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De nuevo sobre la problemática “ciencia del hombre”

Decimos: “el hombre es uno de los resultados de la evolución natural”. Si además añadimos: “no hay variables exteriores a la naturaleza que hayan intervenido en la emergencia del hombre”, entonces parece lícito afirmar: “el hombre es un mero ser natural”. Sin duda a lo largo de la historia se han avanzado hipótesis contrarias a esta reducción, y ello en base a inquietudes espirituales de elevadísima profundidad. Pero simplemente tales hipótesis no pueden entrar en juego cuando el marco de discusión es el científico. La ciencia, no lo olvidemos, tiene emblema en la física, y lo que da nombre a esta, su objetivo no es otro que la naturaleza (physis).

En base a la premisa de que el hombre es un ser meramente natural, en el radar de la ciencia (que tiene como objetivo explorar la naturaleza y hacerla inteligible) estaría el espectro del hombre. Y sin embargo es la propia ciencia, o al menos la reflexión sobre sus presupuestos de base, la que hace que surjan escrúpulos sobre el proyecto de una ciencia del hombre. Por ello vengo señalando que la naturalización del hombre (su reducción a potencial objeto de la ciencia natural) es algo problemático.

Tan indiscutible como que se da en el ser humano la disposición que caracteriza al espíritu científico, es el hecho de que la misma se inscribe en un marco previo: el hombre habla y entre las manifestaciones de la facultad de hablar se halla como un caso particular el hablar científicamente. Simplemente, la ciencia es un producto del lenguaje. Primero está el hablar y eventualmente este hablar llega a ser hablar como un matemático o en hablar como un científico. Y separo ambos aspectos en razón de que, aunque las descripciones de la ciencia se hayan revelado indisociables de la matemática, la esta última se da con independencia de la física, es decir, con independencia de la disciplina que es modelo mismo de la ciencia. Grandes civilizaciones en las cuales no se daba una concepción de la naturaleza que posibilitara la ciencia física, sí se daba ya un profundo conocimiento matemático. Se diría que la matemática (como barrunta Platón en el diálogo Menón) es mayormente inherente a las estructuras elementales del lenguaje que la ciencia de la naturaleza (habrá ocasión de retornar sobre este asunto).

Pero si el hablar que objetiviza aquello de lo que trata, el hablar que da cuenta de la la naturaleza, es sólo un modalidad del hablar, ¿cómo podría dar cuenta del ser que habla, del ser cuya propiedad singular es el hablar? Sostener que cabe dar cuenta científica del ser que habla, supone (explícita o implícitamente) dejar de considerar que la ciencia es un decir y que lo resaltado por la ciencia es algo dicho. Siendo anterior al decir, lo natural deviene vida, código, y en fin lenguaje.

Tenemos sin duda certeza de ser animales, y asimismo certeza de que hablamos. Pero no podremos nunca tener certeza alguna del origen del lenguaje, por razones que ya en su día puso de relieve el padre de la lingüística Ferdinand de Saussure, y que aquí he retomado desde un ángulo diferente que cabe expresar así: la ciencia sólo podría dar cuenta del lenguaje situándose ella misma fuera del lenguaje.

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21 de mayo de 2021
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Escribir desde una casa abandonada

Se dan pocas experiencias más vibrantes que la de descubrir que un escritor o una escritora ha (d)escrito exactamente uno de nuestros pensamientos o sensaciones. Gracias a ese doble ejercicio, el de la escritura y el de la lectura, damos forma a una realidad cuando adquiere sentido a través de la palabra. De nuevo la metáfora del espejo: escritura como reflejo de lectura, y al revés. Mireia Calafell (Barcelona, 1980) –poeta, gestora cultural y comisaria del festival Barcelona Poesia, que justo esta semana ha cerrado su última edición– se lee y se escribe a la vez en sus poemas. Necesita la palabra manifestada para dotarse de un cuerpo, una encarnación que se produce al escuchar su propia voz, que se dirige a ella misma desde la segunda persona. Entonces, una vez conquistado el cuerpo y el yo, es el momento de abandonarlo, porque es capaz de verlo desde fuera: “És senzill, esgarrifosament senzill, / abandonar el teu cos i a poc a poc ja no necesitar-lo. / També això succeeix amb els meus versos.” (Es sencillo, estremecedoramente sencillo, / abandonar tu cuerpo y poco a poco ya no necesitarlo. / También eso sucede con mis versos.)

