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Libros, trenes y Umberto Eco

 

 

No entiendo el viaje sin una novela. Puedo llevar otros libros, poesía, historia, ensayo, pero la novela está pensada para los viajes. Sobre todo para los viajes en tren. Eso sí, mejor llevar música y cascos aislantes si se pretenden evitar las trascendentes conversaciones que sobre nada se hacen desde los móviles. Nadie hace caso a las recomendaciones o sugerencias de hablar fuera del vagón. Batalla perdida.

Ayer casi pierdo el tren. No tenía una novela que llevarme a mi viaje. No podía soportar la idea de más de dos horas sin ese otro viaje que te ofrece una novela.

Había terminado una emocionante e inteligente novela. No tenía mi equipaje- esa es otras historia- y viajaba desnudo sin mis libros. La novela leída, "Mamá", de Jorge Fernández Díaz, emocionante, inteligente me había dispuesto a seguir con una buena novela.

Fernández Díaz recuerda dos citas que hacen más necesaria esa búsqueda. Una del certero Oscar Wilde: "Los buenos novelistas son muchos más raros que los buenos hijos". La otra cita, de otro de los genios mayores del ingenio y el humor, Chesterton es la que me llevó a salir en búsqueda de una novela concreta por las calles de Albacete. Decía Chesterton: "Lo que me agrada del gran Novelista, que es Dios, son las molestias que se toma por sus personajes secundarios". Y recordé la empezada última novela de Umberto Eco. La más ambiciosa de sus novelas, después de "El nombre de la rosa". Una gran novela llena de humor, cultura, ironías y burlas tan libres e inteligentes como es propio del autor italiano. En su novela, "El cementerio de Praga", hay un excelente personaje central, un viejo, cascarrabias, misógino, inteligente, glotón y culto, el capitán Simonini. Un descreído rodeado de personajes secundarios por los que se toma muchas molestias literarias que le agradecemos.

Me perdonarán mis pequeñas vacaciones que se han debido a otros trabajos, otras fugas, otros refugios, pero tendremos que volver otro día a la gran novela de este escritor, tan sin Dios, tan resistente a las mentiras de la fe, a las mentiras de las religiones, como lo  es su personaje Simonini.

Hablando de la religión, de cualquiera podría ser, aunque esta vez sea de la católica:

"Repiten que su reino no es de este mundo, y ponen la mano encima de todo lo que puedan mangonear. La civilización nunca alcanzará la perfección mientras la última piedra de la última iglesia no caiga sobre el último cura y la tierra quede libre de esa gentuza"

Se reparte  estopa para todos. También para los librepensadores, ateos, judíos, musulmanes o cualquier otra muestra de sometimiento a la fe o sus carencias. Cogí el tren, compré la novela y mi viaje fue un recorrido por los mundos inteligentes de un caballero sin escrúpulos del que me hice amigo para siempre.

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17 de diciembre de 2010
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El planeta de agua

En nuestros días tenemos, al parecer, poco tiempo para los espectros, sea porque nuestra memoria es frágil, o sea porque nos creamos cabalgando un presente desbocado desde el que sería peligroso mirar hacia atrás. Sin embargo, lo queramos o no, los espectros serán siempre nuestros compañeros inseparables. Shakespeare lo advirtió claramente al contarnos que no se podía llegar al fondo de las pasiones humanas sin la compañía de las presencias espectrales: Hamlet con el fantasma de su padre; Lady Hamlet, con los de sus víctimas. Mucho antes, en la Ilíada, Homero, para expresar el dolor de una amistad quebrada por la muerte, hace que Aquiles abrace en vano el espectro de su querido Patroclo, una sombra sin cuerpo llegada del Hades para ser tocada sólo con los sutiles sentidos de la memoria.

Creo que los antiguos griegos tenían, entre otras, esta ventaja sobre nosotros: no esperaban nada del más allá, al contrario de lo que nos enseñó el cristianismo, pero tampoco lo contemplaban con la indiferencia que nos exige el utilitarismo moderno. Su más allá, su Hades, era una patria de sombras que, si bien permanecían ya al margen del magma de la vida, podían ser convocadas por los vivos en forma de recuerdos, de evocaciones, de presentimientos y, por qué no, de emociones que la memoria impulsaba a renacer. Eso en definitiva eran -y son- los espectros que se aparecían en los sueños, en su versión más indómita, o en los propios pensamientos. Los muertos eran necesarios para los vivos y es posible que, en buena medida, la maravillosa imaginación incrustada en los mitos helénicos sea la consecuencia fecundísima de aquella necesidad: el Hades, el lugar de exilio de las sombras humanas, era una suerte de espejos en los que se reflejaban misteriosamente los afanes de los seres vivos.

Se me ocurrió que esto podía ser así, no leyendo a Homero o Shakespeare, sino viendo de nuevo la película de Andrei Tarkoviski Solaris. La primera vez que la vi, hace mucho tiempo, me resultó inquietante pero como detesto las películas de ciencia ficción -salvo2001 Odisea en el espacio y Blade Runner- no di demasiadas vueltas al asunto. Luego, pasados los años, cayó en mis manos el relato de Stalisnaw Lem en el que se había basado, no sin grandes problemas de adaptación, Tarkovski para su película. La narración de Lem es una pequeña obra maestra de la literatura de la espera, en la línea de Kafka o, todavía más, de Beckett. Durante años los astronautas de la estación solar Solaris acechan cualquier indicio que pueda originarse en el planeta del mismo nombre, descubierto, en la ficción, 100 años atrás. El planeta Solaris gravita alrededor de dos soles, uno rojo y otro azul, y está enteramente cubierto por un océano.

A lo largo de la espera los astronautas realizan todo tipo de experimentos para arrancar el secreto del planeta de agua con la misma fascinación con que los viejos racionalistas, reacios a aceptar las prevenciones de los iniciados, querían rasgar el velo que cubría el rostro de la diosa Isis. Solaris es sometido a radiaciones en busca de su materia íntima pero, paradójicamente, lo que acaba aflorando es de índole espiritual. Es verdad que el planeta de agua envía finalmente no sólo mensajes sino "visitantes" que conviven con los solitarios astronautas; sin embargo, estos "visitantes", como el padre de Hamlet para éste o como Patroclo para Aquiles, son conglomerados de recuerdos, culpas o pasiones aparentemente desvanecidas. Son espectros.

Al contemplar por segunda vez la película de Tarkovski me di cuenta de que es precisamente el territorio de las pasiones espectrales el que más interesa al cineasta ruso, quien reconstruye una delicada historia de amor entre el protagonista, Chris Kelvin, y su mujer, Harey, muerta, suicidada, una década antes. Es una extraña historia de amor, de las más singulares que haya ofrecido el cine. Si Hamlet recibe la visita de su padre en las almenas del castillo danés como recordatorio de una venganza incumplida, y Aquiles la de Patroclo en los campos troyanos como testimonio de una amistad que desafía a la muerte, Harey resucita para Kelvin con el propósito de sellar un amor inmortal aunque, desde luego, no inocente pues arrastra tras de sí tanto la dicha como la desdicha. Y así el planeta del agua, Solaris, obsesionantemente espiado durante años por los habitantes de la nave espacial, acaba teniendo una naturaleza sorprendente y turbadora: es algo así como el amplificador de la conciencia humana, que devuelve como vivo lo que erróneamente se considera desaparecido para siempre.

Ésa -no dar miedo, como en las malas películas- es la función de los espectros. Son los mediadores entre la muerte y la vida. Para sus correrías los hombres formularon los mitos y, por supuesto, también el arte que, en última instancia, tiene la misma misión que el planeta de agua: hacer soportable la espera y enviar inesperados huéspedes de vez en cuando.

Es cierto que todo esto se ve más claro en una fecha tan señalada como la del Día de Difuntos. Me acuerdo de que una vez, de niño, le pregunté a mi tía abuela, quien quería que la acompañara al cementerio, para qué servían los muertos, una pregunta, por otro lado, muy propia de nuestro presente. La mujer, fuera porque era medio sorda, fuera porque era realmente hermética, tenía fama de dar respuestas crípticas, algo así como una heredera de la pitonisa de Delfos. Contestó, más o menos: los muertos sirven para que los vivos vivan. Supongo que entonces me sonó a galimatías. ¡Pero tenía razón!

