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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El decálogo imprevisto de Sumalavia

Ricardo Sumalavia en Praga Hablando del Salón del Libro de París, Ricardo Sumalavia participó del evento con un libro de obras cortas (Pieces) publicado por Cataplum. Hace unas semanas, el blog La Nave de Los Locos publicó una suerte de decálogo imprevisto o ideas sueltas de Sumalavia sobre la escritura del cuento breve y el microcuento. Algunas ideas son realmente interesantes. Aquí algunos ítems:

IV

Al oír hablar de la perfección del cuento, de su unidad, conviene ampliar una sonrisa.En Oriente, mientras observamos al más experto de los calígrafos trazar algunos ideogramas sobre el papel de arroz, notamos que algunas gotas de tinta se esparcen aparentemente ajenas al motivo del trazado. ¿Un error? ¿Burdas manchas que quiebran la armonía, la unidad? No es así. Esas gotas dan muestra del impulso creativo del artista por alcanzar, rozar, la perfección. Inalcanzable perfección. En ese intento se halla la nueva belleza. Lo que nosotros podríamos ver como imperfección, finalmente representa una noción y estética distintas de la armonía. El microcuentista también puede ser un calígrafo. V El estilo del microcuentista obedece a distintos factores. Éste se construye con el asiduo ejercicio, con la lectura, con el imaginario del escritor que busca su concreción en la palabra escrita. Pero también el estilo se amolda y potencia ante las circunstancias más anodinas. En su etapa de formación, reiteradas veces el escritor se lamenta de las largas convalecencias, encierros, de la vida en el campo o la ciudad, de las urgencias y obligaciones familiares o laborales, de la ansiedad o la molicie, que van condicionando sus primeros escritos. Sin embargo, llega el momento en el que esos posibles impedimentos son domesticados y aprovechados por el autor. Cuando hay conciencia de ello, el escritor domina sus recursos narrativos y reconoce su estilo.

VI Una buena microficción ofrece una buena historia, una anécdota, una sucesión de hechos cautivantes. No obstante, la buena microficción puede también dejar de ofrecer una buena historia, una anécdota relevante, etc. Pues hay un elemento agregado inexpresable en el argumento mismo, pero que procura de él para revelarse o ser intuido. Ese elemento agregado afecta vivamente en el lector.

X

Si para el escritor Julio Cortázar el cuento ganaba por knock-out, la ficción breve no gana, sólo es un contradictorio y placentero golpe sostenido.



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21 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La biblioteca ideal de literatura japonesa

Kenzaburo Oe en París. Foto: Ricardo Sumalavia Con la presencia especial de Kenzaburo Oe, del 16 al 19 de marzo se dio el Salón del Libro de París con Japón como País Invitado de Honor. El diario L?Express ha hecho una lista que implica la Biblioteca Ideal de Literatura Japonesa. ¿Están seguros? Para mí, resaltan más las ausencias que las menciones. Aquí la lista de L?Express:

Le Dit du Genji par Murasaki Shikibu, traduit par René Sieffert, 1 472 p., Verdier, 58 euros  Notes de chevet par Sei Shônagon, traduit par André Beaujard, 330 p., Gallimard, 12 euros  Le Goût des haïku, textes choisis par Franck Médioni, Mercure de France (en librairie en mars) La Lande des mortifications par Zeami, vingt-cinq pièces de nô traduites par Armen Godel et par Koichi Kano, 618 p., Gallimard, 29 euros  Je suis un chat de Natsume Sôseki, traduit par Jean Cholley, 440 p., Gallimard, 12 euros  Eloge de l?ombre par Junichirô Tanizaki, traduit par René Sieffert, 96 p., Verdier, 16 euros Le Pavillon d?Or par Yukio Mishima, traduit par Marc Mécréant, 380 p., Folio, 7 euros Les Belles Endormies par Yasunari Kawabata, traduit par René Sieffert, 128 p., Le Livre de poche, 4 euros  Une affaire personnelle par Kenzaburo Oé, traduit par Claude Elsen, 180 p., Stock, 8 euros   Kafka sur le rivage par Haruki Murakami, traduit par Corinne Atlan, 638 p., 10/18, 8,50 euros 



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21 de marzo de 2012
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Tras las cosas y uno mismo

El guionista del sueño

En ocasiones los sueños tienen un carácter desarticulado y aunque sus imágenes aisladas formen pequeños grupos significativos, no hay una ley de composición que les confiera unidad formal (al menos aparente, pues otra cosa es la unidad posterior que pueda resultar de una interpretación).
En ocasiones, sin embargo, los sueños impresionan por su coherencia. Coherencia "realista" o fantasiosa (es decir, respetando o no las leyes aparentes del entorno físico y hasta los comportamientos previsibles de los seres que lo animan), pero respondiendo a las reglas de una narración bien construida o mejor, dada la preeminencia de las imágenes visuales, reglas de un riguroso guión cinematográfico, en el cual-matiz clave- el espectador juega un papel protagonista.
Este protagonismo del espectador en la trama del sueño (ingrediente esencial de lo literalmente insoportable que resulta en ocasiones la peripecia onírica), plantea el problema clásico de la alienación del ser humano en sus propios espejismos. Pero en estos casos de sueño que parece responder a un guión bien trabado, surge para el soñador una inquietante pregunta: ¿ quién o qué es soporte de esta trama de cuya rigurosa articulación el sujeto consciente es simplemente incapaz?
Tales sueños parecen dar testimonio de que, tras el yo incapaz para la forja de un relato que vaya más allá de la pueril expresión de los inmediatos temores deseos y fantasmas, hay un riguroso conocedor de las leyes de la palabra y de la potencia de la misma. Trabajando oculto en la vigilia, su tejido se muestra en el sueño, amenazando a nuestra subjetividad (desarticulada, pasiva, huidiza ante toda confrontación) pero dando testimonio del rescoldo de veracidad que perdura en nosotros.

Heidegger parece invitarnos a apostar por una autenticidad existencial que entre otras cosas pasaría por el reencuentro de una verdad no reductible al estatus de correlato del conocimiento. El problema es sin embargo delimitar el horizonte en el que tal verdad ha de ser buscada y la disposición de espíritu (no parece conveniente utilizar al respecto el término método) que facilitaría el reencuentro.
Es en general de buen augurio el sentimiento de que nuestra subjetividad cotidiana y consciente ha topado con algo que realmente la interpela, algo que escapando a su control, poseyendo un indudable peso y en consecuencia suponiendo un riesgo, es sin embargo portador de algún tipo de promesa.
De ahí el interés de esos sueños a los que me refería en los que la escenografía visual parece trabada por una consistente sintaxis. Escritura no procedente del exterior, pero tampoco forjada por nuestra conciencia (mero reflejo en general de un cúmulo de prejuicios y frases masticadas), su implacable rigor es signo de que tras las cosas, los seres que me hablan y yo mismo no hay vacío de significación sino quizás precisamente la matriz de la misma.
Tales sueños marcan el límite de nuestros parapetos, de nuestras tentativas por reducir todo -incluso la propia muerte- a representación, de nuestros esfuerzos por mantener nuestro reducto. Por eso la primera e inmediata anamnesis de los mismos es emoción pura, cuando no simplemente esa angustia tan evocada por el propio Heidegger.