La distancia o abandono de Mireia Calafell es un ejercicio de desdramatización y de humildad, un deseo de relativizar la importancia del ser que habla en un mundo cada vez más contaminado, más violento, más cubierto de plástico y de sangre. El desencanto hallado en los propios sentimientos dota de una gran fuerza a sus imágenes. La vida no es sólo un sinsentido porque la voz poética sufre la ausencia o el abandono de la persona amada o la frustración de cualquier ilusión, lo es porque todo ese dolor se confunde y se diluye en un contexto de horror asimilado que niega cualquier posibilidad de serenidad. La esperanza, como la pureza, son mitos clásicos que hay que desenmascarar.

En una poesía que se esfuerza por deshacer los mitos, el amor romántico es tal vez el más vapuleado, pero también lo son las expectativas y fantasías en las que se ha basado durante mucho tiempo la educación recibida. El dolor propio se mezcla con el colectivo, con el sinsentido de una realidad percibida que ya es incapaz de crear un entorno seguro para nadie: “Les nits sense dormir fins que abandones i l’empasses, / un got d’aigua mig buit i la pastilla, i encara un no pot ser, / fes el favor i dorm, dorm ja per tu mateixa, dorm ara i no exageris / que mentre fas voltes al llit un home està plorant perquè s’ofega / i el mar és fosc i dens, i és fred, i atura ja els sanglots sota la manta” (Las noches sin dormir hasta que abandonas y la tragas / un vaso de agua medio vacío y la pastilla, y todavía un no puede ser, / haz el favor y duerme, duerme ya por ti misma, duerme ahora y no exageres / que mientras das vueltas en la cama un hombre está llorando porque se ahoga / y el mar es oscuro y denso, y es frío, y detén ya los sollozos bajo la manta”).

Desmitificar es una manera de aprender a ver cuando ya no puede evitarse la punzada de la decepción. El insomnio como la lucidez anómala que imposibilita el sueño, físico y metafórico. Sin embargo, todavía es posible el consuelo de entender la frustración para integrarla como se acepta una cicatriz. En algunas ocasiones, la voz poética se esfuerza por aprender a vivir a través de la imitación, que es una estrategia muy extendida, aceptada y estudiada como modelo cognitivo. No obstante, no siempre funciona, por lo que el deseo de comprender empuja a la búsqueda de la autenticidad, de la pieza que encaje aunque acabe mostrando una imagen que no siempre satisface. Se acepta la tentación de la dicha, el juego de la felicidad, pero siendo conscientes del autoengaño que comportan. Y siempre es más fácil creer que lo vivido fue bello una vez pasado, porque el amor en los poemas de Mireia Calafell es un sentimiento desencantado que quiere reconfortarse en el recuerdo, o, dicho de otro modo, un desencanto amoroso que busca consuelo en la memoria porque, como ya escribió Machado, lo importante era sentir la espina.

En su ejercicio de renombrar, para representar el mundo en su dureza y a la persona que lo habita en su desconcierto, la reflexión y la indagación sobre la propia escritura están muy presentes. Desde el título de su último libro, Nosaltres, qui –publicado por LaBreu Edicions en pleno confinamiento y con el que ganó el Premi Mallorca de poesía 2019– hace que nos cuestionemos quién es ese “nosotros” y su significado. Entrar en un poema, nos dice, es como adentrarse en una casa abandonada hace tiempo y enfrentarse al ejercicio de reconocer los objetos y estorbos que allí se han ido acumulando y que, aunque casi los hemos olvidado, explican nuestra historia minuciosamente: “S’escriu des d’una casa abandonada / on un dia vas viure. S’escriu per tornar-hi, / per poder tornar-hi com aquel tren de l’avi. / Perquè algú com tu m’ajudi a entrar-hi” ("Se escribe desde una casa abandonada / donde un día viviste. Se escribe para volver, / para poder volver como aquel tren del abuelo. / Para que alguien como tú me ayude a entrar.")