El País, 14/11/2010

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17 de diciembre de 2010
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"La gente me contó muchas cosas"

Los tiempos pinochetistas Arturo Fontaine ha publicado La vida doble, una novela intensa, muy fuerte, que tiene como protagonista a una militante anti-pinochetista. Una novela basada en la realidad, pero que el autor ha conseguido armar a partir de lo que buscan, lo que quieren y lo que consiguen (o no pueden conseguir) los individuos. Una entrevista en Revista Ñ de Horacio Bilbao nos trae las intenciones de Arturo Fontaine y su exitoso regreso a la novela: 

Hay en el origen de esta historia, de su personaje, un par de antecedentes reales de agentes dobles que vivieron una situación similar, ¿cómo los definiría? Hay como mínimo tres casos. Dos mujeres del MIR y un hombre que venía del Partido Comunista y tenía una historia muy parecida. Son personas que no simplemente delatan o dan información sobre sus compañeros, sino que hacen los cursos de inteligencia, y pasan a formar parte de los organismos represivos de manera muy activa y por largo tiempo. Son personas que cobran una nueva identidad, una nueva postura. Está basado en tres historias reales, en cuatro diría. Y también hay mucho de imaginación? ¿Qué le atrajo de estas historias tan crueles, tristes, casi antihumanas? Más que el tema político, me atrajo el trasfondo psicológico. Es una novela psicológica. ¿Qué es lo que hace que una mujer queme todo lo que amó y se de vuelta por completo? Lo que me atrajo fue el enigma. Quién es Lorena, quién es realmente esta mujer. Lo que me mantuvo escribiendo fue el intento de explorar eso, y hasta hoy no logro respondérmelo. La novela está contada desde Estocolmo, una ciudad que dio asilo político a muchos exiliados latinoamericanos? Sí, hay un doble juego allí. Y también hay un guiño hacia el síndrome de Estocolmo. Me pareció que era un buen lugar para contar la historia de vida de una mujer, porque al final es eso. Sus amores, sus decepciones, sus combates políticos, sus miedos. ¿Y hay un juicio suyo sobre esta historia de vida más allá de la novela? Sí, a pesar de que yo intenté que el juicio de esta doble traición lo hiciera ella misma. El autor está fuera, es ella misma la que se culpabiliza, ella misma la que se juzga, la que cuenta su arrepentimiento y sus intentos de reparación. Es un personaje culposo, reflexivo, es una mujer inteligente y sensual que tiene una mirada penetrante sobre ella misma, sobre los demás y sobre todo lo que pasó. Es el ojo a través del cual poder contar la historia. La descripción de los escenarios, métodos y situaciones de tortura es impactante. ¿En qué consistió su investigación? Fue una investigación que llevé yo, y que está plasmada en la bibliografía, que es un poco mi homenaje a la gente que investigó, entrevistó y trabajó para que se conociera la verdad. También yo hice mi parte a través de las entrevistas. Entrevisté a una de estas mujeres que mencionábamos, a militantes, a dirigentes del MIR, y también hablé con los represores que habían estado en estas operaciones. A sus mujeres, hermanos, hijos?  ¿Y cómo logró que los represores le dieran detalles de los métodos de tortura? Tuve la suerte de que la gente, ante la certeza de que esto era una novela, se abría. Y me contaron muchas cosas.  ¿Qué mirada encontró en los militantes del MIR sobre los casos como los de su personaje? Yo diría que mientras hubo simplemente delación, hoy hay una actitud de mucha compasión, sin los juicios severos que hubo al comienzo. Pero otra es la posición en casos como el de mi protagonista, que pasa a ser una agente activa y siente rencor y resentimiento contra ella misma y contra los que la llevaron a esta situación, y lo convierte en odio contra toda lo que ella alguna vez amó. No estuvo a la altura de lo que la militancia le exigía, como si lo estuvo Canelo, que entregó su vida en una operación y ese contraste se repite en la novela. Ella no pudo, no estuvo a la altura?  ¿Desde un punto de vista político, que lo llevó a contar una historia como esta? El punto para mí está en que no hay monstruos etiquetados, malos a tiempo completo, es la situación institucional de impunidad la que hace que surja el monstruo que todos llevamos dentro. Y que se desaten las pulsiones de la violencia y del erotismo de una manera descontrolada. Cuando se retira el Estado de derecho, se potencian estas situaciones. No se trata de los monstruos, ni de que esto sea una pura casualidad, o que sea una situación histórica que no se pueda repetir. Yo creo que hay una lección del valor que tienen ciertas instituciones. Desde un punto de vista político eso es lo que me importa. Parte del sentido es ese, mostrar que el retiro de la democracia genera este tipo de situaciones. No es algo casual.  ¿Y qué aporta esta historia? A mi juicio, imaginar este mundo, aporta algo. Los datos los conocemos todos, sabemos lo que pasó. Pero una cosa son los datos y otra imaginar la vida concreta detrás de estos datos. Imaginar el mundo de los combatientes como el de los represores te hace darte cuenta que, aunque esto ocurra en Chile, también ocurre en otros lugares del mundo y puede volver a ocurrir en la medida que el Estado de derecho se retire. Ese es el valor político de la novela.  Dice que ya sabemos lo que pasó pero, más en Chile que en la Argentina, todavía cuesta juzgar a muchos represores, incluso usted vivió de cerca los cruces en su país a partir de la apertura del Museo de la Memoria? Yo diría que en Chile ha habido un avance lento pero persistente. Hay tres jefes de los servicios de inteligencia presos de por vida. Los juicios han avanzado bastante, y hoy las cosas están mucho más claras. Pero ha sido un proceso lento: primero la verdad, y luego la justicia. Y creo que ahora viene una tercera etapa que tiene que ver con el futuro, con imaginar el porqué, y en este sentido la novela puede que aporte algo.  En la novela plantea la preocupación de que esto pueda repetirse, siendo que la lucha armada ha dejado ya de ser una opción en la mayoría de nuestros países? Eso está en la novela, claro. Por un lado en la crítica a la vida clandestina tal como se da, donde se enturbia el sueño romántico de los guerrilleros producto de la mierda de la represión y todo lo que eso va implicando. Por otro lado está el anhelo de utopía, que es tan humano. Y la visión de la izquierda chilena más dura también aparece en boca de Lorena. Ella critica la transición, tiene una postura bien ácida de lo que ha ocurrido en Chile. Es un ser contradictorio, que va y viene. Pero no es la ideología la que mueve a un joven a entregar su vida a la militancia.   ¿No está menospreciando la cuestión ideológica? No. Para mí, lo que está en el fondo es una fuerza muy grande que tendemos a ignorar. Y es la voluntad de sacrificio por los demás. Esa necesidad de épica está en el ser humano. De repente puede aparecer en Chile un movimiento mapuche de esta naturaleza. Pero la voluntad de entregar la vida de sacrificarse por una causa, está más allá de la ideología, y no va a desaparecer ni con la caída del bloque socialista, ni con el desarrollo tecnológico. Es algo más fuerte que todo aquello y eso es lo que planteo en la novela. Ella reivindica todo el tiempo el derecho a la utopía como algo connatural al ser humano. Y está muy consciente de que eso produjo violencia y le produjo infelicidad, en esa tensión se juega la protagonista de la novela.  Quiero enfocarme sobre la lucha armada, ha escrito, y lo repitió aquí, que es posible volver a un escenario como aquél? Hay un grupo radical Mapuche que tiene conexión con las FARC. Son cosas que en cualquier momento pueden rearmarse, aunque en este momento la lucha armada no parezca una opción. Pero estas cosas van y vienen. En Chile, cuando comenzó el MIR, había democracia. Cuál era el tema, la pobreza, la injusticia, la desigualdad, una democracia postergadora, negociadora, claudicante, con políticos mediocres, con falta de ideales. La aspiración a una sociedad no consumista. Son ideales que pueden reformularse, pueden reaparecer y contagiar a grupos que decida entregarse y entregar su vida de una manera radical. La tentación de las armas es siempre la tentación de producir un cambio radical y rápido en oposición a la prosa de la vida. Esa poesía épica tiene un imán, un magnetismo frente a la lentitud de nuestros procesos democráticos, entonces puede resurgir esta bandera de los cambios rápidos. En este momento parece imposible, inimaginable, y eso está dicho en la novela, quién puede imaginar un mundo como aquel, con la épica de esos protagonistas. Pero yo no estoy seguro de que no se vaya a repetir, más bien tiendo a pensar que puede renacer, en otra modulación, que no sabemos cuál es.  Hay también un cuestionamiento a los líderes, criticados por no estar a la altura o por sacrificar a sus militantes en situaciones suicidas? Esa es una gran discusión política que mi novela plantea varias veces. Y es parte de la explicación que Lorena le pide a sus jefes. Y a los compañeros que la llevaron a esto. Ella llega a la conclusión de que lo que le pidieron y ella se pidió a si misma es una vida casi imposible, inhumana. Le piden que por seguridad saque a su hija y la envíe a La Habana, como mucha gente lo hizo. Ella ese paso no lo da, porque no quiere resignarse a eso y así se abre una fuente de vulnerabilidad en su vida. Hay esa tensión entre vida privada y sujeción a ?la causa? y está ese juicio frente a un proyecto que luego ella considerará descabellado y que conduce a una matanza inútil. Por otra parte está el ejemplo de los héroes, como Canelo, a quien ella siempre admirará. Hay un juicio hacia un proyecto que le parecerá imposible pero también está la admiración.  De cualquier manera, pudo sobrevivir con el peso de la traición en su conciencia, ¿buscando qué? Hay mucho escepticismo en ella pero no puedo explicarlo por completo. Se me escapa algo hasta ahora. Tiene un yo muy estropeado, pero ella quiere se amada, no comprendida. Busca el amor, no el perdón.