Veracidad y ciencia natural de nuestro tiempo
Parece que el neutrino, rara partícula por su rara densidad, por su cuasi etérea masa, defrauda alguna oculta esperanza y no supera la velocidad de la luz, con lo que ello hubiera supuesto de efectos extraños, como quizás trascender la imposibilidad de remontarse en el tiempo. El proyecto sobre partículas elementales Opera, en el marco de cuyas investigaciones se fraguo el viaje de los neutrinos a través de 730 kilómetros, reconoce que dos deficiencias técnicas han podido modificar las condiciones y producir la ilusión de que cabe una velocidad supraliminar, la cual eventualmente pudiera ser utilizada como medio de transmisión que (en la medida en que el tiempo empírico para un intervalo espacial dado, tiene límite en lo que tarda en cubrirlo la luz) permitiría enviar un mensaje al "pasado"(comillas porque el término pasado ha cambiado de sentido si permite algún tipo de reversibilidad.
Decía en una columna reciente que nada de esto cabe esperar del fenómeno en el que una partícula determinada A es sometida a una medición de Bell respecto a una partícula B que antes se hallaba vinculada a C, lo cual tiene como consecuencia que C se libera y alcanza el estado que tenía A. Pues para que esto acontezca se exigen determinadas condiciones, a saber que haya información clásica de lo que ha ocurrido entre A y B, o sea información que de ninguna manera se transmite a velocidad superior a la de la luz.
Avanzaba que el asunto se hace barroco cuando consideramos el caso en el que se dan dos parejas entrelazadas A-D por un lado (digamos arriba), B-C por otro (digamos abajo). El entrelazamiento entonces entre A y B provoca la disolución del antiguo lazo lazo entre B y C y un entrelazamiento entre D y C. Indicaba que la expresión "trueque de entrelazamientos"(Entanglement Swapping) era perfectamente adecuada para designar el proceso al que se asiste.
Hay razones para suponer que el Entanglement Swapping constituye una de las más sorprendentes cosas que el hombre haya podido consignar en su esfuerzo por observar la naturaleza y hacerla inteligible. Si en experimentos anteriores (el de Aspect confirmando la violación de las desigualdades de Bell es el clásico) podía mostrarse que la naturaleza responde en ocasiones a un comportamiento holístico en el que sólo lo relacional es susceptible de ser archivado y los individuos parecen perder su subsistencia, con el trueque de entrelazamientos se diría que los lazos mismos vienen a ser protagonistas casi exhaustivos de la peripecia. Como ya he sugerido, lo prodigioso de ello es que no se trate de un desarrollo en la fascinante y grandiosamente especulativa Ciencia de la Lógica de Hegel, sino de un capítulo de la ciencia natural de nuestro tiempo. Capítulo que constituye un reto para la metafísica y ofrece la oportunidad de retomar la interrogación sobre la esencia de la misma. Heidegger no niega que la metafísica es en en primer lugar reflexión tras la física, mas considera que por ello mismo la metafísica es la expresión paradigmática de la disposición del ser humano caracterizada por la puesta entre paréntesis de la interrogación cabalmente ontológica; la metafísica es parte, según su expresión, de la reducción del ser al ente y signo en ello mismo de su olvido, lo que acarrearía para el ser humano la prosecución fines propios de una existencia inauténtica.
¿Olvido pues del ser la reflexión sobre la disciplina que ha forzado a dejar de contemplar la naturaleza como conjunto de entidades dotadas de propiedades intrínsecas, sometidas a relaciones de contigüidad y obedientes a principios de razón suficiente? Mantener el proyecto de una reflexión sobre la physis posterior a la física, mantener el proyecto de una meta-física, tras el radical socavamiento de principios que ha supuesto la ciencia natural de nuestro tiempo, exige quizás una marcha atrás, exige remontarse a la prehistoria de tales principios, exige considerar de nuevo la disposición de espíritu que lleva a la metafísica.

La pregunta sobre la esencia del dinero
Una reflexión del economista Miguel Otero sobre las causas del fracaso del proyecto europeo ( el autor en síntesis se adhiere a la tesis de la incongruencia de una unión monetaria sin poder político unificado de la cual la moneda común sería un instrumento), ofrece sus lectores la oportunidad de hacer conjeturas sobre el origen y la esencia del dinero.
La primera conjetura es la de que el dinero habría surgido como unidad de cuenta que permite calcular valores. En Mesopotamia, 3000 años antes de Cristo, el poder soberano tendría en el dinero una referencia de lo que (en cabezas de ganado de una u otra especie, por ejemplo) estaban en derecho de demandar a sus súbditos. Como Miguel Otero enfatiza, el dinero así concebido es un puro medio de control, carece de substancia en un metal por ejemplo. El soberano puede según su conveniencia devaluarlo, es el caso cuando lo que adeuda a otros es más de lo que le adeudan a él, lo cual obviamente es más difícil de hacer con algo -oro en general - a lo que se ha concedido valor substancial.
De ahí que, en una segunda conjetura el dinero habría aparecido como medio perdurable de intercambio al que se le supone un valor intrínseco y que supone el fin del trueque. Una devaluación de un metal no puede efectuarse más que si deja de ser considerado auténticamente precioso por los que lo poseen, lo cual exige algo más que un mero acto administrativo.
En fin el dinero es asimismo concebible como depósito de valor. La función del dinero es aquí extraña. El dinero tiende a la acumulación, pero como esta acumulación sólo puede hacerse por mediación de la riqueza (el número de cabezas en una sociedad ganadera por ejemplo -en la lengua vasca rico -aberatsa- tiene la misma raíz que ganado- abere-), la acumulación de dinero pasa por el control de la riqueza ajena. La situación actual de la economía europea en la que los gestores del dinero controlan tanto la "riqueza" reducida a deuda- la casa en primer lugar- de los ciudadanos, como la deuda inmensa de los estados es un buen ejemplo. Ejemplo, señalaré de paso, que convierte en pura retórica la interrogación efectuada en el diario "Le Monde" por el presidente del partido Social- Demócrata aleman Sigmar Gabriel "¿Quien fija las reglas de juego de los mercados, los que especulan o la política?" La evidencia de la respuesta no hace sino más legítima la denuncia por el mismo Gabriel de la "democracia adecuada al mercado" de la señora Merkel que impide la existencia de "mercados respetuosos de la democracia". El problema es que a la hora de llevar a cabo está bienintencionada propuesta la disposición de los socialdemócratas parece bastante tibia.

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21 de marzo de 2012
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Perder la cabeza

No importa la naturaleza del objeto extraviado: puede ser previsible, como un teléfono, unas llaves o una bufanda; o de lo más exótico, como un guacamayo; excepcional como un vestido de novia de Vera Wang, o doméstico como una olla exprés. Sí, en este mundo hay personas capaces de olvidarse en el metro de Barcelona o el de Madrid una nevera portátil, un medidor de glucosa, una caña de pescar, una cuna de bebé o incluso unos papiros egipcios. Una vez me quedé impresionada por el relato de un vendedor de Ikea, que, por cierto, no parecía escandalizado: “En nuestra sala de juegos, en más de una ocasión, los padres se han olvidado recoger a sus hijos. Sí, cuando estábamos a punto de cerrar, los hemos llamado, o ellos a nosotros porque al llegar a casa advirtieron que la sillita del coche estaba vacía”. Sin ir más lejos, el año pasado fue olvidado un bebé de 18 meses en un hotel británico, y también en el Reino Unido, según una información de José Luis Ortega publicada en La Vanguardia, hubo quien se dejó en la habitación una antorcha olímpica de un metro de altura, las llaves de un Ferrari o una urna con las cenizas de un familiar. ¿Qué mecanismo se anula o se dispara para que alguien sea capaz de olvidar las cenizas de su padre, o a su propio hijo vivo? La gente, cuando se queda en blanco ante algo que sabe que sabe, suele usar el humor negro como salida desesperada: “Es mi alzheimer”, bromean, porque dejar de ser capaz de recordar conforma uno de los vértigos más tenebrosos para el ser humano. La llegada de la presbicia a menudo suele acompañarse de un lugar común tremendamente incómodo: no saber cómo se llama quien te está saludando. Como si no cupiera un lugar para aquella persona que te llama por tu nombre y te convoca a vivencias comunes. Una leve luz pugna por abrirse paso entre las zonas oscuras y blandas del pensamiento. Alguien que no debió de impactarte, te dices, que no se coló en el disco duro de la memoria. O bien tu memoria es perezosa e incauta, no toma memorin ni hace sudokus, y ya no registra los números de teléfono, aquella gimnasia mental del pasado suprimida por las tarjetas sim. ¿Por qué olvidamos unas cosas y recordamos otras? ¿Por qué hay gafas que nos acompañan durante diez años y otras que se pierden al cabo de una semana? Como escribe Empar Moliner en La Col·laboradora, un apasionante fresco sobre la impostura y la supervivencia, hay nombres como Natascha Kampusch, Priklopil o Praia da Luz que extrañamente aprendimos para siempre mientras otros, mucho más familiares, se nos resisten. Según las teorías de Freud sobre los olvidos, y de una manera más amplia los actos fallidos, estos se producen por la interferencia de un deseo. Lejos de ser casuales, de limitarse a un simple descuido, han sido empujados por un anhelo inconsciente que difícilmente podría manifestarse de otro modo. Es decir, que quien olvidó el vestido de novia en el fondo no quería casarse o quienes dejaron a sus hijos en Ikea en el fondo querían dimitir como padres. Quizá por ello tan a menudo olvidamos gafas porque no queremos ver, llaves porque no queremos regresar y teléfonos porque queremos perdernos. Pero también hay que atribuir la desmemoria a la llamada ensoñación. Ese vagabundear aflojando el sentido de la realidad, como exaltaba Rousseau, que escribía que pensar con profundidad no le aportaba placer, pero en cambio ensoñarse le descansaba y le procuraba un goce único. En verdad, la idea que todos tenemos de una oficina de objetos perdidos es mucho más romántica que la realidad. Pero cómo negar que detrás de cada extravío hay un ser humano despistado, ensoñado o azorado que tiene otra cabeza dentro de la cabeza. (La Vanguardia)

