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La ciudad inconclusa

Por 4 de julio de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Borat no vive aquí. De hecho, la película que catapultó a la fama al humorista Sacha Baron Cohen está oficialmente prohibida en Kazajistán. No obstante, en la capital Astana la ha visto todo el mundo. En el bazar de la ciudad, entre imitaciones de perfumes Chanel y excedentes militares soviéticos, las copias piratas del filme son un éxito de ventas sin precedentes.

Y es que, aunque Borat nunca estuvo realmente en este país, algunas cosas parecen salidas de su febril imaginación. Entrar al país es ya una odisea. El visado kazajo sólo se puede tramitar en Madrid y toma una semana, de modo que si no vives ahí debes hacer dos viajes. Entre las preguntas del formulario consular hay algunas tan sorprendentes como: “¿reside usted en su país de origen?” y la siguiente: “¿le permiten regresar a su país de origen?” y la siguiente: “¿tiene algún documento que acredite que se lo permiten?”.

El vuelo desde Frankfurt –uno de los cuatro únicos destinos europeos de Air Astana- aterriza a las cuatro de la mañana. Al cruzar la caseta de migración, recibo un papel que me conmina a registrar mi ingreso en la comisaría de mi distrito cuanto antes, trámite que aparentemente deberé realizar en ruso. Y finalmente, las maletas tardan una hora en salir del avión. Los extranjeros que hablan inglés comentan: “ya está, las han vuelto a perder. Cada vez que vengo a Kazajistán me pierden las maletas.” En pocos aeropuertos siente uno tan claramente que entra en un mundo que no comprende.    

A pesar de ello –o quizá debido a ello- los kazajos son las personas más hospitalarias que he conocido. La mayoría de ellos se sorprenden al ver un extranjero. Dicto un seminario para estudiantes de cuarto año de relaciones internacionales. Les hablo de literatura, cine, América Latina y España. Al final de cada charla, las preguntas más sofisticadas son: “¿Le gusta Kazajistán?” “¿Es la primera vez que viene?” “¿Qué le parece la comida?” “¿Lo estamos tratando bien?”.

Un día, una estudiante me invita a su casa a tomar el té con su madre. La señora me regala un perrito de peluche y un libro en ruso. Le explico que no leo ruso, pero no le importa. Considera una obligación hacerme regalos.

La ciudadela del futuro

La principal atracción turística de Astana es el presidente Nursultan Nazarbayev. Su fotografía rodeado de niños de todas las etnias kazajas adorna varias paredes de la ciudad. Su mano y su firma están registrados en los billetes de todas las denominaciones. En su honor hay no uno sino dos museos.

Nazarbayev gobierna desde 1989. Tras la caída del comunismo, ganó las elecciones con el 95% de los votos (Quizá lo favoreció el hecho de no tener oponentes). Volvió a ganarlas en 1999 y 2005. En mayo de este año, el parlamento aprobó la reelección indefinida.

Astana es una creación de Nazarbayev, que hace diez años decidió trasladar la capital a lo que era una pequeña ciudad en medio de la estepa. Hoy, aquí se construye a marchas forzadas la futura capital de Asia Central. Encabeza las edificaciones la residencia del presidente. A sus espaldas se eleva una pirámide de 150 metros de altura diseñada por el arquitecto británico Norman Foster. Frente al palacio, el Baiterek, un mirador esférico de 300 toneladas y 105 metros de altura construido en un cristal que cambia de color según la luz del sol. El Baiterek es el símbolo de Astana, y su parte superior tiene un relieve en bronce de la mano del presidente.   

En sus 3×3 km., la ciudadela del Baiterek pretende encarnar la nueva e imponente imagen de Kazajistán. Ahí se concentran los principales edificios públicos, la mezquita Nur Astana -con capacidad para cinco mil fieles y minaretes de 62 metros de altura- y un costoso complejo de residencias de lujo. Pero la mayor parte de los edificios está aún en construcción. Se espera que el país comience a refinar su propio petróleo en cuatro años, y que la ciudadela esté terminada en diez. De momento, durante el día, las grúas y camiones erigen la moderna capital de un país próspero. Y de noche, los gigantescos edificios yacen vacíos en la oscuridad. 

La ciudad del pasado

Cruzando el río Ishim se llega al mundo real. Durante el invierno, cuando la temperatura baja hasta los -40 ºC, el río se convierte en una pista de patinaje gigante, y los pescadores abren agujeros en el hielo para lanzar sus anzuelos. Pero en el verano, es un lugar para pasear y comer shashliks, que es como se llaman las brochetas de carne. En algunos restaurantes se consiguen de caballo.
En una plaza de la calle República hay un ajedrez gigante. Los casilleros están pintados en los mosaicos del suelo y las piezas miden un metro. Los kazajos que se reúnen a jugar parecen generales dirigiendo a sus ejércitos. Al lado del tablero hay una caseta policial para el guardia que cuida las piezas. Está autorizado a detenerte si te pilla robando una.    

La vieja ciudad de Astana discurre a lo largo del margen derecho del Ishim. El centro, en las cercanías del río, es la parte más moderna. Sus edificios combinan cristales ahumados con cúpulas de estilo turco, y sus centros comerciales están decorados con pantallas gigantes y luces de colores. Algunos edificios, como el de la televisión pública en la calle Kenesari, tienen luces intermitentes en la fachada, como gigantescos árboles de Navidad.

Pero conforme uno se acerca al barrio de Órbita, la parte vieja, la ciudad se oscurece. Los complejos residenciales llamados jruschovskas, en honor del sucesor de Stalin, son grandes edificios homogéneos, sin adornos ni lucecitas. En esta zona, la crudeza del invierno está marcada sutilmente sobre el terreno. No hay mendigos ni perros callejeros, ni nada que se muera por debajo de los -10 ºC. Por las calles serpentean las tuberías de la calefacción, de un metro de diámetro. Enterrar esas instalaciones es demasiado caro. Así que, cuando se topan con un cruce de avenidas, las tuberías se elevan para dejar pasar los coches, como grandes arcos de aluminio en las esquinas. 

Los contrastes de Astana se aprecian especialmente desde el vuelo de regreso. Desde el Baiterek hasta Órbita, la ciudad se va volviendo más baja y uniforme, menos luminosa. Alrededor de ella se extiende la estepa, una llanura infinita, sin árboles ni montañas, ni nada que interrumpa el vacío. Conforme el avión se aleja, Astana parece cada vez más una pequeña isla de la estepa, una lucecita de Navidad emergiendo de la nieve.

Artículo publicado en: El País, 23 de junio de 2007

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