Efectivamente, leer los poemas de Mireia Calafell es como habitar en una estancia no del todo cómoda, donde se percibe un poco de corriente de aire, un ruido tenue pero agudo; donde, sin embargo, al llegar, nos sentimos como en casa y pensamos que en pocos sitios podríamos tener tal protección.

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20 de mayo de 2021
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Sin batalla

Guerras de religión, guerras de ideología, guerras por territorios usurpados, o segregados, guerras de orgullo; terrorismo, racismo, violencia machista. Cuánta, cuánta guerra. Hay sin embargo una sin bandos oponentes, sin bombas ni desfiles. Y sin victorias. Es nuestra guerra peor, y la contaba el pasado domingo en este periódico, en forma de diario, un joven maliense de 25 años, Moussa, que la sufrió. No vamos a decir que su relato fuese original. Salió de Mauritania a primeros de abril en un cayuco con 63 ocupantes, pero sólo él y dos más sobrevivieron al cabo de 22 días de travesía. Los tratantes en carne humana eran descritos en crudo, pero la trama ya sabida le quita al crimen suspense. ¿Crimen?

Se trata de una guerra sin precedentes históricos en los últimos cien años; el pequeño criminal está identificado, pero no se le encuentra, como disculpándole de que busque solo dinero y no gloria racial o militar. Así que dos continentes, Europa y África, y sus mares, están llenos de criminales de guerra sueltos, y el lugar soñado por sus víctimas, Europa, no les impide actuar: no los persigue en sus guaridas, no destruye sus embarcaciones letales, no los juzga ni los condena, demasiado ocupada en los frentes internos. Execrable.

Europa carece de sentido si no acaba con el asesinato a mansalva a manos de unas mafias o de un alto interés geopolítico. ¿Difícil? Nunca se ha dicho que extirpar el crimen sea tarea fácil. Más urgente que ayudar económica y sanitariamente a los países que exportan a sus jóvenes como mercancía es decir la verdad; decirlo todo, incluso lo terrible, por su nombre. Cuánta, cuánta guerra es el título de la gran novela bélica y lírica de Mercè Rodoreda en la que, según escribe en el prólogo la autora catalana, “batalla, lo que se dice batalla, no hay ninguna”. Tampoco ahora las hay abiertamente en la migración. Y se sigue matando.

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20 de mayo de 2021
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Todo viaje hacia fuera es un viaje hacia adentro y todo viaje hacia adentro es un viaje hacia fuera

Es un placer releer este libro en edición bilingüe, magníficamente editado y traducido, y que contiene cinco obras de Henry Michaux, tres de ellas fundamentales, a saber: La noche se agita, Lejano interior y Plume. La escritura de Michaux supone un revulsivo contra la literatura fácil y acomodaticia de nuestros días, y es una lástima que esté tan olvidado, habría que decir tan arrasado, por la literatura de consumo y la escritura-basura. Una situación que en nuestro país está adquiriendo niveles de una vulgaridad y una zafiedad alarmantes y contra la que nadie parece dispuesto a hacer nada.

Nacido en la antes muy sombría ciudad belga de Namur en 1899, Michaux pasó buena parte de su vida viajando por el mundo y por el interior de sí mismo, consciente de que todo viaje hacia fuera es un viaje hacia adentro y todo viaje hacia adentro es un viaje hacia fuera. En los años sesenta y setenta del siglo pasado alcanzó cierta notoriedad, incluso en España, debido a sus experiencias con las drogas más que a la deslumbrante riqueza de su escritura. A Huxley y a Jünger les pasó casi lo mismo.

Michaux fue un precursor, y tanto en La noche se agita como en Plume el lector hallará procedimientos que posteriormente van a aparecer en más de una novela existencialista y en el Nouveau roman, y que suponen un enfrentamiento radical a la literatura convencional de todas las épocas.

