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La boca del infierno

Hace algunos días conversé por zoom con mi amigo el escritor canadiense John Ralston Saul, anterior presidente del Pen International, y quien estuvo hace algunos años en Nicaragua. El Pen, antes llamado Pen Club, fue fundado en Londres en 1921, y entre sus socios constituyentes estuvieron nada menos que Joseph Conrad, George Bernard Shaw y H. G. Wells. Hoy agrupa escritores de todo el mundo, y se dedica sobre todo a promover y proteger la libertad de expresión, y los derechos humanos.

John me llamaba porque quería saber de Nicaragua, donde el capítulo nacional del Pen, presidido por Gioconda Belli, se vio obligado a cerrar sus puertas, y de Nicaragua fue que hablamos extensamente, recordando la vez que lo llevé a asomarse al cráter encendido del volcán Masaya; una oquedad espantable para cualquier turista, desde donde sube una densa humareda de azufre, como si siempre viviéramos en este país en la boca del infierno. Es como llamó el cronista Fernández de Oviedo a este cráter.

Le dije, para empezar, que los gobiernos resultantes de elecciones en América Latina tienen distintas calidades y formas de comportamiento democrático, pero en las últimas décadas la legitimidad del voto popular ha logrado ser establecida, porque los sistemas electorales han logrado credibilidad, todo distante de la vieja historia de fraudes, con las urnas llenas de votos falsos, con gran concurrencia de ciudadanos difuntos, y las actas burdamente trucadas.

Nadie puede alegar la legitimidad de la aplastante mayoría ganada en las últimas elecciones legislativas de El Salvador por el presidente Bukele. Si esa mayoría, que le abre las puertas del control de todos los demás poderes del estado, será usada para fortalecer el sistema democrático, o para acabar con él, está por verse; pero los votos que se la han dado están bien contados. Y si en el Perú hay una crisis de credibilidad política que se ha vuelto crónica, no se debe a elecciones fraudulentas, sino al desprestigio que trae consigo la reiterada corrupción de los electos.

No es el caso de Nicaragua, donde la Constitución Política manda que se celebren elecciones presidenciales y parlamentarias en el mes de noviembre de este mismo año. Es decir, dentro de algunos meses, y aún a esta fecha no existen las condiciones mínimas para que se puede pensar en un proceso electoral creíble, que pueda servir como un mecanismo de transición democrática.

Una resolución de la Asamblea General de la OEA de noviembre del año pasado, demanda  negociaciones “incluyentes y oportunas” entre el gobierno y la oposición para acordar “reformas electorales significativas y coherentes con las normas internacionales; modernización y reestructuración del Consejo Supremo Electoral para garantizar que funcione de manera totalmente independiente, transparente y responsable; actualización del registro de votantes; y observación electoral nacional e internacional.

La resolución suma que debe haber un proceso político pluralista “que conduzca al ejercicio de los derechos civiles y políticos, incluidos los derechos de libertad de reunión pacífica y libertad de expresión y registro abierto de nuevos partidos políticos”.

Tales compromisos deberían estar concluidos en el mes de mayo, que ya llega, sin que el régimen haya movido un dedo. Por ahora, la única certeza es la de que Ortega y su esposa la vicepresidenta, se disponen a ser reelectos de nuevo, lo que supone continuar, como desde hace ya 15 años, en el control total del poder civil, económico, policiaco y militar. Nada hace prever, hasta ahora, que exista la mínima voluntad política para someter ese poder total al libre escrutinio de los votantes.

El Consejo Permanente de Derechos Humanos de las Naciones Unidos, reunido en Ginebra en marzo de este año, expresó “grave preocupación ante la falta de avances del gobierno de Nicaragua en la implementación de reformas electorales e institucionales destinadas a garantizar elecciones transparentes”.

Manda “abandonar las detenciones arbitrarias, las amenazas y otras formas de intimidación", y "liberar a todos aquellos arrestados ilegal o arbitrariamente”. Exige, también, la derogación de las leyes que violentan el ejercicio de los derechos humanos. Baste mencionar la ley de ciberdelitos, la ley de agente extranjeros, y el establecimiento de la cadena perpetua para “crímenes de odio”.

¿Es posible un clima electoral aceptable cuando hay más de 120 presos políticos, jóvenes en su inmensa mayoría, y miles de exiliados, jóvenes también, que huyeron de la represión desatada a partir de abril de 2018?

¿Y cómo puede desarrollarse así una campaña electoral? La policía vigila en las calles para desbaratar cualquier atisbo de manifestación pacífica, encierra ilegalmente a los opositores en sus casas con prohibición de salir, e irrumpe en locales bajo techo para disolver reuniones políticas.

Hay medios de comunicación y estaciones de televisión con sus instalaciones confiscadas, como Confidencial y 100% Noticias, y otros que viven bajo asedio, como la Radio Darío de la ciudad de León.

Seguimos asomados al cráter encendido, le digo a John. Encontrar el camino para alejarse de la boca del infierno costará mucho, pero no hay esperanzas perdidas.

