista Sacha Baron Cohen está oficialmente prohibida en Kazajistán. No obstante, en la capital Astana la ha visto todo el mundo. En el bazar de la ciudad, entre imitaciones de perfumes Chanel y excedentes militares soviéticos, las copias piratas del filme son un éxito de ventas sin precedentes.

Y es que, aunque Borat nunca estuvo realmente en este país, algunas cosas parecen salidas de su febril imaginación. Entrar al país es ya una odisea. El visado kazajo sólo se puede tramitar en Madrid y toma una semana, de modo que si no vives ahí debes hacer dos viajes. Entre las preguntas del formulario consular hay algunas tan sorprendentes como: “¿reside usted en su país de origen?” y la siguiente: “¿le permiten regresar a su país de origen?” y la siguiente: “¿tiene algún documento que acredite que se lo permiten?”.

El vuelo desde Frankfurt –uno de los cuatro únicos destinos europeos de Air Astana- aterriza a las cuatro de la mañana. Al cruzar la caseta de migración, recibo un papel que me conmina a registrar mi ingreso en la comisaría de mi distrito cuanto antes, trámite que aparentemente deberé realizar en ruso. Y finalmente, las maletas tardan una hora en salir del avión. Los extranjeros que hablan inglés comentan: “ya está, las han vuelto a perder. Cada vez que vengo a Kazajistán me pierden las maletas.” En pocos aeropuertos siente uno tan claramente que entra en un mundo que no comprende.    

A pesar de ello –o quizá debido a ello- los kazajos son las personas más hospitalarias que he conocido. La mayoría de ellos se sorprenden al ver un extranjero. Dicto un seminario para estudiantes de cuarto año de relaciones internacionales. Les hablo de literatura, cine, América Latina y España. Al final de cada charla, las preguntas más sofisticadas son: “¿Le gusta Kazajistán?” “¿Es la primera vez que viene?” “¿Qué le parece la comida?” “¿Lo estamos tratando bien?”.

Un día, una estudiante me invita a su casa a tomar el té con su madre. La señora me regala un perrito de peluche y un libro en ruso. Le explico que no leo ruso, pero no le importa. Considera una obligación hacerme regalos.

La ciudadela del futuro

La principal atracción turística de Astana es el presidente Nursultan Nazarbayev. Su fotografía rodeado de niños de todas las etnias kazajas adorna varias paredes de la ciudad. Su mano y su firma están registrados en los billetes de todas las denominaciones. En su honor hay no uno sino dos museos.

Nazarbayev gobierna desde 1989. Tras la caída del comunismo, ganó las elecciones con el 95% de los votos (Quizá lo favoreció el hecho de no tener oponentes). Volvió a ganarlas en 1999 y 2005. En mayo de este año, el parlamento aprobó la reelección indefinida.

Astana es una creación de Nazarbayev, que hace diez años decidió trasladar la capital a lo que era una pequeña ciudad en medio de la estepa. Hoy, aquí se construye a marchas forzadas la futura capital de Asia Central. Encabeza las edificaciones la residencia del presidente. A sus espaldas se eleva una pirámide de 150 metros de altura diseñada por el arquitecto británico Norman Foster. Frente al palacio, el Baiterek, un mirador esférico de 300 toneladas y 105 metros de altura construido en un cristal que cambia de color según la luz del sol. El Baiterek es el símbolo de Astana, y su parte superior tiene un relieve en bronce de la mano del presidente.   

En sus 3x3 km., la ciudadela del Baiterek pretende encarnar la nueva e imponente imagen de Kazajistán. Ahí se concentran los principales edificios públicos, la mezquita Nur Astana -con capacidad para cinco mil fieles y minaretes de 62 metros de altura- y un costoso complejo de residencias de lujo. Pero la mayor parte de los edificios está aún en construcción. Se espera que el país comience a refinar su propio petróleo en cuatro años, y que la ciudadela esté terminada en diez. De momento, durante el día, las grúas y camiones erigen la moderna capital de un país próspero. Y de noche, los gigantescos edificios yacen vacíos en la oscuridad. 