La historia de Plume empieza de la siguiente manera: “Al sacar las manos fuera de la cama, Plume se sorprendió de no encontrar paredes”. Podría ser una definición de la literatura de Michaux: una literatura sin paredes, ni exteriores ni interiores, una literatura abierta a las estepas del mundo y las estepas del alma, exhaustiva en su denuncia del dolor personal y colectivo, afincada en los vértices más puntiagudos de la conciencia, salvaje, culta, oscuramente redentora, claramente innovadora y siempre dispuesta a denunciar las omisiones y mentiras del humanismo clásico. “Uno nunca acaba de conquistar su propia humanidad”, dijo en una ocasión en contra de los que se llenan la boca con las presuntas excelencias del hombre y omiten sus abominaciones para aligerar la conciencia y digerir mejor lo indigerible: nuestro lejano interior.

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19 de mayo de 2021
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¿Con quién andas?

No es en absoluto fácil distinguir a un imbécil de un malvado. Uno de los modos más eficaces de proceder a la distinción es observar con quién se trata el personaje

No es en absoluto fácil distinguir a un imbécil de un malvado. Cierto: lo más abundante es el malvado que además es un imbécil, pero lo interesante es que a veces puede uno pensar de alguien que es un malvado, que hay que andarse con ojo y a poder ser esquivarlo, cuando en realidad se trata de un simple tontazo. La distinción es relevante porque el malvado hace maldades dolorosas, en tanto que el imbécil, aunque por pura estupidez pueda causar daño, también da risa.

De modo que es prudente aprender a distinguir. Uno de los modos más eficaces de proceder a la distinción es observar con quién se trata el personaje. Si sólo se asocia con idiotas, no hay peligro o no suele haberlo. El malvado prefiere la compañía de gente inteligente, si se deja. El malvado los usa en su beneficio y luego los humilla, los hiere, los arruina y los elimina. Por esta razón hay que fijarse mucho y en política perdonar sólo a los bobitos.

Un ejemplo. Los franquistas de la inmediata posguerra eran casi todos ellos muy malvados. Fusilaban, desterraban, censuraban, encarcelaban, reprimían. Con el tiempo se les fueron debilitando las fuerzas mentales y acabaron por ser simplemente una masa de idiotas que ni siquiera distinguía a la gente valiosa de la que no valía una higa. Por esta razón cometían errores ridículos. Censuraban las novelas de Vargas Llosa, cortaban películas de Ford o metían en la cárcel a estudiantes inocuos. Eran el hazmerreír de Europa.

Y así como las compañías son excelente señal para distinguir entre malvado y necio, la segunda señal es aún más certera: todo aquel que hace el ridículo suele ser un idiota. Ni siquiera tiene entidad para ser malvado. Aplicado a la política, permite entender mejor el acoso a Cercas y Trapiello.

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18 de mayo de 2021
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Desordenada

Parece una tontería ponerme a escribir sobre esto, pero todos tenemos ciertas manías, más inútiles que carismáticas, cuando leemos. Evitaré extenderme demasiado.

Confieso que omito páginas de la lectura que me incumbe. A menudo, dejo de leer y salto a otro capítulo para luego volver a atrás y deleitarme con lo que me he perdido. Otras, hago un ajuste transversal y me entero de todo rápidamente, así puedo saltar sin problemas. Entiendo que será un defecto de universitaria con demasiadas prisas, aunque no se lo he visto hacer a otros. Otra manía: no me gusta, pero me sitúo en la última página y me obligo a leer la última palabra. Achino los ojos y evito leer el resto de la frase. No hace falta que diga que acabo leyendo la frase por completo; a veces, incluso, la página entera. Un autosabotaje en toda regla.

Otros dejan constancia del número de páginas leídas día tras día, en aplicaciones como Goodreads, o se apuntan a retos lectores Leer treinta libros en un año, ¿lo conseguirás? y eso para mí es imperdonable.

