Sergio Ramírez
En el encuentro literario de Santilla del Mar, del que hablé en ocasión anterior, José Saramago trajo a cuento el “cuaderno de encargos” en el que los albañiles llevan la cuenta de lo que deben hacer en una obra. Lo mencionaba en vista de “los encargos” que se espera que un escritor cumpla en relación a su compromiso con la sociedad, viejo tema éste de discusión, que se halla lejos de ser resuelto.
Me ha venido a mente al leer el diario del último año de vida de Julien Green, Le grand large du soir (1997-1998), cuando se refiere a la cuenta presentada por un restaurador suizo en 1873, comisionado para reparar un fresco en el techo de una iglesia de Boswil, en Aargau:
Modificar y barnizar el séptimo mandamiento: 3.45 francos.
Ensanchar el cielo y ajustar algunas estrellas; mejorar el fuego del infierno y darle al diablo un aspecto razonable: 3.86 francos.
Retroceder el fin del mundo, ya que se halla demasiado próximo: 4.48 francos.
Green observa que esta última tarea, viene a resultar la más cara de todas las que figuran en el presupuesto del maestro restaurador. Pero tareas más difíciles que las anteriores se espera que deben cumplir los escritores en un mundo como el que vivimos, en el que el diablo se viste cada vez con mejores galas.