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C’est pas moi!

Existe una literatura tan etérea que resulta imposible recordar pasajes escritos en ella. Paseo por Madrid con una amiga y, de repente, aparece en mis manos Cada día es un árbol que cae de Gabrielle Wittkop. «Lo que mayor regocijo le procura es el análisis del análisis, superado sólo en ocasiones por la refutación y la reconstrucción de sus propios análisis». Diario de viajes y recuerdos de infancia. ¿Cómo se puede narrar con tanta ostentación sobre la India? Termino su lectura en un avión que vuela a Madrid y deja atrás a las Baleares. Están a punto de fundirse en el mar.

Gabrielle Wittkop escribió de manera perturbada. Es así. A sus 20 años, Francia y los nazis eran un mismo lugar, se casó con un desertor alemán, homosexual como ella, y se fue a vivir a Alemania. Un enlace erudito. Cuando llegada a cierta edad lo único que una puede querer es un final tranquilo, a Wittkop le diagnosticaron un cáncer en fase avanzada y se dio muerte para no presenciar ni un atisbo de enfermedad en su cuerpo. Poco tiempo después, su secretaria encontró el manuscrito. Nunca se lo había dejado leer.

La de Wittkop siempre será una escritura fatal, en el buen sentido del adjetivo, el retrato de un rostro desconcertado, la pureza de una huida hacia delante. La maldición de quedarse dormido y encima tener que soñar. Hippolyte c´est pas moi. Una trenza y un paisaje verde. Pronunciación germana y algunos pocos buenos amigos. «No hay confesión que se escape con más ligereza que la del amor que no se siente».

Aquí va una lección para toda una vida: los miopes sabemos verlo todo.

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20 de abril de 2021
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Insensatos

El linchamiento de Javier Cercas lo hemos hecho posible los españoles. Somos nosotros, además de los fanáticos de TV-3, quienes lo hemos calumniado y buscado su destrucción

Por fortuna, todo el periodismo, incluso el más mercenario o sumiso, ha defendido a Javier Cercas. Tengo para mí que no le hacía falta. Sabe defenderse solo. Sin embargo, la unanimidad ha venido al pelo para poner de manifiesto algunos detalles.

El más abyecto es que el lugar donde se perpetró la calumnia contra el escritor fue la televisión pública catalana, un organismo que pagamos todos los españoles por medio de las transferencias a la Generalitat. El linchamiento de Cercas lo hemos hecho posible los españoles. Somos nosotros, además de los fanáticos de TV-3, quienes lo hemos calumniado y buscado su destrucción.

El segundo detalle es que esta vileza ha puesto de manifiesto el fondo oculto de los nacionalistas catalanes. Sabemos que son los continuadores del carlismo ochocentista, pero en su puesta al día han asimilado los procedimientos mendaces y criminógenos del franquismo. El fondo fascistoide de buena parte del supremacismo catalán ha destacado de tal manera que ya ningún equidistante o alma bella puede seguir equiparando el separatismo totalitario catalán con la democracia española.

Y el tercero y no menos esclarecedor es que los escuadrones del veneno, el odio y la calumnia son socios de los partidos que se llaman a sí mismos “de izquierdas” o “progresistas”. El profesor Félix Ovejero ha escrito un libro luminoso sobre lo que él bautizó como “la izquierda reaccionaria”. En este oxímoron está contenido todo el fracaso de la izquierda española, la que colabora con una derecha (la de siempre en Cataluña y País Vasco) cada vez más proclive al totalitarismo. Puede que algún separatista de los que apoyan a Sánchez vaya de buena fe, pero la mayoría sólo sigue sus instintos más arcaicos. Y se los financiamos.

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20 de abril de 2021
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Abducidos

Los obsesionados con los ovnis, esos que postulan una historia dirigida por los extraterrestres, tienden a pesar que la serpiente del Edén era ya un extraterrestre reptiliano (o al menos su metáfora), lo que convertía a Eva en la primera abducida, y el arrebato de Elías y su ascensión al cielo en un carro de fuego sería claramente el relato de una abducción alienígena (y el carro de fuego un ovni).

