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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Murió Antonio Tabucchi

Antonio Tabucchi En Lisboa, la hermosa y vieja ciudad que el escritor amó y recreó en varias de sus obras, murió el italiano Antonio Tabucchi. Escritor de obras bellísimas, como Sostiene Pereira, Réquiem o Nocturno hindú, publicadas por Anagrama, así como el magnífico prólogo que redactó para el Tríptico de Carnaval de Sergio Pitol (una inolvidable lección literaria), ha muerto a los 68 años. Tanta vida por delante. Lo despide Juan Cruz, llamándolo ?Bartleby ibérico?, y lo despide el blog Papeles Perdidos, como un autor comprometido con la vida. Su último libro, El tiempo envejece de prisa, editado como siempre por Anagrama, originó esta entrevista de J. Martí Fort en el 2010. Un abrazo enorme, don Antonio. Dice la nota:

Muchos niños italianos se acercaron a los libros de la mano de Antonio Tabucchi, así que a Italia ?y también a Portugal y a España? no solo se le acaba de morir un escritor en Lisboa, a los 68 años, de cáncer, sino también una relación sentimental con la literatura. El escritor italiano, nacido en Pisa el 23 de septiembre de 1943, era además de un autor de obras inolvidables ?Sostiene Pereira (1994), Nocturno hindú (1984) o Requiem?, muchas cosas más. La más conocida internacionalmente era su labor como experto y traductor de Fernando Pessoa (1885-1935), pero en Italia también era notoria su actividad como apasionado de la política y brillante polemista. En los últimos años, su bestia negra ?y la de Italia?era Silvio Berlusconi. Tabucchi ha muerto de un cáncer que lo venía persiguiendo desde hace tiempo. Antonio Tabucchi -que tenía nacionalidad portuguesa desde 2004- estaba ingresado en el hospital lisboeta de La Cruz Roja y será enterrado el próximo jueves en la capital lusa, ha explicado su viuda, María José Lancastre, informa Efe. Fue colaborador del diario italiano Il Corriere della Sera,  el francés Le Monde y EL PAÍS. Además su labor como literato, era profesor de Lengua y Literatura Portuguesas en la Universidad italiana de Siena. En su carrera ha ganado premios literarios como el Pen Club, el Campiello y el Viareggio-Répaci en Italia; el Médicis Etranger, el Européen de la Littérature o el Méditerranée en Francia y el Francisco Cerecedo, de periodismo, en España. Traducido a más de 40 lenguas, su último libro -de cuentos-  fue Racconti con Figure, publicado en 2011. (En España se acababa de editar Viajes y otros viajes). En un encuentro en Florencia en 1998, Tabucchi le confiaba al también escritor Manuel Rivas su desencuentro con la tecnología. ?¿No se siente fuera de juego??, le preguntaba Rivas. A lo que el italiano respondía: ?Bueno, ¿sabe usted?, el fuera de juego es una posición que me conviene. En el fondo, todos los escritores están un poco fuera de juego, y sobre todo están fuera de juego los que creen que ocupan el centro del campo??. Decía también en aquella entrevista que ?la literatura es el Internet del alma?. Tabucchi publicó su primera novela en 1975, Piazza d?Italia, pero el éxito absoluto le llegó en 1994 con Sostiene Pereira, que fue llevada al cine interpretada por Marcello Mastroianni. No serán pocos los que hoy irán a su biblioteca y abrirán con emoción el pequeño y tan grande libro amarillo de Anagrama: ?Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Una magnífica jornada veraniega, soleada y aireada, y Lisboa resplandecía??.



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25 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Edgardo Rivera Martínez entrevistado

Edgardo Rivera Martínez Marcela Robles entrevista hoy para El Comercio a Edgardo Rivera Martínez, el autor de la novela que se presentó este miércoles, A la luz del amanecer, editada por Alfaguara. Niega que su novela sea autobiográfica y dice que le interesa mucho que su prosa tenga cierto lirismo para cautivar al lector y al instante narrado. Su novela País de Jauja, elegida cómo la mejor novela peruana de la década de los 90 por una serie de intelectuales y escritores peruanos, ha sido traducida al francés. Algunas otras preguntas:

¿Cuál fue el proceso de gestación de esta novela?Hay varios factores. Entre ellos, la idea del personaje (Mariano de los Ríos); mi propuesta, que es ir de lo andino a lo universal, pero siempre manteniendo la fidelidad a la raíz. Opté por una forma de soliloquio en el que el protagonista se deja llevar por los recuerdos y, por momentos, por la imaginación, la fantasía. Y hay también como irrupciones del inconsciente. Todo ocurre en una noche, y la novela se llama ?A la luz del amanecer?. Es como si antes de que terminara la oscuridad trataras de contarlo todo para que no se esfumara?El personaje trata de reconstruir mediante la memoria sus experiencias, sobre todo las más gratas. Para luego abrirse a una nueva vida. Todos esos recuerdos los verbaliza internamente, a través incluso de esos diálogos extraños, de apariciones, como por ejemplo la visita fantasmática de la madre, emocionante, misteriosa. Ese ir y volver en el tiempo, recordar la infancia, la familia, sus antepasados y sus amores. Y también recordar su amor por la cristalografía. (?)Sigues hablando de tu tierra?Soray es un pueblo inventado, en el valle del Mantaro. Lo elegí por la musicalidad del nombre y porque no quería ambientarla en mi Jauja nativa, de la cual ya he dado cuenta en ?País de Jauja? y en un libro de carácter académico que va a salir pronto, ?Historia y leyenda de la tierra de Jauja?. ¿Es difícil ser escritor en el Perú?Sí, sobre todo cuando no se tiene un éxito comercial, que permite al autor dedicarse completamente a su obra. Por ejemplo, ?País de Jauja? recién ahora está siendo traducido al francés, pero no ha tenido la posibilidad de difundirse en el extranjero. Quizás esta novela sea más accesible para lectores que no sean peruanos.



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24 de marzo de 2012
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El viaje interior

Nueva York, Londres, Milán, París? Acabo de regresar de las pasareles internacionales, donde la moda no solo escenifica sus colecciones, sino un ambicioso negocio apoyado en la creación, el marketing y la vanidad, capaz de movilizar a más de 2.200 periodistas que interpretaremos las claves de las nuevas siluetas, los próximos iconos de estilo, los objetos de deseo. Y pronto mimetizaremos esa ráfaga de novedad y la incorporaremos a nuestro sueño de belleza, capaz de variar el paisaje cuando cambian las estaciones y en nuestro interior también anida la fantasía del cambio. La moda ofrece una ilusión transformadora. Y estas colecciones, que han mostrado cómo vestiremos en otoño-invierno 2012-2013, exploran más que nunca la idea del viaje. No del viaje como huida, sino como recuperación. Qué imagen tan poderosa la de una locomotora humeante dentro del Louvre, transportando las modelos de Louis Vuitton, que parecían llegar del pasado y del futuro. Bajaban al andén, como las damas del siglo pasado, pero enfundadas en unas siluetas nunca vistas, ricas en abalorios y detalles, tocadas con hermosos sombreros, afinando su feminidad en la cintura. La moda cambia. Las mujeres también. Afortunadamente, la sexualización pasa a un segundo plano. No se trata de realzar las curvas, el eterno femenino, la piel animal, sino de potenciar el poder de una mujer que antes de seducir, convence. Así son las mujeres fuertes de Prada, con reminiscencias florentinas y pasos pequeños pero firmes como sus ideas. O la masculinidad newtoniana de Saint Laurent, en el espléndido desfile de despedida de Stefano Pilati; también Lagerfeld en Chanel mostró un paso resolutivo, rescatando el punto, los brillos, los ecos góticos pasados por el sintetizador y la riqueza del detalle. Porque, en verdad, lo que nos define y delimita es eso: el matiz, el timbre, el detalle. La capacidad de proyectarnos, y de neutralizar nuestros temores. De todo ello hablamos con Elvira Lindo, en un restaurante hindú de Tribeca. Y, cómo no, de ese mal moderno llamado ansiedad que se multiplica en este cambio de era dominado por las incertidumbres. Del punzón que, a una determinada hora del día, sin saber por qué extraña razón, sobreviene con tal bravura que todo lo que te parecía consistente un minuto antes, se desvanece, e incluso el pisar se ablanda. Pasos dubitativos, como de astronauta, que te adentran en un «de yo a yo» aturdido. Nueva York es una ciudad que te instruye bien en la idea de no ser nadie. Lo cuenta magníficamente la escritora en «Lugares que no quieres compartir con nadie», un diario de viaje a la inversa; es decir, un diario de residencia, aunque sea provisional. El libro arranca con un viaje en metro hasta Queens para visitar a un psiquiatra. «Ansiedad crónica severa», le diagnostican, o sea, demasiada vitalidad difícil de contener; «La implacable sensación de que mi vida se me queda corta». Cierto es, como dice la amiga Lindo, que son muchos los Nueva Yores que hay en Nueva York, como muchos los amores que hay en el amor. Al igual que muchas son las sociedades que se miran de reojo en el metro, entendido como espejo colectivo. Lindo, al terminar la cena, se fue a coger el metro para subir a Lincoln Center: «Antonio, mi marido, me dijo: pon en una hucha todo lo que te gastarías si fueras en taxi de un lugar a otro. Me hace sentir bien subirme al vagón». No solo es tarea de los escritores, los diseñadores o los fotógrafos saber observar. La mirada, la que forma parte del viaje interior, nos pertenece a todos.

