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El año nuevo del antiprogre (3)

Fue sectario en su juventud con los viejos y es sectario en su vejez con los jóvenes. Pero más sectario es todavía con los que no saben virar en la misma dirección e incluso velocidad.

El cambio ideológico es mayoritariamente dextrógiro. De ahí que los virajes más asombrosos sean los que se producen en la dirección contraria a la que nos conducen la naturaleza, la vida y el tiempo. Escasos y portentosos virajes los de estos personajes que tuvieron una adolescencia negra y fascista y se acercan luego a la tumba cada vez más envueltos en banderas rojas y revolucionarias.

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5 de enero de 2011
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El colapso de la socialdemocracia (III): el papel de los gobiernos

En un artículo reciente, Joaquim  Muns, ex- Director ejecutivo del Banco Mundial y del FMI, en referencia a ciertas proclamas gubernamentales con rescoldo socialdemócrata,  advierte  que la tentación  "de maniatar a los mercados con una nueva regulación impuesta y no negociada no llegará muy lejos".

El economista (además de lo dicho Premio Príncipe de Asturias) critica sin embargo la "filosofía" thatcheriana y reaganiana  según la cual "la solución para hacer frente a la fuerza de los mercados financieros internacionales era dejar que estos funcionaran con la máxima libertad, porque se consideraba que eran instituciones eficientes que se autorregulaban solas".

¿Solución al dilema? Nos la da el propio articulista:

"Los mercados financieros necesitan a los gobiernos para que les garanticen un marco regulatorio que les permita realizar su labor con pocos obstáculos".

Pocos obstáculos en  el arte de rapiñar al débil, garantizando a la vez su supervivencia a fin de  que la maquinaria pueda seguir funcionando. No estoy de ninguna manera haciendo una crítica al profesor Muns, que se limita a describir el estado de la cuestión determinado...por la relación de fuerzas.

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5 de enero de 2011
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Madrid sin tilde

 

Felicidades a todos, ya estamos en el 2011. Este año la conjunción de Júpiter y Urano augura nuevos tiempos y más cambios. Una anticipación algo vaga, pero después de todo lo que nos ha pasado, después de todo lo que hemos visto, después de tantas decepciones, es más de fiar la astrología que los visionarios de la economía y que los que manejan el dinero, porque a estas alturas de la crisis nadie me ha dicho con claridad si tengo que consumir o ahorrar. No sé qué hacer. Por un lado en cualquier comercio en que entremos se nos quejarán de que no se vende nada, como consecuencia reducción de plantillas, bajada de sueldos, un auténtico drama. Por otro se nos pide moderación en el gasto (¿o eso fue antes?), me hago un lío. La verdad es que el gasto se modera solo, porque se puede o no se puede cambiar de coche, se llega o no se llega a fin de mes. Los nuevos recibos de la luz y del gas se encargarán de que no derrochemos, de que nos metamos pronto en la cama y disfrutemos del calor del edredón. Mientras tanto, el mundo paralelo del lujo sigue su curso, a ellos no les afectan las subidas de los precios y no tendrán que estar pendientes de apagar la luz. Por poco que tengan tendrán mucho.

No tengo nada contra los ricos ni contra los pobres mientras no sean como los controladores aéreos. Esta gente ha logrado atraer las mayores antipatías de un país que ha demostrado un grado de civismo exagerado. Creo francamente que si a mí me hubiese tocado estar en Barajas esos días terribles del parón aéreo habrían tenido que detenerme y sacarme a rastras como a ese chico con rastas al que se llevó la policía o los guardias de seguridad de mala manera. Perdería los nervios, ¿cómo no? Lo que no es natural es tanta resignación. Lo que no es natural es que al chico de las rastas lo arrastraran por el suelo y que el representante ese de los controladores se pasee (parece que tiene mucho tiempo libre) por los platós de las televisiones vomitando tonterías que sacan de quicio y encima aumentan sus arcas. Por dios, siempre están con eso de las vidas que tienen en sus manos. También el que conduce un autobús tiene las vidas de los pasajeros en sus manos y el taxista y el que lleva un barco y el cirujano que trasplanta un hígado.  No será para tanto cuando para ser controlador ni siquiera se exige carrera superior. Con la de jóvenes licenciados sin trabajo, seguramente con más idiomas que ellos, que están esperando una oportunidad. Bien por el Ministro de Fomento, alguna vez había que romper ese círculo vicioso.