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21 de marzo de 2012
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III. Una estampilla salvadora

Napoleón III llegó a convencerse de que Francia, gracias al ingenio de Ferdinand de Lessep, que había construido el canal de Suez y fracasaría luego en Panamá, sería capaz de hacerlo en Nicaragua, seguramente porque sus ambiciones imperiales lo veían dueño de México con Maximiliano en el trono, y a la vez de la ruta interoceánica que se abriría entre las selvas de de un país desvalido. Hasta la firma del tratado Chamorro-Bryan en 1914, entre los Estados Unidos y la Nicaragua intervenida por las tropas de Estados Unidos, una concesión por 99 años prorrogables, o sea, a perpetuidad, con renuncia completa de la soberanía. Los sueños de la sinrazón que seguían engendrando monstruos.
Pero ya antes, bajo la dictadura liberal del general José Santos Zelaya, el canal había vuelto a frustrarse gracias a un curioso episodio. El gobierno de Zelaya había emitido en 1900 una estampilla de correos, con valor de un centavo, en la que aparecía el volcán Momotombo coronado por un gran penacho de humo. En 1902, el senado de Estados Unidos debatía si el canal debía construir a través de Nicaragua, o a través de Panamá. El agente de Panamá Philippe Jean Bunau-Varilla recurrió a los agentes filatelistas de Washington que lograron conseguirle las noventa estampillas que necesitaba, una para cada senador. Eso fue suficiente. Un volcán en erupción, capaz de provocar un terremoto, era el peor enemigo de una ruta canalera.
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21 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Del oratorio de San Felipe a la plaza Tahrir

Ciudadanía y periodismo iban de la mano hace 200 años y van de la mano ahora mismo. Nacieron juntos en el oratorio de San Felipe Neri de Cádiz, con la proclamación de la Pepa, en un día de San José como el de ayer, y enlazados andan hoy mismo allí donde la libertad pugna por nacer, en la Siria mártir que muere bajo las balas de Bachar el Asad o en la cairota plaza de Tahrir, constituida en símbolo de los combates por la democracia de nuestra época.

?Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas, sin necesidad de licencias, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones y responsabilidades que establezcan las leyes?. Así reza el artículo 371 de la Constitución de Cádiz, incluido en el título noveno, ?sobre la instrucción pública?. Los sirios que combaten contra la dictadura y los egipcios que todavía ahora, una vez caído el dictador, pugnan por la supremacía del poder civil sobre el militar, tienen en el ejercicio de su libertad de expresión el arma más eficaz para construir la ciudadanía. Transmitir a todo el mundo las imágenes de la represión es una de las mejores formas de combate en Siria, como lo fue la denuncia de la tortura sistemática que practicaba la policía de Mubarak en Egipto. No puede haber ciudadanía sin libertad de expresión, ni libertad de expresión sin ciudadanía. Las nuevas formas de comunicación han conducido a que la fusión entre ambos conceptos, el periodismo ciudadano, se convierta en la forma más puntera del periodismo y en la más activa de la ciudadanía. ?Nosotros somos la democracia?, recita el rapero y poeta David Bowden en su vídeo Citizen journalism. Lo cuenta con historias de primera mano y agudo sentido de la observación la periodista catalana Lali Sandiumenge, en su libro Guerrillers del teclat. La revolta del bloguers àrabs des de dins (La Magrana), que ha venido siguiendo desde hace casi una década a los ciberactivistas egipcios, tunecinos, saudíes y bahreiníes. Hay un concepto reduccionista que considera la expresión a través de la palabra o de la imagen como una forma meramente instrumental. Es lógico porque es el mismo léxico el que nos conduce a la confusión, al hablar de medios de expresión o de comunicación. Desde Cádiz hasta Tahrir comprobamos la inversión de esta idea de mediación neutra. Comunicar es actuar. Expresar ideas, argumentar, deliberar, es parte esencial de la misma democracia. No son medios, son fines democráticos. El viejo periódico en papel que nació con las ideas de Cádiz organiza y estructura la vida política y construye la democracia, al igual que las redes sociales derrocan ahora las dictaduras y se constituyen en la forma más directa de intervención política, de ciudadanía. No es extraño que la crisis de gobernanza que sufre todo el mundo, empezando por las más viejas democracias representativas, ni sus efectos sobre el universo políticamente petrificado que era el mundo árabe, tenga una estrecha correlación con la crisis del viejo periodismo y el ascenso del periodismo ciudadano. Tampoco lo es que la renovación de la democracia y la búsqueda de formas nuevas de participación lleguen también con tecnologías de punta que permiten conectarnos a mayor velocidad, romper fronteras y censuras, construir comunidades virtuales y en definitiva conferir mayores poderes de acción a los ciudadanos. No todo es bueno en el periodismo ciudadano, al igual que no todo era bueno en el viejo periodismo. No hay que ?creer que la conversación con los lectores, la intercomunicación, puede sustituir a la indagación de los hechos?, tal como señaló Sol Gallego Díez en su conferencia del pasado jueves en la inauguración de curso de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS-Universidad Autónoma de Madrid. Tiene toda la razón Soledad cuando reivindica el periodismo como búsqueda de la verdad, como doctrina de la verificación. Así debe ser, por tanto, el periodismo renovado, sin perder nada de lo fundamental del periodismo de siempre. Cuando las opiniones son sagradas y los hechos según la verdad relativista de cada religión política, no queda ni periodismo ni ciudadanía. De Cádiz a El Cairo, periodismo ciudadano, ciudadanos periodistas.



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20 de marzo de 2012
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Los Torrentes

He tenido la suerte de experimentar en esta vida algo que pertenece al reino de la leyenda: una saga. No una saga islandesa de grandes proporciones, con invencibles héroes y muertes truculentas, sino algo más hogareño, menos trepidante, dotado sin embargo de lances de emoción y buena literatura. Mi saga, que no es una exclusiva, consiste en haber tratado a tres generaciones de escritores de una misma familia y apellido. El primero que conocí fue el eslabón intermedio, aunque a la larga fuese -tal vez- su factor más romántico y desmelenado. Se llamaba Gonzalo Torrente Malvido, y he de confesar que, por la inconsecuencia de la adolescencia, le  leí a él,  siendo yo escolar, antes que a su padre, el ya consagrado Gonzalo Torrente Ballester. Empezaba, en sexto de bachillerato, a comprar libros, y me atrajo uno con tres ventajas: su reducido precio (quince pesetas), su brevedad (93 páginas), y su título, que era ‘La raya', una palabra desprovista entonces de alguno de sus más deletéreos significados posteriores. ‘La raya' de Torrente Malvido me abrió, detrás de su portada que la veo ahora y me parece ‘mondrianesca', un mundo. Se trataba de una novela corta (premio Café Gijón de 1963) con una trama de fondo policiaco centrada en los contrabandistas de la raya fronteriza del Miño, pero en nada más se parecía a las novelas del oeste o de forajidos de las colecciones populares (a cinco pesetas) que también caían en mis manos. Torrente Malvido escribía de otra forma, una forma que no supe cuál era exactamente, pero que asocié con la literatura y no con el pasatiempo; tenía muchos diálogos, tan vivos como los del teatro moderno que había en casa, legado de mi abuelo el ‘hacedor teatral', e imágenes como ésta: "enormes árboles que abovedaban con sus follajes la cinta asfaltada e impedían ver el cielo negrísimo salpicado de estrellas". La tengo subrayada.