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24 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un milagro alemán

 

Speer se hizo rico con sus memorias. No es que vendiera mucho, sino que acumuló una fortuna, adquirió mansiones lujosas con automóviles de anuncio a la puerta, y vivió sus últimos años hecho una figura célebre, respetada incluso en la Inglaterra que sufrió sus bombas. Algo muy difícil de conseguir con un libro, incluso en Alemania —aunque haya precedentes ilustres, como el propio Hitler, multimillonario antes que Führer gracias a un libro.

El ministro de armamento del Reich tenía derecho a mentir, según la preceptiva jurídica, y eran los jueces y cazanazis quienes debían hallar las pruebas de convicción de que el jerarca y hombre de confianza de Hitler tuvo que ver con algún crimen contra la humanidad. Durante la proyección, en el proceso de Núremberg, de las películas filmadas cuando los aliados liberaron campos de concentración y ante la vista de los horrores, se vieron lágrimas en los ojos de Speer. Y se dijo que lloraba porque estaba impresionado y no sabía nada de todo aquello, como si llorar fuera un argumento, o como si no fuera posible llorar ante la previsible pena de muerte.

Cuando estuvo en el estrado, declaró no saber nada de nada, aun reconociendo que tenía que haber sabido, por lo que pedía perdón. Luego se permitió hacer saber que meditó un plan para gasear a Hitler con unos tubos —ahí gesticuló con imprecisión infantil—pero era difícil y lo dejó. Goering y el resto de la banda se daban codazos y se partían de risa escuchando al camarada. Pero ellos iban a ser condenados a muerte, y el camarada salió, si no de rositas, bastante bien parado con veinte años de jardinería y escritura memoriosa en Spandau.

Ante pruebas consistentes, pero que no aparecieron hasta 1971, de su asistencia a la conferencia de Polsen, donde Himmler proclamó el plan de exterminio de los judíos, Speer se limitó a decir que sí, que estuvo allá, pero que se marchó justo antes de la intervención de Himmler, así que no tuvo ocasión de enterarse. Se puede ver —era ya la época de la televisión— cómo Speer negaba amablemente en inglés aprendido en Spandau, y cómo sus entrevistadores británicos, cuatro avezados expertos cazanazis, se reblandecían aún más y sonreían como suflés temblones al nazi bueno, que ya había cumplido su condena. 

Pruebas todavía más incontestables, como su correspondencia con Himmler donde daba instrucciones sobre la construcción del campo de concentración de Auschwitz, ni siquiera se adujeron. De los miles de presos que hizo trabajar hasta la muerte en las fábricas de armamento nunca se le preguntó nada.

En el caso de Speer, no hizo falta el cinismo desprejuiciado con que los americanos trataron a Von Braun y el centenar largo de cientificos nazis, que fueron mimados para que hicieran los cohetes lunáticos y las bombas de hidrógeno para el bando bueno, y acabaron en la portada del Time o laureados en Estocolmo. De Speer nadie esperaba prestaciones arquitectónicas o balísticas, él solo era un hombre bueno que no quiso mancharse las manos. Si sería bueno que pudo escribir: “Si Hitler hubiera tenido un amigo, ese habría sido yo”. Y aún pudo haber añadido que si las suegras alemanas hubieran deseado un yerno, ese habría sido él, y si los alemanes hubieran soñado un perfecto modelo de nunca supimos nada, sobre todo ahora que hemos perdido, ese era él.

Speer se condujo con mucha más frialdad y cálculo haciendo el mal que los demás de la banda. Su megalópolis Germania y su fabricación de armamento se basaban en hacer trabajar a decenas de miles  de presos hasta la muerte, en el período final de la guerra lo hicieron a muchos metros bajo tierra, y quienes no murieron de consunción perecieron en los bombardeos aliados de los arsenales, que para eso situó Speer los barracones estratégicamente.