Si suponemos que los carros de fuego voladores son naves llegadas de otras dimensiones del universo, la Biblia estaría llena de abducciones y de objetos voladores no identificados.

La misma historia de Moisés estaría repleta de fenómenos extraterrestres. La columna de fuego que guía al pueblo de Israel durante las noches de su huida de Egipto sería naturalmente un ovni, y la nube en la que Moisés sube al monte (Éxodo, 24:18) también. Al igual que sería un artefacto extraterrestre la famosa escalera de Jacob, por la que subían y bajaban alados seres extraterrestres.

Pero acerquémonos a los profetas, donde veremos que los contactos con extraterrestres se multiplican. Acerquémonos, por ejemplo, a Isaías (66:15) y podremos leer: “Porque he aquí que Jehová vendrá con fuego, y sus carros como torbellinos descargarán su ira con furor y castigarán con llamas de fuego.” Obviamente, si leemos el texto bajo el prisma de la ufología, nos hallamos aquí ante algo parecido a La guerra de los Mundos, de de H.G. Wells, con naves extraterrestres por todas partes calcinando a los aterrorizados habitantes de la Tierra.

No menos interesante a ese respecto es el salmo 68 donde podemos leer: “Los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares de millares...” Otra vez La guerra de los mundos, pero a lo bestia y elevada a la enésima potencia.

Aunque si de extraterrestres se trata no podemos olvidar a Ezequiel, uno de los profetas que más me fascina por su imaginación y su vehemencia, pues es él quien dice que vio venir del norte “un viento tempestuoso y una gran nube de fuego envolvente y resplandeciente que cobijaba en su centro algo que parecía de bronce.” Aquí ya nos estamos aproximando más a la mitología extraterrestre de los ovnis, y de hecho el “objeto” mentado por Ezequiel puede de algún modo asimilarse a la imagen que tenemos de los platillos volantes. Muchos ufólogos así lo creen y yo me limito a trasmitir sus asombrosos pensamientos.

También en el nuevo testamento hallaríamos pruebas de abducciones muy a tener en cuenta. La transfiguración sería una abducción, y la visión que tiene Pedro en Los hechos de los apóstoles sería en realidad la de un platillo volante. Leamos: “Le sobrevino un arrebato, y contempló el cielo abierto, y cierta clase de receptáculo que descendía como una gran sábana de lino que era bajada por sus cuatro extremos sobre la tierra; y en ella se veían toda suerte de cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo”. Asombrosamente, aquí el ovni parece al mismo tiempo el arca de Noé, lo cual está muy bien después de todo: en mitología se pueden hacer miles de combinaciones y a menudo funcionan.

Los partidarios de ver la historia como una permanente sucesión de raptos  alienígenas encuentran también en la antigüedad griega muchos casos de abducciones. Todos los raptos llevados a cabo por dioses son claramente abducciones. Puede que no les falte razón: los dioses suelen ser extraterrestres, y toda vez que Zeus se disfrazaba de animal para copular con las mortales se estaba llevando a cabo una abducción extraterrestre, además de un reprobable acto de zoofilia. La pobre Europa fue abducida por Zeus y poseída más allá de las más remotas olas, sin que el padre de los dioses necesitase naves metálicas para desplazarse. Ya veremos que en los últimos tiempos han crecido los relatos que hablan de abducciones sin que medien las naves ni los platillos, al estilo de los griegos y del rapto de Europa.

Si miramos desde ahí la mitología griega, forzoso es reconocer que entre los griegos las abducciones estaban siempre a la vuelta de la esquina, y la Ilíada y la Odisea están por así decirlo saturadas de extraterrestres. De hecho se trataría de epopeyas extraterrestres más que propiamente humanas. Algo que ya se le ha pasado por la cabeza a más de un ufólogo.

En el Partido Republicano de Norteamérica abundan los amantes de los ovnis. ¿Y a quién le extraña? Todo indica que pérfidas mentes alienígenas llevan siglos alterando sus cerebros.

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19 de abril de 2021

Frances MacDormand, en 'Nomadland', de Chloé Zhao.