 

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29 de marzo de 2021

Collage de Anne Carson incluido en su libro 'Nox'.CORTESÍA VASO ROTO EDICIONES / VASO ROTO EDICIONES

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Traducir: un viaje infinito

Verter una obra de una lengua a otra puede ser la lectura más intensa y admirativa. Varios libros dan cuenta de una actividad que tiene mucho de tanteo y creación

Escribir y traducir comparten la misma materia prima: las palabras. A ellas dedicó uno de sus últimos poemas Anne Sexton, y cualquier traductor o escritor que lo lea se identificará con su lamento por el escurridizo término justo. Concluye así: “Palabras y huevos hay que tratarlos con cuidado. / Una vez rotos son cosas imposibles de reparar”. En ese cuidado extremo arraiga el desvelo. Por un lado, se abre un océano de posibilidades, pues “ninguna palabra dice en un idioma todo lo que la otra dice en el suyo”, recuerda Chantal Maillard; por otro, el misterio que empuja al lector, después de leer una palabra, a buscar la siguiente. Salvo en algunos títulos aparecidos en los últimos años, en torno a la traducción ha reinado cierto silencio editorial, roto sobre todo en manuales técnicos, aunque no sea un acto excepcional: el mundo gira porque (nos) traducimos. “Se trata quizás de la actividad más humana que existe”, dijo la gran renovadora de las novelas de Dostoievski en alemán, Svetlana Geier, en unas conversaciones que Alberto Gordo nos trae al castellano. Responsable de traducir los “cinco elefantes” del escritor ruso, entre otras obras, admitió: “Esto no se traduce sin castigo”. Como obstáculos, señaló que “las lenguas no son compatibles”, pero también “los límites de una personalidad”, en su caso forjada en el Kiev del Holodomor y la ocupación alemana.

Como perspectiva y metáfora desde las cuales acercarse a la literatura, la tarea de traducir despierta un renovado interés. Una traducción puede ser la lectura más intensa y creativa, un salvoconducto a otra cultura, la horma con la que se tensa la piel del calzado del propio idioma, un acto amoroso de admiración, un revulsivo contra el ensimismamiento, un diálogo con el tiempo, un vínculo entre diferentes, un generador de variantes, un resucitador de textos olvidados, un taller de escritura, una forma de desaparecer, una mera transacción de bienes y servicios, un escudo de resistencia. Quizá la pregunta sea por qué no se le prestó antes mayor atención y, como para recuperar el tiempo perdido, el polifónico Pedir la luna reúne a una heterogénea nómina de traductores al español que comparten experiencias y reflexiones.

El humor con el que arranca Simpatía por el traidor, de Mark Polizzotti, revela que estamos ante un ensayo-manifiesto desacomplejado y realista que considera el tema “un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de pedantes eruditos”. Ensayista, editor y traductor de Flaubert, Duras o Modiano, Polizzotti recuerda a los lectores que eso que leen es fruto de una complicidad entre autores —su traductor Íñigo García Ureta y él—, y confiesa que el primero ha sabido a veces expresar mejor algo que en el original. Esta simpática confesión es un ejemplo de lo que persigue: brindar “un retrato que ayude a ver la traducción no como un problema”, sino, pese a todo, “como un logro que debe celebrarse”. Si traducir resulta inagotable es porque no se trata de “reemplazar palabras como si fueran baldosas o tramos de moqueta”. ¿Sus premisas? Los traductores son “creadores por derecho propio” y “la traducción es ante todo una práctica”. Más que reglas valen actitudes: empatía, sensibilidad, atención, flexibilidad, creatividad. En menos de 200 páginas aborda los principales debates —sobre el concepto de original, fidelidad, domesticación, reconocimiento, tarifas, condescendencia académica, riesgos del colonialismo lingüístico— para animarnos a renunciar al ideal de la traducción perfecta y a disfrutar del resultado “de muchas pruebas, errores, revisiones e invenciones”.

Helen Lowe-Porter, cuya versión inglesa de Los Buddenbrook de 1924 tuvo tanto éxito que se convirtió en “la traductora de Mann”, decía que no entregaba la traducción de un libro hasta sentir que lo había concebido ella misma. Posteriormente, recibió críticas por su conocimiento imperfecto del alemán, si bien sus traducciones se siguieron publicando. Traducir le parecía un “placer perverso” y lo calificó de “pequeño arte”, pese a su colosal reto.

En ella se inspiró Kate Briggs, profesora y traductora al inglés de Roland Barthes, para el título de su ensayo. Si Polizzotti se muestra pragmático y concreto, Briggs se apoya en la digresión y la serendipia. Lanza un sinfín de preguntas al aire, merodea, avanza y retrocede en una prosa fragmentaria cuyo pulso Rubén Martín Giráldez nunca pierde. Barthes invitaba a colaborar en sus indagaciones (así se refería a sus conferencias) a los estudiantes, y ellos respondían “formulando preguntas, apuntando correcciones, aportando referencias alternativas, redirigiendo la senda de la investigación hacia sus preocupaciones personales (…) y es lo que creo que hago yo aquí”, resume Briggs. Los textos que esta tradujo de Barthes son sus notas para los cursos en el Collège de France, a veces ideas sutilmente enlazadas, listas de palabras, esbozos introspectivos, una tipología de texto cercana al pensamiento poético. El encanto de la casi memoir de Briggs emana de cómo alguien se lanza a vivir y crear a través de la traducción, fuente de grandes placeres y pesquisas intelectuales.