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17 de diciembre de 2010
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The Guardian: lo mejor del año

carátula inglesa de la novela Y empezaron a salir las listas de Lo Mejor del Año. Esta es de The Guardian. La lista es de Justine Jordan y la encabeza Freedom de Jonathan Frazen y One day de David Nichols. ¿El único autor castellano mencionado? Santiago Roncagliolo y la traducción de Abril rojo. Otros libros mencionados:

It was a great 12 months for the comic novel, with Howard Jacobson?s uproarious investigation of grief, friendship and British Jewishness, The Finkler Question(Bloomsbury, £18.99), a Man Booker winner that surprised and pleased in equal measure (?) Surely the year?s most pleasurable read and now a Costa contender, Skippy Dies by Paul Murray (Hamish Hamilton, £13.99), charted teenage highs and lows at an Irish boarding school: Patrick Ness called it ? a rare tragicomedy that?s both genuinely tragic and genuinely comedic?. Christopher Tayler applauded Ian McEwan?s ?elegant and surprising? response to global warming in Solar (Jonathan Cape, £13.99): ?instead of applying doom and gloom, he reaches for a lighter, more comic mode than usual?. Meanwhile, Alfred Hickling fell in love with Tiffany Murray?s Diamond Star Halo (Portobello, £12.99), a ?glam-rock Dodie Smith? extravaganza about coming of age in a rural recording studio in the 70s. Moving from Wales to San Francisco, later in the year he found Armistead Maupin back to his ?rapturous best? with Mary Ann in Autumn (Doubleday, £17.99), revisiting the Tales of the City cast 20 years on. Lloyd Jones followed his 2007 hit Mr Pip with a novel that Joanna Briscoe described as ?extraordinary?. Hand Me Down World (John Murray, £14.99), charting a woman?s quest for her child from Africa to Berlin and told through a series of unreliable testimonies, shows that ?Jones is becoming one of the most interesting, honest and thought-provoking novelists working today?. A mother?s journey also features in one of the most internationally acclaimed novels of the year, Israeli author David Grossman?s To the End of the Land (Jonathan Cape, £18.99).  For Michel Faber, it was a German novel that really stood out. Jenny Erpenbeck, he wrote, ?is one of the finest, most exciting authors alive?, and Visitation (Portobello, £10.99), the story of a grand house and its occupants in eastern Germany throughout the 20th century, ?allows us to feel we?ve known real individuals, experienced the slow unfolding of history, and bonded unconditionally with a place?. Blogger Sam Jordison, meanwhile, recommended Johanna Sinisalo?s Birdbrain (Peter Owen, £9.99), a Finnish wilderness thriller that takes its inspiration from Heart of Darkness: it promises ?a sense of lurking horror that will leave you troubled for weeks?. There were compelling debuts on our First Book Award shortlist, including Maile Chapman?s wintry tale of a Finnish sanatorium, Your Presence Is Requested at Suvanto (Jonathan Cape, £12.99), and Ned Beauman?s riotous Boxer, Beetle (Sceptre, £12.99). For our first novels columnist, Catherine Taylor, shortlistee Nadifa Mohamed?s Black Mamba Boy (HarperCollins, £12.99) created ?a compelling account of the refugee experience? out of the raw material of her father?s epic, unlikely journey from Somalia to postwar Hull. She also acclaimed Amy Sackville?s The Still Point (Portobello, £12.99), recent winner of the John Llewellyn Rhys prize, which contrasts an early polar expedition with the present day. ? Thriller columnist John O?Connell recommended Peter Temple?s Truth(Quercus, £7.99), a thwarted murder investigation set in Melbourne, as ?an unflinching examination of the way money buys power?, along with Stuart Neville?s Collusion (Harvill Secker, £12.99), a tale of dirty politics in post-ceasefire Belfast. For Steven Poole, Robert Littell?s The Stalin Epigram (Duckworth, £16.99), which follows turbulent poet Osip Mandelstam into the Lubyanka, was a ?masterclass? of paranoia. Maya Jaggi was impressed by Red April by Santiago Roncagliolo (Atlantic, £12.99), since named one of Granta?s Best Young Spanish-Language Novelists, which uses the serial-killer genre to lift the lid on Peru?s bloody recent history. Crime columnist Laura Wilson was an early fan of Belinda Bauer?s debut Blacklands (Corgi, £7.99), told from a child?s point of view, which went on to win the Crime Writers? Association Gold Dagger; she also recommended Zoë Ferraris?s City of Veils (Little, Brown, £11.99), a murder mystery set in Jeddah. Well-written horror novels are a rare breed: Eric Brown applauded Joe Hill?s Horns (Gollancz, £9.99), in which supernatural devilry and all-too-human evil mingle in smalltown America. Meanwhile, blogger Damien G Walter enjoyed the literary fantasy of the year, finding in China Miéville?s Kraken (Pan, £7.99), a tale of cops and apocalypse in an alternative London, ?a prodigious imagination letting rip?. Turning to short stories, Alex Clark called Yiyun Li?s second collection,Gold Boy, Emerald Girl (Fourth Estate, £16.99), which explores the changes in Chinese culture and society, ?hugely impressive?. Amy Bloom?s sharp eye was cast on American family life (Where the God of Love Hangs Out, Granta, £10.99), and Helen Simpson?s on the global betrayals of climate-change apathy and the personal privations of middle age (In-Flight Entertainment, Jonathan Cape, £14.99). Hermione Lee acclaimed Colm Tóibín?s collection The Empty Family (Viking, £17.99), stories of ?yearning, exile and regret? that range from 1970s Barcelona to troubled present-day Ireland. Finally, Steven Poole was entranced by Padgett Powell?s The Interrogative Mood (Profile, £9.99), a novel composed entirely of questions, from ??Are your emotions pure?? to ?Do you have any friends?? to ?Are you for or against canals, in principle?? ?Is this the most bloody-mindedly brilliant new work of fiction I have read this year?? he wondered. If Freedom seems too predictable a literary gift, why not take a chance on this?

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16 de diciembre de 2010
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Lo normal es fracasar

No se puede pedir las peras de la paz a un olmo que siempre ha dado guerra. Ya se puede decir con todas las letras: Obama ha fracasado. Su agenda de paz para israelíes y palestinos, cuidadosamente calculada, ha saltado por los aires. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no ha sido capaz de aceptar la última y más generosa oferta estadounidense, que solo pretendía comprar tiempo para la negociación, apenas 90 días más de congelación de la construcción en las colonias, a cambio de una flota entera de bombarderos invisibles y garantías de apoyo en los organismos internacionales para evitar el reconocimiento del Estado palestino. Si esta derecha extrema israelí rechaza los regalos de su aliado y amigo norteamericano, porque no puede ceder ni siquiera unos meses en su impulso expansivo sobre territorio palestino, podemos imaginar fácilmente cuál será su actitud ante las cuestiones sustanciales.