            Ha habido otras lindezas este año que es preferible no remover para que no nos amarguemos. Es preferible centrarse en un asunto que ha levantado polémica y mucha conversación de sobremesa: los acentos. La reforma ortográfica del español de la RAE ha saltado a la calle, y personas que han sido capaces de dormir en un saco en el aeropuerto sin protestar no han soportado que guion ya no se acentúe y que a la “y” se la llame ye. Es como si les hubiesen hurgado en las entrañas. Puedo perder los billetes de avión, el dinero del hotel, las vacaciones, pero que no me toquen mi acentuación de toda la vida. Ha sido muy bonito ver cómo la preocupación ha llegado a un punto en que los académicos se han visto obligados a explicar públicamente sus decisiones. ¿Se recuerda algo parecido? De pronto en este país todo el mundo es lingüista, todo el mundo se conoce la gramática al dedillo. Precisamente en este país en que la preocupación por las tildes es nula, donde es muy raro encontrarse con un escrito (que no sea literario o académico) decentemente acentuado, ha levantado una gran polvareda el que el adverbio “solo” pueda ir sin tilde. Estas encantadoras reacciones ocurren en la era de la agramaticalidad más absoluta, marcada por Internet y los móviles. De hecho, es regla que las direcciones de correo electrónico no se acentúen. En los email todo vale y no se espera que nadie se entretenga en usar acentos y mayúsculas. Por supuesto los sms están tecleados, no redactados. La rapidez ha dejado atrás la norma gramatical más básica sin que nadie se despeine. Pero hay esperanza, el que en medio de la crisis y de un año tan revuelto al ciudadano le hayan preocupado los pronombres, acentos y mayúsculas quiere decir que no está todo perdido. Por eso en mi ciudad, Madrid, que no lleva tilde se entrecruzan todos los acentos.

 

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5 de enero de 2011
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III. Lady gaga al teléfono

Son los famosos cables que estamos destinados a conocer hasta veinte años después de haber sido escritos y remitidos, cuando las leyes federales de Estados Unidos permiten revelarlos porque pasan a ser materia histórica, en muchos casos con abundantes tachaduras como para volverlos inútiles por ilegibles. Ahora, el diablo cojuelo de WikiLeaks nos salva de la espera tan larga, y nos permite leerlos al poco tiempo de haber sido escritos, y enterarnos no sólo de estilos de trajes y peinados, y de las maneras que algunas celebridades políticas tienen de anudarse la corbata, sino también de sus problemas mentales, de sus conflictos matrimoniales cuando las parejas comparten el poder, de la corrupción a gran escala que se cocina en los palacios presidenciales, de la mecánica de los golpes de estado en los países aún bananeros, de orgías y desmanes, de artimañas y complicidades

La modernidad de los tiempos facilita al diablo cojuelo satisfacer nuestra innata curiosidad, más grande en lo que se refiere a los entresijos del poder y sus vicios, que en lo que hace a la vida privada del vecino a quien su mujer le pone los cuernos. Assange tiene en su poder 250.000 despachos secuestrados de los archivos del Departamento de Estado, pero se trata de archivos electrónicos, que caben en un simple disco de los que sirven para grabar música; la documentación, mucho más abundante,  acerca de la guerra de Irak, llegó a sus manos a través de un soldado raso del ejército de Estados Unidos llamado Bradley Manning, quien la copió de una computadora de acceso restringido, en un disco de la cantante pop Lady Gaga, previamente borrado, mientras tarareaba Teléfono, una de las canciones del disco. Cosa de minutos, asunto de un simple clic.