     Pasaron los años, leí debidamente al padre del autor de ‘La raya', empezando por su trilogía de ‘Los gozos y las sombras' y por un para mí muy revelador volumen de ensayo sobre ‘Teatro español contemporáneo', todo ello sin abandonar al hijo, de quien compré siendo universitario, ya a otro precio, su novela ‘Tiempo provisional', premiada con el Sésamo de 1968, que hablaba del amor y de las drogas de un modo inusitado, aunque no desconocido en los ambientes ‘progres' en que me movía. El primer episodio de mi saga llegó en la siguiente década, cuando, mientras devoraba las grandes obras maestras de Gonzalo Torrente Ballester ‘Off-side' y ‘La saga/fuga de J.B.', conocí en Madrid y traté a Gonzalo Torrente Malvido, recién salido de la cárcel. A la cárcel se iba por aquella época, al menos entre mis amistades, por militancia y por ideología, cosa que no era el caso por el que Malvido había estado a la sombra; ‘Gonzalito' era, me dijo el amigo escritor que me lo presentó, ladrón de guante blanco, estafador de bancos y timador. "Con este ‘pedigree' tan turbulento tendría que leer más al hijo que al padre ex-falangista", me dije a mí mismo. No tuve ocasión. Como era muy simpático y muy seductor, muy bien hablado y leído, uno se confiaba, asociando sus fraudes y sus hurtos más al espíritu de la Belle Époque que al de los presos comunes de Carabanchel. A mí ‘Gonzalito' (un hombre por entonces de más de cuarenta) me estafó poco dinero en un pequeño ‘deal', justo castigo, pienso, a mi curiosidad psicotrópica. Pero al amigo que nos presentó se le llevó de casa, un chalet de la zona del Viso, una cubertería de plata (herencia maternal), aprovechando el momento en que el anfitrión servía en la cocina de la planta baja los ‘whiskies'. Siempre quedó el enigma de saber dónde pudo meter su botín y cómo en las horas siguientes, mientras bebían los dos en el salón antes de salir juntos a la calle, no se oyó en un bolsillo el choque de los tenedores y las cucharas.

    La mejor peripecia de Torrente Malvido está asociada a su padre, y era uno de los relatos preferidos de ese incomparable narrador oral que fue Rafael Azcona, a quien se lo oí en Almería pocos meses antes de su muerte. Como en la saga clásica, los detalles de la gesta, difundida por otros relatores cambia en algún color, en alguna incidencia o personaje secundario, pero la base es la misma, y se remonta a los primeros años 1960, cuando una urgente llamada telefónica interrumpió la velada en la que un grupo de escritores desengañados del Movimiento (Rosales, Vivancos, Laín Entralgo, Tovar, quizá Ridruejo) tomaban copas en casa de Torrente Ballester, que también invitaba alguna tarde, siendo comunista y más joven que ellos, a Juan García Hortelano. Torrente Ballester volvió pálido tras responder al teléfono. El director general de Seguridad le había llamado personalmente por el robo de un valioso cáliz en una iglesia de la capital, del que era sospechoso ‘Gonzalito'; el padre, después de colgar, había ido al dormitorio que su hijo ocupaba a veces en la casa familiar, y allí, bajo, la cama, encontró en efecto el cáliz de oro y pedrería, y lo que era peor, su contenido, una considerable porción de hostias. Al haber por medio no sólo un delito sino un posible sacrilegio, los allí presentes convinieron en que había que pedir consejo al intelectual afín que más podría saber de estos pormenores, Jesús Aguirre, a la sazón sacerdote apenas ejerciente y no vinculado todavía a la Casa de Alba. El cura Aguirre se presentó en taxi poco después, y, ante la duda de que aquellas hostias estuviesen consagradas, les dio la comunión ‘in situ' a los poetas y novelistas y antiguos jerifaltes del régimen, los cuales fueron tragando las benditas formas una tras otra, con la excepción de García Hortelano, que, al contrario que los demás, no se arrodilló y no dejó su ‘gin tonic' mientras se hacía el reparto eucarístico. El copón fue devuelto vacío e intacto, y por ese robo no hubo condena.

     Coincidí con el fundador de la dinastía en los habituales actos del mundillo literario y en especial en uno algo exótico: un homenaje al tango en el Gran Café Moderno de Salamanca, donde yo, que ni lo bailo ni lo conozco casi, hablé, citando prolijamente a Borges, por compromiso amistoso con el organizador, Santiago Beneítez, mientras Torrente Ballester, que vivía entonces en la ciudad castellano-leonesa con su nueva familia, al llegar su turno nos deslumbró a todos con su erudición y el canto a capella de tangos en lunfardo y milongas, que él sabía diferenciar. No hablamos de su primogénito, que por aquellos años, los primeros 90, comparecía con menor frecuencia ante los tribunales y se dedicaba al cuento; su colección ‘Cuentos recuperados de la papelera' contiene al menos dos piezas histórico-sarcásticas estupendas.

     De su primer matrimonio, Torrente Ballester había también tenido dos hijas muy poco parecidas, físicamente, entre sí. A una, Marisé (María José), me la encontraba de vez en cuando, por ser buena amiga de amigos; de poca estatura, de pelo ensortijado y siempre con gafas negras, se la llamaba, de modo cariñoso, ‘Bob Dylan Torrente'. La segunda era Marisa (María Luisa), amiga mía hoy residente en Corcubión pero nunca olvidada: inteligente, culta, bella, fue galerista y periodista televisiva, y es la mujer con el mejor saludo de beso en la mejilla, parco y cálido, que he conocido. Marisé tenía un esposo o pareja muy vivaz, el grabador Julio Zachrisson, y Marisa, cuando la conocí, un ex-marido pintor, Juan Giralt, cuyos cuadros yo admiraba. Y había un hijo de ambos que vivía con la madre, un adolescente de rasgos efébicos y mirada melancólica que seguía las conversaciones adultas con atención y hablaba poco; nunca ha sido, creo, muy hablador. Pronto fue, sin embargo, muy buen escritor.   

     Marcos Giralt Torrente nos dio hace un par de años la emocionante narración de una sub-trama propia de la saga Torrente en su libro ‘Tiempo de vida', que cuenta una relación paterno-filial no siempre fácil y la enfermedad y muerte de Juan Giralt. Y también hizo en este periódico el retrato breve de su tío Torrente Malvido cuando ‘Gonzalito' murió a finales del pasado mes de diciembre. Caí en la cuenta con ese motivo de que Marcos se llama como el protagonista de ‘La raya', la primera noticia que yo tuve de esta formidable estirpe literaria.

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20 de marzo de 2012
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Sobre los altos bajos fondos

Siempre resulta estimulante preguntarse cómo se genera un episodio de criminalidad social generalizada. El Chicago de los años treinta es el modelo clásico de corrupción total en una ciudad del así llamado capitalismo avanzado. Hay muchos otros: el Buenos Aires de la viuda de Perón como modelo de opereta trágica, el Berlín de entreguerras como preludio a una criminalidad monstruosa, la Roma de Craxi desvalijada por un socialismo cleptómano. Son momentos en los cuales la corrupción infecta la totalidad del tejido institucional y los jefes del crimen son quienes en verdad dirigen la vida política hasta que los auténticos dueños del país los encierran, o se suicidan.

    No, no estoy pensando en la España de los últimos años. Es posible que algún día un antiguo juez o policía sin ganas de ascender nos cuenten los detalles de la corrupción política, pero será muy tarde. Estaba pensando más bien sobre los motivos que llevan a esa criminalización de los estamentos supuestamente honrados como los políticos, los jueces, las grandes familias o los policías. En ocasiones la ausencia de estudios rigurosos permite que sea la novela la encargada de dar una idea, aunque sea somera, sobre alguno de estos procesos.