Durante 22 meses los negociadores norteamericanos habían preparado las negociaciones directas que debían conducir a la paz y a la creación del Estado palestino. Obama nombró a George Mitchell, un auténtico experto en negociaciones difíciles, como enviado especial para sentar a los israelíes y a los palestinos frente a frente. Preparó primero el terreno ante la opinión árabe y musulmana. Activó la idea, también impulsada por Bush, de los dos Estados viviendo en paz y seguridad uno al lado del otro y obligó a adoptarla a Netanyahu. Puso en marcha las negociaciones indirectas o de proximidad en preparación de las definitivas. Finalmente, exigió, y éste es el punto donde se ha producido la avería, que Israel congelara toda construcción en las colonias en territorio palestino, cosa que Netanyahu aceptó durante diez meses, con la salvedad de Jerusalén Este y de ciertas construcciones ya en marcha, donde no hubo forma de conseguir congelación alguna. Que Obama haya fracasado no significa que haya fracasado para siempre. Pero sí que deberá rehacer ahora todos sus planes. Hillary Clinton ha levantado acta en un solemne discurso pronunciado este pasado viernes en Washington, donde ha expresado su ?profunda frustración?. El discurso se decanta suavemente, obligada por la intransigencia israelí, hacia el lado palestino. Reitera el rechazo de Washington a la construcción ilegal sobre territorio palestino, posición ?que no ha cambiado y no cambiará?. Y rechaza una Palestina meramente económica, sin Estado soberano, que es exactamente adonde quisiera llegar Netanyahu. La mayor de las paradojas es la velocidad con que la Autoridad Palestina está avanzando en la dirección de crear el Estado palestino, algo que el primer ministro Salam Fayad quiere conseguir en agosto de 2011. El incremento de la seguridad, el funcionamiento de los servicios a la población y el crecimiento económico han conducido al Banco Mundial a señalar que la Autoridad está ?bien posicionada para el establecimiento del Estado en un próximo futuro?. Mientras Palestina avanza, Israel retrocede y se aísla. Uruguay, Argentina y Brasil acaban de reconocer el Estado palestino. Un grupo de 26 ex primeros ministros y altos cargos europeos de primerísimo nivel, entre los que se encuentran Helmut Schmidt, Felipe González y Javier Solana, ha pedido a la Unión Europea que posponga toda mejora en las relaciones con Israel en tanto no se produzca la congelación en la construcción de los asentamientos. El enviado especial Mitchell intenta esta semana reavivar una nueva tanda de negociaciones indirectas. Por más que se esfuerce, es evidente que la agenda ha quedado vacía. Para Netanyahu se trata de seguir impávido a ser posible hasta la campaña presidencial norteamericana de 2012. Para los palestinos es el momento de buscar el reconocimiento de su Estado en Naciones Unidas, ya que no ha sido posible en la mesa de negociación. Obama tendrá toda la presión encima para cortarles el paso, utilizando si hace falta el veto en el Consejo de Seguridad. Pero los palestinos presionarán con un último cartucho: disolver la Autoridad Palestina y exigir a Israel que se haga responsable de Gaza y Cisjordania. Será el momento que el ministro de Defensa, Ehud Barak, ha definido con un dilema: si no hay dos Estados, entonces habrá uno solo, israelí pero con apartheid. Nadie en Israel, ni los demócratas, puede imaginar un Estado binacional en el que todos los ciudadanos, israelíes y palestinos, sean iguales y los partidos árabes terminen siendo los mayoritarios por puras razones demográficas. La derecha israelí está feliz con el fracaso de Obama, pero los israelíes necesitan el Estado palestino para asegurar el futuro del suyo.

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16 de diciembre de 2010
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El colapso de la social democracia (I): el imperio de lo que cabe hacer

Cuando  se consumó el anunciado desmoronamiento de la Unión Soviética,  la reacción general fue a la vez de  estupor (¿quién podría suponer que un formidable imperio cuyo  ejército  había vencido al nazismo, se rendiría sin disparar prácticamente un sólo tiro?) y de aprobación, ya fuera por lo que  precipitación de los acontecimientos tenía de espectáculo gratuito, ya fuera por la propaganda imparable que predecía una   universal era de libertad.

 Sin duda en el bloque soviético, la permanente amenaza que suponía la guerra fría, la renuncia a la universalización del sistema socialista, el nihilismo respecto a las propias posibilidades de competir (en coexistencia pacífica) con un sistema  cuya esencia es la competencia, habían tenido como resultado la canalización de las energías hacia el control paranoico de la población. Interna y externamente fue inevitable que el proyecto comunista quedara identificado al de un sistema policíaco e inoperante, o incluso policíaco por inoperante. Sin embargo, mientras  se derrumbaba el muro de Berlín, una persona en mi entorno se atrevió a avanzar esta inquietante frase: "Quizás todo esto sea efectivamente bueno para los trabajadores de Moscú o de Berlín Este, está por ver si lo será para los  trabajadores de Lyon o de Hamburgo. Pues bien,  lo que entonces estaba por ver se ha ido viendo poco a poco, y pasados ya veinte años el asunto está sentenciado: para los trabajadores de Lyon de Hamburgo, o de Barcelona... el desmoronamiento de la Unión Soviética ha sido simplemente una catástrofe.

Pues sin contrapunto en un bloque socialista, sin el  polo dialéctico que dificultaba la libre realización de sus tendencias, el sistema de mercado se ha convertido en un angosto camino en el que mientras das pruebas de vigor serás tolerado, pero si desfalleces, serás aparcado en los arcenes. El taxista que trabajaba 35 horas trabaja hoy sin rechistar 50, y el empleado parisino autorizado por ley  a una formación complementaria en actividades no necesariamente vinculadas a su profesión, y que podían eventualmente responder a exigencias cognoscitivas o creativas,  sólo puede hoy responder con un sarcasmo al que  le evoque  reivindicaciones de ese tipo.

Entre tanto, sectores de la población que en Lyon votaban al Partido Comunista hoy votan a políticos filo-lepenistas,  y aquellos obreros de Flandes que mantenían alianza de intereses con los de Walonia y se manifestaban en función de los mismos, hoy pueblan  las filas del partido ultra-nacionalista ganador de las elecciones y proclaman que los males de su país se deben fundamentalmente a la unión con los poco competitivos (y en consecuencia, para ellos poco recomendables) walones.

 Todo esto obviamente no ha ocurrido por azar. Y desde luego no se trata de una historia de malos y buenos. Se trata más bien del Mal, sustantivo y casi sujeto, cuando mínimo substrato, y que se  recrea en múltiples epifanías. Ese  mal por el que la energía  antes   encaminada a la protesta es  hoy sofocada, o-lo que es peor- derivada hacia el resentimiento.

Estoy en efecto diciendo que la situación actual no tiene otra perspectiva que la acentuación del  enajenamiento de capas mayoritarias de la población, la progresiva usura de sus derechos y la canalización de su inevitable desazón hacia el desprecio del considerado en situación de mayor debilidad. Se trata en suma de que no es viable que el sistema de mercado se auto-regule a través de leyes con contenido social; no es viable que se eviten las situaciones extremas (como lo que suponían esos cuatrocientos veinte euros cuya supresión el mando exigió al gobierno español); no es viable, en suma, el proyecto de la socialdemocracia.

La socialdemocracia funcionaba en Suecia, en la Alemania  de Schmidt, y hasta parcialmente en los Estados Unidos de Johnson, en razón de que  la ley pura del mercado era imposible: su aceptación hubiera generado un tremendo movimiento de resistencia, inmediatamente utilizado por el bloque socialista. Se daba así la circunstancia de que "el estado era a la vez el protector y el regulador de la economía y de los mercados, de suerte que la distribución de los ingresos no se hiciera siempre en detrimento de las capas más desfavorecidas de la población"; se daba entonces, en suma, esa intervención  en  la economía capitalista no siempre conforme a la lógica del capitalismo mismo que constituye la esencia de la socialdemocracia.

La cita que precede es de G. Corm, ex-ministro de finanzas del Líbano y defensor de un grado de intervencionismo, para el cual simplemente no se dan las condiciones sociales de posibilidad. Pues una política efectivamente socialdemócrata no es cuestión que decidan libremente  unos cuantos más o menos poderosos. Es algo que constituye para el sistema capitalista un mal menor,  sólo  viable cuando hay riesgo de mal absoluto, cuando  el sistema de mercado tiene poderosísimo contrapunto, susceptible de provocar  su derrota. 

En el mismo artículo, publicado en varios países, el citado  G. Corm,  se pregunta: " ¿No sería hora, pues de abandonar discusiones estériles sobre el diálogo de  religiones y civilizaciones ...?¿No sería hora de abordar de forma inteligente y matizada los problemas reales de millones de parados...de campesinos desarraigados... de inmigrantes pobres a los que se ha tentado con el paraíso y que mueren en la travesía del Mediterráneo"

Ingenua interrogación, desde luego, en quien evoca a Hegel, y a otros grandes de la tradición ilustrada, Marx incluido. Viene a pedirle al señor Zapatero, es un ejemplo, que  se deje de monsergas sobre la convergencia de civilizaciones y aplique el programa de intervencionismo socialdemócrata con el que se presentó a las elecciones. Pues bien:

Si el señor Zapatero abandonara sus sermones biempensantes (cosa efectivamente hoy poco relevante, ante la brutalidad de los hechos, los cuales determinan su política efectiva) sería para consagrarse  con mayor atención a obedecer, es decir, a aplicar la sentencia evangélica (aquí varias veces evocada) según la cual "al que tiene le será dado y al que no tiene le será arrancado". Obediencia que le granjeará sin duda la crítica de los parados (de larga o corta  duración), pero los elogios del señor Sarkozy, quien recientemente lo puso (a la par que a la señora Merkel), como ejemplo de político responsable, es decir, "sea de izquierdas o derechas", político que, sabiendo lo que cabe hacer, no se le ocurre hacer lo que no cabe.