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Descolgados

 

‘Nomadland’ nos recuerda que cada desastre deja una estela de individuos expulsados del sistema

 

A estas alturas, con la cuarta ola, los árboles de cifras no dejan ver el bosque. Además, a veces oímos y leemos el número de contagios, la tasa de ocupación hospitalaria y el de incidencia acumulada casi con el mismo  automatismo con el que seguimos los partes meteorológicos. Es natural, pues a fin de afrontar los grandes desastres, ya sea en el ámbito íntimo o a nivel gubernamental, hace falta una adaptación excepcional de la mirada. Para enfocar aquello a lo que urge dar respuesta inmediata hay que reducir el campo visual, tal como hacen cuando persiguen a una presa los depredadores, que para eso tienen los ojos juntos al frente de la cabeza. Pero enseguida se necesita una percepción como la de los ciervos, cuyos ojos, dispuestos lateralmente, les permiten sobrevivir gracias a su visión panorámica.

Los desastres tienen ramificaciones complejas, perdurables, no siempre evidentes. Si el consabido aleteo de una mariposa es capaz de provocar una tormenta, ¿qué huracanes, aun cuando ya estemos vacunados, nos zarandearán de resultas de esta pandemia? En la era de la flexibilidad laboral extrema, los jóvenes que accedan a su primer trabajo lo harán en peores condiciones y sin haber solucionado el acceso a la vivienda. Dice con acierto Rebecca Solnit, en Un paraíso en el infierno, que los desastres son identificadores de conexiones. Y en los primeros meses de la crisis sanitaria (re)descubrimos la situación laboral del personal médico, las deficiencias en los geriátricos, el impacto del confinamiento en los aquejados de enfermedades mentales o en casas con algún familiar dependiente, la brecha digital entre alumnos, la mala calidad habitacional de muchas viviendas, etcétera. Los desastres exponen las desigualdades inherentes al orden establecido y exacerban sus efectos. Estaban allí, aunque fuera del campo visual prioritario de la agenda política.

En tiempos aún precovid leí el ensayo Nomadland de Jessica Bruder (traducido recientemente como País nómada). La expresión “ir sobre ruedas” indica que algo marcha bien, pero en este libro lo que rueda son los hogares ambulantes de una generación de estadounidenses expulsados a los márgenes por la crisis financiera de 2008. En autocaravanas y furgonetas cruzan Estados de norte a sur, o de costa a costa, encadenando trabajos temporales. Algunos de ellos preparan las sonrientes cajas de los centros logísticos de Amazon, sirven comida en puestos turísticos o descargan remolacha. La vida en la intemperie les sobrevino por la pérdida de sus ahorros, las deudas contraídas con hipotecas y tarjetas de crédito o el desempleo. Personas sin cobertura en edad de jubilación que siguen batiéndose el cobre a cambio del salario mínimo. También hay quienes desertaron porque les alcanzó un cataclismo —la muerte de un ser querido, una separación, una depresión crónica— sin haber logrado crearse una red de seguridad suficiente para resistir traumas en principio superables. Cada desastre deja una estela de individuos descolgados. A veces regiones enteras. Con el tiempo, los Gobiernos de turno aseguran haberse recuperado del tropiezo. Se apoyan en cifras macroeconómicas de crecimiento observadas con mirada depredadora; esto es, sin ver más allá de un estrecho ángulo de visión, aunque “ser humano significa anhelar algo más que la mera subsistencia. Además de alimento y cobijo, necesitamos esperanza”, concluye Bruder.

Se acaba de estrenar, dirigida por Chloé Zhao, la adaptación cinematográfica de este ensayo. No aparecen mascarillas, reuniones vía pantalla o distanciamiento social, pero parece la película sobre la pandemia filmada antes de la pandemia. Ambientada en 2011, la protagonista, Fern (Frances McDormand), pierde de un tirón a su marido (por enfermedad) y su trabajo y hogar (por la crisis). Cuando cierra la mina que insuflaba vida al pueblo de Empire, todo él desaparece, incluido su código postal. Esta historia real ha quedado congelada en imágenes de Google Maps, con coches aparcados frente a las casas. Y mientras esa explotación minera se desmantelaba, a unos kilómetros de allí abría un colosal centro de distribución de Amazon, el paradigma de la nueva economía digital. El segundo empleador privado del país es también un ejemplo de la denominada paradoja de la innovación, presente en los modelos empresariales de muchas plataformas. En esencia, se trata de copiar los de siglos pasados, en que una gran masa laboral compite en tareas relativamente poco cualificadas, pero ahora al dictado de nuestros clics y los algoritmos. Haciendo de la necesidad virtud, Fern se monta en su furgoneta para salir a campo abierto y mezclarse con nómadas, peregrinos o exiliados de este siglo XXI, dominado por el horizonte laboral de las tres íes: incierto, inestable, inseguro.