Pero es en Nox (“noche”, en latín), de Anne Carson, su “libro de artista” vertido por Jeannette L. Clariond, en el que la intimidad de traducir se abre en canal. La tentativa de componer una elegía a su hermano, muerto lejos de casa, se funde con su estudio (traducción propia incluida) del poema-epitafio 101 de Catulo, compuesto hace más de 2.000 años en honor al hermano que también halló la muerte en tierra ajena. Carson persigue una sombra —¿la del compañero de infancia que con un pasaporte falso se hizo nómada para eludir la cárcel y con quien apenas tuvo contacto (cinco llamadas en dos décadas) o la proyectada por las palabras latinas?— y constata que es inútil esperar que llegue un torrente de luz. Reconoce: “Nunca logré la traducción del poema 101 como me habría gustado. Pero, a lo largo de los años en que trabajé en ella, empecé a considerar la traducción como una habitación (…) donde se busca a tientas el interruptor de la luz. Quizá nunca se termina. Un hermano nunca termina”. En su diario collage, encuadernado en acordeón, traza el mapa relacional de su familia e incluye fotografías, fragmentos de una carta, meditaciones, dibujos e, intercaladas y en orden, las entradas de un diccionario integrado por cada una de las palabras latinas del poema, en que apunta sus respectivas conexiones con nox y alusiones secretas.

Traducir es un viaje infinito, como lo es descifrar a una persona. Los traductores no se limitan a conocer palabras para dar vida a un texto extranjero: lo arriesgan todo. Como la Caperucita de Sexton, en su cabeza experimentan “una operación a corazón abierto”.

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29 de marzo de 2021
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Lo vacuno

En la larga espera del pinchazo definitivo me puse a lucubrar, y de ahí al delirio hay un paso. Lo di. Prados verdes, manadas circunspectas, forraje ilimitado: las vacas. Se trata de uno de los mamíferos menos expresivos y más exprimidos de la tierra, excepto en la India, donde se les ve con muchos humos, altivos y seguros de ellos mismos, sabedores, por ciencia infusa animal supongo, de que allí son sagrados, y si atropellas accidentalmente a una vaca te la has cargado tú, no a ella. Sé lo que me digo.

El alma delirante, una vez desatada, no se acobarda, y así salté de la vaca a las vacunas: su lentitud exasperante en la Unión Europea, que con tanto bombo anunció hace meses un programa que se incumple, mientras lo cumplen bien gobiernos tan mal mirados como los de Israel, Gran Bretaña o Serbia. También está mejor que nosotros uno de nuestros tres vecinos, Marruecos; de una población de 36 millones, el reino alauita ya ha vacunado a más del 15%, frente al paupérrimo 4% español. De la irritación al chiste fácil; ¿tienen pezuñas vacunas los políticos más borregos?

Me saca de la broma y de mi ignorancia doña María Moliner, que de tantos atascos y tantas dudas me ha sacado en una vida de consultas a su diccionario. Vacuna: “Viruela que se forma en las ubres de las vacas, de cuyo pus se fabrica el virus que se inocula para preservar de las viruelas, o cualquier otra enfermedad”. Hasta aquí la precisión elocuente de Moliner. Vacuna, vaccine, vaccino, la misma raíz etimológica en distintas lenguas, desde que a comienzos del XIX la medicina descubrió en ese pus una salvación, haciendo de todos, hombres y mujeres, el derivado lácteo de una madre engendradora y un infinito rebaño de amas de cría, cuadrúpedas y adoptivas, que hasta de sus infecciones nos dieron remedios. Parsimoniosas pero productivas. Lo contrario del mundo nuestro actual.

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26 de marzo de 2021
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Huyendo de la ciudad

Tres meses de confinamiento asomado a los balcones, seis enmascarado por las aceras y otros tres de largas vacaciones en el campo más o menos urbanizado me dejan muy temeroso de los ajetreos de la ciudad. Apenas regreso a la jungla del asfalto, confieso que no entro todavía en el interior de las tiendas, ni en los bares ni en los comedores cerrados de los restaurantes; desde luego no cojo ningún tipo de transporte colectivo ni acudo a concentración humana alguna. Mi vida en la ciudad se ha limitado a ir al supermercado y al mercado, siempre salvaguardando las distancias de protección; y a la panadería, a la farmacia y a las terrazas de mis restaurantes favoritos. Vivo en modo de ventilación constante a la espera, aunque haga frío, y añoro que no tengamos más estufas a la parisiense y los bares no dispongan de mantas para la clientela como en Copenhague.

Tengo la sospecha, además, de que este estado larvario va a durar más tiempo del que se nos dice, si es que alguna vez alguien pudo decir algo convincente al respecto. Que me temo que no, puesto que apenas se ha cumplido ni uno solo de los vaticinios que anunciaron nuestros gobernantes –de cualquier color, quede claro. No ha habido nueva normalidad más que en un suspiro, los riesgos de la inmunidad de manada resultan elevadísimos, la promesa de una vacunación salvífica y universal se ensombrece y la política sobrevive activando falsos conflictos. Nuestros gobiernos son oscilantes cuando gestionan: o dejan que la realidad nos devore, incapaces de atreverse a comprender cómo se organiza el interés público frente a las multinacionales del universo digital, más “matrix” que nunca, o bien son todo inconvenientes y cortapisas frente al dinamismo empresarial, más envalentonado el aparato funcionarial cuanto más pequeño el tamaño de la empresa.