 El imperio de lo que cabe hacer,  rapiña  del débil, es sin embargo vigoroso fertilizante  para la simiente del mercado: "han de morir los niños y... ha de crecer la hierba".

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16 de diciembre de 2010
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Mecenas

 

Cuando estudiaba en la regia e imperial universidad de Olmütz, decidí que escribiría mi autobiografía –llegado el momento, que imaginaba muy lejano–, con un estilo semejante al de Marco Aurelio, el emperador romano que murió en Viena. Yo tenía dieciséis años y rebosaba heroicos pensamientos. También disparates. Con todo, poseía cierto sentido de la proporción y enseguida vi que donde Marco Aurelio ponía: “De mi abuelo Vero, la bondad…”, yo tendría que poner: “De mi abuelo materno, el conde Karl Zichy de Zich, ministro austrohúngaro de la Guerra y el Interior, caballero magiar…” Imposible, me decía, el corsé marcoaureliano no es de mi talla.

Años más tarde, recordé aquellas preocupaciones y dudas de plumífero adolescente. Y me indigné. Tenía veintidós años y aún no había hecho ninguna heroicidad merecedora de fama. En mi diario sólo tenía apuntados algunos duelos sensacionales y un ramillete de aventuras galantes. No aguardé un instante más. Esa noche salí de Berlín y dejé atrás mi juventud. El sol del día siguiente me vio galopar hacia mi destino en la guerra de España. Y un año después, a la vista de Madrid, que íbamos a conquistar y luego ni siquiera nos aproximamos, anoté en mi diario de campaña: “La gloria es la decepción más embriagadora de todas las vanidades humanas”. Me gustaba la frase, era equívoca y vistosa. Pero lo que yo tenía decidido desde que asistí al impresionante entierro de Beethoven en Viena, era cultivar un músico famoso, como mi abuelo, que crió a Beethoven en nuestro castillo hasta que un día se le escapó.

Mi bisabuelo fue gobernador de las provincias costeras del imperio austrohúngaro. Hizo construir el puerto franco de Trieste y reunió en un gran emporio comercial, con franquicias aduaneras, el puerto y todos sus contornos. Luego, en nombre de la emperatriz Maria Theresia, promulgó un Edicto de Tolerancia que daba libertad de culto, negociación y posesión de bienes. Entonces, acudieron a la nueva Trieste gentes de todas partes del imperio y aún de fuera de él: italianos, serbios, croatas, prusianos, eslovenos, moravos, hebreos y griegos. Y se formó la gran ciudad cosmopolita y portuaria de Trieste que arrebató a Venecia, para siempre jamás, la supremacía comercial en el mar Adriático. Nosotros somos antivenecianos: ¿se conoció algún mecenas veneciano? Claro que no. Esa gente ramplona no puede comprender la delicadeza de esta ciencia.

Mi tío abuelo Moritz, que había estudiado con Mozart y era un virtuoso pianista, hizo traer en barco, desde Londres al nuevo puerto franco de Trieste, un magnífico pianoforte fabricado por John Broadwood.  Luego ordenó que lo transportaran en carro de caballos hasta Viena. Además, dispuso una escolta para el valioso instrumento y lo protegió de los asaltadores de caminos y aduaneros. De ese modo, puso en manos de Beethoven aquel pianoforte, que era el único de su clase en toda Austria, y que ahora ha vuelto a mi propiedad.

Beethoven llegó en diciembre de 1792 a nuestro palacio de Viena. Nos lo presentó Haydn, que era visitante asiduo y daba clases a mi abuela. En aquella época, Beethoven tenía veintidós años, era bajete, feo, renegrido y malencarado, y demostró enseguida que era el mejor improvisador al piano que jamás se vio en Viena, incluído Mozart.

Mi abuelo lo introdujo en las casas de la nobleza y le animó a escribir música. Porque Beethoven recibía clases de contrapunto de Haydn y otros maestros, pero aún no había compuesto nada. Todos decían que, si aquellas improvisaciones pasaran al papel, el resultado sería grandioso. En nuestro palacio de Viena, escribió y estrenó sus primeros tríos y otras muchas obras. Al principio, vivía en el ático, luego tuvo su apartamento en la planta baja y, al final, vivía como huésped distinguido en la planta noble, con el resto de la familia. Mi abuelo le señaló además una pensión de seiscientos florines para que no tuviera preocupaciones dinerarias y se dedicara a su arte. 

Beethoven también solía pasar temporadas en nuestro castillo de Grätz, donde se portaba como un oso. Vagaba a grandes zancadas por el parque durante horas. Siempre iba sin sombrero; ya podía llover, tronar o granizar. Asustaba a la servidumbre con sus brusquedades, entonaba melodías a grandes voces y marcaba el compás a patadas y manotazos. A veces, se encerraba en su habitación durante días, sin decir una palabra ni relacionarse con nadie. Sólo se oía su conversación obstinada con el piano.

Un día de septiembre de 1806, fueron invitados a cenar en el castillo unos oficiales franceses. Beethoven había sido admirador entusiasta de Napoleón y le dedicó varias obras. Pero, el día que Napoleón se autocoronó emperador, en mayo de 1804, Beethoven pasó a detestarlo como si fuera su enemigo personal. Esa temporada andaba especialmente malhumorado a causa del fracaso de su ópera Leonora. La crítica fue mala, los entendidos calificaban la música de ineficaz y reiterativa. Y algunos se atrevieron a sugerir a mi abuelo que obligara a Beethoven a efectuar unos cambios eliminando la pesadez del primer acto. Así que tuvo que quitar un aria con coro, un dueto cómico y un trío cómico. Se ve que Leonora les parecía poco seria. Encima, la soprano Anna Milder se negó a cantar el adagio de la gran aria. Durante la velada con los franceses, mi abuelo le ordenó que tocara el piano. Beethoven se negó y mi abuelo se puso furioso. Estalló una terrible tormenta, los relámpagos rasgaban el cielo ceñudo. Beethoven agarró sus partituras y salió del castillo, hecho una fiera en medio de la tempestad. 

Bajo una gran tromba de agua y todos los relámpagos de Silesia, con su mazo de partituras bajo el brazo y corriendo como un bandolero, llegó a Troppau y tomó la diligencia para Viena. La gran ópera que estaba componiendo en memoria de la bella Kunigunde, la reina de Bohemia, quedó destrozada por el agua. Una pena. “Al menos me dedicó la Quinta” decía mi abuelo.

También la bella Kunigunde residió en nuestro castillo de Grätz hace algunos siglos. ¿Acaso han tenido los venecianos jamás algo parecido? Ella era viuda del rey Ottokar II de Bohemia, muerto en la batalla, y se casó con Zawisch, el enemigo de su difunto. Zawisch era un cabecilla de la dinastía de los witigonios, que poseían Bohemia Meridional y se resistían al señorío del rey Ottokar II. Al casarse con la bella Kunigunde, Zawish se convirtió también en padrastro y preceptor del recién coronado rey Wenzel II de Bohemia. Cuando se hizo mayor, Wenzell II acusó a Zawish de ambicionar para sí la corona y le hizo cortar la cabeza ante la muralla de Hluboka. La historia era magnífica para una ópera. Y aunque Beethoven andaba entonces inseguro y desanimado por la mala recepción de su Leonora, habría compuesto una gran obra, pero a Kunigunde se la llevó el agua. 

La relación de mi abuelo con Mozart era distinta. Tenían la misma edad y lo que de verdad compartían sus almas era la pasión por el juego. El viaje que hicieron juntos, de abril a junio de 1789, desde Viena hasta Berlín, con estancias y conciertos en Praga, Dresden, Leipzig y Postdam, fue a causa de haberse hecho creer el uno al otro que tendrían una buena racha. Pero no la tuvieron. Además, los conciertos de Dresden y Leipzig, dados con el objetivo de que Mozart consiguiera dinero fresco para poder seguir jugando, fueron un fracaso taquillero porque se montaron sin previo aviso. La presentación al rey de Prusia, Federico Guillermo II, tampoco fue provechosa para Mozart porque apenas le encargó un par de cuartetos. Lo que sí sucedió fue que Mozart jugó con mi abuelo y perdió. Al cabo del viaje pagó una buena parte, pero aún le dejó a deber más de mil cuatrocientos florines. Y cuando se murió Mozart, mi abuelo se quedó con su ajuar.