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5 de enero de 2011
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El gran alumbrón

"El gran apagón" Obra de Pedro Pablo Oliva Pinar del Río es una ciudad sin cines, un trozo urbano donde apenas pasan autos y en las noches tiene las calles oscuras y vacías. Sin embargo, algunos proyectos personales brillan en medio de tanto marasmo. Uno de ellos es la casa taller de Pedro Pablo Oliva, con su sala a medio camino entre el hogar familiar y la galería de arte. Allí te mandan a pasar, te dan café, te enseñan el lienzo colgado en la pared o la escultura que yace en una esquina, sin preguntarte quién eres, de dónde has venido. La primera vez que lo visité, Oliva daba pinceladas a un Fidel Castro en óleo, visto como a través de un aparato de radiografías. Flotaba con su barba rala y entre las manos tenía una doncella casi asfixiada, que se parecía ?irrefutablemente? a Cuba. En la parte inferior del cuadro, diminutas personas con las cuencas de los ojos vacías presenciaban el forzado estrujón que el Máximo Líder le infringía a la patria. Regresé a mi casa atesorando el cariño que me dieron aquel pintor, su esposa Yamilia y sus hijas, una de ellas con el hermoso nombre de ?Azul?. Sentí que con gente así era posible el abrazo, el entendimiento, el debate; era posible incluso volver a alumbrar de vida las calles de Pinar del Río. Pocos meses después, supe que los mítines de repudio habían marcado también aquel lugar, cuando Yamilia empezó a realizar una serie de performances públicos bajo el título de ?Sin permiso?. Seleccionó para ello el día 10 de diciembre, fecha en que en esta Isla los demonios de la intolerancia se desbocan. El resultado, un tumulto de gente gritando frente a su puerta, impidiéndole salir a llevar sus caballetes para que los transeúntes los llenaran de colores en las plazas y los parques. Un año después, también en la jornada por los Derechos Humanos, se volvió a repetir la misma escena, esta vez incluso con piedras y palos amenazantes que la obligaron a quedarse en casa. A través del móvil, Yamilia mandó su mensaje de auxilio y recuerdo haber subido a Twitter aquel S.O.S que me llegaba desde el oeste. En un momento incluso recomendé públicamente que Pedro Pablo Oliva, figura emblemática de nuestra cultura, se pronunciara sobre lo que ocurría tan cerca de él. Hace unos días me llegó su respuesta, con la aclaración de que podía hacerla pública si así lo estimaba. Sus palabras son de un tono tan libre y reconciliador que creo merece la pena que las comparta con ustedes. Cuando las leí, supe que el cine de Pinar del Río algún día reabrirá y que esa inmovilidad urbana y cívica dará paso a una ciudad más viva, menos sectaria. A El gran apagón, que él mismo pintó en los años más difíciles del Período Especial, le ha surgido una velita aquí? una luciérnaga allá. Video de obras de Yamilia Pérez Click here to view the embedded video. Carta de Pedro Pablo Oliva:

Yoani: Quiero primero saludarte y preguntarte cómo anda tu salud y la de tu esposo, la última vez que nos encontramos fue en la calle Obispo a raíz de una cita que solicitó al oficial que te raptó  (por decirlo de una manera poética) aquellos días feos y torpes. Él me enseñó las marcas de la violencia. Voy al grano para no extender mucho mis palabras. Me imagino conozcas la declaración que la Casa-Taller (proyecto que tengo hace 10 años) emitió relacionado con las acciones plásticas que Yamilia Pérez Estrella, en aquel momento mi esposa, realizó en la provincia de Pinar del Río, todavía está en Internet. En algunos de los párrafos de esa declaración dejé expresada mi posición, pero si quieres puedo dejar definido otras cosas mucho más claras. Estoy, estuve y estaré en contra de cualquier uso de la violencia manipulada o no para acallar un pensamiento o una idea, resulta realmente bochornoso intentar con agresividad imponer un pensamiento o intentar hacerlo desde la intimidación. Todo acto de este tipo genera rechazo y repulsión y en nada ayuda en la tan necesaria unidad de este país marcado por conflictos políticos y familiares. Por otra parte creo y creeré siempre que el artista necesita espacios más abiertos de comunicación, y por eso lucha. Mi generación por otra parte creyó en la función social del arte, yo al menos lo asumí con orgullo de ahí mi afán por una obra que intentara reflejar su contexto y que llevara un análisis crítico de la sociedad. Más de una censura he tenido por ello. A Yamilia me une el afán por cambiar el mundo, por intentar hacerlo mejor, siempre desde posiciones diferentes, ella desde la confrontación directa como lo hacía o hace Tania Bruguera, yo desde el mismo sitio donde nacen los proyectos sociales, cuestionando o no, criticando o no. En algo estamos totalmente de acuerdo: -no es esta una sociedad perfecta, tampoco otras que he vivido lo son. Sueño con una sociedad diferente, utopía de esté hombre que soy y que ha vivido años tras años aciertos y fracasos, pero que no cesa de luchar por ese sueño. Soy, Yoani, de los que cree que los contrarios necesitan expresarse como lo hacen el día y la noche, lo húmedo y lo seco, creo sin miedo en la necesidad de más de un partido porque las personas tienen derecho a agruparse por afinidad de pensamientos o filosofías o por la preciosa coincidencia de soñar. Si me preguntaran un día, (cosa que dudo) a qué partido me gustaría pertenecer respondería que a uno que no encierre a sus hijos por pensar diferente, a ese que permita el fluir de las ideas como el río corre entre las dos orillas, a ese que me enseñe que sus hijos estén donde estén recibirán el dulce abrazo de la patria, ese que respete que una mujer ame a otra mujer y un hombre a otro hombre. Aquel que cultive paso a paso el encantador embrujo del amor. Ese que te enseñe el horizonte no como fin sino como comienzo, ese partido que no te diga ?esto es, sino que sea abierto como las alas de una mariposa, el que cuide a sus hijos del fantasma odioso del hambre y el terrible flagelo de los dogmas. Un partido que como fin entienda que las nuevas generaciones necesitan dirigir el país y expresarse como se expresa el viento y la lluvia, y muchas cosas más, Yoani, que sería interminable nombrar y que forman parte de ese sueño al que aspira este hombre. Si algo he aprendido en todos estos años es que una persona no puede permanecer tanto tiempo dirigiendo un país, puedo entender la presencia de un partido 20 ó 30 años, tal vez 50; pero no dirigido siempre por la misma imagen, los rostros, la manera y el pensamiento; son necesarios cambiarlos cada cierto tiempo, cada hombre puede tener un método diferente. Disculpa mi disgregación o incoherencia. Sabes que Yamilia tiene una obra demasiado corta, pero sé que tiene espíritu y agallas suficientes para superar cualquier obstáculo en el proceso de creación. Esta es mi posición, no hay otra, da pena ver tanto aparataje oficial girando alrededor de una delgada muchacha para impedirle hacer una acción plástica un día que alguien le adjudicó erradamente a la disidencia, si surgieran diez Yamilia, me imagino que desplegarían todo el ejercito. Te aseguro, Yoani, que este hombre vive sin miedo. Mi cariño hacia ti, tu Pedro Pablo Oliva.

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5 de enero de 2011
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Disciplina, vanidad, narices

carátula del libro Hoy Enrique Vila Matas publica un artículo en el diario El País sobre el libro La nariz de Cleopatra de Judith Thurman, editado en castellano por Duomo. Sin embargo, el personaje que asoma con mayor fuerza en el libro es André Malraux, según Vila Matas, quien tuvo la generosidad de mencionar el nombre de mi novela La disciplina de la vanidad en su artículo ?La nariz de Malarux?.  Dice la nota:

Sólo veo tres temas esenciales: el amor, la muerte y la nariz de Cleopatra. Una variante de la misma sentencia la ofrece Monterroso: ?Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas?. Completemos el tríptico con otra frase del mismo Monterroso: ?La mosca que hoy se posó en tu nariz es descendiente directa de la que se paró en la de Cleopatra?. De ahí al famoso pensamiento de Blaise Pascal hay solo un trecho: ?Si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, toda la faz del mundo habría cambiado?. Es decir, que un pequeño detalle puede ser poderoso. De esas grandes minucias se ocupaLa nariz de Cleopatra (Duomo). Su autora, Judith Thurman, famosa periodista neoyorquina, ha elegido ese título pascaliano para su recopilación de los ensayos/críticas culturales que publicó en The New Yorker entre 1987 y 2009, en una sección de la revista que suele encuadrarse en lo que se denomina ?vanidad humana?. En este terreno, Thurman se vale desde siempre del elegante látigo de su estilo y de una formidable capacidad para analizar como nadie lo que podríamos llamar, invocando el título de una novela de Ivan Thays, ?la disciplina de la vanidad?. Porque ese es un detalle que puede a veces pasarnos desapercibido: algunas de las más grandes vanidades de nuestro tiempo han sido construidas con un admirable sentido de la disciplina.

Como un castillo de naipes, diría otro. Pero este no es precisamente el caso del disciplinado André Malraux, vanidoso tremendo, cuya nariz se asoma largamente en La nariz de Cleopatra. Fue un cuidadoso constructor de sus propios naipes y mito, gran timador, tunante mayor de la República Francesa, experto en leer con voz temblorosa oraciones fúnebres, grandísimo engreído, rufián enamorado solo de los colosos (Mao, Kennedy, Picasso, De Gaulle) que acabó él mismo enterrado en el Panteón de los Grandes Hombres en París, pícaro que en su ambición por suceder a De Gaulle propagó el rumor de que en un testamento secreto el general así lo había dejado escrito. En la revista PopMatters, tras leer lo que Thurman cuenta de Malraux en su libro, se preguntaron si no habrá que tener siempre algo de estafador si se aspira a ser artista. Con todas sus contradicciones, el personaje de Malraux acaba resultando fascinante, e incluso humano, demasiado humano. Y Thurman lo absuelve en parte: ?Sin embargo, hay un aspecto suyo que solo puede calificarse con la palabra ?noble?. Malraux fue el héroe de una batalla tragicómica que todos conocemos y todos perdemos: ?la lucha del hombre contra la humillación?, como él la llama?. Pero en el libro de Thurman, más allá de la nariz de Malraux (al final de su vida sus tics faciales de siempre daban la impresión de ser, para el que no los conocía, los de un viejo cocainómano), asoman otras historias en la lucha contra la humillación, tratadas también con el látigo y el cariño que es la marca indeleble de la casa Thurman. De Jackie Kennedy, por ejemplo, se nos cuenta cómo su mitomanía estaba conformada por las pretensiones de una familia que procedía de inmigrantes de clase trabajadora por ambos lados y que inventó para sí misma una historia aristocrática. De Catherine Millet, que fue una devota niña católica que deseaba ser monja. De Ana Frank, que ni siquiera era una buena chica y que no se sabe qué más habría hecho con esa libertad sensual y expresiva que tanto llama la atención en su prosa. De Yves Saint Laurent, que ?nació con una crisis nerviosa? y que, al retirarse del mundanal ruido, dijo que la lucha por la belleza y la elegancia le había causado mucha tristeza. Esa gran pena en su retirada turba a Thurman y la remite a las últimas escenas de Proust, cuando este descubre que ?la cruel ley del arte es que la gente muere (?) después de haber agotado todas las formas de sufrimiento, de modo que sobre nuestra cabeza pueda crecer algún día la hierba, no del olvido, sino de la vida eterna?.