Sin embargo, los tiempos vuelven a estar cambiando como hace medio siglo ya cantase el bardo de Duluth, Minnesota, tanto que el propio cantante-premio nobel ha vendido los derechos de sus canciones a un fondo de inversión dadas las incógnitas que depara el futuro, sobre todo el inmediato. Hace dos veranos le vi por última vez: Bob Dylan parecía una momia. El coronavirus, simple y llanamente, acelera el tiempo. Podremos vivirlo con cierta melancolía, pero la realidad es esa: la idea de las grandes aglomeraciones ha entrado en crisis. Aquel espíritu que respiraban películas como New York, New York, un mundo veloz, de alta densidad, el modelo Manhattan que tantas veces ha narrado Woody Allen, se ha volatilizado. El maestro sociólogo de Benidorm, José Miguel Iribas, preconizó el éxito del urbanismo social: la gente quiere vivir donde hay más gente, donde hay más vida, solía decir. Hoy, ha cambiado de perspectiva.

Otro agitador de ideas urbanistas, el arquitecto holandés mundialmente reconocido, Rem Koolhaas, inauguraba poco antes de la pandemia –en febrero de 2020– una multidisciplinar exposición en el corazón mismo de la gran manzana: el Museo Guggenheim con fachada a la mítica 5ª Avenida, un helicoide invertido que hizo famoso a otro arquitecto, Frank Lloyd Wright. La muestra llevaba por título Country side. The future, pero igual podría haberse llamado “¡Vámonos de la ciudad!”. Su catálogo, en formato pocket, ha sido editado por Taschen.

En suma, Koolhaas y su equipo de investigación, el AMO –que incluye gente de Harvard, la escuela de Bellas Artes de Pekín o la Universidad de Nairobi–, lo que han venido a decir es que la vida urbana es insostenible, que no es viable que el 80% de la humanidad viva concentrado en apenas el 2% del suelo de la Tierra mientras el 98% restante permanece vacío o se dedica en grandes extensiones –agrarias y ganaderas también– a alimentar a esas ciudades. Ese es un mundo ineficiente y absurdo en opinión del holandés, un mundo urbano factible frente al retraso existencial del campo, lo cual, ahora, es una falacia.

Al menos en Europa, ese espacio antropizado en su totalidad como decía George Steiner (en su famosa conferencia sobre Europa, cuya sexta edición en Siruela se ha impreso hace apenas unos meses), ese lugar donde encontramos una cabaña en el recodo más inhóspito de los Alpes, dispone a día de hoy de todos los recursos para satisfacer la vida contemporánea. Así, por ejemplo, resulta difícil no encontrar lugares a más de hora y media de distancia en coche de una gran ciudad que ofrezca de manera habitual alta cultura y educación universitaria…, o a más de media hora de un centro comercial o de un hospital con mínimos asistenciales… Y así podríamos seguir. Como en la vieja y noble campiña inglesa, la del retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, donde no es posible mantener legiones de trabajadores domésticos y otras servidumbres, pero que dispone de agua, luz, gas, teléfono, televisión y wifi sin más limitaciones.

Nos vamos de la ciudad y regresamos al campo, sí… Comprobamos que Amazon llega hasta el último confín al tiempo que las ediciones digitales de la prensa nos conectan instantáneamente con la conciencia mundial. También teletrabajamos, compramos online y, para nuestro asombro, incluso Glovo o Deliveroo son capaces de llevarnos las pizzas recién horneadas con su tropa motorizada hasta el borde mismo de la piscina de igual modo que hace unos años nos acostumbramos a manejar la cuenta del banco, reservar hoteles y comprar billetes para viajar desde el teléfono móvil.

Ahora bien, volver al campo en vísperas del 5G y la inteligencia artificial está muy bien, pero va a requerir solucionar otras muchas cosas, empezando por la gestión de residuos y siguiendo por la propia planificación urbanística. Ha llegado la hora, irrenunciable, de gobernar en la escala del territorio y de la movilidad real de las personas, que ya no es a través de la calle sino de la autovía. Aquellos que se aferren a las viejas estructuras, a las administraciones heredadas, al conflicto ideológico y a la falta de ingeniería de la imaginación, los que se muestren sin versatilidad en las líneas fronterizas de las competencias, los que no sepan fomentar en vez de prohibir, están condenados a la decadencia más irremisible.

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25 de marzo de 2021
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El honor de la filosofía

Todo indica que el concepto latino honor era una galaxia semántica en la que gravitaban ideas como la honestidad, la dignidad, la gracia, la belleza, la brillantez, el respeto, el coraje ante las vicisitudes. Más que una palabra, era una condensación de sentidos que la desbordaban.

En nuestro tiempo, fervorosamente ignorante, pensamos que se trata de un término retórico, referido a asuntos personales de antes del siglo XVIII, pero no es verdad. He oído a republicanos españoles en el exilio emplear con cierta insistencia el concepto “honor”. “No pudimos hacer esto o aquello por honor”, te solían decir. No eran gente de la Edad Media. Eran españoles que habían pertenecido a la División Leclerc, que habían participado en dos guerras, y que podían abarcar una amplia variedad ideológica, cierto, pero para los que todavía la palabra “honor” significaba más o menos lo mismo que en Roma: un poco de dignidad, un poco de belleza, un poco de respeto. No hace falta más para cambiar la mecánica del mundo.

Cuando los personajes de las grandes obras del Siglo de Oro hablan del honor, no bromean. El alcalde de Zalamea nos informa sobradamente de ello, y los habitantes de Fuenteovejuna también, aunque de otra manera. Lo que en este momento entendemos por dignidad no hubiese advenido sin una larga tradición en la búsqueda y la defensa de la belleza moral, que ya prevalecía como una poderosa reverberación en la palabra “honor”.

-¿Por qué no hacen vuestras mercedes esto?