La ciudad del pasado

Cruzando el río Ishim se llega al mundo real. Durante el invierno, cuando la temperatura baja hasta los -40 ºC, el río se convierte en una pista de patinaje gigante, y los pescadores abren agujeros en el hielo para lanzar sus anzuelos. Pero en el verano, es un lugar para pasear y comer shashliks, que es como se llaman las brochetas de carne. En algunos restaurantes se consiguen de caballo.
En una plaza de la calle República hay un ajedrez gigante. Los casilleros están pintados en los mosaicos del suelo y las piezas miden un metro. Los kazajos que se reúnen a jugar parecen generales dirigiendo a sus ejércitos. Al lado del tablero hay una caseta policial para el guardia que cuida las piezas. Está autorizado a detenerte si te pilla robando una.    

La vieja ciudad de Astana discurre a lo largo del margen derecho del Ishim. El centro, en las cercanías del río, es la parte más moderna. Sus edificios combinan cristales ahumados con cúpulas de estilo turco, y sus centros comerciales están decorados con pantallas gigantes y luces de colores. Algunos edificios, como el de la televisión pública en la calle Kenesari, tienen luces intermitentes en la fachada, como gigantescos árboles de Navidad.

Pero conforme uno se acerca al barrio de Órbita, la parte vieja, la ciudad se oscurece. Los complejos residenciales llamados jruschovskas, en honor del sucesor de Stalin, son grandes edificios homogéneos, sin adornos ni lucecitas. En esta zona, la crudeza del invierno está marcada sutilmente sobre el terreno. No hay mendigos ni perros callejeros, ni nada que se muera por debajo de los -10 ºC. Por las calles serpentean las tuberías de la calefacción, de un metro de diámetro. Enterrar esas instalaciones es demasiado caro. Así que, cuando se topan con un cruce de avenidas, las tuberías se elevan para dejar pasar los coches, como grandes arcos de aluminio en las esquinas. 

Los contrastes de Astana se aprecian especialmente desde el vuelo de regreso. Desde el Baiterek hasta Órbita, la ciudad se va volviendo más baja y uniforme, menos luminosa. Alrededor de ella se extiende la estepa, una llanura infinita, sin árboles ni montañas, ni nada que interrumpa el vacío. Conforme el avión se aleja, Astana parece cada vez más una pequeña isla de la estepa, una lucecita de Navidad emergiendo de la nieve.

Artículo publicado en: El País, 23 de junio de 2007

Leer más
profile avatar
4 de julio de 2007
Blogs de autor

La dictadura voluntaria

El paisaje de la estepa de Asia Central es imponente: una planicie sin límites, cubierta en el invierno por la sábana infinita de la nieve. La nueva capital del país, Astana, también es interesante: una ciudad aún en construcción que combina mezquitas, rascacielos ultramodernos y antiguos edificios de la era soviética. Pero sin duda, la principal atracción turística de Kazajistán es su presidente, Nursultan Nazarbayev. 

Nazarbayev, siempre impecablemente vestido, está en todas partes, como Dios. Fotografías suyas acompañado de niños de las diversas etnias kazajas cubren innumerables paredes de la ciudad. En el Baiterek, símbolo de Astana, el visitante puede posar su mano sobre el bajorrelieve en bronce de la mano del presidente. La silueta de esa mano aparece en los billetes de todas las denominaciones. En la facultad de relaciones internacionales de la universidad, la figura del presidente ocupa el centro de un óleo que resume la historia y los personajes notables de Kazajistán. Nazarbayev está montado épicamente en un caballo blanco, pero lleva el traje y la corbata de las fotos oficiales.

En 1989, Nazarbayev fue nombrado secretario general del partido comunista. Tras la caída de la Unión Soviética, sencillamente se quedó ahí. Proclamó la independencia de Kazajistán y convocó a unas elecciones que ganó con el 95% de los votos. Sin duda, la ausencia de contendientes fue una ventaja. Los siguientes comicios han transcurrido en similares condiciones. El pasado mes de mayo, tras los primeros diecinueve años del presidente en el poder, el parlamento kazajo aprobó la reelección indefinida.       

