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Cuestiones alistadas

 

Según minucioso censo elaborado por nuestro departamento de averiguaciones impertinentes, hay en el mundo unos quinientos profesores universitarios de griego. La mayor parte ejerce en Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña. Pero también los hay en Canadá, Sudamérica, Escandinavia, Italia, Países Bajos, España, Francia, Polonia, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Malta, e incluso Grecia y otras reconditeces ultramarinas, por ese desorden. Si descontamos los dedicados a las épocas helenística y bizantina, a Platón, Aristóteles u otros apartaderos y tientas, quedan unos doscientos, siempre redondeando generosamente hacia arriba, doscientos escogidos y largamente adiestrados ingenios capaces de leer los poemas homéricos. Los depositarios de tan delicada sapiencia son una especie en peligro de extinción o al menos jubilación, diríamos a primera vista, pero a segunda resulta que el número constituye una constante. Doscientos fueron los homéridas, doscientos los romanos helenófilos de la época virgiliana, doscientos los sabios renacentistas, doscientos los helenistas románticos y siempre doscientos hasta el día de hoy. 

Y en estas vaciedades inconducentes andaba yo fisgando, cuando he recibido un correo con la invitación a sumarme a una iniciativa que suspira por conseguir la declaración del latín y el griego patrimonio intangible de la humanidad. Los sabios peticionarios desean hacer ascender dichas lenguas difuntas a la categoría de la marimba colombiana, la alfombra azerbayana,  los castells catalanes, el sistema normativo de los wayuus cn su pütchipü’üi,  el pan de especias croata, y el encaje de Alençon, y que me perdonen los  patrimonios intangibles olvidados, es que estoy muy afligido porque no encuentro en la lista las culecas de Tudela. 

A todo esto, como los de griego son muy suspicaces, me permito advertir que los sabios peticionarios siempre mencionan la lengua homérica en segundo lugar, sin respetar la preceptiva que prima la antigüedad, ni el orden alfabético, que también tiene su aquel. Además, sumido en todavía más vacuas pesquisas, compruebo que dichos sabios son todos italianos y adheridos, que el original del manifiesto está redactado en italiano y luego pasado ex italico sermone a otros lenguajes decorativos, que de las seis instituciones promotoras cuatro son italianas, que proponen para definitivo arreglo de la preterición grecolatina la declaración de Italia como baluarte simbólico y encrujizada cultural, que el gobierno italiano encabezone la salvaguarda del griego y el latín, y que la cultura griega se las apañe para fundar en Italia florecientes colonias y extraordinarias escuelas filosóficas, por pedir que no quede.

Es verdad que sin una homéricamente dilatada memoria cultural, el hombre puede vivir, aunque sea por debajo del más noble nivel de la especie. Y es verdad que así ha pervivido durante milenios, mientras custodiaban la luz de la lamparita los doscientos ignotos guardianes que no han podido evitar la pérdida del noventa por ciento largo de los textos aún existentes al inicio de la época medieval. Pero yo estoy preocupado con la lista de los intangibles, ¿cómo es que falta toda alusión a la matanza, del cerdo, quiero decir, y a la cultura maragata? Quo confungient? Que, en romance, viene a ser ¿qué será de ellas?

 

 

 

 

 

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21 de diciembre de 2011
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Escalera al cielo