Yo, en cambio, algo he aprendido de la delicada ciencia del mecenazgo y a Liszt nunca le he dicho que cambie una semicorchea. Y le he regalado el pianoforte Broadwood y la máscara mortuoria de Beethoven. Y respecto al dinero, hemos decidido que no eche a perder nuestra amistad, y es Liszt quien me paga el sastre y las chucherías.

 


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16 de diciembre de 2010
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El síndrome de la cucarachita Martina

El dinero vino en un sobre blanco, traído hasta la puerta por una agencia -alternativa e ilegal- de distribución de remesas. Lo acompañaba una carta del tío que se fue hace treinta años hacia New Jersey y nunca más volvió. “Úsenlo para celebrar la Navidad”, decía con su letra estilizada y concluía la nota con un breve “bye“. La señora cerró la puerta aún sin creer que el pariente emigrado les hubiera mandado aquellos 50 salvadores dólares por fin de año. Llamó a gritos al hijo y a la nuera, mientras la gran pregunta comenzaba a cobrar forma en su mente: “¿Qué me compraré?” Primero pensaron en reparar el techo que se filtra con cada aguacero, pero al quitarle el 20 % de impuesto del USD en Cuba, no quedó suficiente para los materiales. Otra posibilidad era invertir en sacar la licencia de una cafetería para vender jugos en el portal de la casa. El hijo de la señora la convenció rápidamente de que no, pues las ganancias de tal labor por cuenta propia demorarían en llegar y ellos estaban urgidos de dinero cuanto antes. Le recordó que su esposa pariría en tres semanas y que la prioridad eran los pañales desechables para el bebé. Sin embargo, la dueña de la casa se negó a convertir todo en Pampers, pudiendo con el pequeño capital reparar el motor de la lavadora, roto desde hace años. “Además, yo necesito un par de zapatos, porque me da pena seguir yendo al trabajo así”, sentenció la ya malhumorada mujer. El tío -en la distancia- era ajeno a la agitación que su remesa estaba causando. Estuvieron el resto de la semana discutiendo qué hacer con los 40 pesos convertibles que les dieron como cambio en el banco. La querella tomó por momentos tintes agresivos, cuando la hija que no vivía en la casa se apareció para reclamar la parte que le tocaba a ella. Ninguno se planteó en serio cumplir con lo que el familiar exiliado había deseado: que adquirieran unos turrones, una botella de sidra y un pedazo de cerdo para Noche Buena. Al amanecer de un sábado de diciembre, la taza de baño apareció tupida. Buscaron un plomero que cobró 38 CUC por repararla y cambiar un trozo de tubería. La propia vida había establecido así sus prioridades de gastos. La mujer se sentó entonces en el sillón de la sala y volvió a preguntarse qué se compraría, ahora, con los 2 CUC restantes.

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15 de diciembre de 2010
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¿Qué le pasa a José María Aznar?

Es muy difícil que quien ha tenido todo el poder pueda acostumbrarse a no tener ninguno. Y sin embargo, es la regla de la alternancia en democracia. Sirve para los gobiernos, del nivel que sea, y para los partidos. Dejar el poder en paz con uno mismo y con el mundo es más difícil que alcanzarlo. Y más difícil todavía es mantenerse luego en una distancia discreta y prudente de quienes tienen la obligación de ejercerlo o de aspirar a hacerlo. Los países de larga tradición democrática suelen codificar los comportamientos de quienes han ocupado el poder y no volverán a ocuparlo nunca más. No sucede lo mismo con las democracias todavía jóvenes donde a veces nos topamos con que quienes han dejado el poder nos dan lamentables espectáculos de una gran incomodidad incluso con sus propios conmilitones. El artículo que José María Aznar acaba de publicar en The Wall Street Journal, y que Abc ha traducido al castellano, es la muestra redonda de un ex presidente que no ha sabido apartarse del camino ni acomodarse al nuevo papel que le ha asignado la vida. Ni respecto a su partido, ni respecto al Gobierno de España y a su presidente que, quiera o no, es su Gobierno y su presidente. Haría bien Aznar en seguir el ejemplo de su amigo George W. Bush, modelo de discreción, generosidad y elegancia, tanto en relación al presidente Obama como respecto a su partido y sus candidatos.

No le falta razón a Aznar en el diagnóstico sobre la situación de España, que es lo que ocupa el primer tercio del artículo y se resume en su interrogación: ?¿cómo es posible que en sólo unos años mi país haya pasado de ser el ?milagro económico? de Europa a convertirse en su ?problema económico???. Pero no tiene ninguna duda luego cuando se inventa el momento en que todo se echó a perder, que fue la llegada de Zapatero a La Moncloa. Como si él no tuviera nada que ver ni con un modelo de crecimiento económico muy anterior a 2004 ni con la deriva política cainita que se instaló en la política española con su mayoría absoluta. Como si todo empezara a rodar mal desde el momento en que su mano provindecial soltó el timón. Es llanamente mentira que esta fecha de 2004 significara el abandono del ?proceso modernizador que la sociedad inició hace más de 30 años?. Es una trola inventada para lectores anglosajones que Zapatero ?rechazó el acuerdo plasmado en la Constitución de 1978 y rompió la estructura del Estado?. Cuando escribe que ?diferentes regiones del país se enfrentaron unas a otras?, debiera reivindicar su esfuerzos personales y de partido para atizar el enfrentamiento, incluso cuando estaba en La Moncloa, organizando una guerra por el agua entre los territorios turísticos donde se estaba construyendo innecesariamente y a mansalva y los territorios que la necesitan para la agricultura y las zonas urbanas ya existentes. Sin contar luego con el boicot del cava o la recogida de firmas para realizar un referéndum ilegal contra el estatuto catalán. Tiene gracia que Aznar critique ?las intervenciones arbitrarias del Gobierno en la vida empresarial, con un desprecio flagrante por las reglas de juego, incluso las europeas?. Sus privatizaciones de empresas públicas sirvieron para crear una estructura empresarial partidista al servicio del partido del Gobierno. Su intervencionismo en las guerras televisivas y del fútbol, con trasgresión de legislación europea incluida, ha sido uno de los episodios más vergonzosos de interferencia gubernamental en el libre mercado, en abierta contradicción con las supuestas ideas liberales que predica. Pocos gobernantes han hecho más que José María Aznar por dividir primero a los españoles y luego a los europeos. Recordemos su carta de apoyo a Bush y contra la vieja Europa, identificada con Francia y Alemania, en vísperas de la guerra de Irak (publicada, como este artículo, en el mismo diario conservador, propiedad de Murdoch). Recordemos su utilización del antiterrorismo como arma antinacionalista. Sin Aznar no hubiéramos tenido Carod. Sin la arrogancia del PP en su mayoría absoluta no habría habido tripartito ni Pacto del Tinell. Sin aquellos lodos aznáricos no hubiera habido esos polvos que Aznar critica. Aznar alcanza las cimas del ridículo cuando hace observaciones sobre la pérdida de peso y de relevancia de España en el mundo. Pase que eche sobre Zapatero incluso las culpas de las políticas que hicieron los gobiernos del PP. Pero que le endose los cambios producidos por el desplazamiento de poder en el mundo va más allá de los pecados, que no son pocos, de Zapatero. Aznar tiene una memoria selectiva y frágil. Su sionismo conservador y antiárabe, sobrevenido al dejar la presidencia, le ha hecho olvidar los besos y abrazos con Arafat y las promesas arrancadas a Bush de que resolvería el tema palestino. Como su defensa de la España unitaria pretende eclipsar sus concesiones fiscales a Cataluña y el País Vasco, su catalán hablado en la intimidad o sus palabras de reconocimiento del ?movimiento de liberación nacional vasco?. Tampoco se acuerda de sus políticas de suelo y vivienda, que, junto a los bajos tipos de interés, fueron el auténtico origen de la burbuja inmobiliaria y de la crisis. Ningún recuerdo tiene, naturalmente, de sus numerosas contribuciones al déficit público, algunas mediante ingeniosas fórmulas de peajes en la sombra para obras públicas, que sirvieron para cumplir los criterios de Maastricht y entrar en el euro, pero han diferido el efecto deficitario sobre nuestro presente. En algo vuelve a acertar Aznar en el último tercio de su artículo. Hay un amplio acuerdo sobre algunas de las recetas que hay que aplicar. Y de hecho, buena parte de las cosas que predica ya las está haciendo, aunque sea a regañadientes, el actual Gobierno, que Aznar tanto detesta. Pero hay dos cosas que no hace, ni sabe ni puede hacer el ex presidente: mirar primero cómo tiene su propio patio, las comunidades autónomas y las grandes ciudades endeudadas y cargadas de funcionarios donde manda el PP, y reconocer luego lo que ya se está haciendo en la buena dirección por parte de todos. No hemos entrado todavía en el meollo del problema. ¿Qué ha pasado con Aznar? ¿Por qué hace esas cosas tan extrañas en políticos responsables y adultos? ¿Qué le conduce a atacar sin piedad alguna a su propio país desde las páginas de un periódico extranjero? Algunos creen que no puede resistirse a los diablos que tiene dentro y que le impelen a situarse en primer plano y robarle el protagonismo a Rajoy hasta hacerse imprescindible para su partido, pensando incluso en su regreso. Pero es posible que su actitud no sea fruto de una extrategia, sino de una situación personal más espontánea. Aznar es consejero de News Corporation, el holding periodístico de Rupert Murdoch, y es constantemente solicitado y jaleado como uno de los líderes ultraconservadores más activos y radicales del mundo. Tiene un público fanático en las derechas norteamericana e israelí. Cada vez que mira al tendido y escucha los olés que levantan sus tomas de posición extremistas, hace un paso más a la derecha, aun a costa de desmentir sus anteriores políticas e ideas. Contempla, además, el mal ejemplo del Tea Party, el movimiento ultraconservador que actúa como tracción del republicanismo en Estados Unidos: a él le gustaría hacer un papel similar respecto al PP. Hay dos cosas habría que pedir a los ex presidentes: que fueran humildes, discretos y generosos. En el caso de Aznar, como ya he dicho, bastaría con que tomara ejemplo de su amigo George. Pero, además, al ex presidente español habría que pedirle, sobre todo desde sus filas, primero que no obstaculice el regreso de su partido al Gobierno, y segundo, que no le impida a Rajoy pactar con los nacionalistas vascos y catalanes a los que casi con seguridad necesitará en el futuro.