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17 de mayo de 2021
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Palabrotas

Se va notando una progresiva aceptación social, una progresiva asunción de normalidad en el empleo de expresiones que por su carácter coloquial, malsonante o vulgar quedaban restringidas a espacios familiares o de compadreo y no a espacios de impacto público como la televisión. Los individuos que las pronuncian, que las profieren, futbolistas, modelos, actores, cantantes, no saben que están creando un hito en la historia de la lengua y de la comunicación, ya que son palabras que siempre han utilizado y, de hecho, no conocen los sinónimos propios de personas bien educadas. La primera familia de palabrotas en aparecer en los medios procede del sector pastoril, del subsector cabrero, y allí está "cabrear", en todos sus tiempos, y "cabreo" como su acción y efecto, una familia de palabras de índole coloquial que va sustituyendo a "enfadar" y “enfado". Luego aparece la malsonante "jodido", como acción y efecto de “joder” en su segunda, tercera, quinta, sexta y séptima acepción, sustituyendo a “fastidiado" y a “fastidiar", extrañas, chirriantes, en el almacén de léxico de esas agrupaciones profesionales. Y ahora, aún tímidamente, asoma la cabecita el vulgarismo "follar" en su cuarta, certera, definitiva y diría que única acepción válida, la de practicar el coito. Hay que reconocer que los influyentes, gracias a la permisividad que se les otorga, se han convertido en verdaderos creadores, en nuevos artífices de la lengua, ya que no hay que olvidar que estas palabras están ahí, perfectamente sancionadas por el diccionario de la Academia, pero son ellos, futbolistas, modelos, actores, cantantes, los que les están dando carta de naturaleza. Benditos sean.

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16 de mayo de 2021

Oberon, Titania and Puck with Fairies Dancing c.1786 William Blake. Tate.org.uk

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Bailar la conga

Durante el confinamiento, después de los aplausos a los sanitarios, se quedaban algunos vecinos a charlar de balcón a balcón. Yo los observaba igual que a actores de teatro. Con qué fruición pronunciaban los adjetivos o adornaban sus exclamaciones con los brazos, tanto mujeres con batas de forro polar como hombres con camisetas imperio. Se les veía a gusto, parloteando con la olla al fuego o el mando de la tele en la mano, con tal ansia de hablarse en persona que olvidaban el pudor de ventilar sus intimidades.

Pensé en ellos cuando la masa se volvió a meter en una lata de sardinas para celebrar el fin del estado de alarma. El predecible efecto sacacorchos se concretaba en una exhibición de euforia al recuperar la libertad de movimiento a través de tipos y tipas muy ufanos de representar la imprudencia. No tardaron en llegar los lamentos de quienes profetizaron que la pandemia nos haría mejores. Según los pensadores que han analizado su impacto, esta nos dejará una buena cicatriz en algún rincón del ser, el público y el privado, porque una crisis mortal nos ha pasado por encima, colapsando el mundo. No obstante, el espíritu extrovertido, espoleado por el hartazgo, se apresura a celebrar. Lo que sea. Y a bailar la conga, fundiéndose entre la multitud, ese existir mediante los otros.

Empiezan a recuperarse las tertulias de café, las partidas de mus y el té con pastas en las ciudades de provincias. Los primos, sobrinos y cuñados ya pueden derramar juntos el cava sobre el mantel. Pero también se irá rompiendo una de las pocas costumbres benévolas que nos dejó todo esto: cenar a las ocho y media, regresar a las once y empezar de nuevo la noche. Volverán las dobles filas, los abrazos falsos y los besos mojados. Socializaremos más, aunque no olvidaremos que durante un año apenas hemos tenido ganas de hablar con cuatro gatos, los mismos que nos han curado con su voz alguna noche de perros. Con ellos hemos compartido una intimidad que no se pliega a ningún toque de queda, sí, los grandes afectos han salido fortalecidos de esta media soledad. “¿Imaginas si al terminar la reclusión obligada todo volviera a ser como antes, cegados por la socialidad perdida, y no pudiéramos quedarnos con la atención recuperada?”, reflexiona Remedios Zafra en Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura (Anagrama), además de intuir el apabullamiento de miles de tareas minúsculas sobre las aceras recalentadas. Es un temor fundado: nuevos pastores excitan a su aborregada multitud en nombre de una falsa libertad.