Debo de tener cinco años. En la foto lloro mientras unos brazos me alzan hasta sentarme sobre un elefante. Apenas tengo recuerdos de esa edad, pero extrañamente conservo intacto el motivo de aquel llanto. La piel del elefante raspaba, tan sólo eso, el roce animal y la marca de un frío rugoso en mis muslos. Debió de ser mi primera tarde en el circo. A medida que fui creciendo supe que el mayor atractivo no se hallaba dentro de la carpa, que, en días ventosos, rodeaban hombres con elásticos negros que luchaban por asentarla. El mayor espectáculo consistía en pasearnos entre las roulottes. Ver dónde vivían la trapecista o el payaso. Atisbar tras las puertas casi siempre entreabiertas, los maillots de pedrería en el suelo, una revista de moda francesa, los zapatos de cristal. La vida nómada donde el trailer se adapta al cuerpo o viceversa. La leyenda de una gente educada en el desapego que viajaba de un lado a otro con la casa a cuestas y los músculos tan flexibles como sus zapatos. La gente del circo ejerce de ilusionista apátrida y con sus malabares contagia la idea de que todo es posible, incluso andar al revés. Estas navidades he regresado al circo con mis hijas. Cinco generaciones de artistas en el Raluy. Jóvenes y mayores, rubios y asiáticos, acróbatas laureados que en el descanso venden bolsas de patatas, y princesas de Cachemira que cuando no actúan ayudan a sostener las cuerdas de la tramoya . No solo trabajan como una gran familia sino como una empresa en la que todos hacen de todo, los que han sido presentados como grandes estrellas del circo mundial se convierten al rato en operarios, aquella que antes vendía entradas, ahora es la misteriosa acompañante del fakir. En una ocasión leí que una trapecista mexicana, cuando tenía vacaciones, se iba de visita a los circos de los amigos. Ni pensar en una casa estable. En una vida newtoniana. En el Raluy se habla catalán. En el Cirque du Soleil, un idioma inventado. El primero es casi una reliquia, con sus caravanas de época, el backstage del segundo cuenta con 275 empleados y una sala de máquinas que ni los Rolling Stones. Pero en ambos casos sólo importa un verbo: volar. Despegarse del suelo. En el último espectáculo de la compañía canadiense, todo el mundo vuela. Aros, pañuelos, hombres y mujeres, escaleras hacia el cielo que alcanzan alturas siderales. La misión es elevarse aunque no encuentro otra palabra más precisa que la catalana «enlairar-se». «El encuentro del arte virtual con lo extraño», así definen su último espectáculo, Zarkana. Cierto es que lo extraño ?lo raro, lo deforme, lo diferente? siempre ha tenido un gran papel en el circo, antaño representado por enanos, fieras o mujeres barbudas. Pinche aquí para ver el vídeo Desde hace más de un siglo, el circo se ha visto en peligro de extinción, amenazado por una nueva y pujante cultura del ocio. Hoy, el sueño humano de volar ha sustituido la deformidad por la levedad. Pero no es sólo la superación de límites físicos lo que sorprende de estos artistas, sino cómo se ponen en la piel de los otros. En la era del empatía ?que por sí sola, y lo aclara bien Steven Pinker, no sirve para nada? los valores del trabajo bien hecho, un mayor afán de cooperación y solidaridad y unos horizontes compartidos son la base de nuestra supervivencia. Tony Judt escribía en El refugio de la memoria sobre la gente fronteriza y mostraba su gusto por los confines, por los lugares donde las lealtades y las afinidades convergen «y donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad como una condición normal de vida». Lo veo representado por esa gente del circo. Ahí está el trapecio, donde uno se lanza y vuela y el otro para y recibe. Y siempre, aunque invisible, hay una red.

(La Vanguardia)

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21 de diciembre de 2011
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La literatura, el libro y la era digital

  

En el principio fue el verbo, luego la escritura y enseguida el libro.  Sobre esa lógica causal se funda, desde el Humanismo, la visión de que los libros, escritos no por un dios sino por los hombres, nos harán más libres, a veces felices, incluso sabios. Petrarca fue el primero en lamentarlo: ya hay demasiados libros, dijo, tanto como dudosos licenciados. Cervantes, con una sonrisa “más liberal que española,” como dijo Alfonso Reyes, hizo de la lectura la forma irónica de la crítica. El Quijote fue un best-seller en Hispanoamérica y ese mismo año de su publicación, en una fiesta popular, dos lectores peruanos fueran los primeros en disfrazarse de Don Quijote y Sancho. Don Quijote es el primer amigo español que todos hemos tenido. El libro es uno de los orígenes de América Latina; la imprenta, el ocupadísimo  instrumento de nuestra modernidad.  Gracias a la imprenta y al libro la historia de América Latina no ha sido, como vulgarmente se repite, una historia de fracasos sino todo lo contrario:  un historia del futuro, de su ensayo y recomienzo permanentes.  Este aniversario atlántico de las Cortes de Cádiz, me gustaría proponer que dejemos de leer nuestra historia como una suma de meras frustraciones y la leamos, más bien, como una suma de proyectos de futuro comunitario, ciudadanía imaginada y representación ensayada. Una historia que está siempre haciéndonos, desde el comienzo, con la lengua del sujeto que asume su lugar en los relevos. Nunca el mundo ha tratado tantas veces de ser otro mundo como en las Américas.

 

Si la cultura latinoamericana, por definición, es una figura en desenvolvimiento, una práctica de apropiaciones (antropofagia, la llamaron en Brasil con entusiasmo), cuya sintaxis  incorpora lo nuevo y lo ajeno, ¿cómo no creer que la tecnología será también puesta a trabajar a favor de esa figura? El apetito popular por las nuevas tecnologías es conmovedor. Lo vemos en la extraordinaria fe latinoamericana en la educación democrática, que nos hace tener, a veces, más universidades que profesores y, en esa lógica de los procesos siempre en obras, más estudiantes que Universidades. Sólo en Chile es posible que cien mil estudiantes vayan a la huelga porque quieren estudiar. No menos asombroso es que en este siglo XXI los jóvenes  de cualquier país sean todos semejantes: tienen el mismo lenguaje tecnológico y comparten herramientas equivalentes.

