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ULTRADERECHA

Por 19 de junio de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El presidente francés Sarkozy, con su votación masiva y su amplia mayoría parlamentaria, ha anunciado dos medidas de choque: reducir las reagrupaciones familiares y exigir un examen de “lengua y cultura francesas” a los aspirantes a la residencia. No sé si son medidas razonables o efectivas, pero en todo caso, son populares.   

Europa está dando un giro cada vez más claro en ese tema: en las últimas elecciones locales españolas, el candidato del Partido Popular a la alcaldía de Badalona difundió un video de contenido abiertamente xenófobo. La promesa del alcalde era librar a los vecinos de los problemas derivados de la inmigración, a la que culpaba del desorden y la inseguridad de la comunidad. El video causó gran escándalo y fue repudiado por casi todas las fuerzas políticas. Y sin embargo, Badalona fue la única localidad de su comarca en que el PP creció casi cuatro puntos y dos concejales respecto a las elecciones anteriores.

Según el diario El País, alrededor de cincuenta concejales electos en todo el país asocian inmigración con delincuencia y reivindican el patriotismo nacional contra los extranjeros. El partido de extrema derecha España 2000 ha obtenido representantes políticos por primera vez en algunos pueblos de Valencia. Y Plataforma per Catalunya ha triplicado su presencia en los ayuntamientos. La ultraderecha crece, y es hora de preguntarnos por qué.

El eslogan de Democracia Nacional -que ha ganado dos concejales de siete en Ávila- nos da la clave: “inmigración, terrorismo, paro, no les permitas destrozar España.” En términos de marketing político, es un eslogan muy movilizador. Reúne las tres principales preocupaciones que todos los españoles expresan en las encuestas, les ofrece una solución y les atribuye un culpable. Así, convierte los tres temas en uno solo. Los votantes dispuestos a creer en una explicación tan simple quizá sean pocos, pero van a votar militantemente en un país con altos índices de abstención. Debemos tomar en cuenta que el miedo es el motor político más eficaz: los ciudadanos suelen votar con poco entusiasmo a favor, pero con mucho fervor en contra.

Los inmigrantes son un blanco fácil para cargar culpas porque no votan. Ningún político está obligado a incluirlos en sus programas. Son los convidados de piedra de este escenario político. Es verdad que colaboran con el crecimiento económico, que sólo ocupan los sectores económicos que los españoles les permiten ocupar, que pagan la seguridad social –de hecho, más compulsivamente que los españoles porque su permiso de residencia está en juego-, pero es difícil que alguien recuerde esos hechos durante una campaña electoral. Simplemente, no es políticamente rentable decirlo.

Detrás de esta situación yace un fenómeno que se extiende por toda Europa. En un continente satisfecho, cuyos ciudadanos viven en libertad y acceden a los servicios del estado, las reivindicaciones tradicionales de la izquierda están resueltas. No son problemas reales. Además, el promedio de edad del electorado europeo es alto, y como en todas partes, los sectores de edad más avanzada tienden a ser conservadores. En consecuencia, en su vida cotidiana, los votantes están preocupados por la lista de temas del eslogan de Democracia Nacional (o de Sarkozy). Ante esos problemas, la derecha tiene un discurso agresivo. Pero la izquierda no tiene ninguno.   

Por supuesto, los fenómenos políticos no se explican sólo con estudios de mercado y mercadeo político. No pretendo minimizar la importancia de los problemas concretos de convivencia. Pero sí creo que para contrarrestar el discurso más conservador –que alimenta la confrontación y dificulta la convivencia- la población inmigrante necesitará crear un lenguaje propio que engarce con los valores políticos del electorado español, y buscar las vías para hacer escuchar ese lenguaje en la población. Tradicionalmente, la izquierda cargaba esa antorcha, pero no es realista esperar que siga haciéndolo.

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