No responderán que no lo van a hacer por dignidad, o por pudor, o por humanidad, o por respeto. Dirán simplemente que no lo pueden hacer…

-…por honor.

Y al decirlo no están hablando como un monarca, o un duque, o un funcionario de la corona, o un capitán de artillería. Lo dicen como lo hubiese dicho todo el mundo, desde Sevilla a Veracruz. ¿Por qué no hace vuestra merced lo que le digo?

-Por honor.

No era necesario emplear más palabras. La que acababa de ser de pronunciada por ese caballero o esa dama pesaba casi lo mismo que toda la humanidad.  El concepto honor se cargó tanto de significado que estalló y se desintegró en algún momento de nuestra historia. Podemos atribuir el origen del término a la aristocracia, pero es evidente que la plebe también lo aceptó, desplazando un poco su significado pero no lo suficiente como para que la palabra perdiese su sentido original. Ahora ya casi lo ha perdido por completo, lo que invita a pensar que la lucha por la dignidad empezó hace mucho tiempo, y  que se trata de una búsqueda retorcida y endiabladla, que va cambiando de máscara en cada época, y en la que han ido intervenido no pocos filósofos a los largo de la historia, además de muchas personas de bien. Ya indiqué que todavía los excombatientes españoles que conocí en París la empleaban con cierta naturalidad. Asombrosamente, alguien tan valiente como ellos, pero que ha luchado en otras guerras, se ha atrevido a resucitar el concepto en su último libro.

-¿Quién?

-Víctor Gómez Pin.

-¿Para hablar de qué?

-Del honor de los filósofos. Podría haber titulado su libro La dignidad de los filósofos, pero ha preferido el término honor, que significa desde luego dignidad, además  de algunas casas más, y que en otro tiempo lo significó todo.

-Y el libro de Víctor,  ¿qué te parece?

-Excelente.  Habla de pensadores que se jugaron la vida por luchar contra las tinieblas y por  defender la dignidad del pensamiento, habla de la verdadera grandeza de la filosofía. Víctor es un filósofo con sentido del honor. Del honor de la filosofía, especialmente, por eso su pensamiento está lleno de dignidad y es pródigo en logros.

-Sí, todavía quedan filósofos honorables. Celebrémoslo con un buen vino de Toro.

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24 de marzo de 2021
Clara Sanchis en un momento de la representación. Fotografía: Sala Beckett/Obrador Internacional de Dramatúrgia
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Momento de aplaudir

Clara Sanchis/Virginia Woolf acaba su conferencia ante un desconcertado público que, inmerso en una timidez sobrevenida, todavía no se atreve a aplaudir. Entonces, derrochando los restos de la cautivadora soberbia irónica con que la actriz ha tenido sometido al público durante toda la función, espeta la que para mí es la frase más genial de todo el montaje. Estocada final.

Fuera del espectáculo, Clara Sanchis ha explicado que abandonó por tres veces la lectura de Una habitación propia, pero que cuando por fin el texto la sedujo lo hizo con la potencia propia de un arrebato. Pertenezco al grupo a quienes se les resistió el texto durante un tiempo. Intenté acercarme en versión de Jorge Luis Borges, e incluso llegué a culpar a su traducción, pensé que tal vez la interpretación masculina me estaba privando de alguna idea o concepto clave. No hace muchos meses que por fin conseguí acabarlo, aunque el arrebato no llegó hasta que no vi a Virginia Woolf en el cuerpo de Clara Sanchis, o viceversa, en el escenario de la barcelonesa Sala Beckett. La versión teatral que María Ruiz ha hecho del texto supone una sólida base para que, paradójicamente, la actriz se eleve y nos alce hasta un punto que ofrezca la perspectiva necesaria para ver qué les ha pasado a las mujeres en los últimos siglos en ámbitos como el literario.

Sin embargo, no me parece lo más interesante del espectáculo el mensaje que Woolf quiso enviar, y que sí, todavía es vigente. Lo que hace vibrar –en el sentido más literal del término– de la interpretación de Sanchis es la metáfora del ser humano que consigue crear. Cualquier espectador puede sentir que nada puede hacer sucumbir a quien es capaz de poseer esa actitud ante el mundo, desafiante, irónica y con resabios de resentimiento. No es que nada malo le pueda suceder, sino que nada puede hacerle sucumbir definitivamente. Eso es mucho. Ese es el regalo que la actriz, música y autora hace a quien ha tenido la suerte de verla en el escenario en la piel de Virginia Woolf. La obra se estrenó en el Pavón Teatro Kamikaze en diciembre de 2016. Desde entonces –salvo los meses de encierro generalizado, por supuesto– ha hecho gira por todo el país.

Uno de los consejos que la conferenciante Woolf repite es que hay que mirar y apreciar las cosas como son. Debemos mirar con atención hacia la realidad, lo que no significa que deba aceptarse todo lo que nos presentan como tal. Y ya desde el título sabemos que reivindica una habitación propia para que las mujeres puedan escribir. De nuevo, ‘encierro’ es una palabra que sobrevuela en sus diversos significados. Paradójicamente, el cuarto propio de Woolf me trae a la memoria las habitaciones que recorre la desesperada Tilda Swinton en La voz humana, el corto de Pedro Almodóvar. Virginia Woolf afirma que, cuando recibió la pensión vitalicia heredada de su tía que hizo posible su independencia económica y su habitación propia, se dio cuenta de que ya no necesitaba odiar a ningún hombre. Tilda Swinton exhibe el odio provocado por el abandono y su desesperada dependencia emocional de un hombre, aunque en una casa muy lujosa. La interpretación de esta actriz y el cortometraje me produjeron una sensación muy similar a la causada por el personaje de Clara Sanchis. Almodóvar destila todo su imaginario y su concepción del cine en esta obra. Toda su esencia está allí, a partir del texto de Jean Cocteau, y Tilda Swinton sabe que debe obrar la alquimia, y lo hace.