 

Ya los intelectuales indígenas de los tiempos de las fundaciones recomendaban aprender la escritura, y en la gran tradición Humanista todos nuestros héroes culturales (Martí, Bello, Sarmiento, Hostos, Rodó, Darío, Henríquez Ureña, Reyes), han escrito para los que no saben leer, como si la escritura fuera un remedio contra la ceguera, y el lenguaje abriese el horizonte habitable. El día que proclamó la Gran Colombia, Bolívar tuvo a su lado un asombrado maestro inglés que traía el modelo de la Escuela de Lancaster. Lo que Carlos Fuentes llama “la gran novela latinoamericana”, que hace nuestra a la española,  es lo más moderno que tenemos: es un superconductor que enciende la memoria crítica, anima la comunidad dialógica, promueve la razón secular, y  da fe de que la invención es nuestro apetito de porvenir. Se trata, propongo, de un algoritmo barroco.

 

Pues bien, ¿cómo no creer que la formidable tecnología digital  multiplicará una nueva civilización de la lectura? Después de todo, Alfonso Reyes y Ortega y Gasset fueron nuestros primeros blogeros: escribieron miles de páginas que daban cuenta viva de la actualidad, ese presente hecho verbo, que la tecnología de su tiempo,  esa gran prensa, multiplicaba con su tipografía no menos digital. Rubén Darío debe haber apurado dos crónicas por día, tan actuales que parecían escritas mañana; y con tanta prisa que adelantaba las necrológicas de sus enemigos, quienes al leer tales elogios le devolvían la amistad. Dos hombres que leen el periódico, ha dicho el historiador Benedict Anderson, presuponen una nación.

 

Borges imaginó que de noche las palabras de los libros se mezclaban, seguramente porque todo libro quiere ser otro libro: siendo un producto de la tecnología se debe a la reproducción. Hoy creemos que los libros tienen una doble vida: impresa una, digital la otra. Y nos parece que todo libro quiere leerse en una pantalla. Típicamente, dada su vocación apocalíptica, los escritores creen que la pantalla remplazará a la página. Pero los jóvenes saben mejor: no confunden la lectura digital (utilitaria, informativa, funcional) con la lectura del libro (reposada, anotada, referencial).

 

Pasamos hoy por la crisis del libro pero no en razón de su competencia electrónica, sino por su maltrato incluso en una de sus capitales, Buenos Aires, donde la aduana retuvo un millón de ejemplares importados y se les exige a los libreros y editores exportar tanto como importan, aun si lo hacen en otros insumos.  La simetría es tan abusiva que resulta impensable. Y ahora el gobierno busca intervenir la producción del papel a nombre de su mayor distribución y  contra  su supuesto monopolio privado.  Mayor ironía aún tratándose de un gobierno que favorece los derechos humanos y hasta tiene una cátedra en Nueva York con el nombre de Néstor Kirchner. 

 

Pero no hay dos libros, lo que hay son dos lecturas. Los jóvenes distinguen leer en uno y otro medio, de acuerdo a la función de su lectura. Son los primeros bi-lectores. Robert Darton, el bibliotecario de Harvard, ha desmentido los cinco mitos de la “era de la información”: 1) el libro ha muerto; 2) estamos en la era de la información; 3) toda información está en línea; 4) las bibliotecas son obsoletas; 5) el futuro es digital. El libro sigue más vivo que nunca: un millón más de libros se han publicado este año; toda era ha sido una era de la información; sólo una mínima parte de los archivos está en línea, y Google solo ha digitalizado el 12% de los libros; las bibliotecas serán el nervio central de un país, nunca han estado más concurridas que hoy; en el futuro, libros impresos y libros electrónicos serán aliados, no enemigos. ¿Cual es, entonces, el problema del libro? En su origen está su perpetuidad: no tiene que saturar al lector con novedades, tiene que inventar al lector con necesidades. Los nuevos lectores se están formando ahora mismo y demandan ya sus propias lecturas. Por ejemplo, son millones los migrantes cuyos hijos serán los lectores del futuro. La lectura ha sido siempre una transición entre países, lenguas, clases, eras. A fines de este año, cuando parecería que los libros eran sustituidos por su versión digital, las estadísticas nos tenían otra sorpresa: los lectores han adquirido más libros que nunca; por un lado los de arte y destreza gráfica y, por otro, los que documentan la actualidad. Para sobrellevar mejor el nuevo siglo nos harán falta los mejores libros, no sólo los probables sino sobre todo los improbables. Como siempre en esta cultura, el lenguaje tecnológico ha ampliado el horizonte compartido. Un futuro que el español y el portugués,  que se acrecientan en el espacio sin fondo del libro, han hecho más creativo y habitable.

 

La historia del futuro es también la del libro: el exilio español de los años 40 nos mejoró la lectura gracias a las editoriales y traducciones que propició en México y Argentina: América, imaginó Juan Larrea, era la nueva realización de España. Cuando la dictadura cerró Brasil, América hispánica  acogió, tradujo y difundió su fecunda literatura. Y cuando la dictadura argentina persiguió a la inteligencia, Brasil recibió escritores y profesores que abrieron el espacio actual de intercambios y proyectos. El español es la segunda lengua en Brasil y, en este siglo, seguramente el portugués lo será en varios de nuestros países. Es más, pienso que Brasil confirma este siglo la existencia de la idea misma de América Latina.