El interés convencional de unas memorias se supone en aquello que el autor sabe. Las de Speer eran interesantes por lo contrario; conformaban el perfecto manual de cómo contar que se pudiera vivir como suprema autoridad de todo aquello, sin saber nada, y conseguir además que le crean y hasta le quieran a uno. Si Speer no supo, qué íbamos a saber nosotros. Él es la mejor prueba de nuestra inocencia: salía en el Wochenschau hitleriano a bordo de un descapotable último modelo, acariciándose el flequillo, con fondo de columnas megalómanas, y reaparecía treinta años después en el noticiero televisado, otra vez inocente modélico con automóviles de lujo y fondo de alta gama. Él fue el verdadero milagro alemán.

 

 

 

 

 

 



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24 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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?Quiero escribir un libro que pueda leerse tirado en la cama?

George Perec Un homenaje en la Alianza Francesa de Buenos Aires trae de regreso a América Latina a uno de los autores más contemporáneos y experimentales que dio el siglo XX, el francés George Perec. Se trata de un seminario que vincula la obra de Perec con la de Julio Cortázar y que se dicto hasta ayer. Aquí una nota en Radar Libros de Ana Fornaro sobe el autor el OuLiPo. Dice:

Hay veces que para muestra vale una foto. Una foto de un señor con los pelos parados y una barba casi jasídica mirando con ojos transparentes de loco. Porque Perec estaba loco y angustiado, como les pasa a los locos conscientes. Y para paliar la angustia, quien nació Georges Peretz, un judío hijo de polacos asesinados por el nazismo, dedicó su vida a escribir en clave de ausencias con una ferocidad, tenacidad y obsesión dignas de una persona que tiene que llenar vacíos dejando una de las obras más geniales de la segunda mitad del siglo pasado. Se murió de cáncer de pulmón el 3 de marzo de 1982, a los 45 años, y ya había escrito más de treinta libros, entre novelas, poemas, ensayos, obras de teatro y otros tantos escritos inclasificables. En 1965 obtuvo el premio Renaudot por la novela Las cosas, que fue integrada y bien aceptada por el nouveau roman. Pero Perec no era un nuevo novelista francés, o sí lo fue pero eligió otro club al cual pertenecer. De ellos tomó sólo lo que lo sedujo: la mirada exhaustiva, el fetiche por los objetos, la capacidad de narrar en planos. Todo eso que para los franceses fue toda una revolución narrativa para este joven autor no era suficiente: había que llegar más lejos, cambiar la literatura desde adentro, hacerla explotar, recoger los pedazos y armarlos como un puzzle. Y encontró una familia. Dos años después de la publicación de su primera novela, se unió al OuLiPo (Taller de Literatura Potencial, por sus siglas en francés), creado por Raymond Queneau y François Le Lionnais en 1960, y del que formaban parte escritores como Italo Calvino, matemáticos y artistas plásticos, entre ellos Marcel Duchamp. Lo que el OuLiPo le dio a Perec, además de un sistema para escribir, fue una identidad, algo que para un huérfano criado por los tíos no era poca cosa. El grupo partía de la negación de los preceptos del surrealismo de azar e irracionalismo creador. Según Queneau, la experimentación poética no nace de una musa inspiradora o de esa masa viscosa llamada inconsciente, sino de fórmulas, de restricciones y juegos, que lejos de acotar estimulan y hacen explorar y explotar la creatividad. Georges Perec se tomó todo esto muy en serio y con muchísimo humor. Fue, sin duda, el exponente más salvaje del grupo y quizá el más talentoso. Con la aparición en 1969 de su primera novela en clave oulipiana, El secuestro, hizo una entrada triunfal a su club con un relato de intriga, en el que no aparece ni una sola vez la letra e, la vocal más frecuente en francés. Y luego escribió Les revenentes (?Las que vuelven?), algo así como una venganza de la letra ?e?, ya que en toda esta novela es la única vocal que utiliza. Lo primero que el lector avisado puede pensar frente a este despliegue de locura verbal es que son libros carentes de sentido, simples divertimentos de uno de los mejores crucigramistas de Francia (que lo fue) pero sin espesor literario. Lejos de ser así, son obras de una profundidad admirable, que pueden ser leídas en varios grados, en varias claves, dependiendo de las ganas y la curiosidad del lector. En 1978, luego de diez años de trabajo, publicó La vida, instrucciones de uso, novela total si las hay, comparable, por la ruptura estructural, experimentación, juego metaliterario y especular, a Rayuela, de Julio Cortázar. Libro-enciclopedia, encierra todo el mundo Perec: su pasión por la pintura, por los rompecabezas, por los enigmas, por el naturalismo y, por sobre todas las cosas, por la literatura. Una novela llena de trampas y de juegos y de plagios (¡!) o ?implicitaciones?, como le gustaba decir al autor. ?Quiero escribir un libro que pueda leerse tirado en la cama?, decía Perec, y lo que logró fue un monstruo que puede leerse en la cama, pero que hará saltar al lector al encontrarse pasajes textuales ?sin comillas? de novelas de Flaubert, de cuentos de Borges, de textos de Melville, Michel Butor, entre otra decena de autores. Pastiche, collage o como se quiera, Perec quiso meter todo y a todos en su libro, pero se toma el trabajo de avisarnos de eso al final en uno de los múltiples anexos.