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14 de mayo de 2021
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El pensamiento quiere saber de sí mismo

“Kaì ’éstin… nóesis noéseos noéseos” (“Y es un pensamiento del pensamiento del pensamiento” Aristóteles sobre el motor del cosmos)

Pese a los logros en la exploración y descripción, los científicos aceptan la perplejidad en la que siguen inmersos cuando se trata del cerebro humano, empezando por su origen, es decir, por las condiciones de posibilidad y necesidad de su aparición.

El intento de salir de la misma ha conducido a proyectos como el llamado Brain Initiative, apoyado en 2013 por el presidente Obama y que se presenta como el equivalente en el campo de las neurociencias de lo que el proyecto genoma humano ha sido en el campo de la genética. Una de las almas del mismo, el neuro-biólogo Rafael Yuste (universidad de Columbia y DIPC- Donostia International Physics Center) apuesta a que pronto la tecnología permitirá hacer un mapa del estado de nuestro cerebro, no sólo de lo que estamos percibiendo en acto, sino también de lo que estamos deseando o temiendo. El método es holístico, es decir, la intervención en las partes exige tener un trazado del Todo. El todo ni más ni menos que del cerebro…de ahí las exigencias deontológicas, que obligan a extremar las precaución, al menos en el contexto de la investigación académica: se empieza por penetrar en el cerebro de los animales para ver las causas de eventuales deficiencias en el comportamiento de los mismos, pero la finalidad es llegar a hacerlo en el de los humanos, entre otras cosas para intentar entender mecanismos como el Parkinson o el Alzheimer. Sin duda las máximas que motivan no siempre son tan encomiables. Yuste no ha dejado de poner en guardia sobre las posibles consecuencias negativas: utilización por grupos o estados a los que poco importa la medicina o el conocimiento, pues su objetivo es llegar a manipular el cerebro de los ciudadanos.

Si se piensa que en un cerebro humano en ocasiones están actuando simultáneamente alrededor de 90000 millones de neuronas, se entiende lo titánico del esfuerzo que exige quizás mayor colaboración interdisciplinar que la necesaria para establecer un mapa del universo. Así los neurólogos se apoyan hoy en la nano-tecnología, pero obviamente también en la ingeniería genética, la inteligencia artificial y otras disciplinas. La modalidad de funcionamiento sináptico que opera en el cerebro de los animales superiores posibilita que se den cosas tan prodigiosas como la percepción sensorial, y en el caso del animal humano, se añade el pensamiento racional. Y si una máquina como el “transistor de sinapsis”( a la que en otro momento hago referencia) fuera capaz de emular el funcionamiento del cerebro, estaría cercana la perspectiva de considerar que hemos dado lugar a entes que se nos aproximan. Sin embargo en lo esencial la perplejidad aún perdura.

Rafael Yuste admite que uno de los retos es llegar a saber lo que es un pensamiento. Cree que si se llega a saber cómo se forja un pensamiento se entenderá quizás qué es el cerebro humano. O sea: se admite que en el pensamiento reside esa misteriosa clave de nuestro ser que ya obsesionaba a Platón. La hipótesis es que el pensamiento (y con ello las emociones que en el hombre están vehiculadas por ideas, así el amor o el odio) es una propiedad emergente de las propiedades de las neuronas funcionando simultáneamente. Pero esta afirmación nos conduce a preguntarse qué se entiende por propiedades emergentes, pues veremos que las propiedades emergentes más interesantes, aquellas que John Searle califica como “de segundo orden”, son puestas en tela de juicio por múltiples filósofos, en primer lugar el propio Searle.

En el proyecto Brain se trabaja, como antes decía, con ratones, intentando trazar el mapa completo de su cerebro. Pero es más: no sólo se “lee” en el cerebro del ratón, sino que se “escribe” en el mismo, haciendo que el ratón reaccione a imágenes no presentes como si lo estuvieran. Desde un punto de vista estrictamente científico el recurso a este animal es muy indicado, pues el ratón tiene un alto grado de homología genética con el humano, así que todo lo que sepamos del cerebro del ratón tiene muchas probabilidades de ser útil con vistas al conocimiento de nuestro propio cerebro. Pero desde luego el conjunto de información así obtenida no bastará para explicar el comportamiento humano, y ello no sólo porque hay variables en el cerebro humano no presentes en el del ratón, sino también porque estas otras variables impregnan las que sí tenemos en común, perturbando hasta la deformación lo que de ellas cabe esperar. Una de estas variables es obviamente la facultad de lenguaje, que tiene un soporte genético pero que no se explica exclusivamente por la genética, es decir, no es posible objetivizarla plenamente, o sea, reducirla a objeto de ciencia.