 

La cultura en el siglo XXI será trasatlántica: un horizonte proyectado complementariamente por la lectura mutua.

 

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20 de diciembre de 2011
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Los 6 años de Eterna Cadencia.- Es mi librería favorita en toda…

Los 6 años de Eterna Cadencia.- Es mi librería favorita en toda América Latina. Y pensar que llegué de casualidad, caminando horas por calles con nombres de países centroamericanos con una novia de entonces, que ya no es mi novia, hasta llegar a la ansiada calle Honduras. Y me acogieron ahí luego de unos años, cuando pasé casi 15 días en Buenos Aires, casi todas las tardes con mi MacBook escribiendo en la terraza, almorzando delicioso, revisando los libros de la mesa de novedades y los que publica la editorial de la librería (acaba de sacar uno de Kobo Abe que muero de ganas de tener), conversando con los amigos (en especial con Patricio Zunini y el estupendo blog de la librería que administra). Y luego el lleno total en la charla que tuve con Pedro Mairal, con mi cara picada por los mosquitos que no respetan el Off. Hoy cumplen seis años los muchachos de Eterna Cadencia. ¡Un enorme abrazo y muchos años más de vida!

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20 de diciembre de 2011
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Tres filósofos judíos

 

El hombre que piensa y vive como un filósofo, libre de culpa, irreprochable y amante de la sabiduría, percibe en este mundo irresuelto una presencia y es esta fuerza, con mil nombres y ninguno verdadero, la que mientras hace más difícil su existencia, la va cargando de sentido. Un sentido revelado y oculto que nos interpela, requiere, exige, instiga y concita. Pero que no espera ser explicado. Pues tan sólo desea, ciertamente con impaciencia, ser actualizado.

El conocido e influyente filósofo naturalista Hilary Putnam ha escrito esta guía para ayudar al lector a bregar con la obra de tres filósofos judíos y con brevedad espiga lo que le parece más atractivo de Franz Rosenzweig (1886-1929), Martin Buber (1878-1965) y Emmanuel Levinas (1906-1995).

Los tres filósofos judíos hilvanaron en el convulso siglo XX un nuevo pensamiento cuya radical interrogación acerca de la condición humana ha resultado ser una corrosiva impugnación de las cansinas omisiones de nuestra cultura.

La singularidad humana, lo que hace excepcional al hombre, y lo único que a fin de cuentas se espera que comprenda en la encrucijada cósmica que habita, es su disposición a comportarse como un hombre disponible. Una determinación cuya confianza debe ser absoluta pues nada enturbia al hombre que sabe decir "aquí estoy".

Todo hombre siente la obligación (y la ansiedad) de estar abierto a la necesidad, al sufrimiento y a la vulnerabilidad del otro. Y si en algún momento se pregunta ¿por qué debería yo ponerme a su disposición?, delata la carencia vital que le impide consumarse como ser humano.

Este otro es una fisura, un rostro o una huella: sólo puede intuirse, presentirse. Y tan sólo su efímero y huidizo aspecto, mientras uno se dispone a sustituirlo allí en dónde esté sufriendo, permite atisbar la plenitud del sentido.

Un fragmento de Levinas citado por Putnam nos ayuda a comprender la dialéctica de este nuevo pensamiento hablado, que según los autores, sólo cuando salga de las páginas de los libros, será una forma de vida, una experiencia:

"Lo numínico o lo sagrado envuelve y transporta al hombre más allá de sus poderes y de sus voluntades. Pero estos excesos resultan ofensivos para una verdadera libertad... Esta potencia sacramental de lo divino es para el judaísmo una ofensa a la libertad humana y contraria a la educación del hombre. No porque la libertad sea una finalidad en sí misma sino porque sigue siendo la condición de todo valor que el hombre puede alcanzar. Lo sagrado que me envuelve y me transporta es violencia".

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20 de diciembre de 2011
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Alejarse de Aristóteles IV

Socavar los pilares

Aristóteles que asistió al derrumbe de sus tesis sobre la a-temporalidad de las especies, Aristóteles que vió un día como la matemática (en el pensamiento de Cantor y de Abraham Robinson ) abría camino al infinito numérico por él repudiado, Aristóteles que asistió con estupor al alcance por los físicos de "niveles cada vez más profundos de vacío"...Aristóteles que, en suma, vió como el pensamiento ulterior procedía a relativizar el suyo propio a la manera como él había relativizado el pensamiento presocrático...no hubiera quizás podido conjeturar que se pondría en tela de juicio el horizonte mismo de principios y conceptos que él había consignado y erigido precisamente en condición de posibilidad de la razón y el juicio.