A finales de la década pasada el 40% de los jóvenes europeos estaban atrapados en un ciclo de trabajos temporales y mal remunerados. Con la incógnita todavía por desvelar del verdadero alcance económico, social y psicológico que tendrá esta pandemia, el dilema no es el ocurrente “comunismo o libertad”, más aún cuando lo segundo incluye a menudo una puerta giratoria que permite entrar a unos pocos y expulsar a muchos. Toda disyuntiva que presupone un nosotros y un vosotros contiene implícito un sálvese quien pueda y un reguero de personas descolgadas.

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16 de abril de 2021
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Covida

 No es otra forma femenina de Covid sino un tipo de convivencia que he estado practicando desde hace cosa de un año. Llegaron sin darse a conocer, y los primeros días iban con discreción, quizá porque nosotros estábamos entonces a todas horas pegados al televisor y la prensa, con guantes en las manos y antifaz en la cara. Pero fueron ganando confianza, y terreno, hasta que la lascivia, que no sabe callar, les delató. No voy aquí a jactarme de ornitólogo, pero sí me tengo por fisonomista. Una tarde de tedio, después de fijarme mucho, caí en la cuenta de que la pareja era siempre la misma, sin alterne: unos enamorados colombófilos que habían elegido mi terracita como nido okupa; de edad indefinida y sexo indescifrable, aunque procrearon más de una vez en el largo encierro y fueron buenos padres con sus huevecillos. Quizá todas las palomas felices se parecen.

Sus jolgorios ruidosos no eran lo más molesto. Al fin y al cabo uno ha sido también joven, y ha hecho sus pinitos en las onomatopeyas del amor. Pero es que me dejaban la barandilla hecha un asco, cada mañana, pues además de refocilarse a las claras, lo refrendaban con sus secreciones. Así que tomé medidas de expulsión, fracasadas hasta que la dueña de una droguería me aconsejó que me dejara de pinchos, mallas o sprays repelentes: a las palomas les arredra el agua. Mis pequeños lagos artificiales les sorprendieron, es cierto, pero no son tontas: se bebieron el agua y destrozaron los lebrillos de plástico a picotazos. Pensé en Los pájaros de Hitchcock. Y ahora he sabido por el telediario que en la vida real de las personas más castigadas por la pandemia se impone el nesting y el coliving, miserias sociales que en inglés suenan sexy, sin ser otra cosa que estar preso en casa como en un nido y vivir amontonados en el poco espacio que la pobreza impone.

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15 de abril de 2021
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Una conspiración literaria

Escritores y lectores conver­sando sin un fin concreto, ajenos a los caprichos del mercado, construyendo un relato que entra y sale de los libros entre el mundo de ayer y el de hoy. Esta es la imagen con la que identifico el premio Formentor, una especie de sociedad literaria creada en unos tiempos en que intelec­tuales y editores eran todavía escuchados. Carlos Barral, Claude Gallimard y Giulio Einaudi decidieron convocar la primera edición del premio, en 1960, para encontrar al más necesario de los escritores célebres. Deliberaron, y concedieron un ex ­aequo a Borges y Beckett, entregado el año siguiente en aquel paraje semisalvaje, el oasis mediterráneo del hotel Formentor. Se trata del galardón literario más interna­cional que se concede en España, y surge de la iniciativa privada. De la pasión de unos dis­tinguidos bohemios que leían a Rilke en la playa mallorquina, mistificada por sus rocas telúricas y su pino poético, símbolo de fortaleza.