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15 de diciembre de 2010
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Enrique Morente

En este día tan triste porque debemos despedirnos de un gran Maestro, os dejo una de las últimas entrevistas con él, publicada en la revista Mercurio en septiembre de 2010.

ENTREVISTA CON ENRIQUE MORENTE

"Me interesa insistir en la fuerza del silencio...el silencio de los intervalos; pan... pan... pan..."

FRANCISCO GUTIÉRREZ CARBAJO

Enrique Morente es un artista completo, un representante ejemplar de la cultura contemporánea. Nacido en la cuesta granadina de la Calderería, por donde se asciende a lo más alto del barrio del Albaicín, Morente es la voz más alta y profunda del flamenco, la voz que ha sabido combinar lo más genuino de esta tierra con los ritmos y los sones más universales. 
Le comento al comienzo de esta charla la afirmación de Nietzsche en El caminante y su sombra sobre los grandes creadores, que se imponen los modelos de los creadores anteriores e intentan vencerlos con gracia, de modo que se note al mismo tiempo la sujeción y la victoria.

Me dice que está de acuerdo con la afirmación de ese filósofo y que lo que usted intenta es interpretar bien todos los cantes, los que se consideran básicos y todos los demás:
Claro, a mí lo que me interesa es cantar bien la caña, por ejemplo, lo que no puedo dejar de hacer es introducir cosas mías, elementos personales, y para algunos “ahí está lo malo”. Antes de llegar tú al ensayo, estábamos haciendo la caña con cuatro guitarras, interpretándola a nuestro modo, sin olvidar a los grandes maestros. Uno de los que cuadraba la caña muy bien era El Gallina pero no podemos limitarnos a reproducir lo que él hacía. Tenemos que intentar incorporar creaciones nuevas.

Estamos por tanto en la polémica sobre lo clásico y lo innovador, que ya comentábamos hace unos treinta años.
Estamos exactamente en ese lugar, y se puede entender muy bien esa polémica recordando una frase que se decía en Granada y que repetía mi madre: “Al revés de la gente es mi marío”. En esa diferencia está muchas veces la raíz del cante. En mi caso concreto algunas veces sigo los estilos clásicos y en otras ocasiones marco más esa diferencia. Todo depende del momento y de las circunstancias.

En este año en el que celebramos, entre otros homenajes, el de Miguel Hernández, usted logró ser el primero en incorporar su lírica al repertorio del flamenco.
Vosotros fuisteis un poco los responsables de eso: Andrés Raya, Ortiz Nuevo y tú precisamente. Me acuerdo que en la cervecería Alemana de Madrid me enseñasteis un libro de poesía de Miguel Hernández y en seguida me di cuenta de que esos textos podían cantarse por flamenco.

En aquellos momentos constituía un acto de compromiso político cantar textos como los de las Nanas de la cebolla.
Ahora he retomado las Nanas de la cebolla. Hace ya tres o cuatro meses que las grabé. Todavía no ha salido el disco, pero me parece que de todo aquello que entonces elegí de Miguel Hernández era lo que más me apetecía volver a grabar. Con algunas variaciones, son las mismas que grabé entonces. En aquella ocasión me acompañaba a la guitarra Perico del Lunar y ahora Rafael Riqueni. Con éste y con otros grandes guitarristas, cantaores, bailaores, magníficos artistas todos, estamos realizando varios conciertos, como los de Madrid, los de Buitrago de Lozoya…

Yo creo que no existe una separación tajante entre la copla flamenca y la lírica popular. Por ejemplo, entre las muchas coplas que tú interpretas aparecen ya algunas populares recogidas por Demófilo o por Rodríguez Marín, como ésta: “Deseada una cosa / parece un mundo / luego que se consigue / tan sólo es humo”.
Entre la lírica popular y la copla flamenca suele haber pequeñas diferencias y matices. Existen letras populares que han interpretado siempre todos los cantaores, los de antes y los de ahora. A mí siempre me emocionan las letras populares. No las distingo yo mucho de las flamencas. Tienen el mismo sabor y la misma construcción. Pero bueno, cada una tiene sus matices aunque están muy mezcladas. 
En cuanto a la letrilla de “Deseando una cosa / parece un mundo…” es tan preciosa, tan pequeña, y dice una verdad tan inmediata que es curioso que a alguien se le ocurriera escribir una cosa así, ¿no? Una letra que no está en la SGAE. ¡Es algo tan sencillo, tan poco pretencioso y que dice tanta verdad! Es lo que sucede cuando te cansas de ser lo que ya eres.

Me parece muy acertado lo que dice. Es lo que comentaba Platón del amor como “la expresión del deseo de aquello que nos falta”. En cuanto a la intensidad de esas letras breves, en la célebre conferencia de García Lorca en el Concurso de Granada de 1922 afirmaba que “hay coplas en que el temblor lírico llega a un punto donde no pueden llegar sino contadísimos poetas” y pone como ejemplo la de “Cerco tiene la luna / mi amor ha muerto…”, que había recogido ya Rodríguez Marin.
Es una letra de una gran belleza. Es una imagen que presenta unos sentimientos extraordinarios. Esa letra ya la cantaba Pepe Marchena. Seguramente en esa época sería un crío. Pero esas letras que cantaban Marchena y otros artistas alguien las ha escrito, no han venido del cielo. Ese es el enigma, el milagro… y la estima que hay que tenerles a los recolectores de letras… a Rodríguez Marín y a los demás.

Esta es una cuestión en la que parecía no estar muy acertado Demófilo, que creía que la anonimia era el fundamento de lo popular cuando existen otros factores, como la difusión oral, la propagación colectiva, la introducción de variantes…
Claro, la cuestión de que sean conocidos o nos los autores de esas letras no quiere decir que no sean populares. A mí me habría encantado que cantaran letras que yo hubiera compuesto.

Es lo que opinaban también Manuel Machado y otros autores.
A mí el matiz ese de hacer diferenciación, de intentar averiguar si estas letras son o no de ciertos autores, de si estas son anónimas, de si estas son populares, de si estas son flamencas… es una discusión que no me parece importante. Yo pienso más bien que cuando se habla del cante de Curro Dulce o de cualquier otro cantaor, que cuando se hace ese cante de Curro Dulce o de quien se sea, cada cantaor lo canta con su estilo peculiar. Siempre se cambian los cantes; incluso a veces se cambian por una necesidad fisiológica: por estar en ese momento ronco o estar acatarrado. Por ejemplo, después de una noche de fiesta, probablemente le dices al guitarrista que ya no lo puedes cantar como el día anterior, que lo vas a cantar en un tono más bajo, de otra forma, con otra entonación…

Si hay un diálogo entre la copla flamenca y la popular, también lo hay entre ésta y la literatura culta. Ambas utilizan a veces las mismas estrofas. 
Yo en este tema cada vez hago menos distinción. Y por otra parte, tanto si el verso tiene ocho sílabas como si tiene dieciséis, si se puede cantar, se canta. Las letras no tienen por qué tener una métrica fija para poderlas interpretar. Ahora bien, hay que ser aficionado y conocer la métrica antigua y la moderna; eso es lo primero.