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23 de marzo de 2012
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IV. El virus de la felicidad

En Trágame tierra, la novela de Lizandro Chávez Alfaro, publicada en 1969, la gran alegoría de la historia de Nicaragua es ese canal interoceánico. Venimos de esa alucinación recurrente que nos ha acompañado hasta el presente, y que se niega a desaparecer. Venimos del canal y vamos siempre hacia él, como en las historias de esos barcos fantasmas de velas en harapos condenados a nunca encontrar puerto.
En la novela, uno de los sobrevivientes de las crónicas guerras civiles entre liberales y conservadores, Plutarco Pineda, pobre y abandonado, no se rinden nunca ante la idea de que algún día se abrirá el canal y entonces se hará rico porque posee una manzana de terreno en las márgenes del río San Juan, cuya venta podrá negociar con los constructores extranjeros que vendrán a ensanchar sus riberas y a construir exclusas. Entonces, el progreso de verdad habrá llegado al país, no importa de quién sea el canal, no importa la soberanía nacional.
Hoy, el asunto ha sido puesto otra vez sobre la mesa de discusión por el presidente Ortega, y la imaginación se enciende con las visiones de los barcos de gran tonelaje atravesando las aguas del territorio partido por la mitad pero próspero y rico, como se le ha soñado siempre cada vez que este virus de la felicidad vuelve a apoderarse de los cerebros. El proyecto se discute con toda seriedad. Comisiones, alternativas de rutas, cálculos de costos y beneficios. Nada más se necesitan 20.000 millones de dólares para que las dragas y excavadoras se echen a andar.
De nuevo, la prosperidad depende de un acto de magia recurrente. No de la transformación de la educación, de la escolaridad total, de la calidad de la enseñanza tecnológica, del desarrollo integral del país, de los índices de productividad, del fin de la dependencia del petróleo extranjero, sino de ese pretexto que despierta siempre para recordarnos que seguimos siendo tan pobres como en el siglo diecinueve, cuando los barcos de la Compañía del Tránsito del comodoro Vanderbilt surcaban el río San Juan y el Gran Lago de Nicaragua.
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23 de marzo de 2012
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La naturaleza del hombre que desea el dinero

Como escala de medida de la riqueza el dinero, ya sea nominal o material, el dinero es deseado. Pero hay un salto entre desear el dinero que permite satisfacer otro deseo y desear el dinero por sí mismo. Es asunto de los historiadores de la economía el discernir cuándo se efectuó el viraje que convierte al dinero en un objetivo en sí, pero lo que en todo caso nos concierne a todos es el hecho de que tal viraje supone que la economía no es ya determinada por los imperativos de subsistencia o de dignidad del entorno en el que se vive. La economía pasa entonces a ser el todo de la existencia.
Ello es cierto para el poseedor, cuyo paradigma es el personaje balzaquiano de Père Grandet (padre de la protagonista en Eugénie Grandet), avaro incrédulo que parece recobrar la fe en el acto de extremaunción al alzarse del lecho para besar una talla de Cristo, que simplemente...era de oro.
Pero ello es también cierto para el desposeído, en pos siempre del dinero mínimo que garantice sus necesidades elementales y forzado a poner entre paréntesis toda otra exigencia todo otro deseo, paréntesis que en general se prolonga una entera vida. Pues de triunfo en los objetivos le llevará simplemente a convertirse en un personaje como ese hombre de empresa británico afincado en Barcelona, orgulloso en una entrevista de haber empezado en su empresa con un minijob y haberse convertido en director para España, lo cual le da autoridad para que nos dirija esta advertencia (¿o anatema?) "se van a arrepentir ustedes de no tener minijobs"1.
Para uno y otro- poseedor como desposeído-el dinero reemplaza entonces aquellos valores que la tradición humanística, en el amplio sentido del término, postulaba como deseable objetivo que debería determinar la máxima subjetiva de acción de cada uno de los humanos. La erección del dinero en finalidad última hace que, tras el imperativo de alcanzar los medios de subsistencia, aquel que lo logra se impone entonces el ganar altura en relación a la escala de medida, que lo es efectivamente de todas las cosas, y obliga a dejar de lado la inclinación que Aristóteles nos atribuía a fortalecer las facultades del espíritu. Pues la escala de medida marca los criterios de moralidad, como marca los criterios de aptitud para hacerse un camino en la maraña de la vida social concebida efectivamente en términos darwinianos pero no en pos de la supervivencia sino en pos de un extraño símbolo. 2