De ahí lo inevitable  de tomar distancia,  separarse de Aristóteles, separarse de aquel que permitió pensar incluso lo que era contrario a sus tesis... razón por la cual las diatribas en el seno del pensamiento seguían siendo diatribas aristotélicas. Separarse en suma de quien con toda justicia era El Filósofo,  a la vez que era El científico.

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20 de diciembre de 2011
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Besuqueos del saber

Nada se acumula, todo se dispersa. El conocimiento que siempre pesaba (siempre contaba) y hasta el conocimiento superior que tenía peso histórico se halla ahora flotando, posiblemente, sobre una nube.

La nube de la informática es ya capaz de acumular miles de millones de datos que forman repertorios del saber tan colosales como inasibles informaciones tan importantes como carentes de toda monumentalidad, física y visual.

Entre las seis bibliotecas más grandes del mundo en el siglo XXI (Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, la Biblioteca a Británica, la Biblioteca Nacional de Francia, la Nacional de España, la Vaticana y la de Alejandría), la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, con sede en Washington y fundada en 1800, cuenta con más de 128 millones de volúmenes y presenta un desfile de 460 lenguas.

El bulto de ese saber es una supermasa de miles de toneladas de papel y de cientos de kilómetros de longitud, lomo a lomo. Este espacio extenso, que se alza como una herencia majestuosa, es la consecuencia del saber guardado y acumulado. El saber estibado, que sería patrimonio contable y gigante. Enorme escultura del conocimiento trabajosamente adquirido y esculpido.

Ahora, sin embargo, saber es algo equivalente a sorber. O menos todavía, similar a catar. Los más jóvenes aprenden de aquí y de allá en pequeñas porciones que apenas lamen, informaciones fragmentadas que una vez en la mente no siempre son metabolizadas para crear musculatura intelectual.

La ligereza en la lectura, en la visión del arte, en aprendizaje del tour turístico, en el videojuego o en la comunicación del chat, proporcionan un infinito número de escamas culturales casi traslúcidas, aprovechables para una navegación ocasional y diluidas si no son directamente pertinentes en el viaje posterior.

Se aprende no colmando un arca determinada o engrandeciendo las provisiones de su contenido sino recibiendo cada novedad como un producto de consumo útil, aplicable y desechable si no posee poco después una funcionalidad eficaz.

Así, las casas no se llenan ya de libros ni de discos. Hay dispositivos que, sin apenas espesor, pequeños y livianos son capaces de la máxima captación. Sustituyen de este modo invisible a los muchos litros que formaban las fuentes manchadas de tinte, en el lienzo, en la partitura o en la redacción.

La opción a la consulta sigue viva, pero ha muerto el fornido cuerpo de su autoridad. Ahora son sus partículas superficiales, una a una, las que sin materializarse atienden a la demanda de información. De hecho la vieja cultura se ha descorporeizado tanto que en esa transustanciación ha llegado a cambiar su previa naturaleza y puesto que no se presenta majestuosamente se le retira la devoción. Puesto que no impresiona ni pasma, se le pierde consideración.

La cultura se hace atmósfera o medio ambiente, se desvanece en lo intangible del entorno y hace imposible la reverencia en peregrinación hacia santuario alguno. De ese modo, puede decirse que no se tiene destino o no se tiene cultura, teniéndolos, al referirse al estado de la juventud digital. No tienen, efectivamente, una cultura que densa, que se aprese o se adore pero la disfrutan aunque, físicamente, no la posean.

La música se halla por todas partes, la estética se ha dispersado en mil manifestaciones del diseño, la escritura ha poblado la red. No es una Cultura Sagrada como tampoco esta historia presente, compuesta de accidentes tras accidentes, sucesos y sucesos explosivos, lo es. La Historia ha caído hasta la gacetilla y las grandes sentencias del pensamiento se acomodan para quedar como titulares de los periódicos. Día tras día, una secuencia de 24 horas se esfuma tras la llegada de otra secuencia del mismo grado temporal tan friable que no puede apegarse fuertemente al primer relato, sino que por sí sola empieza y acaba el vuelo de la narración.

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20 de diciembre de 2011
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Lucía Etxebarría deja de escribir

Lucía Etxebarría

Dado que he comprobado hoy que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio oficialmente que no voy a volver a publicar libros en una temporada muy larga. No al menos hasta que esta situación se regule de alguna manera. A mí no me apetece pasarme tres años trabajando como una negra para esto. Si quiero regalar novelas, haré copias para mis amigos en plan Sebastian Venable.

