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A  cara  limpia

Por 18 de marzo de 2021 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

 

Es curioso que Suiza, un país del que no teníamos queja, haya prohibido el uso público de algunas variantes del velo islámico. Más allá de consideraciones piadosas, aplaudo que esta civilizada federación de cantones a la que en una famosa película, El tercer hombre, se le achacaba la irrelevancia de haber solo inventado en 500 años de democracia y paz el reloj de cuco, tome una decisión política de este calibre mientras el universo entero se ve obligado -cada vez que salimos de casa- a taparse la cara. Que la cara es el espejo del alma lo dijo Cicerón, y lo refrendó el refrán; ambos tenían razón. ¿Se imaginan ustedes entablar relaciones con almas que llevasen el 70% oculto? Solo pensarlo asusta. Siempre me han parecido más amenos los rostros al desnudo: las mujeres sin velos y los hombres sin barba poblada. Por eso mismo me gusta que ellas y ellos no tengan pelos en la lengua, pero que si llega el momento se suelten la melena. Y de repente un día, hace un año, se acabó este ir por las calles a cara descubierta. Aprensivo al principio, he sido luego, como la mayoría, un cumplidor sufrido de la prudente medida, arrostrando el picor, el vaho en los lentes, el lagrimeo, el moqueo, e incluso un cierto brote de acné senil en una tez que se había mantenido bastante limpia.  Aunque también reconozco que una cara tapada puede esconder un mundo que, al desvelarse, fascine. ¡Hay tantos misterios guardados al otro lado del espejo! La cosa es que esta decisión suiza tomada tras un referéndum con corto margen de síes puede dar ideas a los tantísimos noes que andan dispersos por la cristiandad. Estos días de aniversario y marchas he estado pensando. No en quienes reniegan de la mascarilla por razones quiméricas, sino en las musulmanas de velo involuntario y burka que, de poder hacerlo, muchas se quitarían.

 

 

 

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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