El pasado lunes Formentor se trasladó a Sevilla, y navegó hasta la Cartuja, una isla fluvial situada entre dos brazos del Guadalquivir. Las nubes bajas traían una promesa de neblina que dudaba en esparcirse entre las ráfagas de jazmín y azahar. Ferrer Lerín, miembro del jurado, apreció un cernícalo primilla –al distinguir su cola gris azulada– sobrevolando el hotel Barceló Renacimiento cual guardián de las letras.

La ciudad estaba a punto de aflamencarse para vivir una feria en balcones y aceras, al tiempo que un jurado, ajeno al frufrú de los volantes, deliberaba el ganador de una edición que recupera la itinerancia, y que, con la pandemia, extiende su sentido de conspiración cultural. El argentino César Aria recibirá el galardón en Túnez. Basilio Baltasar, artífice del premio –que cuenta con el mecenazgo de la familia Barceló y Buades–, lo conecta con “cierto espíritu nómada, cuyo origen se remonta a las disputas filosóficas de la Magna Grecia, protegido por ese clima de libertad, agudeza, curiosidad y ecuanimidad que raras veces encontramos en otros lugares”.

Formentor es una anomalía. Exalta la imaginación, la calidad, la crítica y la meditación cultural, en las antípodas de los predicadores que extienden sus alas desde los realities show o los escupideros de las redes. Los intelectuales pintan hoy poco; el poder de influencia corresponde a los medios. Y deberíamos cuestionarnos por qué los pensadores y escritores ocupan un espacio tan marginal en una sociedad que apenas se hace preguntas, envilecida por el ruido de tripas de un pensamiento anoréxico.

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14 de abril de 2021
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¿Qué se debe?

Nos inclinamos a creer que las calumnias políticas y las ‘fake news’ son cosa actual, un invento reciente. Lo cierto es que fue una práctica constante a partir del siglo XVIII

Nos inclinamos a creer que las calumnias políticas y las fake news son cosa actual, un invento reciente. Lo cierto es que fue una práctica constante a partir del siglo XVIII a medida que se adensaba la nueva clase burguesa, centro y diana de todo engaño. Si ahora parece algo nuevo es tan sólo porque ha aparecido un nuevo tipo de ciudadano atontado que se cree las majaderías de internet. No es una práctica nueva, es una clase nueva.

Una de las más hermosas fake news que se pueda estudiar es la que promovió la Encyclopédie Méthodique, enorme producto de colosal influencia en todo Europa. En 1782 publicó un volumen de geografía donde apareció la maldita pregunta: “¿Qué se debe a España? Desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace seis, ¿qué ha hecho por Europa?”. Como es lógico, el texto era un amasijo de calumnias, informes tergiversados, juicios hipócritas y sobre todo falsedades. El problema es que donde más gente lo tomó al pie de la letra fue, naturalmente, en España. A partir de ese momento comienzan las dos greñas, la de los que la odian y la de quienes se creen obligados a defenderla. Así como las damas madrileñas se vistieron de Carmen (la de Mérimée) con perfecta candidez, así también aparecieron los “rancios” (defensores de España) y los “felones” (traidores afrancesados). Los dos bandos iniciaban la divisoria entre ilustrados y castizos, liberales y carlistones, las dos Españas en pugna que se dan de bastonazos hasta el día de hoy con Podemitas y Voxistas. Una plaga.

La historia entera y la aparición del primer diario insumiso español, El Censor, así como la figura sulfúrica de Forner, está en ¿Qué se debe a España?, de Francisco Uzcanga. Se lee mejor que una novela porque el autor es un literato de raza.

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14 de abril de 2021
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Me duele respirar

Álvaro Conrado fue alcanzado por el disparo de un francotirador armado de un fusil Dragunov el mediodía del viernes 20 de abril de 2018, mientras corría llevando de dos botellas de agua que quería entregar a los estudiantes que ocupaban una barricada en las inmediaciones de la Universidad de Ingeniería en Managua.

Recién había cumplido 15 años y correr era una de sus pasiones. Al día siguiente participaría en una competencia colegial en la cual esperaba ganar su cuarta medalla, y la representación de Nicaragua en un certamen centroamericano de pista y campo en Panamá.