El mensaje podría ser muy preocupante, pero no lo es porque quien lo ha escrito es Lucía Etxebarría. Seguro que no habrá demasiados lectores preocupados por el anuncio de Lucía quien ha tenido que comerse, en su página pública de Facebook, varios comentarios de insultos. Hay que decir que no es muy atinado de su parte decir, por ejemplo, ?no me apetece trabajar como una negra?. ¿No pudo encontrar una metáfora mejor para explicar su punto? El tiro le salió por la culata. La mayoría de los mensajes fueron irónicos, dándole gracias a la escritora por su decisión de dejar de escribir. Uno de ellos fue bastante rotundo, firmado por Jennifer Camacho:

Hoy sólo quiero darle las gracias señora Etxebarría por no tener que sufrirla más en la mesa de novedades. Los árboles respirarán tranquilos. La gente querrá leer a Bulgákov o Binet. Espero que sea una mujer de palabra y que no caiga en la tentación de volver cuando le pongan una oferta irresistible en las narices. Que usted ya no escribe por pasión, porque si no, no se rendiría así. Pero no se compadezca de sí misma, no diga que se marcha por desencanto, poque no se lo compran, por ingratitud. Duro lo tuvieron los escritores censurados de la URSS, que muchos acabaron perdiendo la vida por escribir. Duro lo tuvo Walser, que acabó arruinado en un manicomio de mala muerte. Duro lo tuvo Dostoeivski que apenas tenía para comer. O Toole que jamás llegó a publicar en vida, y sólo porque al morir su madre insistió hasta que le publicaron La conjura de los necios. Y ninguno se quejó jamás de que nadie les compraba, o les pagaba por su trabajo. Pero grandeza de corazón no nos toca a todos en la vida. Está claro.

Ante estos, Etxebarría volvió a comentar su idea en un texto mucho más extenso en su misma página de Facebook. Dice ahí:

Como ya anuncié ayer, mi intención, de momento, es dejar de escribir novelas por unos años. Me sorprende enormemente que tanta gente no lo haya entendido y que, para colmo, me critique por ello. No sé en qué trabaja esa gente a la que ha sentado tan mal lo que he dicho. No sé si sus padres los mantienen o si han heredado una fortuna. A mí no me mantienen ni mis padres ni un marido ni un ex marido, y por lo tanto tengo que trabajar para vivir. Porque mantengo mi casa y a mi hija. Cuando Miguel Angel pintó la capilla Sixtina, se los pagó el Papa Sixto, con la intención no de que esos frescos los disfrutara la plebe, sino solo los doscientos elegidos de la corte papal que se reunirían all. Doscientos, repito. Ni uno más. Esa capilla no era de acceso público. Cuando el Greco, Velázquez o Goya pintaban cuadros, se los compraban o bien el rey o bien miembros de la corte que podían pagarlos, y los colgaban en las paredes de su casa, no en un museo. Cuando Baudelaire escribía, por mucho que preconizara el lema parnasianista de ? el arte por el arte? (dado que Baudelaire era muy rico y no tenía que trabajar para vivir), el editor le pagaba por las copias vendidas, y de hecho ? Las flores del mal? fue un éxito editorial en su momento y, que la historia sepa, Baudelaire no hizo ediciones de sus obras para repartirlas gratuitamente entre sus amigos artistas ni tampoco donó el dinero de sus derechos de autor a los pobres. Cuando Stalin, Mussolini, Hitler o el propio Franco pagaban a artistas para que sus esculturas o edificios decoraran las calles de las ciudades, el fin era propagandístico, no artístico. La cultura nunca ha sido gratuita, nunca. Por mucho que algún inculto se empeñe en afirmar lo contrario. Y nunca había sido tan democrática como hasta ahora, puesto que solo en el siglo veinte todos los estamentos sociales han podido tener acceso al arte que, hasta el XIX, estaba reservado a una élite que podía pagar por él. Pero en nombre, supuestamente, de la democracia, se está asesinando la cultura. Sí, existe en según qué círculos esa asociación de la cultura con el arte incomprendido de los artistas incomprendidos que, del mismo modo que desarrollan una forma de vida alternativa o extravagante o bohemia, desarrollan su arte de forma ajena a las instituciones artísticas), los encargos oficiales y el mercado. No por casualidad el arte soviético calificó estos principios parnasianistas de ideas burguesas, porque lo son. Porque solo el que es rico por su casa puede abrazarlas. Los demás no podemos. Yo cobro por copia vendida. Si se me da un adelanto de derechos de autor, se suele estimar en función de las copias que el pasado libro haya vendido. El último adelanto ha sido sensiblemente más bajo que el anterior, porque ? Lo Verdadero es un momento de lo falso? vendió menos de lo esperado. Eso sí, lo podéis descargar en internet en cinco minutos. Y por eso, precisamente, vendió tan poco. Es tan simple como que no me puedo poner a escribir otra novela porque tengo que comer para vivir y, si bien mi situación no es desesperada, ni mucho menos, tampoco es que pueda vivir del aire, ni que pueda seguir así el resto de mi vida. Empieza a ser hora de que me busque un trabajo. Y sí, podría sacrificarme mucho, trabajar en otras cosas y escribir dos horas cada noche, pero sí he tenido una hija ha sido precisamente para estar con ella, y también quiero estar con mi familia y con mis amigos. No quiero llegar a casa derrengada y ponerme a escribir a partir de las ocho. Lo hice con veinticinco años. Entonces me sobraba energía y no tenía una hija. Ahora no me siento capaz de repetir el esquema. Y, sobre todo, no quiero regalar gratuitamente mi obra a gente que, precisamente, se permite dejar en mi muro unos comentarios tan desagradables como los que he leído. (?) A día de hoy no tengo la más mínima intención de ponerme a escribir otra novela, y mucho menos un guión de cine. El abogado me cobra mil euros por cada uno de los seis juicios a los que me he tenido que enfrentar este año por culpa, precisamente, de una historia que no hubiera sucedido si yo no escribiera y no me hubiera hecho famosa haciéndolo. El fontanero me ha cobrado doscientos euros por la reparación de la cañería. Movistar me ha cobrado mil seiscientos euros por una factura fantasma de cuyo importe quisiera no acordarme, pero me acuerdo. La comunidad de mi casa, tiene costes, el IBI lo pago, pago todos mis impuestos religiosamente, pago la comida de mi hija, sus libros, sus uniformes, mi comida. Y de algún lado tendré que sacar el dinero para hacerlo. Repito: Ni he heredado una fortuna, ni me casé con nadie de la realeza, ni a día de hoy tengo cuerpo como para que me paguen por mis servicios sexuales. ¿ Es tan difícil de entender?