Siguiendo con la interpretación de autores cultos, usted les ha prestado especial atención a los poetas del 27, que cultivaban también poesía popular, como Alberti, García Lorca…
Toda la generación del 27, Lorca, Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda constituyeron un grupo que es especial en la literatura y en el arte…tuvo que existir algo singular que llevase a juntar a toda esa gente en esa época, porque entre ellos hubo sus más y sus menos, digo yo. Pero es una especie de milagro el que se reuniera en la Residencia de Estudiantes ese grupo con esa idea del arte. A mí me ha gustado mucho interpretar sus textos.

En la Residencia de Estudiantes se produce un diálogo no sólo entre distintas voces poéticas sino también entre diversas manifestaciones artísticas, porque los escritores citados coinciden con otros artistas como Buñuel, Dalí, Falla… se relacionan con Picasso.
A mí me interesan los del 27, escriben con gracia; yo no soy un experto en estos escritores… y siempre estoy guiado por la intuición, por la emoción, por el instinto. Yo voy a las letras y ellas vienen a mí. Hay muchos modos de establecer ese contacto. En los últimos tiempos me ha sucedido algo muy curioso. Leí un trabajo sobre Picasso. En él había textos de ciertos escritores, que eran glosas sobre el pintor y algunos folios amarillos escritos por el propio Picasso y alguien me dijo: “Eso no, eso no se puede cantar”. Y yo le dije: “No, yo quiero cantar lo que dice el propio Picasso. Porque si él escribe unos textos y dice que son poesía, se pueden cantar”. La verdad es que era más fácil cantar las letras del propio Picasso que las glosas.

Lo que contiene el disco sobre Picasso entonces no son glosas sino obras originales del propio pintor.
Sí, pero no todas las composiciones son de Picasso. Se incluyen también las de algún poeta preferido por él, que se lo leía el barbero del pintor malagueño, que era de Buitrago de Lozoya.

¿Cómo se llama ese poeta?
Era Luis de Góngora. Canto un poema al que el propio Picasso le hizo un dibujo, el soneto X, que dice: “Mientras por competir por tu cabello / oro bruñido el sol relumbra en vano…”
Ese soneto no lo he interpretado en los últimos conciertos pero está grabado en el disco.

Hablando de sonetos, hay uno clásico que también ha grabado: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras…?” y otros muchos poemas muy hermosos.
Estamos en lo que hemos dicho antes, en que esos poemas se pueden cantar perfectamente por flamenco, que diferenciar demasiado no es bueno…el flamenco bebe de muchos sitios… ahora algunos están empeñados en que el flamenco viene de Rusia… pero no, de Rusia no viene el flamenco.

Volviendo a los del 27, el texto que interpretas de Pedro Garfias: “él iba solo tambaleándose…”
Es un poema precioso, que cuenta cosas que parece que están viéndose y que están viviéndose. El poeta refleja además que bebía un poco menos que algunos que yo conozco.

¿Es la propia lectura de los poemas la que le inspira el tipo de cante?
Cuando me pongo a hacer un disco basándome en un texto literario lo primero que hago es leerlo, luego cojo la guitarra y me pongo a cantarlo. Si es una letra complicada no pienso en principio si la voy a cantar por siguiriya o por otro palo… Por ejemplo en las letras que he cantado de Picasso puede haber algún palo clásico intercalado pero el resto tiene una construcción y una musicalidad más libre. Hay alguna malagueña, que cuadra bien con lo que escribe Picasso.

Usted ha alternado a lo largo de tu trayectoria literaria la interpretación de cantes canónicos con otros que ha creado. Viene practicando desde hace mucho tiempo lo que hoy se llama mestizaje, hibridación. Quizá por eso su arte es tan abierto, tan comunicativo.
Hoy, con la comunicación tan grande que existe, que con un aparato de radio puedes escuchar una canción de la India, que con internet puedes hablar con uno de China… no tiene sentido encerrarse. Por eso los encuentros con otras músicas, con otras artes siempre son buenos. Depende de lo que quieras hacer, claro. El flamenco clásico porsiguiriyas, por soleás, por tientos… no se debe perder pero eso es otra cosa.

Usted ha interpretado y sigue interpretando todos los estilos clásicos con una maestría indudable y luego ha ido incorporando las nuevas tecnologías, nuevos instrumentos, nuevas voces…
El flamenco está abierto, como la pintura y otras artes. El flamenco no debe estar encorsetado ni empeñarse en que hay que mantener el cante con una forma rígida porque así lo hacía fulanito o menganito, con dos tercios más…
Para hacer innovaciones hay que conocer bien los cantes. Hacer una taranta nueva es muy difícil porque hay que conocer la taranta antigua, la taranta de siempre. Y eso sirve para el guitarrista y para el cantaor.

No debemos incurrir, por tanto, en aquello que criticaba Pepe de la Matrona, de los que querían empezar a correr antes de saber andar.
Sí, y también decía Pepe que “quieren hacer la trampa antes de aprender a jugar”.

Ha cantado con Pepe de la Matrona, con Bernardo de los Lobitos, Pericón, El Gallina, Antonio Mairena. Combina el clasicismo con las formas más libres y oye a todos.
A mí me gusta todo el mundo que tiene arte. A todo el que canta lo escucho, no tengo problemas en ese aspecto. Todo el mundo que canta me interesa y pongo toda la atención. Hay sin embargo gente que se levanta cuando está tocando un guitarrista o está cantando un cantaor, y haciendo eso está perdiendo la posibilidad de aprender una lección.

Y la pregunta esa de ¿hacia dónde va el flamenco, hacia dónde vamos? 
Son cuestiones muy difíciles de contestar, pero una letra nos da la clave: “Lo de ayer ya se pasó / lo de hoy ya va pasando / mañana nadie lo ha visto / mundillo, vamos andando”.

Los grandes temas del flamenco, como los de la literatura, son los que llamaba Antonio Machado, “los universales del sentimiento”, es decir, la vida, la muerte, el amor…
Claro, son temas eternos, la muerte, la vida, el amor… pero también está lo que hoy pasa en el mundo, las injusticias, las guerras, el hambre en África…

Y junto a los temas trágicos, está también “la cara amable del cante”
Sí, pero esa chispa, esa cara amable y graciosa están muchas veces cimentadas en una tragedia, en una desgracia. En el mismo cante por alegrías la encontramos: “Nadie se arrime a mi cama / que estoy ético de pena, / que el que padece mi mal / hasta las ropas le queman”. Parece a veces que estamos muy contentos y por dentro hay una hecatombe. Yo creo que la poesía y la literatura del flamenco, la que llaman culta y la popular, siempre tienen esa parte trágica.

Todas estas letras han de someterse, como dice Caballero Bonald, a las insoslayables leyes del ritmo.
Del ritmo hay muchos conceptos. Hoy por ejemplo, cuando hemos empezado el ensayo del concierto quería que el percusionista encontrase un tempo lento, como que algo que fluye…pan, pan, pan…, en el aire… estábamos haciendo la soleá, y quería que también se marcasen los compases del silencio.

¿También en los conciertos sobre Picasso?
En los conciertos sobre Picasso canto letras del propio pintor, como alguna malagueña pero interpreto también otros palos, a los que contribuyen todos los músicos que me acompañan y los bailaores. Me interesa insistir en la fuerza del silencio… el silencio que se marca en los intervalos… pan, pan, pan… Mediante esa fuerza del silencio, vemos por ejemplo, que no estamos haciendo una soleá normal, que manejamos otro ritmo, sin olvidarnos de la soleá clásica… pan, pan, pan… y aquí estás llevando el ritmo interiormente, y cuando cantas, lo sientes luego especialmente. Yo llevo luchando mucho tiempo con este tema porque profesionalmente soy cantaor. Realizo un trabajo que recorre todos los palos, sustentado siempre en el compás. Mi trabajo es cantar pero este asunto es un reto que llevo persiguiendo desde hace mucho tiempo: el lograr que en el cante también se escuche el silencio.

Enrique Morente, como los grandes filósofos y poetas, quiere que junto a las palabras y las voces, suene la fuerza del silencio. El silencio no es un eco, es una forma más de voz. Pero para oír el silencio y las voces hay que estar bien despiertos, como decía Antonio Machado: “Despertad, cantores: / acaben los ecos / empiecen las voces”. 

(Link original de la entrevista:http://www.revistamercurio.es/index.php/revistas-mercurio-2010/mercurio-123/525-08entrevista-con-enrique-morente9

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14 de diciembre de 2010
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El Boomeran(g)
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