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5 de enero de 2011
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El hormiguero de Karinthy

carátula del libro en eeuu El húngaro Ferenc Karinthy (1921-1992) es considerado un clásico en su país, comparado con Franz Kafka. Pero en castellano es casi un desconocido. La editorial Funambulista ha decidido publicar su novela más importante: Metrópolis. Y Rosa Montero es quien la recomienda en ?Babelia?. Dice la reseña:

El mundo paralelo de Metrópolis posee esa cualidad resbaladiza de las cosas que, pareciéndose mucho a la realidad, poseen sin embargo un matiz discordante. Por ejemplo: por la calle venden salchichitas de aspecto reconocible y apetitoso, pero luego, al comerlas, no están buenas, porque en la ciudad todo sabe asquerosamente dulce. Incluso las bebidas alcohólicas son melosas. Y en esa diferencia azucarada, nimia pero chocante, se agazapa la inquietud, incluso el miedo: es como uno de esos detalles chirriantes que, al aparecer en medio de un sueño feliz, lo transmutan repentinamente en pesadilla. Atrapado en el laberinto, y como buen lingüista, Budai intenta descifrar el idioma como única llave a su alcance para poder entenderse con los demás y superar la aplastante indiferencia de la muchedumbre. Pero es una cháchara infernal: ?Chetenché glubglubb chetyeketyovovó??. Es la temida maldición de una lengua intraducible. La desesperación del profesor me hizo recordar una historia cruel que leí hace tiempo: un día la Policía de Nueva York encontró a un pobre tipo que lanzaba incomprensibles aullidos y que parecía sufrir una profunda y agresiva demencia. Sin dinero y solo, fue internado en un psiquiátrico, y allí permaneció durante quince años hasta que una asistente social descubrió por casualidad que era un emigrante kurdo, analfabeto y sordo, que había entrado ilegalmente en Estados Unidos y no sabía inglés. Sus supuestos aullidos eran frenéticas palabras en su idioma, y su agresividad, la angustia por no ser entendido. Seguro que ese emigrante kurdo se sintió exactamente así, como Budai. Seguro que para él el aterrador mundo de Metrópolis no era más que una descripción exacta de la realidad. La confusión, la absoluta soledad en medio de un mar de multitudes, el feroz desinterés de los demás. Budai sólo intima con una mujer, una ascensorista con quien mantiene un conato de relación sentimental, pero tan pobre y tan mediatizada por la incomprensión esencial que ni siquiera consigue entender cómo se llama la chica: ¿Bebé, Diediedié, Teté, Edebé? La historia resulta chistosa y movería a la risa si el trasfondo no fuera tan acongojante. Paso a paso, día a día, semana a semana, Budai se va hundiendo en ese mundo inhóspito que es una especie de trituradora humana, y nosotros, los lectores, nos hundimos con él, nos angustiamos con él, porque el autor consigue la proeza de prolongar esta situación imposible durante casi 400 páginas sin perder la tensión narrativa. Y al final, cuando cerramos el libro, sabemos que poseemos algo nuevo. Que Karinthy nos ha regalado una imagen poderosa y perdurable, un emblema de la desolada, alienada vida moderna. Y que ya no podremos pensar en una ciudad hormiguero sin recordar Metrópolis.

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4 de enero de 2011
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Leonia

De las ciudades invisibles que describió Italo Calvino, una de ellas, Leonia, tenía por característica que allí se desperdiciaban con la mayor abundancia las cosas. Se desperdiciaban para que al perderse la ciudad abundante se creara una estela de disgregación y al no conservarse materia suficiente, el establecimiento ascendiera. Literariamente ascendiera, pero seguramente también físicamente cobrara un peso ligero que la permitiría volar. Todo lo que pesa parece del pasado. Todo lo que se hace plano, ligero y volátil, vuela hacia el porvenir.

 2011 es un año de este carácter volandero. Los dos unos donde se apoya su cuerpo de veinte siglos son como dos patas de palmípedas, tallos animales que sobrevuelan plegados sobre las superficies encharcadas y que aterrizan apoyándose apenas sobre la superficie del agua. Desde esa lámina húmeda se impulsan hacia otros humedales o silban hacia el cielo traspasando el espacio en un silencio absoluto. El silencio de ser habitantes provenientes de un lugar, una ciudad, Leonia, donde sólo se salvarán quienes sin sonido, sin peso, sin destino, formaron de antemano parte de la nada. Esa nada célebre y contemporánea en la que las ciudades tienden a convertir sus muchos desperdicios, perder todos sus desperdicios en un reciclaje tan perfecto que convierte la cantidad en cero, el volumen en  transparencia y del deshecho del deshecho en nada.