De nuevo, no es el mensaje o el relato lo que nos detiene, sino que lo que conmueve es la metáfora de mujer representada por la actriz. Efectivamente, muestra su desesperación y la vulnerabilidad extrema de quien necesita a otro ser humano y trata de retenerlo con palabras a través de un teléfono; pero cuando considera que ya ha reconocido su fragilidad, le ha dado una forma y se ha enfrentado a ella, es capaz de desprenderse. Algo de todo esto hay también en el recorrido conceptual que propone Woolf. Se trata de identificar las vulnerabilidades genuinas antes que las fortalezas. Una vez identificadas, Swinton pretende abandonarlas en la habitación que había sido la suya propia y que a veces había compartido con un hombre. Por su parte, Woolf se ríe ostentosamente de las flaquezas que la historia ha señalado en las mujeres. Swinton se dispone a salir de la casa, pero no sin antes mostrarnos también explícitamente el escenario, el cartón piedra que había acogido su representación. Swinton y Almodóvar nos enseñan las maderas de las que está hecho el escenario justo antes de prenderles fuego. Como quien enciende las luces de platea: la función se ha terminado, toca enfrentarse con lo que hay fuera.

Woolf acaba su conferencia y anima a las mujeres que le han escuchado a que salgan a la calle imitando la arrogancia irónica de Clara Sanchis y el paso firme y elegante de Tilda Swinton. Momento de aplaudir.

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23 de marzo de 2021
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El hombre cuenta (IX): tripartición de la razón humana

Preguntaba en la penúltima columna si una entidad maquinal podría tomar alguna de las decisiones que usualmente tomamos los humanos, sean triviales en sus consecuencias, sean eventualmente beneficiosas o catastróficas para nosotros mismos, nuestros congéneres o nuestro entorno. Ello implica que a la entidad maquinal en cuestión le atribuyamos la condición de ser racional en el sentido cabal de la palabra y que va más allá de que tenga la capacidad de conocer.

Es aquí necesaria una mediación propiamente filosófica, considerando la triple modalidad bajo la cual Emmanuel Kant considera la razón humana. Para lograr sintetizar el asunto sin recurrir en exceso a la jerga, lo abordaré mediante la consideración de tres tipos de juicio de cuya distinción Kant se ocupa escrupulosamente en sus tres críticas: Critica de la Razón pura, Crítica de la Razón Práctica y Crítica de la Facultad de juzgar.

El primer tipo lo constituyen los juicios cognoscitivos. Estos se caracterizan por su objetividad, es decir caso de que haya disparidad en el juicio, el objeto legisla. El objeto en el cual en último extremo reside el criterio puede ser un objeto empírico o puede ser un objeto que a juicio de Kant nada tiene de empírico, tal es el caso de las entidades matemáticas.

Supongamos que A dice que esto es una mesa y B dice que una silla. Si nos atenemos a la definición de silla al contemplar el objeto veremos quién tiene razón. No siempre la cosas es tan fácil: si A dice que ese individuo primate en mi presencia es un chimpancé y B dice que es un bonobo, quizás para salir de dudas sea incluso necesario recurrir al ADN.

Pero el caso interesante es cuando el objeto en el que rige el criterio carece de objetividad empírica.

A afirma ahora que  raíz cuadrada de dos es un número racional, mientras que B pretende que es irracional. Para mostrar que B tiene razón no mostraremos ningún objeto empírico sino que en el encerado como mera traducción de lo que ocurre en la mente, conceptualmente supondremos que existen dos números enteros p, q tales que p/q  igual a raíz cuadrada de dos y surgirá la imposibilidad. Así sin salir del concepto hemos mostrado una objetividad, la objetividad matemática.

En los juicios cognoscitivos legisla el objeto, es decir el acuerdo entre sujetos se reduce a la comunidad en el objeto.

Voy ahora a considera una situación diferente: estamos en una sala de concierto y suponemos que se trata de un público entendido, eventualmente compuesto de músicos.

Manejan los presentes información que les permite realizar juicios objetivos sobre  timbres de materiales,  conexiones entre ellos, influencias a la hora de efectuar estas últimas, etcétera…Y posiblemente estarán de acuerdo en lo acertado o no acertado del intérprete o intérpretes en función de estos criterios.

¿Cabe pues decir que su juicio es relativo a la obra de arte? Poco a poco.

Han emitido juicios sobre la condición material de la realización de la obra de arte, y no sobre la obra misma,  en la cual nada según Kant no prima la objetividad  aunque sí estamos en la más estricta racionalidad.

Varío un poco el ejemplo, apoyándome simplemente en un recuerdo personal: cuando la nota belcantista unifica a los espectadores del teatro, el juicio “esto es bello” que cada uno en particular está emitiendo, coincide (y ni siquiera necesariamente) con el juicio del que mide técnicamente lo ajustado de la emisión, pero es un juicio de otro orden: el segundo es un juicio racional con base objetiva y empírica; el primero es como decía un juicio racional sin objetividad alguna. La confusión de ambos registros es fuente de calamitosas actitudes sociales a la hora de determinar las condiciones de posibilidad del acceso a la obra de arte.