 

 

 

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1 El personaje que no tiene desperdicio nos dirije también otras perlas "Aquí [en España]sus expectativas de empleo son pura ideología y están basadoa en tiempos mejores que quizás no vuelvan. Creen que sólo por haber legislado el derecho teórico a un ideal de contratos indefinidos bien pagados se convertirán en realidad algún día".Lo que no dice explicitamente es que los "tiempos mejores" no considera que sea bueno que volvieran, entre otras cosas porque la seguridad laboral que a su juicio conferían "frena la circulación del talento entre empresas"

2 En un artículo publicado en Le Monde Diplomatique en marzo 2012, el filósofo húngaro G. M. Tamás nos da un ejemplo estremecedor de lo que significa una sociedad marcada por la erección del dinero en escala de valor: "Mientras va empezando la lucha a muerte por unos servicios y recursos sociales cada vez más escasos, el poder presenta los motivos de esa contienda en términos de excelencia moral, aptitud biológica y superioridad intelectual. Sólo las personas jóvenes, diligentes y flexibles se juzgan dignas de consideración: rechazar esos criterios es rechazar el orden natural de las cosas [...]Más que racista a la antigua, la derecha húngara se opone sobre todo a subsidiar a los pobres, a dar ayuda a los desocupados, que la gente asimila a los gitanos, y a todos los elementos "improductivos" de la sociedad , que se designan como "inactivos", incluyendo en esa categoría a los jubilados[...] Para imponer este nuevo orden, el gobierno necesita dinero y efectúa recortes presupuestarios. No más dinero para para las artes, la arqueología, los museos, la edición, la investigación[...], las universidades, las escuelas elementales[...].los discapacitados y los enfermos. En cambio se finanza profusamente el deporte que tiene fama de estimular la combatividad, el espíritu de grupo, la lealtad, la disciplina personal"
¿Y que será de los reducidos a los arcenes? Como siempre alimentarán el espíritu caritativo, en este caso de las organizaciones dependientes de la iglesia católica, floreciente en el país. Se supone asimismo que liberadas de injustos subsidios estatales que no incentivaban la búsqueda de excelencia, las universidades alcanzarán un esplendor cuando acudan a ellas los que están en condiciones de pagar las matrículas a coste real. Canción húngara que conocemos perfectamente en otros lugares.

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23 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cambiar la traducción

traducción ?Creo que, al dar por concluida una traducción, todo traductor repetiría las palabras de Lutero: a nadie le está prohibido hacer una traducción más perfecta. La traducción es un proceso sin fin? dice Justo Navarro, excelente traductor ciertamente, en el artículo que publica en El País.   Realmente, es muy difícil y arriesgado cambiar el texto y sobre todo el título de un libro traducido hace años por otro, aunque sea mejor. Pero a veces hay que correr ese riesgo. Recuerdo que Ricardo Silva Santisteban alguna vez cambió el celebrado Tierra Baldía de T.S.Eliot por Yermo. Nunca pude tragarme el nuevo título, y sigo pensando que Tierra baldía es mucho mejor eufónicamente aunque es muy literal. En El País Virginia Collera cita algunos ejemplos de títulos cambiados.