Vestía jeans azules, zapatos deportivos, una gorra con el emblema de los Yanquis de Nueva York, y llevaba puesta una chaqueta roja que lo hizo blanco fácil para el francotirador instalado en el techo del Estadio Nacional de Beisbol, que lo cazaba a través de la mira telescópica. El disparo entró por el labio inferior, atravesó el cuello, dañando la laringe y el esófago, y fue a alojarse en el tórax.

Hay un video de 16 segundos del momento en que, tras recibir el disparo, mientras es auxiliado por estudiantes y gente de la calle no deja de decir: “Me duele respirar”. Sentado en el suelo, jadea con dificultad, la chaqueta roja remangada. Alguien parece acercarle una botella de agua. Son segundos demasiado fugaces.

Un desconocido lo llevó en su vehículo al hospital Cruz Azul, a pocas cuadras. En el trayecto, pedía que por favor no lo dejaran dormirse, tenía miedo de no volver a despertar. Se desangraba, y le seguía doliendo respirar.

“En lugar de recibirlo lo que hicieron fue cerrar apresuradamente la puerta”, dice el padre. Entonces, el mismo desconocido lo llevó al hospital Alemán Nicaragüense, donde tampoco quisieron admitirlo. En el hospital Bautista, que es privado, sí lo acogieron. Pero a las dos de la tarde murió en el quirófano.

Llevaba cuarto año de secundaria. Quería estudiar la carrera de derecho, dice su padre. Lo discutían juntos. Y después de sacar su título ya verían de conseguir una beca para un posgrado.

            Su padre se llama también Álvaro Conrado, ingeniero informático, y su madre Liseth Dávila. La familia vive en el barrio Monseñor Lezcano. Luz Marina, la abuela, vive con ellos.  “Cuando se le metía una idea en la cabeza nadie lo hacía cambiar de opinión”, dice la abuela. Y no soportaba las injusticias.

Un verdadero as con la patineta. Sus cabriolas eran preciosas, dice su padre.  Y con sus entrenamientos de atletismo, riguroso. Cuando aún no había cumplido los seis años aprendió a tocar la guitarra. Era amante del rock. También lo atraían los animes.  Soñaba con viajar a Japón.

El jueves 19 de abril del 2018, con las clases suspendidas debido a la rebelión que sacudía el país, se fue al colegio temprano de la mañana para entrenar. Esa tarde le pidió a su padre que le explicara lo que estaba pasando.  Después de escuchar con atención, dijo: “papá, ¿por qué no nos vamos a asomar?” “No, eso es muy peligroso” respondió el padre.  “Vos sos un niño todavía”.

Siguió haciendo preguntas hasta la medianoche. Antes de dormirse, le envió un mensaje a una amiga, que la madre encontró después en el teléfono: “…es Nicaragua, no es cualquier basura. Somos nicaragüenses. Somos uno solo. Contra eso no podrán nunca jamás”.

Al día siguiente se levantó inquieto. Su abuela piensa ahora que su preocupación se debía a que iban a ser ya las nueve y su papá no terminaba de irse al trabajo; lo que quería era salir cuanto antes hacia las barricadas.

“Desayunamos juntos, y eso fue lo último”, dice el padre. “Entonces pasado el mediodía recibo en mi oficina una llamada desde su propio teléfono, y cuál es mi susto cuando esa persona desconocida que lo había recogido me informa que mi hijo está entrando al quirófano del hospital Bautista. Yo corrí al hospital, pero, ya no lo alcancé a verlo vivo”.

            En la casa fue levantado una especie de altar de muertos con sus pertenencias: su último certificado de notas, sus medallas de atletismo, la guitarra en su funda, la patineta de las cabriolas que admiraban a su padre. Su carnet de colegial, sus fotos.

 El artista gráfico Juancho Tijerino le hizo un retrato estilo manga, por eso de que le gustaban los animes. El pelo abundante y revuelto, los ojos diáfanos agrandados tras sus lentes de pasta, el pecho erguido cruzado por la bandera de Nicaragua que flota por encima de su camiseta deportiva, y posado sobre su hombro izquierdo un guardabarranco, el colorido pájaro nacional. Esa figura prendió en las redes y fue impresa en pancartas que navegaron entre las multitudes en las marchas, en camisetas, calcomanías. Hasta que fue prohibida.