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4 de enero de 2011
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Mario Testino en el museo

El último día del año fui a ver Todo o nada, la exposición de las fotografías de Mario Testino en el museo Thyssen-Bornemisza en Madrid. En el mismo museo había filas enormes para ver una exposición sobre Paisajes impresionistas; pensé que podrían pasar muchas cosas pero que jamás cambiaría el interés de la gente por ver un Monet (los impresionistas, tan experimentales en su momento, son hoy parte fundamental del gusto estético de la clase media).
 
Lo que sí ha cambiado es el estatus de la fotografía de moda. Pese a que, en los años veinte y treinta del siglo pasado fotógrafos importantes como Edward Steichen y Cecil Beaton trabajaron en Vogue y Harper's Bazaar, lo cierto es que la fotografía de moda fue vista durante buena parte del siglo como un arte frívolo y menor. Hoy no se discute que la obra de alguien como Testino pueda ser objeto de exposición en un gran museo; la National Portrait Gallery de Londres ya lo hizo en el 2002, y ahora el Thyssen-Bornemisza toma el testigo.

En Todo o nada se muestran claramente las conexiones de la fotografía de moda con el desarrollo de la pintura en Occidente. Algunas fotos de Testino ("Debutantes", 2004; "Sasha Pivovarova", 2007; "Stella Tennant", 2006) parecen haber sido sacadas de la tradición retratista de la pintura flamenca durante el Renacimiento: hay en ellas, como dice el crítico Guillermo Solana, los mismos elementos fundamentales ("actitudes teatrales, riqueza de vestuario, decorados grandiosos"). Pero Testino también dialoga con los impresionistas --sobre todo con Degas y su deseo de mostrar el backstage de un show--, y con la pintura art deco de Tamara de Lempicka (ver, por ejemplo, "Kirsten Dunst", 2009).

Si la pintura es fundamental en Testino, la tradición de la fotografía de moda lo es aun más. Testino ha señalado varias veces su deuda con Cecil Beaton, conocido por sus fotos de celebridades como Picasso y Marilyn y gran fotógrafo de la casa real inglesa (Testino se hizo célebre en los años noventa gracias a las fotos que tomó de la princesa Diana un mes antes de su muerte); otro fotógrafo presente en la obra de Testino es Helmut Newton, sobre todo por el alto contenido erótico de algunas fotos ("Lara Stone", 2006; "Edita Vilkeviciute", 2009). De hecho, esta exposición se llama Todo o nada porque recorre el cuerpo erotizado de la mujer desde su presentación con vestidos recargados hasta su desnudez total.  

Testino aspira al clasicismo. Hay escenas traviesas como las de Gemma Ward metiendo una tijera en una pecera o Patricia Schmid bebiendo con una pajita de una botella de perfume, pero en general lo que se busca es la mirada intensa de la mujer, el gesto único que la revele, las líneas sensuales del cuerpo. La musa de esta exposición es la camaleónica Natalia Vodianova: la mujer elegante de Cannes (2007) parece una actriz del cine mudo, mientras que la de Londres (2009) es una mujer liberal, desprejuiciada, moderna. También destacan las actrices: una enigmática Kate Winslet, una pícara Cameron Diaz, una arrolladora Demi Moore. Algunas de estas fotos quedarán cuando se haga el inventario iconógrafico de nuestra época.

(La Tercera, 3 de enero 2011)

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4 de enero de 2011
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El año nuevo del antiprogre (2)

Su tolerancia tiene un límite: no puede soportar las ideas que tuvo en su juventud.

Menos puede soportar todavía el testimonio suelto de los amigos escasos que se estancaron en aquellas ideas adolescentes. Hay que comprender la virulencia de sus combates políticos: tienen como objeto su adolescencia y denigran sobre todo a la vejez que le ha hecho llegar hasta aquí.

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4 de enero de 2011
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