No es un error. Madame Bovary, en la edición que publicará Alba, será La señora Bovary. ?Es la traducción correcta?, zanja su traductora, María Teresa Gallego Urrutia. ?Al principio no me atrevía a cambiar los títulos, pero está superado. Se trata de buscar el rigor?, dice Luis Magrinyà, director de la colección de clásicos de la editorial. Aunque en su departamento de marketing le arruguen la nariz y los lectores se despisten y/o resistan a utilizar el título modificado. ?Yo traduje Juicio y sentimiento de Jane Austen y todos los años hay señoras en la Feria del Libro que dicen ?ay, este no lo tengo?, a lo que les respondo: ¿tienen Sentido y sensibilidad? Pues es el mismo, pero bien traducido?. Enrique de Hériz ya está retirado de la labor editorial, pero recuerda haberse encontrado en una situación similar con La dama de blanco, de Wilkie Collins. ?En realidad es La chica de blanco. Lo debatí con el traductor, le dimos muchas vueltas, y al final decidí mantenerlo por razones industriales?. Por su parte, Ramón Buenaventura ha optado por Meaulnes el Grande, en lugar del tradicional El gran Meaulnes, para la Biblioteca de traductores que acaba de lanzar Alianza. Su solución, dice en el prólogo de la obra de Alain-Fournier, recoge mejor la polisemia del original: aunque parece referirse a la importancia del personaje, se refiere a su tamaño. ¿Calarán títulos como La transformación de Kafka, La señora Bovary de Flaubert o Los falsificadores de moneda de Gide? Magrinyà, que no dudó en fulminar el título ?tradicional? de este último, Los monederos falsos, confiesa que se sigue refiriendo a él así. ?Ese poder de penetración de la tradición? O lo desenmascaras en el momento, o luego es muy difícil hacerlo. Cuando cambias el título a un libro es como si fuera otro?.



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22 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Soldados extraviados

No se declara una guerra en vano. Y menos cuando se trata de una guerra global, que es como decir mundial, y contra un enemigo de rostro borroso y evanescente, que se proyecta sobre cualquier otro rostro. Una contienda sin frentes ni territorios a conquistar, librada con armas y métodos fuera de toda norma, y de duración probablemente infinita, intimida y divide a quienes se ven sometidos a su diabólico magnetismo. Solo banderas apocalípticas como las que imaginan una confrontación entre el islam y la civilización judeo-cristiana sirven para tales empresas bélicas.

George W. Bush la declaró en respuesta a los atentados de Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, preparados y perpetrados por Al Qaeda. La red terrorista de Bin Laden pretendía conducir a la primera superpotencia y al mundo entero a un enfrentamiento cruento de enormes dimensiones que devolviera el islam al esplendor del califato. El presidente de los Estados Unidos, al contrario que muchos de quienes le apoyaban en su empresa bélica, rechazó la designación como enemigo de una entera religión mundial, pero en cambio comprometió para librarla los valores democráticos y los derechos constitucionales estadounidenses y embarró a su país y a buen número de sus aliados en dos guerras sin salida en Irak y Afganistán. Aunque su sucesor Barack Obama quiso reducir su perímetro, que ya no es global ni tiene como enemigo al terror, sino estrictamente a Al Qaeda, la guerra global sigue todavía enganchando a fanáticos de ambas orillas, dispuestos a matar a la menor ocasión en que la llama del odio racista aviva su instinto y sus dotes de asesino. Eliminado Bin Laden por la acción de un comando especial y multitud de dirigentes terroristas por disparos desde aviones no tripulados, Al Qaeda se encuentra ahora en un declive que las revueltas árabes han acelerado con su rechazo al yihadismo. Pero la decadencia no significa inacción, ya sea en células organizadas, como las que secuestran a ciudadanos europeos en el Sahel, o en la actuación individual de muyahidines extraviados como el que acaba de actuar en Toulouse. Mohamed Merah, francés de 24 años, ha asesinado a siete conciudadanos, primero a tres militares, y días después a tres niños y un adulto en un colegio judío de Toulouse, reivindicando su pertenencia a Al Qaeda y aludiendo a la presencia francesa en Afganistán y a los niños de la franja de Gaza. Solo en una mente criminal puede funcionar la conexión entre escenarios tan distantes y sin relación causal alguna. La única conexión efectiva es que Merah se hermana en saña y crueldad con otro asesino en serie que ha ensangrentado las calles de Kandahar en Afganistán estos mismos días. Robert Bales, sargento estadounidense de 38 años, asesinó a 16 civiles afganos, nueve de ellos menores, de los que tres eran niñas con menos de seis años, en una razia tan absurda e inexplicable como la del asesino francés. No hay duda que Bales veía en los afganos a unos enemigos que no merecían vivir, que es como veía Merah a los tres soldados y a los alumnos y profesores de la escuela de Toulouse. La matanza perpetrada por el sargento Bales, sumada a las profanaciones de ejemplares del Corán y de cadáveres de talibanes por parte de soldados estadounidenses, ha trastornado el calendario de retirada ordenada de Afganistán planificada por el Pentágono para 2014. La matanza de Toulouse ha venido a interrumpir, incluso a perturbar, la campaña para la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, que se celebra el 22 de abril. La capacidad tóxica de la violencia terrorista es infinita. El desorden que crea la muerte de inocentes divide e intimida: hace rehenes incluso entre quienes expresan su repulsa. Cualquier palabra mal modulada puede convertirse en munición política, sobre todo en esta época de uso creciente de las redes sociales tan instantáneas y nerviosas. Y hay circunstancias en que las declaraciones y expresiones de repulsa son sometidas a un escrutinio escrupuloso en búsqueda de un reproche rentable. Desde la representante de la política exterior europea Catherine Ashton hasta el presidente Sarkozy, pasando por el candidato centrista François Bayrou, saben lo difícil que es pronunciarse en esta atmósfera tan eléctrica. Todos ellos han recibido algún reproche estos días por palabras que querían aliviar el dolor y el desorden creado por la violencia. Por eso los responsables políticos deben apelar a la unidad cívica cuando se producen. Hay muchas cosas que igualan a los asesinos, lleven o no uniforme, pero hay una diferencia fundamental que les separa: las muertes de Toulouse alegrarán a los partidarios de Al Qaeda, mientras que las de Kandahar entristecen a todos; para los seguidores de Bin Laden la matanza de Toulouse es una hazaña victoriosa, mientras que la de Kandahar es una derrota amarga para Washington y sus aliados. Ambas soplan sobre las brasas de la guerra de civilizaciones que Bin Laden quiso librar.