 El día en que Álvaro fue asesinado, otros muchachos cayeron también víctimas de los francotiradores, y muchos más seguirían cayendo en los días sucesivos. La cuenta de los muertos por la represión que empezó en ese mes de abril de hace tres años alcanzó más de trescientos.

“Mi hijo hoy cumpliera 18 años y fuera un hombrecito, estaría estudiando en alguna universidad”, dice su padre.

El sol es de incendio sobre Nicaragua en abril. Pero la hierba verde renace de los carbones, dice Ernesto Cardenal.

 

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13 de abril de 2021
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El hombre cuenta (XI): ¿Moralidad legitimada por la ciencia o ciencia como corolario de la moralidad?

Entre los problemas metafísicos por excelencia está aquel al que alude el “Génesis” en uno de los relatos mayormente configuradores de nuestra civilización: la serpiente doblega la prudencia de nuestros primeros ancestros con la promesa de plenitud que resultaría de consumir un fruto de un árbol ubicado junto al de la vida en el centro del Paraíso.

Resulta que la manzana encerraba una promesa de saber, y sabido es Aristóteles, como tantos otros de los grandes del pensamiento y del verbo, erige la exigencia de saber en marca distintiva de nuestra condición. De ahí lo pertinente de recordar (como lo hacía Javier  Echeverría en un libro titulado precisamente Ciencia de Bien y de Mal  Herder Barcelona 2007) que Eva representa el primer arquetipo de quien “prefirió el conocimiento a la sumisión”, o sea,  del filósofo.

Muy antigua es la tradición de enfrentarse a los problemas comunes a todos los hombres (es decir, los que con legitimidad pueden ser tildados de filosóficos), apelando a la modalidad de rigor que caracteriza al método geométrico. Y en tal tradición el libro de Javier Echeverría nos presenta ni más ni menos que  una ciencia del bien y del mal expuesta “more geométrico”. Todos los conceptos que operan en el libro son aquí analizados, justificados y, sobre todo, fertilizados, configurando definiciones, axiomas, postulados, teoremas... en suma: lo que de forma arquetípica,  desde Euclides al menos, se articula como texto matemático-científico. El autor indica que esta exposición  “more geométrico” será posiblemente la parte del libro vivida por el lector como más problemática y hasta “intempestiva”. Y en efecto, la moraleja del castigo y la vergüenza viene a indicar que, tratándose del bien y el mal  conocer, e incluso aspirar a ello, es lo que está esencialmente prohibido

Se computa, describe y prevé el comportamiento del átomo de hidrógeno…pero se desespera de llegar a describir, computar y hacer previsiones respecto del conjunto de variables que permitirían emitir un juicio apodíctico sobre lo moralmente fundado de la decisión del presidente George Bush de comprometer a sus país en el pantano iraquí, embarcándose en una guerra que fue origen de una cadena de desastres que aún perdura. Cabría, en suma, una ciencia de la naturaleza, pero no cabría una ciencia del bien y del mal, ante lo cual algunos se rebelan, ampliando para ello suficientemente el concepto de ciencia, y dialectizando lo que cabe entender por bien y por mal.

Pues bien: hay razones para pensar que el sujeto último de la ética no es susceptible de convertirse en objeto de la ciencia natural, y ello por la razón más general de que es imposible su mera reducción a objeto. Y desde luego, en tal posición se repudia la presentación de la ética como una suerte de aplicación de la disposición científica, afirmando con radicalidad que, en todo caso, más bien se trataría de lo contrario:

La ciencia misma sería  un resultado de la singularísima disposición que se da en el ser humano (y sólo en el ser humano) que cabe tildar de ética, es decir, de subordinación de los lazos con el entorno natural, con los demás humanos y hasta con uno mismo a exigencias que no se hallan determinadas por la darviniana lucha por la subsistencia.

Y digo que la ciencia misma es una prueba de tal disposición, entendiendo por ciencia esa tarea motivada por puras exigencias de inteligibilidad que tantas veces he  reivindicado en estas páginas.