Mirado desde el exterior, el Primer Presidente de la Democracia, como se hace llamar Nazarbayev, cumple con todos los requisitos de un dictador. Existe una oposición pero es testimonial y prácticamente carece de acceso a los medios de comunicación, casi todos en manos de socios o familiares del presidente. Según informa la cadena Al Jazeera, uno de los líderes opositores, Altynbek Sarsenbaiuly, denunció un fraude en las elecciones de 2005. Posteriormente fue hallado muerto a tiros en su coche junto a su chofer y su guardaespaldas. El autor de un blog –peligrosa fuente de información libre– afirmó que Nazarbayev estaba “en cierto sentido” detrás del crimen. El bloguero fue condenado en enero a dos años de prisión por libelo.

Y sin embargo, si uno consulta a los ciudadanos de Astana, sólo encuentra expresiones de afecto a Nazarbayev. La población –o al menos todos los que conozco– agradece al presidente haberlos sacado del difícil periodo postsoviético. Además, al compararse con sus vecinos de Medio Oriente, aprecian especialmente la paz y tolerancia con que conviven las distintas etnias de su país, incluso judíos y musulmanes. Todos destacan que en Kazajistán no hay terrorismo.

Nazarbayev también ha creado grandes expectativas. Los ciudadanos perciben la progresiva prosperidad de la mano de sus enormes reservas de petróleo, gas y uranio. Y Kazajistán usa con habilidad su posición geopolítica. Le ha ganado a Europa varios contratos energéticos con Rusia, y provee también a China. Por su parte, Occidente necesita a Kazajistán para su estrategia en Medio Oriente, desde la logística militar para Afganistán hasta la presión política a Irán. Esa ubicación estratégica le ha valido a Nazarbayev una entrevista personal con Bush. Y es el único líder que proclama su herencia musulmana y mantiene excelentes –y muy rentables– relaciones con Israel.

Los líderes internacionales no están preocupados por las sospechas de dictadura que recaen sobre su amigo, ya que Kazajistán está completamente fuera de la opinión pública. Carece de corresponsales extranjeros, y lo poco que se sabe de él tiene que ver con la película del personaje Borat, que por cierto, nunca visitó Kazajistán.

Ese muro aislante también proyecta su sombra sobre la cultura política de los kazajos que conozco durante mi viaje. Una estudiante a la que el estado le ha expropiado su casa considera que eso es natural, que no tiene derecho a exigir nada de las políticas públicas. Incluso un joven ingeniero que es crítico con la situación evita dirigir sus quejas al presidente. Al contrario, él está indignado con la oposición, a la que considera “demasiado débil y pusilánime”. Según afirma, él nunca ha tenido miedo de expresar sus opiniones en público, ni cree que los opositores sean maltratados en su país.   

La gente con que hablo no es ciega ni incondicional. Sospechan que el presidente deriva recursos del estado a cuentas personales, y muchos afirman que incluso los opositores forman parte del sistema, y sólo fingen oponerse para legitimar al presidente. Pero consideran que es un precio razonable a pagar por el bienestar del que disfrutan. Muchos de ellos están de acuerdo en que es imposible que Nazarbayev gane las elecciones con más de un noventa por ciento de los votos, pero no dudan que le respalde el setenta u ochenta por ciento de los kazajos. La mayoría de ellos me recuerdan a muchos votantes latinoamericanos de Fujimori, Uribe o Chávez: básicamente, ciudadanos que no creen que una democracia formal sirva para resolver sus problemas, y votan democráticamente por gobernantes autoritarios.
El peculiar sistema político de Kazajistán encarna una situación que se ha globalizado después de la Guerra Fría. Hoy en día, los países con grandes problemas de pobreza o inseguridad ya no expresan su descontento situándose en un lado o el otro del espectro ideológico. Las reglas del juego han cambiado, y los límites del campo están trazados con la delgada línea roja que separa la dictadura de la democracia.