    En los años sesenta, cuando Londres se convirtió en la capital cultural del mundo, los bajos fondos estaban dominados por unos hermanos en verdad temibles, Reginald "Reggie" y Ronald "Ronnie" Kray. Hay mucha documentación sobre ellos porque fueron el equivalente británico de los gangsters americanos convertidos en leyenda romántica antes de la Segunda Guerra. La tradición que venera a los asesinos como héroes "antisistema" arranca por lo menos de Rousseau y en algunos lugares, como las provincias vascongadas, parece ser endémica, pero siempre hay un posible relato verosímil.

    Lo cierto es que Ronnie Kray tenía graves problemas mentales y acabó muriendo en un manicomio y su hermano era un monstruo que gozaba torturando. Sin embargo, aquel Londres que comenzaba a relajar las costumbres, sobre todo sexuales, a permitir que los alucinógenos penetraran en medios burgueses y universitarios, que marcaba la moda en el continente y llegó a imponerse en la industria del ocio de los EEUU (hazaña memorable y nunca repetida) gracias a los Beatles y los Rolling, era también una de las ciudades más corruptas de Europa.

    Los hermanos Kray llegaron a ser los amos absolutos de la prostitución, la pornografía (ellos empezaron a imponer la porno dura escandinava), la droga y el raketing desde sus cuarteles del East End, pero conseguían protección política y policial en sus clubes para ricos del West End. Es famosa la relación entre Ronnie y Lord Boothby, un destacado miembro (dicho sea sin malicia) de los conservadores, así como con Tom Driberg, diputado laborista. Durante los periodos de corrupción general no hay izquierdas ni derechas, sólo prostituidos y macarras. El mundillo de las celebridades del Swinging London, Diana Dors, David Bailey, Judy Garland, Frank Sinatra y muchos más, actuó de barrera protectora de los Kray, hasta que ese Londres permisivo y criminal se hartó de ellos. Sucedió en mayo de 1968, naturalmente, y los hermanos fueron condenados a cadena perpetua.

    Esa secuacidad de rufianes y padres de la patria, de policías y ladrones, de políticos y criminales, puede parecer algo permanente en nuestras sociedades, pero no es así. Tiene lugar sólo en épocas particulares, como en nuestros últimos quince años gracias a la inflación del ladrillo, toda ella contaminada de hez mafiosa y protegida por los intocables locales. Periodos que sólo se terminan cuando los delincuentes son ya demasiado peligrosos para banqueros, políticos, periodistas y cargos sindicales que los han estado usando en beneficio personal y ahora los ven llamar a la puerta de sus propias casas y preguntar a los niños si están sus papás. O bien, como en nuestro caso o el de Weimar, por una ruina total y absoluta del sistema entero.

    Pido perdón a quien yo me sé por estos párrafos de falsa sociología. En realidad viene mejor explicado en una novela, "Delitos a largo plazo" de Jake Arnott ("Roja&Negra") en donde la historia de los hermanos Kray está unificada en un solo personaje, Harry Starks, para hacer las cosas más llevaderas. El protagonista es, como Ronnie, judío, homosexual (él mismo lo afirmaba con enorme desprecio: "Yo soy homosexual, no gay") y mentalmente trastornado. Asesina con sus propias manos a Jack "the Hat" McVitie, tiene un lío sádico con un Lord, sufre depresiones brutales y otro montón de detalles que lo hacen conspicuo. La parte de Reggie se cumple con la organización de los garitos, la porno, los clubes de lujo, la tortura sistemática y la ceja única que tan adecuadamente fotografió David Bailey.

    Esta novela es sólo la primera parte de una trilogía, pero me parece muy relevante porque tiene un colofón en verdad perspicaz. Me temo que ese último capítulo molestará a quienes aman el género clásico, ya que finalmente es una novela negra, aunque posmoderna. En cambio a mí ese final es lo que más me interesa. Como no destruye el suspense del libro, lo insinúo sin dar pistas.

Una vez condenado, Ronnie (Harry Starks, en la novela) trata de hacer méritos carcelarios cursando estudios en la Open University como un etarra cualquiera. La Providencia pone en su camino al típico sociólogo de la London School, anticuado, progre, liberado, persuadido de estar a la última y de que los delincuentes son la rebelión oculta contra el capitalismo.

    Lo que Kray-Starks puede llegar a hacer con el pobre sociólogo es un caso destacado de ironía británica. La escena en la que Kray supera al sociólogo por la izquierda y cuando éste se retranca en la terminología marxista le da un revolcón posestructuralista, es impagable. El asesino había estado estudiando a Foucault de tapadillo y destruye todas las convicciones del pobre universitario, el cual, humillado, se pone a leer "Vigilar y castigar" aquella misma noche con enormes esfuerzos.

    El narrador, Jake Arnott, nos somete a un doble juego sádico. Creo evidente su progresiva fascinación por el personaje a medida que avanzaba en la novela. De modo que en el capítulo final se pone él mismo como profesor estúpido, dominado por un delincuente mucho más inteligente que él, y nos explica el proceso en términos universitarios. Viene a ser este: un marxista de los años sesenta tiene una teoría sobre el lumpen y los bajos fondos propiamente romántica, un foucaultiano de los años setenta celebra a los homosexuales sádicos como la parte sana de una sociedad cada vez más represora, un estudioso del Bourdieu de los años ochenta sólo ve imitaciones de clase y signos de distinción, un novelista ya totalmente descreído de los años noventa (la novela se publicó en GB en 1999) nos cuenta su propio proceso hacia el escepticismo haciendo burla de todos los estudiosos anteriores. Así que si yo entiendo bien esta curiosa novela, es la seducción literaria lo que incita a la investigación universitaria, y no al revés.

    Dije que no estaba pensando en España, pero mentía. Yo espero que no tarden en aparecer novelistas de género negro que escenifiquen nuestro primer decenio del siglo XXI como momento ejemplar de delincuencia masiva. La inmensa cantidad de casos de corrupción política, policial, bancaria y la necesaria complicidad de caciques locales, hace imposible un ensayo riguroso sobre este periodo nefasto. Los cientos de casos particulares forman una tela de araña inescrutable para el investigador académico en tanto el tiempo no vaya reuniendo los hilos más gruesos y diluyendo los sutiles.

Lo asombroso de la novela (sobre todo la popular) es que esos hilos sutiles pueden fundirse en un par de convincentes personajes, tarea admirable de la narración artesanal o de género, cuando es tan sagaz como la de Chandler o la de Highsmith. En resumidas cuentas, creo que sólo una buena novela puede darnos, ya que no la letra, por lo menos la música de este último y vergonzoso decenio previo al descalabro final.

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20 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Suelta

Conozco a Rodrigo Fuentes desde hace cinco años. Llegó a Cornell a hacer un doctorado de literatura latinoamericana; también quería ser escritor. Los primeros cuentos que leí de él me hicieron recuerdo a Paul Bowles, por la manera tersa con la que trabajaba el violento enfrentamiento entre dos culturas, dos formas opuestas de mirar el mundo. En la tensión y la calidad de su prosa encontré uno de los presentes más prometedores de la nueva literatura guatemalteca.

Rodrigo ha creado, junto a Stefan Benchoam (artista, también guatemalteco), uno de los sitios más interesantes para la literatura y las artes visuales contemporáneas de América Latina. El sitio se llama Suelta y publica cada dos semanas, "a partir de rigurosas corazonadas", dos textos en diálogo con dos obras de arte. Algunos de los escritores y artistas visuales son muy conocidos (Álvaro Enrigue, Rodrigo Rey Rosa, Regina José Galindo), otros son emergentes (Wingston González, Jeanette Chavez). Podría cansarme recomendando emparejamientos, pero solo a manera de muestra menciono el delirio de Álvaro Bisama acompañado por el paisaje fantástico de Alfredo Ceibal, el texto desolador de Denise Phe-Funchal junto a la enigmática instalación de Allora & Calzadilla, el cuento noir que-está-de-vuelta de Wilmer Urrelo al lado de la instalación Alejandro Almanza.