Desde luego, después de ese texto los insultos, las réplicas y los reproches siguieron llegando. Como aquel que dice: ?Pues nada hija, si escribes unicamente para lucrarte , buscate otro empleo, no se te echará de menos con esos ideales.? O aquel otro que declara: ?¡¡Se acabó vivir de la ceja!!? 

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20 de diciembre de 2011
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"El tema que uno sea gay o no es absolutamente irreverente"

David Leavitt ¿Se acuerdan de David Leavitt? En los años 80 era un verdadero boom, en especial para aquellos que buscaban literatura de género y, en su caso, más concretamente en novela gay. Ahora, de paso por Buenos Aires, habla con Andrés Hax para la revista Ñ sobre su nueva novela El contable hindú publicada por Anagrama. Esta vez, a diferencia de otras obras suyas, el libro no sucede contemporáneamente sino que es una novela histórica, aunque también hay un tema de identidad sexual. Dice la nota en Revista Ñ:

David Leavitt parece demasiado joven. Es que sacó su primera colección de cuentos en 1984. Imagínense ese mundo: pre Internet, pre televisión por cable, con el proyecto neoliberal recién despegando, con Reagan y Thatcher como copilotos. Era otro mundo. Otra era. Entonces cuando conocemos a Leavitt acá en Buenos Aires en la presentación de su última novela y vemos a un tipo bastante joven, a primera vista no nos dan los números. Pero es que Leavitt fue un wünderkind y en el 84 tenía veintitrés años. Ahora tiene cincuenta. Un pibe. Leavitt está de viaje en Buenos Aires y tiene intenciones de radicarse acá, al menos unos meses por año. En la librería Cúspide (la que está frente al cementerio de la Recoleta) presentó El contable hindú, su última novela, que apareció en inglés en el 2007 y se acaba de traducir al español. Marca un cambio profundo en su literatura, la misma que lo volvió un ícono de las letras gay en los 80. Esta es una novela histórica, meticulosamente investigada, sobre la relación entre el matemático inglés G.H. Hardy y el matemático genio autodidacta de India, Srinivasa Iyengar Ramanujan en la universidad de Cambridge en la época de la Primera Guerra Mundial.Leavitt dice que se ha volcado a la novela histórica ?aunque no le gusta ese término? porque ya no logra entender el presente. Quienes hojeen su libro verán que está repleto de formulas matemáticas de alta complejidad. Leavitt dice en la presentación que una de las cosas que le atrajo de la matemática es que ?como en la literatura? se suelen generar respuestas bien complejas a preguntas bien simples.Le preguntaron cómo recibió su novela la comunidad matemática y dijo: ?He recibido muchas cartas de matemáticos y muchos me corrigieron errores, pero todos estaban agradecidos de que se escribiera una novela sobre el tema. Me apoyaron muchísimo. Nunca recibí un email acusatorio, fueron muy generosos. ¡Además pasó algo que creo que es inédito en la historia académica de los Estados Unidos! Me invitaron a participar en una conferencia en Cornell que unió las facultades de matemáticas y de escritura creativa.?En cuanto su encasillamiento como escritor gay Leavitt enfatizó que esos términos ya no tienen peso en los Estados Unidos y que los escritores no se sienten obligados a seguir una temática según su sexualidad. De hecho contó una anécdota de un ex alumno suyo, cuya escritura, además, conocía íntimamente.?Y una noche que iba a venir a cenar me avisan que venía con su novio. Y yo dije ?¡qué novio!? Estaba asombrado, nunca lo supe. Entonces, el punto es que ya no te puedes dar cuenta de la orientación sexual de un escritor por lo que escribe. Los escritores jóvenes gay ya no están fijados en el tema de la identidad sexual. Ni tampoco sienten que sea un tema importante. Básicamente hay una generación que creció viendo programas de televisión como Will and Grace y el tema que uno sea gay o no es absolutamente irrelevante. Creo que esto es muy positivo.? 