Artículo publicado en: El País el 19 de junio. 

Leer más
profile avatar
25 de junio de 2007
Blogs de autor

ULTRADERECHA

El presidente francés Sarkozy, con su votación masiva y su amplia mayoría parlamentaria, ha anunciado dos medidas de choque: reducir las reagrupaciones familiares y exigir un examen de “lengua y cultura francesas” a los aspirantes a la residencia. No sé si son medidas razonables o efectivas, pero en todo caso, son populares.   

Europa está dando un giro cada vez más claro en ese tema: en las últimas elecciones locales españolas, el candidato del Partido Popular a la alcaldía de Badalona difundió un video de contenido abiertamente xenófobo. La promesa del alcalde era librar a los vecinos de los problemas derivados de la inmigración, a la que culpaba del desorden y la inseguridad de la comunidad. El video causó gran escándalo y fue repudiado por casi todas las fuerzas políticas. Y sin embargo, Badalona fue la única localidad de su comarca en que el PP creció casi cuatro puntos y dos concejales respecto a las elecciones anteriores.

Según el diario El País, alrededor de cincuenta concejales electos en todo el país asocian inmigración con delincuencia y reivindican el patriotismo nacional contra los extranjeros. El partido de extrema derecha España 2000 ha obtenido representantes políticos por primera vez en algunos pueblos de Valencia. Y Plataforma per Catalunya ha triplicado su presencia en los ayuntamientos. La ultraderecha crece, y es hora de preguntarnos por qué.

El eslogan de Democracia Nacional -que ha ganado dos concejales de siete en Ávila- nos da la clave: “inmigración, terrorismo, paro, no les permitas destrozar España.” En términos de marketing político, es un eslogan muy movilizador. Reúne las tres principales preocupaciones que todos los españoles expresan en las encuestas, les ofrece una solución y les atribuye un culpable. Así, convierte los tres temas en uno solo. Los votantes dispuestos a creer en una explicación tan simple quizá sean pocos, pero van a votar militantemente en un país con altos índices de abstención. Debemos tomar en cuenta que el miedo es el motor político más eficaz: los ciudadanos suelen votar con poco entusiasmo a favor, pero con mucho fervor en contra.

Los inmigrantes son un blanco fácil para cargar culpas porque no votan. Ningún político está obligado a incluirlos en sus programas. Son los convidados de piedra de este escenario político. Es verdad que colaboran con el crecimiento económico, que sólo ocupan los sectores económicos que los españoles les permiten ocupar, que pagan la seguridad social –de hecho, más compulsivamente que los españoles porque su permiso de residencia está en juego-, pero es difícil que alguien recuerde esos hechos durante una campaña electoral. Simplemente, no es políticamente rentable decirlo.

Detrás de esta situación yace un fenómeno que se extiende por toda Europa. En un continente satisfecho, cuyos ciudadanos viven en libertad y acceden a los servicios del estado, las reivindicaciones tradicionales de la izquierda están resueltas. No son problemas reales. Además, el promedio de edad del electorado europeo es alto, y como en todas partes, los sectores de edad más avanzada tienden a ser conservadores. En consecuencia, en su vida cotidiana, los votantes están preocupados por la lista de temas del eslogan de Democracia Nacional (o de Sarkozy). Ante esos problemas, la derecha tiene un discurso agresivo. Pero la izquierda no tiene ninguno.   

Por supuesto, los fenómenos políticos no se explican sólo con estudios de mercado y mercadeo político. No pretendo minimizar la importancia de los problemas concretos de convivencia. Pero sí creo que para contrarrestar el discurso más conservador –que alimenta la confrontación y dificulta la convivencia- la población inmigrante necesitará crear un lenguaje propio que engarce con los valores políticos del electorado español, y buscar las vías para hacer escuchar ese lenguaje en la población. Tradicionalmente, la izquierda cargaba esa antorcha, pero no es realista esperar que siga haciéndolo.

Leer más
profile avatar
19 de junio de 2007
Close Menu