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22 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo nuevo de Mónica Alí

carátula de la novela Mónica Alí, la autora que se estrenó con una nominación al Booker con la novela Siete mares, trece ríos, y que fue recomendada por Granta en su lista de los mejores autores de su generación, ha novelado en Una vida posible una posibilidad: cómo sería la vida de Lady Di si no hubiera muerto. Un libro que oscila entre la novela introspectiva y la  bestselleresca Chic-lit. Que el lector decida. La publica Duomo y en El País encontramos un adelanto de la novela. Dice la nota:

La novela Una vida posible (Duomo Ediciones), de Monica Ali (Bangladesh, 1967), ahonda en esas aristas partiendo de la hipótesis de que la Princesa de Gales siguiera viva tras fingir su propia defunción. Cuenta su autora  que ?en el momento de su muerte, Diana aparentaba encontrarse en una encrucijada vital: estaba cada vez más involucrada en campañas humanitarias mientras su vida personal caía en una espiral turbulenta. A menudo me había preguntado cómo habría sido su vida de no haberse visto truncada. ¿Cómo habría madurado a partir de los 40 años?? Y así es como nos encontramos con Lydia Snaresbrook, una mujer mediando la cuarentena instalada en un aburrido pueblo estadounidense bautizado, no por casualidad, Kensington. Una especie de Wisteria Lane rural donde la máxima preocupación de las vecinas es que no se les queme el pudin de la cena. De hecho, algunos de los episodios donde se narra el día a día de la reinsertada princesa de tapadillo están cerca de una secuencia descartada de Mujeres desesperadas (algo que la novelista Joanna Briscoe definió en su crítica para The Guardian, muy atinadamente, como una mezcla entre Judith Krantz y Jonathan Franzen). La escritora se escurre del barniz chick lit dotando de protagonismo a otros dos personajes esenciales para comprender el suicidio público de la princesa: su secretario privado y el paparazzo que más la hostigó en sus años de celebridad. Del primero se registran las entradas de su diario personal en el año posterior a haberla ayudado a llevar a cabo su ?pequeño plan? de fuga. Del segundo, sus casi incontrolables impulsos al toparse por casualidad en un pueblo perdido de Estados Unidos con una mujer cuyos ojos y gestos le recuerdan tanto a aquella que le robara tantas horas de sueño. Monica Ali sitúa la narración en 2007, en los días en que a punto está de cumplirse el décimo aniversario de la desaparición de su protagonista de la cubierta de un yate (¿un guiño a otra pérdida de leyenda, Natalie Wood?), una decisión precipitada tras aquel accidente de coche ?casi fatal? en París. La autora, finalista del premio Man Booker en 2003 por su primera novela, Siete mares, trece ríos (Emecé) y elegida como una de las mejores voces británicas de su generación por la revista Granta, plantea el libro como un juego de géneros. Teje una ficción especulativa que avanza del drama de una mujer, que podría ser cualquiera, y sus dificultades para reinventarse hasta un thriller con vocación de best-seller. Por el camino realiza algunos equilibrismos forzados para sostener el pulso narrativo. Después de todo, el mito que alimenta sus páginas aún es capaz de ensombrecer cualquier conjetura sobre su traumática existencia.



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21 de marzo de 2012
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El Boomeran(g)
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