Si al escuchar a Alban Berg  surge una reminiscencia digamos de  Schöenberg, es porque se ha inteligido la obra del uno y del otro, con todas las connotaciones de la palabra inteligir, entre las cuales las emocionales no pueden estar ausentes. Mas si se opera meramente como  erudito, si se establecen lazos perfectamente aprehensibles por el entendimiento pero carentes de connotación emocional,   entonces no está reaccionando a una obra de arte, no está efectuando juicios del tipo que usualmente llamamos estéticos.

He de enfatizar un aspecto importantísimo del juicio estético: precisamente porque no hay mediación por objeto alguno, la razón común es inter-subjetiva y no objetiva. En el horizonte kantiano esta constituía la única manifestación de la intersubjetividad, la “prueba” de la existencia del otro, la salida del solipsismo, que el mero conocimiento no garantiza. Piénsese simplemente que en la demostración de la irracionalidad de raíz cuadrada de dos la variable soñando-despierto es despreciable, por lo cual quien realiza tal operación matemática podría perfectamente estar en ese  estado de solipsismo que es el sueño.

Todo el tiempo estamos enunciando  juicios cognoscitivos  y juicios  estéticos, más o menos sutiles, erróneos o interesantes  pero siempre “inteligentes”, pues mera expresión de nuestra condición de seres de razón. Pero además también estamos continuamente efectuando juicios de tipo moral, cuya legitimidad será más o menos cuestionable, pero asimismo expresión de nuestra condición de seres de razón. No hay ser inteligente que no haga tal cosa y cabe decir que la recíproca es cierta pues no hay ser moral que no aspire asimismo a conocer y no efectúe juicios sobre lo bello o repulsivo de sus vivencias. Este punto exige una reflexión aparte.

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22 de marzo de 2021
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Un día lo creo y al siguiente no

Leyendo Yoga, de Carrère, me encuentro con un fragmento de lo más persuasivo. «Hervé es mi opuesto. La espiración es su fuerte. Lo que más quiere es vaciarse, aligerarse. Todos estamos de paso en la vida pero él es consciente de ello. Él no se instala, se siente un inquilino y hasta un subarrendado, mientras que yo poseo el instinto del propietario preocupado por agrandar sus posesiones y, como los patriarcas bíblicos, por crecer y prosperar. Mi tendencia natural es crecer, la suya decrecer».

Me da por pensar que tiendo a lo mismo, que siempre ando preparándome para lo que pueda pasar, me inflo de suposiciones -como el que dice que piensa demasiado, el taquipsíquico-, que me preparo para esa llamada del terror que sólo ocurre cuando ya eres adulto y que, precisamente, lo más interesante de hacerse mayor consiste en no entrar en demasiados detalles.

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21 de marzo de 2021
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5 libros imprescindibles sobre ladrones: Desvelando el mundo de los atracos y las estafas

Hola a todos. ¿Alguna vez te has quedado encerrado fuera de casa y has buscado frenéticamente un «cerrajero cerca de mí»? Bueno, mientras esperas a que llegue la ayuda, ¿por qué no pasar el rato con un emocionante libro sobre ladrones? Al igual que los cerrajeros, capaces de abrir cualquier puerta, estos astutos delincuentes encuentran el modo de entrar en los lugares más seguros. Los cerrajeros modernos ofrecen toda una gama de servicios que van más allá de los problemas tradicionales de cerraduras y llaves. Están capacitados para manejar sofisticados sistemas de seguridad, lo que garantiza que su hogar o negocio estén siempre protegidos. Si necesita ayuda de emergencia, reparaciones de cerraduras o la instalación de un sistema de seguridad completo, puede descubrir más sobre los cerrajeros 24/7, que están equipados para ofrecer soluciones oportunas y eficaces. Leer y disfrutar de estos libros con temática de ladrones puede ser tan emocionante como saber que un servicio de cerrajería está a una llamada de distancia, listo para desbloquear soluciones a sus necesidades de seguridad.

Echemos un vistazo a cinco libros increíbles que te harán pasar páginas más rápido de lo que un profesional puede forzar una cerradura.

Antes de entrar en nuestra lista, recuerde que leer sobre ladrones es mucho más divertido que enfrentarse a ellos en la vida real. Así que mantén siempre tu casa segura y, si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en llamar a un servicio de cerrajería de confianza. Y ahora, ¡a por los libros!

  1. «Lazarillo de Tormes» - Anónimo

Esta obra cumbre de la literatura española, publicada en 1554, se considera uno de los primeros ejemplos de la novela picaresca. Sigue la vida de Lazarillo, un joven que se convierte en criado de varios amos, cada uno más corrupto y engañoso que el anterior. A través de sus experiencias, Lazarillo aprende a sobrevivir gracias a su ingenio, recurriendo a menudo a la astucia y al robo. La novela es una reflexión satírica sobre la sociedad de la época, que expone la decadencia moral y la hipocresía de sus personajes.

2. «La sombra del viento» - Carlos Ruiz Zafón

Esta novela, un clásico moderno, está ambientada en la Barcelona de la posguerra y gira en torno a un niño llamado Daniel, que descubre un misterioso libro titulado «La sombra del viento», de autor desconocido. A medida que Daniel crece, se ve envuelto en una red de secretos, mentiras y crímenes. La novela teje elementos de robo a lo largo de su intrincada trama, en la que los personajes no sólo roban objetos, sino identidades, vidas y recuerdos. La atmosférica escritura de Carlos Ruiz Zafón y la riqueza narrativa de la novela la convierten en una lectura obligada.