Suelta comenzó como una revista pero se ha ido abriendo sin cesar a otros proyectos. Ha publicado un audiolibro con textos leídos por los propios autores, y pronto publicará en formato fanzine una selección de textos de autores emergentes con sus respectivas parejas de arte. También ha iniciado un ambicioso proyecto de traducción de los cuentos de Suelta al inglés, y ha creado el concurso Remezclas Sueltas, en las que productores y DJs pueden, a la manera de Mexican Institute of Sound con los cuentos de Rulfo, crear remezclas con samples de los cuentos de Suelta (habrá cinco canciones ganadoras).

Suelta se inició con la intención de difundir lo mejor de la creación latinoamericana contemporánea; ahora también interviene en la producción de proyectos relacionados con el arte y la literatura. Rodrigo y Stefan muestran que están equivocados los apocalípticos que ven a Internet como el gran enemigo de la literatura; la red puede servir para descubrir a autores al gran público, conectar esos compartimientos estancos que son los países del continente las más de las veces, y también ayuda a crear.



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20 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bellatin, el experimiento infinito

Mario Bellatin Mientras Mario Bellatin sigue inmerso en un ?libro definitivo? y en el proyecto los 100,000 libros de Bellatin, la revista virtual ?El Coloquio de los perros? le ha dedicado un interesantísimo y extenso número monográfico al que han titulado, con acierto, ?El experimento infinito?. Encontramos ahí artículos, reseñas y dos textos inéditos de Bellatin. Además, una entrevista de Alejandro Hermosilla donde el entrevistado resulta más escurridizo que un jabón en bañadera. Dejo aquí algunas respuestas:

   ?EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Hasta qué punto crees realmente que estás renovando la literatura? ¿Piensas que estás aportando algo que hasta ahora no se había hecho? ¿En qué consistiría esto?      ?MARIO BELLATIN: Es difícil de decir. Hay días que pienso que mis libros deberían ser vendidos en el apartado de autoayuda, puesto que, según la persona y el estado de ánimo en que sean leídos, estoy convencido de que pueden provocarle al lector cierta reacción de tensión y de incomprensión que ignoro qué consecuencias puede tener, pero apostaría que le hará vivir la vida con más intensidad.      ?ECP: Esa sí es una característica de tus libros: la intensidad. Sobre todo por el trabajo de depuración del lenguaje.      ?MB: ¿Piensas esto de verdad?      ?ECP: Sin duda. Creo, además, que esto es lo que les da un tono, por así decirlo, neutral.      ?MB: Tal vez sea así. Yo, en realidad, no sé bien qué es aquello sobre lo que escribo. Y no quiero planteármelo. Pienso que hacerlo sería un gran error, como estructurar o pensar en un argumento o un ritmo a priori para un libro.      ?ECP: Sin embargo, todas tus narraciones parecen muy pensadas hasta la extenuación.      ?MB: No lo creo. Yo simplemente me dejo llevar. ¿Has visto alguna vez un baile sufí?      ?ECP: He llegado a ensayarlo.      ?MB: Entonces sabrás que se trata de adquirir una técnica para luego fluir con ella y a través de ella.       ?ECP: Sí, pero en el baile hay un componente directo que no tiene la literatura. Para provocar esta sensación, es necesario trabajar, pulir el lenguaje con el fin de conseguir el efecto que se quiera provocar.      ?MB: Sí. Pero si te fijas, el escritor pule y trabaja para conseguir el mismo efecto que el bailador sufí ?que también ha realizado todo tipo de ensayos? cuando danza en directo: la instantaneidad. En cualquier caso, te diría que para mí la literatura no ha sido nunca tan importante como para pararme a pensar demasiado respecto a aquello que indicas.      ?ECP: Estoy de acuerdo. Pero hay que tener en cuenta que, si bien las palabras del libro ya se encuentran fijas cuando se las lee, no así las piernas del danzador que se moverán constantemente mientras realiza la interpretación. Por otro lado, me sorprende lo que indicas sobre la literatura porque has dedicado tu vida a esta actividad.      ?MB: Si tú lo dices. Realmente, no he dedicado más horas de mi vida a escribir que a meditar, pasear a mis perros o a observar moverse los peces en mi acuario. Siento una sensación de paz indescriptible cuando lo hago. La mayoría de los argumentos de mis libros han nacido allí. Salón de belleza, en concreto, tras darles de comer a mis peces. Me hallaba en un alterado estado de excitación observando cómo devoraban todo aquello que les arrojaba y, por momentos, parecían estar a punto de comenzar a pelearse. Para conseguir tranquilizarme, me decidí a realizar mis habituales ejercicios y movimientos de karate frente al espejo que tengo en mi salón de entrenamiento. Me encontraba en un estado de excitación y concentración absoluto cuando, de repente, sonó el teléfono. Era un profesor de una universidad mexicana que deseaba invitarme a dar una charla a sus alumnos. En ese momento, me sentí invadido en mi intimidad y reaccioné indicándole que se había equivocado, que en realidad había llamado a un salón de belleza y que si requería mis servicios sexuales para hoy ?me hice pasar por un peluquero homosexual? había de saber que no podría ofertárselos pues me encontraba muy ocupado.      ?ECP: Increíble.      ?MB: Sí, pero lo mejor fue que el profesor siguió hablando como si no hubiera escuchado nada y consiguió que aceptara dar esa charla en Tijuana.      ?ECP: ¿Cómo pudo ser eso?      ?MB: Porque le prometí que si me pagaba el dinero suficiente para ir a su universidad sería el primero a quien atendería en mi lista de clientes.      ?ECP: Je.      ?MB: En realidad, aunque esta última anécdota no sea real, me parece muy adecuada para dar a entender las muchas relaciones e imbricaciones que hay realmente entre la prostitución y lo literario.      ?ECP: Siempre ha sido así, ¿no?      ?MB: Pero últimamente mucho más.   (?)  ?ECP: Y a todo esto, volviendo al principio de la charla, ¿por qué y para quién escribes? ¿Qué es para ti la escritura? ¿Qué es, verdaderamente, lo que piensas que estás renovando?      ?MB: Si te soy sincero, no tengo respuesta a ninguna de tus preguntas. Jamás me he planteado cuestión alguna sobre estos temas. Probablemente, porque no considero a la literatura ?como lo han hecho tantos otros? como una actividad demasiado importante. Renovarla debería ser como renovar el vestuario, ¿no? En esencia, la persona seguiría siendo la misma. No importa el vestido. Supongo que para renovar la literatura ?aunque te vuelvo a repetir que no sé qué quieres indicar con esto? haría falta cambiar el abecedario, que en vez de 24 letras, hubiera 30. O tal vez ni esto sería suficiente. Yo lo único que he intentado es construir personajes que no sientan, con los que no pueda identificarse el lector. Pero, ¿renovar la literatura? No sé bien a qué te refieres.      ?ECP: Sin embargo, tus libros y charlas están llenos de referencias a esto.      ?MB: ¿Es eso cierto? Pienso que no. ¿En cuál de ellos hago alusión a esto?      ?ECP: Por ejemplo, en cierto modo, en Underwood portátil modelo 1915.      ?MB: Pero ese libro no lo escribí yo.      ?ECP: Entonces, ¿quién?      ?MB: Lo ignoro. Tal vez tú puedas indicármelo.      ?ECP: Sí. Se encuentra escrito por Mario Bellatin.      ?MB: Ah.      ?ECP: Y creo que tú eres Mario Bellatin. O tal vez no porque no puedo verte la cara a causa de la máscara.      ?MB: Supongo, en realidad, que todo es una cuestión de imaginación. Tú imaginas que yo soy Mario Bellatin y yo debo responder como tú imaginas que debería hacerlo. O como se supone que debería hacerlo un escritor. En ese sentido, puedo estar de acuerdo en que tal vez yo sea Mario Bellatin, pero para ello tienes que imaginar que lo soy, no creer que lo soy, lo que tal vez te explique mejor mi punto de vista sobre la literatura o, como dicen algunos críticos pedantes, ?lo literario?. Debe haber alguien que imagine qué es la literatura, alguien que nos convenza a todos que algo es literatura y que, de tal o cual forma, puede ser renovada, pero, en esencia, si Mario Bellatin no sabe ni desea conocer ?puesto esto sería contraproducente ya que limitaría su capacidad creativa? qué es la literatura, ¿cómo la va a renovar? En cualquier caso, la considero una ciencia y una diversión. También un arte y un entretenimiento. Un deporte y un mero pasatiempo. La imagino y la concibo de muchas maneras. ¿Cómo voy a renovarla? La puede renovar quien considere que la literatura se puede definir. Un profesor puede renovarla. Algún escritor que cifra reglas de cómo se ha de escribir, puede renovarla. ¿Pero alguien que se considera un creador puede cifrar sus esperanzas o anhelos en renovar algo que no se sabe hacia dónde va ni hacia dónde se dirige? [?] Si Mario Bellatin ocupa tanto tiempo de su vida en la literatura es porque no sabe qué es y no desea saberlo, pues se siente fascinado cuando se pierde en sus confines como cuando cocina, repasa su colección de sellos americanos  o contempla un amanecer; actividades que, por cierto, muchos de los escritores ?puros? despreciarían al ver citadas al lado de esa palabra y arte impoluto, mágico y sagrado que es para ellos, la literatura.      ?ECP: En realidad, supongo que todo este problema es producto de una visión romántica de la literatura y de cómo espera recibir el público el libro aquello que lee,  cuáles son sus expectativas.       ?MB: Sí, todos creen que son el escritor que aparentan ser, que son el libro o la persona que muestran a los demás en su vida social. Pero yo no puedo serlo. ?ECP: Que es el gran tema de tu literatura.      ?MB: Como te dije, yo no escribo libros, porque de hacerlo sería Mario Bellatin y todos sabrían lo que podrían esperar de mí. Por ejemplo, todos creerían que soy imprevisible, porque lo imaginan así, porque lo desean, no porque yo lo sea. ¿Qué voy a saber yo de quién soy o de mis libros? Mis libros solo le sirven a una parte de mí, no a una totalidad. Y esto no ha de invalidarlos, como pensarían tantos escritores románticos o modernos y postmodernos todavía influenciados por esta visión y perspectiva artística que unos cuantos hombres han considerado una verdad en mayúsculas. Se escribe un libro como quien realiza una mesa, y nadie puede inmiscuirse en el placer o en los porqués o para qué Mario Bellatin realiza esto. Lees sus textos o no, pero no los evalúas o comparas con aquello que tú eres, sabes o esperas porque entonces estás intentando ?es lo habitual, por otra parte? que ellos respondan o sean aquello que tú deseas o imaginas que deberían ser, que no es necesario ni tan siquiera que sea auténtico y verdadero, pues estas nociones, en términos literarios no tendrían que usarse, ya que, en este campo, son similares a lo falso y ficticio [?] De todas formas, soy consciente de que lo que yo piense no tiene mucha importancia. Demasiados hombres a lo largo del tiempo ?entre los que hay demasiados críticos que en su día fueron muy destructivos con auténticas obras maestras de la literatura? han considerado que lo que decían era demasiado importante o tenía su trascendencia. Incluso han llegado a cobrar por ello. O han creado una escuela que con el tiempo, lógicamente, ha desaparecido. Si bien la intención de Mario Bellatin no es acabar con este estado de cosas ?aunque le gustaría? porque si no, se vería obligado a pedir limosna, lo cierto es que se sentiría bien si se considerase que todos sus libros y pensamientos son leves, no tienen más interés que el goce o disfrute y no tienen atisbos de trascendencia.      ?ECP: Desde luego, la trascendencia es un tópico contra el que lucha tu literatura.      ?MB: Mario Bellatin siempre dijo que había que gozar en el presente, que había que disfrutar se fuera o no trascendente, y que no hacía libros para ser recordados o estudiados en la universidad, pues su mayor deseo es que pudieran ser disfrutados.      ?ECP: Razón por la que, pienso, muchos contemporáneos no entienden tu obra.      ?MB: Pero esto no es problema de Mario Bellatin.      ?ECP: Pero sí te concierne.      ?MB: En realidad, a Mario Bellatin no le conciernen demasiados asuntos relacionados con sus libros. Nunca se ha entristecido o enfadado por una crítica ni tampoco ha disfrutado cuando lo han alabado porque Mario Bellatin no se considera el autor de sus libros. Los ha escrito, pero no ha dejado su ?ser?, como los escritores románticos consideraban, en ellos, por lo que tampoco tiene una opinión formada sobre estos. Son sus criaturas, pero hasta cierto punto. Como pueden serlo, por ejemplo, los hamsters y peces que hay en su casa. O las películas de otros directores. No le importa tanto haberlos escrito como que existan. Y en el mundo romántico del que todavía no hemos salido importa tanto quién lo escribió y el que llegara a escribirlo como lo escrito. Pero Mario Bellatin no piensa así, porque él no se identifica con su personalidad, dado que considera que no tiene ninguna, que es lo mismo que indicar que las tiene todas. Porque, en realidad, es un bailarín sufí que se encuentra en un lugar y en otro al mismo tiempo y no cesa de desplazarse y moverse sin que esto implique aceleración o signifique que sea imposible el reposo o la pausa en la actividad a la que se dedica, lo que, al fin y al cabo, es una demostración de que podemos serlo todo y nada al mismo tiempo, que es lo que Bellatin desea conseguir más allá de las habituales palabras altisonantes de aquellos quienes dictan las normas en literatura: llegar a escribir sin escribir.      ?ECP: En todo caso, tú también has creado una Escuela de Escritura, ¿no es cierto?      ?MB: Pero en ella se tiene prohibido enseñar escribir. Los alumnos aprenden a barajar cartas, bailar ballet o dibujar, pero nunca a escribir. (?) ?ECP: Por cierto, hablando de El jardín de la señora Murakami, ¿qué hay de tu relación con Japón o la literatura y arte japoneses?      ?MB: Es nula. No existe. En muy escasas ocasiones he podido terminar de leer un libro creado por un autor japonés. Sin embargo, hay algo que me interesa de todos aquellos que he comenzado a leer antes de abandonarlos: el sentimiento de angustia y agobio que me provocaban. Esto me animó a intentar imitarlos. Me parecía una prueba de resistencia así como un motivo sumamente interesante construir un libro para provocar en el lector esa indescriptible sensación de vacío que me transmitían muchos de los libros japoneses que leía. Y he de confesar que me divertí bastante creándolos, lo que me sorprendió. Y me hizo redescubrir la literatura japonesa, de la que quise formar parte de una u otra manera, por lo que El jardín de la señora Murakami no se publicó con mi nombre en Japón, sino con un pseudónimo nipón. Además, empecé a vestir con atuendos propios de este país y a sentir una atracción morbosa por las sheikas que luego protagonizarían varios libros míos ?ya lo sabes? como El  gran vidrio y Vigilia Yazuka.      ?ECP: Vaya, compruebo que vuelves a hablar de ti mismo en primera persona.      ?MB: Porque ha habido un instante en que creías que yo era quien imaginabas que era.       ?ECP: ¿Y quién imaginas tú que eres?      ?MB: A veces, siento que soy un escritor, pero la mayoría de las veces Mario Bellatin se siente como un personaje de un libro todavía por escribir, un libro que podría llamarse La risa oscura, en el que el escritor mexicano terminara sus días dirigiendo un monasterio situado alrededor de un frondoso bosque de abedules en el sur de Japón. (?) ?ECP: ¿Eres consciente de lo que provocas en tu interlocutor o en el lector?      ?MB: Hasta cierto punto. Mario Bellatin es un invento creado por un mundo literario ávido de sorpresas, estéril y que tiene como único condimento el vacío. Es por ello que tiene muy en cuenta al lector y al público. Porque en un mundo tan gris, es necesario que haya alguien que lo golpee, lo provoque y le irrite para hacerlo sentir vivo o plantearse determinadas cuestiones que no pasan tanto por lo intelectual ?ya lo ha dicho? como por lo sensorial. Mario Bellatin es como esos poetas románticos que morían por salvar la poesía y los libros míticos, mágicos de las culturas legendarias. O una especie de Ali-Babá cuyo cometido fuera cortar uno de los dedos a Scheerezade cada vez que ésta le contara una historia que no fuera de su agrado al sultán de Arabia. Pero también puede ser Mario Bellatin un entrenador de fútbol como Cicerón capaz de hacer discursos de mucho relieve. O un hombre que se siente acobardado si le falta uno solo de sus perros o cuando en una conferencia escucha que los asistentes allí presentes rasgan un folio en el que puede haber grabada una frase de uno de sus muchos libros [?] En cualquier caso, he de dejar claro que Mario Bellatin no es un actor, pues siente en lo más profundo de su ser que tiene una misión en la vida, escribir, y debe cumplirla, y por ello está dispuesto a dar la vida o a pasar ?como ha hecho en tantas ocasiones? más de veinticuatro horas al día escribiendo para después dormir y bostezar, que es lo que, en el fondo, desea que hagan todos sus lectores cuando se enfrenten a sus libros, bostezar de aburrimiento, pues considero que esto es sinónimo de inteligencia, ya que ni siquiera Mario Bellatin sabe a qué se refieren unos libros como los suyos que pueden causar tanto sopor como sorpresa y dolor y conseguir que, durante unos instantes, podamos pasear sin resignación.      ?ECP: Dicho esto, poco te puedo decir. ¿Qué tienes que indicar a aquellos que te consideran un farsante?      ?MB: Que tienen razón.      ?ECP: ¿Por qué?      ?MB: Eso no se puede explicar. Se siente o no se siente.      ?ECP: ¿Y cuáles son tus sentimientos a este respecto?      ?MB: Muy nobles, porque Mario Bellatin respeta todas las opiniones, lo que también le permite decir su opinión allí donde lo considere, aunque moleste, pues uno de mis objetivos es vivir sin resignación. (?) ?ECP: Por esto supongo que a Mario Bellatin le gusta jugar tanto con su imagen y no desprecia, sino que se aprovecha, de los códigos consumistas y capitalistas por los que, aun mínimamente si lo comparamos con otros espacios, también se rige la sociedad literaria.      ?MB: Exactamente. Buena definición. El primero que lo intuyó fue Duchamp. Warhol dio un paso más allá. Y yo pienso que Mario Bellatin se encontraría como algunos artistas del pop-disco ?véase el caso Lady Gaga y anteriormente Modern Talking o Milli Vanilli? entre aquellos que han empezado a imponer este nuevo estado de cosas a la realidad.      ?ECP: Pero, ¿me puedes explicar en qué consistiría exactamente este estado? Más que nada, para aclarar al lector.      ?MB: Aunque no es del agrado de Mario Bellatin explicar ciertos aspectos o temas que deberían ser sabidos y conocidos por una mayoría de personas, te diría que ese nuevo estado de cosas se encuentra basado en tres aspectos fundamentales: 1) auto-promoción del artista y su atractiva personalidad sin importar la obra realizada en sí misma, 2) el desarrollo de todo tipo de actos pseudo-artísticos que completan el trabajo del artista y, en ocasiones, lo explican, lo redefinen o son más importantes que éste y el tercero es un secreto. Lo ha de descubrir el aprendiz de artista por el camino, pero es muy personal. Cada uno ha de encontrarse con este último aspecto por sí mismo o volver a estudiar a Andy Warhol, pero te diría que es dependiendo de cómo enfoques este último punto que conseguirás o no el éxito. Si lo comprendes y lo sabes utilizar, ya es tuyo. Te lo puedo confirmar. ?ECP: Suena bien. Centrándome en esta última parte de tu discurso, y ya terminando, ¿tú consideras que has alcanzado el éxito?      ?MB: Vivo de la literatura. No es tan común como parece. Y lo más importante es que cuando me acerco a la Escuela que dirijo en el Distrito Federal no tengo que tratar con escritores sino con clowns, fotógrafos o corredores de medio fondo. Más que éxito, te diría que siento alegría por haberme podido fabricar y construir una vida lejos de los parámetros considerados como normales. Muy lejos.      ?ECP: En cierto sentido, toda tu personalidad, como tus libros, está demasiado lejos de estos parámetros, por lo que es bastante normal lo que comentas. Lo que no es tan usual es lo que te comenté antes: que hayas conseguido o al menos dado la imagen de haber construido un mundo a tu alrededor a tu imagen y semejanza. Por cierto, ¿y qué me puedes indicar de aquellos cursos que organizas de tanto en tanto en que varias personas se reúnen para construir un libro?      ?MB: Es otra más de las dimensiones que ha desarrollado Mario Bellatin alrededor suyo. Y, en realidad, otra de las facetas a través de las que está intentando atacar y acabar de una vez con el concepto ?romántico? de la literatura que todavía impera en general en todos los ámbitos ?universidad, librerías, lectores, críticos? relacionados con este campo. Intento crear un texto entre personas anónimas que no se conocían previamente y tal vez tengan escasos conocimientos literarios. Se trata de demostrar que no existe la ?musa? y que lo importante es el trabajo, que con trabajo todos podemos crear textos literarios más o menos válidos que luego, sí, habrá que pulir o desarrollar con fantasía e imaginación pero que, en esencia, ya son legibles e incluso publicables. Todos los días se trabaja durante horas y horas una idea. Cada uno de los discípulos que participa en el ritual ha de trabajar durante varios días un texto cuya extensión no sea mayor de dos páginas. Mario Bellatin intenta, en primer lugar, ?y para ello da consejos, ideas y realiza correcciones? que todos los participantes en la celebración tomen conciencia de que si trabajan un texto durante horas y horas, el resultado probablemente será bueno, porque la literatura depende más del trabajo que de la inspiración [?] En este sentido, no importa tanto el tema del libro sino la visión desde la que se desarrolla. Como para la realización final, es necesario que todos los participantes adapten sus escritos a los de otros ?como si fueran una orquesta musical? para dar armonía y relieve al concierto. El director Mario Bellatin apenas es aquí una voz neutra que fustiga la conciencia de los violinistas o golpea al contrabajo y las coristas para que el espectáculo cinematográfico pueda ser disfrutado y asegure un mínimo de calidad [?] Para Mario Bellatin es una actividad bastante reconfortante porque le permite tomar contacto con la realidad de la calle. Salir del castillo en el que vive, medita y realiza sus entrenamientos en Viena y reencontrarse con el pueblo y el público real que, de una u otra forma, siempre nos permiten la regeneración. Es como una cura de desintoxicación del tabaco.      ?ECP: Bueno. Finalmente, decirte que ha sido un placer. Estoy muy satisfecho con los términos en que se ha realizado esta entrevista. Tan sólo una cosa más. Últimamente estuve introduciéndome en tu facebook y me reí mucho con tus entradas [?] En muchas de ellas apareces como un monstruo rabioso y feroz que odiase a la cultura española. La acusas de poseer un lenguaje muy poco compacto y, por tanto, difícil de utilizar para un escritor, a diferencia del inglés, de haberse creído, como país, que formaba parte del primer mundo y, por ejemplo, celebras la independencia de México no tanto por la liberación de muchos de tus compatriotas sino más por lo que esto pudo suponer de afrenta y humillación para el orgullo de los españoles. No creo que merezca la pena contestarte porque es lo que buscas ?además de, supongo, utilizando las premisas de Warhol, volcar la atención en ti?, ni por supuesto enfadarse. Tú puedes considerarte como quieras, pero no creo que puedas introducirte en el mercado anglosajón. Y, sin embargo, en España estoy convencido de que tu público va a crecer y te será fiel. ¿Qué consigues con todo esto?      ?MB: Las palabras tienen una carga emocional contra la que Mario Bellatin lucha. Él aspira a no transmitir, a no dar significados. Prefiere lógicamente provocar interrogantes que respuestas. Creo que mejor contestación no puedo darte. Siendo clemente.



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20 de marzo de 2012
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