En ocasiones, el ser humano asume la singularidad de su condición, situando la inteligibilidad de sí mismo y del entorno como motor de su comportamiento. Mas si tal comportamiento es un caso específico de actitud ética, entonces la  ética no puede ser una consecuencia más de que la inteligibilidad ha sido alcanzada; la ética no puede ser una modalidad entre otras del saber actualizado, y en definitiva: la disposición que se designa como ética no puede ser objeto de ciencia, porque en la misma reside la condición de posibilidad de la ciencia.

Hay ciencia como consecuencia de que se da esa exigencia de lucidez  que es reflejo de la  disposición general del espíritu que denominamos ética. Cuando Einstein se esfuerza en arrancar al misterio aquello que se conocía como efecto fotoeléctrico (que al poner en entredicho la teoría ondulatoria de la luz, parecía introducir la contradicción en el seno de la física), está sentando una de las mayores revoluciones conceptuales en la historia del pensamiento…sin que haya ningún imperativo práctico que encuentre solución en dicha teoría. Así Einstein accede al Premio Nobel por haber alcanzado a explicar algo (a saber, que la luz en ocasiones funciona como si fuera un conjunto discreto de partículas) que no satisface otra cosa que la exigencia misma de explicación.

Y lo mismo cabe decir de la otra gran teoría einsteniana, la relatividad: la demolición de la tesis del carácter absoluto de tiempo y espacio, no venía a resolver ningún problema acuciante relativo a la subsistencia de los seres humanos ni al adecentamiento del marco en el que transcurren sus vidas. Venía tan sólo a dar satisfacción al deseo de transparencia y de coherencia, arrancando a la física del abismo en el que la había sometido la constatación de que los hechos, los fenómenos, no casaban con el armazón teórico a partir del cual eran interpretados.

Y el argumento se extiende a tantas y tantas teorías científicas que han enriquecido la historia de la humanidad. Cabría por ejemplo decirlo de la teoría cantoriana de los números transfinitos, recordando al respecto la sentencia de Hilbert relativa a que en ella se hallaría en juego “la dignidad misma del espíritu humano". Esta referencia a los valores en un texto matemático resulta poco sorprendente en la perspectiva considerada de que la existencia misma de la ciencia es muestra privilegiada de que se da en el ser humano una disposición ética.

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11 de abril de 2021
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Morada

El morado le sienta bien a la Semana Santa, como el luto a Electra, pero esta vez los colores han estado algo revueltos. Las vírgenes y los jesuses nazarenos, confinados, como nosotros, aunque ellos mostrando sin tapujo las lágrimas y espinas de su dolor a los fieles que iban a visitarles, sin ser exactamente convivientes suyos. Y las procesiones por dentro, que son las más angustiosas, como todos sabemos. También muy triste ver el tambor de Calanda sonando fuerte pero subido a un balcón. Ahora bien, como imagen de la semana me quedo con la del ariete rompiendo una puerta en un piso del centro de Madrid.

Es bueno que la justicia ponga coto a los excesos de la autoridad, y entrar en casa ajena a hachazos sin duda es una manera algo brusca de irrumpir. ¿Irrumpir? ¿No es el deber de la policía interrumpir una violación flagrante de la convivencia y de los horarios establecidos en una grave crisis?  Pero aquí viene el mac guffin de la calle Lagasca, por decirlo al modo del cine negro. Los vecinos sufrientes que llamaron a las fuerzas de seguridad ante el jolgorio y el amontonamiento en la madrugada (ambos prohibidos legalmente), trataban de dormir y cuidar su salud; no permitir el acceso a ese piso estruendoso era una manera de esquivar la denuncia y proseguir el delito, cuya verdadera dimensión era imposible saber a puerta cerrada; dentro había, se supo después, 14 transgresores, un número no desdeñable de los más de 10.000 sancionados y en algunos casos detenidos, por toda España, entre Jueves Santo y Domingo de Resurrección. ¿Piso turístico lleno de 14 infractores? Morada inviolable, dicen otros, tal vez los mismos que dicen que eso dice la ley. Pues que se lo digan al vecino que llevaba cinco noches soportando fiestas en el edificio, y hastiado llamó a la policía. A él y a los demás habitantes pacíficos que estaban, de verdad, pasándolas moradas.

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9 de abril de 2021
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El Boomeran(g)
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