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20 de diciembre de 2011
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"Gargantúa y Pantagruel" para Navidad.

Carátula del libro Las listas de libros recomendados para Navidad suelen ser extensas, pero Ricardo Menéndez Salomón no tiene dudas en dar su recomendación: un solo libro, Gargantúa y Pantagruel (Los cinco libros), de Francois Rabelais, editado por Ancantilado. ?La literatura como festín? es el título del artículo que publica en el último Babelia. Dice la reseña:

¿Qué consuelo, qué gozo, qué advertencia puede hallar en Gargantúa y Pantagruel el cínico y desencantado lector actual, que ha asistido hastiado a no se sabe ya cuántas muertes y resurrecciones de la novela, y que transita hoy, entre afligido y resignado, por una ficción en perpetua sospecha de sí misma, obligada a una consideración siempre irónica de sus poderes, enfangada en el descubrimiento de otros tantos mediterráneos que una mirada atenta a la tradición le evitaría considerar como tales, al constatar que lo que llama ?descubrimiento? es solo reconocimiento en el mejor de los casos o ignorancia en la mayoría de ocasiones?

¿Qué propuesta puede hacer suya el lector contemporáneo ante este libro seminal, que alzado sobre el trípode de las Escrituras, el saber grecolatino y la épica forjada en la novela caballeresca desborda toda constricción formal y se convierte en una máquina trituradora de prejuicios? ¿Qué feliz circunstancia ilumina esta prosa libérrima, lasciva, procaz hasta decir basta, incómoda por momentos aun para nuestra sensibilidad posindustrial, que ha hecho de la pornografía un paraje yerto y aquí se debe enfrentar a una sexualidad plena, retozona, de una capacidad evocativa y sensorial alucinante, como sucede en el asombroso episodio de las murallas parisienses construidas con vaginas? ¿Qué zarza ardiente nos sale al encuentro en este ciclo que se mofa de todo y todos, que arde por sus cuatro costados y le enseña el culo al teólogo, al retórico, al príncipe, a putas y cortesanos, catedráticos y fámulos, almas bellas y maquiavélicos, al hombre de armas, al báculo de Iglesia, al filósofo escolástico? ¿Qué voluntad anima al irreverente predecesor de Cervantes, de Sterne, de Joyce y de Perec, de los revolucionarios de la narrativa, de esa línea fecunda y sagrada que hace de la literatura en general y de la novela en particular la más alta manifestación de la libertad creadora? ¿Qué audaz verdad se descubre en este libro en que se folla sin pausa, se bebe sin medida, se come hasta el hartazgo, se miente a satisfacción, se roba, se estupra y se asesina, se opina de aerofagia, canibalismo y sodomía con idéntica ligereza e idéntica seriedad que las empleadas para discutir con Tito Livio, Tomás de Aquino o Carlos I, con un lenguaje que nos eleva desde la hipérbole, que nos abruma con la pirueta, que nos asombra ante la evidencia de una inteligencia en estado puro, que viaja de la medicina renacentista a la chanza taumatúrgica, de la hermenéutica veterotestamentaria a la más rotunda escatología, de la lección humanista al terrorismo in nuce?Quizá la respuesta a todas esas preguntas, que en realidad esconden una sola y vieja demanda (qué hace clásico al clásico), la hallemos en el prefacio de Guy Demerson: ?Según Rabelais, una obra auténticamente literaria corre el riesgo de fracasar en un medio cultural incapaz de captar el mensaje, por su estupidez, por su carácter superficial o simplemente por su mala fe; siempre presentó su libro como ejemplo de tal tentativa de comunicación expuesta a la incomprensión. El acto de ?benevolencia? del lector es la risa, la prueba de que acepta entrar en el fantasioso mundo de la literatura?. Porque esa risa liberadora es el arcano de un texto inagotable, esa risa que jamás falta en ningún libro realmente decisivo (la risa del Quijote oTristram Shandy, de Ulises o La vida instrucciones de uso), y que en la magnífica edición de Gabriel Hormaechea nos devuelve el festín de una raza de gigantes nacida de la pluma de quien acaso puede reclamar para sí el título de primer gigante de la novela europea.

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19 de diciembre de 2011
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El Boomeran(g)
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