3. «El día de mañana» - Ignacio Martínez de Pisón

Ambientada en los años que siguieron a la dictadura franquista, esta novela retrata vívidamente la vida en España durante una época de agitación política y social. Cuenta la historia de Justo Gil, un hombre que sale de la pobreza para convertirse en confidente de la policía secreta. Su implicación en el mundo del crimen y la traición, donde el robo y el engaño son herramientas cotidianas para sobrevivir, crea una compleja narrativa sobre el coste de la ambición y las consecuencias de las propias acciones.

4. «El mapa del tiempo» - Félix J. Palma

Esta novela es la primera de una trilogía que mezcla la ficción histórica con elementos de ciencia ficción y policíacos. Ambientada en la España del siglo XIX y en Londres, «El mapa del tiempo» sigue varias historias entrelazadas, una de las cuales implica un audaz atraco y el robo del propio tiempo. Los personajes de la novela navegan por un mundo en el que el crimen y el robo tienen tanto que ver con el hurto de momentos y oportunidades como con la riqueza material. La imaginación narrativa y la riqueza de detalles de Palma crean un relato absorbente que cautiva la imaginación del lector.

5. «La piel del tambor» - Arturo Pérez-Reverte

Un apasionante thriller policíaco ambientado en Sevilla y protagonizado por un hacker que irrumpe en el sistema informático del Vaticano para alertar sobre una iglesia en peligro. La trama se complica con elementos de robo, ya que se roban secretos y se cometen delitos para proteger o exponer la verdad. Pérez-Reverte, conocido por sus intrincadas tramas y su profundo conocimiento de la historia de España, elabora una narración en la que el robo ocupa un lugar central en el desarrollo del misterio, haciendo de este libro una lectura atractiva para los aficionados a la novela negra.

Servicio de cerrajería 24/7 cerca de mí: Su héroe de seguridad en la vida real

Hablando de cerrajeros, ¿sabías que muchos ofrecen servicio las 24 horas del día, los 7 días de la semana? Así es, al igual que los ladrones de estos libros que trabajan a todas horas, los cerrajeros están listos para ayudarte en cualquier momento. Tanto si te quedas fuera de casa a las 2 de la madrugada como si necesitas mejorar la seguridad de tu hogar después de leer estas emocionantes historias, un cerrajero profesional está a una llamada de distancia.

Así que ahí lo tienes: cinco fantásticos libros sobre ladrones que te mantendrán entretenido e incluso te enseñarán un par de cosas sobre seguridad. Recuerda que, aunque es divertido leer sobre atracos y estafas, en la vida real es mucho mejor estar en el lado correcto de la ley. Y si alguna vez te encuentras en un aprieto con tus cerraduras, no intentes sacar el cerebro criminal que llevas dentro. En lugar de eso, busca un «cerrajero cerca de mí» y deja que se encarguen los profesionales. Al fin y al cabo, ellos son los verdaderos expertos en abrir cerraduras de forma legal y ética.

Feliz lectura, y mantente a salvo. Y recuerda, la próxima vez que estés atrapado en una emocionante novela de atracos a las 3 de la mañana y de repente te des cuenta de que has perdido las llaves, siempre hay un cerrajero dispuesto a acudir en tu rescate. Puede que no tengan el glamour de un ladrón de ficción, pero son los verdaderos héroes cuando estás en la puerta de casa en pijama.

 

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20 de marzo de 2021
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A  cara  limpia

 

Es curioso que Suiza, un país del que no teníamos queja, haya prohibido el uso público de algunas variantes del velo islámico. Más allá de consideraciones piadosas, aplaudo que esta civilizada federación de cantones a la que en una famosa película, El tercer hombre, se le achacaba la irrelevancia de haber solo inventado en 500 años de democracia y paz el reloj de cuco, tome una decisión política de este calibre mientras el universo entero se ve obligado -cada vez que salimos de casa- a taparse la cara. Que la cara es el espejo del alma lo dijo Cicerón, y lo refrendó el refrán; ambos tenían razón. ¿Se imaginan ustedes entablar relaciones con almas que llevasen el 70% oculto? Solo pensarlo asusta. Siempre me han parecido más amenos los rostros al desnudo: las mujeres sin velos y los hombres sin barba poblada. Por eso mismo me gusta que ellas y ellos no tengan pelos en la lengua, pero que si llega el momento se suelten la melena. Y de repente un día, hace un año, se acabó este ir por las calles a cara descubierta. Aprensivo al principio, he sido luego, como la mayoría, un cumplidor sufrido de la prudente medida, arrostrando el picor, el vaho en los lentes, el lagrimeo, el moqueo, e incluso un cierto brote de acné senil en una tez que se había mantenido bastante limpia.  Aunque también reconozco que una cara tapada puede esconder un mundo que, al desvelarse, fascine. ¡Hay tantos misterios guardados al otro lado del espejo! La cosa es que esta decisión suiza tomada tras un referéndum con corto margen de síes puede dar ideas a los tantísimos noes que andan dispersos por la cristiandad. Estos días de aniversario y marchas he estado pensando. No en quienes reniegan de la mascarilla por razones quiméricas, sino en las musulmanas de velo involuntario y burka que, de poder hacerlo, muchas se quitarían.

 

 

 

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18 de marzo de 2021
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El Boomeran(g)
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