Ya en 2009 el equipo de Svante Pääbo indujo en un ratón la mutación del gen FXP2 que se ha vinculado al lenguaje, con el resultado de que se alargaron las dendritas en algunas de las regiones de su cerebro y sobre todo que su vocalización empezó a emitir sonidos mayormente parecidos al llanto de los niños, de lo cual cabía extraer que en el pequeño animal se había dado una aproximación a las condiciones genéticas de posibilidad de las imágenes acústicas del lenguaje. ¿Significa ello que el ratón se había aproximado a la dimensión semántica del lenguaje? Sería osado aventurarlo. Ni ese ratón genéticamente modificado ni el chimpancé ni el bonobo hablan, aunque sean introducidos en un medio social en el que opera el lenguaje humano, mientras que el humano (salvo el caso de infortunada deficiencia) sólo dejará de hablar si se le excluye de tal medio, así el caso de los llamados niños salvajes.

La pregunta es reiterativa: ¿el mapa de variables que explican, por ejemplo, las deficiencias en el cerebro animal que son generadoras de una enfermedad, ¿es cualitativamente coincidente con el mapa de las variables que explican la deficiencia en el caso de los humanos? Y en general, el mapa total del cerebro humano ¿sólo varía en relación al ratón de la misma manera que el de este lo hace en relación al chimpancé? O aún: ¿la diferencia entre hombre y ratón o chimpancé es del mismo tipo que la que se da entre estos últimos? Y en definitiva ¿es el cerebro humano el cerebro de una animal entre otros animales?

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14 de mayo de 2021
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Dos caballeros

En los días en que Francisco Brines está por recibir de manos reales el premio Cervantes, muere su antiguo vecino de portal madrileño Caballero Bonald, que lo tuvo en 2012. Creo haber leído todos los libros del escritor jerezano, pero vuelvo al saber su muerte, como a un imán, al último, Examen de ingenios (2017), obra maestra de la prosa memorial peninsular, equiparable en agudeza y gracia narrativa a Españoles de tres mundos de Juan Ramón, a los Retratos contemporáneos de Gómez de la Serna, Los encuentros de Vicente Aleixandre, los Homenots de Pla o el Otoño en Madrid hacia 1950 de Juan Benet.

Los hallazgos verbales, las ocurrencias, la peripecia breve y exacta, los vislumbres propios del buen novelista, hacen del centenar de retratos de Caballero Bonald una galería figurativa difícil de olvidar; al autor le sobran palabras para hacernos visible a José Hierro con su “pinta de cabecilla tártaro”, aunque sigue un buen rato al Azorín anciano por la Carrera de San Jerónimo, una “momia andariega” camino de los cines de sesión continua a los que se aficionó tanto el antiguo viajero noventayochista.

Generoso mas poco adulador, Caballero se fija asimismo en Brines, “aparentemente desentendido de todo lo que no atañe a su probidad”, y el valenciano probo es visto (¿desde la ventana colindante?) como alguien que “a lo más que ha llegado en el terreno práctico es a saber consultar una guía telefónica o un reloj, y aun así nunca ha logrado llegar a tiempo a ningún sitio”. El humor acerado, alguna vez hiriente, es un don perceptible en muchas páginas de Examen de ingenios, pero no se vaya a pensar que este es un libro de venganzas o chismes. Caballero no siempre es caballeresco con sus personajes, si bien sabe rendirse ante los que tienen un arte verdadero. Y cómo acierta con Brines, al decir que en su obra “la verdadera poesía ocupa más espacio que el poema”.

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13 de mayo de 2021
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El Boomeran(g)
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